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Jn 6,63: El Espíritu es el que vivifica, la carne nada aprovecha.

Tomado de Biblia y Eucaristía, Ernesto Bravo, SJ


Madrid (1974), 181-201.
Las notas son agregadas por la redacción de Apologetica.org, excepto las notas 5 y 6. Se
han hecho algunas correcciones gramaticales y estilísticas.

“No nos acerquemos al pan místico [de la Eucaristía] como a simple pan, puesto que es
la carne de Dios, carne preciosa, adorable y vivificante, porque vivifica a los hombre
muertos en los pecados; mientras que la carne ordinaria no podría vivificar el alma. Y
esto es lo que Cristo, el Señor, dijo en el Evangelio: que la carne, es decir, la ordinaria y
simple, no aprovecha nada”

(Nilo de Ancira, Epistulae 3,39, entorno al año 420)

Los cristianos así llamados “evangélicos” interpretan Juan 6,63 como si las palabras de
Jesús en ese versículo negasen la presencia real del Cuerpo y Sangre de Jesús en la
Eucaristía. En Juan 6,63 Jesús dice:

“El Espíritu es el que vivifica; la carne nada aprovecha. Las palabras que Yo os he
hablado son Espíritu y son vida”.

Jesús pronuncia estas palabras al final de su discurso “del Pan de Vida”, donde había
dicho repetidas veces que su carne es verdadera comida y su sangre verdadera bebida.
Los cristianos Católicos han entendido siempre este discurso en Juan 6 como un
discurso sustancialmente eucarístico, una promesa de la Eucaristía, sobretodo desde los
versículos 48 en adelante. Los “evangélicos” hacen su propia “exégesis” de este
discurso y se apoyan firmemente en Juan 6,63 para afirmar que Jesús habría anulado
toda posible interpretación realista de la presencia de su cuerpo en la Eucaristía, porque
“la carne no aprovecha”.[1] Según esta interpretación, la presencia de Cristo será sólo
espiritual y no real. Comer a Cristo es tan sólo una alegoría para indicar el recibirle por
la fe.

¿Es, de verdad, ése el sentido de las palabras de Jesús? ¿Constituyen éstas


verdaderamente una atenuación o rectificación?

Ciertamente que no.


Analizar este versículo en su contexto y en el contexto más amplio de la revelación de
Jesús nos aportará la gran ventaja de hacernos profundizar el sentido de las palabras de
nuestro divino Maestro, sobre todo en lo que se refiere a la Vida que El nos promete tan
repetidamente. Así será -lo espero- doble el provecho: el responder a la dificultad y el
haber ahondado, un poco siquiera, en el concepto de la Vida, el don de Cristo por
excelencia.

PRIMERA RESPUESTA

Si hubiera que interpretar ese versículo como lo hacen los “evangélicos”, vendría a decir
que la Carne de Cristo nada aprovecha.

Esto es absurdo. Esto contradice -no ya atenúa- lo que Jesucristo ha dicho un poco
antes: “El pan que Yo daré es mi Carne, por la vida del mundo” (Jn 6,51). ¿Cómo podría
ahora decir que su Carne nada aprovecha, sino tan sólo la fe?

Tratemos de unir las palabras realistas del sermón de Jesús con este versículo, tal como
lo leen los modernos “reformadores”. La enseñanza de Jesús sonaría así:

Si no coméis la carne del Hijo del Hombre, no tendréis vida en vosotros… porque la
carne nada aprovecha.

Es decir, si no comemos algo que no sirve para nada (la Carne de Cristo) no tendremos
vida… Como se ve, esto no conduce sino al absurdo y a la contradicción. Y si esto nos
lleva al absurdo y al contrasentido, es que la interpretación no es buena.

Las palabras del Sermón de Cafarnaún se quedan con su sentido fuerte y realista, y estas
otras no las atenúan. Lo que aquí Jesús dice es cosa muy distinta; no niega la realidad de
su carne ofrecida como alimento, para trasladarla a un sentido alegórico. A esto se
oponen todas las afirmaciones de Jesús sobre el valor de «su Carne». Luego, cuando
habla de la carne que nada aprovecha, no se refiere a su Carne. Al revés, esa Carne suya
hay que comerla si queremos tener vida (Jn 6,51.54), porque su Carne es verdadera
comida (Jn 6,55).
Añadamos esta nota importante: si “comer la Carne de Cristo” significa creer en El,
como pretenden los protestantes, ¿qué quiere decir entonces “beber su Sangre”? Se dirá
que significa lo mismo. Pero entonces, ¿por qué este afán de Cristo nuestro Señor de
subrayar esta fórmula doble? Esto sería totalmente inútil. Pensemos en que el milagro
de la víspera -la multiplicación de los panes- podía conducir a la metáfora de comer su
Carne; pero el beber su Sangre sólo viene impuesto por el realismo y verdad de la
afirmación, porque su Sangre es bebida verdadera (Jn 6, 55).

