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Pontificia Universidad Javeriana

Facultad de Filosofía
Preseminario Descartes
Profesora Anna María Brigante
21 de febrero de 2018

MEDIDAS DE EMERGENCIA: LA “MORAL PROVISIONAL” DE


DESCARTES

Descartes, en la “Tercera parte” de su Discurso del método, realiza una aproximación


a lo que podría llamarse su “moral provisional”, que pretende delimitar, mientras se encuentra
en el camino de buscar la verdad a través de su método, la forma en la que podrá actuar y
emitir juicios, que así no sean verdaderos, al menos disten de caer en falsedad. Propone, bien
lo dice, tres o cuatro máximas que guían tal moral.

La primera máxima corresponde a “obedecer las leyes y costumbres de mi país,


conservando la religión en la cual Dios me ha concedido la gracia de ser instruido desde la
infancia (…) rigiéndome por las opiniones más moderadas y más alejadas de todo extremo”
(Descartes, AT, VI, 23). En la segunda, propone “ser lo más firme y decidido que pudiera en
mis acciones y que no debía seguir las opiniones más dudosas” (AT, VI, 24). La tercera
“aconsejaba que debía intentar siempre vencerme a mí mismo antes que a la fortuna y
modificar mis deseos antes que el orden del mundo” (AT, VI, 25). Finalmente, hace una
consideración, de nuevo como en la primera parte, sobre las “ocupaciones que los hombres
tienen en esta vida con el fin de intentar escoger mejor” (AT, VI, 27). En esta última parte,
opta, pues, por continuar su ejercicio antes dispuesto, el de, lo dice Descartes, “emplear toda
mi vida en cultivar mi razón y avanzar tanto como pudiese en el conocimiento de la verdad”
(AT, VI, 27).
Con estas reglas definidas, Descartes “soluciona” el problema que surge al proponer
su método para llegar a la verdad que, se entiende, tardará un tiempo. Ahora, también se está
preguntando y está poniendo en cuestión el hecho de la acción, y las acciones, del filósofo,
del pensador. Se admite, pues, que, si bien el filósofo decide optar por la búsqueda del
conocimiento verdadero a toda costa y como propósito vital, esto no lo desentiende de vivir
la vida corriente, de andar y actuar en un mundo que sigue avanzando y que, sobre todo,
sigue exigiéndole respuestas concretas y acciones puntuales. Esta “moral provisional”
implica entonces tomar posición frente a la vida en términos prácticos, no si descuidar el fin
último, que, en Descartes, vendría siendo el conocimiento de la verdad a través de su método.

Estas implicaciones de la moral provisional habría que reconocerlas en un examen un


poco más detallado de cada una de las máximas.

En la primera máxima se tendría que pensar el contexto en el que se habla de “país”


para Descartes, puesto que él, viviendo en constante viaje, cambia de suelo en distintas
naciones y esto implica, pues, un cambio, tal vez no tan radical pero significativo de
costumbres y leyes. Menciona también la religión, aunque no la desarrolla del todo, y,
finalmente, opta por “regirme en cualquier otra cuestión por las opiniones más moderadas”
(AT, VI, 23). Descartes propone pues una no radicalización de las opiniones, pues en ésta, a
mi parecer, es más probable caer en error.

La segunda máxima, por su parte, asume una posición de ser firme con las acciones,
es decir, procurar seguir un solo camino, como el ejemplo del viajero, y no cambiar el curso
de sus acciones. En cuanto a las opiniones, reconoce que no es posible distinguir las opiniones
verdaderas, así que habría que optar por las más probables (AT, VI, 25).

En este punto es clave mencionar que la acción no se opone, ni se aleja de las


opiniones o de los juicios. Simplemente, se dispone a obrar con la mayor mesura posible, no
dando por sentado ninguna opinión ni acción como válida o verdadera, sino optando por las
que, al parecer de la “luz inicial de la razón” que nos es dada al nacer, nos dicta. En ese
sentido, Descartes se libra de posibles “arrepentimientos y remordimientos” (AT, VI, 25),
pues entiende que todas las acciones, así luego las consideremos como malas, en su momento
no había consciencia de ello.
Finalmente, para la tercera máxima, corresponde pensar que lo único que está
enteramente a nuestro poder son los pensamientos (AT, VI, 25). En ese sentido, sí nos
disponemos a tomar las decisiones y a actuar en la medida que nuestro pensamiento nos dicte,
sólo podemos pensar que aquello que no resulta tan bien, no merece nuestra preocupación
pues simplemente nos sobrepasa el control que tenemos.

Sobre este punto, sí podría pensarse una relación con la religión cristiana y el papel
que juegan los acontecimientos que no controlamos, frente a la imposibilidad del hombre por
obrar frente a ellos. Es otra forma entonces de quitarse el peso de la culpa por posibles
decisiones y situaciones que decidamos, ya que, se entiende de antemano, que no todo está
controlado por nuestro poder y que, si actuamos conforme creemos nuestra razón nos mueve,
no habrá por qué sentir remordimiento alguno.

Bibliografía:
Descartes, René (1981). Discurso del método. (Trad. Guillermo Quintás). Madrid: Alfaguara.

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