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C u e s t i o n e s de a n t a g o n i s m o
D i r e c t o r
C a r l o s P r i e t o d e l C a m p o
Diseño de cubierta
Sergio Ramírez
Título original
The Destruction of the European Jews
Traducción de
Cristina Piña Aldao
© Raúl Hilberg, 2002 (edición revisada publicada por Yale University Press)
© Ediciones Akal, S. A., 2005
para lengua española
Sector Foresta, I
28760 Tres Cantos
Madrid - España
Tel.: 918 061 996
Fax: 918 044 028
www.akal.com
ISBN-10: 84-460-1809-8
ISBN-13: 978-84-460-1809-4
Depósito legal: M-16.073-2005
Impreso en Lavel, S. A.
Humanes (Madrid)
La destrucción
de los judíos europeos
Raúl Hilberg
-akal-
/
Indice general
I. Precedentes........................................................................................... 23
II. Antecedentes......................................................................................... 47
III. La estructura de la destrucción ............................................................ 67
IV La definición por decreto....................................................................... 77
V. La expropiación ..................................................................................... 93
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El mantenimiento del gueto................................................................ 253
Las confiscaciones............................................................................... 259
La explotación de los trabajadores...................................................... 269
El control de los alimentos.................................................................. 282
Enfermedad y muerte en los guetos .................................................. 289
Preparativos.......................................................................................... 294
El primer barrido................................................................................... 3 13
Estrategia.......................................................................................... 315
La cooperación con las unidades móviles de exterminio...................... 323
Las operaciones de exterminio y sus repercusiones............................ 346
Polonia.................................................................................................. 527
Preparativos....................................................................................... 529
La realización de las deportaciones.................................................... 535
Consecuencias económicas ................................................................ 578
El norte.............................................................................................. 612
Noruega.......................................................................................... 6 13
Dinamarca....................................................................................... 618
6
El oeste.................................................................................................. 628
La ocultación.......................................................................................... 1060
La «cinta transportadora»...................................................................... 1067
La supresión.......................................................................................... 1076
La liquidación de los centros de exterminio y el fin del proceso de
destrucción .............................................................................................. 1079
X . Reflexiones............................................................................................. 1094
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Problemas administrativos.................................................................. IIII
Problemas psicológicos...................................................................... 1115
X I. Consecuencias...................................................................................... 1163
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Prefacio a la edición
en castellano
Pocos años después de la Segunda Guerra Mundial, empecé a preguntarme por qué
la muerte de millones de judíos europeos en lugares de ametrallamiento y cámaras de
gas llamaba tan poco la atención en Estados Unidos. N i siquiera la comunidad judía
estadounidense, que debido a la catástrofe se había convertido automáticamente en la
mayor del mundo, manifestó mucho ultraje o desesperación. A cualquiera con el más
mínimo conocimiento de lo que había pasado debe de habérsele ocurrido que la escala
y la intensidad de la operación, aplicada por una burocracia alemana metódica y eficaz,
carecían de precedentes. Los judíos residentes fuera del continente europeo debían
tener claro que su pérdida sería permanente, nunca tendría remedio, nunca se borra
ría. La reacción fue, sin embargo, contenida.
Es cierto que en Washington la Guerra Fría que se impuso rápidamente ensombreció
los descubrimientos de los campos de concentración hechos durante la liberación en 1945
y después de la misma. Las urgencias del nuevo conflicto entre el Este y el Oeste enmu
decieron buena parte de lo que podría haberse dicho sobre el régimen nazi. Habían sur
gido nuevas necesidades, se habían trazado nuevos mapas, y forjado nuevas alianzas. Esta
ba claro, además, que la nueva Alemania debía desempeñar una función importante en
esta transformación. Los judíos, a su vez, se enfrentaron a una crisis inmediata propia
cuando el naciente Estado de Israel se vio amenazado. En esa atmósfera, la respuesta de
la comunidad judía estadounidense en particular fue de dos tipos: alárma por Israel y abo-
targamiento respecto a la sombra de los judíos muertos en Europa.
Éste era el escenario cuando, a los veintidós años, decidí investigar y registrar la des
trucción de los judíos europeos. Retrospectivamente, me doy cuenta de que probable
mente no hubiera tomado esta decisión si hubiera sido algo más joven o algo más viejo.
Había vivido durante un año bajo el régimen de Hitler en Viena, a los doce años, cuando
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apenas era suficientemente maduro como para observar el impacto de la presencia nazi
sobre nuestra familia y nuestros amigos. Seis años después, estuve como soldado esta
dounidense en suelo alemán, destinado en una unidad que capturó Múnich, y conser
vaba en la memoria buena parte de lo que había visto allí. Aun así, no sabía qué iba a
hacer. Sólo después de volver a la vida civil, estudiando ciencias políticas, me di cuen
ta de las masas de documentos alemanes que habían sido transportados a Estados Uni
dos y, después, de que estos materiales me permitirían recoger información detallada y
elementos que me ayudaran a comprender. Específicamente, aprendería algo sobre la
estructura administrativa y las funciones de los organismos alemanes implicados en las
medidas contra los judíos. Si hubiera sido más viejo y más experimentado, quizá hubie
se rehuido un proyecto que de hecho había subestimado enormemente. Pero en ese
momento me sumergí en el trabajo creyendo que necesitaría cinco años para comple
tar la tarea. Cuando alcancé ese límite inicial, estaba muy lejos de mi objetivo, pero
había recopilado una enorme cantidad de materiales y me sentí impulsado a seguir.