La interpretación católica explica todo. La interpretación protestante se queda a medio


camino y no llega a salvar todos los elementos de las palabras del Señor. Tropezamos
siempre con ese procedimiento, conocido pero fatal, de aislar una frase olvidando el
contexto. Tomar cada frase por separado, como si la Biblia fuese una colección de
frases.

SEGUNDA RESPUESTA

Vayamos, pues, en busca de una respuesta más de acuerdo al texto y su contexto ¿Cómo
se ha de entender este versículo? Si no las entendemos en sentido metafórico, ¿cuál es el
sentido de estas palabras?

Veámoslo con serenidad. Se contraponen dos realidades: “la carne” (que de nada sirve)
y “el Espíritu” (que es el que da vida).

¿Qué “carne” es ésta?

La misma Escritura divina nos lo aclara y la confrontación con otros pasajes sirve de
clave y solución.

¿Qué “carne” es la que no aprovecha para nada?


“Bienaventurado eres, Simón -dice Jesús a Pedro en el momento solemne de su
Confesión-, porque no es la carne y la sangre la que te lo ha revelado, sino mi Padre que
está en los cielos” (Mt 16,17)

Hay una manera de apreciar las cosas y juzgar sobre ellas que es inspirada por la carne,
y hay otra que procede de Dios, que está en los cielos. La primera es la manera
naturalista, racionalista, podríamos decir, y carnal; la otra es sobrenatural, espiritual,
porque la da el Espíritu de Dios.

Tal es, evidentemente, la posición de los cafarnaítas al escuchar al Señor. En vez de


aceptar su doctrina, porque El lo afirma y les ha dado pruebas suficientes de su misión,
su pregunta es averiguar el “cómo”, actitud de tipo racionalista.: “¿Cómo puede éste
darnos su carne?” (Jn 6, 52). O bien la de pararse en las meras apariencias externas y, de
acuerdo con ellas, dictaminar y juzgar como si esas exterioridades lo fuesen todo:
Murmuraban, pues, los judíos... y decían: «¿No es éste Jesús, el hijo de José, cuyo padre
y cuya madre nosotros conocemos? ¿Cómo dice ahora: 'He bajado del cielo'?» (Jn
6,41-42).

No aceptan con llaneza y buena voluntad las afirmaciones del Maestro, sino que todo lo
quieren reducir al ámbito -limitado y estrecho- de sus pobres conocimientos carnales.

Cuando oyen hablar de «comer su carne», nuevamente el círculo mezquino de sus ideas
se estrecha y se ciñe a su percepción grosera y tosca, y vienen a imaginar que a lo que
Jesús los convida es a una escena de festín de caníbales.[2] Jesucristo, pues, con esta
frase que comentamos los invita a subir a un sentido sobrenatural. Es el mismo
ambiente en que les dijo en otra ocasión: «Vosotros juzgáis según la carne» (Jn 8,15).

De esta carne sí puede afirmar: «La carne nada aprovecha» (Jn 6, 63). No pretende,
pues, aquí nuestro Señor negar la realidad de la Carne que El promete: «El pan que Yo
os daré es mi Carne» (Jn 6.51), sino invitarlos a saber descubrir en esta Carne su valor
espiritual por medio de una apreciación más noble, no ése sentido que está a ras de
tierra. Apreciación que tenga en cuenta el poder y virtud de Dios. San Agustín, en sus
maravillosos sermones sobre el evangelio de San Juan, nos expuso esto así:

«Oh Señor, Maestro bueno, ¿cómo es que «la carne no aprovecha para nada» si Tú
mismo has dicho: «Si no coméis mi Carne, si no bebéis mi Sangre, no tendréis vida en
vosotros» (Jn 6,54)? ¿Acaso la vida no sirve para nada? Y ¿para qué somos lo que
somos sino para lograr la vida eterna que prometes con tu Carne? ¿Qué significa, pues,
«la carne no aprovecha para nada»? No aprovecha para nada pero entendida como ellos
la entendieron: porque ellos entendieron la carne como la que se desgarra de un cadáver,
o como la que se vende en el mercado, no como la que está animada del Espíritu. «Por
eso se dijo: «La carne no aprovecha para nada», tal como se dijo también: «La ciencia
hincha» (1 Cor 8, l). ¿Es que debemos odiar la ciencia? De ningún modo. Entonces,
¿qué significa que «la ciencia hincha? Cuando está sola, sin la caridad; por eso añadió:
«En cambio, la caridad edifica». Junta a la ciencia la caridad y será útil la ciencia; no
por sí misma, sino por la caridad. Del mismo modo aquí: la carne no aprovecha de nada;
pero esto es la carne sola. Venga el espíritu a esa carne, como viene la caridad a la
ciencia, y entonces aprovecha muchísimo. Porque si la carne no aprovechase de nada, el
Verbo no se habría hecho carne para habitar entre nosotros (cfr. Jn 1, 14). Si por medio
de su Carne Cristo nos aprovechó mucho, ¿cómo puede decirse que la carne de nada
aprovecha? Pero es el Espíritu el que por medio de la carne ha hecho algo por nuestra
salvación. La carne fue el recipiente; atiende a lo que contenía, no a lo que ella era de
por sí. Cuando fueron enviados los Apóstoles, ¿acaso su carne no nos aprovechó? Pues
si la carne de los Apóstoles nos ha aprovechado, ¿pudo acaso la Carne del Señor no
servirnos de ningún provecho? ¿De dónde nos viene el sonido de la palabra sino de la
voz de la carne? ¿De dónde la pluma y de dónde la escritura? Todas estas cosas son obra
de la carne, pero movidas por el Espíritu, como instrumento suyo. El Espíritu es, pues,
el que da vida; la carne no aprovecha de nada, pero tal como ellos la entendieron. Yo no
doy a comer mi Carne de ese modo».[3]

Oposición con el «Espíritu»

«Carne» y «Espíritu» son aquí dos realidades contrapuestas. La una representa las miras
humanas, terrenas; la otra, las concepciones divinas, sobrenaturales.

Así, en San Pablo hallaremos la oposición:

«Los que caminamos, no según la carne, sino según el Espíritu. Porque los que viven
según la carne aspiran a las cosas de la carne; mas los que viven según el Espíritu, a las
del Espíritu. Pero la aspiración de la carne termina en muerte, mientras que la aspiración
del Espíritu, en vida y paz» (Rom 8, 4b-6).

Como usted puede apreciar, es un pasaje espléndido, de los más ricos y elevados que se
hallan en San Pablo, como en general todo ese capítulo VIII de la carta a los Romanos,
cuya lectura le recomiendo en este punto.
Pero detengámonos en la última de las frases transcritas, que es casi paralela al texto de
San Juan: «La aspiración de la carne termina en muerte; mas la aspiración del Espíritu,
en vida y paz» … El Espíritu es el que da vida, la carne nada aprovecha.»

Para comprender las cosas de Dios es necesario estar bajo la acción e influjo del
Espíritu, porque si uno se deja guiar tan sólo por el sentido carnal, esto no sólo no le
aprovecha, sino que le lleva a la muerte. Por eso añadirá San Pablo que:

«Los que van guiados por la carne no pueden agradar a Dios» (Rom 8,8).

Y nuestro Señor Jesucristo:

«Pero es que hay algunos entre vosotros que no creen... Por eso os he dicho que nadie
puede venir a Mí si no le fuere concedido por mi Padre» (Jn 6,65.66)

Ni yo ni mis argumentos le darán a usted la fe en la divina Eucaristía. Es tan sólo Dios


el que se la puede dar. Por eso hay que dejarse guiar por el Espíritu de Dios, como le
decía al concluir mi carta anterior. Tener un alma dócil para ser enseñado, no por la
razón humana ni por el sentido racionalista y carnal del hombre que pretende entender
un misterio antes de aceptarlo, sino para ser adoctrinados por Dios (Jn 6,45).

Guiados por el Espíritu y adoctrinados por Dios, podemos venir a Cristo, comprender
sus palabras y abrazarlas con todas sus consecuencias. Son difíciles, son arduas, pero
tan sólo para el soberbio sentido humano, materialista, razonador, que quiere, como los
judíos, averiguar primero, antes que aceptar, hasta el último «cómo» (Jn 6,42.53).

San Pablo decía que «el hombre animal, el hombre natural, no es capaz de percibir las
cosas del Espíritu: son necedad para él y no es capaz de entenderlas; ya que estas cosas
sólo espiritualmente pueden discernirse» (1Cor 2,14).

Para poder entender estas cosas y no ver meros inconvenientes y aun reputarlas como
necedad, es necesaria una elevación espiritual de que, por desgracia, carecían los judíos
que rodeaban hostilmente a Cristo; es necesario nacer del Espíritu porque:
«Lo que nace de la carne, carne es; empero, lo que nace del Espíritu, es espíritu» (Jn
3,6).

En cambio, para un alma sincera, humilde y recta, no son sino un camino de luz que
lleva a las más bellas y profundas confesiones. Así, San Pedro:

«Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros hemos creído y conocido que Tú eres el
Santo de Dios» (Jn 6.69-70).

