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Y
APUNTES
V
CAMILA HENRÍQUEZ UREÑA,
SU “HEROICIDAD ESENCIAL, HONDA,
CONSTANTE Y SILENCIOSA”
1
Camila Henríquez Ureña: “La peregrinación de Eugenio María de Hostos”, en: Estudios y Conferencias,
Ed. Letras Cubanas, Ciudad de La Habana, 1982, p. 601.
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Camila Henríquez Ureña: “El lector y la crítica”, en: Archivo de Literatura y Lingüística, Academia de
Ciencias de Cuba, La Habana, No. 65, p. 1.
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tica que comunicaba a sus oyentes, se excusa, apuntando por escrito el rasgo
muy suyo de delicadeza de trato y respeto pedagógico:
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La breve presentación del Popol Vuh que aparece en este libro, ofrece,
además de su penetrante y hermosa crítica, claves para seguir la trascendencia
de su obra en la difusión de la literatura hispanoamericana. En el año 1946,
Camila había recibido una carta de Cossío Villegas, que le proponía que se
encargara en México de la dirección de las publicaciones de la colección de
libros hispanoamericanos del Fondo de Cultura Económico, que iniciaba en
esos años una labor editorial que hoy es muy afamada. Camila ejercía en ese
momento y así desde 1934, como Visiting Professor en Vassar College y confe-
rencista en muchos otros centros docentes norteamericanos. Aprovechando
un año sabático, aceptó la propuesta del Fondo de Cultura Económica, como
consejera y editora y dirigió la Biblioteca Americana, colección que empezaba
en aquellos días, y allí trabajó entre 1947 y 1948. Congruentemente con su
concepción de la literatura hispanoamericana, en la que la literatura precortesiana
mostraba el primer asentamiento cultural de América y sus expresiones espi-
rituales, el Popol Vuh fue una de las publicaciones que promovió, inscribiendo
su presentación en la solapa del libro.
Por estos motivos, ambos textos, la “Bibliografía para trazar un estudio
conjunto de la literatura hispanoamericana” y la solapa del Popol Vuh, son
pórticos en éste volumen de sus obras. La apretada selección que los continúa
aspira a dar cuenta de las direcciones en las que trabajaba educacionalmente,
por ello aparecen trabajos sobre distintos géneros, en diferentes etapas de su
trabajo pedagógico y difusivo. Ellos se dedican a la literatura hispanoamerica-
na desde estudios generales, hasta monografías sobre autores y obras.
La parcelación de la obra en tomos temáticos facilita el acceso a su
discurso, por ello mismo quisiera remitir al lector a que consulte, paralela-
mente, también el volumen sobre los estudios feministas y sobre literatura
femenina, ya que en este volumen de Literatura Hispanoamericana se reúnen
monografías dedicadas a escritores solamente. Será preferible pecar de celo y
advertir que la maestra dominicano-cubana ha sido una fundadora en las in-
vestigaciones sobre la literatura femenina en Hispanoamérica y, los estudios
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han sido tomadas de un texto en inglés. La escritura de este texto habla en dos
idiomas, denotando los tránsitos, adecuaciones y capacidad comunicativa de
la conferencista, posiblemente compelida a ello, por los textos en inglés que
pudieran utilizar sus alumnas y el dictado de la conferencia en español. En este
sentido, el texto es el espacio en el que se puede objetivar la actividad docente
intercultural, las negociaciones idiomáticas que ejemplifican la producción
docente de Camila Henríquez Ureña en los largos años en los que fue profe-
sora universitaria en Vassar College en los Estados Unidos de Norteamérica.
Desde esta perspectiva, este texto es también un documento histórico que,
visto a la luz de las polémicas poscoloniales y las discusiones entre centro y
periferia, ofrece no sólo un espacio de reflexión sobre el sujeto intelectual
hispanoamericano descentrado, que emite su discurso desde un centro metro-
politano, sino el territorio de la escritura en su organización discusiva para
emitir la voz en la discusión sobre la diferencia de Hispanoamérica y su litera-
tura.
En esa dirección, el contraste es muy interesante, pues mientras las citas
iniciales están es inglés, según el original del texto, el discurso del que se vale la
autora es el de Seis ensayos en busca de nuestra expresión de Pedro Henríquez Ure-
ña. Entre una expresión y otra, el texto no establece negociaciones de sentido,
sino al contrario, contrastes en los cuales, se hace presente la conocida y apa-
sionada afirmación de Pedro en Seis ensayos en busca de nuestra expresión: “Nues-
tras tierras, nuestra vida libre, pedían su expresión.”3 Expresión que se refiere
tanto a la del idioma, como a la cultura y la espiritualidad hispanoamericanas:
No hemos renunciado a escribir en español, y nuestro problema
de la expresión original y propia comienza ahí. Cada idioma es una
cristalización de modos de pensar y de sentir, y cuanto en él se
escribe se baña en el color de su cristal.4
3
Pedro Henríquez Ureña: Seis ensayos en busca de nuestra expresión, Ed. Babel, Buenos Aires, 1928, p. 11.
4
Ibídem, p. 21.
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tremendos herbazales, raros arbustos y dos copudos árboles, resis-
tentes “como ombúes: el Facundo y el Martín Fierro.”
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En 1953 aprovechó su año sabático en Vassar College, para ir a Sevilla al Archivo de Indias. Allí
investigó sobre las mujeres en la Colonia.
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nueva literatura cubana que irrumpía y constituyen un aporte a la nueva mira-
da histórico-crítica que se iniciaba entonces y que iniciaba Camila.
En relación con estos estudios generales de la poesía y la novela cubanas,
se ofrecen en la compilación de este volumen, monografías sobre autores
como José Soler Puig, que empezaba en ese momento una fructífera y pre-
miada carrera como novelista o, sobre Alejo Carpentier, de quien analiza su
novela Los pasos perdidos. Esta novela está en el centro mismo de la teoría
carpenteriana de lo “real maravilloso americano”. El análisis que realiza Camila
Henríquez Ureña es riguroso y espléndido en su construcción analítica. Ella
trabajaba generalmente sobre la lectura de los textos literarios, bajo la influen-
cia de la estilística genética, por lo que se acercaba al texto indagando sus
rasgos de estilo con una lectura pausada y penetrante que buscaba mostrar
críticamente la unidad de la obra, su sentido y sus relaciones con temas y
tradiciones, generados por la literatura misma a lo largo de su historia.
El artículo sobre Alejo Carpentier y su novela Los pasos perdidos es ejem-
plar de ese análisis crítico y de una estructuración hermosa e incitante para el
lector, o quizás para el oyente. Con este trabajo se enfatiza otro elemento de
los estudios de Camila Henríquez Ureña, presente en su enseñanza, en con-
ferencias de difusión y en sus artículos publicados: la vastedad de su cultura,
las posibilidades de su especulativa, que podía transitar con comodidad entre
diversas literaturas nacionales de diferentes épocas. Este movimiento es más
que referencial, articula una visión de comparatística, con el que problematiza
su discurso crítico y con el que dimensiona la obra que estudia, la revela y
promueve en un universo más vasto de aquel al que pertenece.
Con estos elementos su crítica es consecuente con su concepción de
Hispanoamérica como una unidad de valores, pero al propio tiempo, como
un mosaico de especificidades regionales y nacionales, y al conjeturar las obras
nacionales en el espacio mayor de la literatura hispanoamericana, los estudios
de Camila Henríquez Ureña escapan del provincianismo nacionalista y se lan-
zan a esa cosmovisión mayor humanista, que es el tronco del ideario familiar.
De manera similar, acomete el análisis de la novela del mexicano Juan
Rulfo, Pedro Páramo, una novela difícil de analizar por su composición, y que
Camila entrega a través de una escritura crítica, clarificada y cuidadosamente
explicada. Traza las relaciones entre la obra de Rulfo y la narrativa de la Revo-
lución Mexicana y entre Pedro Páramo y El llano en llamas. Este estudio pertenece
a un Seminario en el que impartía varios temas, pero aislado hubiera podido
ser un artículo que contiene los valores antes apuntados a su crítica además de
su exaltación de la belleza del texto. Para Camila la literatura no era sólo cam-
po de indagación, análisis crítico y estudio especializado, la literatura era un
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espacio de realización y emoción estética y ella supo cuidarlo para que sus
conferencias acometieran con éxito el rigor académico y dejaran viva la emo-
ción liberada y subversiva en sus estudiantes.
A la vez, ella trata con prioridad el sentido de la obra literaria, articulan-
do valores de apreciación que se apoyan en el contexto social de las obras y
etapas literarias. Varios trabajos presentes en este volumen ejemplifican este
análisis. Uno es su presentación de Ernesto Cardenal, un texto para ser leído
delante de profesores y estudiantes de la Escuela de Letras y de Arte de la
Universidad de La Habana. Habla delante del poeta nicaragüense al que pre-
senta y en ella logra, en brevísima relación de aspectos, revelar lo esencial de la
poesía de Cardenal. Otro es su conferencia sobre el libro América Mágica del
colombiano Germán Arciniegas, en el que desarrolla los argumentos de su
ideario hispanoamericano, sosteniendo como valor interpretativo el valor so-
cial del texto para articular un discurso identitario y liberador. En esa misma
línea el análisis crítico de la novela del guatemalteco Miguel Ángel Asturias, es
un excelente escrutinio de los valores de la novela en la literatura de vanguar-
dia hispanoamericana, cruzando sus juicios con el análisis de los recursos
novedosos que la han hecho un clásico de la literatura hispanoamericana. Con-
ducida por su perspectiva social y su cosmovisión de la América Hispana, ella
concluye:
La cultura ¿no ha sido siempre en nuestros pueblos un elemento
esencial de toda verdadera Revolución? “Bolívar, Martí, Hostos,
Sarmiento, Montalvo”; –Miguel Ángel Asturias, añadimos– “¿qué
mejores compañeros y guías espirituales para nuestros pueblos?”
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articular sus trabajos de enseñanza; en los valores humanistas que sustentan sus
puntos de vista; en el espíritu de alegría y búsqueda de un universo social de
armonía.
Finalmente, la lectura de los estudios hispanoamericanos de Camila
Henríquez Ureña invitará a la lectura misma:
A mi función docente, solo puedo agregar, en lo que respecta a la
poesía, otra función más modesta y más común: la función del
lector. He dicho “más común”, y enseguida vacilo en afirmarlo.
Recuerdo un personaje de un cuento de Borges, que solía argu-
mentar que los lectores eran una especie ya extinta. No hay (hoy,
nadie) que no sea escritor, en potencia o en acto. Me considero un
ejemplar superviviente de la especie de los lectores, de ese “lector
común” al que el Dr. Johnson en el siglo XVIII y en nuestro siglo
Virginia Woolfe han dedicado ensayos entusiastas. Es una especie
necesaria aún sobre la tierra.
Tal vez la invitación sea también a oír sobre la palabra escrita, a escuchar
la oralidad de Camila, su cuidada palabra de maestra y de lectora, el leve
murmullo que quiere escapar de estas páginas que rompen el silencio de su
“heroicidad esencial, honda, constante”.
ESTUDIOS
GENERALES
BIBLIOGRAFÍA PARA TRAZAR
UN ESTUDIO CONJUNTO DE LA
LITERATURA HISPANOAMERICANA1
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Según lo que afirma en la conferencia, se dirige al público predominantemente femenino del
Lyceum de La Habana. La Habana, octubre 29, 1952.
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moderna. Es vasta e incluye obras de gran número de poetas del período
que cubre: clásico y románticos. Allí, por ejemplo, pueden leerse las odas
de Bello, Olmedo y Heredia, los primeros poetas de la independencia
lograda y, el último, de la frustrada. Otras Antologías traerán al lector
hasta nuestros días, como los Índices de la poesía de cada país hispano-
americano, Las cien mejores poesías modernas de algunos países como
México, o los últimos 50 años de poesía de otros, como la reciente Anto-
logía de poetas cubanos de Cintio Vitier.
La abundancia, el mérito indiscutible de gran parte de la producción
lírica hispanoamericana, me inclina a pensar que el estudiante que se inicia
en su estudio debe hacerlo en Antologías y a partir luego de ellas a la
lectura especial de las obras de los poetas le vayan interesando más por
variado motivo. Yo he señalado aparte las obras de sólo algunos poetas, y
estas, por motivos que en cada caso explicaré. De otro modo, esta biblio-
grafía constaría, sólo en la poesía lírica, de varios centenares de obras, y yo
he intentado limitarme al mínimo. Creo que, con las Antologías que he
señalado, el estudiante podrá obtener un conocimiento inicial de las obras
de los principales poetas líricos del período romántico, del modernismo,
del momento post-modernista y del actual, y aun una apreciación de cier-
tos aspectos especiales de la lírica h.a., como la poesía “revolucionaria”
del período de independencia, la poesía “negra”, y las características más
destacadas de la producción poética femenina.
