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Tratamiento de la vergüenza
excesiva y la autocrítica destructiva
La vergüenza cuando es excesiva está unida a una
autocrítica destructiva. Otras veces se da la autocrítica
sin relación con la emoción de. Ambas tienen
importancia en muchas patologías como trastornos de
ansiedad, fobia social, depresión, etc. Su tratamiento es
complicado porque muchas veces tienen sus raíces en
la infancia, en las conductas vinculares. En esta página
se plantea su tratamiento desde la perspectiva de la
terapia de aceptación y compromiso, haciendo hincapié
en la compasión y la autocompasión.
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distancia, esforzándonos duramente en ser deseables a todo el mundo o evitando la
intimidad, y, sobre todo, cuando nos exigimos cambiar inútilmente aquello que creemos que
nos hace rechazables a los demás; podemos pensar que en esos problemas juega un papel
importante el exceso de vergüenza y autocrítica.
Hay que tener en cuenta que el impacto que la vergüenza y la autocrítica tienen en la vida
de una persona está ligado a dos procesos clave. El primero es el grado de hostilidad,
desprecio y odio dirigidos a nosotros mismos que conlleven. El segundo es relativo a la
incapacidad de generar sentimientos de ternura, apaciguamiento, de querernos a nosotros
mismos y de consolarnos ante los ataques internos o externos (Gilbert, 2006). Las dos
generan sentimientos de depresión por la mala valoración que hacemos de nosotros mismos y
de ansiedad, porque están asociadas a la amenaza de rechazo social.
El exceso de vergüenza y de autocrítica tiene sus raíces, como muchos otros problemas
psicológicos, en abusos en la infancia, acoso en el colegio (bullying), por las relaciones
familiares en las que se han expresado muy fuertemente el rechazo y la crítica o en los que se
ha ignorado o negado la importancia de las emociones. (Gilbert, 2009). Cuando hemos
pasado por esas experiencias, podemos haber generado una alta sensibilidad a las amenazas
de rechazo o críticas y ser muy proclives a sentir vergüenza.
Pero no hace falta pasar por experiencias tan traumáticas, basta con que los padres sean un
poco exigentes con su hijo. Veamos un ejemplo. El niño presenta un problema achacable a su
conducta, por ejemplo, tartamudea. Los padres no aceptan el defecto de su hijo, que quizás
solo sea pequeña dificultad a la hora de aprender una conducta tan difícil como pronunciar.
Hay que tener en cuenta que para cualquier padre es muy difícil aceptar que tienen un hijo
que no es el mejor del mundo. En consecuencia, le exigen, implícita o explícitamente que se
comporte “bien”, en este caso que pronuncie bien. El niño lo vive como un rechazo de sus
padres y, para evitarlo se esfuerza, pero fracasa porque es posible que no tenga facilidad para
conseguir hacer lo que sus padres le exigen, en el ejemplo una pronunciación fluida. La
exigencia de los padres continúa. El niño necesita que sus padres no le rechacen, que le
quieran y se esfuerza más y más en cumplir lo que le exigen sus padres, hablar fluidamente.
Si no lo consigue, el sentimiento de que tiene algo malo dentro que tiene que cambiar para
que le quieran está servido y esa exigencia está destinada al fracaso. En lugar de la
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tartamudez el problema puede ser que su hijo no sea el más listo o el más simpático o el más
deportista.
La autocrítica excesiva
La excesiva autocrítica es un proceso privado (pensamientos y sentimientos) que inicialmente
tiene la función de adelantarnos a las posibles críticas que podemos recibir de alguien
importante para evitar el rechazo que suponen. Igual que cualquier otro pensamiento, tiene
el mismo efecto que si el desprecio que adelanta estuviera ocurriendo. La respuesta que nos
genera es una autoexigencia para conseguir el cambio que creemos necesario para intentar
ser aceptados, aparecen entonces respuestas de ansiedad para conseguirlo y de depresión
cuando no se logra.
Hay que tener en cuenta que si negáramos las críticas que tememos tendríamos dos objetos
de ataque, la crítica en sí y el hecho de que el otro quiere llevar razón. Si nos criticamos a
nosotros mismos y nos proponemos el cambio que evitaría las críticas, podríamos lograr un
cierto apaciguamiento en quien nos amenaza, porque reconocemos que lleva razón y que nos
proponemos cambiar. El problema se incrementa cuando nuestra autocrítica no consigue
desactivar el ataque o no conseguimos cambiar el motivo de rechazo. Se genera
entonces un sentimiento de que hay algo malo en nosotros que no somos capaces de
cambiar y esa incapacidad también es objeto de nuestra autocrítica. Cuando nos vemos
impotentes y desesperados, podemos generar una respuesta agresiva, incluso exagerada en
el contexto fruto de nuestra desesperación.
