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Literatura Precolombina, Conquista y Colonia

Prof. D. Fajardo Valenzuela

Hernán Cortés, Carta de relación [Oct 30 de 1520, frag.]


"Una vez sentado habló de esta manera: «Muchos días ha que, por nuestras
escripturas, tenemos noticias de vuestros antepasados que yo y todos los que en
esta tierra habitamos no somos naturales de ella sino extranjeros, venidos a ella
de partes muy extrañas. Sabemos asimismo que a estas partes trajo nuestra
generación un señor, cuyos vasallos todos eran, el cual se volvió a su naturaleza.
Después tornó a venir tras mucho tiempo, tanto, que ya estaban casados los que
habían quedado con las mujeres naturales y ya tenían mucha generación y
muchos pueblos donde vivían. Al querer llevarles consigo, no quisieron, ni menos
recibirle por señor, y así se volvió. Siempre hemos tenido que los que de él
descendiesen habían de venir a sojuzgar esta tierra, a nosotros como a sus
vasallos. Según de la parte que vos decís que venís, que es de donde sale el sol y
las cosas que decís de ese gran señor o rey que acá os envió, creemos y
tenemos por cierto que él sea nuestro señor natural, en especial porque nos
decís que él ha muchos días que tenía noticia de nosotros. Por tanto, vos sed
cierto que os obedeceremos y tendremos por señor, en lugar de ese gran señor
que vos decís, y que en ello no habrá falta ni engaño alguno, y bien podéis en
toda la tierra, en la que yo en mi señorío poseo, mandar a vuestra voluntad,
porque será obedecido y hecho. Todo lo que nosotros tenemos es para lo que vos
de ello quisiéreis disponer […] Bien sé que también los de Cempoal y de
Tascaltecal os han dicho muchos males de mí. No creáis más de lo que por
vuestros ojos veredes, en especial de aquellos que son mis enemigos. Algunos de
ellos eran mis vasallos y hánseme rebelado con vuestra venida, y por favorecer
os lo dicen. Sé que también os han dicho que yo tenía las casas con las paredes
de oro y que las esteras de mis estrados y otras cosas de mi servicio eran
asimismo de oro; que yo era y me hacía dios y otras muchas cosas. Las casas ya
las véis que son de piedra y cal y tierra”, y entonces alzó las vestiduras y me
mostró el cuerpo: “A mí véisme aquí que soy de carne y hueso, como vos y como
cada uno, y que soy mortal y palpable”, asiéndose él con sus manos de los
brazos y del cuerpo. “Ved cómo os han mentido; verdad es que tengo algunas
cosas de oro que me han quedado de mis abuelos. Todo lo que yo tuviere lo
tenéis cada vez que vos lo quisiéredes. Yo me voy a otras casas donde vivo: aquí
seréis proveído de todas las cosas necesarias para vos y para vuestra gente. Y no
recibáis pena alguna, pues estáis en vuestra casa y naturaleza.» Yo le respondí a
todo lo que me dijo, satisfaciendo a aquello que me pareció que convenía, en
especial en hacerles creer que Vuestra Majestad era a quien ellos esperaban y
con esto se despidió.

Pasados, invictísimo Señor, seis días después que en la gran ciudad de


Tenochtitlan entré, y habiendo visto algunas cosas de ella, aunque pocas, de las
que hay que ver y anotar, me pareció, por lo que de la tierra había visto, que

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convenía al real servicio de Vuestra Majestad y a nuestra seguridad, que aquel
señor estuviese en mi poder y no en toda su libertad, para que no mudase el
propósito y voluntad que mostraba en servir a Vuestra Majestad".

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Bernal Díaz del Castillo

Verdadera historia de la conquista de Nueva España [frag.]


