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Introducción al ensayo del Maestro David Bayardo Muñiz sobre el cerebro de

Rubén Darío

No es una excepción que este sitio web, dedicado al ajedrez, acoja este magnífico ensayo,
sobre el cerebro de Rubén Darío, del Maestro David Bayardo Muñiz, gran dariano que, por
décadas, se ha consagrado al estudio de la vida y obra de nuestro bardo inmortal.
El ensayo viene muy a propósito de la celebración del CAMPEONATO PREMUNDIAL
CENTROAMERICANO DE AJEDREZ “RUBÉN DARÍO”, en el que evocamos su presencia.

Rubén, el poeta niño

Un común denominador entre los prodigios del ajedrez, como Morphy, Capablanca, Reshevsky,
Fischer y Carlsen y Rubén es la genialidad, manifestada desde la infancia. Los divulgadores del
juego ciencia, como Leontxo García, en “Ajedrez y Ciencia” y Manuel López Michelene, en
“Ajedrez Genial”, señalan que las tres disciplinas en las que se manifiestan los niños prodigios
son las matemáticas, la música y el ajedrez. Yo sostengo que también en la literatura. Ejemplo
de ello son Rubén Darío, Alfonso Cortés y el poeta francés Arthur Rimbaud, entre otros.
El misterio que envuelve el paradero del cerebro de Rubén es digno de una novela policíaca
como las de Edgard Allan Poe, Sir Arthur Conan Doyle y Agatha Christie.
El Profesor Edelberto Torres, en la “Dramática vida de Rubén Darío”, señala que el cerebro de
Rubén pasó una noche en prisión y después se lo llevó Andrés Murillo, el hermano de Rosario,
la segunda esposa de nuestro poeta, y jamás se supo qué fin tuvo.
El escritor Sergio Ramírez Mercado, en su novela “Margarita está linda la mar”, cita el episodio
del cerebro de Rubén. Después de leerla, el filósofo Karl Shapinsky, especialista en marxismo
me dijo, por correo electrónico desde Alemania, que Sergio había imitado el realismo mágico
de García Márquez, al relatar este insólito suceso que, sin duda, era producto de su
imaginación. Sin embargo, Karl estaba equivocado, la realidad había superado la ficción. Para
que se ilustrara, le envié de obsequio un ejemplar del libro del profesor Torres.
Ahora dejemos a David Bayardo revelarnos, en este ensayo, una síntesis de sus
investigaciones.

Managua, 22 de enero de 2014.

Guy J. Bendaña Guerrero

COLUMNA DE REY - EL CEREBRO DE RUBÉN DARIO

Por David Bayardo Muñiz

A las 10:15 de aquella noche triste del 6 de Febrero de 1916, exhalaba su último suspiro en la
ciudad de León, Nicaragua, Rubén Darío, el insigne poeta llamado con propiedad “el Príncipe
de las letras castellanas”. Con la autopsia de rigor, siguió una programada trepanación craneal
con el objeto de extraerle el cerebro para pesarlo y estudiarlo, haciendo de esto una realidad
el sueño que una vez tuvo Rubén, de que a su muerte le arrancaban la cabeza.

Rubén en el lecho de muerte

En una tarde cualquiera del 1955, mi amigo Enrique Debayle, hijo del ilustre medico Dr. Henry
Debayle, me invito a su hermosa residencia situada sobre la Avenida del Centenario en la vieja
Managua y después de animada charla me llevo hacia un mueble que guardaba en su interior
un vaso grande rectangular de cristal, donde en un liquido amarillento descansaba en el fondo
lo que aparentemente era una masa encefálica y señalándomela me dijo seriamente “Es el
cerebro de Rubén Darío. Mi abuelo que opero a Rubén, se lo dejo a mi padre”. Yo quedé
extasiado contemplando aquella víscera mágica ahora inerme en el fondo de un vaso, aquel
nido de golondrinas, cuyos trinos hacían despuntar el alba, aquella fuente de música y armonía
que nos había dado, arcos triunfales, abanicos galantes, cuentos orientales y una estrella de
Belem.

