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DARWIN Y EL CAPITAL
By bivos • On 22 Septiembre, 2016 • In Ciencia, Ensayo
¿Es el darwinismo una construcción social? Hace unos días recibía un mensaje por las redes
sociales que remitía a este vídeo, creado por el colectivo Spanish Revolution. En síntesis, en
el vídeo se hace una breve reflexión sobre la adecuación del paradigma darwinista frente al
modelo capitalista, sugiriendo que el darwinismo es un mero instrumento de las cúpulas de
poder, mantenido por este en contradicción con la naturaleza cooperativa de la vida
(materializada en las tesis de Kropotkin). En respuesta a esta iniciativa, y a raíz de la discusión
en las redes sociales, he decidido participar proactivamente con el siguiente contenido con el
fin de clarificar algunas cuestiones en cuanto a las relaciones entre los planos científico-
académico y el sociopolítico-económico que rodean al fenómeno darwiniano.
El siguiente texto es una transcripción ordenada de la conferencia con título homónimo dada
en la Universidad de Barcelona el día 9 de Marzo, con motivo del XIII Fórum Ambiental de
la Facultad de Ciencias.

DARWIN Y EL CAPITAL: Una historia de Ciencia, Economía y Poder.


Daniel Heredia Doval.

“I think that a theory so vague, so insufficiently verifiable and so far from the criteria
otherwise applied in “hard science” has become a dogma, can only be explained on
sociological grounds. Society and science have been so steeped in the ideas of mechanism,
utilitarism and the economic free competition, that instead God, selection was enthroned as
ultimate reality”.
Ludwig Von Bertalanffy, Autor de la Teoría General de Sistemas

Ciencia y evolución: Un preámbulo evolutivo


Hablar de ciencia es hablar de métodos y lógicas. En esencia, la ciencia es un fenómeno
cultural que se desarrolla en torno al materialismo (la materia precede a las ideas) y al
empirismo (el conocimiento es experiencial) orientado sobre un método (el método científico).
El conocimiento obtenido mediante la observación y la experimentación obedece a una razón
filosófica (el conocimiento per se), pero, sobre todo, a una razón económica. La
categorización de las especies nace con la explotación ordenada de los recursos, la de las
estrellas, con la navegación y la previsión estacional y meteorológica.
Ernst Mach decía que «la física es experiencia organizada en un orden económico». Esta
economía es la economía de los recursos, pero también del pensamiento. ¿Sobre qué pensar?
Lamarck (1809), por su parte, escribía «fueron primero las necesidades económicas y de
recreación las que impulsaron la creación sucesiva de las diferentes partes del arte que se
emplean en las ciencias naturales».
El desarrollo explosivo de estas ciencias naturales y el reconocimiento de la particularidad
dialéctica del mundo orgánico (forma-función, organismo-ambiente, adaptación-
sofisticación) llevaron a Lamarck a proclamar la necesidad de una disciplina propia, bajo un
método y una ordenación no sólo económica, sino cronológica. Esta disciplina recibió el
nombre de Biología (que era el título de una obra inédita).
Biología, por lo tanto, hacía referencia a una nueva metodología de estudio unificado de los
cuerpos vivientes, en sus componentes, propiedades, y en sus relaciones orgánicas entre si y
con su medio.
Su método, de lo general a lo particular, abogaba por la integralidad y la interdependencia de
escala. Su ordenamiento, recogía las afinidades corporales de los organismos y las situaba
como piezas interrelacionadas en el tiempo y en el espacio, como parte de un mundo en
constante transformación. Hoy la palabra utilizada para referirse a los procesos de génesis y
trasformación de las formas orgánicas es Evolución.
El concepto de evolución es, desde su origen, inseparable de la propia Biología.
A partir de esta pequeña introducción, no es necesaria mucha investigación para constatar que
el celebrado trinomio Evolución = Teoría de la evolución = Darwinismo es absolutamente
erróneo. Evolución es un fenómeno, constatable y verificable mediante pruebas
paleontológicas y neontológicas, que obedece a diferentes procesos y mecanismos. La
identificación de esos procesos y mecanismos obedece a pruebas de segundo orden, que se
estructuran en torno a hipótesis y teorías. El área de la biología destinada al estudio de las
mismas es la Biología evolutiva.
Søren Løvtrup, en su recomendable «Darwinism: the refutation of a Myth» (1987), identifica
la posibilidad de evaluar la Teoría de la evolución como el conjunto de cuatro elementos
dependientes pero no consecuentes:

1. La evolución como realidad natural y material


2. La historiografía y el ordenamiento filogenético
3. Los mecanismos de origen de las novedades
4. La preservación y desarrollo cronoecológico

Por lo tanto, aunque podemos hablar de Evolución en sentido absoluto como el fenómeno de
transformación organización de los seres vivos en el tiempo, a través de mecanismos y
procesos naturales, no podemos referirnos sencillamente a la teoría de la evolución sino
a las teorías (hipótesis o concepciones) evolucionistas que tratan de explicar este fenómeno
de una manera más o menos universal.
Ciertamente, la noción de evolución (o transformación) de los seres vivos adquirió dimensión
propia entre finales del siglo XVIII y mediados del XIX, proceso que culminaría con la
publicación de «El origen de las especies». Goethe, Maupertuis, Diderot, Erasmus Darwin o
Buffon son figuras que reconocieron en mayor o menor medida la posibilidad de
transformación orgánica. Lamarck constituye sin duda el gran hito al publicar el primer cuerpo
teórico consistente y completo en torno a la idea de evolución. Tras este, otros personajes
como Geoffroy Saint-Hilaire, Edward D’Alton, Patrick Matthew, Enrich Von Baer, Robert
Chambers, Frédéric Gérard o Enrich Bronn (este último premiado por la Academia de Ciencias
de París por su trabajo sobre la transformación de los seres vivos) siguieron la estela de
Lamarck y propusieron sus propias teorías y reformulaciones evolutivas. Sin embargo,
ninguno de ellos alcanzaría el impacto y la convulsión que produciría la publicación, en 1859,
de «El origen».
Ni que decir tiene que la publicación de Darwin sirvió de detonante para la especulación y
formulación de otras teorías y corrientes evolutivas alternativas a la suya propia:
macromutacionismo, ortogenetismo, evolución teísta, neolamarckismo, neodarwinismo…
Cope, Weismann, Haeckel, Mivart, De Vries, Bateson, Whithman…
Bien, ¿Por qué Darwin? ¿Por qué, entre todos estos nombres, sólo este sale a relucir entre la
particular construcción hagiográfica de la ciencia moderna?
Seguramente se puedan discutir multitud de razones, incluyendo la extensión y focalización
de la obra de Darwin sobre el tema, pero creo necesario remarcar tres factores de gran
relevancia que fueron condicionantes indivisibles del éxito inicial del darwinismo y el éxito
de «El origen» como obra de alcance mediático y académico: 1) el posicionamiento social de
Darwin, 2) su concepción natural del mundo y 3) el contexto histórico en el que se desarrolla.