"Como Cortés en todo ponía gran diligencia, me mandó llamar a mí ya un
vizcaíno que se decía Martín Ramos, y nos preguntó que qué sentíamos de
aquellas palabras que nos hobieron dicho los indios de Campeche cuando
venimos con Francisco Hernández de Córdoba, que decían: “Castilan,
Castilan”, según he dicho en el capítulo que dello trata: y nosotros se lo
tornamos a contar según y de la manera que lo habíamos visto y oído. E dijo
que ha pensado muchas veces en ello, e que por ventura estarían algunos
españoles en aquella tierra, y dijo: “Paréceme que será bien preguntar a estos
caciques de Cozumel si saben alguna nueva dellos”; y con Melchorejo, el de la
punta de Cotoche, que entendía ya poca cosa de la lengua de Castilla y sabía
muy bien la de Cozumel, se lo preguntó a todos los principales, y todos a una
dijeron que habían conocido ciertos españoles, y daban señas dellos, y que en
la tierra adentro, andadura de dos soles, estaban y los tenían por esclavos
unos caciques, y que allí en Cozumel había indios mercaderes que les hablaron
pocos días había. De lo cual todos nos alegramos con aquellas nuevas.

Y díjoles Cortés que luego los fuesen a llamar con cartas que en su lengua
llaman amales: y dio a los caciques y a los indios que fueron con las cartas
camisas, y los halagó y les dijo que cuando volviesen les daría más cuentas. Y
el cacique dijo a Cortés que enviase rescate para los amos con quien estaban
que los tenían como esclavos, por que los dejasen venir, y ansí se hizo, que se
les dio a los mensajeros de todo género de cuentas. Y luego mandó apercebir
dos navíos, los de menos porte, que el uno era poco mayor que bergantín, y
con veinte ballesteros y escopeteros, y por capitán dellos a Diego de Ordaz, y
mandó que estuviese en la costa de la punta de Cotoche aguardando ocho
días con el navío mayor, y entretanto que iban y venían con la respuesta de
las cartas, con el navío pequeño volviesen a dar la respuesta a Cortés de lo
que hacían, porque está aquella tierra de la punta de Cotoche obra de cuatro
leguas, y se paresce la una tierra desde la otra.

Y escrita la carta, decía en ella: “Señores y hermanos: Aquí en Cozumel, he


sabido que estáis en poder de un cacique detenidos, y os pido por merced,
que luego os vengáis aquí, a Cozumel, que para ello envío un navío con
soldados, si los hobiésedes menester, y rescate para dar a esos indios con
quien estáis; y lleva el navío de plazo ocho días para os aguardar; veníos con
toda brevedad; de mí seréis bien mirados y aprovechados; yo quedo en esta
isla con quinientos soldados y once navíos; en ellos voy, mediante Dios, la vía
de un pueblo que se dice Tabasco o Potonchan.” E luego se embarcaron en los
navíos con las cartas y los dos indios mercados de Cozumel que las llevaban, y
en tres horas atravesaron el golfete y echaron en tierra los mensajeros con las
cartas y rescates; y en dos días las dieron a un español que se decía Jerónimo

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de Aguilar, que entonces supimos que ansí se llamaba, y de aquí adelante ansí
le nombraré, y desque las hobo leído y rescebido el rescate de las cuentas que
le enviamos, él se holgó con ello y lo llevó a su amo el cacique para que le
diese licencia, la cual luego se le dio para que se fuese a donde quisiese.