Empiezo la bibliografía de obras literarias individuales con una obra
indígena originaria del período pre-hispánico: el Popol-Vuh, libro históri-
co, legendario y sagrado del pueblo maya-quiché. Aquí lo tenemos en la
notable traducción del quiché al español hecha por el sabio guatemalteco
Adrián Recinos. Y ya, al empezar, puede alguien disentir de mi criterio
¿Por qué poner en el estudio de la Literatura Hispano Americana una obra
indígena? Yo no tengo aquí tiempo de enfrascarme en la discusión de este
punto. Sólo enviaré al estudiante al libro de Picón Salas, que le abra una
perspectiva sobre la materia, y le diré que no podemos prescindir de lo
indígena para estudiar a nuestra América en el ayer, ni para vivir en ella en
el presente.
Esta bella obra, el Popol Vuh con su cosmogonía deslumbradora y
terrible, con la leyenda de sus graciosos héroes adolescentes, con la miste-
riosa historia a-crónica de las emigraciones de los pueblos del Quiché,
constituye una de las más fascinantes lecturas que puedan hacerse. No en
balde ha merecido ser traducida a varias lenguas europeas y ha servido de
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fías, para no extender infinitamente la lista. Al lector queda, guiado por las
mismas antologías, extender luego su conocimiento de la importante obra
de esos poetas.
En la novela, el modernismo produjo poco de característico, adop-
tando como lo hizo, el naturalismo; en el cuento, en cambio produjo obras
notables. Desde luego las de Martí, Darío y Tapia. Hemos incluido tam-
bién aquí como representativos los cuentos del uruguayo Horacio Quiroga,
admirables en su género, y desearíamos recomendar, si es posible hallarlos
en alguna biblioteca, los Cuentos de color del venezolano Díaz Rodríguez.
Ya en el período actual, hemos señalado ante todo, la novela que
alcanza su mayor desarrollo. Las novelas de tipo llamado social, verdade-
ros poemas épicos en prosa, empiezan a dominar en nuestra producción
literaria desde 1916, cuando se publica Los de abajo de Mariano Azuela,
la primera novela de la Revolución mexicana, y la mejor obra de ese no-
velista. He puesto en la lista desde luego las principales, entre estas novelas
(citarlas). Todas son obras de mérito y agradables de leer, algunas como
D. Segundo Sombra, están escritas en forma nueva y con bello estilo lite-
rario. Otras como El mundo es ancho y ajeno tiene mayor mérito por el
asunto que tratan que por la forma en que lo hacen. La serpiente de oro,
de Ciro Alegría, es mejor desde el punto de vista literario. Pero es una
producción tan numerosa, que podría seguirse agregando títulos por lar-
go rato.
He incluido además algunas novelas representativas de otros tipos:
novelas “psicológicas”, como El hermano asno del chileno Barrios y El
Socio de Genaro Prieto, una de las más curiosas e interesantes, un ejemplo
de la nueva producción en la novela histórica, en Las lanzas coloradas de
Uslar Pietri, venezolano; y de la nueva novela de tipo picaresco con La
vida inútil de Pito Pérez, del mejicano José Rubén Romero.
En el ensayo, he tratado de dar también obras que representan diver-
sos tipos: 1) ensayos de tipo social sobre problemas americanos, como
los Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana de Marratigui o
La Radiografía de la Pampa de Ezequiel Martínez Estrada; 2) ensayos de
crítica literaria, como los de Chacón y Calvo y Vitier; 3) ensayos sobre el
problema humano en general como los de Ernesto Sabato y de Ochaso;
biografías, como la de Martí por Mañach y la de San Martín por R. Rojas.
De la poesía “de vanguardia” que significa el gran cambio ocurrido
en la forma y en el contenido de la poesía después de 1914, he elegido
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MODERNISMO
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“En el fondo de los hombres del 98 hay –dice del Río– una contra-
dicción radical entre lo que sentían y lo que afirmaban. Viven y sienten
intelectualmente lo que no viven y sienten en la realidad.
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Para ese estilo, tanto del Río como Salinas adoptan la denominación
genial de “modernismo”, tal como lo define F. de Río en su Antología de
la poesía española e hispanoamericana (1882-1922).
Modernismo hispanoamericano
Amado Nervo
Santos Chocano
Leopoldo Lugones
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Prosistas
Díaz Rodríguez
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LA NOVELA HISPANOAMERICANA
CONTEMPORÁNEA. SU SENTIDO SOCIAL.
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various ways, and the colours are so bright that there is nit a man who
would not be astonish and would not take great delight in seeing them”.
The trees were no luxuriant that leaves left off being green, and were
almost black with verdure. The description of the nature complete the
idyllic picture:
“They are a loving people, without covetousness and fit for anything.
There is no better land or people. They have very good customer among
themselves. They love their neighbor as themselves; and their speech is the
sweetest and the gentlest in the world and always with a smile. With his
acid gift for observation accuracy he gives us this magnificent
characterization of the free Indian:
The king is of remarkable presence and with a certain self-contained
manner it is a pleasure to see… They were all of very fine presence
dignified, and of very few words.
Ante el mundo europeo que había olvidado la naturaleza en su pre-
ocupación de enfrentar al hombre con el problema de su salvación espi-
ritual y tenía que descubrirla de nuevo, América aparece, pagana y material.
Desde el primer momento se habla de ella pintándola como es, aunque a
través de la emoción de sus descubridores, con lo que, mucho antes del
romanticismo nace de América el paisaje en la literatura. Si los primeros
escritores coloniales se atuvieron generalmente a las fórmulas convencio-
nales, no es imposible hallar en ellos la impresión genuina de la tierra,
(¡bien apreciable para quien la conoce!), como en las palabras en que el
Inca Gracilaso nos retrata aquella nunca jamás pisada de hombres, ni de
animales, ni de aves, inaccesible cordillera de nieves”, o las vívidas pala-
bras de Balbuena, en las que se aspira el olor y aroma de la primavera
mexicana:
“Todo el año es aquí mayos y abriles, temple agradable, frío
comedido, cielo sereno y claro, aires sutiles”.
(Nótese bien que distantes estamos del hervor del trópico)
Del indio nos dan fuerte visión los conquistadores, en dos tipos que
pasaron a la mente de Europa: uno el “salvaje virtuoso” cuyo primer
pintor es como vimos, Colón. El Salvaje que carece de civilización técnica,
pero vive en orden, justicia y bondad, personaje que mucho sirvió a los
pensadores europeos para forjar la imagen del hipotético hombre del
“estado de naturaleza” anterior al contrato social y que más tarde recoge
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Oculto en mi pecho bravo
la pena que me lo hiere:
el hijo de un pueblo esclavo
vive por él, calla y muere.
Con estos elementos bien o mal revestidos de formas europeas, lle-
gamos los H.a. a la época de la independencia. Apenas salimos a ella,
sacudimos el espíritu de timidez y declaramos señorío sobre el futuro. Y
en esa declaración iban los principios que desde nuestros inicios se esta-
blecieron, mundo virgen, tierras nuevas consagradas a la inmortal Utopía.
Ahora, en la libertad recién nacida, en nuestras nacientes repúblicas, ha-
bían de crearse nuevas artes, literatura nueva, América pedía su expresión.
En 1823, antes de la victoria de Ayacucho, que concluyó la indepen-
dencia política, ya Andrés Bello proclamaba la independencia espiritual en
su Silva de forma clásica, pero de intención revolucionaria, pidiendo a la
poesía que buscara en esta orilla del Atlántico, aire salubre que la vivificase
de nuevo, y exaltando la rica naturaleza americana. En poesía y en prosa,
esta corriente se trasmite a toda América.
A los pocos años, otra generación trae de Europa (no de España,
donde estaba apenas llegando) la voz del romanticismo que parecía más
adecuada a la palabra serena y clásica para cantar la aventura de nuestra
Independencia: ¿No había el propio Bolívar cantado románticamente su
empresa, delirante sobre el Chimborazo? El romanticismo debía abrirnos
el camino de la independencia literaria. Y en esto había una realidad. Un
crítico francés ha dicho que toda la literatura hispanoamericana es román-
tica, desde los orígenes. Muchos clásicos fueron románticos por la for-
ma, el romanticismo nuestro más que una forma literaria es expresión
natural del espíritu americano, porque romanticismo es exaltación de la
naturaleza, de la raza, del valor, de calidad interna oculta de los pueblos,
de su pasado, de su futuro, preocupación y todo esto es la esencia misma
de América, y porque el romanticismo es rebeldía y esta aparece en Amé-
rica con el primer criollo. El romanticismo no repudiaba la expresión
violenta y nueva, propia de los pueblos en rebeldía. Nuestra literatura
absorbió entonces ávidamente agua de todos los ríos nativos: la naturale-
za, la vida del campo, sedentaria o nómada; la tradición indígena, los re-
cuerdos de la época colonial, ya incorporados a la tradición, las hazañas
de los libertadores, la agitación política. Pero precisamente había de falso
en este movimiento su deliberación, el querer imponerse desde afuera por
lo que degeneró en inundación, “ahogó muchos gérmenes que esperaba
nutrir.” Dice P. H. U. que cuando las aguas comenzaron a bajar, no a los
40 días bíblicos, sino a los 40 años, dejaron tras sí tremendos herbazales,
raros arbustos y dos copudos árboles, resistentes como (ilegible): el Fa-
cundo y el Martín Fierro.”
Entre los raros arbustos estaban las primeras novelas americanas. No
tuvimos propiamente novela colonial. Sabido es que la colonia ni siquiera
leía novelas. La aparición de la novela coincidió con el movimiento insur-
gente. Y es de notar que sin antecedentes literarios en el suelo nativo,
aparece de súbito, y desde el primer momento es profundamente ameri-
cana. Mexicana, debemos decir, porque la primera novela americana es
El Periquillo Sarmiento, de J. J. Fdez. de Lizardi (1776-1827) Lizardi fue
periodista a quien debió mucho la causa de la libertad: en tiempos peli-
grosos y difíciles, en que la censura estaba alerta, con sagacidad e ingenio,
al par que con sereno razonamiento, constituye un esforzado propagan-
dista de la independencia. Al mismo tiempo que escritor político fue
moralista y un observador curioso y analizador de la vida social de su
tiempo. Aunque escribió varias obras novelescas, sólo uno de sus libros
queda en pie: el Periquillo. Es una pintura intencionada de la vida mexica-
na en las postrimerías de la Colonia. Relata las andanzas de un mozo,
descendiente directo de los héroes de la novela picaresca española, pero
que se salva, a pesar de sus truhanerías, por la bondad que hay en el fondo
de su alma. La muerte de sus padres lo deja solo y desamparado. Las
malas compañías lo llevan a la vida del hampa, se hace jugador, va a la
cárcel, sirve como Lazarillo de Tormes a varios amos, corre aventuras
lejanas, viajes y naufragios, y a su regreso a México, después de correr
nuevos (ilegible), termina por convertirse a la vida honrada, casarse y te-
ner hijos y para evitar que los hijos imitando el ejemplo paterno, se den al
vicio, escribe en forma autobiográfica su peregrina historia. Pero si este
esqueleto de la novela corresponde más o menos a un modelo hispánico
picaresco, no así su ambiente: el autor pasea su Periquillo por los círculos
de la sociedad mexicana: la vida estudiantil, la del hogar, la religiosa, la de
cada una de las profesiones. Con viveza ve el fondo de los hechos, perci-
be las situaciones, retrata los tipos, crea un verdadero museo de las cos-
tumbres y figuras de la colonia en Nueva España y al mismo tiempo,
revela su propósito moralizador: no hay episodio sin moraleja, combate
vicios, ridiculiza recias costumbres y cada vez que puede,
revolucionariamente asesta sus golpes contra el régimen político. Su pro-
sa sencilla y directa, logra describir con exactitud, analizar sin exceso y no
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J. E. RIVIERA: LA VORÁGINE.
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insolubles. No hay más que lucha incesante, el hombre con la selva, la selva
con el hombre, los hombres entre sí. América: indio. Europeo, criollo,
mestizo, la ley y la naturaleza está en pugna, también y no vence la ley, pero
los hombres son esclavos de ambas.