Del capital a la ciencia: La otra historia del darwinismo.


«Los organismos vivientes han existido sobre la Tierra, sin nunca saber por qué, durante más
de tres mil millones de años, antes de que la verdad, al fin, fuese comprendida por uno de
ellos. Por un hombre llamado Charles Darwin”.
Esta triunfalista afirmación, procedente de la presentación del «El gen egoísta» (1971) de
Richard Dawkins (otro de los best-sellers darwinistas), no es sino una reducción al absurdo
del discurso general asimilado por la ortodoxia evolucionista, la comunidad científica y la
cultura popular.
¿Quién era Charles Robert Darwin y qué misteriosa genialidad le rodeaba para «descubrir la
verdad» (en sentido absoluto) sobre nuestra existencia?
La historia, mucho menos hollywoodiense, de la vida de Darwin relata un personaje humano,
claroscuro, con sus celos, inquietudes, argucias, fobias y simplezas. No es mi intención hacer
una revisión intensiva de la figura de Darwin en cualquier caso. Para eso, existen otros textos
mucho más extensos y mejor referenciados. Lo que si me interesa destacar en este punto, de
acuerdo con la argumentación del texto, es la relación que establece Darwin con los altos
círculos sociales y académicos de la época.
Darwin nace en 1809 en el seno de una adinerada y bien posicionada familia burguesa. Hijo y
nieto de médicos, Darwin es instado a estudiar medicina en Edimburgo antes de finalizar su
formación elemental. Su desinterés general por los estudios, su rechazo patológico a las
sesiones prácticas de anatomía y el conocimiento de una gran fortuna con la que vivir
holgadamente hasta el fin de sus días, confabulan en la mente de Darwin para abandonar
Medicina al segundo curso. Se subgraduaría en Teología en Cambridge dos años más tarde,
con la expectativa de ejercer como párroco rural, plan que sería truncado por la inesperada
invitación a participar en el viaje transatlántico que le haría célebre: el del HMS Beagle.
El joven Darwin, enrolado más como acompañante de alta clase que como naturalista formado
(papel que tomaría tras la poco sutil destitución del cirujano de abordo, Robert McCormick),
tuvo la oportunidad de observar de primera mano las maravillas del Nuevo Mundo. En este
periodo no desarrolló ninguna tesis particular en torno a la evolución orgánica (conocía y
renegaba de las ideas lamarckianas), pero le sirvieron para tomar numerosas anotaciones y,
sobre todo, labrarse un nombre gracias a las contribuciones de nuevos especímenes. Strater
(1999) relata:
«Gracias a sus abundantes recursos económicos, Darwin se pudo permitir enviar a su mentor,
el reverendo Henslow, una gran cantidad de especímenes recolectados por sus asalariados.
Éste, entusiasmado, pronunció varias conferencias sobre ellos en la Geological Society de
Londres. Al llegar a Londres, Darwin descubrió que se había convertido en una especie de
celebridad […] Le nombraron miembro de la Geological Society y le ascendieron de
inmediato a su consejo rector. Un año más tarde fue aceptado en el Ateneo, el club para
caballeros más exclusivo de Londres y al año siguiente le nombraron miembro de la Royal
Society. El regreso de Darwin no fue precisamente discreto”.
Esta imagen de un Darwin económicamente enriquecido (entre herencias, sumas familiares
derivadas de su matrimonio con su prima Emma y la actividad de prestamista) y bien
posicionado puede contrastar con la imagen romántica y conspicua de un joven naturalista
aventurero confrontado al ostracismo académico. Tras su regreso a Londres, Darwin habría
forjado relación con algunos de las más influyentes (y a la postre, poderosas) figuras del
panorama científico de la época: Robert Hooker, John S. Henslow, Francis Galton, Asa Gray,
Charles Lyell, Thomas Henry Huxley…
En 1859, esta particular posición favorecería en última instancia la salida, promoción y
aceptación de la que se convertiría en su gran obra: «El origen de las especies por medio de
la selección natural, o la preservación de las razas favorecidas en la lucha por la existencia».
A la publicación le precedieron discursos favorables en la Academia por parte del respetado
Lyell y revisiones en el Times de la mano de Huxley. La expectativa estaba ya sembrada y la
obra avalada.
Sin embargo, para entender el impacto completo del libro es necesario contemplar, primero,
su contenido y estructura, y, segundo, la trascendencia del mismo dentro del contexto histórico
y social.
«El origen» se estructura en torno a cinco argumentos que aparecen de forma recurrente y no
siempre conexa: 1) la realidad del fenómeno evolutivo, 2) la ascendencia común última, 3) el
gradualismo filético, 4) la conservación y diversificación de las razas y 5) la selección natural
como «principio rector» (se ha evitado conscientemente el uso de atributos como
«mecanismo» o «proceso»). Este último, el concepto de selección natural, puede considerarse
como el elemento más distinguido de la aportación de Darwin, y el que facilitó en mayor
medida la efervescencia de un debate académico y controversia social.
La selección natural, este «principio rector» de la evolución, es descrito por Darwin (1859) en
el siguiente extracto (el subrayado es mío):
«como de cada especie nacen muchos más individuos de los que pueden sobrevivir y como,
en consecuencia a la lucha por la vida, que se repite frecuentemente, se sigue que todo ser,
si varía, por débilmente que sea, de algún modo provechoso para él bajo las complejas y a
veces variables condiciones de la vida tendrá mayor posibilidad de sobrevivir y de
ser naturalmente seleccionado. Según el poderoso principio de la herencia, toda variedad
seleccionada tenderá a propagar su nueva y modificada forma».
En esencia, la visión darwiniana de la evolución se estructura en torno a tres conceptos
nucleares. Estos pilares pueden reconocerse en sus distintas etapas y trasmutaciones
(darwinismo – neodarwinismo – síntesis moderna), y los identifico como el núcleo de lo que
podemos llamar «paradigma darwinista»:

1. Individualismo: existe variabilidad dentro de las poblaciones y ésta se manifiesta de forma


conspicua, continua y no direccionada. Gould (2004) llamaría a esta variación «isotrópica».
2. Competencia: la limitación de recursos conlleva la no supervivencia de todos los individuos.
Admitiendo que la variación individual proporciona «ventajas competitivas» en el acceso a
los recursos limitantes a unos individuos frente al resto, se sucede una razón de supervivencia
(y reproducción) diferencial.
3. Causalidad: Los principios anteriores se encajan dentro de una concepción mecanicista de la
naturaleza, que obedece a cadenas causales y la reciprocidad entre acciones. Es decir, la
variación favorable en un medio es garantía de supervivencia y reproducción, al tiempo que
la supervivencia y reproducción son garantías de la conservación (herencia) de dichas
variaciones.

De esta forma, se ignoran las causas últimas de la variación (epigénesis) y se suprime al


organismo como sujeto activo de la evolución, constituyéndose como un sistema
informacionalmente cerrado frente al medio. Este último es un elemento selector, nunca
instructor, sin capacidad de alterar la información hereditaria ni direccionar la variación. La
adaptación es posible por medio del acoplamiento de las poblaciones (no de los individuos).
Y la evolución, como recorrido histórico completo de la vida, no es más que la suma de los
procesos adaptativos de las poblaciones desde sus orígenes.

Pero, tras este necesario paréntesis, volvamos al hilo histórico. Lucha por la existencia,
competencia por los recursos, individualidad. ¿De dónde proceden estos conceptos situados
en la columna vertebral del darwinismo? ¿Son acaso una revelación de
nuestro héroe londinense?
Podemos identificar una cadena de pensamiento coherente en el desarrollo de las ideas
cercanas al darwinismo en figuras de relevancia histórica como son Thomas Hobbes (la lucha
de todos contra todos), Alphonse de Candolle (la naturaleza en guerra), Adam Smith (la mano
invisible del mercado), Thomas Malthus (sobre el crecimiento de la población) y Herbert
Spencer (la supervivencia del más apto), quien sería, por tiempos, influencia y seguidor del
darwinismo.
El propio Darwin (1876) sería explícito al mencionar la influencia de Malthus en sus ideas:
«En octubre de 1838; esto es quince meses después de haber empezado mi estudio sistemático,
se me ocurrió leer por placer el ensayo de Malthus sobre la población y, como estaba bien
preparado para apreciar la lucha por la existencia que por doquier se deduce de una
observación larga y constante de los hábitos de animales y plantas, descubrí enseguida que
bajo estas condiciones, las variaciones favorables tenderían a preservarse, y las
desfavorables a ser destruidas. El resultado sería la formación de especies nuevas. Aquí había
conseguido por fin una teoría sobre la que trabajar».
Y, de manera aún más directa (1859):
«[Esta] es la doctrina de Malthus aplicada con multiplicada fuerza al conjunto de los reinos
animal y vegetal; porque en este caso, no hay aumento artificial de alimento y limitación
prudente de matrimonios».
Ciertamente, la ascendencia sociológica del darwinismo es un tema de discusión desde casi
los principios del mismo. En una revisión moderna, el siempre agudo Stephen Jay Gould
(2004) escribía:
«Si Darwin se sirvió de Malthus para captar el papel central de la continua y dura lucha por
la existencia, luego necesitó de la escuela afín de los economistas escoceses (los teóricos del
laissez-faire, capitaneados por Adam Smith y su Investigación sobre la naturaleza y causas
de la riqueza de las naciones, cuya primera edición se publicó en el auspicioso y
revolucionario año de 1776) para formular el principio aún más fundamental de la selección
natural misma. Diría que la selección natural es, en esencia, la economía de Adam Smith
transferida a la naturaleza».
Bastante menos explícita es la evidencia de precursores en la transposición previa de estas
ideas al marco evolutivo. El contacto de esta línea de pensamiento hobbesiano con la cuestión
abierta sobre el origen de las especies resultó en la conformación (¿en paralelo?) de las
asunciones más generales del evolucionismo (malthusiano) por selección natural: Patrick
Matthew, Edward Blyth y Alfred R. Wallace y, posteriormente, el propio Darwin,
construyeron un modelo de naturaleza que reflejaba su propia concepción de la sociedad.
Llegados a este punto, y en conocimiento de estos precursores y condicionantes, debemos
rescatar la pregunta detonante de esta argumentación: ¿por qué Charles Darwin?
La privilegiada posición social, la dilatada solvencia económica y el caldo de cultivo
contextual (contingente histórico germinado durante décadas) son razones poderosas para
entender porqué Darwin pudo dedicarse a esta empresa. Sin embargo, queda un último punto,
consecuencia más o menos directa de los anteriores, que tiene que ver con el ejercicio de
poder detrás de la propulsión inicial y aceptación de los puntos claves del darwinismo.
El círculo de amistades y colegas que Darwin se había forjado durante años, de deliberada
posición liberal, tuvo una enorme influencia en el desarrollo primigenio del darwinismo.
Huxley, Hooker, Tyndal, Spencer y otras figuras de creciente importancia se las arreglaron
para ocupar puestos de relevancia y liderazgo en las principales sociedades científicas, museos
y universidades, ejercer presión e influencia editorial, coaccionar y reprimir a los críticos y
preservar la autoría de Darwin, así como participar en acalorados debates y charlas populares
con de propulsar la hegemonía darwinista como bastión científico del liberalismo. Este grupo
de intelectuales se constituyó como sociedad bajo el nombre de «X-Club» y, de acuerdo con
cronistas de la época, llegó a convertirse en «el grupo científico más influyente y poderoso de
Inglaterra».
De hecho, según Larson (2006):
«trabajando en un grupo reducido y estrechamente unido de intelectuales con ideologías
afines, conocido como el X–Club, Huxley y sus amigos se las arreglaron para asumir
funciones de liderazgo en muchas de las sociedades científicas británicas de más alto nivel,
colocaron a personas que les apoyaban en altos cargos de las universidades y museos, e
influir en la política editorial de las revistas científicas. En 1869 fundaron la revista Nature
como portavoz del naturalismo científico y desde sus páginas promocionaron sin reparos el
darwinismo […] en la década de 1880, los que se oponían a ellos afirmaban que el
darwinismo se había convertido en un dogma aceptado a ciegas y muy bien blindado frente a
cualquier ataque serio».
Así, a finales del siglo XIX, aunque la suficiencia del darwinismo como explicación general
de la evolución estaba lejos de ser aceptada (incendiando un acalorado debate sobre los modos,
tiempos y direcciones evolutivas), su ideología subyacente había sido asimilada como parte
del discurso sobre el orden biológico. La «socialización de la naturaleza» había germinado
para florecer ahora sobre el terreno regado por las transmutaciones del poder y la dominación.

