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DARWIN Y EL CAPITAL
By bivos • On 22 Septiembre, 2016 • In Ciencia, Ensayo
¿Es el darwinismo una construcción social? Hace unos días recibía un mensaje por las redes
sociales que remitía a este vídeo, creado por el colectivo Spanish Revolution. En síntesis, en
el vídeo se hace una breve reflexión sobre la adecuación del paradigma darwinista frente al
modelo capitalista, sugiriendo que el darwinismo es un mero instrumento de las cúpulas de
poder, mantenido por este en contradicción con la naturaleza cooperativa de la vida
(materializada en las tesis de Kropotkin). En respuesta a esta iniciativa, y a raíz de la discusión
en las redes sociales, he decidido participar proactivamente con el siguiente contenido con el
fin de clarificar algunas cuestiones en cuanto a las relaciones entre los planos científico-
académico y el sociopolítico-económico que rodean al fenómeno darwiniano.
El siguiente texto es una transcripción ordenada de la conferencia con título homónimo dada
en la Universidad de Barcelona el día 9 de Marzo, con motivo del XIII Fórum Ambiental de
la Facultad de Ciencias.
“I think that a theory so vague, so insufficiently verifiable and so far from the criteria
otherwise applied in “hard science” has become a dogma, can only be explained on
sociological grounds. Society and science have been so steeped in the ideas of mechanism,
utilitarism and the economic free competition, that instead God, selection was enthroned as
ultimate reality”.
Ludwig Von Bertalanffy, Autor de la Teoría General de Sistemas
Por lo tanto, aunque podemos hablar de Evolución en sentido absoluto como el fenómeno de
transformación organización de los seres vivos en el tiempo, a través de mecanismos y
procesos naturales, no podemos referirnos sencillamente a la teoría de la evolución sino
a las teorías (hipótesis o concepciones) evolucionistas que tratan de explicar este fenómeno
de una manera más o menos universal.
Ciertamente, la noción de evolución (o transformación) de los seres vivos adquirió dimensión
propia entre finales del siglo XVIII y mediados del XIX, proceso que culminaría con la
publicación de «El origen de las especies». Goethe, Maupertuis, Diderot, Erasmus Darwin o
Buffon son figuras que reconocieron en mayor o menor medida la posibilidad de
transformación orgánica. Lamarck constituye sin duda el gran hito al publicar el primer cuerpo
teórico consistente y completo en torno a la idea de evolución. Tras este, otros personajes
como Geoffroy Saint-Hilaire, Edward D’Alton, Patrick Matthew, Enrich Von Baer, Robert
Chambers, Frédéric Gérard o Enrich Bronn (este último premiado por la Academia de Ciencias
de París por su trabajo sobre la transformación de los seres vivos) siguieron la estela de
Lamarck y propusieron sus propias teorías y reformulaciones evolutivas. Sin embargo,
ninguno de ellos alcanzaría el impacto y la convulsión que produciría la publicación, en 1859,
de «El origen».
Ni que decir tiene que la publicación de Darwin sirvió de detonante para la especulación y
formulación de otras teorías y corrientes evolutivas alternativas a la suya propia:
macromutacionismo, ortogenetismo, evolución teísta, neolamarckismo, neodarwinismo…
Cope, Weismann, Haeckel, Mivart, De Vries, Bateson, Whithman…
Bien, ¿Por qué Darwin? ¿Por qué, entre todos estos nombres, sólo este sale a relucir entre la
particular construcción hagiográfica de la ciencia moderna?
Seguramente se puedan discutir multitud de razones, incluyendo la extensión y focalización
de la obra de Darwin sobre el tema, pero creo necesario remarcar tres factores de gran
relevancia que fueron condicionantes indivisibles del éxito inicial del darwinismo y el éxito
de «El origen» como obra de alcance mediático y académico: 1) el posicionamiento social de
Darwin, 2) su concepción natural del mundo y 3) el contexto histórico en el que se desarrolla.
Pero, tras este necesario paréntesis, volvamos al hilo histórico. Lucha por la existencia,
competencia por los recursos, individualidad. ¿De dónde proceden estos conceptos situados
en la columna vertebral del darwinismo? ¿Son acaso una revelación de
nuestro héroe londinense?
Podemos identificar una cadena de pensamiento coherente en el desarrollo de las ideas
cercanas al darwinismo en figuras de relevancia histórica como son Thomas Hobbes (la lucha
de todos contra todos), Alphonse de Candolle (la naturaleza en guerra), Adam Smith (la mano
invisible del mercado), Thomas Malthus (sobre el crecimiento de la población) y Herbert
Spencer (la supervivencia del más apto), quien sería, por tiempos, influencia y seguidor del
darwinismo.
El propio Darwin (1876) sería explícito al mencionar la influencia de Malthus en sus ideas:
«En octubre de 1838; esto es quince meses después de haber empezado mi estudio sistemático,
se me ocurrió leer por placer el ensayo de Malthus sobre la población y, como estaba bien
preparado para apreciar la lucha por la existencia que por doquier se deduce de una
observación larga y constante de los hábitos de animales y plantas, descubrí enseguida que
bajo estas condiciones, las variaciones favorables tenderían a preservarse, y las
desfavorables a ser destruidas. El resultado sería la formación de especies nuevas. Aquí había
conseguido por fin una teoría sobre la que trabajar».
Y, de manera aún más directa (1859):
«[Esta] es la doctrina de Malthus aplicada con multiplicada fuerza al conjunto de los reinos
animal y vegetal; porque en este caso, no hay aumento artificial de alimento y limitación
prudente de matrimonios».