La obra escrita para demostrar ese abrumador predominio de la
violencia, está escrita en estilo adecuado: exuberante, hinchado y por ello
plagado de grandilocuencia y retórica exagerada. Es de un romanticismo
desbordado. Con frecuencia resulta excesiva esta pintura de un cuadro
donde no hay más que tonos sombríos o luz de llama destructora. No
siempre es posible aceptar la violencia de carácter del protagonista a me-
nos de suponerlo loco. Y la furia destructora de la selva ni un momento
calmada es también como la de una naturaleza enloquecida. El sentimien-
to de derrota ineludible que no abandonaría al protagonista es también
romántico. Pero dos cosas hacen notable la obra: su romanticismo es a la
inversa: a la vez de darnos la floresta pulida y cortés de Chateaubriand o la
idílica, aunque verdadera naturaleza de Jorge Isaass, nos presenta una nue-
va visión del gran bosque americano. La selva donde no habitan sólo los
primitivos pues una gran parte de los habitantes son blancos, que pasan
por civilizados que desafían al monstruo para ir a hacerse ricos explotan-
do a los primitivos (indios) y a otros blancos, víctimas de la general ex-
plotación industrial.
No hay felicidad para los habitantes de la selva, en el estado de natu-
raleza de Rousseau podría existir en este medio natural inhóspito aún cuan-
do no había llegado el hombre blanco. Pero además el hombre blanco ha
llegado a empeorar la situación, no es romanticismo blando, no hay em-
bellecimiento poético (quizás haya afirmamiento), son los más graves pro-
blemas del hombre lo que autor presenta en todo su horror, sin apurarle
soluciones, sino dejándolo palpitantes en su oscura, espantosa compleji-
dad. Un mundo en caos está aún por nacer. América obtuvo en esta obra
una fuerte visión de sus aspectos salvajes más horrendos y empeorados
por la intervención de la maldad civilizada y de la esclavitud impuesta por
los civilizados. Esperemos que un día se abrirán caminos, se desecarán los
pantanos, se libertará a los hombres. Un mundo horrible ha sido descu-
bierto, ¿podrá nacer de él un nuevo mundo mejor?
Si la Vorágine nos junta la vida de todos, la gran lucha por la existen-
cia, y en ella el triunfo de la violencia, cuyo único resultado es la prolonga-
ción de la lucha misma, Rómulo Gallegos, novelista venezolano, recoge
otro aspecto de la rivalidad entre la ciudad y el campo, en su novela Dª
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publico una edición oficial, seguida de otra hecha en España por Espasa.
Su fama desde entonces ha sido creciente y se la ha considerado como la
novela representativa del México del siglo XX, toda una tendencia brota
de ella, la revolución aparece como tema literario, en un sentido simbóli-
co, que la hace superar el momento histórico. Otra vez el hombre en lucha
con naturaleza y ley.
Describe la vida de Demetrio Macias, campesino que se hace revolu-
cionario forzado por los abusos de los caciques y del gobierno. Los
soldados de este le queman su casa, le arrancan a su suelo. Macías envía a
su mujer y su hijo a casa del padre y se va a la sierra, a unirse a la Revolu-
ción.
Lo empuja, como siempre, la fatalidad; el mismo... (Inconcluso)
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LA NOVELA HISPANOAMERICANA
CONTEMPORÁNEA. EL NUEVO REALISMO
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Jorge Icaza –ecuatoriano (1906) Publica en 1934 una novela, Huasipungo,
que señala el fin de la novela indianista romántica y la culminación del movi-
miento indigenista que se caracteriza por un realismo brutal. Propósito: fuerte
crítica social. Ideología: de rasgos marxista. Icaza había empezado por escri-
bir cuentos de temas semejantes al de su novela, y obras de teatro.
Huasipungo le dio fama internacional. Huasipungo presenta la tragedia
del indio, pinta un mundo de horror en que el sufren y mueren sin poder tener
voluntad ni elección, seres que acaso podrían ser humanos. Narra una simple
historia: el indio es despojado de su tierra, su pequeño huasipungo, por una
fuerza enemiga que no comprende y a la que no tiene poder oponerse. Cuan-
do lo hace en su desesperación, atrae sobre sí un castigo salvaje. El autor
extrema hasta lo morboso su pintura de la impotencia y sufrimiento del indio
la crueldad de sus explotadores. Sin duda es demasiado y acaba por causar
repugnancia y duda. Icaza continuó, empero, su mísero procedimiento apli-
cado al miso tema en sus novelas siguientes: En las calles (1936), Media vida
deslumbrados (1942), Huairapanishka (1948). Creemos que la mayor debili-
dad de Icaza está en que pinta a sus indios como animales que sufren; no nos
descubre su alma como hombres, como si no los llegara comprender.
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con (ilegible) Laguera (1906) La llamada (1955) y César Andrés Iglesias (Los
derrotados, 1956).
César Vallejo (1892-1988) no ha sido suficientemente destacado por la
crítica como novelista. En su novela Tungisteno (1931) presenta temas que
aún no había tratado Ciro Alegría: la terrible desesperanza del peruano, en un
mundo “ajeno” y tipos y objetos simbólicos de la tragedia del indígena perua-
no, al que se acerca con profunda comprensión no sólo de su desampara y su
destino destructor, sino de su simple, ingenua hasta hoy como en los días del
descubrimiento, alegría de vivir (Capítulo 1, Tungsteno).
Otros autores pensamos que tratan estos temas son César Falcón (El
pueblo sin Dios, 1928), (El buen vecino Sanabria, 1947), de realismo rígido y
escueto, y José Ma. Arguedos (1913) que en su novela Agua (1935), Los más
profundos (196?) estiliza el drama del campesino indio y sus relaciones con el
latifundista. En otro aspecto, Gustavo Valcárcel (1922) en La prisión (1951)
presentó un documento acusatorio contra la persecución antirrevolucionario
en páginas cuyo horror es comparable de El Señor Presidente, de Asturias.
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LOS VALORES LITERARIOS DE CUBA1
Al ser invitada a hablar desde esta tribuna sobre los valores literarios
de Cuba, he pensado que era imposible evitar reiteraciones. Ya se ha
tratado aquí, en otras sesiones, de muchos valores de la literatura cubana;
(se ha disertado sabiamente sobre Heredia, sobre Varela y Luz y Caballe-
ro, sobre la Avellaneda, sobre Martí, y hace sólo quince días hemos escu-
chado una bien fundamentada y muy completa apreciación del movimiento
modernista en Cuba). Creo, por lo tanto, que para reducir al mínimo las
inevitables repeticiones, conviene enfocar el tema desde un punto de vista
diferente, y en mi trabajo de hoy voy a considerar, en la forma sintética
que me obligan a adoptar el tiempo limitado y el asunto sin limites, el
lugar que ocupan los valores literarios cubanos en el conjunto de la litera-
tura hispanoamericana, concretando mi estudio al período en que la vi-
sión histórica puede moverse con relativa seguridad y amplitud de
perspectiva, o sea, el período que, extendiéndose de los orígenes de nues-
tra literatura hasta el momento inicial del modernismo, cabe casi por com-
pleto dentro del curso del siglo XIX.
Las circunstancias en que la literatura cubana aparece y se desarrolla
durante ese extenso período presentan, dentro de las determinantes co-
munes de la cultura de los países hispanoamericanos, diferencias notables
y caracteres distintivos. En tres momentos cruciales de la evolución de la
1
Fechado en La Habana, septiembre 16 de 1950. Charla radial pronunciada el 17 de septiembre
de 1950 en la que hace un panorama de la literatura cubana hasta el modernismo. Publicado en:
Cuadernos de la Universidad del Aire, La Habana, oct.,, 1950.
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dad del sentimiento, aunque no siempre por el valor estético. Pero Heredia
escribió a veces gran poesía. Como Bello y como Olmedo cultivó la
descripción objetiva y a nuestro juicio logró una flexibilidad en la expre-
sión, un dinamismo y un temblor de emoción íntima que falta en su dos
ilustres contemporáneos. (En su poesía descriptiva desaparece el proce-
dimiento enumerativo, que aún en Bello encontramos, y aparecen en cam-
bio los grandes cuadros de conjunto y las descripciones dinámicas). Su
mejor poesía patriótica (no es la más directa , sino aquella que ha sido
llamada su “Poesía Civil Interna”), está formada por la evocaciones, re-
cuerdos y alusiones a la patria contenidas en los poemas descriptivos que
escribió en el destierro.
Su contemporáneo, Domingo del Monte, (representa un valor de
muy diverso tipo). Fue a un tiempo el animador y el moderador del
movimiento romántico en Cuba, (influyendo sobre la mayor parte de los
escritores cubanos de su tiempo, en la estrecha comunicación de sus fa-
mosas tertulias y de sus cartas.) Se propuso iniciar en la poesía una tenden-
cia que no alcanzó a tener cultivadores eminentes. Del Monte adoptó la
vida rural de Cuba en aquel tiempo como tema literario. Llevó a sus Ro-
mances cubanos los detalles locales: (nombres de poblaciones, persona-
jes, algunos rasgos de costumbres, algunos giros del lenguaje) Pero le
faltaron la visión directa, la frescura, y la espontaneidad de la poesía genui-
namente popular, y también le faltó la fuerza creadora para dar vida a una
poesía de espíritu y forma popular, aunque de elaboración culta, como la
que en los países del Plata pudo producir la gran corriente gauchesca que
culmina en Martín Fierro. Sin embargo, el tipo de poesía criollista a que
dio origen Del Monte se extendió de Cuba a Santo Domingo y Puerto
Rico.
(Del Monte era de formación humanística, como lo demuestra su
elegante prosa.) Si la poesía en Cuba en este período anda todavía a tien-
tas muchas veces en busca de forma y de idea, la prosa, que sigue los
grandes modelos clásicos, se conserva a gran altura. No sólo en literatura,
sino en el pensamiento científico y filosófico, Cuba se destacaba ya en la
América Hispánica. La filosofía era también en Cuba una expresión de
independencia espiritual. Los grandes maestros de la cátedra de Filosofía
del Seminario de San Carlos y reformadores del sistema de enseñanza
escolástico: (José Agustín Caballero, que comienza a señalar desde la cáte-
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POESÍA CUBANA DE HOY1
1
Intervención en la mesa redonda en el Instituto de Literatura a Lingüística de la Academia de
Ciencias de Cuba. La Habana, noviembre 24 de 1966.
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función más modesta y más común: la función del lector. He dicho “más
común”, y enseguida vacilo en afirmarlo. Recuerdo un personaje de un
cuento de Borges, que solía argumentar que los lectores eran una especie ya
extinta. No hay (hoy, nadie) que no sea escritor, en potencia o en acto”. Me
considero un ejemplar superviviente de la especie de los lectores, de ese
“lector común” al que el Dr. Jonson en el siglo XVIII y en nuestro siglo
Virginia Wolf han dedicado ensayos entusiastas. En una especie necesaria
aún sobre la tierra. Epocas hubo en que los autores nos dirigían, entre
elogios o denuestos, sus prólogos y dedicatorias: querido, temido, desocu-
pado, hipócrita, pero siempre imprescindible lector. Hoy no se nos tiene en
tan primordial estima o desestimación (tal vez por eso demos la impresión
de extintos); pero es un hecho que el poeta puede lanzar sus versos y, sin
mirar quien los recoge, irse por orillas desiertas encogiéndose de hombros.
Si no tiene lectores, en estas nuestras culturas de letra impresa, no llegará a
los hombres, a quienes siempre anhela llegar, su voz. “La voz que anuncia y
canta las cosas como son y hace que sean distintas. Todo lo transfigura, lo
nombra, lo revela en los nombres”, para decirlo en versos de P. A. Fernández.
Como simple lector me atreveré a hablar esta noche de poesía, de poesía
nuestra.
En 1952 publicó Cintio Vitier su bien realizada antología Cincuenta
años de poesía cubana, que abarca, representativamente la producción de la
primera mitad de este siglo. Dieciséis años han transcurrido ya de la segun-
da mitad que se va a aproximando al año 2000. En nuestra conversación de
esta noche trataremos sobre los acontecimientos en la poesía cubana duran-
te esos dieciséis años, circunscribiéndonos a la obra de la generación joven
que ha llegado a manifestarse a partir de 1950. En esta generación distingui-
remos, para facilitar el tratamiento del tema, dos grupos: el de los poetas
nacidos en la década del 30 al 40, que tenían ya obra representativa antes del
triunfo de la Revolución y se hallan hoy, en su mayoría, en plenitud de crea-
ción, y el de los nacidos en la década del 40, que hoy empiezan a despuntar,
y cuya obra cabe enteramente en el marco de los años posteriores al triunfo
de la Revolución. A este segundo grupo pueden sumarse algunos poetas,
que aunque nacidos antes de 1940, no dan sus obras a la publicidad sino a
partir de 1959.
