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“TRABAJO DE MENORES, MAL DE MAYORES”

Cuando una camina por la calle es muy común observar muchos chicos revolviendo bolsas de
basura, peidiendo dinero o vendiendo algo.

Este escenario es común en el ámbito de nuestras vidas. En el colectivo, en el subte, en los bares
nos topamos con niños pidiéndonos dinero o buscando vendernos algo a cambio de unas monedas.

Al reflexionar he notado que son distintas las reacciones que solemos tomar cada uno de nosotros
frente a tal situación, lo que muestra que no es clara la postura correcta que deberíamos adoptar.
Por eso yo me pregunto, ¿Cuál es nuestra conducta actual? Y fundamentalmente ¿Qué deberíamos
hacer nosotros cuando esos pequeños se acercan a pedirnos dinero?

En general la gente no entrega dinero y mira hacia otro lado sumiéndose en sus temas personales.
No nos gusta mirar la pobreza a la cara. Por otro lado, están también los que compran; aquellos
que buscan colaborar con los chicos, les entregan algunos centavos o adquieren un producto que
no necesitan y que nunca usarán.

Básicamente encontramos estas dos posturas enfrentadas y las únicas posibles frente a estos
casos: el que ayuda y el que no. Podríamos considerarnos egoístas si entendemos que no hay que
asistir a aquellos niños y podremos creernos generosos si damos un poco de nuestro dinero que
a ellos les sirve para comer y a nosotros para comprarnos apenas alguna golosina.

Pero nos resta conocer el núcleo del problema que es el de saber el uso que ellos le darán al dinero
que les damos. ¿A dónde irá ese dinero que les doy? ¿Será usado por ellos o estaré
subvencionando el sueldo de un padre ocioso o en el peor de los casos ni siquiera del padre? En
el caso de que lo usen ellos, ¿será para comprar alimentos y útiles para su educación o será
utilizado para alguna droga como el paco o el alcohol?

Como vemos, al entregarles dinero a menores podemos estar agregando un problema más que
una solución.

Muchos de esos chicos son obligados a realizar esas acciones para llevar dinero a otros. Y esos
otros son quienes los castigan y a veces con violencia frente a una recaudación escasa. Más aún,
la acción que un niño realiza a cambio de un pago es considerada un trabajo y sabemos bien que
el lugar preferido para ellos es el lugar de juegos, una plaza, un patio de escuela, pero no un
andén, un bar o un colectivo. (Ley 26.390)

Se sabe, incluso, que en nuestro país es muy fácil alquilar un chico a cien pesos por día. De este
modo con un chico prestado en brazos es más sencillo conseguir una recaudación abultada, por
supuesto dándole lástima a los demás. Es decir, se lucra con la pobreza de ellos.

Ahora bien, ¿es entonces la persona que da dinero una persona generosa que hace un bien a estos
chicos o es alguien que, creyendo que ayuda, está generando un mal mayor?

Cuando colaboramos con estos chicos estamos queriendo ayudar pero involuntariamente les
estamos prolongando una estadía equivocada en un ámbito que no les es propio: la calle.

Ellos no deberían estar allí, deberían estar en sus casas jugando o en la escuela pero nunca
trabajando.
No quiero decir que no haya que ayudarlos de otro modo, que no haya otra manera de tomar
conciencia de su estado. Muchas personas les entregan otro tipo de bienes: ropa, juguetes o
alimentos que puedan ser consumidos por ellos en ese momento (un sándwich).

Más allá de este planteo sobre si conviene o no ayudar económicamente a los menores de la calle
no estamos excusados de la obligación que tenemos (y muy difícil de cumplir) de darles algo más
que un elemento material. A veces lo que realmente necesitan es que alguien los escuche, les
extienda la mano y los miren a los ojos. A los niños a esa edad les gusta ser observados y llamar
la atención. Y a veces nosotros miramos para otro lado….

Es entendible que muchos reaccionen contrariamente frente a esta postura del no ayudar y es
bueno aclarar que las dos opciones que hemos planteado al principio, la de ayudar y la de no
ayudar, ambas tienen algún punto negativo. Ambas tienen errores en su manera de proceder y es
por eso que en algunos contextos de la vida cotidiana nos cueste tanto encontrar respuestas
plenamente acertadas. Es parte de nuestra condición humana.

Es por eso que en temas un tanto complicados, temas filosóficos o antropológicos hay una teoría
que es, hasta ahora, la más explicativa y coherente para este tipo de situaciones, y es la del mal
menor. Frente a dos posturas encontradas y opuestas como en este caso y en tantos otros como
el aborto, la pena de muerte, la eutanasia, etc. no hay una manera sencilla y única de tomar una
decisión 100% acertada. Cada una de las posturas tiene algo de bueno y algo de malo. Estoy
ocurre en todas las personas y es lo que divide al mundo desde siempre.

Es por lo tanto, en mi opinión la teoría del mal menor la que debe aplicarse. Frente a la opción de
colaborar o no con ellos considero que no deberíamos hacerlo, al menos, no entregarles dinero.
La parte mala de esta postura es que podemos sentirnos egoístas y más aún sentir nuestro propio
dolor de no entregar nada a la manito sucia y vacía de un niño. Lo vemos triste y nos duele. Ese
es nuestro mal. Pero frente a esto estaremos realizando un bien mayor que es el de evitar que
trabajen en beneficio de otro y que muchas veces ese dinero sea utilizado para ingresar en el
infierno peor de las drogas.

Queda en cada uno de nosotros, entonces, meditar sobre qué haremos ante un niño que nos pide
dinero. En ese instante es difícil realizar esta reflexión y por eso es conveniente hacerlo antes de
que ocurra. Antes de que estemos frente a un niño que nos pide. Antes de que realicemos un daño
mayor sin darnos cuenta. Antes de que su infancia termine.

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