Ciertamente, la ascendencia sociológica del darwinismo es un tema de discusión desde casi
los principios del mismo. En una revisión moderna, el siempre agudo Stephen Jay Gould
(2004) escribía:
«Si Darwin se sirvió de Malthus para captar el papel central de la continua y dura lucha por
la existencia, luego necesitó de la escuela afín de los economistas escoceses (los teóricos del
laissez-faire, capitaneados por Adam Smith y su Investigación sobre la naturaleza y causas
de la riqueza de las naciones, cuya primera edición se publicó en el auspicioso y
revolucionario año de 1776) para formular el principio aún más fundamental de la selección
natural misma. Diría que la selección natural es, en esencia, la economía de Adam Smith
transferida a la naturaleza».
Bastante menos explícita es la evidencia de precursores en la transposición previa de estas
ideas al marco evolutivo. El contacto de esta línea de pensamiento hobbesiano con la cuestión
abierta sobre el origen de las especies resultó en la conformación (¿en paralelo?) de las
asunciones más generales del evolucionismo (malthusiano) por selección natural: Patrick
Matthew, Edward Blyth y Alfred R. Wallace y, posteriormente, el propio Darwin,
construyeron un modelo de naturaleza que reflejaba su propia concepción de la sociedad.
Llegados a este punto, y en conocimiento de estos precursores y condicionantes, debemos
rescatar la pregunta detonante de esta argumentación: ¿por qué Charles Darwin?
La privilegiada posición social, la dilatada solvencia económica y el caldo de cultivo
contextual (contingente histórico germinado durante décadas) son razones poderosas para
entender porqué Darwin pudo dedicarse a esta empresa. Sin embargo, queda un último punto,
consecuencia más o menos directa de los anteriores, que tiene que ver con el ejercicio de
poder detrás de la propulsión inicial y aceptación de los puntos claves del darwinismo.
El círculo de amistades y colegas que Darwin se había forjado durante años, de deliberada
posición liberal, tuvo una enorme influencia en el desarrollo primigenio del darwinismo.
Huxley, Hooker, Tyndal, Spencer y otras figuras de creciente importancia se las arreglaron
para ocupar puestos de relevancia y liderazgo en las principales sociedades científicas, museos
y universidades, ejercer presión e influencia editorial, coaccionar y reprimir a los críticos y
preservar la autoría de Darwin, así como participar en acalorados debates y charlas populares
con de propulsar la hegemonía darwinista como bastión científico del liberalismo. Este grupo
de intelectuales se constituyó como sociedad bajo el nombre de «X-Club» y, de acuerdo con
cronistas de la época, llegó a convertirse en «el grupo científico más influyente y poderoso de
Inglaterra».
De hecho, según Larson (2006):
«trabajando en un grupo reducido y estrechamente unido de intelectuales con ideologías
afines, conocido como el X–Club, Huxley y sus amigos se las arreglaron para asumir
funciones de liderazgo en muchas de las sociedades científicas británicas de más alto nivel,
colocaron a personas que les apoyaban en altos cargos de las universidades y museos, e
influir en la política editorial de las revistas científicas. En 1869 fundaron la revista Nature
como portavoz del naturalismo científico y desde sus páginas promocionaron sin reparos el
darwinismo […] en la década de 1880, los que se oponían a ellos afirmaban que el
darwinismo se había convertido en un dogma aceptado a ciegas y muy bien blindado frente a
cualquier ataque serio».
Así, a finales del siglo XIX, aunque la suficiencia del darwinismo como explicación general
de la evolución estaba lejos de ser aceptada (incendiando un acalorado debate sobre los modos,
tiempos y direcciones evolutivas), su ideología subyacente había sido asimilada como parte
del discurso sobre el orden biológico. La «socialización de la naturaleza» había germinado
para florecer ahora sobre el terreno regado por las transmutaciones del poder y la dominación.
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Tras todo este recorrido, son legión las voces que claman que las relaciones entre darwinismo
y poder, entre ciencia y capital en sentido amplio, no pueden más que tacharse, en el peor de
los casos, como una mala praxis de una buena teoría. Reconociendo su lógica, considero
imposible separar el plano científico – académico del sociopolítico – económico. No es posible
confrontarse al «monstruo» (en cuanto gigantez, poder y deformidad) que es darwinismo sin
remitir tanto a argumentos sociales como científicos. Considero fundamental analizar (aun tan
someramente) las relaciones con el poder, como es necesario poner en tela de juicio la
vigencia, suficiencia e incluso la mera existencia del darwinismo como un programa de
investigación real.
Pero ese será otro artículo.
Lecturas complementarias:
Heredia, D. (2014). Redes, sistemas y evolución: Hacia una nueva biología. Madrid:
BioCoRe // Tesis Doctoral UAM (2013).
Heredia, D. (2012). El mito del gen: genética, epigenética y el bucle organismo-
ambiente. Medicina Naturista, 6(1), 39–46.
Olarieta, J.M. (2012). La teoría materialista de la evolución en la URSS. Theoria.
2009;(2).
Abdalla, M. (2010). La crisis latente del darwinismo. Murcia: Cauac.
Sandín, M. (2010). Pensando la evolución, pensando la vida. Murcia: Cauac.
Larson, E. (2006). Evolución, la asombrosa historia de una teoría científica. Madrid:
Debate.
Gould, S.J. (2004). La estructura de la teoría de la evolución. Barcelona: Tusquets.
Løvtrup, S. (1987). Darwinism: The Refutation of a Myth. Londres: Croom Helm.
Darwin, C. (2009). El origen de las especies. Madrid: Espasa-Calpe.
Darwin, C. (2009). El origen del hombre. Madrid: Bibloteca EDAF.
Darwin, C. (1977). Autobiografía y cartas escogidas. Madrid: Alianza.