Para dar comienzo a nuestra conversación nos referiremos sucintamente
a los poetas del primer grupo los que llegaron a los 20 años hacia 1950. No
trataremos, sobreponiéndonos a la tentación de hacerlo, de hablar con
detenimiento en la obra de algún poeta en particular, sino más bien en apre-
ciar lo que da al conjunto de las obras de los poetas de este período su “voz
diferente” lo que ya podrá considerarse su perfil generacional. Semejante
intento de parte de un lector, si se creyera capaz de realizarlo, constituiría
una gran osadía; porque el conocimiento de un lector tiene muchas limita-
ciones; la primera de todas, la de haberse leído solo algunas obras, siquiera
sean las que se han juzgado de antemano más importantes o que más han
atraído la atención. Y para llevar a cabo con certidumbre el trazado de un
perfil generacional sería necesario haberlo leído y sopesado todo -biblio-
grafía activa y pasiva- hazaña que corresponde no al lector, sino al erudito.
Nuestro intento, pues, adolecerá del mal de impresionismo, se basará en la
impresión personal característica de todo juicio de lector. Pero tal vez lo-
gremos fijar algunos rasgos que puedan contribuir a la delineación definitiva
de este perfil.
Podemos distinguir en la obra de estos poetas dos etapas:
La anterior al triunfo de la Revolución, y la posterior a ese momento
histórico, cuando el impacto del cambio de las circunstancias produce un
“vuelco” en su actitud.
En 1960, al publicar una pequeña suma de Poesía joven de Cuba (1950-
1960), los compiladores señalaron como rasgo común a los poetas represen-
tados en el libro, una “desparramada actitud” no solo en faltarles carácter de
grupo organizado, sino en el sentirse extraños, más que divorciados, contra-
rios a su circunstancia, actitud desarrollada en los años de “separación, des-
concierto y espanto” vividos bajo la tiranía.
Al acercarse el final de esta etapa se van dejando sentir en su poesía
latidos de esperanza, la poesía “se va acercando hurañamente” a una circuns-
tancia prevista y anhelada, según expresan los compiladores. Esta actitud, que
influirá poderosamente en la obra, está limitada a la primera etapa.
Pero además, señalan los compiladores una orientación que, podemos
considerar general no circunstancial, y que aparecerá, como tal, en toda la
obra hasta ahora creada por la generación: “un manifiesto deseo de humani-
zar la poesía, de devolverla, aún más a los menesteres del hombre. Conside-
ramos también como una característica general la repercusión cada vez mayor
que alcanza en esta poesía la preocupación social y política.
El deseo de humanizar la poesía se refleja tanto en los temas como en su
expresión. En cuanto a la expresión se trata de apartar a la poesía del herme-
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(1)
(Pensamos en la silva de intrincada lección de los versos de Pedro de Oraá)
(2)
(Pensamos en la que se descubre en la poesía de Manuel Díaz Martínez)
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(3)
(Excepción: los claros poemas de amor de Antón Arrufat)
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para que los poetas pudieran tener motivos para sus cantos. Los héroes me-
dievales se avergonzaban de pensar que pudieran aparecer ellos en un gesta, a
una luz desfavorable. Nuestros poetas saben que están fijando con sus versos
para los tiempos inagotables, nuestra gesta revolucionaria. Han de pensar, en
palabra de uno de ellos: “Yo tengo que decirlo, para que nada sea inútil”.
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LA LITERATURA CUBANA EN LA REVOLUCIÓN1
1
Fechado en La Habana, 11 de octubre de 1968. Publicado en Panorama de la literatura cubana, La
Habana: Universidad, 1970.
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Revolución cubana tratan de ella, la siguen en su transcurso, partiendo de
la época de su gestación y avanzando en la de su desarrollo que estamos
viviendo; pero lo que define nuestra literatura revolucionaria no es el
hecho de ser escrita sobre la Revolución, sino, como se ha dicho con
justeza, desde ella. El hecho de producirse en el seno de un complejo
proceso revolucionario da color característico a nuestra literatura, deter-
mina una actitud definida en nuestros escritores. Hay una nueva manera
de expresarse, que refleja un modo de ser nuevo: se trata, en suma, de un
nuevo estilo de vida. Todas las grandes revoluciones, como la francesa, la
mexicana, la rusa, se han vinculado a la literatura con mayor o menor
inmediación, produciendo vigorosos movimientos, ciclos literarios de larga
duración, que han evolucionado, sin desaparecer, hacia nuevas transfor-
maciones. La Revolución cubana, desde el momento inicial de su victo-
ria, ha dado origen a un desarrollo literario que se halla en proceso
ascendente, y por ello, bien se puede hablar de una literatura de la Cuba
revolucionaria.
Diríamos que la Revolución cubana triunfante trajo en sí el germen
de una conciencia literaria. El Gobierno revolucionario y las instituciones
culturales creadas por la Revolución han fomentado desde el primer mo-
mento la plasmación literaria de la Revolución. Es significativo que en
1961, año y medio apenas después del establecimiento del Gobierno Re-
volucionario, Fidel Castro se dirigiera a los intelectuales cubanos reuni-
dos en histórico Congreso, para decirles palabras memorables sobre el
significado de la producción literaria y artística dentro de la Revolución,
y proclamar la libertad de creación, con la sola excepción de sus posibles
desviaciones contrarrevolucionarias. Esto, en un momento en que toda-
vía él consideraba (citamos sus palabras) que esta Revolución “parecía
llamada a convertirse en uno de los acontecimientos importantes de este
siglo”, pero que todavía se hallaba en un período de formación apresu-
rada, llena de improvisaciones, apremiada por las circunstancias. Ya en
aquellos momentos preludiales, la Revolución cubana se preocupaba de
cuál había de ser su impacto intelectual, de favorecer su expresión y, acti-
tud insólita, proclamar la libertad del creador.
Por otra parte, también desde el primer momento se trató de dar
impulso a la producción literaria a través de concursos y premios adjudi-
cados a las mejores creaciones; concursos y premios de los cuales algu-
nos han alcanzado resonancia continental y aun mundial. Creemos que el
apoyo prestado por la Revolución cubana a la creación literaria, en una
forma a la vez oficial y respetuosa de la libertad del escritor, es un ejem-
plo raro y quizás único, al menos en la suma de sus características. La
Revolución cubana ha tenido que enfrentarse, por nuestra condición de
país subdesarrollado, con un problema cultural básico, que ha atacado en
su raíz por la campaña de alfabetización primero, y luego por otras, de
seguimiento y superación; sobre estas bases está edificando la cultura de
masas; pero al mismo tiempo se ha ocupado en desenvolver los aspec-
tos superiores de la cultura. Al calor de su iniciativa viven y se están desa-
rrollando una poesía, una narrativa, un teatro dentro de la Revolución.
La literatura de la Revolución se caracteriza por la preocupación
social. Es cierto que tal preocupación se dejaba ya sentir en la literatura
cubana, en particular en la primera mitad de nuestro siglo, y que un lazo
no roto existe entre esa literatura y la actual; pero la literatura de la Revo-
lución presenta características nuevas, al tratar de expresar la conciencia
crítica de nuestra sociedad ante sus problemas de ayer y de hoy y ante los
problemas del mundo.
En la sucinta reseña a que se reducirá nuestra conferencia de esta
tarde, nos ceñimos a una consideración del movimiento literario en Cuba
revolucionaria, en los tres géneros que hemos señalado anteriormente: la
poesía, la narrativa y el teatro. No pretendemos por supuesto, hacer listas
más o menos completas de autores y obras, no análisis exhaustivos de
éstas; en primer lugar, porque la literatura se halla en plena efervescencia
creadora, su movimiento ascendente rápido, y el número de autores y
obras se hace ya abrumador.
Empezaremos por la poesía. Para hablar de la poesía en la Revolu-
ción, es preciso ante todo delimitar el campo, -como hay que hacerlo,
desde luego, en los otros géneros literarios- Aunque varios de nuestros
mayores poetas de generaciones anteriores al triunfo de la Revolución,
están aún en vigor de su capacidad creadora, como, por ejemplo, Nicolás
Guillén, Félix Pita Rodríguez, José Lezama Lima, Cintio Vitier no los
incluiremos en esta reseña, porque sus obras más significativas, las que
consagraron y definieron su personalidad poética pertenecen a la época
que precede a la Revolución.
En 1952 publicó Cintio Vitier su bien realizada antología Cincuenta
años de poesía cubana, que abarca representativamente la producción
poética de la primera mitad del siglo. Han transcurrido desde entonces
18 años, En nuestra reseña de esta tarde trataremos del acontecer de la
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“Por esta libertad
bella como la vida
habrá que darlo todo
si fuera necesario”.
Era difícil –lo es aún hoy- cantar o contar la nueva realidad de Cuba;
porque los poetas no habían aprendido a cantar la alegría, el entusiasmo,
a asumir la actitud afirmativa. “Llevamos siglos, milenios –ha escrito
Fernández Retamar- ensayando la voz para cantar la soledad, la miseria,
la negación, y apenas unos momentos aprendiendo a decir: sí.”
Al cambiar la actitud de los poetas y la sustancia de su poesía, se va
verificando también un cambio en la expresión, que se hace cada vez más
desnuda, más directa, y yo creo que, precisamente en los poetas de más
avanzada formación entre este grupo, más depurada, dentro de la ten-
dencia, cada vez más acentuada, a emplear el lenguaje del coloquio y a
integrar en el cuerpo del poema giros populares, sin por eso rebajarlo a
un “populismo” chabacano.
La poesía asume, en la Cuba revolucionaria una misión que le co-
rresponde como expresión de un gran momento histórico: la de testi-
monio imprescindible. Nuestros poetas se dan cuenta de que están fijando,
para los tiempos, en sus versos, nuestra gesta revolucionaria y lo han
sentido como una obligación moral. Así lo expresa uno de ellos: “Yo
tengo que decirle, para que nada sea inútil”.
En este momento en que la primera promoción, cargada ya con un
rico bagaje poético, penetra en la Revolución, llega también a ella, con
voz aún balbuciente, la promoción de los nuevos, con sus apenas veinte
años.
Llegan también algunos poetas que por su edad pertenecen a la pri-
mera promoción, pero que empiezan a darse a conocer, al menos
nacionalmente, a partir del triunfo de la Revolución, como Luis Suardíaz,
como César López y algunos otros, dotados de indiscutible talento poé-
tico. A estos en términos generales, creemos que sus características los
asimilan a los poetas de primera promoción. En el primer momento su
obra se tuvo que resentir de cierto desequilibrio, al presentar, a veces a
través de un solo libro, el producto de una evolución de varios años;
pero esto representó su momento de transición y ellos han podido entrar
luego en la etapa revolucionaria con obra significativa.
Los nuevos, nacidos después de 1940, surgieron a la vida literaria,
en torno a publicaciones como Taller en Oriente y El Caimán Barbudo
en la Habana (1966). En torno a esta última se ha destacado un grupo de
poetas que ya acusan definida personalidad, como Guillermo Rodríguez
Rivera (1943), Víctor Casáus (1944), Luis Rogelio Noguera (1944),
Orlando Alomá (1944). Hay también figuras independientes, como Belkis
Cuza Malé (1942), Nancy Morejón (1943), Pedro Pérez Sarduy (1943),
Lina de Feria (1944). Como enlace o transición entre las dos promocio-
nes podrían situarse algunos poetas como David Fernández (1940) y Miguel
Barnet (1940). Este último es el de obra más formada ya, entre los nue-
vos, con sus libros La piedra fina y el pavo real y La sagrada familia de
rica esencia folklórica, pero libres de pintoresquismo.
Es de notar el hecho de que la juventud se agrupe en torno a publi-
caciones. Es decir: tiene la oportunidad de publicar. Y los frecuentes con-
cursos le ofrecen posibilidades de darse a conocer con grandes ventajas.
Esta facilidad para la publicación de obras incipientes aún, puede acaso
llevarnos demasiado lejos, pues el afán entusiasta de dar sus obras a luz
puede hacer que los jóvenes no tomen tiempo suficiente para meditar y
perfeccionar sus creaciones.
Esta promoción, por su juventud, no puede aún definirse como la
anterior; pero trataremos de señalar algunos rasgos como posibles
orientadores hacia una futura definición. Esta promoción era demasiado
joven cuando tuvo lugar la lucha contra la dictadura: no llegó a tiempo
para tomar parte de ella. Si esa situación la afectó, fue durante la infancia.
