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convenía al real servicio de Vuestra Majestad y a nuestra seguridad, que aquel
señor estuviese en mi poder y no en toda su libertad, para que no mudase el
propósito y voluntad que mostraba en servir a Vuestra Majestad".
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Bernal Díaz del Castillo
Y díjoles Cortés que luego los fuesen a llamar con cartas que en su lengua
llaman amales: y dio a los caciques y a los indios que fueron con las cartas
camisas, y los halagó y les dijo que cuando volviesen les daría más cuentas. Y
el cacique dijo a Cortés que enviase rescate para los amos con quien estaban
que los tenían como esclavos, por que los dejasen venir, y ansí se hizo, que se
les dio a los mensajeros de todo género de cuentas. Y luego mandó apercebir
dos navíos, los de menos porte, que el uno era poco mayor que bergantín, y
con veinte ballesteros y escopeteros, y por capitán dellos a Diego de Ordaz, y
mandó que estuviese en la costa de la punta de Cotoche aguardando ocho
días con el navío mayor, y entretanto que iban y venían con la respuesta de
las cartas, con el navío pequeño volviesen a dar la respuesta a Cortés de lo
que hacían, porque está aquella tierra de la punta de Cotoche obra de cuatro
leguas, y se paresce la una tierra desde la otra.
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de Aguilar, que entonces supimos que ansí se llamaba, y de aquí adelante ansí
le nombraré, y desque las hobo leído y rescebido el rescate de las cuentas que
le enviamos, él se holgó con ello y lo llevó a su amo el cacique para que le
diese licencia, la cual luego se le dio para que se fuese a donde quisiese.
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Estatua de Gonzalo Guerrero en Yucatán
Y desquel Jerónimo de Aguilar vido que no quería venir, se vino luego con
los dos indios mensajeros adonde había estado el navío aguardándole, y
desque llegó no le halló, que ya era ido, porque se habían pasado los ocho
días y aun uno más que llevó de plazo el Ordaz para que aguardase; porque
desquel Aguilar no venía se volvió a Cozumel sin llevar recaudo a lo que había
venido. Y desquel Aguilar vio que no estaba allí el navío, quedó muy triste y se
volvió a su amo, al pueblo donde antes solía vivir. Y dejaré esto y diré [que]
cuando Cortés vio volver al Ordaz sin recaudo ni nueva de los españoles ni de
los indios mensajeros, estaba tan enojado y dijo con palabras soberbias al
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Ordaz que había creído que otro mejor recaudo trujera que no venirse así sin
los españoles ni nuevas dellos, porque ciertamente estaban en aquella tierra.
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diferencias y pleitos de un Enciso y Valdivia, y dijo que llevaban diez mil pesos
de oro y los procesos de los unos contra los otros, y que el navío en que iban
dio en los Alacranes, que no pudo navegar, y que en el batel del mismo navío
se metieron él y sus dos compañeros y dos mujeres, creyendo tornar la isla de
Cuba o a Jamaica, y que las corrientes eran muy grandes, que les echó en
aquella tierra, y que los calachiones de aquella comarca los repartieron entre
sí, e que habían sacrificado a los ídolos muchos de sus compañeros, y dellos
se habían muerto de dolencia, y las mujeres que poco tiempo pasado había
que de trabajo también se murieron, porque las hacían moler; e que a él que
tenían para sacrificar, y una noche se huyó y se fue aquel cacique con quien
estaba; ya no se me acuerda el nombre, que allí le nombró, y que no habían
quedado de todos sino él e un Gonzalo Guerrero. Y dijo que le fue a llamar y no
quiso venir, y dio muchas gracias a Dios por todo.
Y le dijo Cortés que dél sería bien mirado y gratificado, y le preguntó por la
tierra y pueblos. Y el Aguilar dijo que, como le tenían esclavo, que no sabía
sino de servir de traer leña y agua y en cavar los maizales, que no había salido
sino hasta cuatro leguas, que le llevaron con una carga, y que no la pudo
llevar y cayó malo dello; e que ha entendido que hay muchos pueblos. Y luego
le preguntó por el Gonzalo Guerrero. Y dijo que estaba casado y tenía tres
hijos, e que tenía labrada la cara y horadadas las orejas y el bozo de abajo, y
que era hombre de la mar, de Palos, y que los indios le tienen por esforzado; e
que había poco más e un año cuando vinieron a la punta de Cotoche un
capitán con tres navíos (parece ser que fueron cuando venimos los de
Francisco Hernández de Córdoba) que él fue inventor que nos diesen la guerra
que nos dieron, e que vino él allí juntamente con un cacique de un gran
pueblo, según he dicho ya en lo de Francisco Hernández de Córdoba. Y
después que Cortes lo oyó, dijo: “En verdad que le querría haber a las manos,
porque jamás será bueno”.
