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NUEVE TESIS EN TORNO A LA MODERNIDAD Y LA BUROCRACIA EN EL NUEVO SIGLO:

DEL SUEÑO POSTMODERNO A LA SOCIEDAD DE CONTROL

Ponencia presentada en el Seminario

“RECONSTRUYENDO INSTITUCIONES BAJO INCERTIDUMBRE:


DEFINIENDO A LAS ORGANIZACIONES EN EL NUEVO SIGLO”

organizado por la revista Gestión y Política Pública y la División de Administración Pública del
Centro de Investigación y Docencia Económicas, A. C.
Auditorio Cuajimalpa, 15 y 16 de enero de 2004

Eduardo Ibarra Colado


Área de Estudios Organizacionales
Departamento de Economía
Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Iztapalapa
Dirección: Apartado Postal 86-113
14391, Villa Coapa
México, D.F.
Tel: 5804 6565 y 5804 4773 Fax 5804 4769
Correo Electrónico: eic@xanum.uam.mx y eibarra@sni.conacyt.mx

(Versión preliminar: 12/I/2004)


NUEVE TESIS EN TORNO A LA MODERNIDAD Y LA BUROCRACIA EN EL NUEVO SIGLO:
*
DEL SUEÑO POSTMODERNO A LA SOCIEDAD DE CONTROL

Eduardo Ibarra Colado**

EL PROBLEMA
IMAGINACIÓN Y REALIDAD

A lo largo de las últimas dos décadas hemos apreciado el resurgimiento de discursos que asumen
como superadas las limitaciones de la modernidad y su forma organizacional paradigmática, la
burocracia. Ejerciendo el arte de la repetición, en un mundo con poca memoria, se renuevan
postulados que dan por resueltos definitivamente los efectos perversos de la burocracia,
promoviendo una visión de las organizaciones como espacios en los que los individuos se pueden
realizar con plenitud. Estos discursos, que han descansado en la vieja idea de progreso (Nisbet
1980), como condición evolutiva basada en la acumulación del conocimiento para dominar a la
naturaleza, y en la promesa de felicidad como fin último de la existencia humana, han adquirido
distintas formas según el nivel que asumen para dar cuenta de la realidad y el aspecto que
destacan como elemento clave de su explicación. De esta manera, los viejos discursos de la
sociedad post-industrial (Bell 1973; Drucker 1969; Toffler 1970) han cedido su lugar a los más
nuevos de la postmodernidad (Clegg 1990),1 los de la sociedad de la información (Toffler 1980)
y, actualmente, los de la globalización (Ohmae 1990). A nivel organizacional apreciamos este
optimismo en los discursos sobre la flexibilidad (Piore y Sabel 1984) y las formas post-
burocráticas de organización (Bergquist 1993), emblemáticamente representadas por el trabajador
de conocimiento (Handy 1984), la empresa red (Castells 1996) y la organización virtual
(Davidow y Malone 1992).
El mundo que se nos dibuja desde estos empeños textuales, aparece casi como la
realización de la utopía de los modernos. Se exaltan la unidad del mundo, en la que los excluidos
que aún quedan, pronto serán reconvertidos e incorporados –es sólo cuestión de tiempo, se
afirma–; el conocimiento como esa palanca de desarrollo que, al servicio de los individuos,
permite potenciar la creatividad y la innovación y, lo que es más importante, liberar al hombre de
las viejas prácticas rutinarias y repetitivas del anacronismo taylorista-fordista; la excelencia que,
como resultado de la iniciativa y el riesgo que están dispuestos a correr los individuos que

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confían en sus propias capacidades y se responsabilizan por sus actos, funciona como la clave
organizativa para alcanzar mayores resultados y potenciar la calidad; en fin, la competencia y la
colaboración que, en su unidad paradójica, configuran las nuevas estrategias de un mundo
empresarial muy diseminado que se mantiene en cambio perpetuo.
Este imaginario pareciera mostrar un mundo post-burocrático, o como muchos insisten
en llamarlo, postmoderno, en el que la acción sustituye a las estructuras y el cambio adquiere
carta de naturalización. Es el nuevo mundo en movimiento, ese mundo que no se detiene, que ha
derrotado los límites que en el pasado significaron las distancias y el tiempo, pues hoy está en
condiciones de operar instantáneamente gracias a las tecnologías de la información, superando
con ello los límites que caracterizaron en el pesado al modelo burocrático. Asimismo, estas
propuestas parecieran despedir un aire de libertad, pues de lo que se trata es de crear y de actuar,
o mejor dicho de proponer negocios que le interesen al “mundo”, esa masa cada vez más
segmentada de individuos que adquieren presencia en cada acto de intercambio, pues las
transacciones son su materialización más específica.
En suma, parece tratarse de un nuevo ciclo retórico en el que se reavivan las viejas
utopías de un capitalismo bondadoso o social, o de una sociedad post-capitalista según la etiqueta
preferida por Peter F. Drucker (1993), que alcanza a realizar el sueño moderno de la destrucción
creativa, al reorganizarse bajo complejas redes que le permiten articular, de manera novedosa y
bajo un balance inédito, mercados y jerarquías. Al quedar atrás las experiencias fallidas del
socialismo real, para mucho verdadera expresión demoníaca del burocratismo (Rizzi 1939;
Burnham 1941), no parece haber un rival enfrente, por lo que se presenta la gran oportunidad
histórica de llevar adelante un proyecto de integración global, que se fundamente en la
flexibilidad asociada a las nuevas tecnologías de información y el conocimiento innovador y
creativo. La sociedad postmoderna alcanzaría así, entre razones y emociones, los umbrales del
progreso planetario que reclama el mundo, para eliminar pobreza y exclusión, y los excesos
contra natura de la acción estatal, pero también, a la vez, para recompensar realizaciones
extraordinarias y desempeños de excelencia.
El problema fundamental radica, no tanto en la existencia de estos discursos, sino en
saber en qué medida ellos dan cuenta apropiadamente de la realidad, es decir, en saber hasta
dónde se interpreta al mundo tal como es y hasta dónde se le imagina o inventa. ¿En verdad
estamos ante un mundo postmoderno que enterró los demonios de la burocracia, fundiendo su

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jaula de hierro? ¿Realmente nos encaminamos a un mundo incluyente, integrado y que
recompensa las realizaciones extraordinarias? ¿Es cierto que las organizaciones del nuevo
milenio son espacios de realización basados en el ejercicio de la libertad individual? ¿Hasta
dónde las organizaciones suponen la reducción drástica de sus estructuras y reglas de operación,
para favorecer el cultivo del conocimiento y el trabajo creativo e innovador? ¿En qué medida las
organizaciones postmodernas representan un arreglo social sustancialmente distinto, que rompe
definitivamente con las formas burocráticas que caracterizaron a la sociedad organizacional del
siglo XX? En otros términos, ¿qué prevalece de la modernidad y la burocracia y qué ha cambiado
en este presunto mundo postmoderno de reciente factura? Estas preguntas, y otras muchas que
podríamos seguir formulando, son cuestiones abiertas que requieren ser revisadas y discutidas
con rigor y detalle. Para avanzar en esta dirección, plantearemos en las siguientes páginas, de
manera inicial, breve y sumaria, nueve tesis básicas que muestran la naturaleza exacerbadamente
moderna de nuestras imaginadas realidades postmodernas.