Desde el comienzo, mis principales fuentes fueron los documentos alemanes. En
Nuremberg, los ayudantes de los fiscales habían seleccionado la correspondencia que
incriminaba a los altos funcionarios acusados de crímenes de guerra. Esta pila, que con
tenía copias de muchos miles de órdenes, cartas e informes, fue mi primer material de
lectura. Después, en Washington, también busqué documentación y periódicos en la
Biblioteca del Congreso, y en N ueva York encontré otra fuente de documentación
indispensable, el YIVO Institute. Pero el espectáculo más impresionante lo hallé en el
Federal Records Center de Alexandria, Virginia, donde las carpetas alemanas captura
das se almacenaban en cajas que ocupaban decenas de miles de metros de estantería.
De pie en este cavernoso edificio, me di cuenta de que no podría leer todos estos papeles
en toda mi vida. En Alexandria desarrollé el hábito de hurgar al azar en una colección.
Descubrí que no todo se halla donde uno lo busca, pero que donde uno no ha buscado
todavía se puede encontrar casi de todo. Esa es una de las razones que, una y otra vez,
me movieron a extender mis exploraciones por todas partes.
Me di cuenta de que tenía que consultar también fuentes judías. La documentación
interna de los consejos judíos resultó ser escasa. La mayoría se había perdido durante la
guerra. Así, por ejemplo, los archivos de la comunidad judía de Colonia quedaron com
pletamente destruidos en un bombardeo aéreo, y los del consejo judío de Varsovia fue
ron consumidos por las llamas durante la revuelta del gueto. Abundaban, por el con
trario, los relatos de los supervivientes. Contenían información valiosa sobre las
reacciones de las víctimas, pero no iluminaban la evolución de los acontecimientos. Me
parecía evidente que los judíos no veían claramente más allá de las vallas de los guetos.
Sólo los perpetradores tenían una visión general. Me di cuenta de que, sólo por esta
razón, una historia global debía basarse, en primer lugar, en los registros contem porá
neos de aquellos que habían iniciado o puesto en práctica las medidas antijudías. A un
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que estos hombres no habían empezado con un plan básico, tenían una dirección, y sus
actos encajaban en una secuencia reconocible. Esa lógica dictaba qué pasos tenían que
dar antes de poder seguir con cualquier otro. Tan pronto como comprendí esta cadena
de toma de decisiones, en una fase inicial de mi investigación, redacté un esbozo deta
llado de 20 páginas que me permitió organizar mis notas en el orden en el que las iba a
usar. Inevitablemente, de esa forma adoptaría una perspectiva alemana y vería el avance
de los sucesos a través de los ojos alemanes.
Con los años, continué mi tarea en archivos más distantes, más recientemente en
los abiertos detrás del antiguo Telón de Acero, y aproveché los crecientes fondos de
microfilmes del United States H olocaust Memorial Museum de Washington. A medi
da que iba recogiendo este material diverso, también estaba en mejor situación para
enmendar los errores que había cometido, llenar vacíos en el relato que había escrito,
y profundizar en las conclusiones establecidas. Pero he mantenido mi armazón original,
capítulo a capítulo, hasta hoy.
La primera edición de La destrucción de los judíos europeos la publicó tras varios retrasos
una pequeña editorial en 1961, casi trece años después de haber empezado mi trabajo.
Aunque el libro fue reseñado en la prensa, el contenido no era fácil de digerir. Yo no
había hecho concesiones en mi descripción, de la que no había eliminado la complejidad
del proceso a medida que era aplicado por los perpetradores, ni la desprevención de las
víctimas enfrentadas a la matanza. A nte todo, los lectores estadounidenses no estaban
aún preparados para el tema; debían transcurrir muchos más años antes de que se con
virtiera en un tema de enseñanza y comentario generalizados.
La primera traducción completa del libro, ampliada con nuevas investigaciones, la
publicó una pequeña editorial alemana en 1983. N o debería sorprender que los alem a
nes, que habían roto con su propio pasado, no hubieran contemplado antes este capí
tulo de la Segunda Guerra Mundial; pero tampoco es accidental que desde mediados
de la década de 1980 los alemanes no se mostraran sólo dispuestos a leer este material,
sino que también desarrollaran un sustancial cuerpo propio de historiadores del H olo
causto. La sociedad alemana tiene algo en común con la judía. En ambas el tema es una
historia familiar. A l tiempo que los judíos estadounidenses se interesaban gradualmen
te por el destino de sus parientes perdidos en Europa, también los hijos y los nietos de
los perpetradores tenían que enfrentarse al ineludible hecho de que durante el régimen
nazi sus padres y abuelos habían contribuido al proceso de destrucción. La hazaña no
había sido sólo producto de las acciones de las SS o de la policía. Estuvo m odelada tam
bién por un enjambre de oscuros participantes del ejército, el funcionariado civil, la
industria y los ferrocarriles, que habían contribuido con su experiencia indispensable al
resultado final. Yo había estudiado precisamente esta implicación.