Es la aceptación frente a la negación. Es el Espíritu frente a la carne. Es la fe


sobrenatural frente al sentido carnal y racionalista. Y es sentencia terminante de la
Palabra de Dios:

«Si vuestra vida es según la carne, habréis de morir, mas si con el Espíritu hacéis morir
las obras de la carne, viviréis» (Rom 8, 13).

Puede usted añadir otros pasajes en que, por oponerse la «carne» y el «espíritu» se
completa lo expuesto hasta aquí (Gál 5,16-26; 4,29; Mt 26,41, 1 Cor 5.5).

Esta explicación da un sentido enteramente coherente que evita la contradicción y


resuelve las dificultades.

Hay, sin embargo, como ya antes le insinué, otra posible explicación, defendida por
buenos exegetas y comentaristas.

TERCERA RESPUESTA

«Espíritu» según estos últimos, designaría en este pasaje, como a veces en la Escritura,
la divinidad, el poder y virtud propios de Dios. Dos razones apoyan esta manera de ver:
1. El uso del verbo «vivificar» en los textos bíblicos; y

2. El análisis de la «vida» que aquí (cp. VI de San Juan) nos ofrece Cristo.

Valor del «Espíritu vivificante»

Lo primero: el verbo «vivificar» (en griego zoopoiein) en todo el Nuevo Testamento


aparece once veces. Siempre designa una acción exclusivamente divina, una obra que
sólo el poder de Dios puede llevar a cabo. En efecto, de los once casos, siete (que son Jn
5, 21: dos veces; Rom 4,17; Rom 8,11; 1 Cor 15,22; 1 Cor 15,36; 1 Pe 3,18) se refieren
a la resurrección de los muertos; y cuatro, contando este texto de San Juan -que son Gál
3,21; 1 Cor 15,45; 2 Cor 3,6-, a la vida sobrenatural: cosas ambas privativas de la
Omnipotencia divina.

Así en San Juan:

«Como el Padre resucita a los muertos, así también el Hijo a los que quiere vivifica» (Jn
5,21).

O en San Pablo:

«Dios, que vivifica a los muertos y llama a las cosas que no son como si fuesen» (Rom
4,17).

«El que resucitó a Jesús de entre los muertos vivificará también vuestros cuerpos
mortales por obra del Espíritu» (Rom 8, 1 l).

«Porque como en Adán mueren todos, así también en Cristo serán todos vivificados» (1
Cor 15,22).

No pretendo transcribir todos los pasajes; pero examinemos un último ejemplo en que
conviene detenerse porque, aplicado a Cristo nuestro Señor, nos avisa de su poder -tan
opuesto al del primer Adán que nos engendró para la muerte (Rom 5, 14-27)-, su poder
divino, en virtud del cual es fuente de vida sobrenatural para los redimidos:
«El primer Adán fue hecho alma viviente, el postrer Adán (Cristo), Espíritu vivificante»
(1 Cor 15,45).

Es, nuevamente, la divinidad que hay en Cristo la que nos da vida. La vida que El nos
da es algo que sólo Dios nos podría dar, y El, efectivamente, si «en cuanto a la carne
procede de los Patriarcas y es hijo de David» (Rom 9, 5; 1, 3), o sea, hombre verdadero,
además de eso «es Dios bendito sobre todas las cosas», «constituido en poder según el
Espíritu de santidad» (Rom 9, 5; 1, 4), vale decir, Dios verdadero, por su «divinidad
santificadora».

Esa Vida que nos da El, como «Espíritu vivificante» que es, nos la comunica en su
Carne y su Sangre; por eso puede afirmar,:

«Si no comiereis la Carne del Hijo del hombre, si no bebiereis su Sangre, no tendréis
vida en vosotros» (Jn 6,53).

Su Carne es vehículo de la divinidad, unida como está a ella en forma inseparable desde
que «el Verbo es hizo Carne» (Jn 1. 14).

El gran teólogo y Padre de la Iglesia San Cirilo de Alejandría (c. 370-444), en sus
Comentarios a San Juan, nos dice:

«Por su extremada ignorancia, algunos de los oyentes de Cristo Salvador se


escandalizaron. Porque cuando le oyeron decir: «En verdad, en verdad os digo: Si no
coméis la Carne del Hijo del Hombre, si no bebéis su Sangre, no tenéis vida en
vosotros» (Jn 6,53) se imaginaron que se les invitaba a una crueldad propia de fieras,
que se les mandaba comer carne inhumanamente, y a sorber sangre, y que se les
obligaba a hacer cosas que de solo oírlas uno se estremece. Porque no conocían cuál era
la belleza del Misterio eucarístico y la bellísima disposición que había sido encontrada
para él. Por eso andaban cavilando entre sí aquéllos: “¿Cómo va el cuerpo humano a
insertar en nosotros la vida eterna? ¿Qué provecho puede traernos para la inmortalidad
lo que es de nuestra misma naturaleza?»
«El Espíritu es el que vivifica. La carne nada aprovecha.» No estáis totalmente
descaminados- al atribuir a la carne la incapacidad de dar vida, porque cuando se
considera la naturaleza de la carne sola y de por sí, es claro que no es vivificadora; ya
que ella no vivificará nada de lo que existe; antes bien, ella misma necesita ser
vivificada por otro. Pero si examináis con cuidado el Misterio de la Encarnación y
miráis quién es el que habita en esa Carne, podréis comprender –si no queréis
contradecir al mismo Espíritu divino- que puede vivificar, aunque de por sí la carne de
nada aproveche.»

«Porque después que quedó unida al Verbo vivificador, toda ella se ha vuelto
vivificadora, porque no forzó ella a venir a su propio nivel al que no puede ser vencido
[el Verbo], sino que más bien ella fue levantada a la potencia del que es superior. En
consecuencia, por más que la naturaleza de la carne sea impotente, en lo que a ella
atañe, para vivificar, obrará esto, sin embargo, por tener al Verbo vivificador y por llevar
en sí toda la potencia del Verbo. Porque es Cuerpo de quien es por naturaleza Vida, y no
de uno cualquiera de los hombres, acerca del cual valdría aquello: la carne nada
aprovecha. Porque no será la carne de Pablo o Pedro o la de cualquier otro la que obrará
esto en nosotros, sino tan sólo la carne excepcional de Cristo nuestro Salvador, en la
cual ha venido a habitar toda la plenitud de la divinidad corporalmente [Col 2,9]».[4]

Por eso, lo que Cristo promete no es cualquier carne. Si así fuese, la carne nada
aprovecha; la misma Carne de Cristo tiene eficacia espiritual, no según su naturaleza
carnal, sino por ser la Carne de Aquel que es «Espíritu vivificante» (1 Cor 15,45).
Entonces, bien claro se ve que el Espíritu es el que vivifica, o sea, la divinidad del Verbo
de Dios. Ese es el Espíritu que informa y diviniza la Carne de Cristo y hasta la hace
adquirir las condiciones típicas del Espíritu, como cuando caminó sobre las olas o curó
con su contacto a la hemorroisa (Mt 9,20-22) o al ciego de nacimiento (Jn 9,6), y, sobre
todo, ya en forma deslumbrante y extraordinaria, «a partir de su resurrección» (Rom
1,4).

De un muerto no puede salir la vida. Pero de un Hombre cuyo sacrificio culmina en el


Espíritu, sí.

Esa Carne es la que da vida al mundo (Jn 6,51). Esa Carne, que tiene esas condiciones,
será capaz de subir a lo alto, y eso también lo subraya Jesús:

«¿Esto os escandaliza? Pues ¿qué diréis cuando veáis al Hijo del Hombre subir a donde
estaba primero?» (Jn 6,62).
Se trata, sencillamente, de un «cuerpo espiritual» (1 Cor 15, 44).

El que puede espiritualizar así su Carne, ¿no la podrá dar también en forma de manjar a
los hombres? ¿No es ésta una pregunta decisiva? Es la pregunta ante la que se
estrellaron los judíos, porque no creían en Cristo. Es la pregunta ante la que se estrellan
muchos de los protestantes, porque sólo creen a medias en la divinidad y en el poder de
Cristo. Sin embargo, la palabra de Jesús sigue resonando imperturbable:

«Si no comiereis la Carne del Hijo del Hombre, si no bebiereis su Sangre, no tendréis
vida en vosotros» (Jn 6,53).

«Mi Carne es vida del mundo» (Jn 6,51). «El que come mi Carne y bebe mi Sangre
tiene vida eterna y Yo le resucitaré en el último día» (Jn 6,54).

Será una Carne espiritualizada, convertida, no en alimento material, carnal y del cuerpo,
sino del alma, pero Carne verdadera. Será una Carne que, unida a la divinidad -puesto
que «en Cristo habita toda la plenitud de la divinidad corporalmente» (Col 2,9)-,
trascendida de divinidad, dará vida, no material, sino sobrenatural; pero es su Carne la
que es verdadero manjar, no metafórico; y su Sangre divina será bebida verdadera, no
metafórica (Jn 6,55). Poder divino se requiere para esto, y ahí está el «Espíritu» o la
divinidad de Cristo, que «es capaz de vivificar» (Jn 6,63).