De la ciencia al capital: Darwinismo y sociopolítica del siglo XX.


El darwinismo, con la supervivencia del más apto por bandera, supone la elevación del orden
social a un orden natural y, para muchos, en una «ley de la naturaleza». En síntesis, el
darwinismo se basa en la superioridad biológica de unos individuos sobre otros en un entorno
de competencia contextual.
Ni que decir tiene lo sugerente que resultó esta interpretación natural como explicación
complaciente y justificativa (perfectamente adaptada) para los órdenes de poder emergentes
de la época. El darwinismo ha sido (es) un elemento de refuerzo para distintas formas de poder
basadas en el reconocimiento de la competencia y la lucha como motor de progreso, las
superioridades biológicas y/o la dominación histórica y geográfica. Capitalismo, marxismo,
imperialismo y los distintos «biotipismos» (por usar un término que aglutine todas las formas
de discriminación en base a los tipos biológicos) han sido influenciados y justificados en
mayor o menor medida por términos darwinianos.
La relación entre capitalismo y darwinismo es seguramente la más evidente, y surge desde el
inicio como un bucle retroalimentado. Tal como recoge Templado (1974):
«Desde el principio el darwinismo fue un aliado del liberalismo, se consideró como un medio
de elevar la doctrina de la libre competencia hasta el grado de ley natural y proporcionar de
este modo una base científica al progresismo liberal… Esta coincidencia doctrinal explicaría
la rápida difusión que tuvieron las ideas darwinistas en los medios liberales de entonces, y la
enemistad que despertaron en los elementos sociales conservadores».
Constituido como base natural de la racionalidad liberal, el darwinismo fue no solo asimilado
sino promocionado activamente por el X-Club y los círculos liberales como parte integral de
un proceso de transformación social, real y premeditado. T.H. Huxley, por ejemplo, no sólo
era un defensor a ultranza del darwinismo en el ámbito académico, sino que organizaba charlas
en las fábricas con el fin de instruir a los trabajadores en las maravillas del sistema liberal y el
darwinismo.
De hecho, hasta la actualidad, el binomio darwinismo-capitalismo, construido con una razón
circular, ha sido reconocido como parte del discurso justificativo de las élites económicas.
Como botón de muestra, John R. Rockefeller afirmaba: «el crecimiento de un gran negocio
consiste, simplemente, en la supervivencia del más apto […] es, sencillamente, el desarrollo
de una ley de la Naturaleza». Este discurso ha calado en la racionalidad moderna.
Por otro lado, el marxismo ha dialogado de una forma algo más compleja con el darwinsmo.
Es tentador ver un reflejo de la lucha por la existencia, como motor de la historia biológica,
en la lucha de clases, como motor de la historia de la humanidad. Marx (correspondencia con
Engels, años 1860) recibió con interés y complicidad las ideas de Darwin en un inicio («El
libro de Darwin es muy importante y me sirve de base de la lucha de clases en la historia»,
«en este libro se encuentra el fundamento histórico natural de nuestra idea»), para migrar con
posterioridad a una posición mucho más crítica. Reconociendo al darwinismo como un aliado
del capitalismo, y atendiendo tanto a las relaciones tautológicas entre ambos, Marx encontraría
en este un intento incompleto (e infructuoso) de explicar el orden de la naturaleza y trasponerlo
a la sociedad. Escribiría (1875):
«La diferencia esencial entre la sociedad humana y la sociedad animal es que los animales,
en el mejor de los casos, recogen, mientras que los hombre producen. Esta diferencia, única
pero capital, basta para impedir la pura y simple transposición de las leyes naturales a las
humanas […] el simple hecho de considerar la historia anterior como una serie de luchas de
clases revela toda la inconsistencia de la concepción de esta misma historia como una ligera
«variación de la lucha por la vida». Y, por mi parte, no pienso conceder ese placer a estos
pseudo-naturalistas».
Aunque, con posterioridad, el darwinismo ha sido recogido por autores marxistas como un
elemento de influencia y justificación sobre la lucha de clases, parece que, por lo menos desde
un punto de vista histórico, Marx tenía razones más que sobradas para encontrar en éste un
elemento al que confrontarse. El propio Darwin era contrario a las luchas por los derechos de
los trabajadores y se preocupaba profundamente por los efectos «darwinianos» que estos
podían acarrear. En una carta a Fick (1872), escribía:
«Me gustaría […] tener la ocasión de discutir con usted […] la idea en la que insisten todos
nuestros sindicatos, de que todos los trabajadores, los buenos y los malos, los fuertes y los
débiles, deben trabajar el mismo número de horas y recibir las mismas pagas. Los sindicatos
se oponen también al trabajo a destajo (en suma, a toda competición). Me temo que las
sociedades cooperativas, que muchos ven como la principal esperanza para el futuro,
igualmente excluyen la competición. Esto me parece un gran peligro para el futuro progreso
de la humanidad. No obstante, bajo cualquier sistema, los trabajadores moderados y frugales
tendrán una ventaja y dejarán más descendientes que los borrachos y atolondrados.”
Aunque la influencia en los modelos económicos es innegable, mucho más explícita ha sido
