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LA RESURRECION DE CRISTO

Es muy temprano en la mañana del tercer día después de la muerte de Jesús. Las
mujeres tímidamente se encaminan al jardín donde el cuerpo de Jesús fue puesto en
la tumba. Su encargo no es uno de esperanza sino de dolor. Su único deseo es honrar
el cuerpo de su amado Jesús con una sepultura adecuada. Su conversación se limita
a aquello que se convertiría en un pequeño detalle: “¿Quién nos removerá la piedra
de la entrada del sepulcro?” (Marcos 16:2-4). La resurrección es la última cosa que
les pasa por la mente. Sin embargo, ¡el dolor se convierte en miedo, el miedo en
esperanza inagotable, y la esperanza en gozo inefable y lleno de gloria! Ellas son
recibidas por una piedra removida, una puerta abierta, una tumba vacía, y una
proclamación angelical de buenas nuevas: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que
vive? No está aquí, sino que ha resucitado” (Lucas 24:5-8).
Las mujeres rápidamente salen del sepulcro “con temor y gran gozo” (Mateo 28:8).
Ellas corren para llevarles la noticia a los discípulos, pero su testimonio parece
palabra inútil y tonterías a aquellos que debieron haberles creído (Lucas 24:11).
Luego, esperando en contra de la esperanza, Pedro y Juan corren a la tumba vacía.
Después de una breve y confusa investigación, ellos regresan a los otros sin palabra
segura: “porque aún no habían entendido la Escritura, que era necesario que él
resucitase de los muertos” (Juan 20:9).
En su veloz partida, ellos dejan atrás a una llorosa María Magdalena, quien se
convierte en la primera en ver al Señor resucitado. Ella entonces es comisionada por
Él para regresar una vez más a los incrédulos discípulos con otra confirmación de Su
resurrección (Juan 20:11-18). Esto es seguido por una segunda aparición, a las
mujeres que regresaban del sepulcro (Mateo 28:9-10), y luego una tercera a
Cleofas y otro discípulo en el camino a Emaús (Lucas 24:13-32). Finalmente, Él se
aparece solo a Pedro (Lucas 24:34); luego dos veces a los once apóstoles —primero
sin Tomás (Juan 20:19-25) y luego con él (Juan 20:26-29)— y luego una vez
más a siete de sus discípulos junto al Mar de Galilea (Juan 21:1-14). Incluso se le
apareció a su incrédulo hermano Jacobo (I Corintios 15:7), cuya vida fue tan
transformada por este encuentro que se convierte en uno de los apóstoles (Hechos
1:14) y en pilar de la iglesia de Jerusalén (Hechos 5:13ss). Finalmente, Él se
aparece “a un abortivo” (I Corintios 15:8), a Saulo (luego Pablo) de Tarso en el
camino a Damasco (Hechos 9:3-19). Es casi superfluo escribir acerca de este
encuentro y su efecto. El mismo hombre que se había jurado a sí mismo destruir el
cristianismo se convierte en su más ardiente propagador y defensor (Hechos 9:1-
2; I Corintios 15:10).
Al final, tenemos la palabra segura de la Escritura de que antes de su ascensión,
nuestro Señor se apareció a un gran número de testigos, tanto a individuos como a
“más de quinientos hermanos a la vez” (I Corintios 15:6).

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