La «Vida» que Cristo promete

Vengamos al segundo argumento: el análisis de este mismo capítulo de San Juan, ¿no
nos está mostrando que lo que el Señor en este pasaje promete, la Vida a que
insistentemente hace alusión, es una vida que supone poder esencialmente divino en
quien la da? El Pan que El ofrece es «el Pan de la Vida» (Jn 6,53.48), el Pan que da
vida.

Habla de un modo general de vida (Jn 6,33.35.48.51.53.5):

«En verdad, en verdad os digo, si no comiereis la Carne del Hijo del Hombre... no
tendréis vida en vosotros» (Jn 6,53).
Pero en otros pasajes (Jn 6,27.40.51.54.56.58), precisa que se trata de la vida eterna:

«Si alguno come de este Pan vivirá eternamente. Y el Panque Yo os daré es mi carne»
(Jn 6,51). «El que come mi Carne y bebe mi Sangre tiene vida eterna» (Jn 6,54).

Otras veces extiende esta vida hasta la «resurrección en el último día» (Jn
6,39.40.44.54):

«El que come mi Carne y bebe mi Sangre... Yo le resucitaré en el último día» (Jn 6,54).

Finalmente habla de «librar de la muerte» (Jn 6, 39.50):

«Este es el Pan que baja del cielo para que, quien comiere de él, no muera» (Jn 6,50).

Yo creo que en ninguna otra parte ha repetido San Juan con más insistencia este término
de «vida», en ninguna otra parte le ha enfocado y considerado con más plenitud por
todos sus aspectos. Aquí hace verdaderamente Jesús, y su evangelista con El, un
verdadero derroche de «vida». ¡Tan magníficas y estupendas son las promesas del Señor
vinculadas a «este Pan» maravilloso! ¡Tan espléndidos y fundamentales son los bienes
que en «su Carne» nos brinda!

Se habla en todos estos casos de la vida sobrenatural y divina, de aquella que obra, no la
voluntad del hombre, sino la voluntad y el poder soberano y omnipotente de Dios (cfr.
Jn. 1,13); porque se trata de la vida íntima, de aquella misma en virtud de la cual vive
Dios, esa vida que el Padre comunica al Hijo en el seno de la augusta Trinidad (Jn.
5,26):

«Como el Padre que me envió vive y Yo vivo del Padre, así también el que me come
vivirá de Mí» (Jn 6,57).
Esta comunicación de la vida divina, ¿quién podrá hacerla sino Dios? Por eso «es
simplemente el Espíritu el que vivifica», o sea, el poder de Dios.

A los judíos que se escandalizan al oír tan exorbitantes promesas cifradas en su Carne,
ofrecida como manjar, Jesús les hace notar que si sólo fuese carne de un simple hombre
-tal como ellos le creen-, de nada aprovecharía; pero en El hay un poder divino, ya que
esa Carne está unida personalmente a la divinidad, pues que es el Cuerpo del Verbo de
Dios. Y, Dios como es, sabe que sus palabras son eficaces y todopoderosas; pueden, por
tanto, obrar estos prodigios: «puesto que la palabra de Dios es viva y eficiente» (Hbr
4,12).

Así, venido el momento, proclamará:

«Tomad, comed: Esto es mi Cuerpo que se da por vosotros. Haced esto en memoria
mía» (Mt 26,26 = Lc 22,19 = 1 Cor 11,24).

Y su Palabra obra lo que dice.

Se comprende entonces cómo las palabras que El nos ha hablado son Espíritu y son
Vida (Jn 6,53).

Por consiguiente, cuando Jesucristo nos habla aquí de «Espíritu», no borra la realidad de
su presencia para hacerla una presencia meramente simbólica y espiritual. Lo que hace
es entreabrir las puertas del misterio de su persona y manifestarnos la presencia de un
poder y virtud sobrenatural para explicar de este modo por qué su Carne es vivificante,
cómo su Carne puede ser la vida del mundo. Es la presencia de la divinidad la que
vivifica. En una palabra, no se nos dice que la presencia de Cristo haya de ser
meramente espiritual y alegórica, sino que se nos previene que en su Carne hay un
«Espíritu vivificante» (1 Cor 15,45); porque su mismo Cuerpo es un «cuerpo espiritual»
(1 Cor 15,44), por la divinidad trascendente a la que está inseparablemente unido.

La vida sobrenatural, que es el gran don que El nos trajo, que es simplemente la razón
de su venida a este mundo: «Yo he venido para que tengan vida, y la tengan
sobreabundante» (Jn. 10,10), nos la ofrece precisamente en «este Pan», este Pan que El
nos dará, que es su Carne (Jn 6,5l).
RESUMEN

TRIPLE INTERPRETACIÓN

Resumo ya, brevemente. A tres pueden reducirse las interpretaciones de este pasaje.