TESIS 1
REPRESENTACIONES DE LA REALIDAD ORGANIZACIONAL

Los saberes sobre la organización son representaciones que norman y


prescriben la vida de las organizaciones a partir de las experiencias exitosas,
con lo que proyectan tan sólo, en el mejor de los casos, una visión parcial y
distorsionada de la realidad organizacional.

La proliferación discursiva en torno a las “viejas” realidades modernas o a las “nuevas”


“realidades” “postmodernas”, muestra el papel jugado por el conocimiento como representación
imaginaria de fenómenos cuando menos parcialmente inexistentes. La Teoría de la Organización
ha jugado un papel fundamental en este sentido, al pregonar y legitimar ciertas formas de
organización por encima de otras. El paradigma dominante a lo largo del siglo XX nos habló de
la existencia de un “one best way” organizacional fundamentado en la razón y la ciencia y, en
tanto tal, como principio de validez universal que no respeta historias, lugares y momentos
(Taylor 1903, 1911). Este paradigma, muy asociado a la metáfora mecanicista, exaltó la
importancia del cálculo y la racionalidad técnica para diseñar estructuras que garantizaran el
funcionamiento eficiente de las organizaciones. Sin embargo, existe suficiente evidencia histórica
que muestra que las cosas no sucedieron como lo indican los textos, que la aplicación del

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taylorismo o la conformación de la burocracia (Nelson 1979; Meiksins 1984; Jacoby 1985;
Dandeker 1990), fueron procesos altamente problemáticos, fuertemente permeados por las
condiciones locales en las que se aplicaron y sin alcanzar nunca, plenamente, su realización
prescrita.
Lo mismo sucedió con la llegada de la humanización del trabajo, nuevo paradigma que
desde los años sesenta pregonó la inminente muerte de la burocracia (Bennis 1966) y el
nacimiento de formas de organización más flexibles que potenciarían las capacidades humanas
sustentadas en el éxito psicológico y la autoestima (Argyris 1964). La metáfora orgánica se hizo
dominante, exaltando la armonía que se desprende de la acción humana libre y madura. El
liderazgo, la motivación y el clima organizacional transformaron el lenguaje de las
organizaciones, aunque nuevamente sin demostrar hasta dónde las nuevas formas de organización
alcanzaron su generalización (Zimbalist 1975; Nichols 1975). Por el contrario, prevalecen dudas
muy razonables en torno a los alcances de la reinvención de las organizaciones y se mantienen
importantes reclamos en torno al despotismo organizacional y sus formas más sutiles de control
(Parker y Slaughter 1988). Esta historia de cambios paradigmáticos y retóricos, y de incumplidas
promesas y aproximaciones parciales, se ha repetido hasta conducirnos hoy día al debate en torno
a las organizaciones en el nuevo siglo (Bennis y Mische 1995).
En este sentido, las recetas de moda de la Teoría de la Organización representan la
institucionalización de las soluciones exitosas alcanzadas por las empresas de punta, al enfrentar
diversidad de problemas en distintos ámbitos, como son el trabajo, la gestión, los mercados, la
tecnología, el medio ambiente y la política, por citar sólo los más relevantes (Clarke, Clegg e
Ibarra 2000). Estas representaciones omiten de sus narrativas todos los problemas; muestran el
mundo del éxito y las grandes realizaciones, pero no el de los fracasos y los resultados
inesperados, tratando de proyectar las formas de organización y las prácticas de tales empresas de
excelencia, como ejemplos a seguir (Peters y Waterman 1982). Dichas soluciones son adoptadas
por las empresas más pequeñas, por agencias del Estado y por organizaciones sociales muy
diversas, en su empeño por encontrar el camino del éxito, proyectándose también como
organizaciones “postmodernas”, aunque concreten su transformación sólo simbólicamente:
cambian el lenguaje, los mensajes y algunas de las formas de comunicación, pero el trabajo se
sigue realizando esencialmente de la misma manera, manteniéndose dividido, estandarizado,
jerarquizado, bajo control. En suma, la realidad social es mucho más compleja y diversa que las

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representaciones de las experiencias exitosas realizadas en distinto momentos a lo largo del
último siglo.

TESIS 2
CONTINUIDAD PARADIGMÁTICA EN LA TEORÍA DE LA ORGANIZACIÓN

La ruptura paradigmática entre organizaciones modernas y postmodernas es


sólo aparente. En su complejidad, las organizaciones y la sociedad se han
integrado siempre a partir del balance problemático entre estructura y acción,
mostrando que “lo viejo” sigue con nosotros y que “lo nuevo” no es tan nuevo.

Para ilustrar esta tesis realicemos una aproximación a lo que hoy se denomina como
“organización postmoderna” y que ha sido asumida como una realidad novedosa y emergente que
marcaría un indiscutible cambio de época. Hagamos un rápido recorrido partiendo de nuestro
presente “postmoderno” para dirigirnos hacia nuestra prehistoria de modernidad y burocracia.
Sinteticemos para ello la caracterización que Charles Heckscher realizara del modelo post-
burocrático de organización, que comprende doce aspectos básicos:

1. In bureaucracies, consensus of a kind is created through acquiescence to authority, rules, or


traditions. In the post-bureaucratic form it is created through institutionalized dialogue. [...]
2. Dialogue is defined by the use of influence rather than power: That is, people affect decisions based
on their ability to persuade rather than their ability to command. [...] the influence hierarchy is not
embedded in permanent offices, and is to a far greater degree than bureaucracy based on the consent
of, and the perceptions of, other members of the organization.
3. Influence depends initially on trust-on the belief by all members that others are seeking mutual
benefit rather than maximizing personal gain. [...] The major source of this kind of trust is
interdependence: an understanding that the fortunes of all depend on combining the performances of
all.
4. Because interdependence around strategy is the key integrator, there is a strong emphasis on
organizational mission. The trend has been to focus on what the company actually seeks to achieve
rather than on universalistic statements of values. [...] Employees need to understand the key
objectives in depth in order to coordinate their actions intelligently "on the fly."
5. In order to link individual contributions to the mission, there is widespread sharing of information
about corporate strategy, and an attempt to make conscious the connection between individual jobs and
the mission of the whole. This enables individuals to break free of the boundaries of their "defined"
jobs and to think creatively and cooperatively about improvements in performance. [...] Information
technology has greatly facilitated the dissemination of information. Since computer networks tend to
be quite open, this information often flows not just from the top down but is criticized and added to
from the bottom up. This process increases the credibility of the data being shared.
6. The focus on mission must be supplemented by guidelines for action: these, however, take the form
of principles rather than rules. [...] The use of principles carries a major advantage and a major danger.
The advantage is that principles allow for flexibility and intelligent response to changing
circumstances [...]. The danger is that this flexibility can be intentionally or unintentionally abused,

