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El aeropuerto

Había muchas cosas que odiaba: la nata en la leche caliente, el café frio y todos sus derivados, que
no lo escucharan cuando habla o aun peor, que muestren falso interés frente algo relacionado con
su persona. La lista podría seguir pero sería oportuno ir directamente al lugar donde se ubicaba su
empleo, con seguridad se encontraba entre los primeros diez lugares. Tuvo que renunciar de
alguna forma a sus ideales cuando envió su curriculum a dicha multinacional, que no es más que la
esclavitud del siglo XXI en la cual, no solo es esclavo el que trabaja sino también el que consume;
pero llevar una vida fiel a los ideales no lo puede hacer cualquiera, “todos nos vendemos en algún
momento al sistema, es cuestión de necesidad y no de falta de convicción” se lo dijo un
compañero de clase en medio de una marcha estudiantil, lo recordó con cierta nostalgia y se sintió
demasiado lejos de ese joven escuálido y entusiasta que había sido dos años atrás, ese joven que
llevaba la bandera del centro de estudiantes de su colegio, en las marchas que organizaba el
movimiento secundario. Si se pone en perspectiva, dos años no es mucho tiempo, pero cuando se
es joven pasan muchas cosas en poco tiempo. Si, efectivamente, sufrir es una buena elección de
verbo para hablar de los cambios, no importa como sean, si eres joven casi cualquier cambio
resulta traumático.

-Buen día, quiero un tostado y un café- una mujer de mediana edad lo saco del depresivo
monologo interior que estaba llevando a cabo.

-El café, ¿lo quiere latte, capuchino, cortado o simple?-

-capuchino está bien- Ernesto, le dedico un intento de sonrisa y se dio la espalda, para preparar el
pedido, lo bueno de trabajar en un aeropuerto era que, en determinada hora del día, no pasaba
un alma por el local, lo cual le permitía leer material de la facultad con el que siempre estaba
atrasado o simplemente recostarse en el mostrador y disfrutar de la efímera belleza que ofrecen
lugares como ese.

-acá esta su pedido, que tenga buen día y gracias por su compra- también odiaba ese versito cursi
que tenía que repetir, con la mejor de sus caras cuando entregara un pedido. Observo a la mujer
alejarse y sentarse en una mesa próxima, se puso a revisar su teléfono mientras tomaba
distraídamente el café y mientras le daba de vez en cuando un mordisco al tostado; se puso el
teléfono en la oreja y espero, hasta que llegó el momento de un saludo efusivo, luego una charla
trivial y por ultimo una discusión fogosa. Corto la llamada y tiro el móvil en la cartera, tomo el café
y miraba sin mirar los carteles luminosos del local, estaba intentando organizar sus pensamientos
después del suceso anterior. Se recuperara, pensó el joven escuálido que la acaba de atender.

Luego, centro su atención en una familia de 4 personas que deambulaba por la plazoleta de
comidas, iban abrazados pero estaban distantes. El hijo mayor parecía estar incómodo y el menor,
un nene que no tendría más de 8 años no se desprendía de su padre, la madre, una mujer
elegante y hermosa, parecía estar cansada y caminaba con un aire culpable, como quien está a
punto de morir en la silla eléctrica. El padre, un tipo robusto y de cara dura, jugaba con el niño, no
denotaba otra cosa que amargura y tristeza.
A unos cuantos metros, estaban una joven pareja, el, un tipo apuesto y de semblante inglés y ella,
menuda y chispeante. Se habían reencontrado después de un largo tiempo separados, ambos
llegaron de dos sitios diferentes y ese aeropuerto no era otra cosa para ellos que un lugar de paso,
pero sin embargo, un puente que habían estado esperando. El la miraba con profunda admiración,
cautivado por una belleza que le resultaba extraña y indescifrable, ella era para él un personaje
ficticio sacado de algún poema romántico de Neruda o de alguna novela de García Márquez; le
acariciaba el negro cabello mientras le daba besos fortuitos en los labios y en la piel tostada,
convenciéndose así mismo que realmente estaban ahí. Ella en cambio se regodeaba un poco en la
atención recibida, respondía a las caricias con risas y con intensos intentos de entablar una
conversación. Al final, se dio por vencida y se dedicó a mirarlo, a sumergirse en esos ojos tan
claros que destellaban calidez y amor; empezó a sollozar tímidamente. Lo beso y se relajó por fin,
se entregó en un abrazo que la protegió de sí misma. Estuvieron abrazados un rato, hasta que
finalmente se levantaron y se fueron de la mano, jugueteando de vez en cuando el uno con el otro
como lo harían dos niños en el patio del jardín.

Había pasado un poco más de media hora, miro los apuntes debajo del mostrador y se convenció
que más tarde leería en el colectivo camino a casa, procedió a limpiar la mesa que había sido
ocupada por la mujer y una vez allí, se dio cuenta que la familia que estaba antes ya no estaba y
que el hombre, el padre, había regresado. Estaba solo y no tenía ninguna mascara de felicidad, la
tristeza se veía en su rostro de repente, lucio más cansado y viejo. Se sentó en una de las
banquetas de la plazoleta, se tapó la cara con las manos y lloro desconsoladamente.

Ese hombre, aparentemente acababa de ver partir a sus hijos y a su mujer, para el ya nada estaba
bien, nada tenía mucho sentido. Estaba seguro que la mujer del café se recuperaría de su enojo,
pero no se sentía tan convencido que ese hombre podría salir algún día de una tristeza tan
profunda y de una frustración tan dolorosa. Sintió pena, y se sintió incomodo por haber
presenciado un momento tan íntimo de personas a las que ni siquiera conocía ni conocería nunca,
así que fervientemente se dedicó a hacer cualquier cosa que concentrara en su trabajo.

Existen lugares en donde nunca pasa nada interesante, otros que son escenario de los más
históricos hechos en la memoria de los pueblos, otros en donde los recuentros son el pan de cada
de día y muchos más son testigos de las más amargas de las despedidas. Seguramente odiaba su
trabajo, pero amaba poder darse el gusto de presenciar la naturaleza afectiva del ser humano en
su interacción con los demás. Hay pocos lugares en donde hay tanta carga emocional activa y
transitoria como los aeropuertos, esos pequeños y grandes puentes modernos, entre nuestra
realidad y nuestro deseo.

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