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CLASE 1
Derechos Humanos, interculturalidad y discriminación
Julián Laguens
Julieta Rozenhauz
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armadas para su seguridad externa, funciones que requieren un
sistema destinado a recabar ingresos.
Un Estado es un concepto político que se refiere a una forma de
organización social soberana de un territorio determinado. El
concepto de Estado difiere según los/las autores/as pero
normalmente se define como el conjunto de instituciones que
poseen la autoridad y potestad para establecer las normas que
regulan una sociedad, teniendo soberanía interna y externa sobre
un territorio definido. La definición de Max Weber (1919)
expresa que el Estado es una organización que reclama para sí el
"monopolio sobre la violencia legítima"; por ello, dentro del
Estado se incluye a instituciones tales como las fuerzas armadas,
la administración pública, los tribunales y la policía, asumiendo
pues el Estado las funciones de defensa, gobernación, justicia y
seguridad y otras como las relaciones exteriores.
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desmedro de la nobleza, y con la consolidación de la seguridad y por lo
tanto de la posibilidad de independizarse de la protección del guerrero,
entendida ésta con relación a los peligros de las invasiones “bárbaras” a
Europa.
Esta entidad va a ser definida a partir de que se encuentra por encima de
los sectores en los que está dividida cualquier sociedad, y que asume la
posición de árbitro que pretende resolver los conflictos entre ellos
(“formalmente” lo tendría que hacer de manera ecuánime, pero, “en
realidad”, estaría referenciado o subordinado siempre a uno de los
sectores constitutivos de la sociedad o a un bloque establecido entre los
mismos con relaciones de igualdad o de algunos dominadores y otros
subalternos).
Es decir, el Estado Moderno surge cuando aparecieron sectores sociales
nuevos que entraron en contradicción con los precedentes y cuando en
las sociedades se redefinieron muchas de las funciones y tipos de acción
preexistentes. Entonces, las sociedades hicieron más evidente sus
diferencias internas y la complejidad y heterogeneidad alcanzadas
impidieron basar la pretensión de uniformidad en valores no coactivos,
por ello se reforzó que surgiera de un poder visualizado como total, es
decir, propio del ejercicio irrestricto de la violencia o de la apelación
permanente a su uso.”
Pero este uso de la violencia, no resiste su uso continuo en el tiempo, no
sólo en términos estrictamente sociales, sino también en términos
económicos. Sostener su uso continuo implica costos, rompe las
relaciones, y genera efectos no deseados por ningún sector antagónico en
una sociedad. Ante esto, el Estado moderno debió establecer mecanismos
menos costosos.
El mecanismo buscado, sería generar y lograr legitimidad en el uso del
control, es decir ser aceptado por todos los sectores en la potestad del
monopolio, como veíamos en las definiciones, del uso de la violencia o de
la fuerza.
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actúa con medios de poder propios sobre las
personas y en un territorio delimitado.
Los derechos humanos no fueron creados en un único acto ni por una sola
persona o grupo de personas, por esto se entiende que son una
construcción social e histórica, que continúa aún hoy. Con el objeto de
comprender en qué consisten los derechos humanos y su elaboración
teórica, proponemos considerar algunos "momentos" y "hechos" a lo largo
de la historia de las diferentes sociedades que han contribuido a su
configuración:
Si bien la existencia de los derechos humanos en el mundo antiguo debe
entenderse de manera restringida, desde la antigüedad existen ejemplos
de individuos que han luchado para hacer valer sus derechos,
especialmente ante las situaciones que amenazaban el derecho a la vida,
entre otros el Código de Hammurabi (1750 a.C.), las leyes atenienses
(700 a.C.) y en la cultura romana, las leyes de Numa y Silla.
Durante la Edad Media , las tensiones entre súbditos/as y soberanos/as,
fueron dando nacimiento al reconocimiento de una serie de otros
derechos; el derecho de libertad de circulación, la libertad personal, el
derecho de propiedad y, en alguno casos, la protección jurisdiccional.