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Francisco López de Gómara
CAPÍTULO XI
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de vosotros recibirá esta armada. Un bergantín envío para en que vengáis, y
dos naos para seguridad. –Fernando Cortés”.
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isla, y que venía derecha hacia do las naves estaban surtas. Salió él a mirar
adonde iba; y como vio que se desviaba algo de la flota, dijo a Andrés de Tapia
que fuese con algunos compañeros a ella, orilla del agua, encubiertos, hasta
ver si salían los hombres a tierra; y si saliesen, que se los trajesen. La canoa
tomó tierra tras una punta o abrigo, y salieron de ella cuatro hombres
desnudos en carnes, sino era sus vergüenzas, los cabellos trenzados y
enroscados sobre la frente como mujeres, y con muchas flechas y arcos en las
manos; tres de los cuales hubieron miedo cuando vieron cerca de sí a los
españoles, que habían arremetido a ellos para tomarlos, las espadas sacadas;
y querían huir a la canoa. El otro se adelantó, hablando a sus compañeros en
lengua que los españoles no entendieron, que no huyesen ni temiesen; y dijo
luego en castellano: “Señores, ¿sois cristianos?”. Respondieron que sí y que
eran españoles. Alegróse tanto con tal respuesta, que lloró de placer. Preguntó
si era miércoles, porque tenía unas horas en que rezaba cada día. Rogóles que
diesen gracias a Dios; y él hincóse de rodillas en el suelo, alzó las manos y
ojos al cielo, y con muchas lágrimas hizo oración a Dios, dándole gracias
infinitas por la merced que le hacía en sacarlo de entre infieles y hombres
infernales, y ponerle entre cristianos y hombres de su nación. Andrés de Tapia
se allegó a él y le ayudó a levantar, y le abrazó, y lo mismo hicieron los otros
españoles. Él dijo a los tres indios que le siguiesen, y vínose con aquellos
españoles hablando y preguntando cosas hasta donde Cortés estaba; el cual le
recibió muy bien, y le hizo vestir luego y dar lo que hubo menester; y con
placer de tenerle en su poder, le preguntó su desdicha y cómo se llamaba. Él
respondió alegremente delante de todos: “Señor, yo me llamo Jerónimo de
Aguilar, y soy de Ecija, y perdíme de esta manera: Que estando en la guerra
del Darién, y en las pasiones y desventuras de Diego de Nicuesa y Vasco
Núñez Balboa, acompañé a Valdivia, que vino en una pequeña carabela a
Santo Domingo, a dar cuenta de lo que allí pasaba, al almirante y gobernador,
y por gente y vitualla y a traer veinte mil ducados del rey, el año de 1511, y ya
que llegamos a Jamaica se perdió la carabela en los bajos que llaman de las
Víboras, y con dificultad entramos en el batel hasta veinte hombres, sin vela,
sin agua, sin pan y con ruin aparejo de remos; y así anduvimos trece o catorce
días y al cabo echónos la corriente, que allí es muy grande y recia, y siempre
va tras el Sol a esta tierra, a una provincia que dicen Maya. En el camino se
murieron de hambre siete, y aun creo que ocho. A Valdivia y otros cuatro
sacrificó a sus ídolos un malvado cacique, a cuyo poder venimos, y después se
los comió, haciendo fiesta y plato de ellos a otros indios. Yo y otros seis
quedamos en caponera a engordar para otro banquete y ofrenda; y por huir de
tan abominable muerte, rompimos la prisión y echamos a huir por unos
montes; y quiso Dios que topamos con otro cacique enemigo de aquél, y
hombre humano, que se dice Aquincuz, señor de Xamanzana; el cual nos
amparó y dejó las vidas con servidumbre, y no tardó a morirse. Después acá
he yo estado con Taxmar, que le sucedió. Poco a poco se murieron los otros
cinco españoles nuestros compañeros, y no hay sino yo y un Gonzalo
Guerrero, marinero, que está con Nachancán, señor de Chetemal, el cual se
casó con una rica señora de aquella tierra, en quien tiene hijos, y es capitán
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de Nachancán, y muy estimado por las victorias que le gana en las guerras
que tiene con sus comarcanos. Yo le envié la carta de vuestra merced, y a
rogar que se viniese, pues había tan buena coyuntura y aparejo. Mas él no
quiso, creo que de vergüenza, por tener horadadas las narices, picadas las
orejas, pintado el rostro y manos a fuer de aquella tierra y gente, o por vicio
de la mujer y amor de los hijos”.
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