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threatening the integration of the system. The dangers are reduced by two mechanisms: the creation of
trust [...]; and by periodic reviews and discussions of the principles [...]. Post-bureaucratic or-
ganizations spend a great deal of time developing and reviewing principles of action.
7. Because of the fluidity of influence relations by comparison to offices and authority,
decision-making processes must be frequently reconstructed [...]. The choice of "who to go” is
determined by the nature of the problem [...]. Thus, processes are needed for deciding how to
decide-what might be called "meta-decision-making" mechanisms.
8. [...] influence relations are wider and more diverse, but also shallower and more specific, than those
of traditional "community." [...] Information systems have also facilitated the building of temporary
networks. [...]. [The] managers can maintain contacts with people whom they never meet face to face.
9. In order for a system of influence to function, there must be ways of verifying and publicizing
reputations. There must, therefore, be unusually thorough and open processes of association and peer
evaluation, so that people get a relatively detailed view of each others' strengths and weaknesses. [...]
10. A post-bureaucratic system is relatively open at the boundaries. A critical manifestation of this is
career patterns: Unlike the situation in large bureaucracies, there is no expectation that employees will
spend their entire careers in one organization. There is far more tolerance for outsiders coming in and
for insiders going out. [...] A second aspect of "openness" is the growth of alliances and joint ventures
among different firms.
11. The problem of equity acquires some new wrinkles. [...] In a post-bureaucratic order there is first
of all an effort to reduce rules, and concomitantly an increased pressure to recognize the variety of
individual performances. [...]
12. Time is structured in a distinctly different way from a bureaucracy. [...] A post-bureaucratic
system, by contrast, builds in an expectation of constant change, and it therefore attaches time frames
to its actions. One element in structuring a process is to determine checkpoints for reviewing progress
and for making corrections, and establishing a time period for reevaluating the basic direction and
principles of the effort. These time periods are not necessarily keyed to the annual budget cycle: They
may be much shorter or much longer, depending on the nature of the task. This flexibility of time is
essential to adaptiveness because the perception of a problem depends on putting it in the right time
frame. [...] The ability to manage varying time frames is a major advantage of the post-bureaucratic
system. (Heckscher 1994: 25-28)

Esta caracterización destaca el tamaño, la tecnología, la flexibilidad y la participación como


algunos de sus elementos más notables, pero también su integración a partir de una cultura
unitaria construida por la organización (Bergquist 1993). Además de preguntarnos, como lo
planteábamos en la tesis 1, sobre el número de organizaciones que se ajustan a esta
representación, debemos destacar que si algo caracteriza a esta narrativa es su poca originalidad.
En la literatura disponible se ha estado hablando, al menos desde hace cincuenta años, de la
importancia de la adaptación de los arreglos estructurales a las condiciones cambiantes de su
medio ambiente, de las nuevas tecnologías y la importancia creciente del conocimiento, y de la
flexibilidad, la participación y el trabajo en equipo. Incluso, es posible apreciar cada una de las
características de “esta nueva organización revolucionaria y vanguardista” (Nohria 1995: 156) en
los viejos escritos de Mary Parker Follett (Graham 1995). Baste acudir a algunos ejemplos que,
con variaciones, nos hablan de este “nuevo” dispositivo organizacional ya muy envejecido.

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Podemos retornar a mediados de los años sesenta, cuando Warren Bennis (1966) alcanzó
notoriedad al anunciar la ya muy cercana muerte de la burocracia y, como su complemento, el
triunfo de un modo de organización que potenciaría el crecimiento psicológico de las personas,
posibilitado por la constante adquisición de conocimientos en un ambiente de libertad que
facilitara su iniciativa y creatividad.
Una década antes, en los momentos en los que Daniel Bell (1969) sostuviera el
agotamiento de las ideas políticas como expresión de los cambios estructurales que conducirían a
la sociedad post-industrial, Burns y Stalker daban a conocer los resultados de una investigación
que ponía de manifiesto el impacto de la innovación tecnológica y las dificultades de las
organizaciones para adaptarse a contextos cambiantes e inciertos. Desde entonces se confrontaron
un modelo mecanicista –moderno, burocrático– y uno orgánico –postmoderno, flexible– (Burns y
Stalker 1959: 119-122).2
Mencionemos solamente otro antecedente más. El estudio empírico realizado por Alvin
Gouldner para analizar los efectos acarreados por la introducción de reglas burocráticas, le
permitieron considerar la existencia de distintos tipos de burocracia, entre los que se encuentra la
burocracia representativa, caracterizada por la participación y la solidaridad grupal (Gouldner
1954: 215-228). El trabajo en equipo, que no es un invento reciente, muestra la flexibilidad de la
organización social que se basa en la cooperación. Nos remite a formas tradicionales de
organizacional del trabajo que, como el artesanado, habían mostrado ya las virtudes de la hoy
denominada fórmula postmoderna. Esta apreciación muestra, al igual que en los casos anteriores,
una realidad organizacional que se constituye por estructuras y comportamientos que se
mantienen en tensión, expresando las inescapables incompatibilidades entre la organización
técnica y la humana (Mayo 1933, 1945; Roethlisberger y Dickson 1939) o entre el control y la
cooperación (Barnard 1938).
Desde sus orígenes como disciplina, éste ha sido el problema fundamental de la Teoría
de la Organización, el de diseñar sistemas sociales para el trabajo en los que se requiere encontrar
un balance entre la estructuración de las conductas y la libertad de acción. La novedad de la
organización postmoderna se encuentra, en todo caso, en las peculiaridades que los tiempos que
corren imponen a este balance, y en las soluciones que ha proporcionado para garantizar su
funcionamiento adecuado.

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TESIS 3
EL SENTIDO PROFUNDO DE LA BUROCRACIA

Bajo esta perspectiva, el problema no se encuentra en la burocracia sino en la


manera en la que ella es o ha sido generalmente comprendida, mostrando el
predominio de una representación despectiva que poco tiene que ver con su
existencia cotidiana y su funcionamiento continuado hasta nuestros días.

El término burocracia fue generalmente asociado a los problemas de ineficiencia de los grandes
aparatos administrativos, generalmente los del Estado, en una época en la que se transitó hacia la
edificación del Estado del bienestar como consecuencia de la crisis de 1929. En el imaginario
social, este término implicaba ineficiencia, corrupción y falta de ética (Du Gay 2000). A nivel
teórico conducía al análisis de las disfunciones burocráticas, mostrando nuevamente la escisión
entre la regla formal y los comportamientos y prácticas de los funcionarios (Merton 1940;
Selznick 1943). Esta fue una de las razones del abandono del término “burocracia” y su
sustitución por el de “organización”, concepto más ambiguo que daría lugar, a mediados de los
cincuenta, a la institucionalización de la Teoría de la Organización (Selznick 1948; Ibarra 2000).
De esta manera fue posible restituir legitimidad a una realidad organizacional formalmente
estructurada, desechando las connotaciones políticas asociadas a sus disfunciones y excesos
(Etzioni 1964; Urwick 1967). Este concepto presentaba dos ventajas fundamentales. Por una
parte, se trata de un concepto general y abstracto (Barnard 1948; Urwick 1976) que permitiría
analizar realidades organizacionales muy distintas –empresas, hospitales, prisiones,
universidades, etc. (March y Simon 1958)– a partir de la comparación de ciertas variables y
factores estructurales, considerando su grado de adaptación a su medio ambiente (Pugh y
Hickson 1963-1972). Por la otra, se trata de un concepto que proyecta la realidad de las
organizaciones como realidad no problemática, es decir, como un asunto de diseño técnico
propio de especialistas, con la finalidad de garantizar la máxima eficiencia y, en consecuencia, el
bienestar de la sociedad.
Las promesas de la modernidad quedaban garantizadas a partir del nacimiento de “la
organización” como ordenamiento estructural que representa la capacidad de los hombres para
dominar a la naturaleza mediante el ejercicio de la razón. El progreso sería la recompensa de tales
esfuerzos de ordenamiento racional. Su contrapartida, el atraso, asociado a formas tradicionales
de organización social, exigiría la instrumentación de procesos de modernización basados en el

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conocimiento experto. Tan apelados, tanto ayer como hoy en nuestros países latinoamericanos,
ellos encierran la promesa venida de fuera para alcanzar la condición de ciudadanos modernos
del mundo global, garantizando la realización del proceso civilizatorio que nos desprenda de
nuestro origen bárbaro. Serán los expertos los que determinen los caminos que habremos de
seguir para desterrar las patologías locales, permitiendo así el libre funcionamiento de las reglas
de organización, como fundamento natural del sistema social (Parsons 1951).
La organización, como realidad típicamente moderna, supuso la reinvención de la
burocracia como sistema de reglas capaz de superar sus desviaciones. El análisis objetivo y
riguroso de sus condiciones de operación permitiría remover los obstáculos, para edificar un
sistema racional sustentado en la norma, que permitiera conducir los comportamientos, aceptando
ciertos márgenes de libertad.

