ISBN 0-8297-0517-1

COMO VIVIR
COMO UN
HIJO DEL REY

Por Harold Hill

e Irene Burk Harrell

Versión castellana: Antonio Valencia J.

Editorial Vida
 Dedicado con apreciado reconocimiento a:
mi esposa a quien Dios usó para relacionarme
Con Alcohólicos Anónimos; a Alcohólicos Anó-
nimos, por presentarme a Dios; a mi pastor,
Peter Vroom, fiel ministro, para quien una
dificultad es una gran aventura en Jesús.

ISBN 0-8297-0517-1

Categoría: Devocionales/Inspiradores

Este libro fue publicado originalmente en inglés con el título

de How to Live Ldke a King'a Kid por Logos International
• by Logos International 1974

Edición en idioma español

• EDITORIAL VIDA 1975
Miami, Florida 33167

Nueva edición 1981

Reimpresión 1986

Reservados todos los derechos

Dnbierta diseñada por David Bonilla

 índice

Prefacio 9
Prólogo 11
Introducción 15
1. Cómo vive un hijo del Rey 21
2. Cómo triunfar en todo 29
3. Cómo dejar de embriagarse 33
4. Cómo salir de un pantano 37
5. Cómo empezar de nuevo 43
6. Cómo dejar los juegos de azar 47
7. Cómo obtener más por su dinero 49
8. Cómo librarse de una espalda
adolorida 57
9. Cómo fracasar al testificar 63
10. Cómo saber la verdad acerca de los
bautismos 67
11. Cómo ser bautizado en el Espíritu
Santo 7f
12» Cómo testificar con eficacia 77
13. Cómo encontrar el día perdido 85
M. Cómo orar sin cesar. Cómo domar
tu lengua fí
15 Cómo sentir éxtasis en medio del
tráfico 1#
16. Cómo dejar de fumar 111
17. Cómo ministrar sanidad lif
18. Cómo estorbar la sanidad 125
19. Cómo evitar accidentes automovilísticos,
tornados, bombas incendiarias y lluvias
de cohetes 133
20. Cómo alabar a Dios por fallas en el auto.
Prefacio
Cómo evitar pleitos , 143^
21. Cómo volar a través de la niebla; cómo
conseguir un predicador perfecto; cómo
construir un refugio antibomba infalible 15?
"Señor, ¿es realmente tu intención que tu
22. Cómo conseguir que toda su. familia sea pueblo viva en un estado de victoria conti-
salva y sana 165
nua en medio de la adversidad?" Esta fue
23. Cómo reparar maquinaria costosa la pregunta que yo le hice a Dios hace cerca
rápidamente 175 de veinte años atrás, inmediatamente des-
24. Cómo ganar argumentos a intelectuales 185 pués de encontrarme con Jesucristo como mi
U5. Cómo sanar por substitución 191 Salvador, Bautizador y Sanador.
26. Cómo llegar a ser poseído por demonios. Su respuesta a través de las páginas del
Cómo librarse de demonios 197 Manual del fabricante, la Santa Biblia, es
un enfático sí.
27. Cómo perdonar 207
"¿Cómo es entonces que tan pocos viven
victoriosamente?", le pregunté.
Recibí su respuesta con claridad por me-
dio de tales pasajes como: 1 Corintios 2:14:
"El hombre natural no percibe las cosas que
son del Espíritu de Dios, porque para él son
locura", Isaías 1:5: "Toda cabeza está en-
ferma", y Colosenses 2:8: "Mirad que na-
die os engañe por medio de filosofías", lo
que significa: "Cuídate de filósofos, bur-
ladores, escépticos, incrédulos, polemistas,
murmuradores, y especialmente aquellos
áridos y deprimidos dispensacionalistas,
quienes por medio de evasivas dudosas y
componendas tratan de desconocer los mila-
gros de Dios para el día de hoy." Prólogo
Estos pasajes bíblicos hablaron con
fuerza y claridad, y comprendí que el impe-
dimento principal para la vida victoriosa es
la Parálisis del análisis causada por el ave-
riado computador que cabalga montado so- Toda mi vida he estado admirado de que,
bre nuestros hombres, la mente racional del en sus enseñanzas, Jesús obtuvo muchas de
sentido común, el cerebro educado. sus ilustraciones de la vida diaria de los se-
Así como Dios habla en palabras de la res humanos y de sus actividades. A los pes-
más grande sabiduría, "Venid a mí y hallad cadores, les dijo: "Os haré pescadores de
descanso para vuestras almas", el cerebro hombres." Al panadero: "El reino de los cie-
educado dice: "No quiero y yo haré lo que se los es semejante a la levadura." Al jardine-
me antoje aunque me mate." Y así será. ro: "El reino de los cielos es semejante al
grano de mostaza."
Sin embargo, en los tiempos modernos,
muchos de nuestros jóvenes de la ciudad no
comprenden el lenguaje de los campesinos.
En una ocasión escuché de que un mucha-
cho de una gran ciudad que visitaba una ha-
cienda por primera vez en su vida, al ?gr a
uno que ordeñaba una vaca le pregunto muchos. Lo recomiendo especialmente a
mientras señalaba el recipiente: "¿Y qué ¡aquellos qué se quejan de que las cosas del
hace con eso?" Cuando se le dijo que la vaca Espíritu son para ellos locura. Aquí descu-
les estaba supliendo de leche, él declaró con brirán el testimonio de un hombre nacido
mucha prontitud: "Nosotros no bebemos le- 4el Espíritu, una historia brillantemente
che de vaca, solamente bebemos leche de la coloreada con la jerga de la ingeniería me-
lechería." En una oportunidad hice la si- cánica- Quiera Dios bendecir a cada perso-
guiente pregunta a una clase de Escueto na que lee este libro.
Dominical: "¿Qué es lo que queremos decir
cuando cantamos 'Trayendo las Gavillas'?" David J. du Plessis
Nadie había visto jamás una gavilla de tri-
go, de modo que nadie supo cuál era el sig-
nificado del himno.
Algunos años atrás, cuando apenas cono-
cía a mi buen amigo Harold Hill, el ingenie-
ro electricista, y escuché su testimonio, me
divertí mucho con su terminología de inge-
niero. Posteriormente yo la denominé su
'^teología de ingeniería" cuando descubrí
que su testimonio y enseñanza habían cau-
sado un gran impacto en un amigo mío que
Se sentía más a gusto en el campo de la me-
cánica que en el campo de la agricultura.
Me di cuenta de que el Señor continúa ha-
blando a través de sus siervos en el lenguaje
contemporáneo, y sentí el deseo de que
Harold escribiera su testimonio. Mi deseo se
ha cumplido ahora en el libro Cómo vivir
como un hijo del Rey.
'lÉUste. libro será una erran bendición Dará
 Introducción

Es un agradable privilegio el poder escri-

bir una palabra de Introducción a cualquier
libro escrito por Harold Hill.
Conocí a Hal unos pocos meses después de
que comenzara su peregrinaje espiritual, y
hemos tenido una íntima y gozosa amistad
en los años posteriores. Hal es un auténtico
testigo cristiano que no solamente dice:
"Está escrito", él también dice: "Me ha su-
cedido a mí."
El autor de este libro es dueño de una
profunda experiencia personal, porque Je-
sucristo es muyv personal para él, y ha
aprendido a ir directamente a Dios ppj^sí
mismo. Por otra parte, él ha sido Ubi
la errónea suposición de que la experiencia
personal es una licencia para la interpretar
ción particular de las Escrituras. Su fe ha
sido probada en el fuego de un profundó re-
lacionarse con las vidas de otros, tanto cris-
tianos como los que no lo son. El ha apren-
dido, a caminar en ese perfecto equilibrio
entre lo "universal" y lo "particular".
Como sucede con la mayoría de las perso-
nas que, espiritualmente hablando, están
perfectamente armonizadas, Hal Hill tiene
ojos para ver "un ángel parado sobre el
sol", esto es, decir que en el orden externo
es una señal visible del reino de los cielos.
Como consecuencia, él describe la vida del
Espíritu en términos de una mente entre-
nada en las ciencias naturales. La Biblia
llega a ser el Manual del fabricante, y la
unión vital con Jesús se expresa como el "es-
iar conectado a la fuente de poder".
La obediencia disciplinada a las leyes de
Dios en el mundo natural está relacionada
en forma innegable a la manifestación del
poder sobrenatural en la vida de Hal. El
cree en la realidad del cielo pero no está bus-
cando una escotilla de escape.
Harold Hill no pretende ser un teólogo
sistemático. El escribe desde su perspectiva
hombre de negocios contemporáneo
, hecho el descubrimiento de que la en-
carnación significó que Dios le amó a él y
pudo alcanzar hasta donde él estaba, para
tomarlo tal como estaba, y hacerlo lo que él
debiera ser — un hijo de Dios, "salvado por
gracia por medio de la fe".
Por medio de la unción del Espíritu San-
to, este libro será hecho comida y bebida al
lector que tiene hambre y sed de justicia. El
escritor no está diciendo que tiene que su-
ceder a cualquiera persona de la misma ma-
nera que le sucedió a él. Sin embargo, él está
diciendo: "Si Dios puede hacer esto por mí,
solamente el cielo sabe lo que él puede hacer
ípor cualquier otra persona."
Que las bendiciones de nuestro Señor re-
posen continuamente en el que escribe y en
aquellos que leen.
Tommy Tyson
Chapel Hill, Carolina del Norte
 COMO VIVIR
COMO UN HIJO DEL REY

es para ti
si deseas hacer tuya
la vida abundante
que Jesús vino a darte
 1
Cómo vive un hijo del Rey

Tres días antes de Navidad, viajaba en un

avión en el que regresaba de un trabajo realizado
en la estación rastreadora ubicada en la Isla
Coopers de las Bermudas. Habíamos volado has-
ta la zona de Nueva York y estábamos todavía
volando en círculo. Esto no tenía nada de extra-
ordinario. El tráfico aéreo sobre Nueva York es
generalmente bastante intenso, y a veces se ne-
cesitan diez o quince minutos para conseguir tur-
no de aterrizar. Pero en esta ocasión, ya había-
mos volado alrededor del aeropuerto por treinta
minutos y al final escuchamos la voz del coman-
dante que dijo, en términos que manifestaban
dudas: "Hay problemas en el tren de aterrizaje,
pero esperamos repararlo én unos pocos minutos."
Los pocos minutos pasaron, seguidos de otros
más desdes de lo cual volvimos a escuchar la voz
del comandante que nos dijo cómo debiéramos
afirmarnos Dará un aterrizaie sin ruedas.
 El avión debía llegar al aeropuerto y partí?
luego con destino a Londres. Yo sabía que llevá-
bamos todo el combustible necesario para el viaje
trasatlántico, y es ilegal eliminar combustible so-
bre el área de Nueva York. Ese tipo particular de
avión, a turbo hélice, casi siempre se incendia
cuando se arrastra sobre la pista, al aterrizar sin
ruedas. Estábamos encerrados en una bomba in-
cendiaria casi segura.
Mi primera reacción a esta noticia fue pensar:
"j Aleluya! j Este es día de graduación! Señor, haz
que sea pronto y fácil."
Sería rápido, por cierto, no había ninguna du- ;
da acerca de esto. Sería fatal de repente para to-
dos nosotros. Pero, ¿sentí tormento al respecto?
Absolutamente nada. En verdad experimenté un
sentido de anticipación. Esta sería una nueva ex-
periencia. Yo había estado gritando acerca de la
victoria que hay en la muerte por mucho tiempo,
y ahora estaba al borde de comprobarlo personal-
mente. ¡Alabado sea el Señor!
!••• Fue en esos momentos que el Espíritu Santo
me reprendió diciéndome: Hill, te estás compor-
tando tan egoísta y egocéntricamente como siem-
pre. ¿Qué diremos de los demás en él avión: los
paganos que no me conocen, esos sujetos que están
Uenos de toda esa falsificada alegría de Navidad
que se obtiene con la bebida? Piensa en ellos: la
condición en que se encuentran. La graduación no
léré para ellos una gran celebración.
"Lo siento, Señor", dije, y comencé a interce-
der. "Señor", dije en mi oración, "necesito saber
cómo debo orar: creo que necesito una^palabra de
ciencia." Por medio del don de la palabra de cien-;
da concedida por el Espíritu Santo, Dios puede
concedernos información en una forma sobrena-
tural. El siempre tiene a mano todos los fechos,
y él puede darnos aquellos que necesitamos cuan-
do oramos en el Espíritu y le pedimos a él por
los mismos. No siempre es necesaria la ciencia,
pero cuando es necesaria, el Espíritu nos la su-
plirá indefectiblemente.
Al orar en el Espíritu, orando en lenguas que
mi mente natural no podía comprender ni domi-
nar, me fue concedida una evidente y sobrenatu-
ral ciencia por medio de un cuadro tan claro como
una escena de televisión. Yo vi una radiografía de
todo el sistema de aterrizaje de ese avión: los im-
pulsores hidráulicos, los cilindros, las bombas, to-
do. Y vi lo que estaba fallando en el tren de ate-
rrizaje. Todo el aceite del sistema hidráulico se
había escurrido. Era evidente que las ruedas no
podían bajar: no existía líquido impulsor para
realizar la maniobra.
Aunque era muy interesante ver lo que estaba
fallando, todavía sería mejor el poderío reparar.
Y así fue que oré: "Señor, repáralo tú. Ten a bien
llenar de aceite ese sistema seco de moclo que. el
tren de aterrizaje pueda funcionar." Entonces,
mientras continuaba orando en el Espíritu, vi el
celestial fluido hidráulico, el santo aceite del Es-
píritu fluir a través de todo el sistema del avión.
Al ser Cenado, las ruedas bajaron cuando sola-
mente nos encontrábamos aproximadamente a
tres metros del suelo. Fue un aterrizaje perfecto,
en una pista cubierta de carros contra incendios,
ambulancias y cámaras cinematográficas. Todos
ellos seftebían preparado para el peor incendio
en la historia del aeropuerto Kennedy.
Al detenerse el avión, el comandante volvió
* fetÉHar personalmente a los pasajeros. Estaba
péliéo como un papel, su voz temblorosa.
"Señores", dijo él: "No tengo ni la más remota
idea de lo que sucedió." Si él me hubiese pregun-
tado, yo se lo podría haber dicho, pero no lo hizo,
sólo trató de explicarse a sí mismo mientras per-
manecía de pie moviendo su cabeza de lado a
lado con gesto de incredulidad. "Nuestros instru-
mentos revelaban que el fluido se había escurri-
do del mecanismo", dijo él, "de modo que no ha-
bía manera de conseguir que las ruedas bajaran,
no teníamos frenos, ni dirección..." Se detuvo
para tragar saliva, lo que hizo con dificultad.
"Era algo imposible, pero de todos modos las rue-
das bajaron en el momento preciso, y pude con-
trolar las hélices y detener el avión antes de cho-
Car'con el edificio de la administración."
Yo podía ver que estábamos estacionados fren-
te al edificio de la administración, donde no nos
correspondía estar, excepto que ese era el único
lugar donde no había aviones a nuestro paso. No
ocurrió ni el más mínimo daño en ninguna parto
de la nave, y Jesús lo había hecho todo. Todo lo
que él necesitó fue un intercesor que ya estaba
en una actitud de oración y alabanza. No habría
habido tiempo suficiente para alabar y confiar en
Dios si no hubiese estado en comunión con él. Y
Dios honró mi oración con un milagro. *
Me habría gustado ver la bitácora de la línea
aérea BOAC para ese día particular con el fin
de ver cómo registraron el incidente. No pudo ser
un asunto de hacer un informe usual escueto. Te-
nía que ser algo que tuviera visos d^extraordi-
nario, porque el Espíritu Santo había estado a
cargo de toda la situación.
* Ese mismo día, me encontré temporalmente
atascado en el aeropuerto. El avión que debía lle-
varme a Baltimore, en el cual yo había hecho re-
servaciones, no había aparecido, y yo deseaba lle-
gar a casa. Siendo la época de Navidad, había
millones de personas que deseaban movilizarse. Y
no existía ninguna razón humana para que mis
necesidades tuvieran prioridad sobre las de otros.
Pero Dios había acabado de demostrarme lo que
él podía hacer cuando yo confiaba en él, de modo
que, mientras esperaba, me regocijé orando: "Se-
ñor, si tú puedes librarme de una muerte segura
como lo hiciste, tú puedes ciertamente llevarme
hasta Baltimore sin ninguna dificultad."
Seguro de que Dios tenía algo en reserva para
mí, aunque no sabía el qué y el cómo, me dediqué
a consultar en todos los medios ordinarios. Llamé
a las empresas de transporte. Todas tenían sus
pasajes copados. Consulté con todas las líneas aé-
reas. No había ningún vuelo con cabida para mí.
Era inoficioso inscribirse en la lista de. espera, ya
que habían cientos de personas en ella.
Yo dije: "Señor, he hecho todo lo posible. He
agotado todos los medios. De modo que voy a de-
sistir de seguir buscando." Y entonces escuché sus
instrucciones. Me dijo que caminara hacia la puer-
ta de embarque. Esto es algo que ninguna per-
sona hace normalmente. Lo lógico es esperar
írente a la ventanilla de pasajes. Pero no iba a
discutir con el Señor. Dije: "Sí, Señor", y me en-
caminé hacia la puerta para comprobar lo que él
tenía para mí allí. Yo sabía que no tendría que
caminar hasta la puerta en vano.
Sucedió que, justamente frente a la puerta ha-
bía un avión con destino a Washington y con una
escala en Baltimore. Había mucha gente en la lis-
ta de espera. Yo lo sabía. No existía razón huma-
na para poder viajar en ese vuelo, por cierto,
pero permanecí allí alabando a Dios, realmente
regocijándome por la situación en que me encon-
traba. En medio de mi regocijo escuché que lla-
maban a un Fulano de Tal. Seguidamente dije-
ron: "Ultima llamada para Fulano de Tal." Era
hora de salida para el avión y no aparecía.
El portero no siguió el procedimiento regular
con el cual se permite que la primera persona en
la lista de espera tome el lugar de Fulano de Tal.
No había tiempo para eso. Sencillamente me miró
y me preguntó: "¿Desea usted ir a Baltimore?"
Yo le dije: "Sí, señor."
Me contestó: "Pase."
Subí a bordo, cerró la puerta, y partimos.
En el orden natural, los hechos de ese día no
podían haber sucedido así. Pero había sido un
hijo del Rey a bordo de ese avión a punto de ex-
plotar. Y más tarde, yo había sido un hijo del
Bey esperando en la puerta un vuelo con pasaje
¿ompleto. Y los hijos del Rey no tienen que que-
darse con el orden natural. Ellos no tienen que
quedarse con lo secundario. Los hijos del Rey tie-
nen un trato preferencial. Ellos pueden vivir co-
mo hijos del Rey, mientras mantienen sus ojos
fijos en el Rey.
Dios dice: Alábeme todo lo que respira. El ce-
rebro educado responde: "Espere que tome alien-
to", y nunca lo hace.
Dios dice: Lee mi Palabra, hazlo y toma nota
de los resultados. El cerebro educado dice: "Pero
¿qué de esto? ¿Qué pasa si... ? ¿Supongamos que
estoy» aquello?" y es solamente un oidor y no un
hacedor. El cerebro educado nos hace personas de
doble ánimo como en Santiago 1:8, esquizofréni-
cos, y dudosos de una victoria que es segura.
Dios dice: "Si no os volvéis como niños", el ce-
rebro educado responde burlonamente: "¡Simpli-
ficación exagerada!"
Dios dice: "Probadme ahora", y el cerebro edu-
cado pide tregua diciendo: "Permítame compro-
bar esto primeramente para ver si se ajusta a mi
teología."
Este principio de cerebro educado se destaca
en los Hechos 4:13 donde después de ver a los
discípulos ministrando carismáticamente con las
señales que seguían, los cerebros educados idio-
tas del mundo religioso se sintieron intrigados
porque ninguno entre los hijos del Rey tenía su
doctorado.
Y del mismo modo, aun ahora, a medida que
lee el capítulo primero de este libro, puede detec-
tar en sí mismo la tendencia a preguntar: "¿Por
qué el piloto del BOAC no voló hacia el mar y eli-
minó todo el exceso de combustible para salva-
guardar las vidas de todos los pasajeros?"
A lo cual un hijo del Rey responde: "¿Por qué
no preguntarle al piloto?"
Un hijo del Rey es un reportero, no uno que
explica detalles. Este libro es un reportaje de al-
gunas de las cosas extraordinarias que suceden
cuando un hijo del Rey sigue las instrucciones del
Manual de fabricante, en lugar de estarle hacien-
do la venia a su cerebro educado.
 2
Cómo triunfar en todo

No siempre supe lo que involucra el ser un hijo

del Rey. Aunque tuve una madre cristiana, crecí
no creyendo en Dios y toda mi fe estaba en mi
propio intelecto. Yo no conocía la verdad de Isaías
1:5: "Toda cabeza está enferma", hasta que mi
propia cabeza me lo demostró cuando tenía cua-
renta y ocho años de edad.
No debo haber tenido más de diez años cuando
leí un libro sobre los principios físicos de la elec-
tricidad. Mientras lo leía me sentía fascinado. Yo
me di cuenta que el trabajo de mi vida estaría en
ese campo. Y así fue que decidí ser ingeniero, y
tracé un plan de acción para mi vida que invo-
lucraba varias metas bien definidas. En primer
lugar, no sería un ingeniero común y corriente.
Sería un ingeniero jefe. Ganaría cientos de dó-
lares a la semana; esa cantidad era fabulosa en
aquellos días. Viajaría por todas partes, tendría
 •á familia, tendría éxito, y por cierto
Ifcue alcanzaría la felicidad completa.
Al comienzo, todo resultó a las mil maravillas.
Terminé mi educación secundaria cuando tenía
catorce años; no era un genio pero tenía deseos
de terminar luego. Yo sabía lo que quería y así
pude saltarme algunos cursos en la escuela. Yo no
podía esperar a aquellos muchachos lentos de in-
teligencia, como yo les llamaba, que todavía no
sabían si iban a ser bomberos, policías o barren-
deros. Yo estaba listo para triunfar en la vida,
hacerme millonario y ser feliz.
Alcancé mi primera meta, ser ingeniero jefe, a
la edad de veintiocho años. A los treinta y dos fui
ascendido a vicepresidente ejecutivo. A la edad
«te treinta y cinco, era director de ingeniería, di-
rector de ventas, director de varias corporaciones.
Tenía un sueldo excelente, considerablemente ma-
yor que el que yo había soñado de centenares de
dólares a la semana, más un diez por ciento de
comisión antes de deducir los impuestos. Cuando
se inició la guerra, nuestras ganancias eran
extraordinarias.
. Ciertamente que yo era todo un éxito; un éxito
vacío y miserable.
'• Nadie me dijo jamás qué el éxito podría des-
truirme. No me dijeron que los ejecutivos tienen
su primer ataque al corazón a la edad de cincuen-
ta y dos años. No me dijeron que cuando uno lle-
ga a ser vicepresidente de su compañía debe tener
•sújuiatras añadidos a su lista de pago de servicios,
porque su primera depresión nerviosa está a la
vuelta de la esquina. No me dijeron que uno pier-
de todos sus amigos el día en que es nombrado
director ejecutivo de su compañía, ya que todos
los demás están a la expectativa para robarl
puesto y destruirle su reputación. Y cuando
hecho presidente, el tope del monolitp, uno se
convierte en un solitario don nadie, un intocable;
es el acabóse. Uno no puede confiar en nadie. To-
dos están tratando de quitarle el puesto. Uno vive
temeroso y su vida pagana carece totalmente de
significado. Así era la mía.
- Cierto día estaba sentado en mi lujosa oficina
pensando en la vanidad de mi vida. Muy dentro
de mí, algo me dijo: "Tiene que haber algo mejor
que esto." Y yo sabía que ese "algo mejor" no
podía encontrarse en un mejor éxito. El éxito es
engañoso. Cuando era un joven ingeniero, yo ha-
bía trabajado para una firma británica, y mi jefe
era un noble británico. Yo había vivido con éxito,
había viajado con la multitud de los Roll Royce,
gente escogida, la gente chic. Todos ellos estaban
tan enfermos, tan vacíos, tan miserables, tan frus-
trados, yendo y viniendo sin rumbo como yo
mismo.
Yo ya estaba convertido en un bebedor con-
suetudinario, bebiendo con el vano intento de ali-
viar la frustración del éxito y el aburrimiento
que son inevitables a aquel que vive para su pro-
pia satisfacción, como yo lo hacía. No tenía veiv
dadero propósito en la vida. ¿Mi hermoso hogar
y familia, mi floreciente negocio, mi notable po-
sición profesional? De nada me servían. Que, ¿no
estaba en las juntas de directores de influencia
y que participaba en las reuniones correspondien-
tes y pertenecía a los clubs de golf, clubs de
campo, clubs de yates, clubs de bridge y clubs
de ajedrez de prestigio? Todo igualmente fútil.
Muy dentro de mí, donde vivía mi verdadera
¡personalidad, no existía oficina lujosa, ni club ele-
fante, ni dignidad, ni nada valioso. Yo era un
miserable, un cadáver sucio, maltrecho y vacío,
desecho yá a los cuarenta y cinco años de edad.
No quedaba ya nada que hacer excepto declarar
oficialmente mi calidad de cadáver. Me suicida-
ría, y entonces podrían enterrarme y acabar con-
migo. Ese día fatal tomé bastante veneno como
para matar a todo el vecindario, lo puse en un
vaso grande, lo mezclé con cierta cantidad de
whisky, le eché unas pocas gotas de agua para 3
diluirlo un poco, y me bebí todo el vaso.
Cómo dejar de embriagarse