En cambio, está viviendo la Revolución; ésta, con sus conquista y con sus
problema, es para ellos propia vida. Son una juventud estudios y entu-
siasta, que perece segura del camino a seguir. Se descubre en su poesía
una tendencia antisentimental, y una negación del pasado aun en la forma
de recuerdo: Los temas de su poesía son los grandes temas que la Revo-
lución ha puesto en primera línea: la lucha por la liberación de los pue-
blos y contra la discriminación racial, y en general, las aspiraciones
revolucionarias, además de los temas personales, entre los que suele apare-
cer el tema familiar, con un nuevo acento: la dispersión familiar produci-
da por la emigración o exilio voluntario de algunos de sus miembros, y el
desgarramiento moral inevitable. El lenguaje, lo mismo que en los poetas
de la primera promoción, es el conversacional, con elementos populares;
pero la expresión es aún más llana, más escueta, más prosaica, aunque
paradójicamente, casi siempre menos coherente. Algunos críticos ven en
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nuevo enfoque del mundo por parte del escritor; pues desde el momen-
to de su triunfo los problemas vitales han sido enfocados por nuestra
novelística tomando como punto de mira a la Revolución.
El nuevo enfoque se revelará en primer lugar a los temas, que, sobre
todo en los primeros años, serán predominantemente tomados del pasa-
do inmediato, que se repele como recuerdo odiado: la farsa de la demo-
cracia en los regímenes constitucionales, la usurpación del poder por el
golpe militar de Batista, la lucha insurreccional en las montañas, y la que
podría llamarse la batalla de las ciudades y su represión por la tiranía.
Pasarán más tarde a interpretar los efectos de la acción transformadora
de la Revolución sobre la vida de los que se vieron sorprendidos por ella,
de aquéllos que, aunque repudiaban la sociedad en que les había tocado
nacer y formarse, habían de pasar por un difícil proceso de adaptación.
En segundo lugar, se revelará el nuevo enfoque en el estilo y la téc-
nica. Esta aspecto, en la mayor parte de estos novelistas, es más bien una
demanda que un logro. En todos se descubre una voluntad de experi-
mentar con la forma, de lograr sobre ella la maestría que sólo se alcanza
por un proceso de tenaz elaboración a medida que se progresa en madu-
rez estética y en claridad de propósito consciente.
Estos jóvenes novelistas que van reflejando en sus obras la transfor-
mación psicológica e ideológica de nuestra sociedad en el proceso revo-
lucionario a partir de 1959, son, en realidad, los novelistas de la transición.
“Se enfrentan –escribe Luis Agüero- a una paradoja: al revisar su pasado
lo hacen con una mezcla de rencor y nostalgia”. Pero –sigue diciendo-
“esa paradoja es precisamente lo que da a la joven novela cubana una
singular vitalidad”.
Los novelistas, para expresar la situación nueva, se ven impulsados a
desechar el realismo descriptivo de minucias, a apartarse de la simple
copia fotográfica de la realidad, en el afán de acercarse más a ella, de
penetrarla; evit6an fijarse dentro de los moldes usados y gastados ya por
la novelística.
No pretenderemos hacer un catálogo de esta promoción de nove-
listas, sino solamente señalar en algunas obras que tomaremos como re-
presentativas, los rasgos que concuerdan con las orientaciones que
acabamos de indicar.
Una de las primeras obras publicadas –y sin duda, una de las prime-
ras escritas, a juzgar por su tema- a partir de 1959, es la novela titulada
No hay problema, de Edmundo Desnoes (1961). Su ambiente es el de la
lucha contra la dictadura, pero el tema central es planteamiento de un
problema individual que en aquel lugar y momento adquiere trascenden-
cia social: la toma de conciencia de un cubano de la burguesía. Desde el
inicio se observa que le protagonista tiene cierto sentido de independen-
cia personal –lo que para él consiste, por supuesto, en la independencia
económica primordialmente; pero vamos descubriendo que hay en él
ansias de otra libertad y una psique más compleja: no quiere dejarse enca-
denar por la mujer, ni por el amigo, ni por el opulento país extranjero; se
siente desgarrado por íntimas contradicciones. Las conversaciones con el
revolucionario Francisco le descubren otro mundo que puede llegar a
forjarse; pero él es flojo y escéptico como el “hombre superfluo” de la
literatura rusa decimonónica. Perseguido por la policía, se cree obligado
a salir del país; pero cuando se ve en los E. U. A., el país donde, dice,
“todo está hecho ya”, piensa insistentemente en Cuba, “donde todo está
por hacer”. Piensa en sí mismo: tampoco el es, sino está por hacer, y
siente que sólo en Cuba puede llegar a ser. Regresa, para ir al encuentro
de sí mismo.
Esta es la primera novela –que nosotros conozcamos- en que se
plantea el problema de la toma de conciencia del cubano de nuestro
tiempo, tema que cobra importancia primordial en nuestra novela.
Lo encontramos, así, en la novela de Noel Navarro Los días de
nuestra angustia (1962), historia de un proceso que toma conciencia que
se va encauzando primero en la clandestinidad, luego en la lucha revolu-
cionaria abierta. Pero he aquí el protagonista no es individual, sino colec-
tivo: un grupo de personajes integrados a la lucha. Nos parece que el
novelista logra dar unidad a su conjunto protagonal, y que ha sabido dar
vida al cuadro de angustia y violencia, iluminado por una confusa luz de
claroscuro. Siguiendo una técnica popularizada por John Dos Passos,
utiliza noticias periodísticas, anuncios clasificados, informes radiales, par-
tes oficiales para crear la atmósfera y ampliar la visión panorámica. El
aparente propósito de fundir con la crudeza de las situaciones un estilo
que se esfuerza en ser poético, es en nuestra opinión el aspecto no logra-
do de la novela.
En 1963 publicó la Casa de las Américas la novela que recibió el
premio en su cuarto concurso literario, Se trata de la primera obra de una
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fue su primera obra, presentada en 1959. Otras obras suyas son: La zona
cero (1959); La repetición (1963).
José Triana es el autor, ya célebre de La noche de los asesinos (1965),
obra que ha tenido repercusión mundial, siendo representada en escena-
rios de Europa y América, ante públicos muy diversos y en diversas len-
guas, y despertando en todas partes interés. Declara el autor que su interés
central es el hombre. Para crear sus obras dramáticas prefiere partir de
una situación extrema, tomar al hombre en un momento crítico de posi-
ble transformación, tal vez de cataclismo. Anteriormente había publica-
do otras obras: El general hablará de Teogonía, Medea en el espejo, El
parque de la Fraternidad, La visita del ángel, La muerte de Ñeque. Su
intención declarada es semejante a la de Arrufat: tomar la realidad y lle-
varla al plano poético, y así, “realizar en cada obra una aventura del espí-
ritu del hombre en su raíz”, descubrir sus secretos de vida misteriosa,
extraña, apasionada (pesadillas, recuerdos, etc.) todo incorporado al pla-
no poético, y así, “realizar en cada obra una aventura del espíritu del
hombre en su raíz”, descubrir sus secretos de vida misteriosa, extraña,
apasionada (pesadillas, recuerdos, etc.) todo incorporado a la escena: una
gran “realidad teatral”. Siente que su obra se vincula a la Revolución por
su propósito, que es coadyuvar a la creación de un teatro de gran trascen-
dencia nacional. Su obra cimera, La noche de los asesinos, la ha alcanza-
do internacionalmente. Es obra de experimentación y de búsqueda, porque
se aparta de las formas y de temas convencionales, con propósito cons-
ciente, como él lo señala. Se han señalado en esta obra influencias recibi-
das del teatro de Juan Genet, sobre todo en cuanto a técnica; pero el
mundo de Triana es muy diferente del mundo del autor francés. La obra
de Triana nos da una visión inusitada y terrible del mundo familiar, por
medio de tres personajes que se desdoblan en otros varios, en un juego
infantil y espantoso que representado una asesinato en potencia, de cuya
carga opresora los presuntos asesinos se liberan ante los espectadores,
descubriéndoles sus íntimos complejos y frustraciones. Los temas de vio-
lencia y de crueldad se extraen desde el fondo de la psique de los tres
hermanos, asesinos potenciales de sus padres, y sin que se realice el cri-
men el espectador experimenta el horror de haber mirado las profundi-
dades de un abismo.
José R. Brene crea un teatro del todo diferente a los anteriormente
citados. Ni intelectual ni profundo, no tiene tampoco intención conscien-
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te de hacer una crítica de las condiciones sociales; pero su obra rebosa
vitalidad. “Soy –dice- un enamorado de la vida”. Le interesa presentarla
en el ambiente popular, con sus pequeños rasgos curiosos, en una especie
de neocostumbrismo; pero no se propone hacer realismo total, porque
no cree que tal realismo pueda existir en el teatro, que es esencialmente la
creación de una ilusión. Sus obras, especialmente Santa Camila de la Ha-
bana Vieja, han atraído grandes masas de público. Como su propósito al
crearla, su obra está falta de unidad y concentración dramática: es un haz
de elementos dispersos, que cobra vigencia de la eficacia del diálogo y de
sus nexos con lo popular y actual.
Héctor Quintero, que inició su labor dramática con la comedia Con-
tigo pan y cebolla, se atiene también a lo vernáculo sin relacionarse con la
tradición culta europea; pero su teatro tiene declarada intención social.
“Me interesan –dice- las relaciones humanas dentro de las sociedad en
que las circunstancias políticas arrastran al hombre a la lucha diaria por la
necesidad de subsistir”. De acuerdo con este interés, su obra ha arranca-
do del período prerrevolucionario, para analizarlo y así poder compren-
der mejor “el por qué de nuestro presente”.
Manuel Reguera Saumell es también un dramaturgo de tendencia
realista, y el diálogo en que se expresa es de raíz nacional; pero incorpora
a su teatro elementos de farsa, y ocasionalmente de absurdo. Su interés se
centra en la vida familiar cubana como tema, y los conflictos creados en
ella, por una parte, por los prejuicios burgueses y por otra, por los pro-
blemas económicos. El autor se distingue por su delicada penetración en
la intimidad de los sentimientos humanos, como lo demuestra en sus
conocidas obras Recuerdos de Tulipa y Sara en el traspatio, donde a
semejanza de Estorino, pinta el ambiente provinciano.
Por último mencionaremos al más joven de este grupo de drama-
turgos, Nicolás Dorr, quien, desde una edad muy próxima a la niñez, se
ha dado a conocer por sus concepciones originales. En sus obras (Las
Pericas, El palacio de los cartones) una fantasía desbordante se une al
sentido de lo cómico y lo absurdo. “Es –ha escrito Virgilio Piñera- la
fantasía por la fantasía misma, la ingeniosidad con intención irónica, con
mordacidad, y sobre todo el absurdo, el total absurdo”. Y añade: “A su
manera, Dorr abre un camino al teatro cubano.” Al leer sus obras piensa
inevitablemente en los entremeses de Quevedo y en los esperpentos de
Valle-Inclán. Sin embargo ni unos ni otros eran conocidos de nuestro
autor adolescente cuando forjó sus creaciones. Podemos añadir a esta
obras y apuntes
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TRADICIONES PERUANAS
(1872-1883 Y 1889-1900)
DE RICARDO PALMA (1833-1919)
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Camila Henríquez Ureña
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Chile y parte de lo que hoy es Argentina. Los tipos pre-hispánico al Virrey,
desde el conquistador hasta el libertador, desde el indio sometido y el
esclavo, hasta sus poderosos explotadores. Santos y pícaros, mendigos y
soldados de fortuna, mujeres de muy diverso carácter, y aun los extranje-
ros que no muy frecuentemente visitaban la colonia h.a. Esto, sin contar
con ciertos personajes no humanos, pero de perdurable personalidad,
como, por ejemplo, el Diablo. Hasta hay algunas tradiciones cuyos prota-
gonistas son … perros, perros no injustamente célebres.
Las fuentes que tuvo Palma fueron tan variadas como numerosas:
crónicas, historias, libros de viajes, vidas de santos, relatos de misioneros,
registros de conventos, y la fuente oral de refranes, proverbios, coplas
populares, pregones, y las leyendas y cuentos del pueblo.
105
irónica; a veces se hace triste, o al menos, melancólica; pero nunca lo aban-
dona.