1. La primera explicación -la protestante- vendría a decir esto:

«Os he dicho que tenéis que comer mi Carne y beber mi Sangre. Os he dicho que mi
Carne es manjar verdadero y mi Sangre bebida verdadera. Pero no es que tengáis que
comer verdaderamente mi Carne, sino sólo en forma simbólica. Porque la carne nada
aprovecha. Lo que os digo es que me comáis por fe; puesto que el Espíritu, y no una
comida alegórica, es lo que vivifica.»

Le he mostrado en lo que antecede cómo es absurda, ya que Cristo no puede decir que
su Carne nada aprovecha. No puede aquí, por tanto, referirse a su Carne con tal
afirmación.

Es también contradictoria. El mismo ha afirmado que el Pan que nos dará a comer es su
Carne para vida del mundo.... porque su Carne es comida verdadera y su Sangre bebida
verdadera (Jn 6,51.55).

Si aceptáramos esta interpretación tendríamos que enmendar las afirmaciones de Jesús


en esta forma:

«En verdad, en verdad os digo: que si no coméis el símbolo de la Carne del Hijo del
Hombre no tendréis vida en vosotros.» «El que come la alegoría de mi Carne y bebe la
alegoría de mi Sangre, tiene vida eterna y Yo le resucitaré en el último día, porque mi
Carne es verdadera comida y mi Sangre bebida verdadera.» «El que come la figura de
mi Carne y bebe la figura de mi Sangre, en Mí permanece y Yo en él.»
Finalmente, no se ve en esta explicación, de comer sólo por fe, qué puede ser eso de
«beber su Sangre» y ese empeño repetido de Cristo de poner por separado Carne y
Sangre. Luego ¿sobre qué base se afirmará que la palabra «espíritu» significa
«interpretación simbólica»? Frente a tantos puntos inaceptables rechazamos tal
explicación. No nos queda más remedio.

2. La segunda la expondríamos en estos términos:

«Os he dicho que si no coméis la Carne del Hijo del hombre y si no bebéis su Sangre,
no tendréis vida n vosotros. Pero lo habéis entendido en forma carnal grosera. Como si
se tratase de comer esta carne mía, cruda y en pedazos y muerta, al igual que las fieras o
caníbales[5]. Vosotros sois carne y entendéis las cosas en forma tosca y carnal. Sabed
que esa manera carnal con que apreciáis las cosas, de nada aprovecha. Levantad el
sentido rastrero: ¿no soy acaso capaz de hacer de mi cuerpo un alimento espiritual? ¿No
son poderosas mis palabras, que son Espíritu y son Vida? Poneos bajo el influjo del
Espíritu y comprenderéis estas realidades, y tendréis la Vida que Yo aquí os ofrezco en
mi Carne convertida en manjar de vida espiritual. Si entendéis las cosas con una mente
levantada y sobrenatural, el Espíritu os dará la vida.»

3. La tercera -que es la que quizá tiene más visos de probabilidad- diría así:

«Os he dicho que el que come mi Carne y bebe mí Sangre tendrá vida eterna. Del Padre,
que es fuente de vida, deriva al Hijo la vida. Esta vida os la he traído Yo con mi
Encarnación; y, a través de mi humanidad y de mi Carne, os la comunicaré a vosotros.
Vida que será, por tanto, Vida divina, porque es la misma Vida que vive el Padre y de
que vivo Yo. Vida que, si coméis mi Carne, será en vuestros mismos cuerpos el germen
de la resurrección gloriosa en el último día. Todo esto os ha escandalizado. Pero es
porque no habéis considerado que mi Carne no es como la de de cualquier hombre. Yo
he bajado del cielo. Mi Carne está unida a la divinidad, al Espíritu, y por eso es capaz de
dar Vida. Ya que e1 Espíritu es el que vivifica. Si sólo fuese carne de mero hombre,
claro está que de nada serviría. Por eso mis palabras son Espíritu y son Vida, porque de
Dios proceden y pregonan los bienes sobre naturales que sólo Dios es capaz de
conceder.»

CONCLUSION

NUESTRA RESPUESTA A CRISTO


El tema de la vida que nos comunica Cristo es uno de los más fundamentales y
predilectos de San Juan. No sería difícil afirmar que se halla en el centro de todo su
mensaje o testimonio, tanto en su Evangelio como en sus Cartas:

«Este es el testimonio: que Dios nos dio Vida eterna y esta Vida está en su Hijo: El que
tiene al Hijo tiene la Vida, el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la Vida» (1 Jn
5,11-12).

Tal es el resumen que nos presenta él mismo[6].