Por otra parte, durante este período comienza a gestarse el concepto
actual de Estado, que finalizará su proceso con la instauración de las
monarquías absolutas.
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En el contexto de los grandes descubrimientos geográficos (la
colonización del continente americano por ejemplo), y científico –
tecnológicos (como la brújula y el telescopio), la sociedad teocéntrica
y estamental se transformó profunda y paulatinamente en la sociedad
antropocéntrica e individual que caracteriza a las sociedades
occidentales de hoy en día.
Revolución Americana
Revolución Francesa
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través de la democracia
representativa.
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Así como el derecho a la libertad consiste en la protección del individuo
frente al poder del Estado, estos derechos exigen la intervención del
Estado para garantizar los bienes sociales básicos.
En la Argentina el constitucionalismo social se expresó por primera vez
en la Constitución sancionada en el año 1949 durante la primera
presidencia de Juan Domingo Perón. En su artículo 37 se establecieron los
derechos del trabajador, de la familia, de la ancianidad y de la educación
y la cultura. Esta reforma constitucional fue dejada sin efecto por el golpe
de Estado del año 1955 (Revolución Libertadora) que reestableció la
vigencia de la Constitución de 1853. En 1957 una nueva Convención
Constituyente incorporó el artículo 14 bis, en el que se garantizan los
derechos laborales, la seguridad social y las libertades sindicales.
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utilizamos actualmente, aparece por Derechos y Deberes del
primera vez en este documento Hombre, en el marco de la
internacional. Organización de Estados
Americanos (OEA).
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Convención sobre Imprescriptibilidad de los crímenes de guerra y lesa
humanidad, por Ley Nº 25.778.
Los derechos humanos han recorrido un largo camino entre las
constantes impugnaciones, limitaciones y oposiciones a las que se
han enfrentado y aún se enfrentan. Requieren una activa
participación social que demande por ellos, un gobierno que esté
atento a las demandas sociales y sepa canalizarlas a través de
normas, y un poder político con capacidad de acción y control para
que esas normas se cumplan.
Educar sobre los derechos humanos no es sólo su mera enunciación,
sino también evidenciar su vinculación con los distintos espacios en
que nos movemos y con la posibilidad de ejercerlos.
Derechos Humanos en la Argentina y su protección
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El Terrorismo de Estado fue una metodología precisa y sistemática,
producto de un plan político para la región, que estaba inmersa en
procesos de luchas populares de liberación y reivindicaciones sociales.
El golpe de estado en la Argentina instaló un proyecto político económico
que llevó al país a un empobrecimiento y endeudamiento ininterrumpidos.
La falta de vigencia del Estado de Derecho tuvo como consecuencia
inminente el avasallamiento de todas las garantías individuales protegidas
por la Constitución.
Como consecuencia de ello, quienes se encontraban en el exilio y las
organizaciones de derechos humanos –como las Madres de Plaza de Mayo,
el CELS (Centro de Estudios Legales y Sociales), y Familiares de
Desaparecidos, entre otras- fueron quienes llevaron adelante las
denuncias ante los organismos internacionales de protección de derechos
humanos, que permitieron sacar a la luz el plan sistemático criminal del
poder estatal y la gravísima violación de derechos fundamentales que se
llevaba a cabo en nuestro país.
En virtud de ello, en 1978, la Argentina recibió la visita de la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos, la cual emitió un duro informe
sobre la situación argentina en 1980.
Con el retorno de la democracia, la sociedad argentina, profundamente
fragmentada como consecuencia de los sucesos descriptos, comenzó la
investigación a los fines de sancionar y reparar las violaciones a derechos
humanos ocurridos durante la dictadura militar.
Así, en diciembre de 1983 se creó la Comisión Nacional sobre la
Desaparición de Personas –CONADEP– integrada por personalidades cuyo
compromiso público por la defensa de valores sustantivos de la
comunidad era ampliamente reconocido.