Y caminó el Aguilar a donde estaba su compañero, que se decía Gonzalo


Guerrero, en otro pueblo cinco leguas de allí, y como le leyó las cartas, el
Gonzalo Guerrero le respondió: “Hermano Aguilar: Yo soy casado y tengo tres
hijos, y tiénenme por cacique y capitán cuando hay guerras; íos vos con Dios,
que yo tengo labrada la cara y horadadas las orejas. ¡Qué dirán de mí desque
me vean esos españoles ir desta manera! E ya veis estos mis hijos cuan
bonicos son. Por vida vuestra que me deis desas cuentas verdes que traéis
para ellos, y diré que mis hermanos me las envían de mi tierra.” Y asimismo la
india mujer del Gonzalo habló al Aguilar en su lengua, muy enojada, y le dijo:
Mira con qué viene este esclavo a llamar a mi marido: íos vos y no curéis de
más pláticas.” Y el Aguilar tornó a hablar al Gonzalo que mirase que era
cristiano, que por una india no se perdiese el ánima, y si por mujer e hijos lo
hacía, que la llevase consigo si no los quería dejar. Y por más que le dijo y
amonestó, no quiso venir; y parece ser aquel Gonzalo Guerrero era hombre de
la mar, natural de Palos.

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Estatua de Gonzalo Guerrero en Yucatán

Y desquel Jerónimo de Aguilar vido que no quería venir, se vino luego con
los dos indios mensajeros adonde había estado el navío aguardándole, y
desque llegó no le halló, que ya era ido, porque se habían pasado los ocho
días y aun uno más que llevó de plazo el Ordaz para que aguardase; porque
desquel Aguilar no venía se volvió a Cozumel sin llevar recaudo a lo que había
venido. Y desquel Aguilar vio que no estaba allí el navío, quedó muy triste y se
volvió a su amo, al pueblo donde antes solía vivir. Y dejaré esto y diré [que]
cuando Cortés vio volver al Ordaz sin recaudo ni nueva de los españoles ni de
los indios mensajeros, estaba tan enojado y dijo con palabras soberbias al

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Ordaz que había creído que otro mejor recaudo trujera que no venirse así sin
los españoles ni nuevas dellos, porque ciertamente estaban en aquella tierra.

Cuando tuvo noticia cierta el español questaba en poder de indios que


habíamos vuelto a Cozumel con los navíos se alegró en gran manera y dio
gracias a Dios, y mucha priesa en se venir él y los dos indios que les llevaron
las cartas y rescate a se embarcar en una canoa; y como la pagó bien, en
cuentas verdes del rescate que le enviamos, luego la halló alguilada con seis
indios remeros con ella; y dan tal priesa en remar, que en espacio de poco
tiempo pasaron el golfete que hay de una tierra a la otra, que serían cuatro
leguas, sin tener contraste de la mar.

Y llegados a la costa de Cozumel, ya que estaban desembarcando, dijeron a


Cortés unos soldados que iba a cazar, porque había en aquella isla puercos de
la tierra, que había venido una canoa grande allí, junto del pueblo, y que venía
de la punta de Cotoche. Y mandó Cortés a Andrés de Tapia y a otros dos
soldados que fuesen a ver qué cosa nueva era venir allí junto a nosotros indios
sin temor ninguno, con canoas grandes. Y luego fueron y desque lo indios que
venían en la canoa que traía al Aguilar vieron los españoles, tuvieron temor y
queríanse tornar a embarcar e hacer a lo largo con la canoa; y Aguilar les dijo
en su lengua que no tuviesen miedo, que eran sus hermanos. Y el Andrés de
Tapia, como los vio que eran indios, porque Aguilar ni más ni menos era que
indio, luego envió a decir a Cortés con un español que siete indios de Cozumel
son los que allí llegaron en la canoa. Y después que hobieron saltado en tierra,
el español, mal mascado y peor pronunciado, dijo: “Dios y Santamaría e
Sevilla.” Y luego le fue abrazar el Tapia; y otro soldado de los que habían ido
con el Tapia a ver qué cosa era fue a mucha priesa a demandar albricias a
Cortés cómo era español el que venía en la canoa, de que todos nos
alegramos. Y luego se vino el Tapia con el español adonde estaba Cortés, y
antes que llegasen ciertos soldados preguntaban al Tapia: “¿Qués del
español?”, e aunque iban junto con él, porque le tenían por indio propio,
porque de suyo era moreno y tresquilado a manera de indio esclavo, y traía un
remo al hombro, una cotara vieja calzada y la otra atada en la cintura, y una
manta vieja muy ruin, e un braguero peor, con que cubría sus vergüenzas, y
traía atada en la manta un vulto que eran Horas muy viejas. Pues desque
Cortés los vio de aquella manera también picó, como los demás soldados, que
preguntó al Tapia que qué era del español; y el español como le entendió, se
puso en cuclillas, como hacen los indios, e dijo: “Yo soy”. Y luego le mandó dar
de vestir camisa y jubón y zaragüelles y caperuza y alpargatos, que otros
vestidos no había, y le preguntó de su vida, y cómo se llamaba, y cuándo vino
a aquella tierra. Y el dijo, aunque no bien pronunciado, que se decía Jerónimo
de Aguilar, y que era natural de Écija, y que tenía órdenes de Evangelio; que
había ocho años que se había perdido él y otros quince hombres y dos mujeres
que iban desde el Darién a la isla de Santo Domingo, cuando hobo unas