Managua antes y después del terremoto de 1972

Diciembre de 1972. La furia de la naturaleza se ensaña con Nicaragua y un terremoto de


grandes proporciones hiere el corazón de la patria. Managua, la alegre capital de esos días es
destruida desde sus cimientos y toda su población huye y se refugia en los cuatro puntos
cardinales de la Republica. “No sé qué pueda yo decir sobre tus escombros / que no esté dicho
por las alambradas / que te hacen sangrar por los costados” escribió inspirado Pedro Rafael
Gutiérrez. La familia Debayle al igual que todos, abandono la ciudad, habiéndose instalado
más tarde en el sector de Planes de Altamira al sureste de la capital. Dña. Emelina, esposa del
Dr. Debayle y ahora su viuda, participaba siempre en actividades sociales y humanitarias,
viviendo de recuerdos y siendo depositaria de otros, entre ellos la urna con el cerebro de
Rubén y un buen día se preguntó qué hacer con aquel trasto famoso y pensó que lo ideal sería
donarlo a alguna institución dedicada al culto del poeta. Y entonces estallo aquella noticia
como una bomba: “El cerebro de Rubén Darío no existe. Fue enterrado en la tumba con el
bardo bajo el león que llora en la catedral de León. El cerebro en el vaso flotando en aquel
líquido amarillento perteneció a otra persona.

Darío yacía en aquel lecho que era casi como su tumba, asistido por su amigo y medico leones
Luis Henry Debayle Pallais, mientras su esposa Rosario velaba a la orilla de la cama rezando en
silencio. Había sido intervenido quirúrgicamente el 8 de Enero sin que su estado hubiese
mejorado y hoy se comenta entre eruditos médicos de errores clínicos cometidos por los
facultativos que lo atendieron y apresuraron su muerte, en particular la dolorosa punción
hepática que le practicaron para drenarle líquidos del hígado, que casi equivale a una estocada
y confirmar el diagnóstico hecho previamente de cirrosis hepática, en contraposición al
diagnóstico guatemalteco de tuberculosis pulmonar y el día 10 de Enero, el Obispo Don
Simeón Pereira y Castellón le administra la extrema unción por la salvación de su alma. El 31
del mismo mes dicta su postrera voluntad declarando heredero universal de sus bienes a su
hijo Rubén Darío Sánchez “Guicho”, que reside en España junto a su madre, la abnegada
Francisca Sánchez del Pozo, una campesina que lo amó y cuidó durante casi veinte años y a
quien Rubén le dedicara aquel dulce poema de “Lazarillo de Dios en mi sendero. / Francisca
Sánchez, acompáñame”. Y en uno de esos escasos momentos que podía hablar, pide
suavemente que le quiten un papel de moscas que habían colocado a su lado para atrapar los
molestos dípteros, exclamando “solo Rosario se pegó”.

El día 2 de Febrero es operado nuevamente sin visos de mejoría y finalmente a las siete de la
noche de aquel 6 de Febrero de 1916 comienza a agonizar y muere ante el dolor y
consternación general a las 10:15 de esa noche. Los homenajes póstumos que se le tributan
son extraordinarios y duran más de una semana, concluyendo con su entierro final al pie de la
estatua de San Pablo en la centenaria Catedral de la Honorable ciudad de Santiago de los
Caballeros de León, que vigila y cuida eternamente un león cabizbajo y abatido.

Dos de las tres mascarillas tomadas a Rubén Darío al momento de su muerte

Inmediatamente a la muerte del poeta se procedió a la autopsia y embalsamiento del cadáver,


lo cual estuvo a cargo de los doctores Debayle y Escolástico Lara en el mismo local de la casa
mortuoria y cuya ejecución que comenzó a las 12 de la noche, termino a las cinco y media de
la mañana del día 7; concluida esta, se pasó revista a las vísceras, habiendo tomado el Dr.
Debayle el corazón del poeta entre sus manos, mientras el Dr. Lara ordenaba cortes en el
lóbulo hepático para posteriores exámenes de laboratorio. No voy a referirme, para no
extenderme demasiado, en el largo y minucioso proceso de autopsia y embalsamiento del
cadáver y me limitare solamente al tema del cerebro del poeta.