TESIS 4
TRANSFORMACIONES CLAVE DE LA BUROCRACIA

Si bien la burocracia es la expresión plena de la organización de la vida social


en la modernidad, esta ha experimentado transformaciones que la han
conducido a su funcionamiento eficaz e imperceptible, al grado de hacernos
creer que ella no se encuentra ya entre nosotros.

Herbert A. Simon fue el artífice de la salvación de la burocracia (Simon 1945). Comprendió


plenamente las características de la llamada sociedad organizacional y de la compleja
arquitectura artificial desde la que funciona, estructurando y reestructurando los campos de
acción de los individuos que la integran (Simon 1968, 1977). La estructuración de los
comportamientos a partir de la operación de sistemas abstractos, integrados por normas
estandarizadas adecuadamente interiorizadas por los individuos, se presenta como la clave
organizacional para edificar una burocracia eficiente, es decir, un sistema de reglas que funcione
adecuadamente, siempre más allá de vicios y desviaciones. Se trata de la institucionalización de
rutinas de trabajo y reglas de conducta que posibiliten la normalización de los comportamientos.
Mediante la regulación de la existencia individual, opera el combate a la incertidumbre, una de
cuyas fuerzas mayores se encuentra precisamente en el ejercicio de la libertad.
Dos elementos clave permitieron a Simon resolver las dificultades que hasta mediados
del siglo XX enfrentó la burocracia. En primer lugar, comprendió que la racionalidad del

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accionar humano debe reconocer sus límites cognitivos (Simon 1983). Uno de sus componentes
fundamentales se encuentra en los valores y preferencias que el individuo asume como resultado
de sus intuiciones y emociones. Es responsabilidad de la organización, como red informático-
comunicacional compleja, educar y conducir los gustos y percepciones de las personas, para lo
cual debe diseñar un medio ambiente psicológico adecuado, que propicie ciertos
comportamientos. Se trata con ello de alcanzar un diseño en el que se acoplen adecuadamente las
necesidades de la organización a los comportamientos de sus integrantes, haciendo del sistema
una arquitectura socio-técnica compleja.
En segundo lugar, comprendió las potencialidades asociadas a las nuevas tecnologías
de información, pues ellas permitirían transformar la rigidez estructural de la burocracia en una
arquitectura que desbordara los límites espacio-temporales que la sujetaban, permitiendo su
ajuste automático. En este sistema, por tanto, el individuo sería tan sólo uno de sus componentes.
Gracias a la introducción de las computadoras y a su acelerada transformación desde entonces y
hasta nuestros días (Simon 2002), la organización burocrática alcanzaría una flexibilidad
funcional cada vez mayor, en la que el programa sintetiza rutinas, procedimientos y ajustes con
un alto grado de efectividad. Como sistema autorregulado, alimentado por constantes flujos de
información sobre las variables del medio que escapaban parcialmente al control de la
organización, la incertidumbre se convertía finalmente en un aspecto manejable con el que se
podría lidiar. El aprendizaje transformaría a la estandarización en un componente dinámico, pues
la retroalimentación indicaría los momentos en los que se harían necesarios los ajustes y
modificaciones, para mantener al sistema funcionando adecuadamente bajo las condiciones de su
entorno (Simon 1991).
La burocracia como forma de organización avanzaba en complejidad, adquiriendo la
capacidad de adaptación de la que había carecido. Su mayor logro fue el diseño de una
arquitectura que sintetizaba, de manera armónica, las estructuras como programas de acción a lo
largo del tiempo, y los comportamientos esperados de los individuos al ponerlos en operación.
Desde entonces, el diseño de sistemas de regulación social cada vez más complejos ha dado
cuenta de la condición de la modernidad, de su flexible burocratización.

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TESIS 5
EL IMPERATIVO ORGANIZACIONAL

La modernidad se encuentra atravesada por un imperativo organizacional


inescapable, la necesidad de organizarse-reorganizarse permanentemente, a
partir de sistemas de reglas que se han ido autonomizando de los individuos,
hasta constituirse en modos de gobierno que controlan las conductas,
garantizando cierta normalidad social.

La importancia de los aportes de Simon se hará evidente en la medida en la que reconozcamos el


imperativo organizacional que enfrentan la modernidad y la burocracia en el nuevo siglo. Dos
son sus características más relevantes. Por una parte, destaca el carácter dinámico de la
burocracia, es decir, la esencia del movimiento para garantizar la organización de la vida social
en la modernidad. Es posible afirmar que las organizaciones operarán cada vez menos con
estructuras ordenadas y estables, para funcionar como sistema en movimiento que buscan su
adaptación como respuesta a las exigencias de su medio. El imperativo organizacional indica que
la condición de la modernidad ha dejado de ser –que tal vez nunca lo fue o que sólo lo fue como
momento transicional– su organización, ese orden estructurado fundamentado en normas
instituidas que se mantienen por largos períodos de tiempo, para reconstituirse como su estado
permanente de des/re/organización, ese proceso incesante de recreación de sus estructuras como
resultado de los flujos e intercambios entre fuerzas en tiempo real y a distancia.
El movimiento creciente de las estructuras, nos lleva a la segunda característica del
imperativo organizacional de la modernidad, a la creciente autonomización de los sistemas, que
escapan cada vez más del alcance de los individuos para controlarlos. Esta tendencia, muy
asociada al desanclaje del espacio y el tiempo (Giddens 1993) y a la condición reflexiva de la
modernidad (Beck 1998), conduce a la diferenciación y a la individualización, ambos aspectos
que requieren de la operación de dispositivos de organización cada vez más sofisticados y
precisos, pero por ello mismo crecientemente independizados del control de sus creadores, que se
vuelven amos vulnerables ante su propia obra.
Esta paulatina y creciente autonomización muestra la esencia del conocimiento técnico y
sus inmensas bases de datos, cuya complejidad los sitúa cada vez más como territorio
impenetrable al que sólo tienen acceso los expertos hiperespecializados; y aún ellos se ven en
problemas, pues no hay experto que todo lo sepa, por lo que éste debe confiar en la eficacia de los

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sistemas y dispositivos que no conoce, o en la veracidad de los datos con los que operan,
aceptando los saberes que escapan a su especialidad, o de aquellos que, aunque dentro de su
competencia, han sido transformados por otros especialistas con los que ha debido entrar en
contacto. Así, la modernidad implica hoy una sociedad basada en sistemas expertos muy
complejos que se autonomizan cada vez más de la “microsabiduría” que los posibilitó, generando
beneficios indiscutibles, pero produciendo también avatares que son cada vez más difíciles de
anticipar, comprender y enfrentar (Perrow 1984; Weick y Sucliffe 2001).
En suma, la modernidad a lo largo del último siglo puede ser entendida como una etapa en
el que se han ido profundizando las capacidades de manejo de lo particular, digamos, de una muy
precisa diferenciación y control del tiempo y el espacio, que crea ámbitos autonomizados que
circunscriben la acción humana mediante la operación automática, autorregulada, de sistemas y
procedimientos.

