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Historia de la Neuropsicología
Stanley Finger
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sistema nervioso y sus trastornos, mientras que psicología se ha definido como el estudio del
comportamiento o la mente, en lugar del alma.
Muchos términos han derivado de las palabras neurología y psicología. Uno es
neuropsicología, el tema de este capítulo, una palabra que a veces se atribuye al famoso
experimentador americano, Karl Lashley (1890-1958; ver Coob, Hisaw, Stevens, & Boring,
1959). Lashley usó neuropsicología en el contexto de daño cerebral y conducta en una
presentación de 1936 ante la Sociedad de Psiquiatría y Neurología de Boston. Su discurso en
Boston apareció impreso en 1937.
Sin embargo, Lashley no fue el primero en utilizar esta palabra compuesta (Bruce,
1985). Había sido empleada en 1913 por William Osler (1849-1919) en un discurso
publicado sobre la formación en la Clínica Psiquiátrica Phipps del Hospital Johns Hopkins.
Osler mencionaba la «neuro-psicología» refiriéndose a que los estudiantes fueran capaces de
tomar cursos especializados sobre los supuestos trastornos mentales. Aun así, nunca se tomó
el tiempo de definir su nueva palabra, sólo la presentó de paso.
Otra persona que usó la palabra neuropsicología antes de Karl Lashley fue Kurt
Goldstein (1878-1965), el neuropsiquiatra nacido en Alemania que emigró a Estados Unidos
(Frommer & Smith, 1988). Goldstein la empleó en su clásico de 1934, Der Aufbau des
Organismus, un trabajo que se tornaría mejor conocido por mucha gente por su título en
inglés, The Organism (1939). Éste último llevaba el apropiado subtítulo, Un enfoque
holístico a la biología derivado de datos patológicos en el hombre [3]. En su esclarecedor
libro, Goldstein (p. 365) presentó el termino «neuro-psicológico» al introducir el tema de los
aberrantes procesos de pensamiento en pacientes que sufrían daño cerebral.
Lashley citó el libro de Goldstein de 1934 en 1936/1937, en la misma oración en que
habló primero sobre neuropsicología. Sin embargo, Lashley no dio crédito a Goldstein ni a
nadie por la palabra. Pero el hecho que Lashley no usara la palabra antes de 1936, y ahora se
use para citar el pensamiento de Goldstein, hace muy probable que haya tomado la palabra
de Goldstein, en lugar de Osler, aun cuando había estado en las instalaciones de Johns
Hopkins cuando Osler dio su discurso en 1913.
Ya que Osler veía los trastornos mentales como enfermedades cerebrales, él,
Goldstein, y Lashley miraban a la neuropsicología como el estudio de funciones superiores
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a raíz de lesiones cerebrales o enfermedades. En el presente, la neuropsicología aún se
encarga en gran parte del estudio de funciones superiores y sus perturbaciones tras lesiones
cerebrales, aunque algunas definiciones de neuropsicología pueden abarcar más que sólo
comportamientos aberrantes. Es más, aunque la mayoría de los individuos que se llaman a sí
mismos neuropsicólogos son profesionales involucrados con la evaluación y tratamiento de
pacientes humanos (i.e., neuropsicología clínica), también ha habido una creciente rama de
la neuropsicología interesada por la experimentación dura, incluyendo el uso de animales de
laboratorio (i.e., neuropsicología experimental).
Ya sea que la neuropsicología se defina ampliamente o por poco, su historia puede vincularse
a los cambiantes conceptos de localización de función (Benton, 1988). Ésta es la idea de que
las diferentes partes del cerebro se especializan en contribuir al comportamiento en diferentes
maneras. Dado que las personas han intentado localizar funciones superiores y tratar las
perturbaciones intelectuales y sus relacionados durante el período greco-romano, se puede
decir que la neuropsicología, o al menos su columna teórica, tiene una historia de más de dos
mil años.