quizá la adhesión de los cánones darwinianos a los discursos sobre el imperialismo y el
colonialismo. Los procesos de dominación y expansión violenta quedan enmarcados como
parte de un orden lógico, de un derecho natural por el control de los recursos (incluyendo
riquezas naturales, territorios y poblaciones humanas).
De hecho, personalidades tan influyentes (y reconocidas en la historiografía darwiniana) como
Spencer («las civilizaciones, sociedades e instituciones compiten entre sí, y sólo resultan
vencedores aquellos que son biológicamente más eficaces») y Haeckel («la totalidad de la
historia de las naciones […] ha de ser explicada mediante la selección natural. La pasión y
el egoísmo, conscientes o inconscientes, son por doquier la fuerza motriz de la vida») se
manifestaron claramente en este sentido.
Cuando esta razón de dominación se imbrica sobre las nociones sobre la superioridad
biológica entre pueblos e individuos, obtenemos como resultado una transposición directa de
las dinámicas naturales sobre las sociedades. Las cuestiones sobre las distintas formas de
supremacía biológica en cuanto a género, raza, clase social, etc., constituyen el núcleo de lo
que ha venido a llamarse «darwinismo social». Lejos de representar un subproducto del
«darwinismo científico», estas cuestiones forman parte indisoluble del constructo darwinista.
De hecho, el propio Darwin se manifestó repetidamente sobre el tema. Por ejemplo (1871):
«llegará algún día, por cierto no muy distante, que de aquí para allá se cuenten por miles los
años en que las razas humanas civilizadas habrán exterminado y remplazado a todas las
salvajes por el mundo esparcidas. Para ese mismo día habrán dejado ya de existir, según
observa el profesor Schaffhauser, los monos antropomorfos y entonces la laguna será aun
más considerable, porque no existirán eslabones intermedios entre la raza humana que
prepondera en la civilización, a saber: la raza caucásica y una especie de mono inferior, por
ejemplo el papión, en tanto que en la actualidad la laguna solo existe entre el negro y el
gorila”.
Esta visión, aún siendo no compartida por todos los naturalistas de su época (véase Mivart
1871), constituía una extensión lógica de su visión sobre el orden natural. Del mismo modo,
el darwinismo apuntalaba sobre estas mismas bases raciales las posiciones de explotación y
discriminación de las mujeres (1871):
«La principal distinción en las facultades intelectuales de los dos sexos se manifiesta en que
el hombre llega en todo lo que acomete a punto más alto que la mujer, así se trate de cosas
en las que se requiera un pensamiento profundo, o razón, imaginación o simplemente el uso
de los sentidos y de las manos. […] Está generalmente admitido que en la mujer las facultades
de intuición, de rápida percepción y quizá también las de imitación, son mucho más vivas que
en el hombre; más algunas de estas facultades, al menos, son propias de las razas inferiores,
y por tanto corresponden a un estado de cultura pasado y más bajo».
Como broche final, quizá una broma histórica que nos recuerda la idoneidad de la ciencia
como herramienta de sometimiento y racionalización de la barbarie, Darwin hace uso de la
incipiente estadística biométrica (no en vano, liderada por su primo Galton) como justificación
última de sus ideas (ibid):
«podemos inferir de la ley de desviación de los tipos medios – tan bien expuesta por Galton
en su obra sobre el «Genio hereditario» – que si los hombres están en decidida superioridad
sobre las mujeres en muchos aspectos, el término medio de sus facultades estará por encima
del de la mujer».
Llegado a este punto, es el ciclo se cierra. El darwinismo supone un acto de socialización de
la naturaleza (del Capital a la Ciencia), en el que se sintetizan las nociones de pensamiento de
Hobbes, de Candolle, Adam Smith y Malthus sobre el orden biológico (la economía de la
evolución, si se quiere). Pero, de forma recíproca, el darwinismo se convierte en un elemento
justificativo (como ley natural) sobre las mismas prácticas sociales, un ideal que convierte en
natural la competencia, la explotación, la colonización, la dominación y el exterminio. Es
la naturalización de la sociedad (de la Ciencia al Capital), bajo una noción de naturaleza
perfectamente diseñada para este fin.
Como acertadamente criticaba Marx (1875), en los mismos albores de esta tautología:
«Toda la doctrina darwinista de la lucha por la vida no es más que la transposición de la
sociedad a la naturaleza, de la doctrina de Hobbes sobre el «bellum omnium contra omnes»
y de la doctrina económica – burguesa de la concurrencia unidas a la teoría demográfica de
Malthus. Una vez ejecutado este truco de prestidigitación […] se transponen de nuevo esas
mismas teorías de la naturaleza orgánica a la historia y entonces se pretende que se ha
demostrado su validez en tanto que leyes eternas de la sociedad humana».
Esta relación autorreferenciada quedará completamente asimilada con la adquisición de una
razón práctica, un valor de uso y de cambio, es decir, con la capitalización del darwinismo y
su reconocimiento como una herramienta de control, manipulación y, en esencia, poder. Ésta
vendría de la mano de la revolución ocasionada por la genética.

La Ciencia del Capital: relaciones inter e intraespecíficas.