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diferencias y pleitos de un Enciso y Valdivia, y dijo que llevaban diez mil pesos
de oro y los procesos de los unos contra los otros, y que el navío en que iban
dio en los Alacranes, que no pudo navegar, y que en el batel del mismo navío
se metieron él y sus dos compañeros y dos mujeres, creyendo tornar la isla de
Cuba o a Jamaica, y que las corrientes eran muy grandes, que les echó en
aquella tierra, y que los calachiones de aquella comarca los repartieron entre
sí, e que habían sacrificado a los ídolos muchos de sus compañeros, y dellos
se habían muerto de dolencia, y las mujeres que poco tiempo pasado había
que de trabajo también se murieron, porque las hacían moler; e que a él que
tenían para sacrificar, y una noche se huyó y se fue aquel cacique con quien
estaba; ya no se me acuerda el nombre, que allí le nombró, y que no habían
quedado de todos sino él e un Gonzalo Guerrero. Y dijo que le fue a llamar y no
quiso venir, y dio muchas gracias a Dios por todo.

Y le dijo Cortés que dél sería bien mirado y gratificado, y le preguntó por la
tierra y pueblos. Y el Aguilar dijo que, como le tenían esclavo, que no sabía
sino de servir de traer leña y agua y en cavar los maizales, que no había salido
sino hasta cuatro leguas, que le llevaron con una carga, y que no la pudo
llevar y cayó malo dello; e que ha entendido que hay muchos pueblos. Y luego
le preguntó por el Gonzalo Guerrero. Y dijo que estaba casado y tenía tres
hijos, e que tenía labrada la cara y horadadas las orejas y el bozo de abajo, y
que era hombre de la mar, de Palos, y que los indios le tienen por esforzado; e
que había poco más e un año cuando vinieron a la punta de Cotoche un
capitán con tres navíos (parece ser que fueron cuando venimos los de
Francisco Hernández de Córdoba) que él fue inventor que nos diesen la guerra
que nos dieron, e que vino él allí juntamente con un cacique de un gran
pueblo, según he dicho ya en lo de Francisco Hernández de Córdoba. Y
después que Cortes lo oyó, dijo: “En verdad que le querría haber a las manos,
porque jamás será bueno”.

Y dejallo he y diré cómo los caciques de Cozumel, desque vieron al Aguilar


que hablaba su lengua, le daban muy bien de comer, y el Aguilar les
aconsejaba que siempre tuviesen acato y reverencia a la santa imagen de
Nuestra Señora y a la cruz, y que conoscerían que por ello les venía mucho
bien, y los caciques, por consejo de Aguilar, demandaron una carta de favor a
Cortés para que si viniesen aquel puerto otros españoles, que fuesen bien
tratados y no les hiciesen agravios: la cual carta se la dio, y después de
despedidos con muchos halagos y ofrescimientos, nos hicimos a la vela para el
río de Grijalba. Y desta manera que he dicho se hubo Aguilar, y no de otra,
como lo escribe el coronista Gómara, y no me maravillo, pues lo que dice es
por nuevas. Y volvamos a nuestra relación.