Con todo, leer con fruto las Tradiciones y llegar a sentir su sabor
plenamente, se por experiencia que no es tarea fácil para el estudiante
extranjero. La primera causa de esa dificultad es el lenguaje, por la riqueza
del vocabulario y la profusión de criollismos y arcaísmos, no sólo de pa-
labras, sino de frases: giros, refranes, proverbios, dichos populares, en su
mayoría tradicionales, que son familiares a la mayoría de las personas de
habla española, no importa cuál sea su país de origen, pero que no hay
diccionario que sea capaz de contener, ni vocabulario que pueda explicar
con toda la eficacia debida. Siempre quedarán matices que escaparán al
lector extranjero mientras no le consagre largo estudio y tenga contacto
con personas versadas en la materia.
107
del “cuento” dentro de la “tradición”, que suele ser la parte que él mejor
puede captar.
Como género, las Tradiciones (no han sido cultivadas con el mismo
concepto que Tradiciones peruanas. Otras obras llevan ese título, pero son
muy diferentes; por ejemplo, las Tradiciones guatemaltecas de José Bartres
Montúfar (1809-1844), que preceden a las de Palma, son narraciones no-
velescas cortas, en verso, escritas en octavas reales. En frescura, fidelidad e
ingenio, no son inferiores a muchas de Palma; pero en forma son fatigo-
sas. En nuestros días, Miguel Ángel Asturias ha escrito también Tradicio-
nes de Guatemala, en prosa. Lo más próximo al concepto tradicionista
de Palma, creo yo que son las que tituló “Cosas añejas” el dominicano
obras y apuntes
César Nicolás Penson, –hoy casi desconocido porque por largo tiempo
ha estado agotada la edición. Son fuertes, vívidos relatos del pasado de
Santo Domingo, pero en nada se parecen a las Tradiciones peruanas en el
tono, porque en Penson no hay nunca una sonrisa; su visión del pasado
está envuelta en sombras de tragedia.
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LA NOVELA EN CUBA DESPUÉS
DEL TRIUNFO DE LA REVOLUCIÓN.
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obras y apuntes
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EVOLUCIÓN DE LA NOVELA “DE LA REVOLUCIÓN
MEXICANA” DESPUÉS DE 1930.
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EL MUNDO INTERIOR.
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obras y apuntes
calidad de suelo, Prado tenía profundo conocimiento de aquella isla, sus mitos
y costumbres (parece que es el único novelista chileno que ha tocado el tema).
Prado tiene pensamiento filosófico que gusta de expresar en símbolo y
parábolas, aunque con base de realidad. Así lo hace también en Alcino (1920),
adaptación del mito de Icaro al ambiente chileno rural, en perfecta adaptación
del contenido mitológico y el mundo real: el vuelo poético y la interpretación
del alma del campesino. La sustancia es la aventura del hombre hacia lo
desconocido, y luego Hibris y Némesis. Sin embargo, hay rasgos naturalista;
condición espiritual y física de los campesino debida a la herencia (Alino –hijo
de borrachos) también hay alusiones a conflictos de la nación chilena. Pero
Alino representa el ansia individual de liberación, casi anárquica. Es un “vaga-
bundo ideal”. Su muerte es la censura a la sociedad .
Algunos la creen obra de tesis social. Pero para sobrevivir le basta su
perfección estética y su inquietud filosófica. Vive al lado de esa otra cima de la
novela artística chilena, El hermano Asno (1922).
En Cuba, Dulce Ma. Loynaz publica mucho más tarde, una bella novela
poética, Jardín, que se desarrolla en un ambiente de sueños que recuerda El
gran Meaulnes de Alain Fournies.
En Guatemala, R. Arévalo Martínez (1884-) maestro entre los prosistas
del modernismo publica en 1915 El hombre que parecía un caballo, que es la
mejor de su obras de psico-zoología. Hay en el un atavismo de indígena
guatemalteco: el ve al nahual, al animal que está presente tras nosotros y en
nosotros. Además esta novela es obra de clave como sabemos (Barba Jacob).
Pero Arévalo también ve en Estrada Cabrera como el tigre de Las fieras del
trópico. A otros como el elefante (El señor Manlot), es perro. Son obras de
moralista, porque el autor exige perfección y al no encontrarla en el hombre
lo ve como a un monstruo. El propio Arévalo declara su condición de nahual;
que ve más que lo que ven los simples hombres:
“Como tienden a considerarme como un hombre, no perciben la gracia
de mis anteojos de oro; no la han percibido sino esta vez... en que estaban
borrachos y eran almas de elegidos. Si, no perciben mi pobre alma de pájaro,
de alas mutiladas, mi odio al contacto de la tierra, mi amor al agua y a los
plateados peces, ni gravedad, mi inmovilidad y mi triste silencio de grulla” (El
hombre que parecía un caballo) Todo esto es serio y profundo, no hay humo-
rismo. Es una forma de poesía secreta y mágica en un estilo típicamente
modernista, en metáforas, imágenes, vocabularios, y ritmo. Un escritor de
gran originalidad.
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Camila Henríquez Ureña
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alma “oscura, supersticiosa, finta, primitiva, enlutada”, dice Alegría. Es el
“pecado de un pueblo que reniega de la vida en busca de una monstruosa
santidad”. No hay acción; nada sucede, ni se mueve, y sin embargo hay vida
honda y “real hasta lo alucinante”.
Yáñez emplea la técnica de Joyce, Faulker, “fluir de la conciencia”, es su
estio poético, su técnica superrealista. Alegría hace notar como características
de Yáñez su “identificación con la muerte”; su nueva interpretación de dos
sueños fundamentales en la lit. mexicana, la nostalgia y la muerte.
—————
José Revueltas (1914) Los muros de agua (1941), El luto humano (1943),
Dios en la tierra (1944), Los días terrenales (1949) En algún valle de lágrimas
(1956). Contenido social. Bello lenguaje significativo metafísicamente. Con-
cepción existencialista, angustia a pesar de la revolución y la política. Cala en el
subconsciente. Todos sus personajes son el ser sacrificados por el bien de la
humanidad, pero no son abstracciones.
Juan Rulfo (1918) La novela Pedro Páramo (1955) hereda de Yañez
lenguaje lírico. Movimiento kafkiano que aparece también antes en Arreole y
Carlos Fuentes; en estos es Kafka en “arte menor”; en Rulfo es un “arte
mayor”, de progresión universal.
Todo encuentra su destino en la muerte. Los personajes están muertos:
con recuerdos intemporales. A pesar de la estilización, básica realidad
Mallea (1903-)
Obras: Cuentos para una inglesa desesperada (1926) (Frívolo, de escasa
originalidad)
Luego producción literaria de carácter dialéctico, de una misma direc-
ción ética e ideológica, desarrollada en múltiples planos: “el argentino cons-
ciente de su soledad en un mundo regido por falsos valores descubre bajo él
una raíz salvadora, que viene de las reservas del genio nacional y lo vincula a
los valores auténticos de la tierra. Entre seres incomunicados busca “al Ar-
gentina invisible, la comprensión de almas afines”. Historia de una pasión
argentina (1935) La ciudad junto al río inmóvil (1936) Fiesta en noviembre
(1938) La bahía del silencio (1940). (analizar esta obra ). Los personajes de
119
Mallea salen de él y son el: el espíritu es el mismo aunque varíen las palabras.
No tienen humanidad propia: son ecos y posturas de su desesperación.
Las mujeres están mejor integradas al medio; pero son reflejos estilizados
de una misma imagen (algunas) repetida en mudos espejos. Fisonomía de la
mujer: y ¿qué es? La confidente del hombre ¿seres humanos o abstracciones?
– M. plantea preguntas sin respuestas, Su descontento es más claro que el
camino para la realización de su propósito. La revisión de valores fundamen-
tales.
—————
—————
121
El reino de este mundo es también novela de la raza negra, en Haití esta
vez. La forma es la de un realismo mágico y a través de ella el autor quiere
presentar las fuerzas mitológicas que laten en la América mestiza. De esa
intención es prueba todo un sistema de símbolos que son realidades, porque
pertenecen a un primitivismo genuino. Ese realismo se basa en hechos histó-
ricos auténticos, que en la imaginación del pueblo se transforman en leyendas
y luego llegan en la conciencia colectiva, a asumir el carácter de mitos.
Los pasos perdidos lleva esta técnica a la más alta expresión, llegando a
darle sentido de alegoría a la simplificación no solo de la vida esencial de
América, sino ampliando el campo de la ansiedad del hombre contemporá-
neo. (Vide tarjetas)
II
MONOGRAFÍAS
EL POPOL VUH 1
1
Publicado en la solapa de la edición del Popol Vuh, México, D.F., FCE, 1947.
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FABIO FIALLO
EL POETA DEL AMOR
1
Santiago de Cuba, junio de 1934.
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¿En qué escuela se podría incluir este “muy antiguo y moderno”
creador de rimas frágiles y eternas? ¿Quién se atreverá a afirmar que es
posible sujetar a ley invariable y clasificar con procedimientos de natura-
lista a esa “cosa leve, alada y sagrada” que, según el divino Platón, es “el
poeta”? Él puede decir con el gran cubano:
“La celeste
Gretchen; claro de luna; el aria; el nido
del ruiseñor; y en una roca agreste,
la luz de nieve que del cielo llega
y baña a una hermosa que suspira
la queja vaga que a la noche entrega
Loreley en la lengua de la lira”.
Así lo ha expresado Fiallo en su breve, deliciosa composición “Ple-
nilunio”, que es un “lied” por la tonalidad lírica, por la vaguedad senti-
mental, por la penetración del alma del paisaje, por la musicalidad:
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Quién pudiera otra vida más hermosa,
hermosa cual mi muerte, comenzar,
y sonriendo a la dulce victimaria
beber de nuevo el tósigo mortal!
“Aprés avoir souffert, il faut souffrir encore; Il faut aimer sans cesse,
aprés avoir aimé ».
Ora evoca,
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LA VORÁGINE (BOGOTÁ, 1924)
DE JOSÉ EUSTASIO RIVERA (1889-1928)1
1
Sobre La Vorágine, novela del colombiano José Eustasio Rivera. s.l., s.f.
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La Vorágine; tal vez tienen que ser así estas novelas en que el ambiente,
la circunstancia, predomina sobre el hombre. Otro tanto sucede con la
poética novela La serpiente de oro, (1935) del peruano Ciro Alegría,
en que la serpiente mágica que es el río Marañón con la selva que crece
en sus orillas, es el protagonista, que rige la vida y el destino de los
indios y cholos que habitan la región. Sin embargo, todas estas novelas
plantean también problemas sociales, humanos; sólo que el primer
enemigo con que tiene que luchar el hombre en ellas, es la naturaleza
salvaje, y lleva la de perder.
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LA NARRATIVA DE JUAN RULFO1
1
Este texto aparece bajo el encabezado de “Panorama de la literatura hispanoamericana (6 sesiones)
La Habana, diciembre de 1967. Seminario ofrecido en el Instituto de Arte e Industria Cinematográfica
(ICAIC).
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llano en llamas (cuentos) y la novela Pedro Páramo, dos obras que, por
su sentido, podemos considerar como dos partes de una misma crea-
ción. Con éstas, se extingue la narrativa de la Revolución mexicana, aun-
que repercutan sus ecos en la obras de autores posteriores, porque sería
imposible que olvidaran que México tuvo una Revolución.
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Los adultos van movidos también por fuerzas ciegas que los lanzan
a la violencia, cuando no a actuar con una fría crueldad que podemos
juzgar inconsciente, dada la naturalidad con que ejecutan el crimen o se
refieren a él, incluso dirigiéndose a sus víctimas con fórmulas de suave
cortesía. En el cuento El hombre, el protagonista ha dado muerte a toda
una familia. El hubiera querido matar sólo al padre; pero en la oscuri-
dad de la noche no pudo distinguir quiénes eran las tres personas que
dormían en la habitación; así es que tuvo que matarlos a todos, de prisa,
no fuera a escaparse la víctima señalada, diciéndoles al tiempo mismo:
“Discúlpeme la apuración”. Y tan de prisa los mató que ni despertaron.
Con todo, le dio trabajo, porque el machete estaba mellado: “Ustedes
me han de dispensar”, les dijo.
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y éstas últimas le han dado hijos que él ha llevado a bautizar, pero luego
no se ocupó jamás de ellos ni de sus madres; excepto uno, Miguel Pára-
mo, al que por azar acoge, cría y llega a amar, para desgracia de ambos,
pues el hijo copia al padre y lo supera en desmanes y vicios y muere en
temprana edad, accidentalmente. Hombre de su región, Pedro Páramo
lleva en sí el peso de la culpa indefinida. Al ver muerto a su hijo, excla-
ma: “¡Estoy comenzando a pagar!”