Es imposible entender la trascendencia del darwinismo en la actualidad y su aceptación
durante el siglo XX sin la perspectiva de lo que la irrupción de la genética supuso para el
Mundo, y cómo esta se entrecruzó con las bases del neodarwinismo con el fin de convertirse
en ciencia aplicada y aplicable.
Quizá una de las cuestiones más trascendentales del área de las ciencias biológicas sea la
referente a la información. Qué es, dónde reside y cómo cambia la información biológica ha
sido una de las grandes preguntas de la biología desde sus inicios.
La información se encuentra en el mismo centro de las cuestiones más elementales sobre la
identidad biológica y la herencia de la misma. ¿Cómo se constituye y hereda la morfología, el
comportamiento, el desarrollo embriológico y todo el crisol de caracteres que constituyen un
ser vivo? ¿Con qué forma material y bajo qué leyes se manifiesta? Estas cuestiones, cuando
se incluyen bajo la lupa del tiempo adquieren, finalmente, su posición privilegiada en el marco
de la evolución: ¿cómo cambia y se conserva esta información biológica?
La irrupción del mendelismo en escena establecería una serie de criterios en favor de algunas
de las hipótesis en baza. Los trabajos de Mendel, reinterpretados y tomados de base por De
Vries, Johannsen y otros, sintetizarían a principios de siglo XX una serie de premisas: 1) hay
caracteres continuos y discretos, 2) la información está particulada, 3) la herencia es
combinatoria, 3) la expresión de estas partículas es diferencial, 4) y se hereda de forma
determinista y 5) cuantificable en frecuencias entre la descendencia.
Johannsen (en 1902) daría a estas partículas o «determinantes hereditarios» el nombre de
«Gen». Parecía que, finalmente, el camino hacia la resolución del problema de la información
biológica había sido encontrado. A lo largo de la primera mitad del siglo el cuerpo de la
genética clásica incorporaría buena parte de las nociones que hoy nos resultan familiares e
indisolubles: la información genética reside bajo la forma de ADN, los genes son secuencias
de esta molécula, la herencia se produce mediante duplicación (semiconservativa), los
mecanismos de cambio se dan por mutación y recombinación.
La genética nacía pues como una ciencia cuantitativa, causando un enorme interés y
expectación. Esto supuso captar no solo atención sino, consecuentemente, capital para su
desarrollo e investigación. Las promesas de la genética (tal como ocurre a día de hoy)
constituían un gran atractor económico. Estos insumos de dinero facilitarían su rápido
asentamiento y la enorme influencia que ejercería sobre el desarrollo de las ciencias naturales
del siglo XX y XXI.
Un hito importante y representativo tanto de la dirección que tomaría la ciencia a partir de
entonces como del fuerte crecimiento que tendría la genética, constituye el salto financiero del
crack de 1929. Según Olarieta (2009):
«la genética fue seriamente sacudida por la crisis capitalista de 1929. A partir de aquel
momento, la Fundación Rockefeller inició un gran giro en su política de subvenciones
favorable a la nueva ciencia y en detrimento de otras, como la matemática o la física. Entre
1932 y 1945 dicha Fundación contribuyó con aproximadamente 25 millones de dólares de la
época para financiar la nueva genética sintética o «formalista» […] El destino favorito de las
subvenciones de Rockefeller fue el laboratorio de Thomas H. Morgan en Pasadena
(California), que se hizo famoso por sus moscas […] Generosamente becados por Rockefeller
y Weaver [este nombrado en 1932 director de la División de Ciencias del Instituto
Rockefeller], numerosos genetistas de todo el mundo pasaron por los laboratorios de Morgan
en Pasadena [incluyendo Theodosius Dobzhansky] para aprender las maravillas de la teoría
mendelista”.
La fundación Rockefeller, como todas las fundaciones privadas, decide dónde van sus
donaciones en base a criterios particulares, sean crematísticos o subjetivamente filantrópicos.
La genética prometía ser la revolución biológica del siglo, y no solo como vía de acceso a las
preguntas más elementales (Ibid):
«El dinero no fue encaminado hacia la filosofía, ni la historia del arte; fue a parar al
laboratorio de Morgan en California porque el trabajo de Morgan, como el de Emerson, eran
experimentales, ponían el acento en el control y la manipulación de la naturaleza viva, es
decir, porque eran instrumento de dominación […] La biología había dejado de ser aquella
vieja ciencia descriptiva, adquiriendo ya un tono claramente experimental. Era la vida, en su
más amplio sentido, social, histórico, político, lo que pretendían controlar y creyeron que los
genes eran la clave de la misma».
Es en este punto donde podemos reencontrarnos con el darwinismo. La genética mendeliana,
ahora planteada como solución a los problemas de la información y la herencia biológica, se
tomó como base material sobre la que ejecutar los principios del neodarwinismo. A esta
hibridación se le dio el nombre de Genética de poblaciones, y constituiría las bases de lo que
con posterioridad sería la Síntesis moderna.
Con la genética de poblaciones, los mismos pilares del paradigma darwinista son reedificados
con una nueva cara:
La mutación es la fuente de variabilidad (isotrópica), garante del individualismo. Nada se sabe,
ni se necesita saber a este punto, sobre la fenomenología última de los cambios, estos se
considerarán azarosos. La selección se da como resultado de la supervivencia diferencial
mediada por competencia. El éxito, ahora, depende de la herencia genética, y esta, a su vez es
determinista en cuanto a la supervivencia.
El esquema general, por lo tanto, sigue intacto.
Resulta interesante recordar a este punto que el neodarwinismo (un endurecimiento de las tesis
de Darwin capitaneado por Weismann a la muerte del primero) era una corriente más,
minoritaria incluso, dentro del crisol evolucionista de finales del siglo XIX, antes de
trasmutación alrededor de la genética. El éxito de la síntesis moderna ha sido tan rotundo y
asimilado que, a día de hoy, rara vez se plantean los escenarios y causas que llevaron al declive
de las corrientes neolamarckista, ortogentetista, macromutacionista e incluso a los darwinistas
contrarios a la fe absoluta en la genética de poblaciones.
¿Por qué la síntesis moderna? ¿Por qué es esta visión genocéntrica de la evolución la que ha
perdurado y se ha extendido por toda la biología?
Sin ninguna duda, la oportuna asociación con la genética en plena revolución paradigmática
puede encontrarse entre las causas principales. La visión moderna de ésta supuso un verdadero
tsunami sobre otros cuerpos de conocimiento, como la embriología o la paleontología, y las
corrientes que no supieron o quisieron asimilar la genética en sus bases decayeron en
popularidad sufrieron una suerte de obsolescencia.
Sin embargo, es imposible comprender este movimiento sin enmarcarlo dentro del contexto
social de la época, en una primera mitad del siglo XX impregnada por las ideas de
imperialismo, colonialismo, supremacía, dominio y el choque violento de grandes bloques
socioeconómicos.
Y, en mitad de este darwiniano escenario, una idea que se ha ido forjando durante décadas se
vuelve tangible gracias a la genética de poblaciones: la eugenesia.
Neodarwinismo y eugenesia son conceptos íntimamente ligados. Mientras que el primero trata
sobre la evolución del capital biológico, el segundo simplemente lo transpone como capital
social. ¿Qué valor tiene un carácter físico o psicológico determinado de un individuo en la
sociedad? La genética de poblaciones, mediador en ambos casos, explica cómo la
supervivencia diferencial se da en base a una razón hereditaria. La única, pero crucial,
diferencia es que la eugenesia surge como una técnica de intervención. Son los propios seres
humanos los que seleccionan, tomando el control de su propia evolución.
El término eugenesia (del griego: «buena raza») es introducido por Francis Galton, primo de
Darwin, en base a las ideas de este último: «lo que la naturaleza hace a ciegas, lentamente y
sin piedad, el hombre puede hacerlo según sus previsiones, con rapidez y de manera amable».
Se suele hace distinción entre dos estrategias de intervención eugénica: la eugenesia positiva
para las políticas de estimulación de la reproducción entre individuos con rasgos «deseables»,
y la eugenesia negativa para las acciones de coerción de la reproducción de los individuos con
rasgos «indeseables» (entiéndase la subjetividad del valor deseado y la responsabilidad ética
que implica). El primero se basa en el establecimiento certificado de parejas de alto valor
eugénico con fines reproductivos, el segundo en métodos de instrucción, coacción,
aislamiento, esterilización y exterminio.
La eugenesia tuvo un gran impacto en el desarrollo sociopolítico del siglo XX. La ilusión del
control de las poblaciones era sugestiva para distintos gobiernos, individuos y organizaciones
privadas. No en vano, con el apoyo de los gobiernos e institutos y la justificación de la
genética, las aplicaciones prácticas de la eugenesia y del darwinismo social se materializaron
en la primera mitad del siglo XX. Los investigadores dedicados a la eugenesia fueron
reconocidos con importantes cátedras y puestos universitarios, se crearon centros e institutos
dedicados especialmente para el estudio de la eugenesia (por ejemplo, el Galton Eugenics
Institute, la Eugenics Society o varias divisiones del Kaiser Wilhem Institute) y recibieron
fuertes insumos económicos de fondos gubernamentales y privados.
De entre estos últimos, es posible rescatar algunas cifras de los ingresos destinados a la
eugenesia por el Instituto Rockefeller entre 1902 y 1936 (las cuantías se expresan en el valor
monetario de la época, mayor que el actual):
Año Origen Destinatario Cuantí
1902 Rockefeller Institute Eugenics Record Office $100.00
1906 Carnegie Institute Eugenics Record Office $45.000
1926 Rockefeller Institute KWI of Psychiatry $250.00
1929 Rockefeller Institute KWI for Brain Research $317.00
1936 Rockefeller Institute KWI Anthropology & Eugenics $9.000