En la antigua Grecia, las opiniones sobre la función del cerebro estaban lejos de ser
uniforme. Aristóteles (384-322 a.C.), el más grande los filósofos naturalistas griegos, creía
que el corazón controlaba las funciones sensoriales, cognitivas, y funciones superiores
relacionadas, y que el frío cerebro simplemente moderaba “el calor y hervir” del corazón. En
contraste, Demócrito (ca. 460-370 a.C.) y Platón (ca. 429-348 a.C.), ambos de los cuales
habían alcanzado gran importancia antes de la época de Aristóteles, eran más modernos al
creer que las funciones intelectuales o racionales pertenecían no al corazón, sino a la cabeza.
A pesar de la tremenda influencia de Aristóteles, para la época del Imperio Romano,
la mayoría de las funciones conductuales eran asociadas con el cerebro. Las grandes
excepciones eran las pasiones y los deseos, aun vinculados por muchos individuos al hígado
y al corazón.
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La figura médica más importante durante esta era fue Galeno (A.D. 130-200). Nacido
en Pérgamo, educado en Alejandría, y médico de los emperadores en Roma, Galeno sugería
que el frente del cerebro recibía impresiones sensoriales, mientras que el área cerebelar era
la responsable de las funciones motoras. Su razonamiento se apoyaba en gran parte en
intentos de rastrear los nervios y la premisa de que la región anterior era más suave que la
región posterior, siendo así más capaz de recibir y grabar impresiones sensoriales. En De usu
partium escribió:
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Sostenía que las lesiones a los ventrículos podían ser paralizantes. Aun así, notó que no
destruyen la vida ni la mente, las dos propiedades básicas del cerebro en sí.
Los trabajos conocidos de Galeno no proveían evidencia para una localización
funcional dentro de los sistemas ventriculares. Sin embargo, tal vez teniendo acceso a
manuscritos perdidos, o simplemente por razones teológicas (que una cavidad sea un lugar
más adecuado para que resida un alma incorpórea en lugar de una masa de tejido), los Padres
de la Iglesia de los siglos IV y V claramente tomaron las tres funciones básicas del alma
racional (imaginación, razón, y memoria) y las localizaron en los diferentes ventrículos del
cerebro (Clarke & Dewhurst, 1972; Pagel, 1958).
Uno de los más tempranos partidarios de la localización ventricular fue Nemesio
(A.D. 390), Obispo de Emesia, quien había estudiado los escritos de Galeno. Localizó la
recepción sensorial (sensus communis) y la formación de imágenes (imaginativa, fantasia)
en los dos ventrículos laterales (tratados como una única y funcional cavidad anterior),
razonamiento o conocimiento (ratio, cognitativa, æstimativa) en el ventrículo medio, y
memoria (memorativa) en el ventrículo más posterior.
Este intento temprano de localizar las funciones superiores fue adoptado por el
contemporáneo de Nemesio, San Agustín (354-430), quien sugirió cambiar memoria al
ventrículo medio. Enraizada con poca exactitud en la metafísica y la teología, pero
presentada como fisiología, la localización ventricular fue aceptada sin desafío por más de
1000 años.
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Durante el Renacimiento, cuando los científicos eventualmente volvieron a las tareas
de disección y experimentación, las observaciones y demostraciones empezaron a
reemplazar la filosofía y la conjetura. En Italia, Leonardo da Vinci (1472-1519) hizo moldes
de ventrículos de huelles para revelar sus verdaderas formas. Poco después, Andrés Vesalio
(1514-1564), quien fue invitado a Padua a enseñar anatomía dirigiendo disecciones públicas,
notó que los ventrículos no varían mucho entre especies.
Los estudios anatómicos de Vesalio y da Vinci atrajeron nueva atención hacia la
sustancia del cerebro en sí. Lentamente, la teoría ventricular empezó a menguar y el cerebro
anterior empezó su asenso formativo a la prominencia como la fuente de las cosas
intelectuales.
La disposición de mirar al cerebro de nuevas maneras durante el Renacimiento
preparó el escenario para que Thomas Willis escribiera su célebre Cerebri anatome.