La CONADEP tuvo como misión el esclarecimiento de los hechos
relacionados con la desaparición forzada de personas. Para ello recibió
denuncias, realizó el reconocimiento de centros clandestinos de detención
y redactó un informe final conocido como Nunca Más. Éste constituye un
símbolo del derecho de todos a la libertad y a la verdad.
Con la creación de la Secretaría de Derechos Humanos, los archivos de la
CONADEP quedaron bajo su custodia hasta la fecha.
En el año 1985 se realizó el Juicio a las Juntas Militares, el cual marcó un
hito en la historia del país, puesto que por primera vez, se juzgaron y
condenaron a miembros de las Fuerzas Armadas involucrados en graves
violaciones de derechos humanos.
Estos tremendos acontecimientos de la historia argentina constituyen un
punto de inflexión que permitió revalorizar el ejercicio de la democracia y
el respeto a los derechos humanos.
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Para profundizar estos conceptos, pueden leer la Carta Abierta a
la Junta Militar de Rodolfo Walsh.
CIUDADANÍA Y DERECHOS HUMANOS
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inalienables, progresivos y acumulativos. Veamos estas características en
detalle:
Universales:
Le pertenecen a todas las personas, sin distinción alguna, en todo
momento y lugar.
Indivisibles, interdependientes, integrales y complementarios
Todos ellos están relacionados entre sí, y en su conjunto forman parte de
un sistema armónico, sin jerarquías, que garantiza y protege la vida
digna, libre y autónoma de las personas.
Irrenunciables e imprescriptibles
Nadie puede ser obligado a renunciar a ellos y no se pierden con el
transcurso del tiempo.
Inalienables
Son atributos inherentes a la persona, y por lo tanto, no pueden
transferirse, cederse o comercializarse.
Progresivos y acumulativos
A medida que las sociedades cambian y se adaptan a nuevas situaciones,
otros derechos y libertades se reivindican, sin eliminar o reducir los ya
conquistados.
Las generaciones de derechos
Sin embargo, con intenciones pedagógicas se pueden diferenciar tres
generaciones de derechos humanos:
Primera generación de derechos humanos: derechos civiles o individuales
y políticos.
Segunda generación de derechos humanos: derechos sociales,
económicos y culturales.
Tercera generación de derechos humanos: derechos de incidencia
colectiva.
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Están relacionados con el enorme impacto producido en la vida de las
sociedades por la Revolución Industrial a lo largo del siglo XIX,
básicamente en los siguientes aspectos:
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La tercera generación de derechos humanos: los derechos de
incidencia colectiva
En particular a partir de 1980, se ha generalizado el reconocimiento de
un tercer conjunto de derechos llamados “derechos colectivos ” pues la
titularidad de estos derechos recae sobre sujetos colectivos, por ejemplo,
la humanidad, un pueblo, una nación, una comunidad o una etnia. Es
decir, no afectan a una persona sino a la humanidad en cuanto tal. Más
que individuos o sectores sociales excluidos, la sociedad entera se ha
convertido en esta nueva etapa, en protagonista de la defensa de los
derechos.
Se entiende que sólo pueden garantizarse mediante la participación
solidaria de todos los miembros de la sociedad: el Estado, los individuos
y las organizaciones no gubernamentales.
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Como complemento de lo trabajado en esta primera unidad,
veremos ahora el extracto de un artículo de Mónica Pinto.
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Así las cosas, los derechos humanos –todos ellos cualquiera sea su naturaleza–
tienen como titulares sólo a las personas físicas, cualquiera sea su edad, sexo,
idioma o religión y dondequiera que estén. La universalidad en el alcance, la
igualdad en la base y, su consecuencia inevitable, la no discriminación son otros
datos que aporta la Carta.
Además, se consagra el compromiso de la organización hacia la efectividad de
los derechos –de allí la creación de mecanismos internacionales de protección–
y a la interdependencia, aquilatados por el hecho de que la Carta ejerce
supremacía respecto de todo otro tratado entre los Estados.
La Carta, empero, no enuncia los derechos humanos. Ello será tarea de las
declaraciones de derechos y de los tratados.