Habiendo triunfado en todas las otras cosas

que había aprendido, como suicida resulté un fra-
caso. Posiblemente fue el agua la que me hizo vo-
mitar aquel veneno.
• Unos días más tarde, o puede ser que hayan
sido unas pocas semanas, no estoy muy seguro del
tiempo, debido a que todo estuvo envuelto en una
roja neblina de alcohol, llegué a mi casa alrededor
de las cuatro de la madrugada con mi acostum-
brado relajador de los viernes, varias copas de
whisky. Estando hastiado de la vida hasta el ex-
tremo de desear morir, y habiendo fracasado en
mi primer intento de suicidio, había decidido dar
fin a mi vida en una forma más lenta, aunque me-
nos dramática, bebiendo hasta morirme tan sin
dolor, como fuera posible. Me disgustaba el dolor,
aunque me' dolía todo el cuerpo. Ese Viernes
Santo d» 1951 por la noche, sufría de tal manera
[jue clamé: "¡Dios, ayúdame!"
Y él lo hizo.
La semana siguiente me envió a una reunión
de Alcohólicos Anónimos. Miré a mi alrededor y
admirado dije: "¿Qué estoy haciendo en este lu-
gar? Ciertamente yo no pertenezco aquí. ¿Para
qué? Si me asocio con esta gente me voy a echar
a perder más todavía." Pero para gran sorpresa
mía, a medida que avanzaba la tarde, por vez pri-
mera en mi vida, vi gente con algo que yo desea-
ba; una paz, algo que parecía un gozo verdadero.
Me aseguraron que si mi necesidad era sufi-
cientemente grande y que si yo me daba cuenta
cabal de ella, Dios podría ayudarme. Me alenta-
ron en el sentido de que no tratara de comprender
a Dios, sino simplemente aceptarle como él dice
que es. Me dijeron que él se me revelaría en su
Palabra y que se haría cargo de mi vida al yo
rendírsela a él. Llegaría a ser con su ayuda lo
que yo era incapaz de ser por sí mismo. El sería
itni administrador, si yo dejaba que fuera.
Un administrador era exactamente lo que yo
necesitaba. Esta noche, le pedí a Dios que se hi-
ciera cargo de mi vida en un aspecto de ella, mi
ebriedad. Al comienzo, tenía dudas de cómo po-
dría hacerlo. Parecía algo imposible.
Los miembros de Alcohólicos Anónimos me pre-
guntaron: "¿Puede estar un día sin beber?"
Yo les aseguré que no podía. No había caso.
"¿Puede estar una hora sin beber?"
"Lo dudo". Contesté. Yo era sincero al decirlo
porque sabía que así era, y una hora es un largo
tiempo cuando uno es un adicto como yo lo era.
Pero ellos no parecían desalentarse ni listos a
darse por vencidos. "Y cinco minutos. ¿Puedeper-
manecer cinco minutos sin beber?"
"Creo que sí".
"Muy bien, entonces", dijeron. "Este será su
programa, solamente cinco minutos a la vez. No
beba por cinco minutos."
Cuando los estrecimientos y otros síntomas
causados por la abstención de la bebida comen-
zaron a afectarme como a las cinco de la tarde
del día siguiente, traté de postergar los primeros
cinco minutos, y llegué a casa sobrio, un resultado
instantáneo por medio del programa con Dios de
Alcohólicos Anónimos. Había experimentado, de
primera mano el poder de Dios, sin siquiera saber
que su primer nombre es Jesús. Eso vino más
tarde.
Y por la gracia de Dios, un día a la vez, durante
los últimos veintitrés años, no me ha sido nece-
sario tomar un trago.
El dejar de beber fue relativamente simple,
pero después de todo, mi embriaguez era un pro-
blema pequeño, el síntoma de un problema mucho
mayor, el problema total de mi yo. Ese perma-
necía, aumentado, porque no estaba listo a confiar
en que Dios manejara mi yo en mi lugar.
Durante los próximos dos años, el problema de
mi yo, mi sobrio y frío yo, siguió de mal en peor.
Y ni siquiera podía tomar un traguito para via-
jar a la inconsciencia de vez en cuando, con el fin
de olvidar. Tenía que enfrentar el problema de mi
yo, día tras día en interminable sucesión.
Mientras tanto, yo observaba a uno de los hom-
bres que vi a menudo en las reuniones de los Al-
cohólicos Anónimos. No podía entender su compor-
tamiento. Yo lo clasifiqué como un campesino,
porque era un simple ingeniero que trabajaba en
una fábrica de acero, y yo tenía mi propia empre-
sa. Pero había un halo alrededor de él. Tenía una
esposa muy parlanchína, pero él ni se inmutaba.
Tenía más hijos que yo, pero se impacientaba mu-
cho menos que yo.
Yo sabía que el hombre tenía problemas, pero
nunca se veía como si lo angustiaran en su fuero
interno. En realidad, después de dos años, su her-
mosa serenidad hacía tal contraste con mi terrible
miseria, que estaba por enloquecerme.
Cómo salir de un pantano
Y así fue que, a la una de la mañana, dos años
después de haberle conocido llamé a la puerta
principal de la casa de Ed. Cuando él abrió, yo le
dije: "Ed, cualquiera sea la cosa que tú tienes, yo
quiero recibirla." Finalmente había llegado a re-
conocer dentro de mí que él tenía esa realidad Mi amigo Ed dijo: "Entra", y entonces comen-
que yo necesitaba. zó a explicarme la realidad.
Habíamos leído las Escrituras juntos, en va-
rias ocasiones anteriores, pero esa noche Ed fue
muy personal y dijo que la razón por la que po-
día ser tan libre, era que había confesado sus pe-
cados, y la sangre de Jesús los había lavado, lo
había limpiado.
En el pasado, no me había gustado oír de la
sangre de Jesús, y cuando alguien me mencio-
naba la palabra pecado, se me hacía un nudo en
la boca del estómago, y me descomponía.
Pero esa noche, estaba tan desesperado como
para seguir escuchando. Y Ed me mostró el ver-
sículo en Juan donde Jesús dice: "Yo soy el ca-
mino, la verdad, y la vida, y si tú deseas conocer
a tu padre celestial, tienes que hacerlo a través de
íní, de otro modo no podrás hacerlo."
 Antes, siempre había objetado ese versículo,
jíregítatando: "Pero, ¿qué diremos de los hindúes,
^" de los budistas, y de... ?"
Pero esa noche, fue como si Dios me interrum-
piera diciendo: Olvídate de ellos. ¿Qué diremos
Me ti?
Ed me preguntó: "¿Qué piensas de esto? ¿De-
seas a Jesús, o no, según sus condiciones, sin
evasivas?"
Me sentía lo bastante miserable como para de-
cir que sí, y si no recuerdo mal, oré en estos
términos:
"Señor Jesús, si realmente estás aquí, y mi ami-
go Ed parece creerlo así, ten a bien hacerte una
realidad en mí, ahora mismo."
No fue una gran invitación, pero era todo lo
que él necesitaba. Me sentí como si me hubiese
¿abierto, se hubiese movido dentro de mí, me hu-
bíeíe enrollado alrededor de él, y me hubiese co-
nectado a una fuente de poder, concediéndome
perfecta paz y lavando cuarenta y cinco años de
ipugre. El me hizo saber de que estaba en buenos
términos con Dios para siempre, y que todo lo
que estuvo registrado en mi contra, había des-
aparecido, que todos mis pecados estaban tari le-
jos como el oriente está del occidente, que él los
había echado al mar del olvido. Y que en el cielo,
#1 mar ya no es más, así era como había sucedido
con mis pecados, todo el lodo que había estado
amenazando con tragarme para,siempre. Estaba
perdonado.
Cuando era niño vivía en el campo, y por lo
general hacía excursiones con mi hermano. Había
un pantano respecto del cual todos nos amones-
taban a no acercarnos a él. Tenía ciénaga, una
cierta clase de barro que en lugar de resistir el
movimiento del cuerpo tiende a atraer el cuerpo
hacia el fondo. Si uno cae en una ciénaga, y no
hay nadie que le ayude, se hunde a la razón de
varios centímetros por minuto.
Ya que la ciénaga era zona prohibida, era na-
tural que mi hermano y yo nos sintiéramos de-
safiados a explorarla en su totalidad.
Un día cuando estábamos saltando por los pan-
tanos yo resbalé en el barro y comencé a hundir-
me. Tendría entonces un metro de altura, lo que
significaba que en poco más de media hora pere-
cería sofocado, ahogado en la ciénaga. Todo lo que
quedaría de mí sería un pequeño montículo en la
superficie de la pegajosa masa negra.
Estaba aterrorizado de morir, tanto que ni si-
quiera podía llorar.
Recientemente, el Señor trajo con fuerza a mi
memoria todas las religiones, las filosofías, y los
cultos en los cuales me había mezclado en mis días
de pagano, y me mostró lo que me podían ofrecer
cuando yo estaba hundiéndome en el negro lodo
que representaba el pecado de mi vida.
Confucio me dijo: "Es mejor que te mantengas
alejado de tales lugares, muchacho." Y habiéndo-
me dado ese maravilloso consejo, siguió su camino
y me dejó hundiéndome.
Buda declaró: "Que esto sea una lección para
ti, mi hijo", y me hundí más todavía. Yo había
sido un budista y sabía que esas cosas tenían el
propósito de ser lecciones, de modo que cuando
fuera reencarnado la próxima vez, yo pudiera te-
ner una existencia mejor.
Mahoma suspiró y dijo: "Es la voluntad de
Alá", y seguía hundiéndome.
 La Ciencia Cristiana manifestó: "Es solamen-
te un error en tu mente. En verdad no estás en
ninguna dificultad. Lo que pasa es que no estás
pensando correctamente." Yo había sido un se-
guidor de la Ciencia Cristiana, pero el pensar
correctamente no había sanado mi embriaguez.
De modo que me hundí otro centímetro más y ya
no me quedaban muchos centímetros.
Los hindúes me dijeron: "Le deseamos mejor
suerte en la próxima reencarnación. Este primer
"viaje" como pulga le fue mal. En la próxima
vuelta vendrá como mosca." El sucio y negro lodo
me seguía tragando.
El evolucionista me dijo: "Todo lo que necesita
es un poco más de tiempo. El tiempo cura todas las
cosas, amigo." Pero con cada minuto que pasaba
me encontraba peor que antes.
Yoga me dijo: "Transcienda su problema." Yo
lo había tratado de hacer. Me había sentado y me
había dedicado a la contemplación por tanto tiem-
po que me había aburrido y estaba hundido hasta
la cintura.
El Unitarismo había dicho: "Todo lo que ne-
cesita hacer es alcanzar más amor." Pero, ¿cómo
va uno a salirse de un pantano de barro cenagoso
sólo con el amor?
Ün adivinador me dijo: "Consulte con el zo-
díaco. Las estrellas tienen la respuesta." Pero las
estrellas no alumbraban ese día y así me hundí
más profundamente.
Darwin dijo: "Se trata de la supervivencia de
los más aptos. Si es apto, sobrevivirá." Eso era
exactamente lo que temía. Al hundirme unos cen-
tímetros más, demostré mi inaptitud para cual-
quier cosa excepto para ser enterrado vivo.
Aristóteles me sonrió y dijo: "Mi hijo, conó-
cete a ti mismo." Ahí estaba el problema. Yo me
conocía a mí mismo, estaba destinado para el fon-
do del montón de barro.
Platón afirmó: "La respuesta está en la ver-
dad. Simplemente busque la verdad." Pero él no
estaba hablando de la verdad, tangible, una ver-
dad viviente; y la verdad según él significaba que
yo estaba por ser aniquilado.
Zoroastro dijo: "Use su poder de la voluntad."
Pero yo había usado el mío hasta lo último, y no
me había servido de nada. Estaba por perecer.
Un siquiatra me dijo: "No se sienta culpable.
Todo lo que necesita es salir y cometer más pe-
cados." Pero me encontraba de tal manera escla-
vizado que no había manera de ir a ninguna parte
o hacer niguna cosa.
Había probado Fronteras Espirituales, Nue-
vo Pensamiento, Rearmamentismo Moral, Edgar
Cayce, y todos los demás. Ninguno de ellos me
había ayudado en lo más mínimo. Yo me hundía
cada vez más y más hasta encontrarme casi com-
pletamente perdido.
No existía religión, ni filosofía que no hubiera
probado. Todas pretendían ser diferentes, pero
eran todas lo mismo, inútiles, dejándome en mi
miserable, vacía, enajenada, hastiada, vana, he-
dionda condición de cadáver.
Pero sucedió entonces que pasó Jesús por allí y
me dijo: Yo soy el camino, yo soy el único camino,
solamente dame tu mano.
Yo no puse argumentos tales como: "¿Y qué
diremos de los demás?" Sencillamente le tendí mi
mano, y él me la tomó entre la suya. Me sacó de
ese barro negro inmundo y puso mis pies sobre la
roca sólida, lavándome también.
No, no fue exactamente Jesús quien material-
mente me sac^del barro ese día cuando yo era un
muchachito que casi pereció. Pero de algún modo,
a último minuto, cuando ya aguantaba la respi-
ración porque presentía que el próximo aliento
sería el último, él envió a dos extraños a través
de los bosques para sacarme del peligro. Nunca
supe el nombre de esas personas. Nunca los había
visto antes, y nunca los he vuelto a ver. Pero no
estaría sorprendido si los hombres que me saca^ Cómo empezar de nuevo
ron eran dos ángeles, enviados para liberar a los
elegidos de Dios porque yo tenía una madre cris-
tiana que me había entregado a Jesús aun antes
de nacer.
El día que le conocí personalmente, el día que
me sacó del negro barro del pecado y me lavó Cuando me puse de pie en la sala de recibo de
completamente, había dejado de ser yo un mu- Ed esa noche, yo era una nueva criatura en Cristo
chacho que andaba explorando con mi hermano Jesús. Yo me daba cuenta de que así era. De
en el pantano. Ya era un hombre maduro, que me pronto todo el odio, el tormento, la amargura, y
embarcaba en la aventura más grande que cual- toda la culpabilidad se habían ido. 2 Corintios
quiera puede realizar a cualquier edad, es decir, 5:17, 18 se" había cumplido, mientras yo esperé.
comenzaba a aprender a vivir como un hijo del "Si alguno está en Cristo nueva criatura es; las
Rey. cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas
nuevas. Y todo esto proviene de Dios."
Cuando descubrí cuan sencillo era esto, yo dije:
"Tiene que haber algo más en esto. ¿No tendré
yo que hacer algo al respecto?"
Ed se rio: "Claro que hay algo más que esto,
por cierto", dijo él. "Pero eso es el comienzo. Tú
comienzas con el principio en primer lugar." Y
entonces me mencionó un pasaje bíblico: "A to-
dos los que le recibieron, a los que creen en su
nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de
Dios." Y entonces dijo: "Tú eres un bebé en
el Señor solamente, Hill, pero tú le has recibido
a él, de modo que ahora tienes el poder para ser
su hijo. Tú vas a crecer. Dios comenzará a hacer
una obra en ti."
El sonrió nuevamente cuando dijo eso, como si
supiera más de lo que pudiera imaginarme acerca
de los cambios que estaban reservados para mí.
Y Ed tenía razón. Instantáneamente, en forma
continua y progresiva, mi vida comenzó a cam-
biar. La parte instantánea fue la paz que yo ex-
perimenté en mi interior tan de repente en lugar
del tormento que había sido mi experiencia por
tanto tiempo. Si eso fuera todo lo que Jesús hu-
biera hecho por mí, habría sido suficientemente
maravilloso. Era grandioso saber que no tendría
que seguir luchando para conseguir bastante pun-
taje como para conseguir las bondades de Dios y
para mantenerme en ese estado. Ya podía dejar
de apilar méritos para compensar por las cosas
pecaminosas que había hecho toda mi vida. Era
maravilloso no tener que sentirse culpable nunca
más. La sangre de Jesús me había lavado más
blanco que la nieve, y yo lo sabía.
Mi amigo Ed dijo que sería de ayuda para mí
el ir y recibir la mano de compañerismo de la igle-
sia local, para hacer una profesión pública de mi
nueva fe en Jesús.
Yo estaba bien dispuesto a "ello, pero siempre
me gustaba saber la razón de cada cosa, de modo
que le consulté: "¿Por qué debo hacer eso? ¿Có-
mo puede eso afectar en alguna forma?"
Ed se encogió de hombros, y dijo: "Yo no lo
sé, pero Dios lo recomienda, y yo lo considero de
gran ayuda."
De modo que fui a su pequeña iglesia con él. Y
cuando el pastor hizo la invitación, diciendo que
cualquiera que deseara pasar al frente y hacer
una pública confesión de fe, esto es una confesión
con la boca de que tenía fe en Jesús dentro de su
corazón, yo pasé al frente y lo hice.
Ellos programaron un culto de bautismo para
mí inmediatamente, y yo cumplí con todos los re-
quisitos, siendo sumergido en el bautisterio. Esto
no me causó ningún malestar. La Biblia dice que
los cristianos del tiempo de Nuevo Testamento
eran bautizados por inmersión, eso es lo que sig-
nifica la palabra baptizo, y si los cristianos del
Nuevo Testamento lo hicieron, eso era suficiente
para mí. Además yo había leído que Jesús fue
bautizado por Juan en el río Jordán, y así enton-
ces el bautizo parecía una cosa conveniente para
mí si yo le iba a seguir a él.
Cuando salí del agua, me sentía desilusionado,
no sentía ninguna cosa fuera de mojado. Yo pen-
saba que había hecho algo bastante trascendental,
humillándome a mí mismo en una pequeña iglesia
rural como ésa. Y esperaba que cayera una bola
de fuego para marcar el acontecimiento, pero na-
da de eso sucedió, no en ese día, en todo caso. Ed
dijo que los sentimientos vendrían después.
Así fue. Y todavía los experimento.
Yo había leído la Biblia como parte de mi edu-
cación, pero era algo tan monótono. Me tenía que
forzar para leerla ya que resultaba muy aburri-
dora. ¿Era éste el libro más maravilloso del mun-
do? Yo no lo podía creer. Pero luego, la mañana
que conocí a Jesús personalmente en la sala de
recibo de Ed, yo tomé la Biblia, y cuando había
¿leído solamente uno o dos versículos, yo estaba
intrigado por saber quién había puesto nuevas pá-
ginas entre las tapas. Alguien había alterado mi
Biblia. ¡Vaya!, era algo completamente nuevo pa-
ra mí, no tenía nada de aburrido, y al contrario
era tremendamente conmovedor y tan personal
como si cada línea hubiese sido escrita exclusiva-
mente para mí.
Finalmente comprendí la verdad, la Biblia no
había sido escrita de nuevo, yo era el que había
renacido, nacido de nuevo por el Espíritu de Dios.
Jesús vivía en mí. Cómo dejar los juegos de azar
Como Ed dijo, yo era un bebé en el Señor con
el poder para ser su hijo, pero yo estaba en el
estado de un recién nacido, pero a los recién na-
cidos no los tiramos porque están todos sucios. Los
lavamos y los alimentamos y los enseñamos.
Y del mismo modo los cristianos más maduros Al comienzo de mi vida como recién convertido,
parecía que yo podía seguir haciendo cualquier
me aceptaron, y comencé a crecer a medida que cosa. Dios concedía toda libertad. Pero entonces
Dios me alimentaba. Cada vez más las cosas vie- siguió un proceso de angostamiento del sendero,
jas pasaron y todas fueron hechas nuevas, y yo y las cosas del mundo se hicieron menos y menos
comencé a comprender que todas las cosas son de deseables para mí. Yo no me propuse dejarlas,
Dios, porque él así lo dice. ellas me dejaron a medida que avanzaba el
tiempo.
Desde que tengo memoria, yo había sido un fa-
nático del poker. Por mucho que tratara, no podía
deshacerme del hábito. Finalmente, dejé de luchar
contra él, y sencillamente dije: "Señor, si verda-
deramente te pertenezco completamente, este há-
bito es tuyo, no mío."
Una o dos semanas más tarde, me fui a pescar
con varios otros hombres, y jugamos varias par-
tidas de poker. Gané todas ellas. No perdía nin-
guna partida. No importaba que hiciera, los batí
en cada vuelta.
 Normalmente, me hubiera sentido tremenda-
mente halagado. Pero a medida que el montón de
apuestas se hacía más grande frente a mí, yo me
sentía más y más miserable. Yo sabía que los
hombres que estaban jugando conmigo no po-
dían darse el lujo de perder. Yo me estaba adue-
fiando del dinero de sus arriendos, el dinero de
sus verduras, el dinero que sus hijos necesitaban
para ir al dentista. Pero cuando tino está jugando
poker, uno no puede desistir por tales razones.
Tiene que persistir en ello. Esa es la regla del
juego. Cómo obtener más por su dinero
Cuando ese fin de semana había llegado a su
fin, me sentía tan enfermo por lo que había he-
cho que dije: "Señor, por favor, Señor, no quiero
jugar poker nunca más." El deseo de jugar me
abandonó. Yo no lo tuve que dejar. Yo no tuve
que luchar. Se fue solo para siempre. Cuando comencé mi vida cristiana, debido a
que era un hombre de ciencia, y estaba interesado
Dios siempre sabe lo que está haciendo, y él ha- en obtener los resultados máximos, comencé a
ce todo para bien cuando confiamos en él. leer la Biblia como el Manual del fabricante. Yo
le vi como el Originador de todas las cosas; Dios
el creador, el fabricante, hablando a su creación,
su producto, gente, diciéndoles cómo usar lo que
él había hecho para ellos. Y yo dije: "Señor, voy
a probar cada principio hacia el cual tú atraigas
mi atención en este libro. Voy a experimentar
con él. Toda cosa que funcione, yo lo haré como
tú dices. ¿Qué será lo primero que haré?"
No hay ninguna duda en mi mente de que Dios
oyó, ya que inmediatamente me enfrenté direc-
tamente con el mayor problema que puede pre-
sentársele a un escocés, el diezmo.
Dios dijo: "El diez por ciento me pertenece."
Yo le respondí: "Pero Señor, yo mismo no re-
cibo el primer diez por ciento. Tú sabes que en
estos días le sacan a uno un gran trozo de su
cheque de pago, al retener el pago de impuesto a
la renta, la pensión a la vejez, el seguro de hos-
pitalización, y todo lo demás." Yo pensé que era
lo lógico deducir todas esas cosas y entonces dar
a Dios el primer diez por ciento de lo que que-
daba. Yo pensé que esto era bastante generosidad
de mi parte y que Dios lo apreciaría. O si tal vez
no le gustaba, él no se daría cuenta de lo que es-
taba tratando de hacer.
Yo no conocía la Escritura que dice que todo
está desnudo a los ojos de aquel a quien tenemos
que dar cuenta. Y todo ese tiempo él estaba mi-
rando hacia abajo dentro de mí, viendo todos mis
razonamientos, este ventajoso negociado.
Después de realizar esta turbia manera de dar
diezmos por diez meses, Dios comenzó a mostrar-
me que yo no estaba confiando en él. Yo tenía
una mano aferrada a mi bolsillo por mi seguridad
y con la otra tomado de Jesús, y ésta era una
situación bastante precaria.
Una mañana, cuando estaba tratando de orar,
me pareció que no podía establecer el contacto.
Todo lo que podía ver eran símbolos de dólares
flotando en el aire. Después de permanecer en
forma incómoda por tanto tiempo como pude,
siendo mi cartera la parte más débil de mi ana-
tomía, pensé que oía a Dios que me decía:; ¿A
quién estás engañando? ¿A quién le estás hacien-
do trampa? Por cierto que a mí no. ¿No será que
a ti mismo?
Me sentía tan aliviado de oírle, que lancé un
gran suspiro de alivio y dije: "Señor, de ahora en
adelante, tú vas a recibir el primer diez por cien-
to, el diez por ciento completo, antes de hacer cual-
quier otro descuento. No comprendo el porqué tú
tienes que recibir todo eso. Pero no necesito com-
prenderlo. Voy a probarlo, confiando en ti."
Me sentía satisfecho, y pensé que esto sería el
fin del asunto. Dios estaba satisfecho, también,
¿no era así? Pero no lo era, pareciera como que él
dijo algo más, como algo de un asunto inconcluso.
¿Y qué diremos acerca de todo lo que tú me
has negado por cerca de diez meses? ¿Qué de eso?
"Bueno", dije, mientras sentía que se me hacía
un nudo en la garganta y oía que mi voz chillaba
como la de un adolescente: "Bueno, Señor, pero
eso significa una gran cantidad de dinero."
El no dijo que no lo era. El no dijo nada más
en esa oportunidad. Lo dejó en mis manos. Pero
yo no podía dejar de preguntarme: "Bueno, ¿qué
de eso? ¿Qué de eso?"
Finalmente le hice una proposición: "Señor",
dije: "¿Sabes lo que voy a hacer? Aunque no ten-
go el dinero, cuando lo tenga te lo voy a pagar."
Esto completó la transacción. Dios aceptó mi pa-
labra. El estaba satisfecho, y yo también lo es-
taba. La realización de la transacción era sólo in-
cidental, ahora que yo había tomado la decisión.
Dos semanas más tarde, recibí un cheque por
una bonificación completamente inesperada y por
una cantidad doble de lo que le debía a Dios. La
mitad para mí y la mitad para él, como para de-
mostrarme que si yo era tacaño, él no lo era.
Yo estaba comenzando a experimentar la ver-
dad del pasaje de Malaquías 3:10: "Traed todos
los diezmos al alfolí... y probadme ahora en es-
to, dice Jehová de los ejércitos, si no os abriré las
,ventanas de los cielos, y derramaré sobre voso-
tros bendición hasta que sobreabunde."
En la realidad, su cheque es el recibo por la
porción de su vida que le entrega a su patrón o
empleador. Cuando lo recibe y lo guarda para sí,
está asfixiando su propia vida. El guardar el di-
nero para sí mismo es un símbolo de que no ha
rendido su vida a Jesús. Pero cuando lo desata
en la tierra, es desatado en el cielo, y eso abre las
compuertas para que Dios derrame una bendición
tan grande que usted no tendrá suficiente espacio
como para recibirla.
Guando Dios dice: Probadme. Hazme demos-
trar lo que estoy diciendo, él siempre nos está in-
vitando, no a sacrificar, sino a ser obedientes, de
modo que pueda bendecirnos abundantemente.
De vez en cuando, alguien me dice: "Cuando
usted habla de dar diezmos, está tratando de po-
nernos otra vez bajo la ley." Yo pensaba lo mis-
mo antes. Y cuando el predicador decía: "Si da el
diezmo, toda su vida será beneficiada", yo decía
para mis adentros: "¡Ah! ¡Ah!, ya está mendi-
gando dinero." Yo no iba a desperdiciar un diez
por ciento de mis entradas. Pero ahora yo sé que
Dios desea que demos el diezmo para nuestro be-
neficio. Es más bienaventurado, más beneficioso,
más dichoso dar que recibir. La ley es nuestro
siervo cuando hemos nacido de nuevo como hijos
del Rey, y vivimos como hijos del Rey.
Dios ha establecido el principio del diezmo,
dándole a él el primer diez por ciento, con el fin
de librarnos de la esclavitud de nosotros mismos.
Es la mayor bendición que pudiera ocurrirle a un
escocés como yo. En los días pasados cuando iba
a la iglesia dos veces al año lo necesitara o no, en
Navidad y el domingo de Resurrección, cuando
colocaba un dólar en el platillo, podía sentir que
se me desgarraban las entrañas. Y si hubiese vis-
to las falsedades que incluía en mi declaración de
impuestos en la cual aparecían mis generosas do-
naciones a la iglesia. Es extraordinario que no
descubrieron mi engaño. Ahora, me revisan casi
cada año, y yo presento los recibos y los cheques
cancelados para comprobar mis contribuciones.
¡Qué maravillosa oportunidad tengo con los fun-
cionarios de Impuestos Internos para hablarles
acerca de Jesús cada año! Ellos tienen la opor-
tunidad de oír estas cosas porque me hacen pre-
guntas, y yo siempre termino preguntándoles a
ellos: "Señor, ¿ha considerado la posibilidad de
aceptar a Jesús como su Salvador?"
Qué alivio tuve cuando yo abrí mi cartera y
dije: "Señor, es toda tuya. ¿Qué parte de ella de-
seas que ponga en dónde?" Es todo de él. Yo soy
solamente un canal para que fluya, un adminis-
trador. Ni un centavo es realmente mío. El Señor
permite que esa parte de ella que yo necesite lle-
gue a mis manos, y mis deseos y mis necesidades
cada día se acercan más y más entre sí, porque
todo está en las manos de Jesús, mi Señor y
Maestro.
Escuché a R. G. LeTorneau hablar sobre este
tema algunos años atrás en un retiro de hombres
de negocios en el Colegio Wheaton. El nos dijo
que si él no daba el noventa por ciento de sus en-
tradas, él se vería arrollado por los billetes. Y yo
dije: "A mí me gustaría ser arrollado de esa ma-
nera. Como soy escocés, soy así. Y si para él es
así, también lo es para mí." En la actualidad, no
me puedo dar el lujo de dejar de dar el diezmo,
dar dos veces el diezmo, darlo 'tres veces, porque
el ochenta por ciento o el setenta por ciento al- dar diezmos y ofrendas, y no debo ni un centavo
canzan para mucho más que el ciento por ciento del precio de nuestra casa. Ni de ninguna otra
de los tiempos pasados, de modo que no hay pun- cosa que tenemos. Esta es la razón de que así sea."
to de comparación. El entonces dijo: "] Oh", y colgó el teléfono. Y
Un poco después que comencé a hacerlo como sentí pena por él.
Dios manda, un hombre me llamó una noche y Los hijos del Rey pueden dar abundantemente
dijo: "¿Podría venir a mi oficina para hablarle a porque han recibido abundantemente cuando están
usted de cómo economizar dinero en su hipoteca?" viviendo como Dios manda. Si te colocas en una
Y yo dije: "No, no estoy interesado." posición donde puedes recibir la bondad de Dios,
"¿Quiere usted decirme que no desea economi- no tienes que quedarte con la segunda oportuni-
zar dinero?"* dad. Puedes ser hecho libre. Puedes vivir como
Yo dije: "¿Cuál es el escocés que no lo desea? un hijo del Rey, si sigues las instrucciones del
Pero sucede que no tengo ninguna hipoteca." Manual del fabricante.
El pensó que no sabía lo que significaba la pa-
labra "hipoteca", de modo que él puso su pregun-
ta en otros términos: "¿Cuánto dinero debe usted
por su casa?", dijo él.
Yo dije: "Yo comprendí lo que usted me decía
la primera vez, porque yo he estado pagando por
toda mi vida desde que soy un adulto, desde que
me casé y poseo una casa. Pero ahora no tengo
una hipoteca. En realidad no le debo un centavo
a nadie."
El reaccionó como si no me creyera. El dijo:
"¿Sabía usted que solamente uno de cada ocho-
cientas mil personas que poseen una casa no tie-
nen una hipoteca?"
Yo dije: "Bueno, si lo dice, yo lo creo. Ese es
su negocio. Pero yo soy una de ellas."
"Bueno", dijo él, "¿cómo lo explica?"
El había hecho una pregunta. El merecía reci-
bir una respuesta. Y yo dije: "Le agradezco que
me haya hecho la pregunta. Todo lo que hice fue
comenzar a vivir como Dios manda y a vivir para
él y a ponerle a él en primer lugar, y comencé a
 8
Cómo librarse de una espalda adolorida

Cuando recién me convertí, vivía con un cons-

tante dolor debido a que un disco de la columna
vertebral se había desintegrado. Las radiografías
revelaban que se había producido una total pul-
verización, una destrucción total, y el disco se ha-
bía pulverizado. Las vértebras estaban limándose
una a otra, oprimiendo los nervios, y mis piernas
estaban adormecidas y me punzaban. El médico
me había dicho que si no me operaba, en dos años
estaría paralizado desde la cintura para abajo.
Yo deseaba estar libre de los inaguantables do-
lores, pero no me atría la idea de ser operado, de
modo que continué postergando y postergando la
operación.
Fue entonces que me crucé con la promesa de
Dios en Marcos 16:17, 18: "Estas señales segui-
rán a los que creen... En mi nombre pondrán
sus manos sobre los enfermos, y sanarán." Sien-
do un cristiano tan nuevo, yo era muy ingenuo
para dudar, de modo que consulté con todas las
personas religiosas de Baltimore acerca del poder
de Dios para sanar. Yo deseaba encontrar a al-
guien que quisiera poner sus manos sobre mí de
modo que yo me sanara, así como lo dice la Biblia.
Pero todos me ignoraron. Ellos me dijeron:
"Bueno, Hill, tú sabes que esto terminó cuando
los discípulos murieron. Dios no hace esa clase
de cosas ahora. Para eso tenemos médicos y
medicina."
"¿Está tratando de decirme que el poder de
Dios se agotó cuando Pedro murió?", les pre-
gunté yo.
Bueno, eso era lo que dijeron ellos, pero eso
no era lo que mi Biblia decía. Ella decía que Jesús
es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos; no que
él podía sanar a la gente dos mil años atrás pero
que él se había aburrido de esto o que se había ju-
bilado justamente ahora cuando yo lo necesitaba.
De modo que fui al Señor acerca de ello. Yo
oré: "Señor, si todavía es cierto, ten a bien mos-
trarme tu camino. Y si no es cierto, borra toda
referencia al derecho a ser sanado del Libro o en-
víame un telegrama desde el cielo diciendo que
ello no es ya cierto. Tú lo has dicho, y yo lo creo,
pero, ¿dónde se encuentra?"
No mucho tiempo después, Dios trajo a Balti-
more un evangelista que predicaba la sanidad. Yo
me puse en la fila de los que deseaban ser sanados
en la gran carpa del evangelista, él me puso las
manos sobre la cabeza y dijo: "Sé sano en el nom-
bre de Jesucristo", y yo recibí una nueva espina
dorsal, allí mismo mientras esperaba. Como resul-
tado tuve licencia para creer todo acerca de las
sanidades que aparecían en el Manual del fabri-
cante, no porque alguien de algún seminario dije-
ra que era o no verdad, sino porque yo tenía la
prueba viviente en mi espalda, un nuevo disco de
la tercera vértebra lumbar.
Ese evangelista era Oral Roberts.
Cuando volví a mi iglesia sanado después de
que mi pastor me había garantizado de que esas
cosas ya no sucedían más, su teología se vio algo
confundida. Pero mi espalda estaba muy confor-
table. Y me hubieran eliminado de su membresía
si no hubiera sido porque yo daba el diezmo, y no
podían darse el lujo de perderme.
Por años yo llevé la confirmación de mi sani-
dad en mi espalda, pero hace poco el Señor dis-
puso que yo recibiera además confirmación mé-
dica. No estaba enfermo, y no tenía ninguna ra-
zón para consultar al médico, pero el Señor me
impulsó irresistiblemente a pedir una consulta
para un examen físico. Sabiendo que la obedien-
cia es mejor que el sacrificio, y que el General
estaba enviando órdenes a su soldado, yo dije: "Sí
Señor", y conseguí la consulta.
El médico hizo las preguntas preliminares per-
tinentes, y finalmente dijo: "¿Ha tenido alguna
vez una afección física seria?"
"Sí, tuve la desintegración de un disco de mi
columna."
"¿Quién fue su médico? ¿Quién hizo el diag-
nóstico?"
Yo le di el nombre del médico, y él dijo: "Ah,
sí. Todavía ejerce en el centro de Baltimore. ¿Lo
operó?"
"No."
"¿Quien la realizó?"
 "Jesús."
El médico me miró como si pensara que no ha-
bía escuchado bien.
"Jesús fue el cirujano", dije yo.
El médico dejó los papeles y el lápiz sobre la
mesa: "Cuénteme al respecto."
Nunca había visto uno con tanta sed por oír
acerca de Jesús como ese médico. Cuando yo ha-
bía terminado mi relato, él dijo: "Esa es la his-
toria más maravillosa que he oído jamás. Yo de-
seo oír más de ello más adelante." Entonces
volvimos a las preguntas.
"¿Ha tenido alguna enfermedad incurable?"
"Sí, fui alcohólico."
"Dígame de eso."
¡Uf! No se cansaba de oírme contar. Cuando
terminé de decirle toda la historia, el médico dijo:
"\Esa es la cosa más maravillosa que haya oído
jamás!" Fue entonces que me di cuenta que yo
me encontraba allí por disposición divina, no por-
que yo necesitara alguna ayuda médica, sino para
decirle a él acerca de Jesús. El parecía conside-
rarlo oportuno, y me pidió que le contara más
acerca de la sanidad de mi desintegrado disco.
"¿Se ha sacado una radiografía desde que se
sanó?"
"No señor. He pagado todo el dinero que pienso
gastar en radiografías. Tengo la sanidad. No ne-
cesito más-radiografías."
El dijo: "¿Sabe? Yo deseo ver cómo se ve en la
actualidad. El costo será cubierto por el seguro
médico del gobierno."
"¿Quiere decirme que el gobierno pagará por
las radiografías para corroborar el poder sanador
de Jesús? Entonces estoy dispuesto a hacerlo. Si
el tío Sam me va a ayudar a gloriarme en Jesús,
yo lo haré."
De modo que me dio un comprobante y dijo:
"Preséntese a este laboratorio y dígales que yo
le envío. Dígales que traten de ubicar un disco
dañado o desintegrado en la región lumbar."
Bueno, fui al laboratorio de rayos X, y me pu-
sieron bajo la máquina de rayos y tomaron las
tres tomas, tres ángulos diferentes. Me dijeron:
"Espere ahora hasta que revisemos y estemos se-
guros de que no se movió y salieron movidas." De
modo que esperé. Cuando la técnica volvió me
dijo: "Póngase bajo la máquina otra vez más."
Me coloqué. Tomaron otras tres radiografías más.
Ella me dijo: "Espere ahora."
Me colocaron bajo esa máquina cuatro veces
ese día. Tomaron doce radiografías, y todavía
no han ubicado algún disco dañado. Dios lo ha
sanado.
Marcos 16:17 es tan cierto hoy como siempre lo
ha sido.
 9
Cómo fracasar al testificar

Al ver que el Manual del fabricante sabía de lo

que estaba hablando en cada materia que yo ha-
bía considerado, comencé a leer la Biblia con más
y más interés. Un día me crucé con un interesan-
te pasaje en el primer capítulo del libro de los
Hechos que decía: "Y estando juntos, les mandó
que no se fueran de Jerusalén, sino que esperasen
la promesa del Padre, la cual, les dijo, oísteis
de mí."
¿Cuál era esa promesa? La Escritura continúa
explicando: "Porque Juan ciertamente bautizó
con agua, mas vosotros seréis bautizados con el
Espíritu Santo dentro de no muchos días."
"¿Bautizado con el Espíritu Santo?" ¿Qué sig-
nificaba eso? Nunca había escuchado nada acer-
ca de ello en la iglesia bautista, pero yo sabía que
yo había tenido algo que ver con el Espíritu San-
to, porque en 1 Corintios 12:3 dice que "nadie
puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu
Santo". Y yo le había aceptado como mi Señor.
Yo sabía que había sido bautizado en agua en
la iglesia porque me habían sumergido en el agua
en el estanque de sumersión. Pero ¿qué era este
asunto de ser bautizados en el Espíritu Santo? La
iglesia bautista no parecía tener nada que decir
sobre el asunto. Y cuando le pregunté a Ed acer-
ca de ello, me dijo: "Nunca he oído de ese asun-
to", de modo que relegué mi pregunta por un
tiempo a un rincón de mi mente.
Yo me sentía satisfecho de que fuera como
fuera yo tenía mis moradas reservadas en el más
allá y que yo iría a morar en ellas uno de estos
días. Jesús había pagado todo lo necesario, y ya
que yo le había dicho que sí a él, él nunca me
rechazaría. Si él nunca había perdido alguno que
el Padre había colocado en sus manos, exceptuan-
do aquel que tenía que perderse, él no podía per-
derme a mí tampoco.
Yo estaba lo suficientemente seguro, pero se-
guía teniendo la impresión por la lectura de la
Biblia y por lo que oía en la iglesia bautista de
que se suponía que yo le dijera a otros acerca de
Jesús, de modo que yo pudiese llevar algunos de
ellos conmigo cuando me fuera al cielo. Yo traté
de hablarles a otros acerca de él, pero no podía
hacerlo. Me sentía con la lengua trabada, yo no
podía hablar delante de un grupo de más de una
persona.
Me inscribí en un curso de seminario para
aprender a testificar, en una de las iglesias de
Baltimore. Pero no me ayudó en lo más mínimo,
y después de un par de clases mecanizadas, tiré
los textos a la basura, y dije: "Señor, tiene que
haber un mejor método para testificar que el plan
de seis puntos de la iglesia bautista para llamar
a las puertas de las casas," Cada vez que tocaba
el timbre de una casa, yo oraba que no hubiese
nadie en casa. Era un ganador de almas en mar-
cha atrás. Estaba muerto de susto.
Aquellos que se presentaron esos sombríos do-
mingos por la tarde, generalmente tenían una
cara de aburridos, y me miraban enojados dicién-
dome: "Bueno, ¿qué es lo que quiere?"
Yo había mostrado la mejor sonrisa de domin-
go y había dicho con todo el entusiasmo que po-
día conseguir: "Mi nombre es Harold Hill de la
iglesia bautista."
La gente me miraba como diciéndome: "Y a
mí qué", y me imprecaron: "Ah, vayase. No le ne-
cesitamos. Vayase."
Y yo me sentía disgustado conmigo mismo, lo
mismo que ellos, y me disculpaba de haberlos mo-
lestado y agachando mi cabeza me alejaba. Yo
informaba a la iglesia diciendo: "He tratado de
hacerlo, pero no es posible. No tengo ningún po-
der para testificar."
Y cuando les pregunté acerca del versículo en
Hechos 1:8 donde Jesús prometió que recibiría-
mos poder para testificar cuando el Espíritu
Santo viniera sobre nosotros, ellos me asegura-
ron que solamente había una medida del Espíritu
Santo a disposición de los cristianos en el día de
hoy, y ésa fue la que yo recibí en la sala de Ed la
noche que me convertí y fui salvo. Esa era toda
la que habría de recibir, dijeron ellos, y se mar-
charon, moviendo sus cabezas ante mi estupidez
y pensando a qué se debería que yo estaba tan
intrigado acerca de algo en la Palabra de Dios
que ellos nunca habían notado.
Pero mi curiosidad había aumentado, y debido
a mi estado de miseria al tratar de testificar, yo
indagué a fondo en las Escrituras, así como lo
había hecho cuando los miembros de la iglesia me
habían dicho que no había tal cosa como que Dios
sanara a alguien en el siglo XX.
No solamente leí la Biblia acerca de este bau-
tismo, que se suponía había de darme poder para 10
testificar; yo doblé además las rodillas eri ora- Cómo saber la verdad acerca
ción. Y muy pronto, lo que había estado en un
rincón de la mente, pasó a ocupar un lugar de de los bautismos
importancia.