Finalmente, la eugenesia se pondría en práctica mediante la legislación local y nacional. Sólo


en E.E.U.U., las leyes de esterilización obligatoria se aplicaron en treinta y dos estados, sobre
aquellas personas que, bajo el criterio de los eugenistas, “padecían incapacidades
hereditarias”. Entre 1900 y 1933 más de sesenta mil individuos fueron esterilizados en Estados
Unidos en cumplimiento de estas leyes, incluidas más de veinte mil personas solo en
California. Y, según Larson (2006):
“Empezando por Alemania, con la aprobación en 1933 de la ley para la Prevención de la
Progenie Genéticamente Enferma, todas las naciones nórdicas adoptaron algún tipo de
medida legislativa para la esterilización eugenésica”.
Incluso en nuestro país, algunos autores abogaban por la eugenesia durante la Segunda
República y el franquismo, en pos de la recuperación de la “raza hispánica» forjadora del
Imperio del siglo XVI”, siendo una idea mucho más popular y conocida en los años veinte y
treinta de lo que puede suponerse. Pero, por supuesto, fue en la Alemania nazi en donde el
impacto sería más estremecedor. Las políticas eugénicas desembocarían finalmente en el
holocausto de la Segunda Guerra
Mundial, donde la “eugenesia negativa” acabaría con millones de personas, víctimas del
racismo y el antisemitismo, pero también discapacitados y homosexuales.
El vínculo entre darwinismo y eugenesia es profundo, lo que explicaría la influencia que esta
última habría tenido como vehículo de su aceptación y desarrollo. Como hemos visto, ambas
comparten un mismo eje conceptual y se suceden en orden lógico. Pero además, los principales
representantes del darwinismo se manifestaron de forma explícita en torno a su transposición
social, en algunos casos haciendo de la eugenesia su área principal de interés: Galton, Spencer,
Haeckel, Morgan, Fisher, Haldane, Dobzhansky. El propio Darwin escribió (1871):
«Los holgazanes, los degradados y con frecuencia viciosos tienden a multiplicarse en una
proporción más rápida que los próvidos y en general virtuosos […] Si los distintos obstáculos
que hemos señalado […] no impiden que los holgazanes, los viciosos y otros miembros
inferiores de la sociedad aumenten en mayor proporción que los hombres de clase superior,
la nación atrasará en vez de adelantar, como es fácil probarlo, por abundar los ejemplos en
la historia del mundo».
En su forma moderna bajo la genética de poblaciones, Haldane era eugenista convencido y
sugería que solo la mejor milésima parte de la raza humana actual debería reproducirse,
mientras que Fisher fue nombrado en 1933 profesor de Eugenesia en la Universidad de
Londres, y la eugenesia, de hecho, era un tema que “le consumió totalmente”. Dobzhansky,
discípulo de Morgan y uno de los más influyentes genetistas de la época afirmó (1969):
«Entre los problemas biológicos con que la humanidad tiene que enfrentarse, después del
terrible problema de la superpoblación, el más importante es el del encauzamiento y dirección
de la evolución biológica de nuestra especie […] Las personas que saben son portadoras de
defectos hereditarios graves deben ser educadas para que comprendan la importancia de este
hecho, de tal modo que se convenzan de que no pueden reproducirse. O si no tienen suficiente
preparación intelectual para tomar una decisión, está justificada su separación de la sociedad
o su esterilización».
Finalmente, Julian Huxley (nieto de T. H. Huxley) prestó su imagen en una campaña
audiovisual para la promoción del movimiento eugenésico de la década de 1950. Este es un
apunte importante teniendo en cuenta que Huxley no sólo fue artífice de la consolidación real
de la síntesis moderna, sino el fundador y el primer director general de la UNESCO, entre
otros cargos administrativos muy visibles.