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ras que ha vivido en Comala, que es destruido por ellos. Como reza la
vieja copla:
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Rulfo ha dicho que para él, una buena parte de las obras de cono-
cidos escritores “parecen escritas”, y que él ha tratado de evitar esto en
las suyas. “Precisamente, lo que yo no quería era hablar como un libro
escrito. Quería, no hablar como se escribe, sino escribir como se habla”.
Dice que “nunca se propuso desarrollar su estilo conscientemente”; que
es una cosa que simplemente ya existía allí”. Sin duda lo que intenta
sugerir es que su estilo, más que una creación, es un descubrimiento.
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Pero ese descubrimiento supone oído fino, atento a los matices del len-
guaje cotidiano y una excelente capacidad de selección, pues casi nunca
cae Rulfo en la ya gastada reproducción “fotográfica” del habla regio-
nal, que los realistas del siglo XIX propugnaron como expresión de la
verdad concreta. Es el espíritu del habla popular lo que alienta en la
obra rulfiana, brotando de la boca de sus personajes, que son todos
gentes de campo y de pueblo pequeño. No son por cierto, indios: mes-
tizo. El indio, como tal, rara vez asoma en la obra de Rulfo. No hay en
ella lo que suele denominarse indigenismo, como no hay tampoco pin-
toresquismo folklórico, ni acento panfletario, ni prédica moralizadora.
Hay una visión poética apoyada en una intuición penetrante que capta el
mundo exterior y desciende hasta lo insondable en el mundo interior.
“Hasta ellos llegaba el sonido del río pasando por sus crecidas aguas
por las ramas de los camichines, el rumor del aire moviendo suavemen-
te las hojas de los almendros y los gritos de los niños jugando en el
pequeño espacio iluminado por la luz que salía de la tienda.”
(Luvina)
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obras y apuntes
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COMENTARIO SOBRE EL SEÑOR PRESIDENTE
DE MIGUEL ÁNGEL ASTURIAS.1
1
Charla ofrecida en la Biblioteca del Lyceum de La Habana, septiembre 7 de 1959.
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Creemos que entre las novelas hispano americanas que tratan este
tema, la más representativa es El Sr.Pesidente de M. A. Asturias. En
(otra novela hispano americana contemporánea muy interesante) La vida
inútil de Pito Pérez, de José R. Romero, hay un pasaje significativo, en el
cual, cuando el Sr. Presidente de un tribunal de justicia dicta contra Pito
Pérez una sentencia injusta, Pito pícaro con ribetes de filósofo hace
agudas consideraciones sobre lo fácil que es la carrera de déspota, de la
cual la Presidencia de un Tribunal de justicia puede ser simplemente una
etapa. En la carrera que tan brillantemente nos ha dejado trazada Sar-
miento en las páginas de Facundo, en la biografía del caudillo gaucho.
En aquel caso la carrera quedó cortada por la intervención de un caudi-
llo rival, Rosas, que fue el que logra luego llegar a la cima de su ambición
de poder. El Sr. Presidente de la novela de Asturias es el déspota ya
entronizado. Es “el amo” –nos dice el autor. Es Presidente Constitu-
cional de la República, Benemérito de la Patria, Jefe del Gran Partido
Liberal, Protector de la Juventud, etc, etc, etc. Llenos están de su gloria
el cielo y la tierra de su pobre país. El personaje está inspirado directa-
mente en la figura real del Presidente Estrada Cabrera, de Guatemala.
La descripción de su persona es concreta, detallada: (Pág. 39). Lo ve-
mos actuar gritando, insultando, castigando, condenando a torturas y
muertes aterradoras, y sobre todo, tramando intrigas tan odiosas, cába-
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obras y apuntes
las tan siniestras que parece imposible que un hombre con poder para
matar abiertamente, pudiera descender a tales abismos de hipocresía y a
procedimientos tan tortuosos. Todo el mundo tiembla ante él, y solo
ante él. Su nombre basta para infundir pavor. Por eso dice Asturias que
en El Sr. Presidente “se pinta una dictadura de corte primitivo, producto
de la tierra misma, del caudillismo cimarrón, del atraso y aislamiento de
países feudos-factorías, que se diferencia de las dictaduras, más recien-
tes, como la de Batista, en que estas emplean otros sistemas de persecu-
ción y muerte, mecanizados y perfeccionados por las dictaduras europeas
del período entre las 2 guerras mundiales. En casos como el de Batista,
en lugar del Sr. Presidente todopoderoso están también los gangster que
lo secundan, “Estas nuevas dictaduras –dice Asturias– tienen más seme-
janza con las pandillas de Al Capone”; aunque todas las dictaduras co-
rresponden, por supuesto, “a la misma enfermedad social”, y tengan
“los mismos elementos básicos.”
El ser íntimo del Sr. Presidente está roído por el recuerdo de esa
inferioridad. (Pág. 233) Él sabe –y le amarga la vida– que ahora tampo-
co el pueblo le ama ni le reclama. “¡Ingratos!” grita. Sabe que le temen
y que por temor y por interés le adulan, y eso es todo. Su poder se
apoya en la cobardía de los hombres, en el sentimiento de pavor que
inspira, en la mentira, la corrupción y el crimen como sistema de gobier-
no.
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¿Qué lanza a todos estos individuos, a toda una sociedad, una na-
ción, al mal? La debilidad o la impotencia de todos, los vicios de un
sistema social en el que toda la autoridad gravita hacia las manos del que
parece tener voluntad más fuerte. Los propios gobernantes honrados
recurren al Hombre Fuerte para apoyar en él sus gobiernos vacilantes.
¿No es el propio Rivadavia el que en Argentina, pone la autoridad de las
provincias del oeste en manos de Facundo? Luego, esos gobernantes
son depuestos y anulados por el Frankenstein que han ayudado a crear.
Los militares, por ceguera moral, se agrupan en torno al Hombre Fuer-
te. Los codiciosos medran. Los demás simplemente obedecen, por el
pan por el puesto.” En estos puestos –dice uno– se mantiene uno por-
que hace lo que le ordenan, y (sigue) la regla de conducta del Sr. Presi-
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¿Por qué dice el Sr. Presidente que actúa como lo hace?; ¡Ah! Por-
que
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que fue y que es; porque todavía, como dijo Martí, “la esclavitud de los
hombres es la gran pena del mundo”. Uno de los más altos valores de
esta novela es la manera de presentar esa realidad.
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ERNESTO CARDENAL1
1
Transcripción de la presentación que del poeta Ernesto Cardenal realizada por Camila Henríquez
Ureña. La charla se ofreció a los profesores y alumnos de la Escuela de Letras. La corrección la
realizó la propia autora. La Habana, 196?.
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AMÉRICA MÁGICA
DE GERMÁN ARCINIEGAS1
1
Charla ofrecida en el Lyceum de La Habana, 14 de septiembre de 1960. Sobre el libro de Germán
Arciniegas: América Mágica, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1959.
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nuevo: las milicias de caballería del nuevo reino de Granada, que en-
tonces se apoderaron de las armas usadas antes contra los comuneros.
La plaza de los Virreyes pasó a ser la plaza del Pueblo Soberano. El
21 de julio, el cubano Manuel del Socorro González, que había sido
llevado a Bogotá para organizar la Biblioteca Pública y había fundado
allí “El Papel periódico”, inició una nueva Gaceta que se llamó La
Constitución Feliz, y escribió: (pág. 203) en el único número que se
publicó.
El último capítulo del libro lo dedica Arciniegas a Bolívar. Di-
ciembre del año y diciembre de la vida del Libertador, que va a morir
cerca de Santa Marta y del “mar de sus tempestades”: el Caribe. No
es ésta una biografía que abarque toda la vida del Libertador: es una
apreciación de conjunto de su obra como Libertador y de su carácter
como hombre, vistos con la perspectiva que se puede tener mirando
hacia atrás desde el borde de su tumba. Arciniegas es aquí el colom-
biano a diferencia del venezolano. Para él Bolívar “no es el hombre de
la república. La fe que puso en la guerra no la extendió a la capacidad
civil de su pueblo.” El hombre de las leyes era el Colombiano Santander.
En la guerra de la república, Bolívar, con su tremendas contradiccio-
nes, es para Arciniegas, “un vencido”. Pero como guerrero libertador,
nadie le parece que encarna mejor que Bolívar la virtud mágica de
América. (pag. 302)
Para Arciniegas, Bolívar “no creía en realidad en la democracia,
en los sistemas civiles, en las leyes. No aceptaba las elecciones. Pero
creía en la guerra; para aquel momento de América, que era el que le
tocaba dirigir, el sabía que lo importante era hacer la guerra libertadora
y ganarla. Y la ganó sin detenerse jamás a pensar que pudiera perderla
¿no estaba acaso dentro de él la virtud mágica? (pag. 306) Lo demás
después de Ayacucho, tocaría a sus continuadores. Así lo expresa su
última proclama: “Habéis presenciado mis esfuerzos para plantar la
libertad donde reinaba la tiranía...Todos debéis trabajar por el bien
inestimable de la unión. Mis últimos votos son por la felicidad de la
patria. Si mi muerte contribuye para que cesen los partidos (divisio-
nes) y se consolide la unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro”. Y la
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última frase suya que se recogió fue esta: “Vamos, muchachos...lleven
mi equipaje a bordo”.
.......................
Nuestros héroes luchan siempre por ese algo que parece locura y
es razón futura. Creamos recursos imprevistos, para vencer la razón
de cada día y anticipar la razón de mañana. He aquí nuestro destino y
siempre que se nos pregunte que pensamos hacer, contestaremos como
Bolívar en Pativilca, sencillamente: “Triunfar”.
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ESCENAS COTIDIANAS,
DEGASPAR BETANCOURT CISNEROS1
1
Sobre el librode Gaspar Betancourt Cisneros: Escenas Ctoidianas, 1951. Publicado en: The
Hispanic American Historical Review, University of Wisconsin.
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obras y apuntes
Pero no tomó el tono del predicador severo, sino que quiso hablar con la
sonrisa en los labios. El artículo costumbrista constituye en el siglo XIX
una de las más genuinas formas de expresión en Hispanoamérica, en Cuba
particularmente, pues la vena humorística es poderosa en la mentalidad
cubana. Esa forma eligió El Lugareño, y sus artículos son en verdad
“tesoro de contentos y mina de pasatiempos”. Pero, amenas como son,
las Escenas Cotidianas constituyen una penetrante crítica de la vida social,
con propósito declarado de corregir anticuados y nocivos hábitos de ac-
ción y pensamiento. El autor deja caer vigorosamente el látigo de su
censura sobre los prejuicios, errores y supersticiones arraigados en su
Camagüey natal; pero al par suaviza el golpe con cuidado filial y presenta
como incentivo la perspectiva de un futuro de progreso. Gaspar
Betancourt Cisneros no fue solamente un demoledor. Antes de derribar,
ya presentaba el plano del edificio que había de construirse.
A todos los campos vuelve su ojo avizor. A través de numerosos
artículos, lucha por la construcción del primer ferrocarril entre Puerto
Principe y el puerto de Nuevitas, y lo consigno, dando así nueva vida al
comercio y la industria; presenta proyectos de organización y fundación
de escuelas –en particular escuelas para niñas, lamentando el abandono en
que se halla la educación de la mujer; propone una organización eficaz de
la claridad, para que en lugar de mantener la mendicidad la haga desapare-
cer; pinta vívidamente las fiestas tradicionales populares, señalando la ne-
cesidad de modificar ciertos detalles “bárbaros” sin hacerles perder su
carácter típico. Sus temas abarcan desde la reconstrucción del cementerio
(en un artículo que nos hace pensar en Larra), hasta la enseñanza de la
Economía Política, y todo lo expone con tal lucidez y vivacidad que su
lectura debió atraer a muchos y enseñar a todos. Uno de los mayores
problemas que plantea es el de la tierra; pronunciándose a favor de una
repartición de tierras cultivables entre los campesinos, quienes podrían
trabajarlas a beneficio propio, y a la vez, de los propietarios que las deja-
ban sin explotar y en completo abandono. Encarece la importancia del
desarrollo de la agricultura, entonces nueva fuente de riqueza para
Camagüey, que había sido por mucho tiempo región de pastoreo. Insiste
en la necesidad de desarrollo de la prensa: el único periódico, la Gaceta en
que él escribía, se publicaba solo dos veces por semana. En todo se
pronuncia contra el espíritu de rutina, que es “la esclavitud del pensamien-
to, la cárcel de la voluntad y...la carcoma de una sociedad”, y sobre todo
quiere la formación de un pueblo. “Debemos aspirar –dice- a no tener
populacho, sino un público y un pueblo”. (Escena 11)
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de propósito, repugnancia. Cova es un neurótico sentimental, bárbaro y
violento a veces. El protagonista de Carpentier es más frío e incapaz de
violencia. No se complace de describir horrores; no considera inferiori-
dad el estado llamado “salvajismo”, ni intenta remediarle. Más bien des-
cubre los aspectos favorables de la vida incivilizada. La interpreta
intelectualmente, no pasionalmente como Rivera, porque tiene menos
afinidad con ella. La descripción de la selva en Rivera es a veces poética
y declamatoria: “¡Oh selva, esposa del silencio, madre de la soledad y de
la neblina!”; a veces horrenda: “millones de caribes acudieron sobre el
herido, entre un temblor de aletas y centelleos, y aunque él manoteaba y
se defendía, lo descarnaron en un segundo”; siempre romántica.