Realizando mi estudio de 1 Corintios 12:13 en

forma sistemática y con oración leí: "Porque por
un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un
cuerpo." Yo estaba seguro de que esto se refería
a la salvación, el bautismo por el Espíritu Santo
cuando él nos bautiza dentro de la membresía del
cuerpo de Cristo. Por medio de este bautismo, to-
dos llegamos a ser miembros de su Cuerpo, tanto
judíos como griegos, gentiles, paganos, lo que sea.
A todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu.
Hemos nacido de nuevo y somos miembros de su
Cuerpo por medio de este bautismo por el Espí-
ritu Santo. El Espíritu Santo es el que realiza el
bautismo. Nosotros somos los candidatos, y el
Cuerpo de Jesús es el elemento que llega a ser
nuestra morada. Ese es el primer bautismo, el
que sucedió para mí en la sala de mi amigo Ed.
 En mi segundo bautismo, el ministro de la igle-
sia bautista ofició para sumergirme en el estan-
que de sumersión. El explicó que este bautismo en
agua no era la causa de mi salvación; yo fui salvo
cuando creí en mi corazón y confesé con mi boca
que Jesús es Señor, pero el bautismo en agua era
un testimonio al mundo de que yo era un cristiano
nacido de nuevo.
Mientras pensaba en esto, me di cuenta que
algo había sucedido conmigo cuando fui bautiza-
do en agua. Pienso que tenía relación con mi arro-
gancia y orgullo. Mi cuerpo de un metro ochenta
y siete de estatura al ser manejado por un pastor
de una estatura de un metro cincuenta más o me-
nos, requería alguna humildad de parte mía. En
verdad mi mente se resistía a tal cosa, y el rema-
nente espíritu de rebeldía dentro de mí tuvo que
ser domado, abofeteado hasta quedar fuera de
combate. En cualquier oportunidad en que cedo y
me rindo y me sujeto a cualquiera otra persona,
especialmente cuando no lo quiero hacer, doy una
oportunidad para que el espíritu de rebelión en
mí sea destruido un poco más. El someterse uno
a otros es un maravilloso principio, y he descu-
bierto que en la práctica es altamente beneficioso.
Al leer las Escrituras sobre el bautismo en
agua, me encontré en el segundo capítulo de Co-
losenses con algo que era digno de considerarse
con detención. Resulta mucho más claro en la ver-
sión amplificada del Nuevo Testamento: "En él
también vosotros fuisteis circuncidados con una
circuncisión no hecha con manos, pero en una
circuncisión espiritual, realizada por Cristo al des-
pojar el cuerpo de carne, toda la corrupta, carnal
naturaleza con sus pasiones y deseos. Así fuisteis
vosotros circuncidados cuando fuisteis sepultados
en vuestro bautismo..."
De este modo la Escritura de Colosenses estaba
diciendo claramente que mientras yo estaba sien-
do bautizado en agua, Jesús me despojó de mi
vieja naturaleza carnal. Si eso era verdad, y yo
creo que así fue, mi bautismo en agua era mucho
más significativo que un mero testimonio al mun-
do de que yo había nacido de nuevo. El tiempo y
el lugar de mi bautismo en agua fue el tiempo
cuando Jesús hizo una importante obra en mi
interior.
Si estos dos bautismos eran tan importantes, el
tercero debía serlo también, pensé yo, de otro
modo Jesús no lo habría hecho el tema de sus úl-
timas palabras a sus discípulos antes de subir al
cielo.
Este tercer bautismo, según la Biblia, era el
bautismo de Jesús, el que él mismo realizaría,
bautizándonos en el Espíritu Santo. Descubrí que
era mencionado en los cuatro evangelios y al co-
mienzo, como lo primero en el libro de los Hechos.
Las Escrituras en los tres primeros evangelios
eran idénticas entre sí.
"El os bautizará en Espíritu Santo y fuego."
(Mateo 3:11; Marcos 1:8; Lucas 3:16).
Y Juan dijo: "Sobre quien veas descender el
Espíritu y que permanece sobre él (ese fue Jesús),
ése es el que bautiza con el Espíritu Santo."
(Juan 1:33).
En Hechos 1:5: justamente antes de ascender
al cielo, Jesús dijo: "Vosotros seréis bautizados
con el Espíritu Santo dentro de no muchos días...
Y recibiréis poder, cuando haya venido sobre vo-
sotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en
Jerusalén, en toda Judea, en Samaría, y hasta lo
último de la tierra."
Este fue el bautismo del cual mi iglesia nunca
había escuchado, o que no creía que existía, o que
pensaba que no era para el día de hoy, pero que
yo sabía que necesitaba para ser un testigo.
Dejé mi Biblia sobre la cama, me arrodillé a
un costado, de ella, y dije: "Señor, si estas Escri-
turas no son para el día de hoy, envíame un men-
saje desde el cielo. Dime que las puedo 'eliminar'
y las eliminaré. Pero hasta que me lo digas, ellas
permanecen, y yo voy a descubrir cómo hacerlas
funcionar, porque yo deseo recibir poder para ser
tu testigo, y yo sé que tú deseas que lo sea."
Después de haber orado, recordé que en las re-
uniones de Oral Roberts donde había sido sanado
de mi espalda enferma, yo había oído de un lugar
llamado Fundación Koinonía. Era donde estaba
la oficina central del C.F.O., en Pikesville, Mary-
land, y se encontraba no muy lejos de donde yo
vivía. Así fue que unas pocas semanas más tarde,
un domingo en la tarde, fui a ver de qué se trata-
ba la Fundación Koinonía. Yo pensé que iba por
mera curiosidad, pero era que verdaderamente el
Espíritu Santo me estaba dirigiendo.
11
Cómo ser bautizado en él
Espíritu Santo
La mayor parte del personal había salido ese
día a realizar ciertas tareas. Pero un joven lla-
mado Jim había quedado a cargo, y pudo dedicar-
me algún tiempo.
Yo le dije que estaba hambriento del poder pa-
ra ser un testigo, de que tenía ansias de compar-
tir a Jesús con otros. Le dije que había venido de
un mundo de tinieblas, el mundo de los altos eje-
cutivos de los negocios, el mundo de la industria,
donde todos bebíamos hasta morirnos si éramos
lo bastante afortunados para hacerlo antes de
desintegrarnos de un ataque al corazón o un colap-
so nervioso. Yo había tenido un encuentro con
Jesús, de modo que tenía una respuesta para mis
colegas en el mundo de los negocios, y sentía an-
helos de compartirla con ellos, pero que no podía
hacerlo. No podía contarles a ellos acerca de Je-
sús. Me encontraba maniatado y con la lengua
trabada. No tenía libertad para comunicar a Je-
sús. En realidad, tenía un serio impedimento en
mi habilidad de comunicar cualquier cosa, y lo
había tenido desde muy joven. En la universidad,
nunca pude ponerme de pie para recitar. Obtuve
malas notas por mi deficiente participación en las
clases, aunque yo sabía las respuestas, debido a
que era incapaz de comunicarme.
Y así fue que Jim me testificó ese día del poder
del Espíritu Santo para comunicar el amor de
Dios a otros, y nos sentamos en el patio interior
del hogar de Koinonía y él me explicó el signi-
ficado de los versículos que yo había leído en el
Nuevo Testamento.
El me explicó cómo la iglesia de Efeso no ha-
bía tenido poder, y que cuando Pablo fue allá des-
cubrió la razón; él les preguntó: "¿Recibisteis el
Espíritu Santo cuando creísteis?" Y ellos le dije-
ron que nunca habían oído de tal cosa. Entonces
Pablo impuso las manos sobre ellos, y ellos reci-
bieron el Espíritu Santo.
Yo me di cuenta de que estaba hablando de lo
que yo necesitaba, porque el Espíritu dentro de
mí testificaba la verdad de su testimonio.
Después de que él había explicado todas las Es-
crituras, Jim dijo: "¿Le gustaría que yo ore para
que reciba este bautismo en el Espíritu Santo de
Jesús? ¿Es usted un candidato para su bautismo?"
Y yo dije: "Yo soy un candidato para todo lo
que Jesús tenga que ofrecerme."
Y entonces él me hizo una pregunta más: "¿De-
sea todo lo que Dios tenga para usted bajo las
condiciones que él imponga!"
Yo dije: "Así lo deseo ciertamente."
El se colocó detrás de la silla en queme sen-
taba, y me colocó las manos sobre la cabeza. El
oró una oración muy sencilla en su lengua natal:
"Bautiza a Harold en tu Espíritu Santo, Señor.
Hazte cargo de su vida. Hazlo un testigo. Hazte
totalmente cargo de sus negocios. Y Señor, si él
no está seguro de que desea que lo hagas, hazlo
de todas maneras. Ahora, Señor, te doy gracias
por haber bautizado a mi hermano en tu Espíritu
Santo, por equiparlo con todos los dones que él ne-
cesitará para servirte. Amén."
Entonces, mientras sus manos todavía estaban
sobre mi cabeza, él comenzó a orar en otro idio-
ma. Yo no sabía qué era, solamente que no era su
lengua natal. El era de Lumberton, Carolina del
Norte, y sospeché que no sabía muchos idiomas
extranjeros, pero éste, cualquiera que fuera, so-
naba melodiosamente.
Ese fue el fin de ello. Yo esperaba que suce-
diera algo, que algún poder fluyera por mí, que
sonaran las campanas, que se escuchara música
angelical, que el fuego reposara sobre mi cabeza,
pero nada sucedió, según lo puedo yo depir, ex-
ceptuando que sentí una liberación de todo mi ser,
de una paz más intensa que jamás había conocido
antes.
Yo dije a Jim: "No siento mucha diferencia en
mí, verdaderamente."
El dijo: "Espere un momento. ¿Fue salvo por-
que sintió algo? ¿O porque creyó la Palabra de
Dios? Es igual con cualquier don que Dios tenga
para su pueblo. Lo recibe por fe y va y actúa co-
mo si lo tuviera, y descubrirá que lo tiene."
Confié en su palabra, y dije: "Gracias, Jesús,
por bautizarme en tu Espíritu Santo."
Jim me aconsejó que me fuera a casa y leyera
la Biblia y alabara a Dios. "No deje de alabarle", ¿puedes bajar un poquito la intensidad, no dema-
me dijo. siado, pero lo suficiente como poder seguir sobre
Durante todo el trayecto a casa, tuve un extra- la tierra para saber lo que está sucediendo?"
ño sentido de expectación de que algo iba a suce- Yo sabía que había recibido el bautismo en el
der. Me fui a acostar, y durante la noche, algo Espíritu Santo y apenas podía esperar de ver si
sucedió. No entraré en los detalles, ya que si lo el poder que sentía podría funcionar cuando tra-
hago estará esperando tener la misma experien- tara de testificar.
cia que yo tuve. Y Dios tiene para usted una muy
particular.
En todo caso, cuando yo desperté, pensé que
había estado soñando; yo discurrí: "Ese sueño sí
que fue extraordinario." Y entonces supe que no
fue sueño, porque Hechos 1:8 era verdad, toda-
vía estaba allí en mi Biblia. Y el poder estaba so-
bre mí. Estaba en todo mi ser, como grandes on-
das de electricidad, como ondas de energía celes-
tial. Y eso era exactamente la realidad. Mi len-
gua se había soltado. Comencé a alabar a Jesús.
Yo podía decir: "¡Alabado seas Jesús, gracias,
Jesús, por mi salvación. Gracias Jesús, por la vi-
da eterna. Gracias Jesús, por lo que tú eres.
Aleluya."
E inmediatamente pude decir que algo era di-
ferente, además. En cierta ocasión yo había ora-
do, confesando que no tenía ningún amor por otra
gente y pidiendo a Jesús que me dejara conocer su
amor por ellos, para que fluyera a través de mí.
Cuando me levanté esa mañana, sintiendo el
poder de Dios sobre todo mi ser, también sentí su
amor, por toda persona. Era como amor líquido,
que se derramara sobre mí, y amé a todo el mun-
do de quien pudiera pensar con el amor de Dios
mismo.
Ese día andaba como sobre nubes. El poder y
él amor fueron tan intensos que dije: "Señor,
 12
Cómo testificar con eficacia

Unos pocos días después de mi bautismo en el

Espíritu Santo, Dios me envió donde estaba el
peor pagano que había conocido. Yo le conocía
por años, y cada vez que alguien mencionaba el
nombre de Jesús, se ponía furioso. Ese día, me
miró de arriba abajo, y dijo: "Tú eres una per-
sona diferente."
Yo dije: "¿Cierto?" Yo sabía que era diferente
por dentro, pero no sabía que la diferencia se ma-
nifestaba en el exterior tan luego.
"Por cierto", dijo él: "¿Qué es lo que te ha
sucedido?"
El Espíritu dentro de mí dijo: Dile acerca de
Jesús.
El Viejo Patituerto dentro de mí estaba mur-
murando en mi oído: "Claro, dile", y continuó:
"Y te va propinar un puñetazo en la nariz sin
más demora..."
 Yo pensé que ciertamente lo haría, pero me
sentía impulsado con el poder del Espíritu Santo,
me era imposible no hablarle de Jesús. Comencé
con palabras muy sencillas, relatándole exacta-
mente lo que había sucedido conmigo, y se quedó
anonadado, absorbiéndolo todo, mientras sus ojos
se abrían más y más. Estaba literalmente petri-
ficado por él poder de Dios.
Después de haber estado hablando por cinco o
diez minutos, él dijo: "¿Qué debo hacer para ser
salvo?" Por poco me desmayo.
Bueno, para abreviar, él se convirtió. Su nom-
bre es Blair Reed. Dejó su trabajo de contratista
y se fue a Carolina del Norte donde por quince
años o más ha dirigido un hogar para alcohólicos,
llamado Casa de Oración. El es un gran discípulo
de Jesucristo, y ha ganado a miles para el Señor.
Blair fue salvo cuando el poder del Espíritu Santo
me hizo un testigo.
Antes de conocer a Jesús como mi Bautizador
en el Espíritu Santo, mis esfuerzos por testificar
no le dieron al Señor ninguna oportunidad de in-
tervenir a mi favor, de £omen^ar y preparar los
corazones de aquellos á quiénes yo iba a hablar
acerca de él. No es de extrañarse de que fuera
tan monumental fracaso, tratando de navegar con
mi propio impulso, pensando de que iba a ganar
a alguien para él. Solamente conseguí espantar-
los, vez tras vez. Sin embargo, después de mi bau-
tismo, comprendí que yo no podría salvar a nadie,
que la salvación era la obra de Jesús, y de que él
abriría las puertas donde él deseaba que testifi-
cara. Aprendí a esperar que me preguntaran algo,
a esperar que una puerta se abriera, y entonces
yo sabía que él me estaba respaldando. La Escri-
tura que me dio fue la siguiente: "Yo os envío
como a ovejas en medio de lobos; sed, pues,
prudentes como serpientes, y sencillos como palo-
mas." Pronto descubrí que daba resultado, mien-
tras dependiera de él para conseguir sus propósi-
tos, y no tratara de hacerlo por mí mismo.
Cierta noche cuando cruzaba el océano en un
viaje de negocios a Inglaterra, viajaba en el
avión, un hombre y su esposa sentados en el asien-
to próximo al mío. Ella estaba al centro, mien-
tras su marido, qué estaba a la orilla dormía
después de haber bebido abundantemente.
Permanecí allí esperando la pregunta, y pasa-
ron la una, las dos de la mañana, y debíamos lle-
gar a Londres a las cinco. Como a las tres, la
mujer se volvió hacia mí y dijo: "¿Usted no bebe
ni fuma, verdad?"
"Así es", le respondí.
"¿Por qué?"
Apenas tuvimos tiempo de considerarlo, pero
yo comencé a hablarle a ella acerca de Jesús.
Ella dijo: "Desearía conocer a Jesús tan bien
como usted."
"Puede conocerle", le dije, "y ahora mismo".
En ese mismo momento un asistente pasaba por
allí y derramó una bandeja de licor sobre noso-
tros. Tuvimos que secarnos del chaparrón, y el
incidente interfirió con nuestra conversación es-
piritual. La mujer dijo: "Bueno, éste no parece
ser el tiempo oportuno, pero cuando llegue al ho-
tel, le voy a pedir a él que se haga cargo de mi
vida."
Sucedió que nos alojamos en el mismo hotel, y
cuando la vi al día siguiente, ella resplandecía con
la gloria de Dios.
 Cierto día vino a mi puerta un Testigo de Je-
hová, y bajo el poder del Espíritu Santo, yo le di
la bienvenida y le invité a entrar. Humanamente
hablando, yo no deseaba tener nada que ver con
él. Mi mente humana me dijo: "Este fulano es un
pillo."
Pero el Espíritu dijo: Invítalo a entrar. ¿Acaso
no soy yo capaz de salvarle?
Y yo dije: "Señor, pienso que sí. Tú me salvas-
te a mí."
Yo no había considerado, verdaderamente, que
los Testigos de Jehová fueran candidatos para la
salvación. Ya habían establecido una cierta doc-
trina que dejaba a éstos fuera de tal posibilidad.
"Pase", dije. "Me agrada conocerle." Ese era
Jesús que se agradaba en conocerle, no yo. El en-
tró y se sentó, y yo dije: "Usted es uno de los mu-
chos que han llamado a mi puerta recientemente."
"Sí", dijo él. "Nosotros creemos que el tiempo
es corto, y estamos haciendo lo mejor que pode-
mos para ganar adeptos."
"¿Qué es lo que tiene en su mano?", le pregun-
té. "¿Una nueva Biblia?"
El dijo: "No, éste es un manual de nuestra fe."
"Qué bien, ¿podría verlo?"
El parecía encantado de que yo estuviera inte-
resado lo suficiente como para echarle un vistazo
a su manual. El Señor estaba dirigiendo, yo nun-
ca habría pensado de tal cosa. Yo habría dicho:
"Deshágase de este atorrante tan pronto como
sea posible. Yo soy superior a él." Pero el Señor
me recordó de que yo había sido sacado del estado
de un atorrante botado en el desagüe y Jesús que
ío había hecho, sacándome del lodo de este mun-
do,, podría hacer lo mismo por este muchacho.
Yo hojeé el libro, y descubrí que Jesucristo era
un profeta, un buen maestro, y que él estaba
muerto como todos los demás. Esto demostraba
cuál era su doctrina, él no tenía un Salvador vi-
viente. De modo que yo dije: "¿Dónde va a pasar
la eternidad?"
"Probablemente en el infierno."
"Bueno, entonces", dije yo: "¿Para qué está
trabajando tanto para llevar a otros con usted?"
El no había pensado seriamente al respecto. Yo
tampoco. Era el Espíritu Santo el que comenzaba
a intervenir.
"¿Cuántos de su grupo van al cielo?", le pre-
gunté.
"Solamente ciento cuarenta y cuatro mil. Y el
número ya está completo."
Yo podía ver que él no estaba muy bien infor-
mado acerca de la doctrina del Atalaya, de modo
que aproveché la ventaja. "Bueno, entonces", di-
je: "¿Por qué desea arrastrarme a mí al lugar
donde usted va?"
"Bueno", dijo él "ésa es la manera que nos han
enseñado."
En seguida, yo abrí el manual en la sección que
habla de sanidad. Decía, con todas sus letras, que
Dios solía sanar sobrenaturalmente, pero que ya
no lo hacía ahora debido a que existían los médi-
cos y la medicina. De modo que dije a este joven:
"Jimmy, aquí dice que Dios ya no sana."
Y él dijo: "Cierto."
Yo dije: "¿Fue este libro escrito por los líderes
de su denominación?"
"Ciertamente", dijo él, "así es."
"¿Ha sido leído y releído y revisado por sus
líderes?"
 "Con mucho cuidado", me aseguró él. "Tiene
toda autenticidad."
Yo dije: "Entonces será mejor que despidan al
impresor. Porque él *ha puesto una falsedad en
este libro. Aquí dice que Jesús ya no sana, que él
es un profeta muerto, pero yo sé que vive, por-
que él me sanó."
Jimmy se puso pálido. El tenía que llamarme
un mentiroso o reconocer que su denominación
estaba equivocada. El cometió un grave error. Me
dijo: "¿Sí? Cuénteme de eso."
Y yo le dije de cómo había leído en la Biblia de
que Dios sana, y había creído en eso, y me ha-
bía colocado en la fila de los que deseaban ser
sanados en la carpa de Oral Roberts el año 1954
en Baltimore y recibí la sanidad instantánea, de
un disco de mi columna vertebral que estaba des-
integrado. Las radiografías sacadas recientemen-
te habían revelado que no existía ningún daño en
el disco.
Bueno, él estaba evidentemente agitado. No sa-
bía qué decir. No podía llamarme un loco, porque
yo estaba sano a todas luces. Y no podía decir que
su manual estaba errado, de modo que dijo: "Vea-
mos. Yo soy un poco novato en este asunto. Me
gustaría mucho que pudiera hablar con algunos
de nuestros miembros más antiguos; ¿vendría a
la iglesia conmigo?"
"¿Cuándo podemos ir?", pregunté.
Esto casi le hizo desmayarse, que yo deseara ir
a su iglesia con él.
El domingo próximo fui al salón del reino.
Cuando comenzaron a enseñar error, yo me des-
entendí de lo que decían y comencé a orar en el
Espíritu. Si escucha una mentira, recibe el espí-
ritu de la mentira, y recibe engaño. Siendo un
cristiano lleno del Espíritu, yo podía desentender-
me de ella y sintonizarme totalmente con Jesús.
El hizo que las palabras de error se desviaran, y
de ese modo yo no fui engañado.
Después de salir del salón del reino ese día,
Jimmy dijo: "¿Qué tal le pareció?"
"Agradezco mucho el que me haya invitado",
le dije, y agregué: "A propósito, ¿por qué no vie-
ne a la iglesia conmigo esta noche?"
El no podía rechazar sin ser descortés, porque
yo había ido con él a su reunión. Y dijo: "Este...
eh... bueno iré."
El fue conmigo esa noche, y escuchó la Palabra
predicada con poder. El ya había oído mi testi-
monio, y como Apocalipsis 12:11 dice: "Y ellos
le han vencido por medio de la sangre del Cordero
y la palabra del testimonio." El Testigo de Jehová
fue salvo.
¿Hay alguna cosa muy difícil para Dios? No,
cuando vivimos como hijos del Rey y le dejamos
que él nos dé el equipo necesario para realizar el
trabajo.
 13
Cómo encontrar el día perdido

Una noche después de haber descubierto que el

bautismo en el Espíritu Santo me había dado
verdadero poder para testificar, mi pastor reci-
bió una profecía para mí. Decía que Dios abriría
puertas para testificar que ni siquiera podía ima-
ginarme. Yo estaba lo bastante dispuesto para
que así sucediera, pero no tenía idea de cómo ocu-
rriría. Si hubiese tratado de imaginármelo, no le
habría acertado ni en lo más mínimo.
Los comienzos .se remontaban a los años del se-
senta, cuando la NASA comenzó a funcionar para
cumplir con las instrucciones del presidente de
colocar un hombre en la luna. El programa se ini-
ció en el centro espacial Goddard ubicado en
Greenbelt, Maryland, no muy lejos de donde yo
vivía. Yo estuve relacionado con el programa des-
de el comienzo, por medio de compromisos con-
tractuales con mi compañía.
 A través de los años, en la serie de misiones
espaciales Mercurio/Gémini, yo visité la estación
de rastreo en las Bermudas en mi capacidad de
ingeniero consultivo. Mi libreta de anotaciones se
llenó muy pronto con información muy interesan-
te la que yo compartía a menudo cuando tenía la
oportunidad de hablar en escuelas y universida-
des, a grupos, sobre mi tema favorito: "Ciencia,
Filosofía, Evolución, y la Biblia."
Una de las historias que a menudo mencioné fue
la que tiene relación con la preparación estadísti-
ca necesaria, previa al descenso lunar. Los cientí-
ficos del espacio estaban comprobando la posición
del sol, luna, y planetas en el espacio; calculando
la posición en que se encontrarían 100 y 1.000
años más. Además, estaban investigando la tra-
yectoria de los asteroides y meteoros conocidos,
de modo que no cometiéramos el error de enviar
a astronautas y satélites que solamente iban a
chocar con algo. Las órbitas de los satélites te-
nían que trazarse un término de la posición de
los.cuerpos celestes de modo que no se llegara al
caso de que todo el asunto resultara una colisión
como de dos vehículos de frente.
Resultó que, al hacer funcionar la computadora
hacia adelante y hacia atrás a través de los siglos
para hacer los cálculos necesarios, ésta no pudo
seguir porque se presentó un problema. La com-
putadora se detuvo y apareció la luz roja; esto in-
dicaba deique se había presentado una falla en
la información entregada a la misma o los resul-
tados no correspondían con las normas. Se llamó
al departamento de reparaciones con el fin de que
hicieran las revisiones necesarias. > por los soldados de Josué. Pero algunos de los ene-
Los técnicos dijeron: "No existe falla alguna
en la computadora, está funcionando perfecta-
mente. ¿Qué les hace pensar que está funcionan-
do mal?"
"Bueno, la computadora registra un día perdi-
do en alguna parte a través de los años transcu-
rridos en el cálculo", contestó el operador. Enton-
ces revisaron la información y después de rascarse
sus cerebros educados concluyeron que no había
explicación posible, ni respuesta lógica. Se en-
contraban en un callejón sin salida.
Fue entonces que un individuo religioso del
equipo dijo: "¿Saben?, en una ocasión cuando yo
asistía a la escuela dominical, escuché hablar de
un día en que el sol se detuvo." Todos se rieron
de tal manera que sintió ganas de desaparecer del
lugar; nadie le creyó sus palabras. Pero no exis-
tía explicación posible, de modo que le pidieron
que les mostrara de lo que les estaba hablando.
Consiguió una Biblia y la abrió en el libro de
Josué en el lugar donde éste fue llamado a luchar
contra todos los reyes de los amorreos, una in-
vencible alianza de enemigos. Descubrieron^n el
relato una aseveración tan ridicula pafa cual-
quiera que tiene un poco de sentido común. En-
contraron que el Señor le dice a Josué: "No ten-
gas temor de ellos; porque yo los he entregado en
tu mano, y ninguno de ellos prevalecerá delante
de ti." La Biblia continúa diciendo que el Señor
hirió a los enemigos de Josué con gran mortan-
dad, y ellos comenzaron a huir delante de Israel.
Y el Señor arrojó desde el cielo grandes piedras,
y de los enemigos muchos más murieron por las
piedras del granizo que los que fueron muertos
migos todavía quedaron, y Josué oró para que el
sol se detuviera y también la luna hasta que los
israelitas habían terminado de vengarse de sus
enemigos.
"Y el sol se detuvo y la luna se paró, y no se
apresuró a ponerse casi un día entero."
"Allí está", dijo el cristiano del programa es-
pacial, "allí está su día perdido. Vayan y revisen
si no es así."
Bueno, revisaron las computadoras, volvieron
hasta el tiempo de la derrota de los enemigos de
Josué y corroboraron que la comprobación era
casi exacta, pero todavía prevalecía un pequeño
error. El tiempo transcurrido en ese día de Josué
era de 23 horas y 20 minutos, y no alcanzaba a
las 24 horas de un día completo. Todavía había
una pequeña discrepancia de 40 minutos que ha-
bía que tomar en cuenta. Al consultar la Biblia
nuevamente, ellos descubrieron que ella no decía
que el sol y la luna se habían detenido por todo
un día, sino: "Casi un día entero."
De modo que nuevamente seguían teniendo di-
ficultades. Cuarenta minutos tienen un tremendo
significado cuando se multiplican muchas veces
en las órbitas. Fue entonces que el individuo re-
ligioso recordó que en otra parte de la Biblia dice
que el sol volvió atrás. Naturalmente que, los
otros miembros del equipo de técnicos espaciales
le dijeron que estaba loco, pero una vez más, no
tenían mucho que escoger en el asunto, de modo
que fueron otra vez a la Biblia y leyeron en 2
Reyes capítulo veinte, de cómo Ezequías en su
lecho de muerte recibió la visita del profeta Isaías
quien le dijo que no iba a morir, sino que Dios lo
iba a sanar de modo que en tres días estaría lo
suficientemente bien como para ir al templo. To-
davía más, Dios prometió darle quince años más
de vida sobre la tierra. Estas noticias eran tan
agradables que Ezequías no podía creerlas. El pi-
dió una señal de que la palabra de Dios se
cumpliría.
"¿Deseas que el sol descienda diez grados?", le
preguntó Isaías.
"No", dijo Ezequías. "Es muy fácil que el sol
descienda diez grados. Eso sucede todo el tiempo.
Todos los días desciende. ¿Por qué no hacer que
la sombra vuelva atrás por diez grados? Eso será
una cosa extraordinaria, y así podré creer."
Así fue que Isaías habló al Señor, y el Señor
hizo que la sombra volviera atrás por diez grados.
¡Diez grados son exactamente cuarenta minutos!
Veintitrés horas y veinte minutos corresponden
al día de Josué, más cuarenta minutos que corres-
ponden al acontecimiento en los días de Ezequías,
sumaban veinticuatro horas, el día perdido que
los científicos espaciales tuvieron que tomar en
cuenta en sus cálculos y bitácora.
Yo había relatado este hecho un cierto número
de veces en escuelas y en reuniones en las cuales
me tocó hablar, usándolo como un ejemplo de
cómo la ciencia está probando que las cosas extra-
ordinarias de la Biblia son verídicas. Entonces
sucedió que el hecho llegó a oídos de una mujer,
Mary Kathryn Bryan, quien tenía una columna
en un diario en la ciudad de Spencer, Indiana.
Ella recibió una copia escrita de mis afirmaciones
afinca del día perdido de alguna fuente no iden-
tificada. Probablemente alguien la había prepara-
do deepués de escuchar una cinta de mi confe-
rencia o había tomado nota en alguna de mis
conferencias y lo había escrito, pero en todo caso
eso no interesa. Dé todos modos era una informa-
ción fidedigna, y la señorita Bryan estaba intri-
gada con el asunto. Sin que yo lo supiera de pri-
mera, ella lo incluyó en su columna.
En todo caso, yo no sabía nada de su diario de
antemano, pero muy prorito supe del asunto. Va-
rias agencias noticiosas se hicieron eco del relato
y apareció en cientos de lugares. Mi pequeña ca-
silla de correo comenzó a llenarse de cartas de
personas que deseaban saber más acerca del día
perdido. Las cartas llegaban de todos los países
del mundo, y todavía siguen llegando.
Era imposible para mí el escribir una respues-
ta personal a cada uno, de modo que preparé una
carta circular explicando que el día perdido es
algo bien confirmado en los escritos de muchas
civilizaciones. Para mayores detalles les informé
de un libro llamado El Día Largo de Josué, escrito
por un profesor de la Universidad de Yale, el doc-
tor C. A. Totten en el año 1890. En la carta yo
incluí un breve testimonio de cómo había sido mi
vida antes y después de encontrarme con Jesús,
y alenté a mis amigos epistolares a probar por sí
mismos al Señor. Con la carta incluí una síntesis
del libro de Totten y un folleto titulado ¿Se detuvo
el sol?
De algunas personas no he vuelto a oír más.
Algunas han escrito, o me han telefoneado, para
decirme que soy un mentiroso, y he tenido spa
oportunidad de practicar el perdón. Muchos otros
me han hecho saber que ellos han sido-*abi
ministrar a ellos el Espíritu Santo por á mentirosos.
su Palabra de verdad. ¡Aleluya! ¡A esto # refe-
ría la profecía de mi pastor! Dios había abierto
puertas de oportunidad para testificar que nunca
me hubiese imaginado.
Algún tiempo más tarde, recibí un llamado de
parte de una secretaria de un periódico pagano
en el Medio Oeste preguntándome de cómo un
Dios místico podía hacer tales cosas. Cuando con-
testé a ella con mi testimonio de un Salvador Vi-
viente, ella colgó el teléfono de un golpe. Poste-
riormente alguien me envió un recorte de la
publicación para la cual ella trabaja, diciendo que
yo había reconocido que todo el asunto era una
farsa. Un poco más tarde, numerosas publicacio-
nes religiosas, algunas de ellas, cristianas, co-
menzaron a repetir la falsa "retractación" y dan-
do excusas por haber originalmente participado
en la publicación del artículo. Ninguno de ellos
jamás cotejó el asunto conmigo, para comprobar
la verdad o la falsedad del artículo que habían
publicado.
Para qué quede bien en claro, el informe es
verdadero, y la retractación falsa. Las cpnversio-
neg que han resultado por la obra dm Espíritu
Santo obrando por medio del artículo original, las
cartas, y el folleto, han demostrado la verdad de
la Palabra de Dios que dice: "Por sus frutos los
conoceréis." Dios no salva a las personas por me-
dio de informes falsos. t
La serie total de eventos me ha demostrado
inclinados están los cristianos a creer una
fra en lugar de la verdad, cuan listos están
1
en las trampas de Satanás. Pero la Palabra
)ios es verdad aunque todos los hombres sean
Y &, incapacidad mía para suplir la documen-
tación sob|é el "Día Perdido" y toda la incidencia
al respecto, de ninguna manera detrae su auten-
ticidad. "Dios lo dijo, yo lo creo, eso es todo."
Pero si aun yo decido no creerlo, todavía es cier-
to que Dios lo dijo, y eso es lo que pone punto fi-
nal al asunto.
Es muy comprendible que la NASA se encuen-
tra en dificultades para contestar al diluvio de
cartas que ha recibido al respecto, copias de las
cuales los mismos inquisidores me han enviado a
mí. Una carta de la NASA dice no conocerme.
Otra incluye la dirección de mi casa para solicitar
mayor información, y todavía otra reconoce mi
relación con su programa. Debe ser una pesada
carga el tratar de complacer a todos los grupos
científicos, religiosas y étnicos a los cuales se en-
cuentran expuestos, i Ore por ellos!
Al comienzo del controversial rol en este inci-
dente, cuando las acusaciones de "mentiroso",
"falso", "tramposo", comenzaron a llegarme, tuve
la tendencia a ponerme a la defensiva y a sentir-
me disgustado con Dios. Después de todo, él era
el que lie había puesto en esta situación emba-
razosa sin defensa ni excusa. En verdad, una o
dos veces, estuve a punto de creerme ¡una vícti-
ma y un mártir y todo lo demás! ¡Cómo se
atrevían a dudar mi veracidad, honestidad e
integridad!
Entonces el Señor pareció decirme: Hill, ¿de
qué buena reputación estás preocupado?
"Perdóname Señor", dije. "Sin ti soy unÉpa-
pleto fracaso en lugar de serlo sólo en parte, furo
Señor, es tu reputación la que está en juego",
continué diciendo.
A l&cual él respondió: "¿Acaso no lo ha estado
siempre así? Y es aquí donde tú encajas como mi
testigo. Tú debes decirlo tal como es, y depender
de mi Espíritu Santo como el único poder para
convencer y salvar en el universo.
De modo que mi confianza plena está en Dios
como mi testigo de que todo es verdad tal como
se ha informado. Los hijos del Rey son reporte-
ros, no uno que explica detalles. ¡Aleluya!
Y los hijos del Rey pueden vivir como hijos del
Rey mientras escojan su camino, y permanezcan
en él. Dios siempre honrará la palabra de nues-
tro testimonio con frutos. ¿Cuál es el fruto de los
cristianos? ¡Otros bebés cristianos! Y tenemos el
poder para decir cómo es eso.
Para todos aquellos que han solicitado más de-
talles acerca del Día Perdido". (Josué 10:13; 2
Reyes 20:11.)
Les ruego me perdonen el contestarles por me-
dio de esta carta circular su solicitud por más
detalles sobre el Día Perdido. El haber recibido
cerca de 5.000 cartas y llamadas telefónicas me
impide escribir a cada uno una carta personal. Yo
no escribí el artículo en cuestión pero he hablado
en numerosas ocasiones sobre la armonía entre la
Biblia y la ciencia y supongo que fue adaptado de
una de esas ocasiones. El Evening World de la ciu-
dad de Spencer, indiana, lo publicó la primera
vez, y para su reimpresión deberá obtenerse su
autorización. Desde la ocasión cuando supe del in-
cidente por vez primera... yo he extraviado los
detalles con respecto a nombres y lugares pero
tendré mucho gusto de enviárselos cuando los
ubique. Mientras tanto, solamente puedo decir
que si no hubiese considerado que la información
es fidedigna, no la hubiese usado de niguna
manera.
Los escritos primitivos de muchas civilizacio-
nes antiguas poseen documentación acerca de un
"día largo", un "día de dos veces la duración de
un día normal", etc. Tales declaraciones aparecen
en los relatos históricos de los aztecas, los incas,
chinos, babilonios, etc. El eminente científico, pro-
fesor C. A. Totten, de la Universidad de Yale, por
medio de su descubrimiento de un día perdido en
el tiempo solar, corroboró por procedimientos as-
tronómicos los detalles como los presenta el re-
lato bíblico. Usando detallado procedimiento dado
en su libro El Día Largo de Josué (que se pue-
de obtener de Destiny Publishers, Merrimac,
Mass. 01860), cualquier persona capacitada en
el asunto puede preparar su propio programa de
computación.
Aunque es altamente grato ver la perfecta ar-
monía que existe entre la Biblia y el mundo cien-
tífico, un cristiano no necesita probar a Dios en
términos de su universo físico; su comprensión
debería estar fundada en el sólido fundamento
del "así dice el Señor". Antes de encontrarme con
Dios personalmente por medio de su hijo Jesu-
cristo hace alrededor de dieciséis años atrás, mi
vida era un aburrimiento total y miserable, y la
religión un absurdo piadoso, seco y sin vida mien-
tras pasaba de un grupo a otro sin cambio en la
mortífera monotonía de una momificada "ecle-
siología" formada por frustrados buscadores de
la realidad. Aunque exteriormente era un éxito,
dentro de mí tenía una terrible ansiosa incerti-
dumbre, una vacía inquietud la cual no podía sa-
tisfacerse con ninguna actividad o logro. Gomo
producto de un sistema educacional extremada-
mente absurdo el cual enseña solamente cómo ga-
nar dinero, dejando de lado cualquier preparación
de cómo vivir, yo estaba pobremente equipado
para enfrentarme con la sórdida realidad de la
vida, la base de la cual es salvaje e irracional sin
un Dios personal. Después de cerca de medio si-
glo de búsqueda para integrarme y realizarme,
me encontré con un hombre que había descubierto
que Dios tiene un primer nombre y ese nombre es
Jesús, y que si yo le invitaba a hacerlo, él entra-
ría y tomaría su residencia dentro de mí. Yo lo
hice y él también, y ahora el vacío anterior y la
inquieta ansiedad han sido reemplazadas con una
paz interior y una seguridad que aun la más vio-
lenta tormenta exterior no pueden perturbar, y
su permanente presencia es una continua reali-
dad. Yo fui nacido de nuevo por el Espíritu de
Dios y recibí vida eterna de parte de su propio
Hijo. Toda esa atormentadora carga de culpabili-
dad interior y de remordimiento fueron comple-
tamente lavados como por medio de un poderoso
río, y ahora tengo esa paz maravillosa que sólo
viene por medio de una correcta relación con Dios.
Poco después de encontrarme con Jesucristo como
mi Salvador, él me bautizó en su Espíritu Santo,
y la vida es ahora una continua aventura en esta
nueva dimensión donde los dones del Espíritu pro-
ducen admirables resultados en mis diarias acti-
vidades, como se nos promete en 1 Corintios 12:14.
De las muchas cosas interesantes que he apren-
dido sobre la gente religiosa desde que comen-
zaron a llegar sus cartas hace meses atrás, la
más extraordinaria es la presteza de algunos cris-
tianos para ser negativamente influidos por los
burladores. Unas pocas declaraciones despectivas
de parte de un pagano burlador, parecen espan-
tar a muchos hacia algún refugio teológico. De-
biera ser todo lo contrario, si estamos caminando
en el poder del Espíritu de Dios. Se nos advierte
que en estos últimos días el mundo estará lleno
de burladores, pero nuestra fe debería estar só-
lidamente anclada en la Palabra de Dios, el fun-
damento inquebrantable de todo el pueblo de Dios,
nacido de nuevo. Mi Dios está mucho más vivo
y muy al alcance de todos los que claman a él pi-
diendo respuestas vitales. Pruebe de usar el ex-
perimento de Baltimore por sesenta días simple-
mente pidiéndole a Jesucristo cada mañana que
ge haga cargo de su vida y sus asuntos por ese
solo día. Entonces, como evidencia de que está
confiando en el Nuevo Gerente para manejar to-
dos los detalles, reconózcale y déle gracias a él
por todo lo que sucede, no importa cuáles sean las
apariencias externas. Todos aquellos que han pro-
bado esto, han estado muy complacidos con los
resultados. Atrévase a poner su confianza en Dios
y él promete satisfacer los deseos de su corazón.
Dios le bendiga,
Harold Hill
U
Cómo orar sin cesar.
Cómo domar tu lengua
Uno de los primeros pasajes de las Escrituras
a los cuales Dios me llamó la atención cuando co-
mencé a vivir como un hijo del Rey, fue 1 Tesalo-
nicenses 5:16-18: "Estad siempre gozosos. Orad
sin cesar. Dad gracias en todo, porque esta es la
voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Je-
sús." Si deesamos permanecer en el centro de la
voluntad de Dios en todo momento, no podemos
dejar de regocijarnos, no podemos dejar de orar,
no podemos dejar de alabar a Dios, dándole
gracias.
Cuando descubrí esta escritura, sonaba muy
bien, pero imposible. Aun antes de tratar de re-
gocijarme siempre y dar gracias en todo, yo sa-
bía que no podía orar sin cesar. Yo podía orar por
dos segundos, después de lo cual mi mente co-
menzaba a divagar. Empezaba a pensar en otras
cosas. Yo hacía un esfuerzo por hacer volver mi
 mente al asunto de oración, pero me vencía el sue-
ño: "Lo puedo hacer mañana por la mañana en
lugar de esta noche." Pero en la mañana, nueva-
mente me iba a dormir. No valían de nada mis
esfuerzos, sencillamente no podía orar sin cesar.
Yo me quejé al Señor acerca de esto: "Señor",
dije, "aquí tiene que haber algo que no aparece a
primera vista. Tú dices que debo orar sin cesar,
^ yo estoy dispuesto a hacerlo, pero soy incapaz
de realizarlo. Tiene que haber alguna dimensión
de oración con la cual no estoy familiarizado, una
de la cual yo no tengo ninguna idea. Señor, ¿me
puedes mostrar cómo puedo orar sin cesar, de
modo que pueda obedecer tu Palabra?"
Aún antes de que pudiera decir "Amén", de re-
pente estaba orando una nueva clase de oración,
ésa de la cual habla Marcos 16:17: "Y estas se-
ñales seguirán a los que creen: En mi nombre
echarán fuera demonios; hablarán nuevas len-
guas." Sencillamente manaba de mí. No tenía que
pensar lo que debía decir, de qué debía orar, por-
que estaba orando en una lengua que nunca había
aprendido. Y era tan fácil orar. La oración con-
tinuó fluyendo y fluyendo. Y aunque no supe lo
que estaba diciendo, yo sabía que era lo correcto,
debido al sentir que me hizo experimentar en lo
interior, tan cerca de Dios, tan consciente de su
poder y su amor, en tal comunión íntima con él.
Me imagino que oré por media hora sin detener-
me, la oración más larga y espontánea de mi vida
hasta ese día.
Jesús dijo: Continúa alabándome. Nunca te de-
tengas, y yo mismo haré que la cadena de oración
continúe dentro de ti, allí en el templo del Espí-
ritu Santo, en tus entrañas mismas.
Y él ha cumplido su palabra. Siempre ha habi-
do ríos de agua viva fluyendo de mi interior.
Siempre estoy alabando a Jesús, uniéndome en
una oración del Espíritu que fluye siempre, in-
tercediendo perfectamente cuando ni siquiera sé
qué es lo que debo orar, porque el Espíritu Santo
ora por mi intermedio.
Ese tipo de oración pasa de largo la mente, y
oh, cómo hace a Satanás enardecerse, porque no
puede interferiría. El no puede descubrir lo que
usted piensa hacer. Y además usted no puede
dañarla con su intelecto. Es Dios el Espíritu
Santo el que está creando la oración desde nues-
tros espíritus humanos directamente hacia Dios
en el trono de gracia. Usted no tiene que decir:
"Si es tu voluntad", porque cualquier oración en
el Espíritu, está automáticamente garantizada co-
mo correcta en el centro de la perfecta voluntad
de Dios.
Antes de que comenzara a orar en el Espíritu,
uno de mis pecados habituales era una lengua
chismosa. Siendo tan superior, yo era un maestro
en desprestigiar a todo el mundo. No importaba
dónde estuviera, siempre tenía algo feo que decir
de alguien. Mientras más feo era el asunto, más
inclinado me sentía a mencionarlo.
No había duda de que poseía la lengua más
chismosa en toda la comunidad cristiana. Era
ruin. Yo la había entrenado para serlo cuando era
un pagano. Me deleitaba en echar lodo sobre las
personas. Nunca usaba palabras profanas, porque
tenía una madre cristiana, y ella me enseñó que
solamente los necios usan el nombre de Píos en
vano.
"Puede ser que algún día tú necesites clamar a
él de todo corazón", me dijo ella, "y si le haces
perder tiempo llamando su nombre en vano, él
puede pensar que tú estas engañándolo cuando en
verdad le estés llamando de todo corazón." Creo
que yo tenía como cinco años cuando ella me dijo
eso, y nunca lo olvidé.
Pero yo afilé mi lengua para los sarcasmos, y
en unos pocos segundos yo podía descubrirle a
cualquiera su punto débil y taladrarlo tan rápi-
damente que no se daba ni cuenta de lo que le ha-
bía sucedido mientras quedaba colgando en un
hilo, sin esperanza ni ayuda.
Cuando me convertí, me uní a la iglesia, y me
constituí en una amenaza para la congregación.
Yo podía decirle a cada uno lo que andaba mal
en su vida, incluyendo al predicador. Yo había
cubierto de lodo a todos los cristianos con mi sar-
casmo. Mientras más esfuerzos hacía por limpiar
mi boca, era peor, y con mayor intensidad sentía
que el libro de Santiago predicaba a mi concien-
cia: "Ningún hombre puede domar la lengua."
Debo haber leído ese versículo unas cien veces,
pero no debo haberlo comprendido ni siquiera una
vez, porque dije: "Señor, te prometo hacer un es-
fuerzo mayor." Debería haber sido evidente, aun
para mí, que el hacer un esfuerzo mayor no era la
respuesta.
Una noche, en un grupo de oración, yo había
echado a correr un chisme acerca de uno de los
hermanos. Yo sabía que esto estaba mal en el
momento en que salió de mi boca, pero no fui lo
bastante rápido como para detenerlo y no dejarlo
salir. Todos me miraron, horrorizados, y yo hu-
biera deseado ocultarme bajo la alfombra. Me
sentí totalmente condenado, y como si eso no fuera
suficiente, una de las hermanas me llamó hacia un
lado y me dijo: "Hermano, ¿se da cuenta de lo que
su lengua está haciendo a nuestro compañerismo?"
Me sentí miserable y dije: "Ciertamente lo sé,
hermana Bessie, y voy a tratar con todas mis
fuerzas de no hacerlo más." Ella me miró y se
fue, mientras movía la cabeza. Probablemente ella
sabía de que yo me había estado esfozando por
tres o cuatro meses, y mientras más me esforza-
ba, más veneno emitía mi lengua. Podía sentir la
intensidad del fuego dentro de mí, como si estu-
viesen produciéndose úlceras en mi interior.
La Biblia dice: "Las palabras del chismoso son
como heridas." Y yo reconocí la verdad de esto
por la manera en que mi estómago se retorcía
cada vez que yo vomitaba veneno contra alguien.
Estaba experimentando en mi cuerpo que la vida
y la muerte están en poder de la lengua.
Yo sabía que mi lengua estaba ministrando
muerte, para otros y para mí, pero, ¿cómo podía
yo domarla? Esto era un verdadero problema en
mi mente cuando me fui a casa esa noche, has-
tiado de mí y de mi lengua chismosa.
Yo había sido instruido ampliamente sobre los
métodos autosuficientes para domar la lengua,
pero sin éxito. Yo había leído: "Si tu mano dere-
cha te es ocasión de caer, córtala. Si tu ojo dere-
cho te es ocasión de caer, sácalo." Pero yo hubiese
podido cortar mi cuerpo en pedacitos sin curarme
de la tendencia a desprestigiar a otras personas.
De repente vi cuan inútil, cuan sin esperanza
habían sido todos mis esfuerzos, y siempre lo se-
rían. La verdad de que: "Ningún hombre puede
domar la lengua" se hizo luz en mi conciencia.
Dios me mostró claramente de que yo podría mas-
ticar mi lengua hasta que no quedara nada de ella,
y todavía no sería domada, porque las raíces de
una lengua incontrolable se encuentran en el
corazón.
Finalmente Dios pudo hacerme comprender:
Hill, solamente cuando me dejes a mí realizar la
doma, tú dejarás de perder tu tiempo.
Yo estaba más que listo para eso, de modo que
dije: "Señor, entonces doma mi lengua en base a
tus condiciones." Inmediatamente me descubrí
orando en lenguas. Y desde ese día hasta ahora mi
boca ha estado limpia a tal grado que oro sin ce-
sar, oro en lenguas siempre. Una lengua que está
alabando a Dios no puede criticar a nadie.
Muchos cristianos dicen: "¿Tengo que hablar
en lenguas?" Yo les digo: "No. No lo tienen que
hacer." Puede seguir ministrando muerte mien-
tras aguante. No tiene que hacer nada como Dios
manda. Usted lo puede hacer a su manera, como
siempre lo ha hecho. Puede ser un cristiano mez-
quino, insidioso, desagradable, en lugar de ser
amoroso, gozoso, ministrando paz. Tiene que es-
coger. ¿Qué decisión adoptará?
He descubierto que la manera como use mi len-
gua depende en todo sentido si vivo una vida vic-
toriosa como cristiano u otra clase de vida. El
haber entregado mi lengua a Jesús fue un paso
importante en mi aprendizaje de cómo vivir como
un hijo del Rey.
"Pero, ¿por qué?", dirá usted. "La lengua es un
miembro tan pequeño." Sí, es pequeño, pero como
el timón de un barco, gobierna todo su cuerpo,
todo el mecanismo, la personalidad toda. Y su
tendencia natural en el estado no domesticado es
el destruir, porque, como Santiago dice: "La len-
gua es un mal que no puede ser refrenado, lleno
de veneno mortal." Dios dice que el varón perfec-
to es aquel que no ofende en palabras que tiene
su lengua bajo dominio. Pero Dios solamente pue-
de dirigirla. Y su palabra garantiza que cuando
está regocijándose, alabando, y dándole gracias a
él, usted es perfecto delante de Dios, un hijo del
Rey en toda la extensión de la palabra: "Si algu-
no no ofende en palabra, ese es varón perfecto."
(Santiago 3:2.)
El Manual del fabricante dice que el orar en
lenguas es una señal para los incrédulos. Yo vi
una perfecta demostración de eso un día cuando
estaba con un grupo de menonitas en Pittsburgh,
Pensilvania, habiendo sido invitado para un fin
de semana a fin de compartir con ellos. El domin-
go por la mañana, habiendo allí alrededor de
ochenta hombres de la localidad, y después de que
yo había dado el mensaje, saqué una silla con el
fin de orar. Uno de los hombres que era uno de los
que más se burlaba, estaba allí con el fin de asegu-
rarse de que yo no contaminaba a los hermanos.
Cuando otro hombre vino y se sentó en la silla
de oración, yo puse mis manos sobre él y oré por
él en el Espíritu, orando en lenguas. Cuando el
tiempo de oración había concluido, el burlador es-
taba llorando como un bebé, sollozando violenta-
mente, mientras las lágrimas le caían sobre su
costoso traje azul.
"¿Qué le sucede?", le pregunté.
"Bueno", me dijo, "yo no sé si el hombre en la
silla recibió algo, pero Dios me habló a mí cuan-
do usted oró por él, porque usted estaba orando
en alto alemán. Yo soy estudiante de ese idioma,
y tengo mis dudas de que usted lo conozca, por-
que es un idioma muy raro."
Yo dije: "Yo no sé nada de alemán, alto, me-
dio o bajo."
"Bueno", dijo él, "Dios me habló a mí en per-
fecto alto alemán y dijo: ¿Quién eres tú para bur-
larte de alguno de mis dones?" Y ese hombrón que
lloraba como un bebé se convirtió, y al día siguien-
te le escuché orando por otro en una nueva len-
gua. Estaba realmente entusiasmado.
El Espíritu siempre testificará de Jesús.
A mi amigo Starr Dailey, el ex penado que es-
cribió El amor puede abrir tas puertas de la
cárcel, se le pidió que diera su testimonio en Tokio
en una iglesia cristiana. Su intérprete se desem-
peñó muy bien hasta que Starr abrió su Biblia.
Entonces Starr descubrió que el intérprete no po-
día traducir el vocabulario religioso. El no podía
traducir las Escrituras. Las cosas llegaron a un
punto muerto, por un momento.
Entonces Starr dijo: "Señor, yo sé que tú no
me trajiste aquí desde tantos miles de kilómetros
para tener cinco minutos de presentación. Si tú
no puedes hacer algo en este caso, yo tampoco.
Pero si tú puedes, Señor, ten a bien hacerlo."
El Señor vino a él con una palabra de las Es-
crituras: "Yo soy Jehová tu Dios, que te hice su-
bir de la tierra de Egipto; abre tu boca, y yo la
llenaré."
Starr abrió su boca, y de allí salieron entre
treinta y cuarenta minutos de eficaz mensaje, y
él no supo ni una sola palabra de lo que habló.
Era japonés, para su auditorio japonés. Starr di-
jo: "Nunca me había imaginado que Dios podía
usar un idioma extranjero. Yo pensé que las len-
guas eran solamente en idiomas desconocidos."
La Biblia las llama "lenguas humanas o an-
gélicas". Lo que sea que requiere la ocasión, alto
alemán o japonés moderno, Dios las puede suplir.
¿Por qué lo hace Dios de esta manera? No lo sé.
Esa no es mi responsabilidad. Dios desea bende-
cir, y él puede bendecirme en cualquier forma que
lo desee.
Perdónanos, Señor, por pensar siquiera de que
nuestro Dios nos habría de dar algo menos de lo
mejor que tiene el cielo. Perdónanos por escuchar
a los cerebros educados que nos han lavado nues-
tro cerebro para pensar que tu maravilloso don
de lenguas es de Satanás. Y Señor, ten misericor-
dia de aquellos predicadores y de aquella gente
que no sabe y de los ignorantes, Señor. Ilumína-
les, y convénceles por medio de tu Santo Espíritu
como lo has hecho con nosotros, de que nuestro
Dios entrega lo mejor a su pueblo. Señor Jesús, te
damos gracias porque has aumentado nuestra con-
fianza y nuestra fe en ti.
Deseamos todo lo que recomiendas que debemos
tener como pueblo tuyo. No deseamos dejar na-
da de lado, no importa lo que los teólogos nos ha-
yan dicho, en el sentido de que no es para hoy o
no es para nosotros, sino que fue para esa gente
en tiempos pasados. Señor, estamos dichosos de
que fue para ellos también. Y estamos dichosos de
que las lenguas son para tu pueblo en el día de
hoy con el fin de testificar con poder, para ver a
los inconversos entrando en el reino, para ver a
los burladores contristados, para ver a los rebel-
des cambiados. Haz que nuestras lenguas se sin-
tonicen a la dimensión de la alabanza y la acción
de gracias, que nunca más se oigan quejas o crí-
ticas, o chismes, o calumnias. Señor, pon guarda
a nuestras bocas. Ata nuestras lenguas para que
no digan chismes y dales rienda suelta para
testificar.
Derrama tu Espíritu sobre nosotros y manifies-
ta tus dones por nuestro intermedio. Así como en
el día de Pentecostés, ellos escucharon a la gente
que glorificaban a Dios, que nosotros vivamos pa-
ra tu gloria. Gracias, Jesús. 15
Cómo sentir éxtasis en
medio del tráfico