TESIS 6
LA SOCIEDAD DE CONTROL

La creciente capacidad de conducción que se deriva de la operación de sistema


abstractos bajo los que se estructuran los campos de acción ha conducido a
una sociedad de control que opera más allá de las fronteras de las
organizaciones, en los territorios abiertos a los que concurren empresas,
ciudadanos y consumidores.

El control ha sido siempre, en la modernidad, su pieza indispensable; éste persigue reducir, tanto
como sea posible, la incertidumbre que pone en riesgo la viabilidad de la operación continuada de
las organizaciones y el cumplimiento de sus finalidades preestablecidas. Los sistemas complejos,
al operar bajo diseños que escapan del control de los individuos, se dirigen al cumplimiento de
ciertas finalidades sobre las que es cada vez más difícil incidir; no aceptarlas implicaría quedar
excluido. El terreno de la acción individual queda restringido, por tanto, a la determinación de los
medios. Al actuar, los individuos lo hacen bajo el precepto de la “autonomía práctica” (Peters y
Waterman 1982), es decir, movilizan sus conocimientos y su innovación para determinar los
mejores caminos que permitan cumplir con tales finalidades, pero siempre dentro de límites
fijados por el sistema.
A pesar de ello, el mayor factor de inestabilidad y, en consecuencia, el elemento que
más vulnera a los sistemas instituidos, sigue siendo la libertad individual, esa que se compromete

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con sus propias finalidades buscando nuevas opciones que desafían los modos de organización en
los que debe operar, mediante la desobediencia contingente o la resistencia estructural. Para
combatirlas, la sociedad ha contado con la administración como ese conjunto intencionado de
reglas, prácticas y símbolos que conducen las conductas, acotando los grados de libertad de cada
individuo según su posición en el sistema. El manejo del espacio y el tiempo ha sido elemento
estratégico para este propósito (Ibarra 1995).
Este proceso se ha hecho más complejo con el paso del tiempo, al contemplar
inicialmente sistemas de vigilancia directa en el lugar de trabajo que pronto probaron sus
limitaciones y, más adelante, mediante programas que trataban de incidir en la percepción y las
preferencias de los individuos en sus entonos más inmediatos (Ibarra 1994). El encierro
disciplinario, con su dispositivo panóptico, ejerció una fuerte influencia otorgando a la burocracia
ese perfil despótico e inflexible que la caracterizó en el siglo XX (De Gaudemar 1982). Sin
embargo, hoy nos encaminamos a formas de control más diseminadas y abiertas, que penetran
imperceptiblemente toda la capilaridad social, bajo el principio de la “libertad supervisada” que
permite actuar con autonomía, pero siempre dentro de los márgenes dispuestos. Esta transición de
la sociedad disciplinaria a la sociedad de control supone un ejercicio difuso del poder sobre
amplios territorios en los que los individuos ejercen su libertad de actuar.3 Ese poder es el que
implican los sistemas y procedimientos autonomizados de los que hablamos en la tesis anterior, y
que marca las reglas del juego.
El control no se mantiene ya sólo dentro los límites de las organizaciones, pues ellas
mismas se constituyen cada vez más como zonas de tránsito y espacios momentáneos de
articulación. Sus territorios son los llamados “mercados naturales” o aquellos que,
confeccionados artificialmente desde las esferas gubernamentales, regulan los comportamientos
mediante la competencia por recursos escasos y el desempeño. Son los territorios abiertos de la
globalización, zonas reservadas para quienes estén dispuestos a actuar bajo sus reglas, sin
transgresiones, aceptando la legalidad aleatoria de la competencia y sus instituciones de
regulación.
Se trata de un control difuso que rinde culto al programa y al procedimiento, abriendo
las puertas a la dictadura de los números, que reducen a cada organización, grupo o individuo al
registro de sus cuentas y realizaciones (Miller y O’Leary 1987). Estamos en presencia de ciertas
prácticas que marcan los modos de existencia individual (Alvesson y Willmott 2002); la libertad

13
de acción, sin más finalidad que la de ganar, juega un papel fundamental, pues permite competir
para obtener capacidades de acceso y tránsito distintas frente a los demás.

TESIS 7
ESTADO ORGANIZADOR

La sociedad opera bajo modos de gobierno que proyectan el imperativo


organizacional a las esferas del Estado, que ve modificadas su forma y
funciones para constituirse como eslabón organizacional que propicia la auto-
regulación de los territorios abiertos en los que actúan los agentes de la
sociedad.

La sociedad ha conformado modos de gobierno basados en la operación de reglas abstractas y


sistemas estandarizados de aplicación general que funcionan de manera auto-regulada,
permitiendo que cada cual encuentre su lugar de acuerdo con los estándares de su desempeño en
la realización de finalidades pre-dadas. Se trata de la operación de tecnologías liberales de
regulación basadas en mercados que posibilitan la competencia individualizada, reconstituyendo
el sentido social del trabajo, que queda reducido a simple medio para acceder al consumo.
La operación de los mercados globales bajo una estructura de regulación supranacional4
ha significado la propia reinvención del Estado bajo los principios de la organización
postmoderna. Sus versiones más populares corresponden a la Nueva Administración Pública y el
gobierno empresarial (Du Gay 2000), promoviendo el adelgazamiento del Estado y la
redefinición de sus modos de intervención en la economía y la sociedad. Como lo muestran
Osborne y Gaebler, el embate postmoderno alcanza a las agencias del Estado, impulsando nuevas
formas de organización de inspiración empresarial:

La mayoría de los gobiernos empresariales promueven la competencia entre los proveedores de


servicios. Delegan el poder en los ciudadanos al despojar a la burocracia del control y dárselo a la
comunidad. Evalúan el desempeño de sus agencias, centrándose, no en los insumos, sino en los
resultados. Los impulsan sus objetivos, sus misiones, y no las normas y los reglamentos. Redefinen a
sus beneficiarios como clientes y les ofrecen opciones: diversidad de escuelas, de programas de
capacitación, de viviendas. Previenen los problemas antes de que surjan, en vez de limitarse a ofrecer
sus servicios después de los hechos. Se empeñan en ganar dinero, no solo en gastarlo. Descentralizan
la autoridad, adoptando la administración participativa. Prefieren los mecanismos de mercado a los
burocráticos. Y no se ocupan únicamente de prestar servicios públicos, sino de involucrar a todos los
sectores –público, privado y voluntario– en acciones que resuelvan los problemas de su comunidad.
(Osborne y Gaebler 1992: 47)