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Francisco López de Gómara

Historia de la conquista de México. Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1979.

CAPÍTULO XI

Que los de acuzamil dieron nuevas a Cortés de Jerónimo de Aguilar

Como Cortés vio que estaban asegurados de su venida, y muy domésticos


y serviciales, acordó de quitarles los ídolos, y darles la cruz de Jesucristo
nuestro Señor, y la imagen de su gloriosa Madre y virgen santa María; y para
esto hablóles un día por la lengua que llevaba, la cual era un Melchor que
llevara Francisco Hernández de Córdoba. Mas como era pescador, era rudo, o
más de veras simple, y parecía que no sabía hablar ni responder. Todavía les
dijo que les quería dar mejor ley y Dios de los que tenían. Respondieron que
mucho enhorabuena. Y así los llamó al templo, hizo decir misa, quebró los
dioses, y puso cruces e imágenes de nuestra Señora, lo cual adoraron con
devoción; y mientras allí estuvo no sacrificaron como solían.

No se hartaban de mirar aquellos isleños nuestros caballos ni naos; y así,


nunca paraban, sino ir y venir; y aun tanto se maravillaron de las barbas y
color de los nuestros, que llegaban a tentarlos, y hacían señas con las manos
hacia Yucatán, que estaban allá cinco o seis hombres barbudos, muchos soles
había. Fernando Cortés, considerando cuánto le importaría tener buen faraute
para entender y ser entendido, rogó al calachuni le diese alguno que llevase
una carta a los barbudos que decían. Mas él no halló quien quisiese ir allá con
semejante recado, de miedo del que los tenía, que era gran señor y cruel; y
tal, que sabiendo la embajada, mandaría matar y comer al que la llevase.
Viendo esto Cortés, halagó tres isleños que andaban muy serviciales en su
posada. Dióles algunas cosillas, y rogóles que fuesen con la carta. Los indios
se excusaron mucho de ello, que tenían por cierto que los matarían. Mas en
fin, tanto pudieron ruegos y dádivas, que prometieron de ir. Y así, escribió
luego una carta que en suma decía: “Nobles señores: yo partí de Cuba con
once navíos de armada y con quinientos y cincuenta españoles, y llegué aquí a
Acuzamil, de donde os escribo esta carta. Los de esta isla me han certificado
que hay en esa tierra cinco o seis hombres barbudos y en todo a nosotros muy
semejables. No me saben dar ni decir otras señas; mas por éstas conjeturo y
tengo por cierto que sois españoles. Yo y estos hidalgos que conmigo vienen a
descubrir y poblar estas tierras, os rogamos mucho que dentro de seis días
que recibiéredes ésta, os vengáis para nosotros, sin poner otra dilación ni
excusa. Si viniéredes todos, conoceremos y gratificaremos la buena obra que

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de vosotros recibirá esta armada. Un bergantín envío para en que vengáis, y
dos naos para seguridad. –Fernando Cortés”.

Escrita ya la carta, hallóse otro inconveniente para que no la llevasen; y


era, que no sabían cómo llevarla encubiertamente para no ser vistos ni
barruntados por espías, de que los indios temían. Entonces Cortés acordóse
que iría bien, envuelta en los cabellos de uno; y así, tomó al que parecía más
avisado y para más que los otros, y atole la carta entre los cabellos, que de
costumbre los traen largos, a la manera que se los atan ellos en la guerra o
fiestas, que es como trenzado a la frente. Del bergantín en que fueron estos
indios iba capitán Juan de Escalante; de las naves Diego de Ordaz, con
cincuenta hombres para si menester fuese. Fueron estos navíos, y Escalante
echó los indios en tierra en la parte que le dijeron. Esperaron ocho días,
aunque les avisaron que no los esperarían sino seis, y como tardaban,
cuidaron que los habrían muerto o cautivado, y tornáronse a Acuzamil sin
ellos; de que mucho pesó a todos los españoles, en especial a Cortés,
creyendo que no era verdad aquello de los de las barbas, y que tendrían falta
de lengua. Entre tanto que todas estas cosas pasaban, se repararon los navíos
del daño que habían recibido con el temporal pasado, y se pusieron a pique; y
así, se partió la flota en llegando el bergantín y las dos naos.