Publicado en 1664, Willis proponía que el cuerpo estriado era un punto de reunión tanto para
los espíritus sensoriales como los motores. Añadió que el cerebelo (incluyendo el colículo y
el puente de Varolio como sus apéndices) regulaba los sistemas motores vitales e
involuntarios (p.ej., latidos del corazón, respiración). En tanto al cerebro, Willis postulaba
que controlaba la voluntad (iniciando ideas y movimientos) y desempeñaba un rol en la
memoria. Asociaba el débil intelecto de los animales salvajes y la deficiencia mental en
humanos con cerebros menos enrevesados y con hemisferios pequeños, respectivamente.
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También vio una estrecha relación entre memoria e imaginación, asignando esta última al
cuerpo calloso, el cual definió en general como toda la materia blanca cerebral.
Se cita a Willis sobre la distinción entre las funciones del cerebelo y los hemisferios
cerebrales:
Y, se cita a Willis nuevamente, esta vez con relación al cerebro anterior y las
funciones superiores de imaginación y memoria:
Si es que esta impresión (sensorial), siendo llevada más lejos, pasa a través del cuerpo
calloso, la imaginación sigue al sentido: Entonces si la misma fluctuación de espíritus
se golpea contra la corteza del cerebro, imprime en ella la imagen del objeto sensible,
el cual, después cuando se refleja o dobla alza el recuerdo de la misma cosa.
(1664, p. 96)
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También estimuló la experimentación genuina ya que los científicos ponían a prueba muchas
de las ideas nuevas de Willis.
Las décadas inaugurales del 1800 probaron ser una época especialmente importante en la
historia de las ciencias del cerebro. Primero, Julien Jean César Legallois (1770-1840)
proporcionó un ejemplo aceptado de localización dentro de la estructura cerebral. En 1812,
sobre la base de experimentos de lesiones llevados a cabo principalmente en conejos,
Legallois asoció la respiración con una pequeña región de la médula.
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cerebro favorecían diferentes facultades mentales superiores. Propuso además que los rasgos
craneales reflejaban el desarrollo de órganos discretos subyacentes de la mente. Gall y sus
seguidores estaban convencidos de que nuestras funciones superiores, incluyendo el habla,
pertenecían al frente de la corteza cerebral, mientras que aquellas funciones compartidas más
igualmente con los brutos podían ser localizadas más caudalmente (p.ej., Gall & Spurzheim,
1810-1819).
La teoría de Gall era revolucionaria, por decir lo menos. En efecto, sólo Emanuel
Swedenborg (1688-1772) parecía haber desarrollado una teoría de localización cortical antes
que él. Swedenborg no decía nada acerca de los rasgos craneales cuando dividió la corteza
cerebral en áreas (o unidades) funcionales más pequeñas. En lugar de eso, parecía basar sus
ideas de áreas discretas para visión, audición, y gusto en lo que había aprendido estudiando
patología y anatomía, así como su profundamente arraigada creencia de que separar las áreas
de control era esencial para prevenir un caos fisiológico. Notablemente, Swedenborg parecía
incluso haber inferido las funciones intelectuales de los lóbulos frontales, como se puede
notar en el siguiente pasaje:
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Estas fibras del cerebro proceden de su provincia anterior, la cual se divide en lóbulos;
uno superior, uno medio, y uno inferior… Estos lóbulos están trazados y rodeados por
la arteria carótida… Si se hiere esta porción del cerebro, entonces los sentidos internos
(imaginación, memoria, pensamiento) sufren; la voluntad se debilita, y el poder de su
determinación se embota… Este no es el caso si la lesión es en la parte trasera del
cerebro.
(1938, p. 73)
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FIGURA 6: Marie Jean Pierre Flourens (1794-1867),
experimentador francés, dirigió el movimiento en contra
de los frenólogos y se opuso vigorosamente a la
localización cortical.
localización cortical tenía sentido, pero que los procedimientos craneoscópicos de Gall y sus
pequeñas muestras no eran la forma de argumentarlo.
