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Conclusiones

Como primera conclusión podemos señalar que desde el punto de vista de las
políticas económicas que México ha adoptado en las últimas tres décadas,
léase TLCAN, los modelos llamados de “desarrollo” no han considerado a la
agricultura como un referente para impulsarlo. Por ese motivo, históricamente
el sector agrícola se ha visto como una fuente de excedentes para potenciar la
economía.
Los efectos del TLCAN en el campo mexicano no fueron los proyectados. Hay
tres factores determinantes de la competitividad agropecuaria entre las
naciones firmantes: el grado de desarrollo tecnológico, la provisión de recursos
naturales y las políticas agrícolas de fomento rural (López Gámez, 1993:76). En
términos generales, este estudio se basa en la argumentación de que la baja
productividad del sector agrícola mexicano, particularmente en estados como
Oaxaca, se debe a: 1) el reducido tamaño del área cultivable por productor (los
minifundios), 2) poco acceso a crédito, 3) bajo capital humano, 4) poca
inversión pública en infraestructura, 5) esquemas de asociación deficientes, y
6) tecnología obsoleta.

Como se vino desarrollando en esta tesis, el grado de dependencia de algunos


productos agrícolas de consumo básico al exterior, no es forzosamente
consecuencia de la apertura comercial o de la globalización, sino de la baja
productividad que el campo mexicano ha ido registrando desde hace
aproximadamente cuarenta años. Lo que resulta imprescindible en nuestro país
es canalizar la inversión pública y privada hacia infraestructura y tecnología
para aminorar los altos costos de producción que prevalecen en algunos
procesos productivos y hacerlos más efectivos.

Esta visión perneó todo el pensamiento económico y durante los modelos de


desarrollo basados en la sustitución de importaciones tendieron a abandonar el
sector agrícola. Sin embargo podemos decir, después de analizar los
postulados teóricos y evidencia empírica especto al tema, que el sector
agrícola, sobre todo en los países en desarrollo como el nuestro puede
propulsar la economía, incluso creciendo más allá que otros sectores de la
misma. En el ámbito oaxaqueño queda muy claro que siendo la agricultura la
actividad del sector primario más importante del estado y con las perspectivas
de potencial de crecimiento, no existe en Oaxaca políticas públicas apropiadas
para el campo.

Con lo que respecta a la política agrícola podemos ver que su gama es amplia
y flexible. De la misma manera se puede concluir que dentro de su variada y
flexible disposición, tienen como rasgo común su orientación al desarrollo del
sector dado su prioritario interés. De igual manera, la intervención del gobierno
se debe dar en la medida en que se acerquen los bienes públicos más
solicitados al pequeño productor, ya sean recursos financieros, proyectos de
infraestructura, controles del mercados exterior o interior, y demás señalados
en el estudio. Es decir, a priori no se puede establecer que la intervención
estatal riña con el progreso del sector. Esta intervención dependerá de las
condiciones reales de la producción, de los precios en el mercado y de la
propia política económica.

Sin embrago, con tristeza podemos concluir que las políticas esgrimidas por el
gobierno federal, lejos de favorecer al productor oaxaqueño en su gran mayoría
lo sometieron a fuerzas de mercado, esquemas que no están diseñados para
impulsar al pequeño productor, particularmente a aquellos que se ocupan de la
siembra de granos básicos, como mayoritariamente sucede en Oaxaca.

La situación general de la agricultura en Oaxaca es complicada. A grandes


rasgos, podemos decir que se trata de la actividad económica de mayor
cobertura en la entidad, aquella que incorpora a la mayor parte de la población
rural. El sector más amplio de la demografía oaxaqueña. Por otra parte,
enfrenta condiciones difíciles debido a la calidad de las tierras cultivables y su
relativa y escasa extensión proporcionalmente con el resto de tierras no aptas
en la entidad.

Por si fuera poco, tener que cubrir las expectativas de subsistencia de un


sector popular tan voluminoso en condiciones subóptimas de producción, que
el acceso a los mercados se dificulta por la deficiente eficiencia de la
producción oaxaqueña que podemos catalogar como “tradicional” en un
esquema de libre mercado y teniendo como principal socio comercial al
productor de maíz más importante del mundo.

En este sentido cabe reflexionar cuál es el papel del gobierno en esta situación.
En opinión de Beilock (53), los roles no discutibles de los gobiernos son
suficientemente claros: proteger los derechos de propiedad, hacer cumplir las
obligaciones contractuales para fomentar la competencia, y suministrar bienes
públicos tales como investigación, tecnología, información e infraestructura. Los
papeles más controvertidos se relacionan con la redistribución de recursos a
través de medidas forzosas, la estabilización de precios, la absorción de
riesgos y la provisión de crédito.

En consonancia con lo establecido anteriormente, concordamos claramente


con que las medidas controvertidas respecto del control de precios y
redistribución de recursos, no compaginan con el modelo de desarrollo
emprendido hace tres décadas. Sin embargo, cabe preguntarse en este
apartado conclusivo del estudio: si es válido o no, aplicar de manera casi
exegética los postulados neoliberales a costa del progreso nacional y de
condenar al subdesarrollo y la dependencia a un sector muy grande de nuestra
población.