Nuestro autoconcepto depende y se forja a partir de lo que creemos o tememos que los
demás piensan de nosotros. Si la relación con esa persona nos produce una gran emoción,
para cambiar su juicio implícito o explícito, intentaremos cambiar nosotros, lo que nos lleva a
concluir que tenemos algo malo y despreciable dentro de nosotros, que los demás rechazan.
Se dispara entonces nuestra autocrítica negativa, que nos lleva a una desilusión con nosotros
mismos. Emocionalmente nos afecta porque estaremos constantemente atentos al posible
rechazo que vamos a sentir. De ahí pueden venirnos fuertes sentimientos de ansiedad para
luchar y de depresión porque no conseguimos nuestro objetivo (Gilbert, 2006).
La línea que en general se ha seguido para estudiar el vínculo entre el niño y el cuidador ha
sido establecer patrones generales sobre el tipo vínculo que se forma dependiendo de la
conducta del cuidador. Así se habla de vínculo seguro, evitativo, ambivalente y desorganizado.
Estos estudios son una guía valiosa y han demostrado la importancia del vínculo en la infancia
y su influencia en nuestra vida de adultos, por ejemplo, en las relaciones de pareja. Pero
desde un punto de vista conductual es preciso tener en cuenta los aspectos involucrados en
la conducta de pedir ayuda que nos van a permitir actuar sobre ella:
El tipo de ayuda que pide el niño, por ejemplo, puede estar atendido en sus
necesidades físicas, pero no las emocionales, la respuesta que recibe del cuidador
puede ser diferente si la amenaza viene de un extraño o de alguien cercano, etc. Por
eso, en la vida adulta puede que le cueste o tema pedir determinado tipo de ayuda,
mientras que en otras situaciones lo haga sin mayor problema.
El programa de reforzamiento que provoca la respuesta del cuidador. Es diferente
que se obtenga ayuda siempre o que ocurra con una frecuencia aleatoria, que castigue
o extinga, etc. Mansfield y Cordova, (2007) plantean el programa de reforzamiento
como explicación a los diferentes estilos de vínculo que se han encontrado.
Respuestas sistemáticas del cuidador condicionarán hábitos de petición de ayuda, que
acabarán automatizándose y, por tanto, volviéndose inconscientes y manteniéndose en
la vida adulta. Pedir y obtener ayuda son, por tanto, procesos automáticos asociados a
las fuertes emociones iguales a las que se originaban en la infancia.
La conducta alternativa que sigue el niño para enfrentar la amenaza, ante la
ausencia de ayuda del cuidador. Entre las posibles respuestas se encuentra la
sumisión unida a la autocrítica. Cuando el origen de nuestra autocrítica está en los
procesos vinculares hay que tener en cuenta que se trata de hábitos conductuales muy
establecidos. Se ha encontrado que los seres humanos regimos parte de nuestro
comportamiento por medio de reglas, que se construyen a partir de conductas
sistemáticas, como las de vínculo, y que son resistentes al cambio (Hayes y otros,
1986).En consecuencia, una reacción sistemática concreta del niño para afrontar la
amenaza ante la que le han dejado indefenso, se puede mantener a lo largo del tiempo
siguiendo una regla implícita, aunque haya dejado de ser eficaz o se tengan otras
alternativa por el mero hecho de ser adulto. La conducta que regida por reglas es poco
sensible a las consecuencias que se derivan de ella y la conducta no se modifica
aunque los resultados conseguidos sean nefastos.
Hay que tener en cuenta la perspectiva del niño cuando se da la autocrítica: de ser aceptados
incondicionalmente depende toda su vida. No son amenazas solamente de soledad o de
indefensión, puede llegar a estar involucrada la propia existencia física. La autocrítica tiene la
función de mantener la relación con sus cuidadores, de los que depende.
Además, en la terapia cognitivo conductual también hay que tener en cuenta la compasión
cuando se dan avances conductuales en la terapia, pero no se dan las mejoras emocionales
necesarias para sentir bienestar.
Fase de educación
El análisis funcional puede servir para dar los primeros pasos para aproximarnos a la
autocrítica desde una perspectiva empática, porque nos permite entender su origen y qué
la mantiene y, además, plantea una posible salida. Se trata de que podemos llegar a
conclusiones como, “es triste que me sienta horrorizado/confundido/no valioso, pero es
entendible teniendo en cuenta los miedos que he tenido a afrontar. Sin embargo, si soy
amable y gentil conmigo mismo puedo concentrarme en…, y me ayudaría hacer…”. Por
supuesto, una reestructuración exclusivamente cognitiva es muy limitada y es necesario
trabajar las emociones que sustentan la autocrítica para poder desactivarla.