La última posición fue defendida por Jean-Baptiste Bouillaud (1796-1881), un
hombre que había sido formado en frenología. Para 1825, Bouillaud estaba presentando
casos reales de daño cerebral, contrario a individuos con ojos hinchados o frentes amplias,
para argumentar a favor de la localización del habla en los lóbulos frontales. De hecho,
después de examinar un número de casos realmente grande, Bouillaud postuló la existencia
de dos áreas frontales del habla en cada hemisferio. Según Bouillaud, uno era responsable
de la creación de ideas, mientras que el otro gobernaba los movimientos necesarios para la
articulación.
Es evidente que los movimientos de los órganos del haba deben tener un centro
especial en el cerebro, ya que se puede perder completamente el habla en individuos
que no presentan signos de parálisis, mientras que por el contrario otros pacientes
tienen libre uso del habla coincidiendo con parálisis de las extremidades… De las
observaciones que he recogido, y del gran número que he leído en la literatura, creo
que estoy justificado al promover la visión de que el principio legislador del habla ha
de encontrarse en los lóbulos anteriores del cerebro.
(Bouillaud, 1825, p. 158; traducido en Head, 1926, p. 15)
Con cada año que pasaba, Bouillaud se convencía más de que las conclusiones que
obtuvo a partir de sus casos de autopsia eran fundamentalmente sólidas. Sin embargo, se
hallaba luchando contra una muy fuerte y determinada oposición. Una razón para esto era
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FIGURA 7: Jean-Baptiste Bouillaud (1796-1881) pasó de la
frenología al material patológico para argumentar a favor de
la localización del habla en los lóbulos anteriores. Bouillaud
presentó un número de casos para su argumento en 1825 y
continuó añadiendo a su muestra.
que algunos científicos aun lo asociaban con el movimiento frenológico. Otra era que sus
críticos encontraron muchos ejemplos de lesiones severas en los lóbulos frontales que no
producían afasias duraderas.
A Bouillaud nunca se le ocurrió, ni a la oposición, que la variabilidad entre pacientes
podría asociarse con el hemisferio específico dañado. De hecho, habiendo Bouillaud
comparado los efectos de las lesiones hemisféricas derechas e izquierdas, podría haber
reconocido que el hemisferio izquierdo desempeñaba un papel especial en el lenguaje
décadas antes de que Paul Broca (1824-1880) hiciera esta importante asociación (Benton,
1984). En efecto, en su Tratamiento clínico y fisiológico de la encefalitis [5] de 1825,
Bouillaud describe a 25 pacientes con lesiones unilaterales y 4 con lesiones bilaterales. Entre
los 11 individuos con daño hemisférico izquierdo, 8 (73%) mostraban afasia. En contraste,
sólo 4 (29%) de los 14 casos con daño hemisférico derecho eran afásicos.
Con Bouillaud y Simon Alexandre Ernest Aubertin (1825-1865) encabezando el
ataque, los debates en las academias francesas sobre la localización cortical crecieron en
intensidad (Schiller, 1979). Fue en esta atmósfera cargada que, en 1861, Paul Broca, quien
previamente no había tomado bandos, presentó su celebre caso de M. Leborgne. Apodado
«Tan» por otros pacientes ya que éste era uno de los pocos sonidos que hacía, este hombre
de 51 años había perdido su capacidad de lenguaje voluntario 21 años antes, y no había sido
capaz de usar su brazo derecho por 10 años.
Tan murió poco después que Broca lo viera y su autopsia revelara una lesión centrada
en la tercera convolución frontal del hemisferio izquierdo. Sobre la base de este caso, Broca
se convenció absolutamente de que Bouillaud y Aubertin estaban de hecho en lo correcto
sobre la localización cortical. La nueva disposición de Broca a tomar bandos y su detallada
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FIGURA 8: La presentación de 1861 de Paul
Broca (1824-1880) del caso de «Tan» encendió
la revolución localizacionista.
localización de un centro frontal para articular el lenguaje fueron como la caída de la Bastilla
o los primeros disparos de la Revolución Americana para muchos científicos que habían
estado sentados al margen durante los debates.