Tómese en cuenta que las ventajas comparativas previstas para el agro


mexicano, en Oaxaca, aplicando la misma política, no se generarán dado a la
arraigada producción de granos básicos y en general de la falta de aquellos
bienes públicos mencionados en reiteradas ocasiones en este estudio. El
campo oaxaqueños está lleno de contradicciones, misma que han dificultado
una sustitución de cultivos, pero de seguir sin tomar decisiones importantes,
llegarán a convertirse en paradojas que carezcan de lugar en el mundo
neoliberal.

Es de resaltarse que la política pública aplicada en Oaxaca, no ha logrado


mantener ni promover una mejoría en el campo oaxaqueño. Por una parte se
ha recortado el gasto público; lo que ha redundado en la imposibilidad de facto
para muchos pequeños productores de acceder a ciertos bienes públicos como
los descritos por Beilock. Falta únicamente revisar las estadísticas mostradas
en cuanto el acceso a los beneficios más recientes en materia de
agrotecnología de índole básica, como lo es fertilización en la mayor de los
cultivos de la entidad.

La política agrícola aplicada en Oaxaca ha seguido el patrón neoliberal que nos


heredaron los cinco sexenios y se ha caracterizado por la disminución de la
proporción del gasto público dedicado al sector agrícola y la falta de capacidad
del gobierno para aplicar una política de sustitución de cultivos que brindará las
tan prolongadas ventajas comparativas en la apertura de mercados.
Suponiendo en principio que ese fuera el objetivo que persigue la política de
liberalización del comercio de productos agrícolas.

A contrario sensu, si el objetivo fuese acrecentar la complejidad del productor


oaxaqueño, principalmente de maíz, la provisión de crédito, subsidios y precios
de seguridad, así como una moderación real de comercio exterior y las
importaciones es urgente para rescatar al campo oaxaqueño. No obstante,
como fue acotado en su momento este tipo de medidas, no son aceptadas en
el paradigma actual, por lo tanto es poco probable su aplicación.

En el mismo sentido, si bien las unidades de producción pudieran no parecer a


primera vista las más idóneas para fomentar la eficacia. La inserción de estos
pequeños productores en el campo del libre mercado los pone en una
desventaja creciente ante la importación de una cantidad en permanente
aumento de maíz para rellenar el déficit de producción nacional. En este punto
cabe destacar el papel que juega la política de precios en el país, es
fundamental para rescatar al agro oaxaqueño. El estancamiento del precio del
maíz en conjunción con la abolición de precios de seguridad hacen en muchas
ocasiones inconsteable la producción para el pequeño productor que a veces
no podría ni siquiera recuperar la inversión con los precios de mercado. Llama
particularmente la atención esta medida debido a que en latitudes distintas los
precios de seguridad y de protección, son piezas importantes de la política
agrícola.
El papel del gobierno debe conformar un conjunto de medidas que puedan
brindar seguridad al productor al oaxaqueño. Se debe tomar en cuenta que
cada vez más se esta convirtiendo en una exigencia de la sociedad que el
estado funja como un defensor de la industria agrícola ya que
comparativamente su desarrollo entraña un crecimiento comparativo superior a
otras áreas de la economía.

Además de la potencialidad del desarrollo económico, se debe tomar en cuenta


la irreversibilidad de los flujos laborales entre el sector rural y el campo que ya
ha cobrado una factura importante a varios municipios tradicionalmente
agrícolas del estado: la emigración a zonas urbanas donde crece el subempleo
o la emigración a los Estados Unidos de Norteamérica, que también atraviesa
por una crisis severa.

Se deberá tomar en cuenta que el sector agrícola oaxaqueño envuelve a una


parte significativa de la población económicamente activa, y que su
mejoramiento en términos significativos depende de aplicar adecuadamente
políticas que brinden seguridad para un crecimiento sostenido. Porque
podemos constatar que la pobreza rural en Oaxaca es resultado del desarrollo
desigual que se ha dado en el campo mexicano, pero al mismo tiempo
constituye una severa restricción para las posibilidades de expansión de la
producción. Con un estancamiento en la producción agrícola y con la imperiosa
necesidad de competir con los productores del extranjero, el único camino
viable para la agricultura oaxaqueña es un repunte en la productividad, a través
del empleo de tecnología innovadora y capacitación técnica para la producción
a cargo de expertos en políticas públicas para el campo.
Es impostergable un replanteamiento de la política gubernamental en materia
agrícola que involucre no sólo transferencias directas (subsidios), sino que
genere además las condiciones macro y microeconómicas indispensables para
el buen funcionamiento del mercado interno y una alianza genuina con los
productores para diseñar esquemas conjuntos de mejoramiento de la
productividad en su sector.
Con todas las agravantes y obstáculos, los campesinos del estado de Oaxaca
necesitan instrumentos de política económica que les ayuden a sortear las
turbulentas aguas en las que se les ha introducido y están inmersos. Es
momento de que el gobierno reevalúe el paradigma neoliberal y de respuesta
a las exigencias de la sociedad democrática.

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