Carpentier abandona el acento declamatorio y trata de interpretar. La
Vorágine da la auténtica sensación de la selva tropical, y es fuerte en me-
dio de su lirismo, con algo de canto épico.
La descripción de la selva en Carpentier alcanza muy bellos mo-
mentos, y tiene también acento verdadero, pero no tiene carácter de
canto épico: es siempre la obra de un observador cuidadoso, de un
analista de todo y de sí mismo, a quien la emoción no arrebata:
“... tanto era el verdor atravesado por unos pocos rayos de sol, que
la claridad se teñía, al bajar de las frondas, de un color musgo que se
tornaba color de fondo de pantanos al buscar las raíces de las plantas. Al
cabo de algún tiempo de navegación en aquel caño secreto, se producía
un fenómeno parecido al que conocen los montañeses extraviados en
las nieves: se perdía la noción de la verticalidad, dentro de una suerte de
desorientación, de mareo de los ojos. No se sabía ya lo que era del árbol
y lo que era del reflejo. No se sabía ya si la claridad venía de abajo o de
arriba, si el techo era de agua, o el agua suelo; si las troneras abiertas en
la hojarasca no eran pozos luminosos conseguidos en lo anegado. Como
los maderos, los palos, las lianas, se reflejaban en ángulos abiertos o
cerrados, se acababa por creer en pasos ilusorios, en salidos, corredo-
res, orillas, inexistentes.”
La rotundez del estilo es menor. En cambio alcanza a veces delica-
deza extrema:
“Y es todo un ritmo el que se crea en las frondas; ritmo ascendente
e inquieto, con encrespamientos y retornos de olas, con blancas pausas,
respiros, vencimientos, que se alborozan y son torbellino, de repente, en
una música prodigiosa de lo verde. Nada hay más hermoso que la danza
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BERTILLÓN 1661
1
Fechado en La Habana, 1960.
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personajes abstractos más vívidos que los seres humanos. Las puertas cerra-
das, las calles casi desiertas, las gentes deslizándose en silencio, como sombras,
las escenas de posguerra, tristeza y muerte, el ambiente que es el mejor logro
de la novela. “No sólo el ambiente físico –escribe A. Arroyo– la descripción
de la ciudad como una sombría aguafuerte de negras tintas, sino del ambiente
espiritual, el clima de tensión y de horror, de (verdadero) pánico, la angustia.”
Los personajes individuales son algo esquemáticos; son agentes de una
acción colectiva: es una generación entera: la juventud cubana en pie de lucha:
está presente también la generación anterior, la de los padres, cuya ideología
niega, violentamente, la generación de los hijos.
“No son los jóvenes lo que destruyen los valores que ellos (los mayores)
conservan –dice Mario Parajón.– Lo que hacen los jóvenes es dejar constan-
cia de que ellos (los mayores) destruyeron los valores en su esencia, tratando
de defenderlos de palabra para cubrir de honorabilidad maniobras mezqui-
nas”.
Presenciamos la quiebra catastrófica de una sociedad -quiebra que los
mayores no supieron prever-, y que es como ola que arrastra y ahoga a ambas
generaciones. Los jóvenes sufren por sus padres:
“Pobre vieja. ¡Si ella supiera!... –piensa el joven estudiante Carlos Espino-
sa– El viejo también estaba ciego… ¿Cómo no se daba cuenta?... El pobre…
A veces le parecía mentira que un hombre así hubiera luchado contra Macha-
do. El viejo fue líder obrero. Ahora temblaba con los tiros y se horrorizaba de
las bombas.”
Si había tenido vigor, esa generación lo había perdido, “había perdido lo
que hay que tener… ¿Cómo podría cambiar la gente tanto?”
El padre de Raquel –muchacha revolucionaria– justifica que ha sido puesto
en libertad después de ser arrestado, porque “pude probar mi inocencia”, A
lo que su hija replica: “Tu culpa, querrás decir… Poder demostrar que se es
inocente en esto, papá, es ser culpable. Debías saberlo.”
Pero también los padres sufren por lo hijos, aunque ni los comprenden
ni los secundan, viven temblando por la vida de ellos. Cuando la catástrofe los
envuelve al fin, ése amor paternal es lo que los redime.
“¡Pondré bombas! ¡Mataré soldados! –Grita a los esbirros Guillermo
Espinosa, el padre de Carlos– ¡Cobraré con sangre la sangre de mi hijo! –
Pero es demasiado tarde. “No oyó ni uno sólo de los cuatro disparos. “Sá-
quenlo de aquí –ordenó el Capitán a los soldados, dejando el revolver sobre
la mesa.- Limpien la sangre.”
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Puede querer decir América Española.
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CIUDAD REBELDE1
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Análisis crítico del a novela Ciudad rebelde, de Luis Amado Blanco. s.l., 196?.
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todo el país desde la capital hasta las montañas orientales, y fuera del
país, en ciegas playas enemigas, envuelve a centenares y miles de co-
laboradores activos y silentes como hormigas. Es una complicidad
ilimitada en la que entran desde hermosas mujeres que inesperada-
mente aparecen para conducir en sus automóviles, hasta el preciso
lugar en que debe aparecer o desaparecer, al conspirador en peligro,
hasta los mozos de café o los ascensoristas y aun los simples tran-
seúntes: recordamos el pasaje de la obra en que un joven estudiante
huye, seguido por la policía, y el público que circula por la concurri-
da calle a través de la cual el joven trata de escapar, sin cruzarse
entre sus componentes una sola palabra ni una mirada, se mueve por
un impulso unánime para, como si fuera de casualidad, cerrar el paso
a los perseguidores.
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Maseda, herido ya en la lucha callejera, vive el tiempo suficiente para
ser testigo de ese momento del triunfo. Muere con la paz del que ha
llegado a su término justo. El y sus compañeros caídos han dado,
cuanto dar podían y sabe que la labor será continuada por hombres
nuevos en la Cuba revolucionaria. Las obras que los hombres reali-
zan individualmente son fragmentos de sueños que cobran sentido al
continuarse en el proceso general de la sociedad; proceso sin térmi-
no, pues su trayectoria describe una asíntota, línea de aproximación
infinita.
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LOS HEREDIA
Niños amigos:
Recordamos hoy, cien años después de muerto, al primero entre los
grandes poetas cubanos en el orden del tiempo: José María Heredia y Heredia.
Tan ligadas están su vida y su obra a la historia y a la vida de Cuba, que todos
vosotros conocéis su nombre, recitáis sus versos y saludáis su ideal en la estre-
lla de nuestra bandera.
Todos sabéis que fue uno de los primeros en sentir la independencia de
Cuba como una necesidad, y en profetizar su realización:
Que fue uno de los primeros en proclamar como un deber la lucha por
la libertad:
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Leído ante los niños de las escuelas públicas el 13 de mayo de 1939, en la semana dedicada a
conmemorar el Centenario de la muerte de José Maria Heredia.
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Enrique José Varona decía: “No fui yo solo: fueron todos los cubanos
de mi generación los que aprendieron a sentir por Cuba, a ver sus notas
peculiares, típicas, en la obra de Heredia. “Y Martí lo proclama el Procurador
de la lucha por la independencia: “De cadalso en cadalso, de Estrampes en
Agüero, de Plácido en Benavides, erró la voz de Heredia, hasta que un día,
entre cien brazos levantados al cielo, tronó en Yara”. Es Martí quien ha llama-
do Padre a Heredia, su padre en espíritu.
Esa cubanidad esencial, ese arraigado sentimiento por Cuba, ha sido
patrimonio, no solo de este Heredia, creador de los símbolos de la palma y de
la estrella de Cuba, sino, podemos decir, de la familia Heredia.
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II
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III
Han pasado muchos años. José María Heredia y Girard, el poeta cuba-
no-francés tiene una hija, María de Heredia, que ha heredado el talento litera-
rio frecuente en la familia. No cultiva especialmente el verso; pero hace novelas.
Ha hecho una deliciosa novela, que se titula El Seductor. María de Heredia
(que literariamente firma Gérard d´Houville) no ha estado nunca en Cuba;
pero su novela es “deliciosa” como las palmas cubanas, porque sucede en
Cuba, en Santiago y sin conocerla la autora ha sabido pintar maravillosamente
la naturaleza cubana, sabe los nombres y los aspectos de la planta y de los
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pájaros, y sabe los nombres de los lugares familiares a todos los santiagueros,
y conoce las acogedoras, las plácidas costumbres del Oriente de Cuba. La
novela es la historia de un niño cubano que nace en un cafetal y a quien luego
llevan a Francia: la historia que oyó contar a su padre; y el país que describe es
también el que le contó su padre con amorosa emoción. Porque eso ha sido
Cuba para los Heredia desde que pusieron una vez el pie sobre este suelo.
Nada han importado el tiempo ni la distancia; a través de ellos, siempre la han
sentido como una hondísima, inefable emoción; el “recuerdo” que desborda
del corazón de Heredia, “a su pasar”, aun estando frente al “prodigioso”
Niágara, la “embriaguez” que ha cantado Heredia y Girard en uno de su más
hermosos poemas:
BRISA MARINA
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BRISE MARINE
L´hiver a défleuri la lande et le courtil.
Tour est mort. Sur la roche uniformément grise
Oú la lame sans fin de l´Atlantique brise,
Le pétale fané pend au dernier pistil.
Et pourtant je ne sais quel arome subtil
Exhalé de la mer jusqu´a moi par la brise
D´un effluve si tiède emplit mon cœur qu´il grise ;
Ce souffle étragement parfumé, d´ou vient-il ?
Ah ! Je le reconnais. C´est de trois mille lieues
Qu´il vient, de l´Ouest, la-bas ou les Antilles bleues
Se pament sous l´ardeur de l´astre occidental ;
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Í NDICE ONOMÁSTICO
Aguirre, Mirta 19
Agustini, Delmira 19
Asturias, Miguel Angel: 157, 158, 159, 160, 161, 164, 165
, 166, 167, 168, 213
Balzac, Honoré 17
Bolívar, Simón 13
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Capone, Al 161
Carlos III 12
Carpentier, Alejo: 88, 120, 158, 159, 193, 194, 205, 206,
207, 208, 209, 210, 211
Castellanos, Jesús 17
236
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Faulker 116
Finger, Charles 95
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Franklin, Benjamin 12
Garcilaso 8, 133
Henríquez Ureña, Pedro 6, 15, 64, 65, 69, 70, 165, 169
Hernández, José 15
238
obras y apuntes
Jefferson, Thomas 12
Krickeberg 125
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Lope de Vega 11
Machado, Manuel 24
Mañach 18
Marratigui 18
Martí, José Julián 17, 18, 24, 31, 42, 57, 65, 68, 69, 88,
141, 164, 168, 170, 175, 176, 177, 186
240
obras y apuntes
Miranda, Francisco de 12
Moliere 11
Neruda, Pablo 19
Nietzsche, Friedich 23
Olavide, Pablo de 12
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Padre Hojeda 9
Palma, Ricardo 16
Plácido 65
Ponce, Aníbal 15
Quiroga, Facundo 15
Quiroga, Horacio 18
Ravel, Maurice 21
242
obras y apuntes
Rodríguez, Simón 13
Rojas, R. 18
Rousseau 39
Sabato, Ernesto 18
Sánchez, Florencio 17
Sanguily, Manuel 68
243
Camila Henríquez Ureña
Schopenhauer, Arthur 23
Stendahl 17
Ticknor, G. 64
Tisconia, Eleuterio 15
Unarme 13
Villaverde, Cirilo 67
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obras y apuntes
Wagner, Richard 22
Wilde, Oscar 21
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Í NDICE GENERAL
I. Estudios Generales
Modernismo ............................................................................. 21
II. Monografías
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La Vorágine (Bogotá, 1924)
de José Eustasio Rivera (1889-1928)
De Jorge Isaacs (María (1867) a Rivera
( La Vorágine, 1924) ................................................................. 135