Capítulo XII: Venida de Jerónimo de Águilar a Fernando Cortés

Mucho les pesaba, a lo que mostraron, la partida de los cristianos a los


isleños, especial al calachuni; y cierto a ellos se les hizo buen tratamiento y
amistad. De Acuzamil fue la flota a tomar la costa de Yucatán, a do es la punta
de las Mujeres, con buen tiempo, y surgió allí Cortés para ver la disposición de
la tierra y la manera de la gente. Mas no le contentó. Otro día siguiente, que
fue Carnestolendas, oyeron misa en tierra, hablaron a los que vinieron a
verlos, y embarcados, quisieron doblar la punta para ir a Cotoche, y tentar qué
cosa era. Pero antes de que la doblasen, tiró la nao en que iba el capitán Pedro
de Alvarado, en señal de que corría peligro. Acudieron allá todos a ver qué
cosa era; y como Cortés entendió que era un agua que con dos bombas no
podían agotar, y que si no fuese tomando puerto, que no se podía remediar,
tornóse a Acuzamil con toda la armada. Los de la isla acudieron luego a la mar
muy alegres a saber qué querían o qué se habían olvidado; y los nuestros les
contaron su necesidad, y se desembarcaron, y remediaron el navío. El sábado
luego siguiente se embarcó la gente toda, salvo Fernando Cortés y otros
cincuenta. Revolvió entonces el tiempo con grande viento y contrario; y así, no
se partieron aquel día. Duró aquella noche la furia del aire; mas amansó con el
Sol, y quedó la mar para poder embarcar y navegar; pero por ser el primer
domingo de Cuaresma, acordaron de oír misa y comer primero. Estando Cortés
comiendo, le dijeron cómo atravesaba una canoa a la vela, de Yucatán para la