El catafalco de Rubén

El mismo día 7 de Febrero por la noche, después de la velada fúnebre en el paraninfo de la


Universidad Nacional, el cadáver fue trasladado nuevamente a la casa mortuoria para la
extracción del cerebro, la cual comenzó a las dos de la mañana y concluyó tres horas después.
El método utilizado fue introducir primero un trocar fino en la nariz y con un golpe moderado
romper la tabla del etmoides para inyectar una solución de picro formol con objeto de
endurecerlo y conservar así su forma ya fuera de la cavidad craneana. Después de las
incisiones correspondientes se levantó la bóveda craneal y se extrajo la víscera con el mayor
cuidado por aquellas manos expertas que no deseaban maltratar en lo mínimo la noble
reliquia que sería conservada como un inapreciable tesoro en la centenaria Universidad
Nacional. En aquellos solemnes momentos, los médicos contemplaban absortos y
emocionados el cerebro recién salido de la caja craneana y procedieron a pesarlo y medirlo,
dando un peso de 1.850 gramos con una longitud de 18 cms, 15 cms de anchura y 14 cms de
alto. Un portento tomando en consideración que el promedio del peso de un cerebro humano
es de 1450 gms. El Dr Debayle tomaba notas, dictaba, examinaba aquella fuente de luz y
armonía que había deslumbrado a dos continentes y pensaba quizá en aquellos otros gigantes
de la historia como Victor Hugo, Napoleón o Emmanuel Kant, cuyos cerebros igualmente
habían sido objeto de admiración y estudio. Para finalizar, se colocaría algodón impregnado de
bálsamo en la cavidad craneal, se repondría el casquete y se suturaría, concluyendo así el
proceso de la extracción.

Entonces ocurrió lo inesperado. Ensimismados como estaban en los detalles finales de la


operación, no pudieron detectar la ominosa presencia de un intruso. El Dr. Debayle suspendió
por un momento el análisis que hacía de las fisuras y circunvalaciones del cerebro de Rubén
ante aquella imprevista interrupción y volviendo la vista, hizo un gesto de disgusto ante el
furtivo intruso que no era otro sino el taimado de Andrés Murillo, hermano de Rosario, la
ahora viuda del fallecido poeta.

El Dr. Lara y el sabio Debayle adivinaron de inmediato las intenciones de Murillo, pero más
listo que los galenos, se abalanza sobre la preciosa víscera clavándole sus garras felinas y huye
precipitadamente a la calle llevando en la mano desnuda el cerebro del poeta. Debayle lo
sigue aun con las manos enguantadas, la bata manchada con el líquido inyectado y el bisturí
en la mano. Lo alcanza en la calle y como dos furiosos bribonzuelos de barrio, se trenzan en
lucha. Se oyen gritos y voces en el vecindario a las que se suman la de curiosos y transeúntes y
la voz sonora y enérgica de Debayle que le grita a Murillo: “¡suéltalo! ¡Bárbaro!”. Ante el
escándalo se aparece un gendarme que media en la lucha y recogiendo el cerebro del suelo lo
introduce a la casa y lo coloca en un azafate sobre una mesa próxima. Han bastado solo diez
minutos de lucha para deformarlo, se han roto las ligaduras y se ha escapado todo el líquido
inyectado al desgarrarse los vasos y la masa encefálica. Ahora parecía, más que un cerebro
prodigioso, la gorra de un cadete de Saint Cyr, la afamada Escuela Militar francesa.

Ante aquel triste espectáculo, el Dr. Lara solo atinó a decir “todo nuestro trabajo ha sido inútil
por la incomprensión”. El cerebro entonces es llevado por el mismo gendarme a la Dirección
de Policía de la ciudad, donde permaneció mas de dos horas en espera de instrucciones de la
Capital, las que finalmente ordenaron que le fuera entregado a Murillo, quien no resistió la
tentación de lanzar amenazas de muerte contra el Dr. Debayle.