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El darwinismo de la síntesis moderna, con la asimilación de la genética de poblaciones y como


eje teórico de la eugenesia, se posicionaría en primera línea del desarrollo científico
occidental, aun con el declive (o sofisticación) de las prácticas eugénicas. Copando recursos y
eliminadas las otras líneas de pensamiento evolucionista, el darwinismo se sitúo a mediados
de siglo como sinónimo de la teoría de la evolución. En palabras de Larson (2006):
«En 1959, al llegar el ampliamente celebrado centenario de «El Origen de as Especies» de
Darwin, la síntesis moderna ya se había convertido en un auténtico dogma dentro de la
biología y sus ponentes más destacados estaban en la cima de la profesión, ocupando cátedras
en las universidades de élite y similares en las juntas directivas de todas las sociedades
científicas importantes».

Coda paradigmática: hacia una nueva Biología.


El esquema que he expuesto en este ensayo ha querido reflejar un proceso histórico de
desarrollo del pensamiento darwinista, su asimilación y alineación como herramienta de
justificación y ejecución de poder. Este hilo argumental trata de acercarse a las relaciones entre
darwinismo y capital, dado que el poder, en última instancia, se basa en la capacidad para
poseer, acumular y manipular los recursos a voluntad (incluyendo los recursos monetarios,
geográficos o humanos).
He considerado que, en síntesis, el darwinismo:

1. Parte de un marco sociopolítico y cultural


2. Se engrana como parte de un nuevo orden social
3. Es elevado al estatus de ley natural
4. Justificando así las distintas formas de poder
5. Hasta adquirir un valor de uso con la genética
6. Se capitaliza y empodera, atrayendo recursos y ganando posiciones políticas y académicas
Esto se simplifica en un bucle autorreferenciado y autojustificativo en el se pasa de la
«Socilización de la naturaleza» a la «Naturalización de la sociedad». Bucle que se enmarca
sobre el novedoso constructo de la genética (ver «El mito del Gen») para ejecutar practicas de
ingeniería biológica, ecológica y social, colonizando (casi) definitivamente el conjunto de la
biología. Asimilando al resto de disciplinas, ocupando puestos de relevancia y alcanzando el
dominio público, el neodarwinismo impregna hasta el desarrollo de las ciencias biológicas
hasta la fecha.
En el camino queda la dramática ejecución del darwinismo social, un elemento inseparable
del tronco darwiniano, así como las polémicas prácticas impulsadas bajo el paradigma de la
síntesis moderna (revolución verde, explotación masiva de recursos, modificación genética).
Este sería el desenlace de una construcción ideal de la sociedad, traspuesta a la naturaleza y
ejecutada sistemáticamente.

Tras todo este recorrido, son legión las voces que claman que las relaciones entre darwinismo
y poder, entre ciencia y capital en sentido amplio, no pueden más que tacharse, en el peor de
los casos, como una mala praxis de una buena teoría. Reconociendo su lógica, considero
imposible separar el plano científico – académico del sociopolítico – económico. No es posible
confrontarse al «monstruo» (en cuanto gigantez, poder y deformidad) que es darwinismo sin
remitir tanto a argumentos sociales como científicos. Considero fundamental analizar (aun tan
someramente) las relaciones con el poder, como es necesario poner en tela de juicio la
vigencia, suficiencia e incluso la mera existencia del darwinismo como un programa de
investigación real.
Pero ese será otro artículo.

Lecturas complementarias:
 Heredia, D. (2014). Redes, sistemas y evolución: Hacia una nueva biología. Madrid:
BioCoRe // Tesis Doctoral UAM (2013).
 Heredia, D. (2012). El mito del gen: genética, epigenética y el bucle organismo-
ambiente. Medicina Naturista, 6(1), 39–46.
 Olarieta, J.M. (2012). La teoría materialista de la evolución en la URSS. Theoria.
2009;(2).
 Abdalla, M. (2010). La crisis latente del darwinismo. Murcia: Cauac.
 Sandín, M. (2010). Pensando la evolución, pensando la vida. Murcia: Cauac.
 Larson, E. (2006). Evolución, la asombrosa historia de una teoría científica. Madrid:
Debate.
 Gould, S.J. (2004). La estructura de la teoría de la evolución. Barcelona: Tusquets.
 Løvtrup, S. (1987). Darwinism: The Refutation of a Myth. Londres: Croom Helm.
 Darwin, C. (2009). El origen de las especies. Madrid: Espasa-Calpe.
 Darwin, C. (2009). El origen del hombre. Madrid: Bibloteca EDAF.
 Darwin, C. (1977). Autobiografía y cartas escogidas. Madrid: Alianza.

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Bivos^LAB: Laboratorio Vivo, un proyecto de BioCoRe S. Coop. 2015

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