Pues bien, este tema céntrico del mensaje johánico tiene en este capítulo VI uno de sus
ápices más altos. La modalidad propia de este pasaje es enseñarnos que la manera como
nos da Jesús esta Vida es por medio de su Carne, convertida en manjar verdadero,
reducida a las apariencias de Pan. Su Carne, vehículo de la divinidad, como le decía
hace un rato.

«Porque como el Padre tiene la Vida en Sí mismo, así también le ha dado al Hijo el
tener la Vida en Sí mismo» (Jn 5,26).

«El que come mi Carne y bebe mi Sangre en Mí permanece y Yo en él» (Jn 6,56), y
teniendo al Hijo tiene la vida.

Jesús, que pregonará: «Yo soy la Vida eterna» (Jn 11,25), nos dice que estos bienes nos
los comunicará -sí a El nos fiamos- por medio de su Carne y de su Sangre. ¿No es todo
esto maravillosamente luminoso?

¿Qué actitud deberemos nosotros adoptar? ¿Dedicarnos a buscar objeciones y


dificultades o creer y fiarnos de El? ¿Podrá ser otra nuestra respuesta que la de la fe
rendida que se somete y acepta? ¿Podremos decir otra cosa que:

«Tú tienes palabras de Vida eterna y nosotros hemos CREÍDO y conocido que Tú eres
el Santo de Dios» (Jn 6,69)?
Dios le dé esta fe, amigo mío, y este valor. Es lo que más cordialmente le puedo desear.

Todo suyo en El.

[1] Así en el artículo de Fco. Rodríguez, publicado en los sitios anticatólicos “En la
Calle Recta” y “Conoceréis la Verdad”, se dice: “Pero esos cambios [se refiere a la
transubstanciación], dice Cristo, no aprovecharían para nada, porque "la carne para nada
aprovecha" (v.63)”. Se dice también en un artículo de Guillermo Hernández Agüero,
aparecido en el sitio “Conoceréis la Verdad”: “[…] nuestro Señor Jesucristo corrigió en
el versículo 63 a sus discípulos la mala comprensión de sus expresiones “El espíritu es
el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que yo he hablado son
espíritu y son vida”.

[2] En las palabras de Lutero: “Los judíos pensaron que tenían que comer a Cristo igual
que el pan y la carne se come en el plato, o como un lechoncillo asado”. (Coloquio de
Marburg)

[3] San Agustín, Sobre San Juan, tr. 27, n. 5: ML 35, 1616. Solano, II, 242. Bien se
podrían agregar otras realidades creadas, como por ejemplo la del agua, que de por sí no
aprovecha ni puede aprovechar de nada para la salvación, y que sin embargo es
requerida para ella, no por sí sola sino por la acción del Espíritu: De cierto, de cierto te
digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios.
(Jn 3,5). ¿Qué efecto puede tener el agua en el ingreso al reino de Dios? Y sin embargo
es necesaria para el reino. El rechazo instintivo de ciertas denominaciones cristianas
hacia el uso de la materia en acciones conectadas a la fe y la salvación (pan, vino, agua,
aceite, imágenes sagradas, ritos litúrgicos, etc.) recuerda la idea principal de las
primeras herejías: la negación de la venida de Cristo en carne. Esos –comenta con
tristeza el Apóstol San Juan- son el anticristo. No entienden el plan de Dios y por eso
rechazan el lugar que Dios asignó a la materia en la obra de la salvación, siempre –
como aquellas herejías- en nombre del “espíritu”.

[4] San Cirilo de Alejandría, Comentario a San Juan, 4, 3: MG 73, 593. SOLANO, II,
660.663-664.

[5] Nos agrada citar a este propósito, siquiera en nota, los hermosos versos de un gran
poeta mejicano contemporáneo, en que, rechazando la burda interpretación «cafarnaíta»,
y añadiendo reminiscencias de San Juan de la Cruz, dice:

«No sangre que de horror me mataría,

no cruda carne en mesa de pavores,


suavidad maternal de Eucaristía...

porque es de noche.»

(Alfonso Junco, La Divina Aventura.)

[6] Resulta particularmente oportuno, a las fórmulas que en este capítulo hemos
encontrado, yuxtaponer estas otras fórmulas paralelas tomadas de los otros pasajes
johánicos:

- El Pan de la Vida (Jn 6,48);

- el agua que salta hasta la Vida eterna (Jn 4,14);

- la fuente de agua de Vida (Ap 21,6; 7,17; cfr. Jn 4,14);

- el río de agua de Vida (Ap 22,17);

- la luz de la Vida (Jn 8, 12);

- la Palabra de la Vida o el Verbo de la Vida (1 Jn 1, l);


- el árbol de la Vida (Ap 2,7; 22,2.14.19);

- el libro de la Vida (Ap 21,27).

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