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isla, y que venía derecha hacia do las naves estaban surtas. Salió él a mirar
adonde iba; y como vio que se desviaba algo de la flota, dijo a Andrés de Tapia
que fuese con algunos compañeros a ella, orilla del agua, encubiertos, hasta
ver si salían los hombres a tierra; y si saliesen, que se los trajesen. La canoa
tomó tierra tras una punta o abrigo, y salieron de ella cuatro hombres
desnudos en carnes, sino era sus vergüenzas, los cabellos trenzados y
enroscados sobre la frente como mujeres, y con muchas flechas y arcos en las
manos; tres de los cuales hubieron miedo cuando vieron cerca de sí a los
españoles, que habían arremetido a ellos para tomarlos, las espadas sacadas;
y querían huir a la canoa. El otro se adelantó, hablando a sus compañeros en
lengua que los españoles no entendieron, que no huyesen ni temiesen; y dijo
luego en castellano: “Señores, ¿sois cristianos?”. Respondieron que sí y que
eran españoles. Alegróse tanto con tal respuesta, que lloró de placer. Preguntó
si era miércoles, porque tenía unas horas en que rezaba cada día. Rogóles que
diesen gracias a Dios; y él hincóse de rodillas en el suelo, alzó las manos y
ojos al cielo, y con muchas lágrimas hizo oración a Dios, dándole gracias
infinitas por la merced que le hacía en sacarlo de entre infieles y hombres
infernales, y ponerle entre cristianos y hombres de su nación. Andrés de Tapia
se allegó a él y le ayudó a levantar, y le abrazó, y lo mismo hicieron los otros
españoles. Él dijo a los tres indios que le siguiesen, y vínose con aquellos
españoles hablando y preguntando cosas hasta donde Cortés estaba; el cual le
recibió muy bien, y le hizo vestir luego y dar lo que hubo menester; y con
placer de tenerle en su poder, le preguntó su desdicha y cómo se llamaba. Él
respondió alegremente delante de todos: “Señor, yo me llamo Jerónimo de
Aguilar, y soy de Ecija, y perdíme de esta manera: Que estando en la guerra
del Darién, y en las pasiones y desventuras de Diego de Nicuesa y Vasco
Núñez Balboa, acompañé a Valdivia, que vino en una pequeña carabela a
Santo Domingo, a dar cuenta de lo que allí pasaba, al almirante y gobernador,
y por gente y vitualla y a traer veinte mil ducados del rey, el año de 1511, y ya
que llegamos a Jamaica se perdió la carabela en los bajos que llaman de las
Víboras, y con dificultad entramos en el batel hasta veinte hombres, sin vela,
sin agua, sin pan y con ruin aparejo de remos; y así anduvimos trece o catorce
días y al cabo echónos la corriente, que allí es muy grande y recia, y siempre
va tras el Sol a esta tierra, a una provincia que dicen Maya. En el camino se
murieron de hambre siete, y aun creo que ocho. A Valdivia y otros cuatro
sacrificó a sus ídolos un malvado cacique, a cuyo poder venimos, y después se
los comió, haciendo fiesta y plato de ellos a otros indios. Yo y otros seis
quedamos en caponera a engordar para otro banquete y ofrenda; y por huir de
tan abominable muerte, rompimos la prisión y echamos a huir por unos
montes; y quiso Dios que topamos con otro cacique enemigo de aquél, y
hombre humano, que se dice Aquincuz, señor de Xamanzana; el cual nos
amparó y dejó las vidas con servidumbre, y no tardó a morirse. Después acá
he yo estado con Taxmar, que le sucedió. Poco a poco se murieron los otros
cinco españoles nuestros compañeros, y no hay sino yo y un Gonzalo
Guerrero, marinero, que está con Nachancán, señor de Chetemal, el cual se
casó con una rica señora de aquella tierra, en quien tiene hijos, y es capitán

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de Nachancán, y muy estimado por las victorias que le gana en las guerras
que tiene con sus comarcanos. Yo le envié la carta de vuestra merced, y a
rogar que se viniese, pues había tan buena coyuntura y aparejo. Mas él no
quiso, creo que de vergüenza, por tener horadadas las narices, picadas las
orejas, pintado el rostro y manos a fuer de aquella tierra y gente, o por vicio
de la mujer y amor de los hijos”.

Gran temor y admiración puso en los oyentes este cuento de Jerónimo de


Aguilar, con decir que allí en aquella tierra comían y sacrificaban hombres, y
por la desventura que él y sus compañeros habían pasado; pero daban gracias
a Dios por verle libre de gente tan inhumana y bárbara, y por tenerle por
faraute cierto y verdadero. Y certísimo les pareció milagro haber hecho agua la
nao de Alvarado, para que con aquella necesidad tornasen a la isla, donde,
sobreviniendo contrario viento, fuesen constreñidos a estar hasta que este
Aguilar viniese; que sin duda él fue la lengua y medio para hablar, entender y
tener cierta noticia de la tierra por do entró y fue Fernando Cortés. Y por tanto,
he yo querido ser tan largo en contar de la manera que se hubo, como punto
notable de esta historia. No dejaré de decir cómo enloqueció su madre de
Jerónimo de Aguilar, cuando oyó que su hijo estaba cautivo en poder de gente
que comían hombres; y siempre de allí adelante daba voces en viendo carne
asada o espetada, gritando: “¡Desventurada de mí! éste es mi hijo y mi bien”.

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