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El Evangelio en las palabras de

Jesucristo
Cristo es el prototipo de todos los heraldos del Evangelio. puesto que no sólo obra,
sino enseña y proclama la Palabra de Dios. Juan Marcos empieza su Evangelio de
esta manera : «Principio del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios», y más tarde, al
empezar a detallar el ministerio del Señor en Galilea, escribe: «Jesús vino a Galilea
predicando [proclamandol el Evangelio del Reino de Dios» (Mr. 1:14). Mateo
resume la obra en Galilea diciendo: «Rodeó Jesús toda Galilea. enseñando en las
sinagogas de ellos, y proclamando el Evangelio del Reino» (Mt. 4:23). Lucas,
después de notar cómo el Señor aplicó a sí mismo la evangélica cita de Isaías 61:1 y
2, en la sinagoga de Nazaret, refiere estas palabras del Señor: «También a otras
ciudades es necesario que anuncie el Evangelio, porque para esto soy enviado» (Le.
4:43). Vemos, pues, que aquel que era en sí la misma esencia del Evangelio, y quien
lo ilustraba diáfanamente por medio de sus obras, se dedicaba también a su
proclamación, ya que «la fe viene por el oír, y el oír por la Palabra de Dios».
Anunciaba que el Reino de Dios, tanto tiempo esperado, había adquirido un centro,
convirtiéndose en realidad espiritual gracias a la presencia del Rey en la tierra,
quien vino para quitar las barreras del pecado y hacer posible un Reino fundado
sobre el hecho eterno de su persona y sobre la divina eficacia de su obra, hemos de
entender la palabra «Evangelio» en sentido amplio, y no sólo como el ruego al
pecador que se someta y se salve. Es el resumen de toda la obra de Dios a favor de
los hombres que quieren ser salvos, y. desde este punto de vista, toda la enseñanza
del Señor que se conserva en los cuatro Evangelios es Evangelio», una maravillosa
presentación de lo que Dios quiere que los hombres sepan: mensaje que en todas
sus innumerables facetas llama al hombre a la sumisión de la fe y a la obediencia.
Muchos heraldos ha habido, pero ninguno como él, cuyas palabras eran tan
elocuentes y poderosas que hasta los alguaciles enviados a prenderle tuvieron que
volver a sus amos diciendo en tono de asombro: «¡Jamás habló hombre alguno
como este hombre habla!» (Jn. 7:46)

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