El tráfico. Esa fue una de las áreas de mayo-

res problemas en mi vida, y ocurría regularmente
todos los días entre las cuatro y media y las cinco
y media de la tarde. Era la hora cuando guiaba
mi automóvil desde la planta hasta mi hogar,
aquélla estaba ubicada en la parte industrial de
Baltimore, en la misma área de la Bethlehem
Steel, la General Motors, y otras "pequeñas" in-
dustrias como ésas. Alrededor de unas cuarenta
mil personas trataban de llegar a sus casas al mis-
mo tiempo, a través de caminos tan estrechos
como que fueron hechos para tráfico animal en
un solo sentido.
Oh, cuan molesto era esto, conduciendo en me-
dio de esa babel al atardecer. Yo había trabajado
todo el día y me había gozado alabando al Señor,
y ahora debía encontrarme con este pesado tráfi-
co del atardecer. En quince minutos ya estaba
completamente exhausto. Por lo general acostum-
braba sentarme al detenerme en una luz de trá-
fico con los nevios en tensión, listo para actuar,
mientras el motor funcionaba aceleradamente, y
mi presión sanguínea en la misma forma. No po-
día relajarme por esos treinta segundos mien-
tras esperaba que cambiara la luz, ya que alguien
podía adelantárseme. Tenía que ganarles a todos
a partir cuando la luz cambiara y hacerles tragar
el humo de mi escape. Cada luz que encontraba
parecía ser la más larga. Yo siempre estaba ase-
gurando que el marcador de tiempo estaba mal
ajustado, y dentro de mí tenía la sospecha que
eso lo hacía alguien con la mala intención de
molestarme.
A menudo deseaba poseer una larga barra de
acero ubicada bajo el eje de la transmisión. Esta es-
taría conectada a un interruptor bajo el panel de
instrumentos, y cuando alguien se interpusiera en
mi camino, alguien que se demorara a desplazar-
se y me impidiera ponerme a la cabeza del tráfico,
yo podría mover el interruptor, la barra pene-
traría a través del estanque del otro y saldría por
su radiador en la parte delantera, y le serviría de
lección.
Sucedió, entonces, que un día leí la escritura
que dice: "Amad a vuestros enemigos, bendecid a
los que os maldicen, haced bien a los que os abo-
rrecen, y orad por los que os ultrajan y os per-
siguen." Fue como si me dijera: "Bendice a los
que te molestan", y supe que Dios estaba hablan-
do acerca de mi actitud cuando me hallaba detrás
del volante.
"Pero Señor", dije: "Todos los automovilistas
me molestan."
Muy bien, dijo él. Tú eres el que dijiste que ibas
a probar todas las reglas en el "Manual del fabri-
cante". De modo que empieza a bendecir a aque-
llos que te molestan en el tráfico.
Bueno, fue algo difícil, pero le prometí al Señor
que trataría de hacerlo. En primer lugar, me des-
haría de mi arma imaginaria. En seguida, por su
gracia, trataría de bendecir a aquellos que me ul-
trajan en situaciones del tráfico.
Esto significaría un gran acopio de bendiciones.
La primera noche que probé el método de Dios
en el tráfico, descubrí a un individuo que estaba
detenido en una calle lateral, desesperanzado. Te-
nía hambre, había trabajado todo el día muy in-
tensamente, y él sabía que había diez mil auto-
móviles llenos de "paganos" que todavía tendrían
que pasar volando por esa intersección antes de
que él pudiera salir de allí.
Cuando yo me detuve y le indiqué que se colo-
cara en la fila delante de mí, casi se desmayó. Sus
ojos se agrandaron, y por un momento, se olvidó
lo que debía hacer para manejar su automóvil. El
había pensado que no podría salir hasta en unas
dos horas más, de modo que había apagado el mo-
tor y se había rendido a su suerte.
Bueno, cuando hizo partir el motor y salió, todo
el tráfico cambió. Vi que él dejó salir a otra per-
sona más. Yo pude sentir que el espíritu de ten-
sión de esa hora de intenso tráfico desaparecía, y
fue tal la bendición que no me podía contener.
Ahora yo soy el que domino la situación en el
tráfico. Cuando llego a una luz de tráfico, obser-
vo al tenso individuo en el vehículo ál lado mío,
haciendo lo que yo hacía antes. Acelera para ase-
gurarse que el motor marcha bien, produciendo
bastante contaminación como para matar a todo
el vecindario. Cuando la luz cambia, yo me con-
tengo a propósito para dejarle partir adelante. Y
cuando lo hace, le sale una sonrisa de oreja a
oreja. Ha triunfado en algo por vez primera, tal
vez en un mes. Puede ser que haya aceptado el
hecho de que es un total fracaso, y de pronto yo
le hago ser un triunfador deteniendo el tráfico. He
conseguido que gane su día, y le puedo ver ale-
grarse y solazarse dentro del viejo vehículo. 16
Ya puedo oírle cuando llega a casa. Entra a
ella, y su esposa se sorprende de su felicidad tan Cómo dejar de fumar
poco acostumbrada. Ella está acostumbrada a
verlo llegar malhumorado, como yo solía estarlo,
deshecho. Pero hoy ha vencido.
"Querida después de todo el viejo cacharro no
es tan malo. Deberías haberme visto dejar atrás
a un flamante Mercedes al partir de una luz de Fuerza de voluntad. Esa es una expresión muy
tráfico esta noche." Tal vez él le da un abrazo más apropiada en el ambiente mundano, y la gente que
que de costumbre y le invita comer afuera para tiene mucha fuerza de voluntad es alabada y en-
variar, y da una propina extra a la camarera, y vidiada por todos. Yo debería haber sabido que
¿quién sabe que más... ? Una bendición iniciada no poseía ninguna, y si algo tenía, estaba en huel-
por la acción de un hijo del Rey prosigue para ga, porque cuando la usé para dejar de beber, pa-
siempre. ra dejar de enlodar a otros, para conseguir pureza
en cualquier aspecto de mi vida, había sido me-
Llego a casa relajado, alabando al Señor, inter- nos que suficiente.
cediendo por todos en todas partes, y cuando lle-
go a casa y entro, mamá sabe que me he estado Una de las cosas en que traté de. usar fuerza
portando como un hijo del Rey. Y si llego a casa de voluntad fue mi hábito de fumar. Me fumaba
cansado, ella sabe que he vuelto atrás a mi anti- dos paquetes de cigarrillos al día, diez cigarros y
gua manera de conducir. una pipa. Y esto era bastante humo.
No existe ningún aspecto de nuestras vidas que En esos días yo experimentaba el compañeris-
Dios no pueda enderezar si le dejamos a él que mo de los demás en la iglesia bautista. Ellos pen-
haga su voluntad. saban que yo era un caso raro. Y por eso, para
tener comunión espiritual, solía ir a una pequeña
iglesia pentecostal los sábados por la noche. Era
dirigida por el anciano hermano John Douglas,
un gran hombre de Dios, y se reunía en un anti-
guo teatro de Baltimore. Los santos se reunían
alrededor de las siete y finalizaban su reunión a
las doce y media o una de la madrugada. Todo se
realizaba en perfecto orden, una hermosa reunión
carismática. Uno de los hermanos tenía un himno,
otro tenía un salmo, un cántico espiritual, len-
guas, interpretación o profecía.
Cuando entraba en la iglesia, todos sabían que
yó había llegado. Yo podía verles arrugar la na-
riz. Y les podía oír diciendo: "Ahí viene el hedion-
do Hill", porque yo era el único que fumaba entre
cerca de quinientos hermanos, y todos podían oler-
me a un kilómetro de distancia. Esto me afectaba
mucho, especialmente cuando cantaban ese anti-
guo himno pentecostal que dice: "No habrá fuma-
dores en la casa de mi padre." Todos dirigían sus
miradas directamente a mí. Me sentía acorralado.
Naturalmente, traté de reaccionar. Satanás usó
el espíritu de orgullo para tratar de arreglar el
asunto por mis propios medios con el fin de im-
presionar a los hermanos. Traté de hacerlo du-
rante un año, y al fin de ese tiempo, había con-
seguido pasar de dos paquetes de cigarrillos a
tres, de diez cigarros a doce, y fumaba una pipa
dos veces más que antes, todo esto por mis
propias fuerzas.
Mi orgullo se sentía herido en lo más profundo.
Yo volvía a casa a esforzarme aun más por dejar
de fumar, esforzándome verdaderamente con to-
da la energía de mi fuerza de voluntad, y ter-
minaba fumando más que antes. Yo alabo a Dios
porque si yo hubiese sido capaz de dejar el ciga-
rrillo, Dios habría sido despojado de su gloria. Y
entonces yo podría haber dicho a otros fumado-
res: "¿Por qué no dejan ese hediondo hábito que
ustedes tienen para ser buenos como yo lo soy, el
fariseo?" Pero Dios no cayó en esa trampa. El
hace todas las cosas bien.
Cuando yo oraba, siempre decía: "Señor, dame
el poder de dejar de fumar", pero el poder no
vino. Entonces un día dejé de pedir y sencilla-
mente esperé en el Señor. Y mientras esperé, él
pareció decirme: ¿Por qué deseas dejar de fumar?
Realmente no había pensado acerca de esto.
"Bueno, deseo dejar de fumar porque..." Yo no
deseaba que él supiera que mi imagen, mi religio-
sa, pura, cristiana, caballerosa imagen no debía
oler como yo olía. Pero él ya lo sabía. De modo
que él respondió a su propia pregunta en lugar de
mí al decir:
¿Deseas dejar de fumar para impresionar a los
hermanos?
"Pienso que así es, Señor."
No hay que hacer conjeturas al respecto. Tú
sabes muy bien que ésa es tu razón.
"Bueno", dije yo, tratando de aparecer algo
mejor, "ésa es una razón. Y además, esto me está
destruyendo." Estaba comenzando a toser sangre,
y no podía dar tres pasos sin sofocarme.
Oh, sí, por cierto que esto está matándote, y lo
ha estado todo el tiempo. Pero eso es cosa aparte.
Mucha gente muere de cosas que la están matan-
do, y ellos creen que se gozan haciéndolas. Esa no
es razón valedera. Sé absolutamente franco con-
migo, Hill, y entonces podemos conseguir algo
efectivo.
Yo bajé la cabeza y dije: "Muy bien, Señor", y
él aceptó mi confesión.
 Dime, ¿cómo fue que dejaste de beber? Fue su
siguiente pregunta. ¿Te di yo el poder para que
tú lo hicieras por tu propia cuenta?
"Oh, no. Yo rendí, dejé de esforzarme. Yo dije:
'Dios, ayúdame'. Y tú lo hiciste. Lo hiciste tú solo.
Tú me quitaste el deseo de beber alcohol."
Bueno, entonces, dijo él, ¿por qué no te rindes
en esto y me dejas que yo me encargue del asun-
to? Sé sincera. Reconoce que no deseas dejarlo.
Reconoce que estás encadenado. Dilo tal como es.
Y finalmente lo hice. Yo dije: "Señor, no tengo
poder ni deseo dejar de fumar. No tengo poder
para cambiar mi voluntad. No tengo ninguna in-
clinación a romper con este hábito. Me siento
compelido a fumar. Me deleito en fumar. Me de-
leitaré en cada chupada cancerosa mientras tú me
lo permitas, Señor." Y entonces fui verdadera-
mente sincero y dije: "Señor, ni siquiera tengo la
certidumbre de que deseo que interfieras en este
hábito que yo tengo desde que tenía trece años
de edad." Yo reconocí que mi voluntad estaba tan
encadenada por él, que ni siquiera tenía autono-
mía para tomar una decisión. Y terminé dicien-
do: "Todavía más, si tú dejas que yo decida, Dios,
probablemente voy a llegar a consumir diez pa-
quetes al día, y llegará a salirme humo hasta por
los oídos. Si tú estás de acuerdo, yo también."
Me sentía espiritualmente derrocado. Había li-
brado una batalla imposible hasta el punto de sen-
tinne exhausto, y me rendí. Pude sentir la libe-
ración. Y aunque hasta entonces no conocía las
palabras de Zacarías 4:6 en el Manual del fabri-
cante, estaba listo para ver una demostración de:
"No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espí-
ritu, ha dicho Jehová."
Una semana más tarde, Jesús se llevó mis ciga-
rrillos, y con ellos, todo deseo de fumar. Comencé
a experimentar algo de lo que la Biblia dice cuan-
do declara lo siguiente: "De cierto os digo que to-
do lo que atéis en la tierra, será atado en el cielo;
y todo lo que desatéis en la tierra, será desatado
en el cielo."
Después de que Ed me había presentado a Je-
sús, él me había dicho: "No trates de hacerte a
ti mismo digno. Ven tal como estás. Entrega todo
lo que tú eres a Jesús, y él te rehará en lo que él
quiere que tú seas."
He captado que una de las cosas más importan-
tes que debemos aprender si deseamos vivir como
un hijo del Rey es confiar al Rey cada problema,
cada falta, cada pecado, cada cosa imposible en
nuestra vida. El, y sólo él, puede hacernos dignos
de su reino. Mientras estemos nosotros tratando
de hacer algo por medio de nuestra fuerza de vo-
luntad, estamos condenados a permanecer en nues-
tro insignificante reino de miseria y derrota. Pe-
ro, los hijos del Rey rinden todo al Rey, y él les
emancipa para entrar por las puertas de su reino
de los cielos.-
 17
Cómo ministrar sanidad

Después de haber sido sanado, comencé a ver

el poder sanador de Dios obrando en las vidas de
otros.
Un atardecer, Jimmy, un hombre que había co-
nocido en los Alcohólicos Anónimos, y yo fuimos
guiados por el Señor para ir a la casa de otro
miembro de nuestro grupo. Ella había regresado
a casa desde el hospital de mujeres de Baltimore
después de su tercera operación de cáncer en dos
años. Los doctores habían decidido que ya no le
quedaba mucho por cortar sin cercenarle la vida
misma, de modo que le enviaron a casa a morir.
Su madre nos saludó en la puerta, y nosotros
dijimos: "Hemos oído que Noemí estaba muy en-
ferma, y nos detuvimos para... bueno... para
verla y . . . bueno... tal vez conversar con ella un
momento." En verdad no sabíamos .por qué está-
bamos allí. Esta era nuestra primera experiencia
en el ministerio de sanidad, solamente un par de
simples ex borrachos a quienes Jesús había libe-
rado y llenado con su Espíritu. Estábamos aven-
turándonos en este asunto.
Su madre no quería abrir la puerta. "Ya no le
queda mucha vida como para desear una visita",
dijo ella. "Noemí está en muy precaria condición.
Su cuerpo está macilento, sólo pesa treinta y nue-
ve kilos, y yo creo que sería mejor si ustedes no
la ven. Los doctores dicen que probablemente le
quede una semana de vida, eso es todo lo que
falta."
Nosotros explicamos que éramos miembros del
mismo grupo de Alcohólicos Anónimos al que per-
tenecía Noemí, y ciertamente no le podríamos
hacer algún daño si estaba tan mal como ella
decía. Prometimos no quedarnos mucho tiempo, y
al fin su madre abrió la puerta y nos hizo subir
hasta el dormitorio de Noemí. Lo que quedaba de
ella tenía el aspecto de una cascara de naranja
extendida sobre la cama, estaba tan demacrada y
consumida, y su piel había adquirido ese color
mortecino del cáncer. Noemí estaba muñéndose
y ella lo sabía. No había ninguna duda al respec-
to. La muerte no podía estar a muchas horas de
distancia.
Saludamos a Noemí y ella nos saludó a noso-
tros, y después de que habíamos conversado un
poco, el Señor comenzó a poner ideas en nuestras
mentes.
"Dios nos ha mantenido sobrios con los Alco-
hólicos Anónimos por varios años ya, ¿verdad?",
le recordamos.
Ella dijo: "Sí, es cierto."
Y entonces Jimmy compartió con ella de cómo
Dios le había sanado de un tipo de alergia cien-
tíficamente incurable. Fue como si Dios le hubie-
se dado una nueva piel, impenetrable a las mate-
rias químicas. Y yo le hablé de cómo él había
reemplazado mi desintegrado disco de la columna
por uno nuevo.
Ella escuchó nuestros testimonios y dijo: "Eso
es maravilloso."
Y yo dije: "Si Dios hizo eso por nosotros, ¿no
crees que él también te podría sanar a ti?" Yo me
sorprendí de las palabras al salir de mis labios,
ya que no se me había ocurrido que Dios pudiera
sanar a alguno que estuviera tan enfermo como
ella lo estaba. En verdad, no fueron mis palabras.
Ellas eran las palabras de ciencia que salían
mi boca por el Espíritu Santo. •
"Bueno", dijo ella, "creo que tal vez él podría.
Nunca había pensado en ello."
"¿Te gustaría pedirle a él que lo haga?"
"Bueno, sí, eso sería precioso." Noemí no tenía
bastante energía como para demostrar entusiasmo.
Yo tomé una de sus manos y Jimmy tomó la
otra, y su madre se quedó allí en completa incre-
dulidad. Nuestra incredulidad, en ese momento,
hacía juego con la de ella. De repente me di cuen-
ta cabal de que íbamos a pedirle a Jesús que sa-
nara un caso imposible.
Pero al fin la oración vino, con labios indecisos.
No fue una muy larga.
"Señor, algo ha hecho que este cuerpo esté
seriamente afectado. Pero sabemos que tú eres ca-
paz de sana/ y renovar aquello que ha sido des-
truido por Satanás. Jesús, por favor sana a Noe-
mí. Gracias a ti." Entonces oramos brevemente
en lenguas y dijimos: "Amén". Noemí dijo:
"Amén", también, y eso fue todo.
Mientras orábamos, sin embargo, yo sentí que
el don de fe crecía dentro de mí, y de repente yo
supe que Dios la sanaría. No era asunto de espe-
rar que algo sucediera. Era inconcebible que ello
no sucediera. Tenía que realizarse un milagro,
porque el don de fe había brotado en forma ins-
tantánea dentro de mí. Sin música de órgano, sin
campanas, sin vestimentas eclesiásticas, solamen-
te dos ex borrachos salvados que oraban por un
tercero y con Jesús a cargo de toda ¡Aleluya!
Entonces nos fuimos a casa.
Alrededor de tres meses más tarde, encontrán-
dome una noche en una reunión, vi a una mujer
al otro lado de la sala que me parecía cara cono-
cida. "Se parece a Noemí", pensé para mí, "pero
Noemí ha estado muerta y enterrada por varios
meses."
La mujer se dio cuenta de que yo la observaba,
y ella supo lo que yo estaba pensando. Ella se
acercó donde yo estaba y dijo: "Sí, soy Noemí.
Dios me sanó."
Fue la fe de Jesús que yo había sentido aflorar
dentro de mí cuando oramos. Su don de su fe.
Fue una demostración de lo que Pablo escribió en
Gálatas 2:20: "Con Cristo estoy juntamente cru-
cificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí;
y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe
del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí
mismo por mí."
Cualquier hijo del Rey puede ministrar sanidad
a otros cuando él conoce sus derechos y privilegios.
Un joven ministro metodista de Carolina del
Norte vino a nuestro retiro de vida espiritual en
uno o dos de los períodos y recibió el bautismo en
el Espíritu Santo. Una noche, cuando viajábamos
hacia Ashville donde yo debía predicar en su igle-
sia, él dijo: "Yo no comprendo por qué Dios no
me ha dado dones de sanidades."
Yo estaba hablándole al Señor mientras Jerry
me hablaba a mí, y yo le pregunté a Jesús: "¿Por
qué no has dado a Jerry dones de sanidades?"
Y el Señor pareció decir: Pregúntale a él si al-
guna vez ha actuado como si así fuera.
"Hermano Jerry: ¿Ha actuado alguna vez co-
mo si tuviera los dones de sanidades?"
El dijo: "No. Nunca pensé de hacerlo." Y en-
tonces le dejé que pensara al respecto por algún
tiempo.
Mientras estábamos en la iglesia esa noche, in-
formaron que uno de los miembros de la congre-
gación de Jerry estaba en el hospital de Ashville
y necesitaba ser ministrado, algo así como los ri-
tuales para un moribundo, debido a que ella había
permanecido en estado de coma por diez días. La
familia informó que sería muy oportuno si el
pastor pudiera pasar por allí. Y así fue que al
regresar al retiro, nos detuvimos en el hospital
general de Ashville.
Yo dije: "Yo permaneceré en el automóvil y
estaré orando mientras tú subes y haces lo que te
corresponde."
Mientras él estaba arriba, yo estaba orando en
el automóvil y el sentir de gloria comenzó a fluir
lentamente, de modo que supe que algo estaba su-
cediendo arriba en la sala del hospital. Cuando el
hermano Jerry salió, parecía flotar en el aire. El
era un predicador transformado.
"¿Qué sucedió?", le pregunté. No le pregunté:
"iSucedió algo?" Porque yo podía ver que alguna
cosa había sucedido.
"Bueno", me dijo: "Yo entré en la sala, y esta
mujer de cerca de ochenta años estaba a las puer-
tas de la muerte, y ella lo sabía. Todos sabían que
así sería. Ya habían elegido el ataúd y todo es-
taba listo para el funeral. Pero yo sencillamente
caminé hacia su cama, puse mis manos sobre ella
y dije: 'Hermana, en el nombre de Jesucristo, sé
sana.' Y ella se sentó en esa cama con sus ojos
muy abiertos y dijo: 'Aleluya.' Ella había estado
en estado comatoso por diez días." El movió su
cabeza, todavía anonadado. "Todo lo que yo hice
fue actuar como si así fuera, y descubrí que los
dones de sanidades estaban allí mismo."
Nosotros poseemos el poder de Dios, los dones
de Dios. Todo lo que tenemos que hacer es actuar
como hijos del Rey y ponerlos en acción.
¿Aún nosotros? Sí, Dios nos usa aún a nosotros.
Si tú oras por alguien, y ése muere al día si-
guiente, ora por el próximo. Alaba a Dios. Actúa
como hijo del Rey, y tú comenzarás a sentirte co-
mo hijo del Rey. Y mientras más te sientas así,
más actuarás como tal. Esto es algo acumulativo,
autogenerativo. Aumenta continuamente, y al fi-
nal tú captas el mensaje, en alta voz y claramen-
te: somos hijos del Rey. El reino de Dios está
dentro de nosotros, y nosotros lo vamos a mani-
festar exteriormente.
Si tú tienes tendencias religiosas, tú puedes
descubrir que tu cerebro educado estará queján-
dose de la manera en que tu teología está siendo
asesinada.
No hay duda que has estado oyendo al doctor
Címbalo que Retiñe, ese gran teólogo que enseña
con muchos detalles acerca de los dones del Espí-
ritu, según su propia ignorancia, no habiendo te-
nido jamás experiencia de la conexión que los
hace asequibles.
Yo también cometí el error de escucharle a él
por un tiempo un día, cuando yo era un cristiano
muy novato. Yo había sido sanado recientemente
en la carpa de Oral Roberts, y el doctor Címbalo
estuvo veinte minutos demostrando que la sani-
dad de Dios no es para hoy.
Después de bastante estrangulación de la ver-
dad por parte suya, con el fin de hacer caer a to-
dos menos a los de la fe firme, yo comencé a orar
por los seminaristas de todas partes.
Entonces dije: "Señor Jesús, dime tú para
quiénes son los dones del Espíritu Santo."
Para los necesitados, respondió él, a disposi-
ción de todos aquellos que los compartirán, ya sea
en grupo o individualmente, para llevar plenitud
donde haya escasez.
"Entonces, ¿a qué se debe toda la reticencia de
parte de los hijos del Rey de usarlos?", pregun-
té yo.
Una razón, 0-R-G-U-L-L-O, contestó él.
Y esa es toda la respuesta, el más engañoso de
los artificios del enemigo, la soberbia de la vida.
"¿Suponte que ellos mueren?" Murmura Sata-
nás en el momento de necesidad, donde puede ser
que tú seas la única persona dispuesta para mi-
nistrar los dones de sanidad. "Tú hermosa imagen
cristiana va a ser totalmente borrada. Mejor que
te andes con mucho cuidado. Deja que tal y tal
persona lo haga..."
Pero yo te digo a ti, atrévete a permitir que el
Rey que es tu huésped tome control con todo el
poder y la gloria de su resurrección. Entonces, si
ellos mueren, tú puedes decir: "Gracias Jesús. Tu
respuesta fue 'no', esta vez. Pasemos al próximo."
Jesús más un hijo del Rey es la mayoría en
cualquier parte, en cualquier tiempo.