14
Se trata de crear un gobierno eficaz, que se convierta en agente promotor de la competencia y
organizador de los mercados. En su nuevo papel debe entregar el control de la economía y la
sociedad a los individuos y grupos con iniciativa y capacidad emprendedora, limitándose a
posibilitar la creación de nuevas agencias autónomas y estructuras o redes de regulación basadas
en criterios de mercado. De lo que se trata es de organizar nuevos espacios de acción que
funcionan como mercados y en donde la regulación de la competencia sea conducida a distancia
por entidades privadas para aprovechar, se afirma, su mayor flexibilidad, sensibilidad y
dinamismo (Blundell y Robinson 2000).
El gobierno cumple, en consecuencia, una función organizadora mediante la que se
facilita la estructuración de los campos de acción de los agentes sociales, por lo que se puede
desprender del gran aparato burocrático que requirió en las épocas de las políticas del bienestar.
Esta “empresarialización” del Estado, y de otras instituciones sociales que ahora funcionan
también como proveedoras de servicios en mercados específicos,5 se fundamenta nuevamente en
esa lógica mercantil que promete acciones de gobierno transparentes, eficaces y equitativas, y una
rendición de cuentas que permita determinar si sus actos se ajustan a los criterios
internacionalmente establecidos de “buen gobierno” (FMI, 1997).
En consecuencia, en la sociedad de control, el Estado tampoco escapa de esta lógica. Su
eficacia y su legitimidad dependerán de la capacidad que muestre para producir gobernabilidad,
es decir, para establecer con los agentes sociales las reglas de convivencia sobre las que operarán
el intercambio y la colaboración. Su flexibilidad descansará en la capacidad de sus agencias para
responder con efectividad a las demandas del medio, es decir, en la existencia de programas
efectivos que se activen de manera automática ante el estimulo recibido. En suma, el Estado deja
de funcionar como poder sobre la sociedad, para constituirse en elemento integrador de algunos
de los sistemas complejos bajo los que opera la modernidad.

TESIS 8
INCORPORACIONES Y REDES

La transformación de la burocracia ha sido posible gracias al enlace y las


incorporaciones, como procesos en los que cada individuo, oficina o empresa,
funcionan como nodos de complejas redes informático-comunicacionales que
operan en tiempo real y a distancia. El archivo cede su lugar a la memoria y el
burócrata es sustituido por el cibernantropo.

15
De acuerdo con todo lo que ya hemos establecido, es posible afirmar que la burocracia no
desaparece, que simplemente se va recomponiendo para transformar su dureza tradicional en
conveniente suavidad, al incrustarse en los propios individuos que funcionan como archivos
vivientes, dando lugar al cibernantropo con sus implantes maquínicos, su flexibilidad controlada
y su tendencia al cálculo y el equilibrio (Lefebvre 1980). Pasamos así de la rigidez de la
jerarquía, el puesto o la autoridad formal a la flexibilidad de los objetos nómadas (Attali 1992),
artefactos portátiles desde los que se reconstituye el sujeto moderno, que extiende sus
potencialidades enlazándose sistémicamente mediante celulares, notebooks, personal database
assistants, tarjetas de memoria, y cualquier otra extensión del cuerpo que lo convierta en una
máquina humana más perfecta, más productiva, adaptable y eficaz.
De esta manera se eliminan la fijeza y la materialidad de los archivos, que encuentran en
los cuerpos tecnologizados los puntos de enlace para el almacenamiento, procesamiento y
transmisión instantánea de la información. Se trata de una sociedad desterritorializada, in-corpor-
ada, en la que las fronteras ceden su lugar a las zonas de transito y los espacios borrosos,
haciendo de la organización una condición menos tangible, más precaria, pero por ello mismo
más estratégica, de la mayor importancia.
No vemos a la burocracia, pero ella se mantiene en su lugar. Lo que sucede es que ahora
opera de otra manera y con otros medios, potenciando como nunca antes sus posibilidades y su
efectividad. Ella funciona gracias al movimiento, flujo incesante de datos, símbolos y cuerpos, y
con éste, gracias a la capacidad de adaptación y respuesta, a la incesante des-organización como
necesidad constante de re-organización, experimentando un estado de agitación que nunca
alcanza la estabilidad o el reposo. Esta es la ambivalencia de la modernidad y su constante
destrucción creativa.
No se trata ya, en sentido estricto, de la sociedad organizacional de la jaula de hierro
pregonada hace casi un siglo (Weber, 1922), sino de una sociedad-en-red en la que se producen y
recomponen enlaces y nodos, propiciando flujos que acrecientan la flexibilidad y el riesgo.
Entendida en este sentido preciso, y sólo en éste, estaríamos frente a una sociedad post-
organizacional, pues dejó atrás la fijeza de sus estructuras y la inamovilidad de sus normas. Se
trata en realidad de una sociedad que ha llevado a sus extremos máximos la operación de la
racionalidad instrumental, sintetizando infinidad de saberes que han producido sistemas
autonomizados que regulan la existencia humana. El “post” de la retórica organizacional es, en

16
realidad, un “hiper”, pues más que establecer un punto de inflexión o ruptura que supondría el
cambio en la direccionalidad de la modernidad, denota la permanencia persistente de un “antes”
perfeccionado. Es la misma modernidad que mantiene su mismo rumbo, aunque lo hace bajo
formas distintas, transformando su jaula de hierro burocrática en un sistema abierto de control
total.

TESIS 9
EL ADIESTRAMIENTO EN LA “SOCIEDAD DE CONOCIMIENTO”

Bajo la figura del cibernantrópo o el “e-bureaucrat” el trabajo se transforma


al incorporarse en complejos sistemas de producción y circulación material y
simbólica basados en el conocimiento. El conocimiento se constituye como
recurso estratégico ya que representa el único medio para operar en un
sistema de gran complejidad técnica que se transforma permanentemente,
exigiendo un constante re-aprendizaje.

El trabajador de conocimiento es ícono de los discursos postmodernos, pues representa la


personificación de las virtudes de la flexibilidad, el cambio, la adaptación, la innovación y la
creatividad. El conocimiento utilizable se constituye en la fuerza productiva fundamental,
mientras que aprender significa adquirir una ventaja competitiva en el mercado de las
profesiones y la posibilidad de supervivencia y movilidad. Sin embargo, no se trata de cualquier
conocimiento ni necesariamente tiene que ver con lo que antes denominábamos como
“sabiduría”.
A nivel organizacional, el conocimiento debe ser utilizable, es decir, su valor radica en
su aplicabilidad, en la capacidad transformadora que implica su uso para provocar ventajas frente
a los competidores. Es un conocimiento que se genera en el laboratorio y que posee un valor
creciente en los mercados emergentes del conocimiento. Su producción requiere nuevas formas
organizativas que potencian la creación de valor en términos mercantiles (Gibbons et al. 1994).
Pero comprende también el conocimiento producido en la acción, como capacidad para aprender
de las experiencias, que deben ser integradas de manera explícita como capital disponible en la
memoria organizacional (Senge 1990).
En el caso de los individuos, se trata de un conocimiento que permita operar, es decir,
manejarse adecuadamente entre las redes en las que participa y mediante las que interactúa con
otros, manejando diestramente los programas que las enlazan. La constante modificación de los

17
sistemas implica estar al día, es decir, saber hacer con otros bajo las nuevas condiciones. Se trata
de hablar un mismo lenguaje, de estar en condiciones de comunicarse y comprender las tareas a
partir de los códigos en uso. Este conocimiento enfatiza, por tanto, el know how en red, pues las
propias realizaciones dependen no sólo del desempeño sino de la capacidad de inserción. Implica
un adiestramiento constante para saber cómo funcionan las cosas, comprendiendo las reglas
abstractas que gobiernan al sistema, aunque se prescinda del conocimiento de los fundamentos
que posibilitan su operación. La producción de software expresa muy bien este tipo de
conocimiento y su condición hiperestandarizada, que exige el dominio de un modo de
razonamiento abstracto aunque se encuentre vaciado de sustancia.
Las organizaciones posmodernas y sus nodos, los cibernantropos, operan bajo un
conocimiento que se integra esencialmente por flujos de información que deben comprender y
asimilar para estar en condiciones de operar. Saberes distintos, que procuren la comprensión del
mundo y sus sueños postmodernos, al carece de toda función práctica, resultan absolutamente
prescindibles, pues su cultivo nada puede otorgar en el mundo del trabajo, el desempeño y el
éxito individual, excepto un poco de libertad.