En 1865, Broca publicó otro artículo emblemático. Ahora le decía a su audiencia que
sus estudios de caso revelaban que el hemisferio izquierdo era especial para el habla.
Curiosamente, Broca no fue el primero en reconocer esto. Era algo que Marc Dax (1770-
1837) había descubierto en 1836. Desafortunadamente, al igual que Swedenborg antes que
él, Dax fracasó en hacer sus descubrimientos públicos antes de morir. De hecho, el reporte
de Dax sobre más de 40 casos sólo apareció impreso en 1865, el año en que se público el
mayor artículo de Broca respecto al tema, y dos años después de que Broca empezara a
hablar de la inesperada correlación entre la afasia y el daño en el hemisferio izquierdo (Joynt
& Benton, 1964; Schiller, 1979).
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FIGURA 9: Eduard Hitzig (1838-1907) fue el
codescubridor de la corteza motora junto a
Gustav Fritsch en 1870.
A raíz del artículo Fritsch y Hitzig, se condujeron muchos estudios de lesiones para
confirmar y extender este trabajo, así como también para localizar funciones sensoriales,
como la visión y la audición. Una de las figuras líderes en el nuevo movimiento de
localización fue David Ferrier (1843-1928), un experimentador británico. Ferrier era un
amigo cercano y admirador de John Hughlings Jackson (1835-1911), el notable neurólogo
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británico que, tras estudiar pacientes con convulsiones o hemiplejias, postuló la existencia
de una corteza motora somato-tópicamente organizada antes de que Fritsch y Hitzig
firmemente localizaran esta estructura en perros (ver Jackson, 1836).
Ferrier (1873, 1875) primero extendió los experimentos de Fritsch y Hitzig de la
corteza motora a los monos, añadiendo más detalles. Describía comportamientos tan
intrincados como la contracción de un párpado, el chasquido de una oreja, y el movimiento
de un dedo. Esto dio como resultado mapas de la corteza motora que atraían no sólo a los
experimentadores, sino a aquellos clínicos convencidos de que únicamente los primates
podían servir como modelo adecuado para pacientes humanos.
En 1881, Ferrier incluso llevó un mono con una lesión unilateral de la corteza motora
izquierda al Séptimo Congreso Médico Internacional en Londres. Más de 120000 personas
estaban invitados a este gran espectáculo victoriano, incluyendo todos los gobernantes de
Europa. Cuando el mono hemipléjico de Ferrier cojeó hacia la sala de demostración, Jean
Matin Charcot (1825-1893), el neurólogo francés líder de la época declaró, «¡Es un
paciente!».
Durante las décadas de 1870 y 1880, Ferrier exploró además el giro superior
temporal. Descubrió que los monos entonaban el oído opuesto y volteaban al lado contrario
cuando esta región era estimulada. Esto sugería un papel para esta área en la audición. Pronto
vino un experimento de ablación confirmando esta hipótesis. Sin embargo, este trabajo llevó
a un prolongado y amargo debate entre Ferrier y Edward Albert Schäfer (1850-1935)
respecto a los límites de la corteza auditiva y si las lesiones bilaterales de la región auditiva
del lóbulo temporal dejaban a los primates completamente sordos o no tan severamente
discapacitados (ver Finger, 1994).
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Ferrier estaba claramente en lo correcto cuando ubicó la audición y el olfato en las
partes superior e inferior del lóbulo temporal, respectivamente. Desafortunadamente, su
conclusión que también se podría localizar el gusto y la somestesia en los lóbulos temporales
era incorrecta (Finger, 1994). Además, Ferrier fue muy lento en reconocer la verdadera
importancia del lóbulo occipital en la visión. En principio pensó que el giro angular del
lóbulo parietal alojaba el centro de visión, y que por tanto los lóbulos occipitales estaban
involucrados en la visión, pero sólo de manera subordinada (ver Ferrier, 1876, 1878, 1881,
1886, 1888).