18
Cómo estorbar la sanidad

La voluntad de Dios para la buena salud de los

hijos del Rey está claramente expresada en la ter-
cera epístola de Juan 2: "Amado, yo deseo que tú
seas prosperado en todas las cosas, y que tengas
salud, así como prospera tu alma."
Pero no siempre prosperamos, no siempre es-
tamos con buena salud. ¿Por qué? ¿Hay algunos
tropiezos de nuestra propia hechura?
Yo antes pensaba que Dios deseaba sanar a to-
dos y que todos deseaban ser sanados. Pero sólo
conocía la mitad de la verdad. Descubrí esto en
mi primer campamento del CFO.
Blair Reed y yo habíamos ido juntos allí. Los
dos habíamos sido sanados, salvados y bautizados
en el Espíritu, y estábamos listos para ministrar
sanidad a todos. Podíamos percibir las necesida-
des a un kilómetro de distancia.
Otro automóvil llegó casi al mismo tiempo que
nosotros, y un hombre se bajó de él, abrió el
portamaletas, sacó una silla de ruedas, la armó, se
dirigió al otro lado del automóvil, abrió la puerta,
y levantó a su esposa, colocándola en la silla de
ruedas. Mi amigo Blair y yo casi no podíamos es-
perar con deseos de llegar hasta ella. Recorda-
mos que Jesús pidió permiso antes de sanar a la
gente, y así nosotros no fuimos al instante has-
ta ella y comenzamos a orar. Primero pedimos
permiso.
"Hermana, Jesús desea sanarla. ¿Desea usted
ser sanada?"
Habría de tener el más grande chasco de mi
vida cuando ella contestó indignada: "Ciertamen-
te no lo deseo." La expresión en nuestro rostro
debe haber manifestado que no entendíamos tal
reacción, porque ella procedió a explicarnos: "Por
cuarenta años, serví a este esposo mío con todo
desvelo. Ahora él va a servirme a mí mientras yo
viva. Así me gusta a mí. i No me toquen ustedes!"
Y así comencé a aprender que no todos desean
ser sanados. Mucha gente tiene mala salud. Un
método usual es buscar la simpatía de otros, para
que otros se sientan apenados por lo que a usted
le sucede si es que está bastante enfermo, por bas-
tante tiempo. De este modo puede hacer ver que
está llevando su cruz.
La pregunta de Jesús es: "¿quieres ser sano?" y
es la clave de la situación. Plenitud involucra mu-
cho más que mera sanidad física. Plenitud tiene
que ver con la persona toda.
Un día una mujer vino a una reunión en la cual
yo tomaba parte. Ella vino el lunes por la noche
para oración, y el martes por la noche, y el miér-
coles por la noche, y el jueves por la noche, pero
su estado no mejoraba en lo más mínimo. Tenía
artritis y su caso era diferente a todos los que
había visto antes. Cada articulación de su cuerpo
estaba agarrotada. Daba pena mirarla.
Más o menos el jueves yo dije: "Señor, debemos
estar orando mal, porque no experimenta ninguna
mejoría. ¿Por qué será?"
El Señor me mostró que a veces yo soy más es-
túpido que otras. De vez en cuando, tengo la tran-
sitoria impresión de que sé cómo orar. Pero Dios
dice en Romanos 8, Tú no sabes cómo o qué orar,
y eso me coloca en el lugar que corresponde. De
modo que dije: "Señor, perdóname", y oré en len-
guas, y pedí una palabra de ciencia. Y la palabra
de ciencia vino: Este es un caso de una relación
interrumpida, no de una dolencia física. Sólo pa-
rece serlo.
Dios siempre tiene más información acerca de
una persona que la que pueda obtener por medios
humanos. De modo que, cuando sus amigos la lle-
varon al altar nuevamente el viernes por la noche,
todos nos reunimos a su alrededor. Dijimos: "Se-
ñor, vamos a dejar que tú hagas la oración esta
noche. Vamos a orar en lenguas y a pedir que tú
interpretes para nosotros de cómo debemos pro-
ceder para la sanidad de nuestra hermana."
Al orar, se nos reveló que lo que tenía atada a
esta mujer era el resentimiento. Había una rela-
ción interrumpida entre ella y su hermana.
Yo le dije: "¿Contra quién es su resentimiento?"
"Oh", dijo ella, "no tengo resentimiento contra
nadie. Amo a todos en el mundo entero." Era evi-
dente que su ego no le dejaba ser sincera ni aún
un minuto. De modo que el Espíritu Santo lo
expresó de otra manera para culpar a la otra
persona.
"¿Quién es el que le ha causado un gran mal?",
dije yo. "¿Qué fue lo que su hermana hizo que le
hizo daño a usted?"
Bueno, eso le liberó como para decirnos todo
lo relacionado con la cruz que ella debía llevar. La
ponzoña se derramó de su sistema, como el vene-
no de una víbora. Sin los dones del Espíritu en
acción, podríamos haber simpatizado con ella, y
ella habría simpatizado aún más consigo misma,
y se habría empeorado. Pero Dios nos hizo ver la
amargura, y el odio, y el resentimiento que había
allí adentro. Y todo salió hacia afuera.
"¡Esa perversa! Ella se cambió a nuestro ve-
cindario, vino a nuestra iglesia, y no era ni la
mitad como organista en comparación conmigo,
pero el pastor le dio a ella el puesto."
Yo dije: "¿Apuesto que esto le dolió profunda-
mente, verdad?"
La mujer se, había separado de la comunión en
el Espíritu con la congregación local, y su cuerpo
había reaccionado agarrotándose. Su mano esta-
ba tan agarrotada que ella no podía mover ni un
músculo de su brazo.
"¿Hermana, está usted dispuesta a perdonar?"
''¿A esa malvada? ¡No! ¡Nunca!"
Repasamos algunas Escrituras con ella, espe-
cialmente aquellas que tienen que ver con el atar
lo físico atando lo espiritual. Y hablamos acerca
del perdonar en la oración enseñada por el Señor.
Después de un rato, el Espíritu Santo comenzó a
convencerla. Ella vio cuan terrible era su amar-
gura, su resentimiento, y lo inevitable de las con-
secuencias de todo ello en su cuerpo. Nosotros le
explicamos que Jesús deseaba que ella prosperara
y estuviera en buena salud, así como su alma
prosperaba. Esto significaba que la relación in-
terrumpida tenía que ser sanada antes de que pu-
diera ser sanada físicamente.
Con menos rudeza, ella dijo: "Lo siento. No
puedo ir hasta ella. Es algo demasiado grande pa-
ra mí. Este asunto tiene dieciocho años."
Yo dije: "No la culpo a usted. Yo no creo que
podría pedir perdón, tampoco, después de tantos
años de guardar odio. Pero, ¿estaría dispuesta a
ir si Dios le da la voluntad de hacerlo?"
Mientras permanecía allí en el altar, sostenida
por sus amigos, yo podía ver la lucha que se des-
arrollaba en su interior. La amargura estaba tan
arraigada, ella estaba segura que la culpa la tenía
la otra persona. Pero finalmente dijo: "Sí, si
Dios me da deseos de ir, yo estoy dispuesta. Estoy
dispuesta si Dios me ayuda."
Y en ese momento, su mano comenzó a abrirse.
La voluntad dada por Dios en su espíritu le había
liberado. Yo no vi su sanidad total. No estuvimos
mucho tiempo allí, pero sé que a esta altura ella
es completamente libre, porque ella estuvo dis-
puesta a ir y reconciliarse.
No importa cuan científicamente imposible pue-
da parecer una situación, si estamos dispuestos a
dejar que Dios saque todas las piedras de tropiezo
de nuestra alma, su poder se manifestará inde-
fectiblemente. La impaciencia puede ser una pie-
dra de tropiezo para la sanidad, la falta de perdón
es otra, la incredulidad es otra, comúnmente muy
generalizada.
No había ningún impedimento de incredulidad
en uno de los hermanos allí en Lancaster County,
Pensilvania, con quien yo había estado en varias
reuniones de testimonio. El hermano Hermán
llegó a casa de vuelta de la iglesia, una tarde, con
un severo dolor de cabeza. Se dirigió al botiquín
para tomarse dos aspirinas, y entonces se recostó
a dormir la siesta. Alrededor de treinta minutos
después se levantó con su estómago ardiendo. Al
revisar el botiquín, él se dio cuenta que en lugar
de tomar aspirinas, había tomado dos tabletas de
cloruro de mercurio que su hija tenía para curar-
se de una infección a los pies. Eran para uso ex-
terno; puesto que el cloruro de mercurio es un
veneno mortal.
Había dos cosas que podía hacer. Podía tener
pánico, o podía alabar a Dios y confiar en su
palabra.
El pánico es para los paganos, no para los hijos
del Rey, y así fue que el hermano Hermán dijo:
"Señor, tu Palabra dice: 'Si bebieren cosa mortí-
fera, no les hará daño.' De modo que éste es tu
problema y no mío." El puso llave a la puerta de
su pieza, se arrodilló al lado de la cama, y entregó
el asunto en las manos de Jesús.
"Jesús", dijo él, "si tú no intercedes, si tu Pa-
labra no es verdad, entonces tú vas a tener que
echar abajo la puerta para sacar el cadáver. Yo
seré el cadáver. El problema es tuyo."
Volvió a la cama y despertó unas dos horas más
tarde, sin dolor de cabeza, completamente sano.
Estas señales seguirán a los hijos del Rey: "Y
si bebieren cosa mortífera, no les hará daño."
Al comienzo de mi vida como bebé cristiano, te-
nía una tendencia a creer que ahora que era sal-
vo, uno del pueblo de Dios, estaba libre de pro-
blemas. Yo había escuchado mensajes que me
hicieron creer que cuando uno se convierte, ya
no le sucede nada desagradable, nunca más. Pe-
ro Dios nunca prometió a su pueblo que estaría
libre de dificultades. El dijo: "Yo te sacaré de en
medio de las dificultades."
Tú tienes que estar en dificultad para ser libra-
do de la dificultad. Ahora, tú no tienes que tratar
de meterte en dificultades. La vida común y co-
rriente automáticamente se encarga de eso, pero
el caminar en el Espíritu nos garantiza protec-
ción contra los poderes de las tinieblas que siem-
pre están tratando de engullirse a los paganos y
también a los hijos del Rey.
Recientemente conducía mi automóvil por una
carretera de doble tráfico y me dirigía a una re-
unión. La separación entre vías tenía, probable-
mente, alrededor de seis metros. De pronto, un
Vehículo que venía en la dirección contraria, y
que viajaba § ciento doce kilómetros más o me-
nos, la misma velocidad a que yo viajaba, comen-
zó a cruzar la zona divisoria. Venía directamente
hacia mí. Un impacto de doscientos veinticuatro
kilómetros por hora era inminente, y yo era
uno de los protagonistas. Quedaría convertido en
picadillo.
Yo me alegré que no tuve que esperar cambiar
al engranaje de alabanza y acción de gracias, por-
que no habría tenido tiempo. Todo sucedió tan
rápidamente. El caminar en la luz tiene que ver
con todos los circuitos sintonizados a la alabanza
y la acción de gracias en todo tiempo, en todo
dando gracias por todo. Yo había estado caminan-
do en la luz todo el día. De modo que estaba agra-
deciendo a Dios y orando en el Espíritu por la
gente en el otro vehículo en el mismo aliento,
dándome cuenta de que podría ser el último de mi
vida. Pero estaba cantando los himnos de Sion
sabiendo que los hijos del Rey no se tienen que
morir en base a las condiciones impuestas por
Satanás.
El vehículo que se abalanzaba sobre mí se en-
contraba a menos de dieciocho metros cuando de
repente saltó directamente hacia arriba y sé dio
vuelta. Era un convertible y tenía su capota baja,
y la gente salió disparada en todas direcciones.
Entonces el automóvil cayó, precisamente a mi
lado.
"Señor, ¿deseas que me detenga?" Le pregunté
entonces.
No. No te detengas, intercede, fue el mensaje
que recibí. En mi espejo retrovisor, pude ver que
otros automóviles y camiones se detenían. Ellos
no necesitarían mi presencia física allí. Pero Dios
necesitaba que yo fuera un intercesor. Y así fue
que seguí orando, alabando a Dios, orando en len-
guas. Estaba consciente de un poder arrollador,
de ríos de agua viva, que fluían desde mi interior
directamente hacia el trono de gracia al interce-
der en el Espíritu.
19
Cómo evitar accidentes automovilísticos,
tornados, bombas incendiarias y
lluvias de cohetes
Antes de haber avanzado un kilómetro en el ca-
mino, tuve la certidumbre de que él se había en-
cargado de todo, y continué hacia mi reunión sa-
tisfecho. Eso sucedió un viernes. El domingo por
la mañana, yo tenía una invitación para hablar
en la iglesia metodista Kent Island cerca del lu-
gar donde había ocurrido el accidente.
Yo compartí mi experiencia desde el pulpito y
dije que si alguno de los presentes sabía de las
consecuencias del accidente, a mí me gustaría es-
cucharlas. Yo sabía que había sucedido algo bue-
no. Y así era en verdad, tres personas diferentes
vinieron a mí a la salida de la iglesia, después de
la reunión y dijeron que ellos estuvieron en el lu-
gar unos pocos minutos después de haber ocurrido
el accidente porque viven cerca de allí. El auto-
móvil había sufrido el reventón de un neumático,
y yendo a gran velocidad, no había podido ser
Controlado. Los pasajeros del convertible habían
salido disparados del vehículo, y todos ellos se ha-
bían ido caminando del lugar del accidente. El
automóvil había quedado completamente destrui-
do, pero ninguna persona había sufrido herida.
Fue un milagro.
Un automóvil que viene directamente hacia ti
en una carretera plana no salta de repente hacia
arriba. El cambio de movimiento horizontal a
movimiento vertical es imposible a menos que tú
choques contra algo curvado que cambie el curso
del objeto que se mueve. Y eso es lo que sucedió
en ese accidente. El trayecto del automóvil fue
cambiado cuando chocó contra una superficie cur-
va, el curvado círculo de luz que previno que las
tinieblas entraran para aniquilar a un hijo del
Rey. Había millones de kilográmetros de energía
involucrados, pero eso es nada para un ángel del
Señor. ¡Aleluya! Cuando clamamos al Rey, él
obra en forma sobrenatural para sacarnos de la
dificultad.
Uno de los ejemplos más dramáticos que yo he
visto de cómo el Rey saca a sus hijos de la difi-
cultad fue el caso de una hermana llena del Es-
píritu allá en Kansas.
La hermana Tarwater era una cristiana re-
cién convertida. Ella había sido recientemente
llena del Espíritu Santo y había recibido la plena
certidumbre de que si ella usaba la Palabra de
Dios con fe, todas las cosas eran posibles. Dios
había puesto en su mente y en su corazón y en
todo su ser, que no importaba qué sucediera, ella
debía permanecer firme sobre la palabra de Dios
y esperar su liberación.
La hermana Tarwater estaba trabajando en la
cocina cierto día cuando escuchó que la radio da-
ba alarma de un tornado que se acercaba. Ella
miró hacia afuera por la ventana y vio el tre-
mendo negro embudo que se acercaba lentamente
a través'de los llanos, tragando, destruyendo cada
cosa a su paso. Las casas volaban y así las vacas
y los cobertizos, una total destrucción. Sus dos hi-
jos estaban jugando en el patio justamente por
donde habría de pasar el tornado. Pero en lugar
de dejarse dominar por el temor, ella dijo: "Se-
ñor, con Dios todas las cosas son posibles, y tú
dices que debemos tomar autoridad sobre los po-
deres de las tinieblas, y eso es lo que yo voy a
hacer,"
Ella se dirigió al balcón- posterior. A esta al-
tura, el embudo se encontraba cerca de dos cua-
dras de su casa, y se dirigía directamente hacia
ella. Ella casi podía ver a Satanás sentado encima
de esa grande y fea cosa negra, de modo que ella
miró hacia arriba y dijo: "Satanás, en el nombre
de Jesucristo, saca esta cosa de aquí", y en el mo-
mento que ella había dicho las palabras, el embu-
do viró en la esquina y siguió por la calle lateral,
destruyendo cada cosa a su paso. Pero en la casa
de la hermana Tarwater, ni una sola teja fue to-
cada. Ella había echado mano de sus privilegios
como hija del Rey.
Y Dios es glorificado cada vez que ella cuenta
acerca del incidente.
Si todas las cosas son de Dios, como Dios dice
en 2 Corintios 5:18, nada le sucede a un cristiano
en forma accidental. Cada cosa que sucede puede
de alguna forma glorificar a Dios si nos atreve-
mos a estar firmes en eso y nos atrevemos a ac-
tuar acordes con ello en cada situación. Tú te en-
contrarás en algunas situaciones emocionantes. Y
Dios obtendrá más gloria que si no lo hicieras.
Unos dos veranos atrás, yo me encontré en una
situación emocionante. Había sido invitado a ha-
blar en una reunión de los Hombres de Negocios
del Evangelio Completo en Albuquerque, Nuevo
México. Fue mientras los extremistas estaban
quemando y bombardeando la ciudad. Ellos eran
dueños de la situación, y lo habían hecho de re-
pente, sin mucho aviso, y tenían a Albuquerque
muy bien bajo el control de su programa de
terror.
Mis amigos menos fanáticos en casa trataron
de persuadirme de que no fuera. Ellos dijeron:
"Ciertamente tú no pensarás ir allá. Ese es un
lugar de dificultades."
Yo dije: "Por cierto, para allá voy. ¿Dónde
encuentras tú a Jesús sino que en lugares difíci-
les? Esa es la razón por la cual vino. Los hijos
del Rey nunca retroceden. Los hijos del Rey en-
tran a poseer la tierra cuando Dios abre el cami-
no y da certidumbre. Nuestra responsabilidad co-
mo cristianos es sanar a los enfermos, echar
fuera demonios, liberar a los presos. ¿No fue eso
lo que Jesús dijo? Muy bien. Por cierto que para
allá voy."
No se necesitó mucha fe para subirse al avión
el domingo por la mañana; se necesitó un poco
más para ver los incendios y todavía alabar al
Señor al acercarnos a Albuquerque. Al volar so-
bre la ciudad vimos arder edificios que según lo
que me dijeron después valían alrededor de tres
millones de dólares.
Pero yo mantuve mi boca en acción, diciendo:
"Alabado seas tú, Jesús. Alabado seas tú, Jesús.
Yo no me siento con ganas de hacerlo, pero voy
a alabarte de todos modos." No es un sacrificio de
alabanza hasta que no te sientes con deseos de ha-
cerlo, ¿verdad? Yo seguí alabándole en alta voz.
El presidente del grupo local del Evangelio
Completo me esperaba en el aeropuerto, y esa no-
che fuimos al lugar donde se había de realizar la
reunión. El gerente nos saludó en la puerta con
las palabras: "Espero que no estén planeando re-
unirse aquí esta noche. Los agitadores han en-
viado un mensaje personal diciendo que van a
lanzar bombas incendiarias y a quemarlos a us-
tedes. Han estado incendiando edificios de acuer-
do a un programa, durante toda la semana en
Albuquerque. Ustedes son los próximos en la lista.
A ellos no les agrada la gente del Evangelio
Completo."
El continuó diciendo: "He hecho contacto con
una iglesia local, y ellos están muy dispuestos a
dejarles que usen sus instalaciones a tres kilóme-
tros de aquí. Estarán más seguros allí."
"¿Más seguros?", dijimos nosotros. "¿Qué quie-
re decir con más seguros? ¿Pueden los hijos del
Rey estar más seguros que en el lugar asignado
por su Patrón? Por cierto que no. No vamos a
huir de Satanás. No retrocederemos ni un paso.
Vamos a permanecer firmes y a ver la salva-
ción del Señor. Nosotros somos hijos del Rey,
¿recuerda?"
Bueno, entonces se llenó de pánico. El rogó.
Prácticamente amenzó. Hizo todo lo que pudo. Fi-
nalmente él amonestó diciendo: "Yo no puedo ser
responsable de lo que suceda a su gente."
Nosotros dijimos: "¿Quién le ha pedido que lo
sea? Jesús es el responsable por sus hijos cuando
están en sus negocios."
"Pero", dijo él, "es peligroso."
El no tenía que decírnoslo. Nosotros podíamos
oír los carros bombas y las sirenas por todos la-
dos. Los agitadores estaban actuando, a plena
producción destructiva. Y ellos habían iniciado el
recuento final para llegar hasta nosotros como un
blanco importante.
El gerente se ponía cada momento más inquie-
to, y no podíamos culparlo por eso. Pero nos dejó
entrar, y nosotros tuvimos la comida. Algunas
personas en la reunión se veían un poquito ner-
viosas, y tampoco podíamos culparlos.
Nosotros dijimos: "Vean, si hay alguien aquí
que preferiría estar en algún otro lugar, no espe-
re más, vayase inmediatamente si se va a sentir
más cómodo." Nosotros sabíamos que no podía-
mos darnos el lujo de tener uno que reclamara o
que estuviera temeroso en el grupo.
Unos pocos del grupo se levantaron y se fue-
ron, y así los demás estuvimos acordes y unánimes.
Afuera todo era confusión. El gerente del res-
taurante corrió las cortinas, pienso que así se evi-
taría algunas de las bombas más poderosas por al-
gún tiempo. Y entonces entregamos todo en las
manos de Jesús. Dijimos: "Señor, ésta es una
oportunidad para descubrir si tu Palabra es un
montón de historias imaginarias para usar en el
día domingo, o si tú realmente hablas significati-
vamente." ¿Estábamos tentando a Dios? No, en
verdad. Solamente probando su Palabra si verda-
deramente estaba en operación, eso era todo. Y
dijimos: "Señor, si tu Palabra no está en opera-
ción, lo vamos a descubrir muy pronto. Nos iremos
de aquí muy pronto con la cola de la camisa incen-
diada. " Estábamos comenzando a entusiasmarnos.
Así fue que comenzamos nuestra reunión, can-
tando himnos de victoria. Y el gerente del res-
taurante fue de ventana en ventana toda la velada
tratando de descubrir si venían los incendiarios.
Y, seguimos oyendo los carros-bombas y las sire-
nas de la policía por todas partes, pero no se
acercaron donde nosotros estábamos, porque...
Bueno, yo no sé cómo lo hizo él si Dios envió una
legión de ángeles para retirar las bombas incen-
diarias y apagarlas tan pronto como llegaban, o
qué, pero no vimos ni una sola bomba.
Ese no fue uno de mis mensajes más cortos. Yo
hablé cerca de dos horas y quince minutos, y en-
tonces tuvimos algún tiempo de ministrar. Termi-
namos cerca de medianoche y nos fuimos a casa.
Ahora puedo afirmar con toda seguridad que
Dios puede librar a sus hijos de las amenazas de
bombas incendiarias. Yo no podría haber hecho
esto antes de haber estado en Albuquerque, un
ejemplo más de cómo Dios libra de dificultades
cada vez que le alabamos.
Otro día, Dios me dio otra oportunidad de com-
probar que los hijos del Rey pueden caminar a
través del mismo valle de sombra de muerte y no
temer mal alguno.
Me encontraba en la estación de rastreo de la
NASA en la isla Coopers de las Bermudas. Es allí
donde se les da el pase a los cohetes para entrar
en órbita si todos los sistemas están funcionando
bien, o son devueltos a la tierra si algo funcio-
na mal.
Ese día, todo estaba funcionando perfectamen-
te. La primera etapa del cohete fue desprendida
y comenzó a caer, y el resto del impulsor continuó
hacia el espacio. Y entonces de repente vimos que
algo había fallado. Habían regulado los computa-
dores para funcionar muy lento, y la primera
etapa venía cayendo directamente sobre nosotros,
unos cuarenta o más ingenieros espaciales y un
hijo del Rey.
Todo podía seguirse electrónicamente en la mu-
ralla de la estación rastreadora al contemplarlo
con horrorosa incredulidad. El inmenso cilindro
que tenía las dimensiones de dos galpones se di-
rigía directamente sobre nosotros.
Le vimos venir, pero no podíamos hacer nada
al respecto. La estación espacial de la isla Coopers
se encuentra justamente en un promontorio ro-
coso con altos acantilados por todo el derredor,
varios cientos de metros sobre el Atlántico.
No había ningún lugar donde huir, de modo
que comencé a regocijarme. Yo dije: "¡Aleluya,
Señor! Este parece que va a ser día de gradua-
ción. En unos pocos segundos voy a estar contigo.
Cuando esa cosa llegue aquí abajo, yo voy a ir
hacia arriba. ¡Aleluya!" No tenía miedo, estaba
gozoso.
Y entonces el Espíritu me corrigió, y el Señor
parecía decirme: ¿Para que crees tú que te tengo
aquí? ¿Para gozarte en tu propia graduación?
Comienza a interceder por esa otra gente que no
se encuentra en una situación envidiable.
Entonces comencé a orar en el Espíritu. Y al
ascender esa oración, vi una ley de física que era
violada ante mis ojos, la ley que dice que un
cuerpo en caída libre nunca cambia su trayecto-
ria, nunca se mueve de su vía a menos que sea
actuada por fuerzas externas. En otras palabras,
cae en una vía que no se desvía a menos que ha-
ya un tremendo viento lateral o algo así, lo que
no había en ese momento. Era un día de calma y
quietud excepto dentro de la estación rastreado-
ra. No había calma ni quietud. Había pánico entre
los sabihondos, pero yo tenía el Consolador.
Y al orar en el Espíritu, fue como si una mano
gigantesca empujara esa primera etapa del co-
hete fuera de su trayectoria, varió su vía por mu-
chos grados, y se zambulló a varios cientos de me-
tros de donde estábamos sentados, en medio del
Océano Atlántico.
Dios nos libró de una destrucción cierta ese día.
Pero aún antes de ser librado, yo sólo conocí gozo.
Yo experimenté lo que el salmista experimentó
cuando dijo: "No temeré mal alguno, aún en me-
dio del valle de la sombra de muerte."
Cuando alabamos a Dios y oramos en el Espí-
ritu sin cesar, él cambia su voluntad permisiva
por su perfecta voluntad justamente en medio de
los acontecimientos. Su voluntad permisiva fue
que cuarenta y tantos murieran ese día. Su vo-
luntad perfecta dijo: No. Espera hasta que más
de estos hombres hayan sido salvos. Los hijos del
Rey tienen mucho que ver con el posponer de las
circunstancias que están por sucederles a ellos
u otros.
Comienza a actuar como si las promesas de
Dios fueran ya una realidad. Entra en la situa-
ción y di: "Señor, tú lo dijiste, si no resulta, en-
tonces estaremos dos en el mismo apuro, pero yo
ciertamente no puedo. Pero voy a descubrir si tú
puedes. Que las bombas caigan, que el enemigo
haga todo el mal que puede."
 Estad firmes, y ved la salvación que Jehová ha-
rá. Esto es actuar como hijos del Rey.
Entonces el mundo de tinieblas se dará vuelta
y dirá: "¿Qué es lo que tú tienes? Creo que yo
necesito eso."
Y cuando ellos hacen una pregunta, merecen
una respuesta: "Es Jesús, él es mío, yo soy de el.
Eso me hace un hijo del Rey. ¡Aleluya!" 20
Cómo alabar a Dios por fallas en el auto.
Cómo evitar pleitos