El día 8 de Febrero por la tarde el Dr. Debayle reúne en el cuarto de biblioteca de su casa a
íntimos médicos amigos y emocionado y nervioso explica que hay que buscar un cerebro con
urgencia para efectuar el cambio con el dañado de Rubén, haciéndoles prometer discreción
absoluta por las veladas amenazas de Murillo. Del Hospital San Vicente avisaron el día 10 de la
muerte de una señora Maria Ruiz, costurera llegada de Somoto de cincuenta años de edad y
en el silencio de las horas vespertinas, se le extrajo el cerebro que resultó voluminoso y
apropiado al cambio, el cual se ocultó en la clínica del Dr. Lara esperando la ocasión propicia.
El día 12 por la noche, mientras se efectuaba la velada fúnebre en la Universidad, el Dr.
Debayle reunía en su biblioteca a sus íntimos y les mostraba el rescatado y deteriorado
cerebro de Rubén y luego de examinarlo, optaron por esconderlo en la alcoba de Monseñor
Pereira y Castellón en el Torreón del Seminario.
El entierro de Rubén
Era obvio que el cerebro continuaba desfigurándose debido a los desgarramientos y pérdida
de sustancia durante el día de la lucha, semejándose mas a una boina vasca que a la víscera
cerebral, razón por la cual un día de tantos debido al mal aspecto que ya presentaba, el Dr.
Debayle dispuso sepultarlo y de acuerdo con Monseñor Pereira y Castellón, procedieron a
enterrarlo en la misma tumba del poeta en la Catedral, bajo las arcadas centenarias de la
Basílica leonesa a los pies de la estatua de San Pablo. Cabe aquí repetir lo que una vez escribió
Shakespeare, el Bardo de Stratford upon-Avon: “Por amor a Jesús crucificado, déjese en paz al
polvo aquí encerrado. A Dios suplico premie con su Gloria al que respete mi lapida mortuoria y
sobre todo aquel que la mueva, eterna maldición del cielo llueva”.

EPILOGO

Pasados los funerales extraordinarios del poeta, el Dr. Lara de acuerdo con el Dr. Debayle, se
vieron en la necesidad de extraer otro cerebro para preservar el auténtico que había sido
cambiado y escondido, ante el temor de que fuera encontrado y arrebatado. Esto,
naturalmente sucedió antes de que fuera sepultado el original como queda dicho con
anterioridad.

La oportunidad se presentó con la muerte por accidente de un joven, cuyo cerebro bien
preparado se colocó en un frasco de vidrio adornado con telas de colores llamativas en uno de
los apartamentos de la Casa de Salud, mientras el auténtico se dejó por ahí confundido entre
piezas de museo a fin de no llamar la atención. El cerebro del joven anónimo permaneció
mucho tiempo en su lugar hasta que la Casa de Salud fue desocupada y desmantelada. Ya el
cerebro de Rubén había sido sepultado como dejo dicho antes, pero el frasco con el cerebro
del joven fue descubierto por los peones y entregado al Sr. Manuel Icaza, Alcalde de la ciudad
quien lo retuvo varios días en su casa y el cual creyendo sin lugar a dudas que era el auténtico
de Rubén, lo entrego al Dr. Henry Debayle, hijo del sabio medico leones, que lo conservo en su
casa hasta que conocidos los verdaderos sucesos, procedió Dña. Emelina viuda de Debayle, a
enterrar aquel trozo de historia.
Quizá el poema más hermoso que se escribió a la muerte del poeta, lo produjo Antonio
Machado, que se pregunta a sí mismo: “Si era toda en tu verso la armonía del mundo, ¿dónde
fuiste, Darío, la armonía a buscar?” Y concluye con esta bella estrofa:

“¡Pongamos, españoles, en un severo mármol!


Su nombre, flauta y lira y una inscripción no más:
Nadie esta lira taña si no es el mismo Apolo;
nadie esta flauta suene si no es el mismo Pan”.

Rubén Darío

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