Típicamente se le da el crédito por la localización más precisa de la corteza visual a
Hermann Munk (1839-1912), quien asoció la visión con la corteza occipital en 1878, y luego
replicó sus hallazgos en perros y monos en 1881 (Munk, 1881; ver von Bonin, 1960, pp. 97-
117). También se le ha dado crédito a Bartolomeo Panizza (1785-1867), un investigador
italiano muchas veces pasado por alto, quien estudió la visión tanto en perros como en
humanos con daño cerebral en la década de 1850, antes de que la era moderna de localización
cortical empezara (Panizza, 1855, 1856; ver también Finger, 1994).
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inmenso impacto. Además de avanzar ciencia básica, desempeñó un papel importante en la
apertura de una era “moderna” en neurocirugía. Los cirujanos, empezando por William
Macewen (1848-1924) en 1879, recurrían a los mapas funcionales de Ferrier como guía para
localizar tumores cerebrales (Finger, 1994; Jefferson, 1960; Trotter, 1934). Los casos
quirúrgicos exitosos, sucesivamente, ofrecieron mayor confirmación de la creciente teoría
de localización.
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La recuperación de Gage durante los meses siguientes, aunque inestable, fue mucho
mejor de lo que nadie esperaba. Sin embargo, era claro que el intelecto y la personalidad de
Gage se habían alterado. Ahora exhibía falta de criterio, impulsividad, y falta de control. Ya
que “el equilibrio o balance… entre sus facultades intelectuales y sus propensiones animales
parece haberse destruido” (Harlow, 1868, p. 13), ya no podía recuperar su empleo, pese a
haber sido anteriormente un trabajador muy capaz. De hecho, Gage se había vuelto tan
“infantil” que amigos y conocidos decían que ya no era el mismo hombre, ya no más Gage.
Además del agudo daño sufrido por Gage, se presentaron muchos casos reveladores
de tumores frontales en la era pre-localización. Uno vino de Jean Cruveilhier (1791-1874) e
involucraba a una profesora de 45 años a quien se le descubrió un enorme meningioma
haciendo presión contra su lóbulo frontal derecho (1829-1842). Además de sus dolores de
cabeza inducidos por el tumor, pérdida del equilibrio, y debilidad en una pierna, se volvió
inusualmente apática y perdió todo interés en lo que pasaba a su alrededor. Cruveilhier
también mencionó a una niña de 15, deficiente mental de nacimiento. El rasgo distintivo de
este caso era que le faltaban los dos tercios anteriores de sus lóbulos frontales.
Eduard Hitzig fue el científico más responsable de iniciar experimentos de lesión en
la corteza frontal de asociación en animales de laboratorio. Incluso Leonardo Bianchi (1848-
1927), el italiano que consagró una vida entera a estudiar los lóbulos frontales, estableció
que se le debería dar a Hitzig todo el crédito por ser el primero en traer la investigación del
lóbulo frontal al laboratorio, donde se podían poner a prueba varias ideas recogidas de la
anatomía comparativa (Bianchi, 1920, 1922).
El trabajo de Hitzig sobre la corteza frontal de asociación empezó en 1870 cuando él
y Gustav Fritsch descubrieron que no era eléctricamente excitable y que dañarla no causaba
parálisis (ver Finger, 1994). Para 1874, la idea de que estas debían contribuir a las funciones
mentales superiores parecía irrefutable para Hitzig (1874a, 1874b). Diez años después, en
una reunión para neurólogos y psiquiatras alemanes, Hitzig (1884) resumió sus estudios
sobre las áreas frontales anteriores. Estableció que los perros entrenados para buscar comida
antes de la cirugía parecían incapaces de hacerlo tras las lesiones bilaterales en la corteza
frontal. Aun saludables y hambrientos, parecían incluso olvidar trozos de comida que se les
había mostrado recientemente. Hitzig añadió que este deterioro inusual en el intelecto no se
observaba después de otras lesiones corticales. Sin embargo, no proponía que el intelecto
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estuviera limitado a sólo una parte del cerebro. En lugar de eso, argumentaba que los lóbulos
frontales eran especiales para un aspecto específico del intelecto: el pensamiento abstracto
(ver también Goldstein, 1934, 1939).