El estar alabando a Dios en medio de todas las

cosas que suceden puede llevar a los hijos del Rey
a muy interesante cadena de circunstancias. Vez
tras vez él me ha enseñado que él hará que todas
las cosas ayuden a bien si le amamos, confiamos
en él, y somos obedientes para alabarle y darle
gracias por todo.
Un diáfano sábado por la tarde, tres de nos-
otros, hijos del Rey, viajábamos en automóvil ha-
cia Harrisburg, Pensilvania, a una reunión del
Evangelio Completo. Yo iba manejando un auto-
móvil con los cambios en el piso, y de alguna ma-
nera, después de haber reiniciado la marcha des-
de una luz roja, yo puse marcha atrás en lugar
de segunda, y la barra de cambios se desprendió
y me quedé con ella en la mano. Allí estaba en mi
mano tan inservible como si fuera un mimbre. No
había manera de hacer los cambios, y estaba blo-
queando el tráfico en todas direcciones.
 Las bocinas sonaban a todo volumen desde to-
das las direcciones. Había suficiente poder de bo-
cinas para sacarnos hacia un lado de la calle,
prácticamente. Pero no sucedió. Allí seguimos
detenidos.
Lo natural era decirles a los hermanos que to-
maran un taxi y se fueran a la reunión mientras
yo trataba de conseguir que alguien me reparara
el vehículo. Pero, en lugar de eso, probamos con
lo sobrenatural.
Me dirigí a Bud y a Bob, los dos hermanos que
viajaban conmigo y dije: "Descubramos cómo
Dios nos puede librar de esta dificultad si lo ala-
bamos en medio de ella." Ellos movieron sus cabe-
zas en asentimiento.
Uno de ellos dijo: "No sé de ningún lugar tan
bueno para hacer la prueba." Y los tres comen-
zamos a alabar a Dios.
"Aleluya, Señor. Estamos en dificultades. ¿Có-
mo nos vas a sacar de ella?"
Los extraños que nos miraban desde afuera de-
ben de haber dicho: "¿Están malos de la cabeza.
Por qué no se bajan y empujan?" Pero nosotros
no estábamos escuchando a los que estaban afue-
ra. Las instrucciones de Dios para los hijos del
Rey son: "Alábame. Yo te libraré." Y así fue que
no nos bajamos a empujar, alabamos.
„ Mientras alabábamos, yo tomé la barra de la
caja de cambio y la metí en el orificio. Entró en
primera y pudimos avanzar a la gran velocidad
de nueve kilómetros por hora más o menos, lo su-
ficiente como para arrastrarnos fuera para no in-
terceptar el tráfico y para llevarnos hasta una es-
tación de servicio. Cuando el encargado oyó de
nuestro problema, movió la cabeza.
"Ustedes han venido en mala hora, sábado por
la tarde. Es un Mercedes, automóvil importado,
con patente de otro estado. Probablemente tendrá
que esperar hasta el lunes." El ofreció que dejá-
ramos el vehículo con él.
"No gracias, viajaremos hasta nuestra reu-
nión", dijimos nosotros. El alzó sus cejas y señaló
hacia el centro de la ciudad de Harrisburg donde
se realizaba la convención, tres o cuatro kilóme-
tros de distancia, y volvió a mover su cabeza.
Bueno, partimos por la carretera alabando al
Señor. "Gracias a ti, Jesús. Estamos en dificul-
tad, pero es la materia prima para tu gloria. Va-
mos a continuar alabándote."
El Salmo 50 dice: "Sacrifica a Dios alabanza; y
paga tus votos al Altísimo." La promesa de David
era la siguiente: "Te alabaré con cada aliento."
Esto te prepara para entrar en el próximo ver-
sículo: "E invócame en el día de la angustia; te
libraré, y tú me honrarás."
Al arrastrarnos por una calle lateral, esperan-
do que él nos librara, de pronto vi, a la derecha,
un letrero: SERVICIO MERCEDES BENZ. ¡Ale-
luya ! Esta si que es nuestra. Yo manejé hacia allá
con toda confianza, pero el lugar estaba total-
mente cerrado.
Seguimos alabando al Señor, de todos modos,
pensando: "Señor, ¿qué sigue ahora?" Oramos
en lenguas, y oramos en nuestra lengua natal.
Oramos con expectación: "Gracias a ti, Jesús.
Gracias a ti por lo que vas a hacer. No sabemos
cómo vas a hacerlo, pero sabemos que tú vas a
valerte dé esta dificultad para traer gloría a tu
nombre. Tú vas a librarnos porque tú lo has pro-
metido. Tú vas a sacarnos de esta dificultad y a
darnos un mensaje por medio de ello. Gracias a
ti, Señor."
La próxima cosa que supimos fue que un
hombre dé la estación de servicio, en la próxi-
ma puerta salió y nos preguntó: "¿Tiene algún
problema?"
"En parte, sí", le dije.
"Bueno", dijo él, "el gerente de la estación de
servicio Mercedes estuvo aquí esta mañana, pero
no tenía ningún mecánico trabajando, y como era
un día tan hermoso, decidió cerrar temprano. Se
han ido por el fin de semana."
Yo dije: "Bueno, veo que están cerrados. Ala-
bado sea el Señor." El me miró como sorprendido,
y por lo tanto, le expliqué: "Estamos alabando al
Señor, de todos modos. No vamos a dejar de
hacerlo."
Eso le causó preocupación, pensando qué clase
de gente éramos nosotros, de modo que él se ofre-
ció: "Yo tengo el número telefónico del gerente
en su casa..."
"¿Lo tiene?", dije yo. "Bueno, alabado sea el
Señor."
"En efecto, yo mismo le voy a llamar para que
hable con él." Con eso, yo podía ver qué comen-
zaba a preocuparse por nosotros. Alguien tiene
que preocuparse. Y si los hijos del Rey rehusan
hacerlo, alguna otra persona siempre lo hace por
ellos.
El consiguió al gerente por teléfono, y me pasó
el teléfono a mí. Yo no había hecho nada todavía
excepto alabar al Señor, y mis dos amigos toda-
vía estaban en el automóvil alabando al Señor.
Cuando expliqué nuestro problema al gerente de
la estación de servicio, él me dijo lo que yo ya
sabía.
"Bueno, lo siento, pero hoy no trabajamos, y
no tengo ningún mecánico que pueda llamar."
Esto sonó bastante definitivo. La última palabra.
Yo dije: "Yo lo comprendo muy bien. Alabado
sea el Señor." Yo no traté de convencerle de nin-
guna cosa, pero la próxima cosa que él estaba di-
ciendo era: "Espere un minuto. Al momento voy
para allá."
Bueno, le di las gracias y alabé al Señor un po-
co más. Yo sabía que los gerentes de estaciones
de servicio no realizan el trabajo de reparación.
Ellos no trabajan con las herramientas, ellos han
pasado a un nivel más alto, el de directivos. Pero
este gerente parecía haber olvidado eso. El llegó
en su vehículo unos pocos minutos más tarde y se
bajó de su propio Mercedes sin decir ni una pa-
labra. El no me miró, no miró a nadie, sencilla-
mente se subió a mi auto con un pequeño manojo
de herramientas y se sentó allí por un par de mi-
nutos. No sé si estaba orando o no. Daba la im-
presión de haberlo estado haciendo.
Vi que el gerente de la estación de servicio to-
maba la barra de la caja de cambio, la movía un
poco en todas direcciones en el orificio en el piso,
y de repente pareció como si estuviera feliz, como
si hubiese descubierto algo. El sostuvo la barra
con una mano y luego la empujó con la otra. La
barra se engranó hacia abajo en el lugar correcto
entre todos los engranajes. Este fue un caso entre
mil. En seguida él probó todos los cambios, dio
una vuelta a la cuadra en el vehículo, volvió y
dijo: "Eso es todo. Está listo." Sólo le había de-
morado cinco minutos.
 "¿Cuánto le debemos?"
"Nada."
Tuve que insistir para que aceptara algún di-
nero por tomarse su tiempo, dejando su casa, y
viniendo a reparar un automóvil para un hijo del
Rey. (Gloria a Jesús, yo había orado por tener
una palabra de testimonio fresca esa noche, j Aho-
ra ya la tenía!)
Bueno, yo pensé que eso sería el fin de eso. Pe-
ro era sólo el principio.
Una mañana temprano, de la semana siguiente,
cuando yo estaba alabando al Señor y dándole
gracias por su bondad para conmigo, él me re-
cordó: Tú estabas muy agradecido allí en Ha-
rrisburg por la buena atención de ese gerente,
¿verdad? ^ era demasiado directo como para que ellos se sin-
"Ciertamente lo estaba, Señor."
Bueno, ¿por qué no escribes y dices a la gente
que corresponda, de ello?
Nunca había pensado en hacer eso, pero pare-
cía una buena idea, de modo que me senté frente
a la máquina de escribir, y escribí una carta al
gerente de los servicios de la Mercedes Corpora-
tion en Stuttgart, Alemania. Yo le expliqué de
cómo tres cristianos estábamos en nuestro cami-
no hacia una convención de los Hombres de Nego-
cios del Evangelio Completo y tuvimos problemas
con el automóvil y cómo habíamos alabado a Dios
por ello y orado en el Espíritu y el gerente de la
estación de servicio Mercedes había tomado su
propio tiempo libre y había venido y lo había re-
parado y había rehusado aceptar pago por ello.
Le dije que había sido el mejor servicio que yo
había tenido jamás de cualquier persona en cual-
quier otro lugar, y que en lo que a mí respecta,
nunca usaría otro vehículo que no fuera Mercedes
mientras viviera y pudiera pagar.
Sencillamente le dije cómo había sido todo. En-
tonces escribí la dirección en el sobre, coloqué las
estampillas, y envié la carta hacia Alemania.
Inmediatamente Satanás comenzó a acusarme:
"Hill, ¡ tú eres ridículo! Estás malo de la cabeza.
Tú no escribes a gerentes en Alemania con esa
clase de lenguaje."
Pero yo dije: "Lo hago, porque soy un hijo del
Rey, y soy libre de usar cualquier clase de len-
guaje que yo desee. Soy libre para decirlo cómo
es. No tengo que preocuparme por lo que alguien
piensa. Los resultados no son asunto mío."
Bueno, pasaron tres meses, y Satanás me con-
venció de estar de acuerdo con él. "Sí, lo que dije
tieran bien, estoy de acuerdo. Ellos no supieron
qué hacer con esa carta."
Y entonces un día llegó una carta de respues-
ta del director de servicios de la central de Mer-
cedes Corporation. El decía: "Estuvimos tan agra-
decidos por su carta. Muy pocas veces nos dice la
gente de las cosas buenas. En verdad, fue una
carta tan agradable que hemos confeccionado co-
pias y las hemos enviado a todas las regiones que
cubren nuestros, servicios alrededor del mundo,
presentando a Harrisburg como un gran ejemplo
de cómo una agencia de servicio debería funcio-
nar." El continuó diciendo que me enviarían ma-
yor información acerca de su compañía. Sentían
que no podían hacer bastante por mí.
I Hable de testimonio! Pero eso todavía no era
el fin. Todavía había más. No hay fin para una
palabra de testimonio que comienza con una ac-
titud de gratitud. Si día y noche tú te deleitas en
las leyes del Señor y meditas en ellas en todo
tiempo, las bendiciones seguirán automáticamen-
te. Cualquier cosa que hagas será prosperada. El
caos se cambiará en orden. El desorden en orga-
nización, porque Dios ordena los átomos de cada
situación para comportarse como deben para con
los hijos del Rey.
Y así fue que, unas pocas semanas más tarde,
recibí otra carta desde Stuttgart. Esta vez venía
firmada por una mujer, la secretaria personal del
director de servicios para automóviles Mercedes
Benz. Ella escribió: "Leí su carta, y nunca he
leído otra carta igual. ¿Dónde obtuvo usted la fe
para depender de Dios por tales cosas? Me gus-
taría saber más sobre esa clase de fe."
Yo podía colegir que ella estaba clamando por
realidad. "¿Cómo puedo conocer a Dios de esa ma-
nera?", preguntaba ella. Bueno, ella había hecho
una buena pregunta, y ella merecía una buena
respuesta.
Dios ya la había preparado para ella. Justa-
mente un año antes, yo había estado en Alemania
y había hablado en una conferencia internacional
de liderazgo cristiano en Wiesbaden. En mi men-
saje yo había mencionado la interconexión de
energía con el Director del universo a través del
bautismo en el Espíritu Santo. La mujer alemana
que había interpretado para mí era secretaria de
dicha conferencia para Alemania occidental. Ella
era una cristiana nacida de nuevo ya, y cuando
Jesús fue presentado como Bautizador, ella co-
menzó a anhelar por los ríos de agua viva.
Ella dijo: "Sabe, yo había sospechado por al-
gún tiempo de que hay más en el cristianismo que
lo que yo he experimentado." Ella había estado
en Washington y había escuchado a Catalina
Marshall hablando a un grupo de oración. Cuan-
do yo terminé mi mensaje, ella dijo: "Yo deseo
escuchar más acerca de Jesús el Bautizador."
No había una sala para orar en el hotel, de mo-
do que tuvimos que ir a un rincón del comedor,
y mientras las camareras ponían la mesa para el
almuerzo, nosotros tuvimos una ceremonia bau-
tismal. Jesús bautizará en cualquier lugar.
Como resultado de eso, yo tenía la dirección de
una cristiana alemana llena del Espíritu para en-
viarle a la secretaria de la firma Mercedes en
Stuttgart. "Sucede que hay una cristiana que vive
justamente cerca de usted a lo largo del río Rhin,
en la ciudad de Ulm, quien estará muy compla-
cida de decirle todos los detalles de la fe", es-
cribí yo.
Y de este modo, a causa de una falla en la caja
de cambio en Harrisburg, Pensilvania, una mujer
en Alemania se convirtió, nació de nuevo, y fue
llena con el Espíritu. ¿Casualidad? Nada es ca-
sualidad para con nuestro Dios, porque él es el
principio y el fin, y él sabe el comienzo y el fin
y todo lo del medio.
Ahora, si yo hubiese usado mi sentido común
cuando yo tuve el problema con el automóvil, nada
de esto habría sucedido. El sentido común se ha-
bría quedado con las quejas y los reclamos, por
tener que reparar el automóvil el lunes cuando los
mecánicos vuelven a su trabajo. Pero los hijos del
Rey no tienen que quedarse con el sentido común
como los paganos hacen. Los hijos del Rey pueden
alabar a Dios por todo, y tener sentido no común,
 sentido divino, sentido de revelación, que liabaja
para ellos, sobretiempo.
¿Hasta dónde podemos llegar en nuestra con-
fianza en Jesús? ¿Hasta dónde puede el Rey lle-
gar para suplir las necesidades de los hijos del.
Rey? Tanto como confiamos en él y somos obe-
dientes a su Palabra. El se especializa en lo
inasible.
?ÍHace un tiempo atrás, yo sometí un contrato
a la consideración de un gran plan gubernamen-
tal. En ese proyecto yo estaba tan seguro de que
estaba familiarizado con todos los detalles que no
leí las notas en tipo pequeño. Y yo firmé el con-
trato y comprometí a nuestra compañía hasta el
ji-étjfámo centavo, porque cuando el presidente fir-
ma los documentos, no hay más que hacer.
Más adelante, yo leí lo que decía en letras pe-
queñas, y descubrí que estábamos en serias difi-
cultades. Ello requería que nosotros hiciésemos
algo que era imposible que cumpliéramos. Y el
contratista que era de otra ciudad nos envió car-
tas certificadas para avisarnos de que la próxima
comunicación que recibiríamos sería la demanda
de un pleito por todo lo que poseíamos. El gobier-
no estaba envuelto, y los ingenieros del ejército,
siete contratistas, cientos de personas... Primera
prioridad. Multas sobre multas... No había ma-
nera de deshacer lo que yo había hecho.
No tengo ningún problema en decirles que me
entró pánico. Yo dije: "Señor, ¿qué voy a hacer
ahora?"
Bueno, pareciera que él dijo: Es un poco tarde
para hacer esa pregunta. Tú no me consultaste
antes de firmar el contrato. Como ustedes ven,
me equivoqué. No piensen que hago estas cosas
perfectamente, pero yo sé lo que debo hacer cuan-
do me equivoco. Yo conozco los derechos y privi-
legios como hijo del Rey. Yo sé que mi Padre
celestial ha hecho provisión para toda clase de
equivocaciones de sus hijos, y entonces lo que ha-
cemos al respecto es lo que determina el resultado.
Yo no podía tapar la cosa y decir: "Bueno, la
cosa no es realmente tan mala." Y me hirió en mi
orgullo el que hubiese hecho algo que el empleado
de categoría más inferior no haría, firmar un
contrato sin leer lo escrito en letra pequeña.
Estaba atormentado día y noche, por esto de per-
der todo aquello por lo cual había trabajado toda
mi vida, y ni siquiera podía orar. Satanás estaba
inyectando continua angustia: "Tú vas a ser un
mísero. No vas a tener un techo sobre tu cabeza."
Y por cierto que no lo iba a tener. El estaba en
lo cierto. Y ni siquiera tengo una carpa. Iba a
tener que ir y conseguirme una carpa de alguien
para vivir en ella. Ahora esto era la verdad des-
nuda, justamente en el negocio en el cual se su-
ponía que yo era el ejecutivo máximo. Esto era
demasiado duro para mi orgullo.
¿Qué es lo que Dios dice que se debe hacer? Si
confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo
para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de
toda maldad.
"Señor, yo me equivoqué. En verdad he come-
tido una necedad. ¿Cómo nos vas a sacar de este
lío? ¡Aleluya!"
Según el sentido común, la cosa por hacer era
quedarse en casa y transpirar y convertirse en un
atado de nervios. Pero dejé esta situación impo-
sible en las manos de Dios, y me dirigí a un retiro
en Carolina del Norte.
 Esa noche en el retiro, el Señor dijo: Confesaos
vuestras ofensas unos a otros. De modo que me
puse de pie delante de la congregación para decir-
les a ellos lo que había hecho. No me gusta hacer
eso. Arruinó mi reputación. Pero si no lo quitaba
del camino, me iba a arruinar a mí, y no sola-
mente mi reputación.
Satanás tenía a todos sus atormentadores di-
ciendo en ambos oídos: "Ahora sí que la has he-
cho bien. Nunca serás capaz de escaparte de ésta.
Mejor que te des por vencido."
Yo dije: "Los hijos del Rey nunca se dan por
vencidos. Alabado sea Dios. No sabemos cómo nos
va a sacar Dios de esto, pero él ha prometido ha-
cerlo. El dijo en el Salmo 50: 'Sacrifica a Dios
alabanza y paga tus votos al Altísimo; e invóca-
me en el día de la angustia; te libraré, y tú me
honrarás.'"
Yo dije: "Señor, estaré muy dichoso de darte a
ti la gloria, porque no hay hombre que pueda
librarme."
Y así fue que yo describí la situación en unas
pocas palabras. Y yo dije: "Hermanos, ni siquie-
ra puedo orar. Oren por mí." Ellos se reunieron a
mi alrededor, pusieron las manos sobre mí. Yo
alabo a Dios por los hermanos. Necesitamos el
compañerismo. Si yo no los tuviera a ellos, yo me
habría trastornado por la angustia. Una cosa es
que le digan a uno cómo hacerlo, pero otra cosa
es estar en medio de la situación uno mismo. Y yo
me encontraba en medio de ella entonces. Yo ha-
bía estado dando muchos consejos acerca de cómo
escapar de tales dificultades, pero nunca había
estado en una. Yo había estado diciéndole a la
gente de cómo salir de donde yo mismo nunca
había estado.
Y así fue que ellos oraron por mí en lenguas, y
la interpretación de la oración fue algo que esta-
ba más allá de cualquier cosa que yo hubiese te-
nido la osadía de orar con mi mente:
"Señor, encárgate tú de toda esta transacción
y haz como si nunca hubiera existido."
Era una oración ridiculamente imposible, pero
había sido pronunciada. No había modo de re-
tractarla. Y así fue que esperamos, día tras día,
para que llegara la demanda por haber violado
el contrato. Cada día Satanás continuó aguijo-
neándome: "Mañana llegará." Pero el mañana ño
vino, y los días pasaron, las semanas, y finalmen-
te años sin una sola mención del pleito. Durante
ese tiempo, yo tuve que aprender a alabar a Jesús
continuamente o bien caer en las manos del
atormentador.
Yo no sé lo que sucedió. Ese contratista toda-
vía tiene mi firma en el documento. Y tiene dere-
cho a cientos de miles de dólares por daños a me-
nos que Dios cambió las mentes de mucha gente.
Yo no puedo explicarle cómo fue que sucedió.
Sencillamente estoy informando. Dios está a car-
go. Solía ser mi socio, pero desde que comencé a
vivir como un hijo del Rey, él es el Director.
¡ Aleluya!
 21
Cómo volar a través de la niebla; cómo
conseguir un predicador perfecto; cómo
construir un refugio antibomba infalible

Una y otra vez veo cómo Dios consiguió que el

mundo nos trate como hijos del Rey, si nosotros
seguimos sus instrucciones para vivir en el reino,
dando gracias en todo, alabándole por lo que nos
agrada, y por lo que no nos agrada, porque él dice:
Dad gracias en todo, porque ésta es mi voluntad
para ti. Cualquier cosa que el maligno intente pa-
ra dañar, Dios lo puede usar para bien, si esta-
mos actuando como hijos del Rey.
Un día debía predicar por la televisión en
Greenville, Carolina del Sur, para un programa
de los Hombres de Negocios del Evangelio Com-
pleto a las siete y media de la tarde. Fui a Wash-
ington, D.C., para abordar el avión a las dos, es-
perando cambiar de avión en Charlotte. Bueno,
mi avión no partió a las dos. No podía. No había
llegado a Washington todavía; estaba perdido en
la niebla en alguna parte.
 La tendencia natural era llenarse de pánico, po-
nerse todo nervioso, sin embargo dije: "Señor, te
estoy alabando. No he tenido una oportunidad de
sentarme en silencio y estudiar la palabra ininte-
rrumpidamente en no sé cuánto tiempo." De modo
que me senté en el aeropuerto de Washington y
estudié, y la niebla se puso más densa.
Yo llamé por teléfono al secretario del grupo en
Greenville y le dije: "Voy a llegar tarde. No sé
cuánto tiempo."
"Bueno", dijo él, "alabado sea el Señor."
Yo dije: "Esto es lo mejor que he oído en esta
tarde. He oído toda clase de reclamos y quejas
en el aeropuerto." Había sido algo inaudito. Unos
doscientos quejosos, y uno solo que alababa. Fue
muy grato para mí tener a otro que alabara al
otro extremo de la línea telefónica. Me dio valor
para continuar alabando. Nos pusimos de acuer-
do, por el teléfono, que estábamos haciendo la per-
fecta voluntad de Dios. Ahora bien, no podíamos
comprender cómo podía cumplirse si yo no podía
llegar hasta allá, pero esto era el problema de
Dios, no nuestro.
Yo dije: "Señor, me da lo mismo si voy a
Greenville o si vuelvo en mi auto a Baltimore."
Dejé el asunto a él. Desaté todo el asunto. Lo que
uno desata en la tierra es desatado en el cielo.
La próxima cosa que supe fue que el avión ha-
bía llegado. Volamos hasta Charlotte, pero cuan-
do bajé del avión, estaba sorprendido. La niebla
era tan densa que ni un pato habría volado desde
Charlotte esa noche. Al llegar al edificio del aero-
puerto, todavía seguía la histeria. La funcionaría
de la línea me preguntó: "¿Está usted programa-
do para seguir hacia Greenville?" Cuando yo dije
que sí, ella me explicó que habían contratado un
taxi aéreo, un avión particular, para llevarme
hasta allá.
Bueno, alabado sea el Señor por las disposicio-
nes especiales que se hacen para los hijos del Rey.
Nunca me había sucedido esto antes, pero cuando
miré hacia afuera, no podía ver la pista de ate-
rrizaje, mucho menos el taxi aéreo. Sin embargo,
seguí alabando al Señor. Cuando caminamos en
la luz, no tenemos que verlo. Si está nublado, sen-
cillamente creemos.
El piloto no parecía preocupado si estaba des-
pejado o nublado. Sólo era otro vuelo más para él.
Oí que la torre de control le preguntaba cuánto
se demoraría. El dijo: "Cuarenta minutos desde
el momento que abandone el suelo." Y por cua-
renta minutos no vimos otra cosa que no fuera
neblina que se movía.
Debajo de nosotros, en alguna parte, había lí-
neas de alta tensión y montañas, pero volamos a
ciegas hasta cuando estábamos a siete metros del
suelo. El secretario del grupo estaba en el aero-
puerto para esperarme, y eran las siete y cinco.
El dijo: "Si podemos encontrar la montaña,
iremos a la estación de televisión. Está cubierta
de neblina también." Pero él había dado una vuel-
ta de ensayo el día anterior y pensaba que podría
encontrar la montaña, por lo menos.
Bueno, la ubicamos y seguimos la línea blanca
que marca el centro de la carretera hasta la cima
de la montaña y entramos en el estudio a las siete
y veintinueve, con un minuto de adelanto. Pero el
grupo había estado allí transpirando debido a que
faltaba tan poco tiempo y yo no llegaba. De modo
que había hecho un cambio de horario, dejando
que el doctor Bob Jones, presidente de la Univer-
sidad Bob Jones saliera a las 7:30, y poniéndome
a mí a las ocho.
¡Qué cosa! No habría podido conseguir ese es-
pacio ni por un millón de dólares. Pero Dios me
puso en ese espacio. Yo le conté a todos los tele-
videntes acerca de los dones del Espíritu Santo,
que las lenguas son para hoy y las sanidades y to-
dos los otros dones del Espíritu. Ahora bien ¿es-
taba Dios a cargo de todos los arreglos? ¿Hay al-
go muy difícil para Dios?
Algunas veces la gente me pregunta: "¿Quiere
decir que todavía es un bautista del sur?"
"Por supuesto", les digo yo. "Pero no soy un
bautista común y corriente. He sido modificado.
¡Aleluya!"
Yo confieso con toda franqueza que muchas
veces durante esos años del comienzo cuando el
rechazo y las críticas eran mi dieta obligada, de-
seaba separarme de esos "herejes" y unirme a los
pentecostales donde me apreciaban.
Pero el Señor parecía decir: ¿Por qué supones
que yo te he conectado a la fuente del poder,
HiU... para que huyas y prives a otros de mis
bendiciones?
Muchas veces mi "muy bien, Señor", fue débil
y famélico, porque sencillamente no apreciaba el
no ser apreciado.
Una y otra vez, cuando me sentí con rebeldía,
el Señor leía mis pensamientos y nuevamente me
daba la orden: Quédate donde estás e intercede.
Una noche, mientras estaba criticando la igle-
sia en lugar de cumplir mi papel de intercesor, el
Señor me habló casi en voz alta y dijo: Si no te
gusta tu iglesia, pastor o hermanos, es tu propia
falta. Deja de ser parte del problema y comienza
a ser instrumento para conseguir la respuesta.
Ora por ellos en lugar de maldecirles, parecía
decir Dios.
"Pero Señor, ¿cómo voy a orar por este revol-
tijo tan grande?" pregunté yo.
Sencillamente déjame a mí orar a través de ti,
fue la simple respuesta.
Entonces sucedió así:
"Señor Jesús. Tu has oficiado en la ceremonia
bautismal de los metodistas, episcopales, lutera-
nos, y en verdad, en toda clase y tamaño de deno-
minaciones. ¿Por qué no lo puedes hacer con un
predicador bautista en la ciudad de Baltimore?
Sencillamente equípalo con todos los dones de tu
Espíritu Santo como evidencia de su ministerio,
Señor. No es posible que sean tan difíciles que tú
no los puedas manejar."
Nuestro pequeño grupo de "carismaniacos" pro-
nunció esa oración siete noches a la semana por
cuatro años, y entonces ocurrió el milagro. El
pastor Frank Downing, de la iglesia bautista de
Belvedere, comenzó a actuar de una manera muy
peculiar, dirigiendo un culto de sanidad cada jue-
ves por la mañana en la iglesia misma, y la gente
se curaba en gran número.
Obtuvimos exactamente lo que pedimos, un pas-
tor con los nueve dones del Espíritu Santo como
evidencia de su ministerio. Debería pedirle al her-
mano Frank que le diga todo al respecto en algu-
na oportunidad.
Por cierto que yo deseaba abandonar mi vieja
y quieta iglesia bautista inmediatamente y unir-
me con los hermanos del mismo pensar en la igle-
sia bautista Belvedere. Pero el Señor dijo: HiU,
todavía no he terminado contigo en tu congre-
gación actual. En verdad, no estarás listo para
irte hasta que estés dispuesto a quedarte.
Tres años más tarde, yo había aceptado la igle-
sia donde estaba y al fin aprendí la gran lección
de respetar el derecho que otros tienen a no
opinar igual. Entonces me sentí libre para irme,
regocijándome, y unirme a la iglesia bautista
Belvedere donde, en el día de hoy, el 90 por cien-
to de la membresía se ha encontrado con Jesús
como el Bautizador así como el Salvador, la señal
neotestamentaria del hablar en nuevas lenguas.
¿No es Jesús maravilloso?
Cada día estoy aún más que dispuesto a con-
fiar en Dios por todas las cosas, porque he visto
lo que él puede hacer. Hubo un tiempo, no hace
mucho, cuando un cierto número de personas en
nuestro vecindario estaba construyendo unos re-
fugios antibombas. Baltimore se considera un
blanco estratégico debido a sus industrias y a la
cercanía de Washington.
Así fue que un día, mi socio dijo: "Creo qué he
hecho algo que te va a causar tristeza. He llama-
do un contratista para construirnos un refugio
subterráneo en la fábrica."
"Bueno", dije, "eso no me causa ninguna
tristeza."
"¿Así que no?"
"Bueno, no. Si tú crees que necesitas un refu-
gio subterráneo contra bombas, entonces, con toda
confianza, hazlo. Pero no te preocupes de dispo-
ner alguna pieza para mí. Yo no deseo una celda
subterránea. No necesito eso, porque tengo una
promesa de Dios." Yo me había cruzado con esta
escritura: "Porque fuiste... refugio contra el tur-
bión, sombra contra el calor; porque el ímpetu de
los violentos es como turbión contra el muro."
(Isaías 25:4).
Mi Dios dice: "Confía en Jesús." El turbión no
me asusta.
Miré los planos y vi que las especificaciones
para el refugio contra bombas incluían un revól-
ver, para dispararle a los vecinos que trataran de
entrar para refugiarse en nuestro refugio anti-
bombas. No teníamos lugar para compartir con
ellos, de modo que teníamos que estar preparados
para matarlos si llegaban a violentarse tratando
de unirse a nosotros.
"Sigue adelante y construye tu refugio anti-
bomba", le dije a mi socio, "y equípalo con tu re-
vólver, y que te sientas libre después de unas dos
semanas, o meses, cuando la explosión se haya
calmado un poco, para que salgas a comer pasto
quemado, y perros y gatos chamuscados, y a los
hijos de los vecinos quemados. Pero no me inclu-
yas a mí. Yo no lo necesito. Jesús es mi refugio
del turbión. ¡ Aleluya!"
¿Crees tú que yo deseo permanecer bajo tie-
rra por una semana, o un mes, y salir a correr
una carrera de ratas ? Yo me iré directamente ha-
cia las estrellas. ¿Acaso no es esto mucho mejor?
Por cierto, hay momentos de ansiedad, pero no
duran cuando comenzamos a alabar a Jesús por su
presencia inmediata y su inmediato poder. Yo no
quiero decir allá lejos, en el lejano futuro. Yo
quiero decir ahora mismo. Aquí mismo. Si el rei-
no está dentro de nosotros, como él dice que lo
sstá, entonces las cosas del reino, justicia, paz, y
^ozo, fluirán de nosotros, aquí mismo, ahora mis-
no, en nuestra experiencia al vivir la victoria.
 22
Cómo conseguir que toda su familia
sea salva y sana

Un día partí para un retiro en Wheeling, Vir-

ginia Occidental, y mientras viajaba por la ca-
rretera, yo dije: "Señor, ciertamente sería lindo
tener una palabra de testimonio fresca, para la
reunión de esta noche." Allí fue donde cometí mi
primer error. A pesar de todas las veces que lo
he aprendido, no penetró en mi mente en esta
oportunidad que, en orden a obtener una fresca
palabra de testimonio, debemos de haber sido li-
brados en fecha reciente de algún problema, y con
el fin de que así debimos primero habernos encon-
trado con algún problema. Así fue que me encami-
naba hacia la dificultad. Yo la había solicitado.
Era un hermoso día, y me encontraba desli-
zándome a través de la supercarretera de Pensil-
vania a más o menos ciento doce kilómetros por
hora, alabando al Señor. Yo tenía la certidumbre
de que mi automóvil, neumáticos y todo lo demás,
se encontraba en perfectas condiciones. Yo había
puesto neumáticos nuevos con el fin de estar pre-
parado para toda condición meteorológica.
De repente, sin ningún aviso, uno de mis neu-
máticos reventó. Yo escuché el estallido, y tam-
bién lo sentí. ¡ Hombre, cómo lo sentí! Una repen-
tina bajada de cuarenta centímetros en una de las
ruedas traseras, y el vehículo completamente fue-
ra de control, deslizándose de lado por la super-
carretera de Pensilvania en una tarde de viernes
con gran cantidad de tráfico de camiones y au-
tomóviles por todos lados donde mirara, tantos
que no pude contarlos.
Entonces en un momento, inexplicablemente, el
tráfico desapareció de mi camino. Fue como si
una mano gigantesca hubiera removido todo de-
lante de mí porque yo necesitaba toda la carre-
tera para mí sólo. Yo me deslizaba por toda ella,
con los neumáticos silbando y chillando, así como
siempre se oye antes de una gran colisión.
¿Qué fue lo que yo hice? ¿Me llené de pánico?
¿Me puse las manos sobre mis oídos y me apreté
para el estrellón? De ninguna manera.
"¡Aleluya, Señor! ¡Es día de graduación! ¡Voy
a verte inmediatamente allá arriba!"
Al alabarle a él, me fue recordado que el día de
graduación era grandioso, pero no tenía que gra-
duarme en las condiciones que me impusiera el
maligno. No habría nada de gloria para Dios en
eso. Y así fue que oré: "Señor, si me gradúo hoy,
no hay manera de ir hasta Wheeling para decirles
cuan maravilloso eres tú. Si he de estar en un
ataúd en la funeraria, tú me has perdido como
testigo de este acontecimiento esta noche. ¿De
qué manera deseas tú que sea, Señor? A ti te da
lo mismo. No hace ni la más mínima diferencia..."
Jesús dijo que lo que desatamos en la tierra es
desatado en el cielo, y yo desaté toda la situación
en él. Yo no la até por ninguna ansiedad, y él es-
tuvo libre para manipularla por su poder sobre-
natural y liberarme. En los ínfimos segundos
mientras yo todavía estaba silbando al deslizarme
lateralmente a ciento doce kilómetros por hora, la
Palabra del Señor vino en mi rescate.
En el nombre de Jesús está todo el poder en el
cielo y en la tierra. Usa mi nombre. Yo te he dado
el poder de abogacía para usar mi nombre en
cada situación.
Inmediatamente, yo comencé a hablar su nom-
bre en alta voz: "Jesús. Jesús." Y yo pude sentir
los poderes de las tinieblas desaparecer de la si-
tuación. El maligno tuvo que arrancar apurado,
porque él no puede aguantar el nombre de Jesús.
El vehículo se enderezó y comenzó a correr de
lado a lado. Yo supe que el enorme neumático
para nieve se estaba enrollando y desenrollando
de la rueda. Mi volante no me servía de nada,
porque el poder de dirección estaba completamente
fuera de control, ya que las ruedas no tocaban el
pavimento con solidez suficiente como para ser-
vir de algo. Pero continué alabando a Jesús, di-
ciéndole a él que éste era su problema. Y él trajo
ese automóvil a una parada perfectamente segu-
ra justamente frente a la salida para Somerset.
En unos pocos minutos, yo tenía puesto un nue-
vo neumático y estaba de nuevo en la carretera,
alabando al Señor, por la fresca palabra de tes-
timonio con la cual él me había bendecido. Yo no
habría escogido ese método para conseguirla.
Pero allí estaba. Dios había protegido.
 No toda liberación de la dificultad es obtenida
tan prontamente como el cambiar de neumático
en una carretera interestatal, sin embargo. En
alguna parte del camino tenemos que aprender la
paciencia para confiar en Dios cuando cada cosa
parece que está fuera de su control como lo está
del nuestro. Yo aprendí eso de la manera difícil,
en medio de una situación familiar que fue una
pesadilla.
Yo tengo una esposa, una hija y una nieta, y yo
estaba muy orgulloso de mi esposa Ruth, mi hija
Linda, y mi nieta Lisa. Sucedió entonces un día
que casi perdimos a nuestra hija porque ella era
nuestra más preciada posesión. Ahora estoy en-
cantado de que ella es propiedad de Jesús y no
mía. El puede cuidar a los suyos. Voy a contar
cómo sucedió.
Un día, después de años de intervenir y tratar
de que mi familia se convirtiera por mis propios
esfuerzos, me encontré con Hechos 16:31: "Cree
en el Señor Jesucristo y serás salvo, tú y tu casa."
Yo nunca había notado esas tres últimas pala-
bras. Las había pasado de largo. Yo tenía mis
familiares completamente agitados, perturbados.
Yo les predicaba a ellos, los cargoseaba con la
Biblia, siendo una molestia total, haciendo lo me-
jor que podía con mis propios esfuerzos, igno-
rando totalmente los medios que Dios tiene para
llevar gente a su reino. Pero ese día las palabras
parecían saltar hacia mí: "Y tu casa."
Yo dije: "Señor, ¿cuándo le añadiste eso a mi
Biblia? ¡Eso significa que los familiares de un
hombre salvado tienen membresía garantizada en
la Familia Real!"
Y parecía como si el Señor dijera: Por cierto.
Tu parte es reclamarlo cada mañana. Pero no lo
hagas simplemente una vez, si deseas que suceda
luego.
Y así, cada mañana yo abría la Biblia en
Hechos 16:31, ponía mi dedo sobre esa prome-
sa, la presentaba a Dios para que la viera clara-
mente y decía: "Señor, tú lo dijiste. ¿Cuándo se
cumplirá?"
Y entonces cerraba la Biblia y seguía en mis
asuntos..
Nunca más dije otra palabra de testimonio a
mi esposa o hija, y en unas pocas semanas, mi
esposa se convirtió. Y mi esposa era una de las
personas más duras para convertirse, una epis-
copal de cincuenta años de edad, que en un tiem-
po había representado toda la espiritualidad que
teníamos en nuestra familia.
Después que mi esposa fue salva, un domingo
por la mañana nuestra hija casi nos hizo morir
de impresión. Ella se levantó y dijo: "Mamá, creo
que voy a ir a la iglesia esta mañana con ustedes."
Nunca había ella hecho tal cosa voluntariamente
en sus diecinueve años. Tratamos de no demos-
trar nuestro entusiasmo, porque de esa manera
se puede echar a perder todo.
Ese mismo día, un hecho muy raro ocurrió en
la iglesia. Un predicador de visita, que recién ha-
bía vuelto del campo misionero y ardiente en el
Señor, había sido invitado a suplir el pulpito. Ese
joven misionero predicó la salvación, en forma
clara y precisa.
Mi hija adolescente le escuchó y se quedó para
conversar con él después del culto. Después de
una breve reunión del consejo con el misionero,
ella comenzó a mostrar interés por las cosas espi-
rituales y empezó a asistir a nuestro grupo de
oración con nosotros. Ella entregó muy pronto su
corazón a Jesús en una de esas reuniones. Más
adelante, Tommy Tyson vino a Baltimore y du-
rante uno de sus cultos, mi hija hizo una consa-
gración completa.
Linda era una activa esgrimista, y en un cam-
peonato conoció a un campeón de esgrima que es-
tudiaba en la Academia Naval de Annapolis,
Maryland. Después de su graduación se casaron.
El pertenecía al equipo olímpico, y naturalmente
ella se alejó de Baltimore para viajar con él. Era
una gran experiencia para un futuro almirante y
su esposa.
En medio de todo aquel entusiasmo, nuestra
hija se alejó completamente de Dios, y pareció
haber olvidado al Señor totalmente. Pero cuan-
do Dios pone en nosotros sus ojos, cuando el
Lebrel del Cielo sigue nuestras pisadas, jamás
podremos escapar. Mejor es rendirnos. Alabado
sea el Señor.
Pero no sabíamos la verdad, en aquel entonces.
Estábamos preocupados, y estábamos ansiosos por
nuestra hija. Por causa de nuestra ansiedad, la
estábamos atando. No habíamos aprendido a des-
atarla, y de ese modo llegamos a constituirnos en
una gran parte de los problemas que comenzaron
a apilarse en su vida.
Tratamos de arreglar las cosas para ellos, tra-
tamos de vivir sus vidas. Pero nuestras soluciones
a sus problemas fracasaron, y pronto los jóvenes
se encontraban al borde del divorcio.
Mi hija, a su manera HUÍ, escogió un frasco de
mil tabletas de aspirinas, como la solución a sus
problemas y comenzó a masticarlas. Cuando lo
descubrimos, ella tenía bastante de eso en su sis-
tema como para matar a todo el vecindario. Fue
trasladada al hospital de la Academia Naval, y
la examinaron y dijeron: "No alcanzará a vivir
hasta la mañana. No tenemos las facilidades ni
para siquiera ayudarla."
Después de una hora de viaje en ambulancia,
ella fue internada en el hospital naval de Bethes-
da. Allí, los médicos nos dijeron: "Hemos hecho
todo lo que podemos. Ella no podrá vivir hasta la
mañana."
Bueno, ahora, una cosa es hablar de oración en
un grupo de oración, y otra cosa es tratar de orar
cuando su hija está muñéndose. Esto llega a ser
bastante personal. Y la típica oración de incredu-
lidad: "Señor, sánala si es tu voluntad." Justa-
mente entonces, no estamos haciendo la voluntad
de Dios, sino la nuestra. Porque cuando se nos
está muriendo un hijo, no pensamos en la volun-
tad de Dios, sino que queremos que nuestro hijo
viva. Y así lo hicimos nosotros.
Mi esposa y yo no tratamos de engañarnos o a
Dios. Dijimos: "Señor, tenemos que mirar esto
desde nuestro punto de vista. No podemos hacer-
lo de otra manera. Va a tener que ser una oración
egoísta. Señor, sana a nuestra hija. Libra a nues-
tra hija, Señor, ella es nuestro único vastago."
Eso era lo mejor que podíamos hacer. Oramos
erróneamente, y nada sucedió. Oramos con nues-
tro entendimiento, pero no entendimos nada. Por
un momento habíamos olvidado lo que Dios dice
en Romanos 8:26, que no sabemos cómo orar o
qué orar. Pasamos por alto el orar en el Espíritu,
dejando que el Espíritu Santo intercediera por
nosotros. Pero finalmente, probamos eso, y co-
menzamos a orar en lenguas, y paramos echando
a perder todo al inyectar nuestra propia opinión
interesada, nuestra propia voluntad.
Y el Espíritu intercedió por nuestra hija, de
acuerdo a la voluntad de Dios, con gemidos inde-
cibles. Y mientras orábamos en el Espíritu, el
Señor parecía hablar dentro de nosotros, hacien-
do la pregunta: ¿Por el vastago de quién estás
orando ?
"Nuestro, Señor." '
Entonces pareció como si el Señor dijera: Si
están orando por su vastago, prepárense para un
funeral. Pero si están orando por Mi vastago,
prepárense para un milagro. Lo que ustedes aten
en la tierra es atado en el cielo, y no puedo hacer
nada por ustedes. Pero lo que ustedes desaten en
la tierra, lo pongan en el altar y lo entreguen a
mí, en eso, yo obro un milagro porque soy un Dios
de milagros. Todo lo que tienen que hacer es dar-
me su hija a mí y reconocer que son incapaces de
hacer nada.
Científicamente hablando, ella no tenía espe-
ranza. Ni una sola opción de vivir veinticuatro
horas.
Sabíamos que estábamos incapacitados de ha-
cer algo, y lo confesamos. "Señor, no podemos
hacer nada." Y desatamos a nuestra hija en sus
manos. "Señor, estamos felices de que ella es tu
hija única. Tú nos la prestaste a nosotros por
unos pocos años, y nosotros hicimos de ella un
buen enredo. Si no lo hubiésemos hecho ella no
estaría en esta dificultad. ¿Cómo vas a sacar a tu
hija de esta dificultad? ¡Aleluya!"
En ese instante, ocurrió un milagro. El registro
clínico en el hospital naval de Bethesda incluye el
gráfico del deterioro inevitable, irreversible...
entonces de pronto desaparece. El nivel de acidez
se detiene en su aumento, y nunca más sube ni un
punto más. Desapareció, aunque cosas así no
desaparecen.
Después de su recuperación, Linda nos dijo:
"En el momento de la crisis, cuando varios médi-
cos estaban trabajando conmigo, me di cuenta de
que tenía una clara decisión que tomar, entre la
vida y la muerte. Yo me di cuenta de la gran pre-
ocupación por mí de parte de todos los que esta-
ban afanándose tanto por salvar la vida que yo
no deseaba más. Y en medio del oscuro túnel en
el cual parecía hallarme caminando, yo escogí
regresar a la vida, aun cuando había determinado
morir."
Hoy Linda alaba a Dios de que estábamos dis-
puestos a dejarla ir. Ella sabe que fue eso lo que
le hizo a Jesús el poder moverse instantáneamen-
te y milagrosamente, aun cuando ella era un caso
clínicamente imposible".
Los doctores estaban tan seguros de que ha-
bían leído mal los instrumentos o algo así, que
la mantuvieron por siete semanas más en la sec-
ción de siquiatría, en simple observación. Ellos
llamaron el caso "algo que no puede ser explicado
en términos médicos, una inexplicable reacción
al veneno mortal". ¿No se considerará esto un
milagro? No pudo haber sucedido hasta que la
desatamos.
Perdimos a nuestra hija esa noche, pero gana-
mos una hermana. Yo perdí a mi esposa esa no-
che. Yo gané una hermana. Ella perdió a su es-
poso. Ella ganó un hermano. No podría creer la
diferencia en las relaciones en nuestro hogar des-
de que aprendimos a desatarnos unos a otros en
el altar ante Jesús y a decir: "Señor, tú ministras
a esta joven única tuya." Yo pensé que ella era
mi posesión, y eso casi la mató. Yo estuve tan
contento de descubrir que ella era una hija del
Rey, y el Rey ciertamente puede cuidar lo suyo
propio. He aprendido a dejarlo a él hacerlo. El
derecho de propiedad demanda nuestro todo, la
mayordomía nos hace libres. ¡Aleluya! 23
Cómo reparar maquinaria costosa
rápidamente