Siguieron otras traducciones, entre ellas al francés y al italiano. Inicialmente, tam
bién Francia tenía un pasado poco agradable que superar, y allí la dificultad radicaba en
II
la circunstancia de que, durante años, los ex miembros de la Resistencia vivían al lado
de los antiguos colaboracionistas. Con historias tan distintas, los dos grupos tenían que
fundirse en un futuro común. Italia era el país que había pasado de ser el principal alia
do europeo de Alem ania a convertirse en un territorio ocupado bajo dominio alemán,
un doloroso antecedente que exigía curación. En Italia había comparativamente pocos
judíos, pero residían allí desde la Antigüedad, y en los días de la independencia italiana
que se prolongó hasta 1943, el régimen fascista nunca igualó la eficacia alemana en su
persecución. Los italianos rechazaron las solicitudes alemanas de deportación, no sólo
desde la propia Italia, sino también desde las regiones ocupadas por Italia en Francia,
Yugoslavia y Grecia. Durante la fase más peligrosa, bajo la ocupación alemana, miles de
judíos italianos fueron deportados, pero muchos más consiguieron ocultarse. Estos
ejemplos se recuerdan ahora plenamente.
España se mantuvo oficialmente neutral durante la Segunda Guerra Mundial. Su
costosa guerra civil había acabado sólo cinco meses antes de que los alemanes com en'
zaran la invasión de Polonia; pero dado que el régimen franquista había obtenido su vic
toria con considerable ayuda alemana e italiana, aportó tropas para que lucharan con
tra el Ejército Rojo en el frente oriental. Después de 1945, el país tardó treinta años en
convertirse en parte plenamente integral de la vida europea. Tanto las potencias occi
dentales como el bloque soviético consideraban a España como un resto ideológico de
las fuerzas derechistas que en A lem ania y sus aliados habían desatado agresión tras
agresión. En cierto sentido, el tiempo se había paralizado.
En 1939, sólo había en España unos cuantos miles de habitantes judíos. Estos,
expulsados en 1942, nunca habían vuelto. Pero durante la guerra, el gobierno español
no pasó por alto a la comunidad judía ni fue inconsciente de su desaparición. Cientos
de miles de judíos seguían hablando castellano. La mayoría había adquirido el idioma
siendo emigrantes en América Latina durante los siglos XIX y XX, pero en los Balcanes
y en Turquía quedaba otro grupo de judíos, los sefardíes, que habían salido de España
en el siglo XV Y habían conservado s u castellano, con algunos cambios de consonantes
y vocales, con virtiéndolo en ladino. Estas personas constituían la mayor comunidad de
habla castellana en Europa fuera de la propia España. En 1924, un decreto del gobier
no español permitió a los sefardíes de Salónica y Alejandría solicitar la nacionalidad
española. N o hubo muchos que aprovecharan esa oportunidad, y en ningún momento
previo el gobierno español que pudieran emigrar a España más que un puñado de ellos,
pero cuando las deportaciones y los gaseamientos alcanzaron su punto culminante,
entre 1942 y 1944, los diplomáticos españoles manifestaron sus preocupaciones mora
les en un tono llamativamente similar al empleado por los-funcionarios italianos que
intentaban salvar a los judíos.
La muerte de Franco señaló el fin del aislamiento al que aún se veía sometida Espa
ña. A medida que se instituían las reformas democráticas y surgía una apertura de la
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investigación, era lógico que toda la historia de la guerra fuera objeto de un estudio más
preciso. En medio de esa probabilidad era inevitable encontrarse con la catástrofe de
los judíos.
La actual edición aparece en lengua castellana al final de los esfuerzos de toda mi
vida. Es el último texto que puedo presentar con el producto de la investigación que
realicé hasta finales de 2003. En la medida en que en España y en Am érica Latina no
hay tantos estudios sobre el tema como en otros países, la mayoría de los contenidos de
esta traducción quizá resulten nuevos para los lectores. Sin embargo, a pesar de la aper
tura de los archivos de Europa occidental y oriental y la consiguiente multiplicación de
fuentes disponibles, ninguna obra sobre el Holocausto, la mía incluida, es en absoluto
completa, y ninguna puede garantizar que esté líbre de errores. Sólo puedo decir que,
desde el comienzo, he intentado escribir el estudio más amplio y fiable que pueda com
poner un autor solo. Ése ha sido mi principal objetivo.
Raúl Hilberg
Burlington, Vermont
A gosto de 2004
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