Una opinión algo diferente vino del campo experimentalista en Gran Bretaña. David
Ferrier (1876) estudió tres monos con ablaciones casi completas de las áreas frontales
anteriores y escribió:
Pese a esta aparente ausencia de síntomas fisiológicos, pude percibir una alteración
muy decidida en el carácter y comportamiento del animal, aunque es difícil formular
la naturaleza del cambio en términos precisos. Los animales operados fueron
seleccionados considerando su carácter inteligente… En lugar de estar, como antes,
activamente interesados en sus alrededores y entrometerse curiosamente en todo lo
venga a su campo de observación, permanecieron apáticos, embotados, adormecidos,
respondiendo únicamente a las sensaciones e impresiones del momento, o variando su
languidez con andanzas inquietas y sin propósito de un lado para otro. Sin estar
realmente privados de intelecto, habían perdido, a toda apariencia, la facultad de
observación atenta e inteligente.
(1876, pp. 231-232)
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Su conducta está alterada, su fisonomía estúpida, menos móvil; la expresión en sus
ojos es como incierta y cruel, vacía de cualquier destello de inteligencia, curiosidad o
sociabilidad. Muestra terror, incluso por medio de chillidos y crujir de dientes, cuando
se ve amenazada o lastimada, pero nunca reacciona agresivamente. Está en un estado
de disturbio; cuando es puesta en una habitación grande y cerrada, camina sin rumbo
por ahí, siempre en la misma dirección, sin detenerse cerca de ningún objeto o persona.
Cualquier acción hecha con aparente propósito queda incompleta, inconclusa; si corre
hacia la puerta se detiene cerca, vuelve, corre hacia la puerta otra vez, y así muchas
veces… Es esquiva con otros monos, no juega; no puede superar la mínima dificultad
en su camino por medio de nuevas adaptaciones, ni aprender nada nuevo, ni recuperar
nada de lo que ha olvidado.
(1895, p. 517)
Bianchi concluyó que el “tono físico” de sus animales se había afectado por las
lesiones corticales prefrontales bilaterales. Argumentaba que la “disolución de la
personalidad física” puede manifestarse de muchas maneras, incluyendo la pérdida de
planificación y evaluación cuidadosas, embotamiento intelectual, e intranquilidad.
El en el último cuarto del siglo XIX, hubo muchos reportes clínicos sobre los efectos
de tumores y heridas en el lóbulo frontal anterior (ver Finger, 1994). En algunos, había
ausencia de deterioro intelectual. Pero en otros, la situación era muy diferente. Aunque eran
apenas constantes de un paciente a otro, entre los síntomas más frecuentemente descritos
estaban pérdida de la atención, comportamiento apático, habilidades sociales pobres, y
deterioro intelectual o «embotamiento mental». Estos eran de hecho los cambios más
importantes descritos por Hitzig, Ferrier, y Bianchi en sus tempranos experimentos de lesión
en perros y monos.
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1926) reportó que la actividad eléctrica cortical regional cambiaba cuando sus animales
estaban mascando, mirando luces parpadeantes, o comprometidos en otras actividades.
Caton notó que los cambios estaban muy alineados con los mapas funcionales de Ferrier de
la corteza.
La creciente evidencia que favorecía la doctrina de la neurona (i.e., la idea de que las
neuronas son entidades independientes que no están fusionadas para formar redes masivas)
acentuaba también la aceptación de la idea que las diferentes partes del cerebro podían estar
especializadas en hacer diferentes cosas. La doctrina de la neurona estuvo muy estimulada
por el descubrimiento de Camillo Golgi de la reazione nera (la reacción negra) en 1873 (ver
Santini, 1975), aunque fue Santiago Ramón y Cajal (1852-1934), y no Golgi, quien se volvió
el portador de la teoría de las neuronas independientes en contraposición a las redes
fusionadas (ver Ramón y Cajal, 1906/1967; Sheperd, 1991).