Poco después de que Jesús me bautizó en el Es-

píritu, yo tuve una oportunidad de ver cómo lo
sobrenatural actúa en el mundo científico. Fui
llamado por un caso en Baltimore que incluía una
sub-estación de poder. Nosotros habíamos sumi-
nistrado el equipo pesado de poder, y parte de
nuestro contrato tenía que ver con la revisión
previa a la entrega de ella a la ciudad.
Una mañana recibí un llamado telefónico ur-
gente con estas palabras: "Estamos en dificulta-
des, porque a la una de la tarde de hoy, esta sub-
estación debe ser entregada al alcalde y cabildo
de la ciudad, y no quiere funcionar."
"Bueno", dije yo, "ésta es una buena hora para
llamarme, cerca de cuatro horas antes de que ten-
ga que operar perfectamente."
Ellos se disculparon diciendo: "Nosotros pen-
samos que podríamos ubicar la falla. Hemos te-
nido a los técnicos de la General Electric y a
nuestros propios técnicos trabajando por dos se-
manas, pero estamos derrotados. ¿Qué es lo que
vamos a hacer acerca de esto?"
Bueno, alabado sea el Señor, yo tenía un inge-
niero consultivo, el mejor en la empresa, Jesús
mismo. Estaba seguro que él podía proveer, por
los dones sobrenaturales del Espíritu, una palabra
de ciencia, una palabra de sabiduría, y discerni-
miento, los primeros tres dones de 1 Corintios 12.
Una palabra de sabiduría es el saber qué hacer
en seguida. Una palabra de ciencia es saber cómo
hacerlo. Y el discernimiento de espíritus, o el dis-
cernimiento de la situación, es una percepción
clara. Yo iba a confiar en el Espíritu Santo para
darme los dones que yo necesitaba. De modo que
le dije al hombre por teléfono: "Estaré allí ahora
mismo y ubicaré la falla."
"No", me dijo, "no se mueva. Quédese allí mis-
mo, y yo iré y lo traeré." El temía que yo saliera
de la oficina. No quería que yo desapareciera,
porque muchos centenares de miles de dólares de-
pendían de que esa cosa estuviera funcionando
dentro de cuatro horas.
Yo comencé a orar, e inmediatamente, mien-
tras estaba orando, supe exactamente lo que es-
taba mal. Yo lo vi tan claramente como un cua-
dro en la pantalla de la televisión. Esta era mi
primera experiencia en el diagnóstico de un pro-
blema electrónico serio y complicado, estrictamen-
te por medio del Espíritu Santo, y Satanás dijo:
"Tú ereg tonto y estúpido. Tú te estás imaginan-
do eso. Es tan ridículo." Pero yo era demasiado
ingenuo como para dudar la Palabra de Dios.
Yo entré en la sub-estación, dirigido entera-
mente por el Espíritu Santo. Yo había usado los
dones programáticos, lenguas, interpretación de
lenguas, y profecía, para capacitarme para reci-
bir un programa de Dios para saber qué hacer.
Y así fue que me dirigí al lugar mismo que yo
había visto en el Espíritu como la fuente del pro-
blema y di las instrucciones a los técnicos sobre
lo que debían hacer para arreglarla.
Ellos dijeron: "Señor Hill, ya hemos revisado
todo eso. Lo hemos comprobado muy bien."
Yo dije: "Ustedes me llamaron aquí como in-
geniero consultivo. ¿Van a seguir mis instruccio-
nes? Si no lo hacen. Me volveré a mi oficina."
Uno de ellos dijo: "Sí, señor." Aunque lo que
yo había sugerido parecía absurdo, ellos no te-
nían otra cosa que probar. Así fue que hicieron
lo que yo les dije, presionaron el botón, conecta-
ron los interruptores, y el asunto funcionó como
se suponía que debía hacerlo, para mi sorpresa
tanto como para la de ellos. Respiré aliviado, y
mis rodillas temblaron un poco al pensar que ha-
bría pasado si nada hubiera ocurrido. No me di
cuenta hasta después de cuan ridículo debe haber
parecido el que yo haya caminado junto con cerca
de veinte ingenieros altamente especializados y
técnicos, que por semanas habían estado frustra-
dos, y haber puesto mi dedo en la dificultad en
forma inmediata. Normalmente, esto produciría
alguna pregunta de parte de alguien. Tenía que
suceder. Y así fue.
Mientras caminaba hacia la puerta de salida,
uno de los técnicos de la General Electric dijo:
"Perdóneme, señor, pero ¿podría hacerle una
pregunta?"
 Yo dije: "Por cierto. Estaré encantado de tra-
tar de contestársela."
"¿Cómo pudo usted entrar aquí, y descubrir
este problema cuando nosotros estábamos frus-
trados con él?"
Satanás dijo: "Si tú dices que tú oraste al res-
pecto, ellos van a pensar que tú estás mal de la
cabeza." De modo que sencillamente aparecí como
muy sabio y me marché, adjudicándome todo el
honor por la sabiduría que Dios me dio.
¡ Qué calamidad! Una oportunidad fantástica de
testificar de Jesús y su poder en el día presente,
y por cuatro o cinco días estuve verdaderamente
atormentado. Satanás continuó acusándome: "¿Lo
ves? Tú nunca serás un testigo. Mejor que te rin-
das. Ya ves, fracasaste en tu tarea completamen-
te. Dios te va dejar de lado ahora, tenlo por se-
guro. El nunca más va a confiarte alguna otra
cosa." Y yo creí lo que Satanás me dijo y me sen-
tía lleno de remordimiento y atormentado.
Pero un día leí por casualidad Romanos 8:1:
"Ahora, pues, ninguna condenación hay para los
que están en Cristo Jesús." Y me pregunté a mí
mismo: "¿De dónde viene esa condenación si no
es del Señor?" Y comprendí que el mensaje venía
del padre de mentiras. El padre de mentiras. No
era Dios el que estaba condenando. El me da un
margen para mis errores. Y yo dije: "Señor, da-
me otra oportunidad, y por tu gracia, no voy a
fracasar."
La próxima oportunidad llegó de una manera
poco usual. Nosotros realizamos trabajo de man-
tenimiento de los sistemas de comunicación del
ejército, en sus sistemas de micro onda, onda cor-
ta, y todas ellas son muy complicadas. Un día
recibimos un llamado de emergencia para una
inspección y corrección, por lo cual había que via-
jar hacia Virginia. Fijamos una fecha para que
nuestro jefe del departamento electrónico fuera
hasta allá, pero el día antes de su viaje, tuvo un
accidente que le imposibilitó el viaje. De modo
que tuve que llamar a la oficina del cuerpo de in-
genieros en Virginia, con el fin de cancelar la
cita y concertar otra. Mientras esperaba que me
consiguieran la comunicación, parecía que el Señor
dijera: ¿Por qué no vas tú, Hill?
Yo dije: "Señor, yo soy... bueno... es de-
cir. .." Traté de escaparme de ello.
El dijo: Tú te has estado gloriando acerca de
cómo yo podría encontrar y corregir cualquier
avería, ¿no es así?
Yo dije: "Así es."
Bueno, ¿por qué no vas allá y compruebas si yo
realmente lo puedo hacer?
Bueno, eso es acercarse bastante al blanco,
¿verdad? Entonces comencé a sentirme verdade-
ramente entusiasmado sobre el asunto. De modo
que cuando se consiguió la comunicación, yo dije:
"Le estoy llamando para solicitar un cambio de
personal en los pases que ustedes han emitido pa-
ra el viaje mañana. Cambié el nombre de tal y tal
por el mío, porque nuestro otro técnico está im-
posibilitado de estar allí."
Y el dijo: "¿Quién es usted?"
"Bueno, yo soy el presidente de la empresa."
Esto le llevará a usted a cualquier parte aunque
no sepa nada.
El dijo: "Oh, muy bien." El no parecía muy
entusiasmado, porque la mayoría de los presiden- •
tes pueden no conocer una gran cantidad de de-
talles técnicos, y yo soy uno de ellos. Sé muy poco
acerca de las cosas intrincadas de la micro onda-
Pero yo iría representando al Jefe Técnico del
Univeso, aquel que es todo sabiduría y conoci-
miento. Sería algo realmente grandioso ver cómo
Jesús iba a sacarme de este caso.
Llegué a Alejandría, Virginia, a la estación del
cuerpo de ingenieros, y me asignaron tres técni-
cos. Ellos dijeron: "Probablemente esto será un
proceso largo y complicado. Vamos a fijar su re-
greso a las ocho esta noche." Calcularon un día
completo pbr viaje, más el tiempo en el trabajo
para localizar y reparar la falla.
Esto era razonable, según normas humanas.
Pero ellos no sabían que yo había sintonizado al
Director del Universo. Y en nuestro viaje hacia
la estación, mientras oraba en lenguas, yo había
visto en el espíritu lo que estaba fallando en el
equipo. Esto supera al hecho de estar diagnosti-
cando una avería por el proceso normal.
Dios siempre tiene a su alcance inmediato lo
que usted nunca puede conseguir por los medios
ordinarios. El siempre sabe un hecho más acerca
de las cosas que lo que usted jamás sabrá. Yo ha-
bía orado en lenguas. La interpretación vino por
medio de una palabra de ciencia y un cuadro cla-
ro, discernimiento de la dificultad.
Los técnicos dijeron: "Ya que es posible que
usted tenga que estar aquí varias horas, ¿por qué
no almorzamos primero y entonces después va-
mos a revisar la cosa?"
"Bueno", dije yo, "si les da lo mismo a ustedes
arreglemos al momento para que pueda transmi-
tir y nos vamos a Alejandría. ¿No les gustaría
volver temprano?"
Ellos dijeron: "Sí, pero ¿cómo va a hacer eso?
Tiene que ubicar la falla primero."
"Oh", dije yo, "yo ya sé dónde está la falla.
Llevará cinco minutos el arreglarla."
"¡Cinco minutos! Señor Hill, ¿se da cuenta de
que hemos tenido a los expertos del Pentágono
aquí? Hemos hecho revisar este equipo de punta
a cabo, y cada vez que oprimimos el botón, quema
tubos de transmisión de micro onda que valen mil
cuatrocientos dólares."
No había manera de que yo pudiera asegurarles
de lo que les decía. De modo que volví a repetir-
les: "Cinco minutos será suficiente."
Se quedaron mirándome como si estuvieran du-
dando de mi sanidad mental. "¿Está seguro de
que sabe lo que está haciendo?"
Yo dije: "¿Me trajeron aquí para jugar?"
"No, señor."
"Si ustedes hacen lo que les digo, estaremos
fuera de aquí en menos de cinco minutos, con
todo probado."
Bueno, sonaba demasiado estupendo como para
ser verdad, y ellos decidieron descubrir qué clase
de lunático era yo. De modo que continuaron en
son de broma. Esa era su actitud. Se miraron
unos a otros y uno de ellos dijo: "Muy bien. ¿Qué
debemos hacer?"
"Saque esas tapas del alternador principal."
"Señor Hill, hemos revisado todo eso. Todo ha
sido..."
Yo dije: "Saque las tapas. ¿Desean jugar, o
desean resultados?"
Ellos sacaron las tapas.
Yo dije: "Ahora suelte ese tornillo de ajuste.
Gire ese juego de escobillas una pulgada hacia la
izquierda."
"Pero señor Hill, está en la posición señalada
por la fábrica. Seremos multados por tocar eso
porque la fábrica ha..."
Yo dije: "Gírelo hacia atrás una pulgada, o lo
tendré que hacer yo. ¿Desea que yo lo haga?"
"No señor. No señor", dijeron a coro. "Noso-
tros somos los técnicos."
"Bueno, entonces, gírelo hacia atrás."
"Sí, señor."
"Apriételo."
"Sí, señor."
"Vuelva a colocar las tapas en su lugar."
"Sí, señor."
"Ahora apriete el botón."
"j No, señor! No vamos a apretar ningún botón.
¡ Esa cosa va a explotar en nuestras caras!"
Yo dije: "Párense fuera de la puerta enton-
ces." Y así lo hicieron. Estaban contentos de po-
derlo hacer. Yo apreté el botón. Todo se encendió.
La estación salió al aire. Yo dije: "Volvamos a
Alejandría." Y ellos se quedaron allí moviendo
sus pupilas en todas direcciones.
Subimos al automóvil, y ellos tragaron saliva,
y uno de ellos le dio un codazo a otro, y yo sabía
que estaban tratando de reunir coraje para pre-
guntarme cómo lo hice. Yo estaba esperando la
pregunta.
Finalmente uno de ellos dijo: "¿Le importaría
si le hiciésemos una pregunta?"
"No, por cierto que no. Si puedo contestarla."
Yo sabía lo que venía.
"¿Nos dirá, por favor, nos dirá cómo pudo ve-
nir hasta aquí, poner su dedo en la misma falla,
y repararla, cuando nosotros habíamos estado
transpirando por esta cosa por semanas? Hemos
recibido órdenes de los oficiales de más alta gra-
duación para que pongamos en el aire esta esta-
ción y la mantengamos en el aire, y sencillamente
no podíamos hacerlo. Estaba más allá de nuestra
habilidad. ¿Cómo lo hizo usted?"
Yo me acomodé en mi asiento y dije: "Me ale-
gro de que me hicieran esta pregunta, caballeros,
porque en el camino hacia acá yo oré acerca de
ello y-Dios me mostró exactamente lo que debía ha-
cer." Durante todo el camino de regreso a Ale-
jandría, un viaje de dos horas más o menos, yo
les hablé acerca de Jesús. Ellos me habían hecho
la pregunta, y merecían una respuesta.
Yo di la respuesta como el Espíritu me guió.
Y yo no tuve que preocuparme o sorprenderme
de cómo la recibían. Eso era responsabilidad del
Espíritu Santo, no mía.
Algo que los hijos del Rey tienen que aprender
acerca de testificar, acerca de orar por sanidad o
cualquier otra cosa, es que el poder es de Dios,
no de nosotros. El es el responsable por la cose-
cha. Nosotros no hemos de juzgar por nuestra
cuenta la sabiduría o la falta de sabiduría de lo
que decimos cuando estamos moviéndonos por el
Espíritu, porque sus caminos no son los nues-
tros, y sus pensamientos están muy por encima
de los nuestros. Nuestra confianza debe estar en
su Palabra, nunca en nuestros sentimientos acer-
ca de ella. Y cuando lo dejamos todo en sus ma-
nos, él alcanzará la victoria cada vez.
 Cómo ganar argumentos a intelectuales

Todos sabemos que Dios sabe mucho más de

lo que nosotros podemos jamás soñar saber o lle-
gar a saber. Pero la mayor parte del tiempo so-
mos un poco lentos en darle a él una oportunidad
de que su conocimiento llegue hasta nosotros de
modo que su nombre pueda ser glorificado. Pero
toda vez que yo le he pedido sabiduría o ciencia,
para que su nombre pueda ser glorificado, él
nunca ha dejado de darla.
No hace mucho tuve una invitación para ha-
blarle a un grupo de científicos en Trenton, Nue-
va Jersey. Estos hombres tenían todos su docto-
rado en sus profesiones, científicos de primera
clase, la mayoría trabajando en física o química
en varias universidades y laboratorios de inves-
tigación. Cada mes ellos invitan a un conferen-
cista para hablarles de cualquier materia. Como
la gente que Pablo encontró en el Areópago, esta-
ban interesados en escuchar acerca de cualquier
cosa nueva. La filosofía era una materia muy in-
teresante para ellos, y lo mismo sucedía con la re-
ligión. Exceptuando dos o tres hombres, la ma-
yoría de ellos eran devotos paganos.
Habrían unos quince científicos, reunidos en
una sala de recibo esa noche. Al comenzar a com-
partir algunas de mis experiencias con ellos, dos
de ellos parecían especialmente interesados en lo
que yo tenía que decir. Yo no supe el porqué has-
ta que había hablado por diez minutos, y enton-
ces uno de ellos me desafió diciendo:
"Ustedes los cristianos hablan muy bien, yo
tengo que reconocerlo, pero eso es todo, puesto
que no hacen nada acerca de lo que creen. Yo
soy pacifista, y por lo que puedo ver, ustedes los
cristianos son una tropa de farsantes. Si tienen el
poder de cambiar las circunstancias que afirman
tener, ¿por qué no van y hacen algo acerca de
terminar con las guerras, por ejemplo?"
Y entonces su amigo en la parte opuesta de la
sala, evidentemente estaban de acuerdo, se metió
en la conversación diciendo: "Claro, si ustedes,
los así llamados cristianos vivieran en lugar de
hablar hasta la muerte, no tendríamos todos estos
problemas, guerras y toda esa clase de cosas."
Ellos siguieron con la conversación entre ellos,
y yo podía ver que toda la oportunidad había sido
arruinada en lo que se refería al Señor, porque
yo no era capaz de argüir con ellos. Eran intelec-
tuales gigantes en comparación conmigo. El hom-
bre que habló en segundo lugar era un profesor
dé filosofía. Obviamente, habría sido una pérdida
de tiempo para mí el tratar de persuadirlo, por-
que habría sido él el que me habría persuadido a
mí en dos minutos más o menos.
Mientras ellos se pasaban los argumentos ateís-
ticos y pacifistas entre ellos, yo comencé a orar:
"Señor, esta reunión está perdida a menos que tú
intercedas." Yo podía ver que mis otros amigos
cristianos estaban en la línea directa al cielo co-
mo yo lo estaba, orando en lenguas.
En un nivel de sentido común, nosotros habría-
mos hecho nuestras maletas y nos habríamos ido
a casa. Liquidados. Pero los hijos del Rey no
saben de derrotas. Todo lo que ellos saben es
victorias. Nosotros sabemos que siempre estamos
confrontando un adversario que ya ha sido de-
rrotado, y somos especialistas al tratar con él.
Satanás no puede interceptar nuestra oración en
lenguas. Es todo chino para él.
De modo que, una oración perfectamente in-
interferida, una oración en el Espíritu Santo, as-
cendió rápidamente al trono de gracia, y Dios
respondió con una palabra de ciencia, una misiva
que vino tan clara como una fotografía. De re-
pente yo vi algo acerca del pacifista que estaba
hablando tan enfáticamente, tan seguro de sí mis-
mo, y tan dueño de la situación. Yo vi algo acerca
de él que nadie más en la sala sabía excepto él
mismo. Dios me había sintonizado con respecto a
la información en forma sobrenatural, me había
dado una palabra de ciencia. Esto me dio a mí la
supremacía, pero Dios parecía decir: Todavía es-
pera. Deja que primero él declare su posición.
Después tú procedes.
La cosa se puso muy emocionante mientras per-
manecía allí sentado y traté de contener la risa,
esperando el momento preciso. De modo que dejé
que el pacifista corriera su maratón de palabras
mientras pudiera, y cuando se detuvo para respi-
rar, yo dije: "Perdóneme, señor. ¿Podría hacerle
una pregunta?" El se mostró muy magnánimo,
listo para concederme cualquier deseo que mi co-
razón anhelara. El y su amigo estaban confiados
de que habían erigido un hermoso caso contra los
cristianos, y contra mí en particular.
Yo dije: "Usted afirma ser un pacifista en
todo el sentido de la palabra, ¿verdad?"
"Oh sí, así es, así es."
"¿No hay ninguna duda acerca de ello? ¿No
existe ninguna área de su vida en la cual usted
no sea un pacifista, es eso cierto?"
"Eso es enteramente cierto."
"Señor, ¿es cierto que usted tiene un arma de
fuego cargada en su casa?"
Yo lo vi, sabe usted, en el Espíritu. Dios me
había dejado mirar en el closet del pasillo del
pacifista, y él me mostró un rifle cargado que allí
había.
El hombre se puso tan pálido como una hoja de
papel y comenzó a vociferar: "Eso no tiene nada
que ver en el asunto."
"Oh no, señor. No se puede decir que, no tenga
nada que ver en el asunto, eso es exactamente
muy pertinente al punto. Estábamos hablando
acerca del pacifismo. Pacifismo significa que no
debe haber armas. Ningún arma." Yo volví a ha-
cer la pregunta.
"Señor, ¿tiene usted un arma cargada, un fusil,
en su casa, en el closet de su pasillo?"
El tenía que contestar. Y lo hizo, pero no en
voz alta.
"Sí."/
¡Uf! Yo podía sentir cómo el poder de Satanás
se encogía.
"Señor, usted no es pacifista. Usted es como
billete falso, tan falso como es posible. Un far-
sante, un charlatán, hablando de pacifismo con
un arma cargada en su casa."
El hombre se arrinconó en su silla. No pronun-
ció ni una sola palabra más en toda la velada. Yo
hablé de Jesús, y ellos escucharon, impresionados
por esta obvia invasión de la reunión por Dios
mismo.
Pero este no es el fin de la historia.
Él próximo día, el pacifista-burlador telefoneó
a la pareja en Princeton, que me había acompa-
ñado a la reunión. El expresó: "Dios estaba en
esa reunión anoche."
"Esa es una declaración muy extraordinaria de
parte de uno que no cree en los dones sobrenatu-
rales de Dios", fue la respuesta que él recibió.
"Bueno", dijo él, "Yo no creía, pero ahora es-
toy seguro de que Dios estaba allí, porque yo soy
experto en mantener una conversación. Nadie
puede quitarme la palabra, especialmente ese in-
geniero estúpido de Hill."
"Eso e,s absolutamente cierto. ¿No le gustaría
conocer esa clase de Dios más íntimamente?", fue
la pregunta.
Poco tiempo después, ese filósofo y profesor se
encontró con Jesús como su Bautizador personal
en el Espíritu Santo.
El había encontrado a Jesús previamente, pero
su cerebro educado le había impedido experimen-
tar el poder de Jesús en su vida para suplir las
necesidades de otros.
Este burlador llegó a ser uno de los hermanos
más amorosos en el Señor que he conocido, y la
próxima vez que le vi, él me dio un fuerte abrazo
y dijo: "Gracias a ti, Jesús."
El contender a nivel intelectual habría sido
infructuoso. Nadie habría sido salvo o cambiado.
Alguien podría haber dicho: "¡Qué maravilloso
mensaje!" Y yo habría sabido que todo lo había
echado a perder, haciéndome yo el centro de
atracción.
Pero cuando, después de que he hablado, al-
guien dice: "¡Qué maravilloso Salvador!" Yo sé 25
que Jesús ha sido levantado para atraer a todos
a él. Cómo sanar por substitución
Porque no es por fuerza ni poder mental, ni
por un bosquejo de tres puntos y un poema más,
"por mi Espíritu", dice el Señor, que él convence
a los incrédulos, y los tranforma en hijos del Rey.
Una de las cosas que yo he aprendido a agra-
decer es mi propia ignorancia en las áreas de
problemas que me son traídos. Si yo pensé que
sabía algo acerca de un problema, yo podría ha-
ber prescrito un remedio errado. Pero cuando en
mi debilidad, en mi total ignorancia, yo me veo
forzado a confiar en el conocimiento de Dios, su
poder se perfecciona en mi debilidad. El demues-
tra que la locura de Dios es mucho mejor que la
sabiduría del hombre.
Hace varios años atrás, un grupo de médicos,
enfermeras, y técnicos sanitarios en Baltimore,
el Compañerismo Médico Cristiano, me pidió que
fuera a hablarles a su grupo. Ellos habían escu-
chado que yo tenía alguna experiencia con sani-
dades. Supongo que habrían unas quince o veinte
personas allí, entrando y saliendo, porque algu-
nos de ellos estaban de turno o sujetos a algún
llamado de emergencia. Pero había un médico
que, según noté, se quedó toda la reunión, sin
interrupción.
Yo conté algunas de mis experiencias en sani-
dades, de cómo yo había sido sanado, y había vis-
to sanidades en otras personas. Hacia el fin de la
tarde, aquel que había estado tan atento todo el
tiempo dijo: "Yo tengo una paciente que está crí-
ticamente enferma. ¿Cree usted que Dios podría
sanarla a ella desde la distancia?"
Nosotros examinamos el Manual del fabricante
y descubrimos que Jesús había sanado al siervo
del centurión desde la distancia, sin siquiera ver-
lo. Y Jesús ha dicho que nosotros haríamos las
mismas cosas que él había hecho, y aún mayores
porque él ha ido al Padre, y así fue que tomamos
ésa como nuestra autoridad para creer que Jesús
todavía sana desde la distancia en el día de hoy.
El dice: "Yo soy el mismo ayer, y hoy, y por los
siglos. Yo no cambio."
Bueno, Satanás estaba presente en la reunión
para tratar de desalentarnos, para infundir te-
mor de fracasar. "Tú vas a arruinar este caso",
susurró él. "Tú estás en un grupo de expertos en
medicina. ¿Qué derecho tienes tú de venir acá y
hablar acerca de la sanidad? Esta gente es profe-
sional." Podía sentir que se burlaba de mí.
Yo le dije, como siempre lo hago: "Todo lo que,
tú dices es verdad." Yo me pongo de acuerdo con
mi adversario pronto. "Yo no estoy calificado
para venir y hablar a expertos en medicina, pero
Jesús es el gran Médico, y él está en mí. Ahora
vete Satanás. No me molestes. Estoy ocupado en
Jos negocios de mi Padre."
"Sí, por cierto que él sana desde la distancia,
todavía", le aseguré al médico.
"Entonces me gustaría sentarme en la silla de
oración como substituto por la paciente mía que
está gravemente enferma." Eso es todo lo que
nos dijo y eso era todo lo que necesitábamos
saber.
El no había revelado su posición, si era cris-
tiana o no. El simplemente había expresado su
preocupación por una paciente gravemente en-
ferma y eso era suficiente. Jesús sanó a incrédu-
los. El sanó a mucha gente que ni siquiera sabían
que les estaba sanando.
El médico se sentó en la silla, y nosotros toma-
mos el Manual del fabricante y comenzamos en
Eomanos 8:14, colocándonos a nosotros mismos
en condición de ser guiados por el Espíritu de
Dios. Reconocimos que no sabíamos cómo orar
o qué orar. Todo estaba a su disposición. "Señor,
tú te haces cargo de la situación, de aquí en
adelante."
Comenzamos a orar en lenguas, y en el momen-
to en que puse mis manos sobre el médico, recibí
una revelación en la forma de un cuadro completo
del sistema nervioso de una persona, como una
radiografía, excepto que una radiografía no re-
vela los nervios. Este cuadro sí que los mostraba.
Revelaba que el sistema nervioso estaba comple-
tamente fuera de equilibrio. En un lado del cuer-
po se mostraba como un violín invertido, con
todas las cuerdas en tensión tremenda, estirando,
retorciendo, distorsionando. En el otro lado, to-
das las cuerdas estaban colgando, sueltas, sin
afinación ninguna.
Y comencé a orar, diciendo: "Señor, ten a bien
sanar a esta persona de su desequilibrio nervio-
so." Tan pronto como las palabras salieron de mi
boca, yo me sentí incómodo. Qué sonido más ab-
surdo era éste: desequilibrio nervioso. Nunca ha-
bía escuchado tal cosa.
Satanás llegó a mi oído sin demora. "Hill, tú
realmente has echado a perder esto. ¡Desequili-
brio nervioso! No existe tal cosa." Sus necias
fauces de sorna sonaban muy claras en mis oídos,
y nunca olvidaré la mirada de gran disgusto en
la cara del médico. Yo podía ver que él se sentía
completamente turbado con todo el asunto.
Pero los hijos del Rey no deben sentirse im-
presionados por actitudes negativas, porque nues-
tro Dios es un Dios que obra milagros. Y él nunca
comete errores. Así fue que el Espíritu de ala-
banza vino en mi ayuda. Dios nos promete el
manto de alegría, en lugar del espíritu angustia-
do. Y así, yo dije: "Señor, yo te alabo. Te doy
gracias. Si he echado a perder esto, tú todavía
eres el Dios redentor. Si he malinterpretado las
señales y orado erróneamente, éste es tu proble-
ma. Tú me has puesto en este trabajo. Tú vas a
tener que redimirlo. ¡Aleluya!" Y fui liberado de
condenarme a mí mismo.
Poco después, yo recibí una petición de asistir
a otra sesión. Como estaba libre de compromisos,
fui. Esa noche estaba allí un joven graduado de
su doctorado en filosofía, y él estaba muy inte-
resado en todo lo que yo tenía que decirle. Pero
no estuvo de acuerdo conmigo.
"Yo puedo fácilmente probar que Dios está
muerto, así como ustedes los cristianos pueden
probar que él vive", dijo él.
Con esto, el médico que se había sentado como
substituto para orar por su paciente gravemente
enferma tomó la palabra, diciendo: "Joven, suce-
de que yo tengo un informe para el grupo aquí
esta noche que prueba que Dios vive. La semana
pasada yo me senté en la silla de oración en lugar
de una paciente mía que estaba gravemente en-
ferma. Tres médicos de los nuestros habíamos ce-
lebrado una consulta médica el día anterior. Le
habíamos dicho a ella que habíamos realizado to-
do lo que podíamos. Clínicamente, no podíamos
hacer nada más excepto quitar todos sus órganos
internos e instalar tubos artificiales. Ella tendría
que olvidar que era una mujer joven porque la
operación arruinaría su cuerpo. Era lo mejor que
podíamos ofrecerle, porque tenía una vesícula es-
pástica. Eso es clínicamente incurable."
Entonces el médico se volvió hacia mí y con-
tinuó: "Cuando usted oró por la sanidad de un
desequilibrio nervioso, pensé que eso era lo más
raro que uno pudiera imaginarse, porque cada
médico sabe que los órganos espásticos no tienen
nada que ver con desequilibrio nervioso. Pero
cuando examinamos esa paciente la mañana si-
guiente, descubrí que cada síntoma de ese órgano
espástico había desaparecido. No se han presen-
tado por toda una semana. Ella está completa-
mente sana. Entretanto, yo he comenzado a exa-
minar la relación entre los órganos espásticos y
el desequilibrio nervioso, y he descubierto que yo
había pasado totalmente por alto toda una área
de la investigación médica. Yo la estoy iniciando
ahora mismo."
Confiando en el conocimiento de Dios en lugar
de nuestra propia inteligencia, o ausencia de ella,
es un camino seguro a la bendición. Esto es parte
de vivir como un hijo del Rey.