Otro paso en la educación consiste en que aprendamos a distinguir las diferencias entre la
autocrítica negativa y la autocompasiva, por ejemplo, con el siguiente ejercicio:
Cogemos papel y lápiz. Recordamos lo que ha ocurrido y las cosas que nos decimos a
nosotros mismos. Se trata ahora de distinguir si nos estamos criticando para avanzar o es una
autocrítica negativa. La diferencia surge de los sentimientos que tenemos, se trata de
distinguir lo que escribimos en base a nuestros sentimientos y emociones y no en cuanto a lo
que pensamos. Si el sentimiento es de rabia, ira, desprecio, etc. estamos ante una autocrítica
que no nos aporta mucho. Si el sentimiento es de culpa, nos lleva a involucrarnos, nos genera
tristeza, melancolía y nos lleva a la reparación, estamos ante un sentimiento de compasión. la
siguiente tabla muestra las diferencias entre ambas:
Otro aspecto que hay que aprender es que nuestra autocrítica está relacionada con lo que
creemos que los demás piensan de nosotros incluida la crítica que tememos.
Podemos hacer el siguiente ejercicio para comprobarlo. Se trata de rellenar una tabla de dos
columnas, después de pasar una situación determinada, por ejemplo, haber invitado a unos
amigos y haber hecho una comida preparada en lugar de haber cocinado.
Hay que partir de que la autocrítica surge de un miedo al rechazo que puede estar ligado a
conductas de sumisión aprendidas en la infancia y a miedos al rechazo surgidos en épocas
iniciales en donde la indefensión del niño es extrema y por tanto estaremos ante emociones
fuertes y arraigadas. En consecuencia, es conveniente comenzar generando sentimientos
de autocompasión que nos van a permitir iniciar el abandono de la autocrítica y la
autoexigencia que la acompaña desde una base segura.
Hay que partir de que cuando nos autocriticamos destructivamente estamos fusionándonos
con nuestro yo como concepto, es decir, tenemos nuestro autoconcepto muy afectado.
Durante todo el proceso terapéutico dirigido a modificar la autocrítica excesiva hay que tener
especial cuidado en fomentar nuestra compasión y autocompasión. El miedo a al rechazo
afecta al propio autoconcepto, pensando que tenemos algo rechazable que no se puede
cambiar. Nos vemos pequeños disminuidos e incapaces de enfrentarnos a la vida. Fomentar
la sensación de sentirnos aceptados incondicionalmente, tal y como somos, sin tener que
cambiar nada, es una experiencia saludable y única. Lo hacemos dejando de ser tan
mordaces y terribles con nosotros mismo, es decir, fomentando nuestra autocompasión.
La construcción de la autocompasión
El análisis funcional nos permite un acercamiento empático hacia lo que nos pasa, porque
podemos entender que el desarrollo de la autocrítica responde a estrategias defensivas
planificadas y automatizadas que pretenden afrontar y evitar amenazas externas y también
internas. A través de la comprensión de lo que ocurre, podemos desarrollar la empatía hacia
las estrategias que estamos usando para enfrentarnos a la amenaza externa, entendiendo
como se han generado. De esta forma la autocrítica deja de ser ella misma fuente de
autocrítica y, así, ponemos las bases a su aceptación compasiva.
En cuanto a los sentimientos que nos abruman y que se presentan como contradictorios y nos
llevan a la autocrítica, se trata de que reconozcamos que los seres humanos tenemos muchas
maneras de actuar ante una amenaza, por ejemplo, atacar, huir, buscar apoyo, conseguir
aprobación, que pueden tener diferentes prioridades en cada situación y que, en un momento
dado, nos podemos sentir empujados a actuar en diferentes direcciones
produciéndonos conflictos internos que pueden confundirnos y dificultar nuestras
decisiones. Tenemos que entender que es como si diferentes partes de nuestro yo nos
intentaran defender de la mejor manera que puede cada una por su cuenta. Sin embargo,
ninguna de ellas por separado tiene la idea completa de lo que hay que hacer ni tiene una
visión de futuro. En consecuencia, nos llevan en direcciones opuestas y nos pueden hacer
sentir confusos y abrumados.
Hay que tener en cuenta que los miedos asociados a sentir compasión son fundamentales en
la inhibición de su activación. Es preciso determinar cuáles son los miedos y realizar un
proceso de aceptación que permite el desarrollo de conductas alternativas a la autocrítica en
situaciones de amenaza de rechazo.
En esta terapia hemos de tener en cuenta que nos enfrentamos a conductas muy
establecidas, con sentimientos muy arraigados y potentes, tenemos que tener mucha
paciencia y una gran capacidad de autocompasión, porque el camino va a ser largo y lleno de
dificultades y marchas atrás. El éxito está asegurado porque al centrar el trabajo en potenciar
la compasión activamos los mecanismos neurológicos que están en la base de los
sentimientos de afiliación, apaciguamiento y seguridad y tendremos más posibilidades de
enfrentarnos con éxito a los miedos al rechazo y el abandono.
julio 2013
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