PARA CONCLUIR

DISIMETRÍAS DEL SUEÑO POSTMODERNO

Hace falta mucha investigación empírica para determinar hasta dónde la denominada
organización post-burocrática y su presunta sociedad post-moderna se han apropiado del mundo.
Sin duda hay espacios que operan bajo esta lógica en la que los principios organizativos de la
modernidad han alcanzado un grado de realización y efectividad extremos. Seguramente las
grandes corporaciones trasnacionales que operan en el planeta, gozan de las flexibilidades que
detallan las retóricas postmodernas, y con ellas sus trabajadores de conocimiento. En ellas fueron
probadas y han operado la reingeniería, la creciente tecnologización del trabajo, y la operación en
redes de enlace virtual que posibilitan transacciones instantáneas a lo largo y ancho del planeta.
Nos maravillamos con cada avance tecnológico que, en instantes, se ve sustituido por otro que lo
supera; accedemos a los mercados con la intención de apreciarlos y valorar su compra, en medio
de mercancías venidas de todos lados que amplían nuestras opciones de decisión; soñamos con el
trabajo de excelencia, que aporta su creatividad e innovación para generar, al lado de otros, la
riqueza que habrá de ser compartida; nos alegra el trabajo en equipo pues funciona sobre una

18
base reflexiva en la que el conocimiento subordina a la autoridad y la colaboración a la
jerarquía... En fin, se trata de un nuevo mundo feliz que promete la paulatina incorporación de
quienes aún no disfrutan de los beneficios postmodernos, en la medida en la que se concrete la
integración global.
Nos podemos a estas alturas sino preguntarnos ¿quiénes?, ¿cuántos?, ¿dónde?... para
despertar de este sueño postmoderno y mirar al mundo desde otros senderos. ¿Cuántas empresas
operan como organizaciones postmodernas? ¿De cuántos trabajadores de conocimiento estamos
hablando? ¿En qué países se han generalizados estas formas de organización proyectando la
realización, así sea parcial, de la anhelada desburocratización? ¿Qué sucede con quienes no
habitan los territorios de las organizaciones postmodernas?, ¿en donde están?, ¿a qué se dedican?
¿Cuál ha sido el alcance e impacto real de las nuevas tecnologías de información y cuántas
empresas y organizaciones participan verdaderamente de sus redes de intercambio? ¿Cuántos
gobiernos han sido realmente reinventados, produciendo aparatos eficaces y legítimos que
faciliten realmente la organización de la economía y la sociedad, para procurar un desarrollo más
equitativo e incluyente?
A pesar de que este mundo se [re-]presenta como la expresión y síntesis de la
globalización postmoderna, el mismo no opera de manera homogénea, ni se ha desarrollado por
igual en cada rincón del planeta. Ni todo país, ni toda empresa, ni todo trabajo, ni cada ciudadano
del mundo o habitante de la tierra adquieren el sello “postmoderno”. A pesar de las innegables
transformaciones de la burocracia y de los nuevos modos de organización y operación de la
modernidad, aún prevalecen muy amplios espacios en los que no cabe el automatismo social.6
El mundo es hoy un conjunto de espacios estructurados a partir de sistemas de reglas
abstractas autonomizadas que gobierna la conducta social, haciendo de cada individuo incluido
un transistor del cerebro global. Cada cual tiene asignadas sus tareas y sus lugares, y las
coordenadas de sus trayectorias y desplazamientos, actuando en un ambiente en el que se cultiva
permanentemente un sentimiento de autodeterminación y libertad. Para el resto, para los
excluidos, los que no califican, habrá que esperar un nuevo ciclo de ensoñación que les
proporcione alguna oportunidad.
Contra la tesis que plantea el advenimiento de una sociedad postmoderna integrada por
organizaciones post-burocráticas, hemos propuesto nueve tesis para mostrar que lo que ha
experimentado el mundo es la profundización de las tendencias que en el siglo XX se apreciaron

19
como propias de la modernidad y la burocracia. Ellas son punto de partida para discutir si la jaula
de hierro se ha concretado plenamente, si ella ha dado lugar a una sociedad de control que opera
en los territorios abiertos de los mercados.

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Notas
*
Este documento ha sido elaborado como material de discusión “Reconstruyendo instituciones bajo incertidumbre:
definiendo a las organizaciones en el nuevo siglo” organizado por la revista Gestión y Política Pública y la
División de Administración Pública del Centro de Investigación y Docencia Económicas, A. C., Auditorio
Cuajimalpa, 15 y 16 de enero de 2004. Se trata de un documento preliminar en proceso de elaboración por lo que
se solicita no difundir ni citar. Asimismo, el lector debe advertir que la bibliografía citada es únicamente indicativa
de la gran cantidad de textos publicados que podrían representar adecuadamente cada una de las posturas teóricas
señaladas. Debido a que es importante ubicar los textos en el momento preciso de su publicación, referimos el año
original de la publicación y en la bibliografía añadimos el año consultado cuando este es distinto.
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El autor es doctor en sociología por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, profesor Titular “C”
de tiempo completo del Área de Estudios Organizacionales de la UAM-Iztapalapa y profesor del posgrado en
Estudios Sociales de la misma institución. Además, coordina actualmente el Programa de Educación Superior del
Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades de la UNAM. Ha publicado diversos
libros, ediciones y artículos en el campo de los Estudios Organizacionales tanto en México como en el ámbito
internacional. Entre sus obras más recientes se encuentran Global Management: Universal Theories and Local
Realities y La universidad en México hoy: gubernamentalidad y modernización. Es Investigador Nacional nivel II
del Sistema Nacional de Investigadores y miembro regular de la Academia Mexicana de Ciencias.
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La novedad de los discursos postmodernos es sólo aparente y cuenta con antecedentes y precursores que nos
remiten al siglo XIX (Best y Kellner 1991). En el campo de la Teoría de la Organización vale la pena mencionar,
por ejemplo, las anticipaciones de Drucker (1957) y Etzioni (1968).
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Citemos las características del modelo orgánico de Burns y Stalker para que el lector las pueda confrontar con las
descritas por Heckscher:
(a) the contributive nature of special knowledge and experience to the common task of the concern;
(b) the 'realistic' nature of the individual task, which is seen as set by the total situation of the concern;
(c) the adjustment and continual re-definition of individual tasks through interaction with others;
(d) the shedding of 'responsibility' as a limited field of rights, obligations and methods. (Problems may
not be posted upwards, downwards or sideways as being someone's else's responsibility);
(e) the spread of commitment to the concern beyond any technical definition;
(f) a network structure of control, authority, and communication. The sanctions which apply to the
individual's conduct in his working role derive more from presumed community of interest with the
rest of the working organization in the survival and growth of the firm, and less from a contractual
relationship between himself and a non-personal corporation, represented for him by an immediate
superior;
(g) omniscience no longer imputed to the head of the concern; knowledge about the technical or
commercial nature of the here and now task may be located anywhere in the network; this location
becoming the ad hoc centre of control authority and communication;
(h) a lateral rather than a vertical direction of communication through the organization, communication
between people of different rank, also, resembling consultation rather than command;
(i) a content of communication which consists of information and advice rather than instructions and
decisions;
(j) commitment to the concern's tasks and to the 'technological ethos' of material progress and
expansion is more highly valued than loyalty and obedience;
(k) importance and prestige attach to affiliations and expertise valid in the industrial and technical and
commercial milieux external to the firm (Burns y Stalker 1959: 121-122)
Los puntos de contacto resultan evidente.