26
Cómo llegar a ser poseído por demonios.
Cómo librarse de demonios

Un tópico frecuente de discusiones en medio de

la renovación carismática cristiana es la posesión
de demonios. Tal vez usted es uno de aquellos que
no creen que estas cosas suceden en el día de hoy.
Yo no tengo ninguna teoría respecto a esta ma-
teria, pero he tenido algunas experiencias que
coinciden con lo que he leído en la Biblia. Cuando
un hijo del Rey ve la Palabra de Dios confirma-
da en el mundo, la teología no lo va persuadir de
que lo que sus ojos ven es pura imaginación.
Muchos años atrás, antes de que yo me convir-
tiera, mi esposa fue poseída por demonios. Ella
había sido una médium espiritista por años. Yo
asistía a la Universidad cuando la conocí por pri-
mera vez, y ella se encontraba profundamente in-
volucrada en hacer escritos automáticos. Ella po-
día sostener un lápiz sobre un pedazo de papel, y
comenzaba a escribir palabras. Nosotros pensa-
mos que esto era simpático. Ella había estado
mezclándose en lo oculto por un largo tiempo, se
había graduado de Ouija board o tabula Ouija
cuando tenía diez años.
Nos casamos unos dos años después de mi gra-
duación. Yo era un joven ingeniero comenzando
mi carrera en el mundo industrial. Yo tenía la
cabeza llena de educación, y pronto me di cuenta
de cuan poco sabía.
Yo solía llegar a casa en la noche frustrado. Mi
trabajo era demasiado grande para mí. De pron-
to había llegado a ser ingeniero jefe cuando mi
jefe había sido trasladado. Yo carecía del cono-
cimiento y la experiencia necesarios para resol-
ver los problemas de ingeniería. Así fue que me
encontraba al borde del desastre.
Una noche mi esposa dijo: "¿Por qué no con-
sultamos a algunos de mis 'amigos' y obtenemos
algunas respuestas?"
Al prinipio yo no me di cuenta de lo que ella
estaba hablando.
"¿Qué quieres decir?", pregunté yo.
Ella dijo: "Nos sentaremos en el living después
de comida, y tendremos una sesión con mis 'ami-
gos', tú sabes, los espíritus." Ni siquiera tuvo que
entrar en trance, ella estaba tan desarrollada al
respecto. Ella vio los espíritus y se comunicó
verbalmente con ellos. "Aquí vienen", dijo ella.
Yo dije: "¿Dónde?"
Ella dijo: "¿No los ves?"
"No, no los veo."
Pero ella los veía, y me dijo: "Haz tu pregun-
ta." Yo hice la pregunta, mi problema de inge-
niería, en términos técnicos de ingeniería.
Y mi esposa dijo: "Yo no sé de qué estás
hablando." Entonces se dirió a sus amigos y dijo:
"¿Saben ustedes lo que él quiere decir?" Enton-
ces ella me decía a mí: "Sí, ellos dicen que saben
lo que tú quieres decir." Esperamos por unos mi-
nutos, y ellos volvieron con una respuesta, y yo
iba a la oficina el día siguiente y hacía la prueba,
con ella, y ¡ daba resultado! De modo que esto lle-
gó a ser una práctica habitual conmigo llevando
mis problemas de ingeniería a casa y haciendo a
mi esposa que le preguntara a sus 'amigos', la so-
lución de ellos. Yo nunca vi a los 'amigos', nunca
pude oírles, porque yo tenía una madre cristiana
que me puso bajo la sangre de Jesús. Eso fue lo
que hizo toda la diferencia. Mi esposa, por estar
involucrada en lo oculto, se había dejado a sí mis-
ma abierta totalmente a la acción del poder satá-
nico en su vida.
Después del nacimiento de nuestra hija, mi es-
posa comenzó a actuar en una forma muy extra-
ña. Pronto adquirió tendencias suicidas. Un día
su siquiatra me dijo: "Llegará el día cuando ella
amenazará con destruir uno ó dos miembros de la
familia, podría ser usted. Cuando eso suceda, llá-
meme inmediatamente. Yo habré hecho los pre-
parativos necesarios."
Llegó el día aquel, y por un año yo no tuve es-
posa. Yo tuve una persona demente encerrada en
una clínica siquiátrica. Ella no estaba realmente
demente, ella estaba poseída por demonios, pero
en ese entonces no sabíamos de esas cosas. El si-
quiatra no lo sabía. Los médicos tampoco lo sa-
bían, porque eran simples Tontos Educados. Sin
Jesús, el más brillante, el más altamente prepa-
rado individuo no es más que un Educado Tonto.
Fue una cosa horrible y cruel el tener un bebé
recién nacido y sin madre para ella. Su madre
estaba encerrada, posiblemente para toda la vida,
porque ella había jugado con fantasmas. Eso es
lo que Satanás hace a su gente, para destruirlos.
Pasaba el tiempo. La vida era lánguida. En-
tonces un médico usó hipnosis en mi esposa y la
trajo de su "insania" a un estado un poco más
normal. En la clínica un médico me dijo que era
muy posible que más adelante, la enfermedad
tuviera una repetición. Yo creo que ese médico
sabía acerca de demonios, pero no sabía cómo
decírmelo.
No éramos cristianos. Los cristianos están bajo
la protección de Jesús. El yelmo de la salvación
protege sus mentes contra vudú y la invasión de
espíritus malos en sus almas, a menos que abran
sus almas a la invasión satánica por medio de la
obstinada intromisión en la brujería o lo oculto.
Y muchos cristianos lo hacen por ignorancia de
la Palabra de Dios.
"Pero yo no veo nada malo con los horóscopos,
la lectura de las palmas, Edgar Cayce, o reunio-
nes espiritistas", dicen ellos, porque el cerebro
educado no tiene manera de detectar a los demo-
nios hasta que es muy tarde.
Nosotros no vimos nada de malo en las abomi-
naciones del ocultismo, tampoco, no habiendo nun-
ca leído el capítulo dieciocho de Deuteronomio
para comprenderlo. Yo había hecho estudios de
postgrado, aun había patentado inventos. Mi ce-
rebro educado estaba en pleno control de mi vida,
y aunque yo podía señalar mis triunfos munda-
nos, yo tenía una vida fatua y una mente estúpida
y vacía. Nunca había invitado a Jesús a entrar en
mi vida.
. Sin Jesús, y con su relación con lo oculto, mi
esposa estaba en la línea de fuego de Satanás. No
lo sabíamos, por cierto, y el ignorar al enemigo
es exactamente lo que a él le gusta. En la Ciencia
Cristiana, ellos me enseñaron que Satanás no
existe. Esta es su trampa, hacerte creer que él no
existe, que tú eres bueno, que no existe el pecado,
y que tú no necesitas salvación. Y yo fui a la
Unidad, y a Swedenborg, y a la metafísica, y al
vuduismo, y al yoga, y a todas las deprimentes y
lánguidas religiones y cultos, pero ninguna de
ellas podía salvar a mi esposa de la demencia co-
mo tampoco podían sacarme a mí del pantano en
que yo caí cuando era niño.
Un día, alrededor de diecisiete años atrás, des-
pués de que ella fue dada de alta del hospital, yo
me di cuenta de que mi esposa estaba actuando,
nuevamente, en forma extraña. La violencia no
se había presentado todavía, pero yo sabía que es-
taba en camino, porque ella estaba siguiendo la
forma de conducta que ella había mostrado cuan-
do nuestra hija nació en la década de los treinta.
Un día al mirarla, vi de repente un rostro so-
bre la cara de mi esposa, y en cada aspecto tan
real como su propia cara, pero era la cara de un
horrible demonio venido directamente de los abis-
mos del infierno.. No habiendo sido enseñado en
estas cosas, yo la llevé a uno así llamado siquiatra
cristiano en Baltimore. Pero él nunca había oído
de los dones del Espíritu, o de demonios. Cuando
le dije lo que yo había visto, él se olvidó de mi
esposa y se puso a examinarme a mí. Yo pensé
que me iba a encerrar.
Los siquiatras no tuvieron ninguna respuesta.
¿Dónde habría de ir? A un solo lugar, al Señor.
 En los primeros días de 1954, yo me encontré
con Jesús, y él me bautizó, y me equipó con los
dones del Espíritu Santo. Tratamos con ese de-
monio, lo atamos, y lo echamos fuera de mi es-
posa, y hoy ella está perfectamente normal. Ala-
bado sea Dios.
Esta vez ella continuará en este estado, porque
no jugamos más con fantasmas en nuestra casa.
Sin los dones del Espíritu Santo, mi esposa se-
ría en el día de hoy un violento ser irracional. Eso
es lo que el médico dijo que sería, un violento
animal. En otras palabras, no un ser humano. Si
hubiese yo sido un bautista del sur común y co-
rriente, habría tenido que quedarme con eso, y
eso es satánico. Cuando nuestros seminarios ro-
ban a nuestros jóvenes predicadores del conoci-
miento de las actividades de Satanás además de
los dones del poder del Espíritu Santo para en-
frentar esas actividades, es algo demoníaco. Y
nuestros seminarios, deberíamos llamarlos cemen-
terios, están entregando información muerta.
En la Biblia, yo no encuentro nada acerca de
ministerios especializados de liberación, pero en-
cuentro ministerios normales cristianos de libera-
ción, ministrando sanidad, y ministrando los do-
nes del Espíritu para traer plenitud y eficiencia
al pueblo de Dios. Sin la caja de herramientas de
Dios, los dones del Espíritu Santo, somos cris-
tianos retardados, volviendo hacia atrás a esa
oración de incredulidad: "Señor, sánale si es tu
voluntad", y después llamando al dueño de la fu-
neraria. Los hijos del Rey saben que la perfecta
voluntad de Dios como se declara en 3 de Juan
2 es prosperidad y salud; no existe "si" condicio-
nal al respecto.
Uno de los más grandes movimientos del Espí-
ritu Santo entre la juventud en Baltimore vino a
través del ejercicio de los dones del Espíritu San-
to en nuestra sala cuando mi esposa y yo minis-
tramos a un sicólogo.
Yo había testificado a este hombre como diez
años atrás, y él no deseaba nada de lo que yo le
estaba hablando. El dijo: "Eso está muy bien pa-
ra usted, pero yo estoy trabajando para obtener
mi licenciatura, y pronto tendré mi doctorado; y
mi preparación en la sicología y la siquiatría es
más que adecuada para mis necesidades."
De modo que yo le dije: "No le voy a llamar
más a usted; será usted el que me llame cuando
esté listo para desintegrarse."
¿Cómo pude yo saber que le pasaría eso? Las
estadísticas de seguros garantizan la desintegra-
ción del mecanismo humano alrededor de los cin-
cuenta años. De acuerdo a las tablas de las
compañías de seguros, si está en el nivel de un eje-
cutivo en la vida, a la edad de cincuenta y dos
años y medio, tendrá su primer colapso nervioso
o su primer ataque cardíaco o ambos a la vez. Y
yo estaba siguiendo la norma hasta que me en-
contré con Jesús.
Alrededor de tres años atrás el sicólogo me
llamó una noche, y dijo: "Tengo un problema."
Yo dije: "¿Usted tiene un qué? Yo pensé que
los siquiatras resolvían problemas. Yo pensé que
usted tenía las respuestas, no los problemas."
"Bueno", dijo él, "yo pensé lo mismo, también.
Pero yo tengo un problema."
"¿Cuál es?"
"Temor. Hace algunos años atrás me dijo cosas
que rae llevaron a creer que usted tiene alguna
influencia con Dios. ¿Podría ayudarme?"
Yo dije: "No, yo no podría ayudarle, pero Jesús
sí podría, si usted estuviera dispuesto a ser ayu-
dado por él, ¿o es su temor un hobby?"
"No, no, no es un hobby. Me gustaría desha-
cerme de él. Me mantiene despierto desde hace
casi un año."
"Bueno, ha de saber que yo le tenía en mi lista
especial de oración, a fin de que no tuviera paz
hasta que se encontrara con el Príncipe de Paz."
El estuvo de acuerdo de estar dispuesto a lle-
gar a un entendimiento en los términos que
Dios impusiera. El no tenía alternativa, excepto
empeorarse; -•>
Así fue que vino a mi casa, y mi esposa y yo
compartimos con él lo que habíamos encontrado
en Jesús, liberación de temor y ansiedad. Libe-
ración del tormento y la culpa. Liberación de la
vanidad de la vida, y del cansador tedio de la
existencia sin el Viviente Salvador.
Bueno, el dolor y la miseria en su rostro eran
una indicación bien clara del tormento que había
dentro. "¿Está usted dispuesto a que Jesús lo li-
bere de su temor?"
Me dijo: "Yo no sabía que él pudiera hacer
eso."
Yo respondí: "Yo tampoco lo sabía, hasta que
lo experimenté."
Me contestó: "¿Qué es lo que tengo que hacer?"
Le dije: "Pídale a Jesucristo que venga a su
corazón, para ser su Salvador."
El lo hizo, y fue salvo allí mismo.
Eso lo hizo candidato a recibir ios dones que
Dios da a los hijos del Rey.
De modo que impusimos nuestras manos sobre
él y oramos en lenguas. Ese es el don telefónico.
".Señor, nosotros no sabemos cómo orar por esta
persona. Por favor ayúdanos." Yo vi el espíritu
de temor atado. Allí en su interior, vi un cuadro
claro. Y supe que el temor era del diablo.
Nosotros dijimos: "Satanás, en el nombre de
Jesucristo, te atamos, te echamos de nuevo al
abismo de donde viniste. Saca tus manos de so-
bre el pueblo de Dios y mantenías lejos. En el
nombre de Jesús. Amén."
Fred se irguió en la silla y se tocó por todas
partes. El dijo: "j Se ha ido."
"Bueno, eso era lo que queríamos, ¿verdad?
¿No deseabas tú que se fuera?"
"Sí", dijo él, "pero se fue..."
"Bueno, por cierto que se fue, porque los hijos
del Rey están ministrando a hijos del Rey."
Durante el curso de la tarde, Fred se tocó a sí
mismo de vez en cuando para comprobar si ha-
bía vuelto. Pero no volvió, porque dijimos: "Se-
ñor, séllalo en tu Espíritu Santo."
La próxima noche Fred llamó y dijo: "¡Toda-
vía se mantiene lejos! ¡No ha vuelto!"
"Bueno, ¿no es eso lo que solicitamos que su-
cediera? ¿No fue eso lo que le dijimos al maligno?
Vete y no vuelvas. Por cierto. Los hijos del Rey
hacen eso."
El dijo: "Yo deseo conocer mejor esa clase de
Dios. Yo deseo poder ministrar mediante esa
clase de poder."
Nosotros lo invitamos, y él volvió a venir a la
casa. Mi esposa y yo le impusimos las manos y
Jesús le bautizó en el Espíritu Santo, él habló en
una nueva lengua y se convirtió en un poderoso
hijo del Rey.
El tenía una esposa y once hijos, y todos se
convirtieron. Y recibieron el bautismo, y dejaron
las drogas y todos los otros aditivos químicos que
uno necesita cuando está sin Jesús. Pronto comen-
zaron a infiltrarse en las vidas de otros mucha-
chos alrededor. Comenzaron un pequeño grupo de
oración y un estudio bíblico en el subterráneo de su
club, y los otros muchachos comenzaron a venir. 27
En el día de hoy, ese grupo ha crecido a varios
cientos que se reúnen en el local de la iglesia de C&mo perdonar
San José los martes por la noche, atestado de
jóvenes, que han dejado las drogas y se han uni-
do a Jesús. En los últimos años, literalmente miles
han conocido a Jesucristo porque Fred fue libe-
rado del miedo.
A menudo yo digo: "Señor muestra cuan ade-
Este es el poder del Espíritu Santo para for- cuado eres para esta ocasión; muéstrate capaz de
talecer cristianos comunes para salir al mundo y resolver esta dificultad. Señor, esto me parece
actuar como el pueblo de Dios, en preparación terrible, y si yo debo juzgar por las apariencias,
para algo mejor en el más allá. Yo no sé cómo desistiría ahora mismo. Pero estoy juzgando por
podría ser mejor, pero él dice que lo será. Lo me- tu Palabra de que tú estás obrando dentro de mí,
jor está por venir todavía. ¡Aleluya! tanto el querer como el hacer por tu buena vo-
luntad."
¿Por qué no sucede esto más a menudo? ¿Por
qué los cristianos no son vencedores? Existen ra-
zones, impedimentos para recibir todo lo que Dios
tiene para nosotros. Yo llamo a estos impedimen-
tos para recibir todo lo que Dios tiene para nos-
otros. Yo Hamo a estos impedimentos bloques en
el camino.
Dios me ha mostrado tres bloques en el cami-
no que impiden el derramamiento de su poder: la
Jfalta de perdón, la impaciencia, y la incredulidad.
 Estos bloques en el camino pueden operar para
detener el poder de Dios en la vida de un minis-
tro o en aquellos a quien él desea ministrar.
No mucho tiempo después de que yo comencé a
creer, y después de que yo había recibido el bau-
tismo en el Espíritu Santo, me estaba quejando
porque Dios no usaba mi ministerio en una forma
más poderosa. Cuando le pedí que me mostrara
cuál era la dificultad, me mostró el pasaje en
Mateo donde Jesús dijo que si traes tu ofrenda al
altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene
algo contra ti, tienes que dejar tu ofrenda e ir y
reconciliarte con tu hermano antes de que puedas
presentar tu ofrenda a Dios.
Y sabía que había una relación interrumpida
que debería arreglarse en mi vida. Y ese proble-
ma que yo me había creado interrumpía mi co-
municación con Dios.
Una mañana, después de una borrachera, antes
de convertirme, yo me había levantado en un es-
tado calamitoso, como era usual, y yo vi una
cuenta del médico sobre mi cómoda. Era una oca-
sión muy poco oportuna. Mi esposa no debiera
haberla puesto allí. Pero yo la abrí, y me ofendí
por ella. Tomé el teléfono y le dije al médico que
era un embaucador, y le dije una serie de otras
cosas, ninguna de las cuales eran de alabanza para
él o su profesión/Realmente le dije claridades, y
que ya no lo vería más. "Si usted vive mil años
y yo diez mil, nunca le voy a pagar esta cuen-
ta. .." Y colgué el teléfono violentamente, que-
mando todos los puentes detrás de mí.
Pasó el tiempo, yo me convertí. Me encontré
jCGn Jesús. Comencé a caminar esta vida en el
El .9*SHfeBt''Üf$a solamente cinco o seis casas
más alié d t á d í m a en una calle de una sola vía.
No podía ir a ninguna parte sin tener que pasar
frente & «a easa. Al frente de ella había un lote
vacío, y yo volvía la cara y miraba hacia él. Yo
no quería ver al médico si sucedía que él estaba
afuera de su casa, porque él me hacía sentir mal.
Yo no quería enfrentarme al hecho de que me
había portado como un pagano con él. Yo había
sido el culpable de todo esto, pero trataba de
racionalizar.
Cuando el Señor me mostró la Escritura, yo
dije: "Bueno, Señor, ése es un error de imprenta.
El es el que debe venir a mí. Yo soy la persona
ofendida, Además, eso es algo del pasado, agua
que ya ha sido derramada. Nada bueno resultará
de volver a discutir el asunto." Pero no importa
cuánto racionalizaba, Dios no cambió la Escritu-
ra para conformarla a mi manera de pensar, y yo
me sentí cada vez más y más miserable.
Una noche, yo me sentía tan culpable, todo lo
que podía pensar era el nombre del médico. Dios
lo trajo a mi mente cada vez que yo trataba de
orar. Yo me estaba muriendo espiritualmente.
Cuando tú traes tu ofrenda al altar, cuando tú
vienes en una actitud de oración y adoración, el
primer nombre que se aparece en tu mente de al-
guien que te molesta, ése es tu mayor problema,
bloqueando el reino de los cielos de modo que no
pueda ser evidente en tu propia vida. El sentirse
consciente de que hay un bloque en el camino
involucra la responsabilidad de hacer algo al
respecto.
Así fue que una noche yo me sentía tan angus-
tiado con la culpabilidad, que dije: "Muy bien,
Señor, yo iré. Por tu gracia, voy a ir a su casa y
arreglaré este asunto." Y caminé frente a esas
cinco casas; parecieron ser ochenta kilómetros.
Era una distancia muy corta como para ir en
vehículo; tuve que caminar, y yo sabía que todos
los vecinos me estaban mirando, diciendo: "Allá
va el culpable."
Yo me sentía tan consciente de esta culpa
que yo estaba seguro que todos estaban murmu-
rando: "Allá va el pecador. El va hacia allí y va
a confesar."
Y Satanás estaba lanzando acusaciones contra
mí. "Tú no deseas ir y pedir disculpas a él. Tú no
tienes que hacerlo."
"Por cierto que no lo tengo que hacer", yo es-
tuve de acuerdo con él. "Yo puedo morir y no pe-
dir disculpas. Yo tengo la oportunidad de escoger
y secarme. Yo tengo la oportunidad de escoger
oraciones no contestadas. Sí, tengo harto que es-
coger, pero son cosas de valor secundario, y de
tercer lugar, y cuarto lugar. Ellas no son lo me-
jor. Los hijos del Rey desean las cosas mejores.
Y Dios desea que yo tenga lo mejor de todo, pero
no lo voy a obtener sino por la senda que Dios
señala."
Yo llamé a la puerta del médico, pero nadie res-
pondió. Yo di un gran suspiro de alivio y me des-
licé avergonzado hacia mi casa. Me llevó varias
semanas para juntar bastante coraje y para acu-
mular bastante gracia para ir la segunda vez.
Esta vez su esposa abrió la puerta y dijo: "El
médico no se encuentra en casa."
La tercera vez, en mi trayecto hacia allá, yo
oré: "Señor, yo soy el que va, pero tú tendrás que
realizar la acción."
Yo llamé á la puerta otra vez. Y cuando él
abrió lá puerta ese día, yo temblé. El era varios
centímetros más alto que yo, y me miró de arriba
abajo como si yo hubiese sido un gusano impor-
tuno. El era más joven que yo, más rápido para
correr. Y yo esperaba recibir un puñetazo en la
nariz.
"Señor", dije yo para mis adentros, "yo no sé
qué decirle a este hombre. Dame tú la palabra de
ciencia."
El hombre me miró de arriba a abajo y dijo:
"¿Qué quiere?"
"Doctor", dije yo, "me gustaría entrar y con-
versar con usted."
"Yo no tengo nada que decirle", dijo él, y co-
menzó a cerrar la puerta. Puse mi pie en la aber-
tura como un vendedor muy insistente. Yo tenía
que entrar en la casa de ese hombre. Y entonces
fue que el Señor puso palabras en mi boca.
"Doctor", dije yo, "yo no soy la clase de per-
sona que vendría aquí a pedir disculpas, pero este
es un asunto entre Dios y yo, y ambos apreciare-
mos si me deja entrar." Casi se desmayó, y yo casi
me fui de bruces.
Esas no eran mis palabras. Esa era una pala-
bra de ciencia venida directamente del cielo, las
únicas palabras que me podían dar entrada en esa
casa. Tuvimos una buena conversación, yo pagué
la cuenta que le debía, y le confesé cómo había
estado completamente dominado por el alcohol,
en una especie de estupor, y había dicho muchas
cosas impertinentes a las personas. Yo no sabía
qué eran. Pero yo estaba allí porque había lle-
gado a ser cristiano, me había encontrado con
Jesús. Disfrutaba de una nueva forma de vida
que tenía que ver con eliminar todo el lodo y la
basura que yo mismo había creado en el pasado,
reparando las relaciones interrumpidas y todo
eso. Estas cosas eran dos etapas que formaban el
programa de los Alcohólicos Anónimos.
Entonces él dijo: "Bueno, sospecho que tuvo
dificultades por causa de su borrachera, y si los
médicos escucháramos todas las cosas que la gen-
te nos dice, tendríamos que renunciar a nuestro
trabajo, o ingresar a un asilo de dementes." En-
tonces él me miró directamente, pero sin enojo,
esta vez, y dijo: "En cuanto al perdón se refiere,
está todo olvidado." Entonces nos dimos la mano.
Cuando salí de la casa del médico, yo estaba
en buenos términos con Dios porque estaba en
buenos términos con la gente. Mi vida de oración,
mi vida espiritual se remontó a las alturas. Ha-
bía estado bloqueada, impedida, hasta que fui y
me reconcilié.
Pero tuve que aprender la lección del perdón
más de una vez. Dios continuará dándonos lección
tras lección hasta que finalmente aprendamos lo
que debemos saber para funcionar con continua
eficiencia como hijos del Rey.
Hace catorce años atrás, Dios me envió a la
conferencia de una importante organización laica
de renovación en el este de Pensilvania para pre-
sentarles a ellos el bautismo de Jesús, el bautismo
en el Espíritu Santo. Los conferencistas eran en
su mayoría gente denominacional que nunca ha-
bía escuchado tal cosa, así como yo tampoco
cuando recién me había hecho miembro de la igle-
sia bautista.
Durante años, muchos centenares habían co-
a Jesús como el Bautizador en algunas ág
nuestras reuniones de medianoche. Pero entonces
la jerarquía eclesiástica me puso su mano encima.
Creo que fue en el séptimo año de mi partici-
pación cuando me ordenaron que no asistiera más
a reuniones excepto las programadas por la je-
rarquía. Yo presenté mis objeciones como un pa-
gano devoto, y entonces fui a casa y me senté des-
contento bajo mi calabacera. Dije: "Señor, envía
fuego del cielo y quema toda la tropa de bellacos."
j Y allí tuve mi sesión de quejas! Ardía de rabia.
Les envié una carta que habría hecho justicia a
cualquier campamento del diablo. Unas pocas ma-
ñanas más tarde, el Señor parecía decir: Cierta~
mente que hirieron tu susceptibilidad, ¿verdad?
Yo dije: "Señor, ciertamente que lo hicieron."
Yo pensé que él iba a alentarme a tener una se-
sión más grande de quejas. Pero no lo hizo. En lu-
gar de eso parecía que el Señor estaba diciéndo-
me: Ellos te trataron muy mal, ¿verdad?
Yo dije: "Señor, tú no lo sabes."
Bueno, dijo él, yo lo sé, ellos me trataron a mí
de esa manera. ¿Podría el siervo esperar mejor
tratamiento que el Maestro?
A esa altura yo me sentía un poco avergonzado,
y dije: "No. No, Señor."
Parecía como si él hubiera dicho: ¿Has sido
maltratado a golpes y dejado por muerto?
"No."
¿Has sido náufrago?
"No."
¿Has sido aserrado?
"No, Señor, no sentí como si lo hubiera sido."
¿Has sido puesto en prisión?
Todas las cosas que habían sucedido a Pablo
pomenzaron a pasar por mi mente. Y ninguna de
ellas me había sucedido a mí. Y el Señor parecía
decir: ¿Les estás sirviendo a ellos o a mí?
"A ti, Señor."
Bueno, entonces, vuelve allá y que te vuelvan
a echar fuera.
La segunda vez, no me dolió tanto. Entonces él
me dejó ir libre por un par de años. Pero hace un
año atrás, yo tuve el sentir de que debía volver,
porque todavía me sentía herido. Una herida tie-
ne que ser corregida en el lugar donde se produ-
jo. La llaga contra mis hermanos cristianos cons-
tituía un bloqueo a mi crecimiento espiritual.
Tenía que desaparecer. Yo no podía corregirla
solamente orando por ellos. Yo tenía que ir a la
fuente del problema.
Esto es algo básico en la vida toda. Tenemos
que reparar daños pasados allí mismo donde se
produjeron. En Apocalipsis 2:5, el Espíritu dice:
"Vuelve allí donde hiciste el daño, y comienza de
nuevo." Cuando estamos orando en el altar, y
pensamos de alguien que tiene algo contra nos-
otros, tenemos que dejar nuestra ofrenda ante
el altar, reconciliarnos, y entonces volvemos y
ofrecemos nuestro presente, nuestro sacrificio.
Las posibilidades son que, seremos sanados en
nuestro regreso, porque es entonces cuando la
sanidad se produce, cuando nos reconciliamos.
Yo sabía que tenía que volver, pero no quería
hacerlo. De modo que puse un vellón: "Bueno,
Señor, yo volveré si ellos me envían una invita-
ción personal por escrito para ser parte de un con-
junto." Ahora bien, yo sabía que eso no podía
Suceder, porque yo estaba en la lista de los
armiñados.
Pero alguien se equivocó, y yo recibí una invi-
tación para ser parte del conjunto.
Yo no había deseado que el Señor honrara mi
vellón. Ahora tenía el deber de volver. No había
manera de escaparse. Y no me gusta ser despe-
dido de una comunidad cristiana en presencia de
quinientos o seiscientos hermanos. Esto hiere mi
orgullo, cuando no me aprecian más. Pero mis
gustos o disgustos tenían que ser pisoteados bajo
los pies. La victoria tenía que obtenerse allí don-
de la dificultad se había presentado.
Y así fue que conduje mi automóvil al refugio
en la montaña donde se realizaba la conferencia
un viernes en la tarde. Había un registro previo
de cerca de ochocientos, y por eso habían hecho
planes7 para tener unos seiscientos, considerando
una cierta proporción de cancelaciones. Pero el
tiempo estaba tan hermoso que prácticamente to-
dos vinieron, incluyéndome a mí.
Cuando yo llegué al sector de inscripción, la
persona que estaba a cargo miró la lista de reser-
vaciones, y dijo: "Bueno, lo siento, pero su nom-
bre no aparece en la lista." Yo pensé que alguien
se había dado cuenta de que habían cometido un
error, y entonces ellos borraron mi nombre de la
lista para tener el lugar <iue necesitaban.
"Bueno, alabado sea el Señor", dije yo en voz
alta.
El manifestó: "¿Qué dijo?" El era algo nuevo
en esta cosa, y cuando yo repetí lo que había di-
cho, él pensó que había captado el mensaje. El
dijo: "Sí, alabado sea el Señor por nada."
"No", dije yo, "alabado sea él por la pieza in-
visible. Dios va a proveer una pieza si él desea
yo me quede aquí." Yo me corrí hacia un lado
para esperar y ver lo que el Señor iba a hacer.
Y seguí diciéndole a él como me parecía esto a mí.
"Ahora bien, estaré encantado de irme, Señor,
a menos que tú proveas algo para mí." Esto me
permitiría escapar en buena forma, pensé yo. Y
tuve una cierta esperanza de que no hubiera nin-
guna pieza.
Esto es, nuevamente, lo que significa desatar.
Lo que desatamos en la tierra es desatado en el
cielo. "Señor, me da lo mismo cualquier cosa que
suceda. Si se hace lo que yo quiero, preferiría no1*
estar aquí. Pero yo me conformo. Haz lo que tá
quieras. Yo voy a esperar."
Y entonces esperé, alabando al Señor allí mis-
mo en medio de toda la gran confusión en el sec-i
tor así llamado de inscripción. Había seis filas
de cristianos tratando de conseguir piezas. No
había bastante número de piezas ni aún para los
que tenían sus nombres en la lista. Yo les escu-
ché, y parecían paganos, peleando, reclamando,
quejándose, indignados, listos para explotar.
"Viajé novecientos kilómetros, y no tienen pie-
za para mí..."
"No me pueden hacer eso..."
"Yo los voy a arreglar..."
Comportamiento netamente pagano.
Yo continué de pie en medio de toda esa confu-
sión, diciendo: "Gracias a ti, Jesús. Alabado seas
tú, Señor. Yo no sé dónde está mi pieza, pero tú
sabes. Yo no necesito la cama ahora. Me estor-
baría. Yo caería sobre ella a las tres de la tarda
Yo la voy a necesitar más tarde por la noche,
pero ahora mismo no la requiero. Pero me gus-
taría tener mi pieza, porque me gustaría entrar
$ ella y limpiarla. Y roe voy a quedar de pie
y a alabarte hasta que algo suceda. O me echan
afuera, o tengo una pieza. No importa cuál sea.
Tu voluntad vale, Señor."
¿Sabe cuánto tiempo me llevó? Yo lo registré...
veinte minutos. Allí permanecí en medio de esa
activa muchedumbre de cristianos que actuaban
como paganos, y no escuché ni una sola palabra
de alabanza excepto la que yo decía. Todos me
miraban como si tuviera tres cabezas. Me rodea-
ron; me despreciaron. jY éstos eran cristianos
nacidos de nuevo! Pero ellos procedían de acuer-
do al sentido común, mientras que yo estaba ha-
ciendo lo que Dios esperaba de mí en una forma
espiritual. Todo lo que yo estaba haciendo era ala-
bar: "Gracias a ti, Jesús. ¡Aleluya! ¡Gloria a
Dios! Yo soy un hijo del Rey."
Mientras permanecí allí, una mujer trataba de
abrirse camino a través de la multitud, con un
sobre en su mano. Ella vino directamente a mí,
como una paloma que vuelve a su palomar. Yo no
la conocía. Ella no me conocía a mí. Pero ella sos-
tuvo el sobre hacia mí y preguntó: "¿Podría us-
ted usar mi reservación?"
Yo dije: "¿No la va a usar usted?"
Ella movió la cabeza: "Mi esposo me acaba de
llamar y me dice .que él no puede venir. Nosotros
habíamos reservado una pieza doble, pero yo voy
a dormir con una amiga. Aquí tiene una reserva-
ción para una pieza doble si la puede usar."
Bueno, ¡Aleluya 1 ¡Gloria a Jesús! Yo había
pedido al Señor una pieza con una cama. El me
dio una pieza doble porque él sabía que a media-
noche de esa noche habrían de haber veintitrés
personas apretadas en esa pieza Dará recibir el
bautismo en el Espíritu Santo. Eso sucedió el
viernes por la noche.
El sábado por la noche, el grupo dijo: "Bueno,
¿podríamos tener otra reunión esta noche?"
"Claro, por cierto", dije yo. "Siempre estoy lis-
to para gloriarme en Jesús."
Así fue que nos preparamos para trasladarnos
a la sala de televisión en la posada. Podía acomo-
dar a ciento cincuenta o más personas sentadas.
Cuando me dirigía hacia allá cerca de la media-
noche, una pareja de miembros de la "jerarquía"
dijo: "¿Está planeando tener una de esas reunio-
nes esta noche?"
Yo les dije que no, y al decirlo les hablaba con
toda sinceridad. "No, no tengo planeada ninguna
reunión. Pero algunas veces el Señor las organi-
za y me pide que yo esté allí."
Bueno, todavía había un poco de sospecha en
ellos, y entonces me hicieron otra pregunta. "¿Va
a estar usted en alguna?"
Yo dije: "Sí, ahora mismo voy-para allá."
"¿No le dijimos que no lo hiciera otra vez?"
Yo asentí y dije: "Cierto que ustedes me lo di-
jeron. Me dijeron eso mismo." Uno de los miem-
bros de la "jerarquía" pretendió reírse, como si
fuera a probar el poder del pensamiento positivo
en mí.
"Bueno, no lo va a hacer, entonces, ¿verdad?"
Su sonrisa desapareció rápidamente cuando le
dije: "Por cierto que lo voy a hacer. En cualquier
oportunidad que alguien me pida que comparta
j&i experiencia con Jesús, allí es donde me va a
encontrar. ¿Por qué no viene usted también?"
Ella me dijo: "Bueno, viene aquí cada año y de-
ja un montón de personal emocionalmente arrui-
nado que nosotros tenemos que reparar."
Y yo dije: "Hermana, ¿por qué no viene y
comprueba de qué manera arruinamos a estas
¿personas?"
"Oh no, no podría hacer eso."
Esta hermana es llena del Espíritu. Ella y su
esposo, un pastor de esa localidad en la monta-
ña, han recibido el bautismo y han sido amorda-
zados por las autoridades eclesiásticas. Ellos están
negando el poder. Pero éste es un problema de
ellos, y de Dios, no mío. El mío es regocijarme,
servir a Jesús, y no a ninguna jerarquía.
De modo que se reunieron unos ciento cincuen-
ta, y pienso que alrededor de cien recibieron aque-
llo por lo cual vinieron, porque Jesús siempre
cumple. Cuando venimos a la fuente, él siempre
abreva las ovejas. ¡Aleluya!
A la mañana siguiente a la hora del desayuno
en el gran comedor, las autoridades eclesiásticas
enviaron a un comité de una persona a pedirme
que me fuera. Pero era demasiado tarde; el daño
ya estaba hecho, j Aleluya! Y el Señor tuvo su vic-
toria. No había ya ninguna amargura en mí.
"Estoy listo, Señor. Tú has hecho tu obra aquí.
Trasladémonos a otro lugar."
Al comenzar a caminar por los bosques hacia
mi cabana con el fin de hacer mi maleta y partir,
yo vi a dos hermanas, todavía gozosas, todavía
alabando a Dios en toda clase de idiomas, cami-
nando hacia arriba por el sendero. Al acercarse
a ellas, el Espíritu del Señor dijo: Te daré por
herencia las naciones.
"¡Aleluyal Alabado sea Dios. Yo no necesito
nada más, pero Señor, hazlo." Los hijos del Bey
tienen sed de gloria, siempre listos para recibir
más. Y Dios siempre tuvo más para sus jóvenes
vastagos. ¡Alabado sea Dios!
Y entoces me detuve, y los tres de nosotros nos
regocijamos. Entonces una de estas hermanas
que había recibido el bautismo la noche anterior,
ni siquiera se había acostado, señaló hacia el sen-
dero descendente y dijo: "Allí viene mi compañe-
ra de pieza, una mujer hindú de la India."
El Señor dijo: He ahí una pagana.
Nosotros le hablamos un poco, y descubrimos
que ella nunca había sabido que Dios tenía un
primer nombre, Jesús. Ella estaba encantada dé
escuchar de que uno puede conocer a Dios por su
primer nombre.
Cuando yo me fui unos pocos minutos más tar-
de, la gloria del cielo resplandecía por todo su
rostro, y ella estaba alabando a Jesús.
Los paganos por herencia tuya. Dios siempre
Cumple su palabra.
Con Dios, siempre habrá acción y más acción
cuando los hijos del Rey están dispuestos a dejar
que Dios les use para realizar lo imposible. Esto
hace que la vida sea una emocionante aventura,
no un aburrimiento. "Regocijaos siempre. Orad!
sin cesar. Dad gracias en todo, porque ésta es la
voluntad de Dios para con vosotros en Cristo
Jesús."
Traigamos siempre a Dios el sacrificio de ala-
banza. Fruto de labios. Cuando no sientas el más
mínimo deseo de hacerlo, di: "Señor, yo te ala-
bo. Yo te doy gracias, Jesús, por una sola razón,
forque tú dijiste que, lo hiciera." Nunca dejes de
Ugradecerle a él. Nunca dejes de alabarle.
si te echan afuera? Vuelve allá y que
te vuelvan a echar fuera. Jesús dijo: Si tú per-
teneces a mi equipo, nunca ganarás un concurso
de popularidad, pero las recompensas van a valer
la pena. Mira a él ese día para escucharle decir:
Bien, buen siervo y fiel, no siervo espléndido, no
siervo sabio, no siervo espectacular, sino siervo
fiel. Tú has sido fiel sobre poco, tú te has atrevi-
do a alabarme frente a la adversidad. Ahora tú
estás en condiciones, ahora tú estás preparado,
de modo que puedo ponerte a cargo de una poca
cosa más o tal vez muchas cosas. Todo ello tiene
que ver con nuestra preparación para caminar
por fe.
¿ Cuánto tiempo tienes que estudiar una lección ?
Hasta que la aprendas. ¿Cuánto tiempo tendrás
un cierto problema? Hasta que no sea problema.
"Y entonces cuando desaparezca, tú lo echarás
de menos porque ha _ sido un verdadero amigo.
¿Cuánto tiempo debes tener una suegra desagra-
dable cerca de ti? Solamente mientras la necesi-
tes. Cuando ya no necesites su ministerio, ella se
irá, y entonces tú la invitarás para que vuelva.
¡Alabado sea el Señor!
En el estado en que estamos nos necesitamos
unos a otros. Y cuando hemos aprendido a rego-
cijarnos siempre, a orar sin cesar, a dar gracias
en todo, entonces nuestra vista se alza para ver
lo que Dios tiene en mente para sus hijos. Tene-
mos que mirar por sobre la manera común y co-
rriente de ver las cosas, y dejar que su mente
comience a funcionar en la nuestra, para ver las
cosas desde el punto de vista de Dios. En cada
situación tenemos que decir: "Señor, ¿qué hay en
ello para ti?" Y no decir: "¿Qué hay en ello
para mí?"
 "¿Qué es lo que hay en ello para ti, Señor? Yo
sé que hay gloria para ti en ello, liberación paré
mí, y bendiciones para tus jóvenes vastagos."
Sigamos adelante. Entremos y poseamos la tie-
rra. Hereda el reino preparado para ti. Vive como
un hijo del Rey. Aquí y ahora mismo.