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La específica diferenciación histológica de las áreas corticales prueba irrefutablemente
su específica diferenciación funcional; ya que descansa como hemos visto en la
división de labores. El gran número de regiones estructurales especialmente
construidas apunta a una separación espacial de varias funciones y de la aguda
delineación de algunos campos sigue finalmente la localización bien delimitada de los
procesos fisiológicos a los cuales corresponden.
(1909; ver von Bonin, 1960, p. 217)
La tendencia dominante en las ciencias del cerebro desde los días de Broca, Hitzig, y Ferrier,
ha sido intentar dividir todas las partes del cerebro en unidades funcionales más pequeñas.
Sin embargo, algunos científicos, empezando con Hughlings Jackson, han instado a la
precaución, reconociendo que los límites entre las áreas pueden ser considerablemente más
“difusos” de lo que con frecuencia los han hecho, y argumentando que es muy importante
recordar que ninguna parte del cerebro en realidad funciona independientemente de todas las
otras.
Particularmente, ha habido un creciente reconocimiento de que las generaciones
anteriores de científicos pueden haberse apresurado en equiparar marcadores anatómicos y
“localización de síntomas” con localización de funciones específicas (Finger & Stein, 1982;
Kosslyn & Van Kleeck, 1990). En el presente, nadie discutiría la idea de que el sistema
nervioso central se constituye de muchas partes especializadas. Aun así, está claro también
que las “funciones” de algunas de estas partes sólo pueden inferirse a partir de estudios de
caso en humanos y experimentos de lesión en animales.
Aunque pueda parecer trivial el enfatizar que los datos de lesiones sólo pueden
mostrar lo que el cerebro puede hacer en ausencia de una o más de sus partes, y no cómo
funciona la parte en condiciones normales, la falla en distinguir adecuadamente entre hecho
y teoría persiste hasta la era actual. En efecto, incluso cuando se le añaden las medidas
anatómicas y fisiológicas a la ecuación, se puede únicamente teorizar cómo las partes
individuales pueden contribuir a las funciones conductuales (psicológicas) superiores como
el habla, la memoria, y el pensamiento abstracto. De hecho, se debe principalmente a que
los neuro-psicólogos sólo pueden teorizar respecto a las relaciones estructura-función que
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exista aun tanto debate sobre las funciones de partes específicas del cerebro y cómo ciertos
sistemas funcionales deberían definirse.
En su Discurso Presidencial de 1910 ante la Asociación Neurológica Americana,
Morton Prince (1854-1929) habló sobre tres tipos distintos de localización: (1) localización
anatómica, basada en donde terminan los tractos nerviosos; (2) localización de síntomas,
basada en el comportamiento tras lesiones cerebrales; y (3) localización de función, una
inferencia derivada de la respuesta al daño cerebral y, en algunos casos, de la anatomía y
fisiología. Prince estaba convencido de que sus colegas equipararon síntomas con funciones
demasiado rápido sin pensar realmente la situación. Escribió:
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En conclusión, parece bastante seguro decir que la forma en que veremos y tararemos
el cerebro en la salud y la enfermedad cambiará en las próximas décadas. Es probable que
las formas en que pueden estar mediadas la percepción, la cognición, y la memoria demanden
la mayor atención, siendo las funciones mas intrigantes y menos entendidas por el momento.
Una vez alojados en lo profundo de los ventrículos, estos tres componentes del alma racional
de la antigüedad prometen ser un territorio especialmente fértil para aquellos neuro-
psicólogos dispuestos a trabajar para entender los diversos efectos del daño cerebral y
proporcionar nuevas percepciones sobre la organización funcional del cerebro.
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