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Deleuze explica la sociedad de control cuando señala:
No es preciso apelar a la ficción científica para concebir un mecanismo de control capaz de
proporcionar a cada instante la posición de un elemento en un medio abierto, ya sea un animal dentro
de una reserva o un hombre en una empresa (collarín electrónico). Félix Guattari imaginaba una ciudad
en la que cada uno podía salir de su apartamento, de su casa o de su barrio gracias a su tarjeta
electrónica (dividual) mediante la que iba levantando barreras; pero podría haber días u horas en los
que la tarjeta fuera rechazada; lo que importa no es la barrera, sino el ordenador que señala la posición,
lícita o ilícita, y produce una modulación universal. (Deleuze 1990: 284)

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Nos referimos al importante papel que juegan el Grupo de los Siete (G-7) y los organismos financieros
internacionales en el diseño y conducción de las nuevas reglas de intercambio en el planeta, aspecto sobre el que
no podemos abundar en este momento. Para una discusión al respecto, pueden consultarse el libro Imperio de
Hardt y Negri (2000) y los debates que se han suscitado en torno a sus tesis fundamentales (Borón 2002;
Balakrishnan 2003).
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Baste revisar las transformaciones recientes de la universidad y su paulatina incorporación a mercados
artificialmente diseñados por el Estado, siempre sobre la base de la competencia por recursos escasos obtenido a
partir de la evaluación en términos del apego a la norma (Ibarra 2001). Procesos similares se aprecian en el sector
salud, la vivienda, la protección ecológica y la cultura, por señalar los más visibles. Esto sucede también en otros
espacios sociales tradicionalmente atendidos por el Estado y que hoy operan como mercados. Este es el caso, por
ejemplo, de la administración de la pobreza o del combate a la delincuencia.
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Existe una abundante literatura que muestra que el mundo postmoderno es, cuando menos, una ficción. Anotemos
tan sólo de manera provisional y a título indicativo algunos de los datos que aportan:
• Las cien mayores multinacionales dominan ahora casi un 20 % de las propiedades extranjeras en el
mundo; de las cien mayores economías mundiales, 51 son empresas, y 49, Estados nacionales. La cifra
de ventas de Ford y General Motors supera el PIB de todo el África subsahariana; el patrimonio de
IBM, BP y General Electric aventaja la potencia económica de muchas naciones pequeñas, y los
ingresos del supermercado estadounidense Wal-Mart sobrepasan los de la mayor parte de los Estados
del este y el centro de Europa [...]. Y el tamaño de las empresas no deja de aumentar. [...] Cada fusión
aventaja a la anterior, y es raro que los gobiernos pongan obstáculos. Cada fusión confiere aún mayor
poder a las empresas. (Hertz 2001: 19)
• [...] las 200 megacorporaciones que prevalecen en los mercados mundiales registran ventas por un total
combinado mayor que la totalidad de los países del planeta excepto los nueve mayores (Boron 2002:
47)
• En 1995, el número de ordenadores personales en uso era de alrededor de 180 millones en todo el
mundo, para una población global cercana a los 6,000 millones de individuos. La posibilidad de
acceder a Internet estaba limitada entonces a un 3 por 100 de las personas. En 1995, sólo un pequeño
número de países ricos, que representaban al rededor del 15 por 100 de la población mundial, poseía
más o menos las tres cuartas partes de las líneas telefónicas, sin las cuales no puede accederse a
internet... más de la mitad del planeta no había usado jamás un teléfono: en 47 países no había más de
una sola línea de teléfono por cada cien habitantes. En toda Africa negra hay menos líneas telefónicas
que en la actualidad en Tokio, o que en la isla de Manhattan, en Nueva York... En enero de 1996, se
estimaba que el 60 por cien de los diez millones de ordenadores ligados a Internet pertenecían a
estadounidenses. (Ramonet 1997: 225)
• Recordemos brevemente, con algunos datos ilustrativos, los saldos de la aplicación de una de las
tecnologías más celebradas del management durante la última década, la reingeniería: General Motors
ha cerrado en años recientes 21 fábricas en los Estados Unidos, lo que significó el despido de 20 mil
obreros y 10 mil empleados, dejando en total a 30 mil familias sin sustento. La IBM suprimió 20 mil
empleos, Digital Equipment 10 mil. El mundo industrial que busca su tamaño “correcto”, siempre de
acuerdo con el bolsillo de sus accionistas, ha provocado desempleo creciente y salarios de muerte para

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grandes sectores poblacionales. Tan sólo en enero de 1994, las empresas más importantes de los
Estados Unidos, despidieron a más de 108 mil trabajadores (Rifkin 1994). (Ibarra 2002: 171)
• De acuerdo con datos del Banco Mundial, en América Latina hay 196 millones de personas que
subsisten con 60 dólares al mes, y 94 millones en extrema pobreza, que luchan por la sobrevivencia con
apenas un dólar diario. Y si pasamos revista a la situación del mundo de las oportunidades y la justicia,
al de la cuna de la razón ilustrada, el panorama no deja de ser preocupante: en Europa habitan ya más
de 50 millones de pobres y se cuentan 20 millones de desempleados (Ramonet 1997; Forrester 1996). Y
entre los que gozan de empleo, la diferencia de ingresos es inconcebible: en Estados Unidos, a finales
de los ochenta, el gerente ejecutivo de una empresa ganaba en promedio más de dos millones de dólares
anuales, tan sólo 93 veces el salario de un obrero de planta (Reich 1991). (Ibarra 2002: 172)
• En términos de nuestra moderna globalidad, habitamos un planeta poblado por 800 millones de
desempleados o subempleados, lo que se traduce en 5 mil millones de pobres que contrastan con los
500 millones de ricos que manejan a conveniencia la economía, mediante 37 mil empresas
transnacionales y sus filiales (Rifkin 1994; Ramonet 1997; Korten 1996). O para decirlo en otros
términos, “la riqueza total de los primeros 358 ‘multimillonarios globales’ equivale a la suma de
ingresos de los 2,300 millones de personas más pobres, o sea, el 45% de la población mundial”
(Bauman 1998: 70). (Ibarra 2002: 172)

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