La discriminación viola los derechos humanos
Toda la normativa de derechos humanos reposa sobre la base de la igualdad
intrínseca de todas las personas y, por ello, condena toda distinción entre esas
personas que suponga colocarlas en una peor situación relativa respecto de la
titularidad de esos derechos.
La no-discriminación es así un corolario necesario del principio de igualdad, un
principio informante de la noción de derechos humanos y un derecho en sí
misma. De esta suerte, las normas internacionales de derechos humanos –una
especie de lenguaje común para expresar los compromisos de los Estados en
ésta y en otras materias– consideran la discriminación como una violación
flagrante que los Estados se comprometen a combatir.
La base de igualdad ya apuntada es la que se plantea como regla general para
la titularidad, goce y ejercicio de los derechos humanos, sin distinción alguna de
raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole,
origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra
condición. Así, se prescribe la obligación de los Estados de respetar y garantizar
a todos los individuos que estén sujetos a su jurisdicción los derechos humanos,
sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de
otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier
otra condición social.
Consecuentemente, el derecho internacional de los derechos humanos ha
adoptado normas específicas que prohíben las conductas discriminatorias. En
este sentido, cabe notar que la Convención para la Eliminación de la
Discriminación Racial hubo de ser uno de los primeros tratados internacionales
de derechos humanos. Su adopción evidencia que, a poco de andar en la senda
del respeto de la dignidad y libertad de todas las personas en condiciones de
igualdad, fue necesario explicitar el compromiso de no discriminación.
Así en el preámbulo de la Convención, los Estados se manifiestan “alarmados
por las manifestaciones de discriminación racial que todavía existen en algunas
partes del mundo y por las políticas gubernamentales basadas en la superioridad
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o el odio racial, tales como las de apartheid, segregación o separación”,
“convencidos de que toda doctrina de superioridad basada en la diferenciación
racial es científicamente falsa, moralmente condenable y socialmente injusta y
peligrosa, y de que nada en la teoría o en la práctica permite justificar, en
ninguna parte, la discriminación racial,” y reafirman que “la discriminación entre
seres humanos por motivos de raza, color u origen étnico constituye un
obstáculo a las relaciones amistosas y pacíficas entre las naciones y puede
perturbar la paz y la seguridad entre los pueblos, así como la convivencia de las
personas aun dentro de un mismo Estado” así como que “la existencia de
barreras raciales es incompatible con los ideales de toda la sociedad humana”.
Acorde con ello, la Convención impone el compromiso de condenar toda la
propaganda y todas las organizaciones que se inspiren en ideas o teorías
basadas en la superioridad de una raza o de un grupo de personas de un
determinado color u origen étnico, o que pretendan justificar o promover el odio
racial y la discriminación racial, cualquiera que sea su forma, y el compromiso
de tomar medidas inmediatas y positivas destinadas a eliminar toda incitación a
tal discriminación o actos de tal discriminación.
En este contexto, como mínimo, y teniendo debidamente en cuenta los principios
incorporados en la Declaración Universal de Derechos Humanos, así como los
derechos expresamente enunciados en la Convención, los Estados partes deben
tipificar como delito penal toda difusión de ideas basadas en la superioridad o
en el odio racial, toda incitación a la discriminación racial, así como todo acto de
violencia o toda incitación a cometer tales actos contra cualquier raza o grupo
de personas de otro color u origen étnico, y toda asistencia a las actividades
racistas, incluida su financiación; declarar ilegal y por ello prohibir las
organizaciones, así como las actividades organizadas y toda otra actividad de
propaganda, que promuevan la discriminación racial e inciten a ella, y por
consiguiente considerar como delictiva la participación en tales organizaciones o
en tales actividades; no permitir que las autoridades ni las instituciones públicas
nacionales o locales promuevan la discriminación racial o inciten a ella.
En 1968, la primera Conferencia Mundial de Derechos Humanos celebrada en
Teherán afirmó que “La notoria denegación de los derechos humanos derivada
de la discriminación por motivos de raza, religión, creencia o expresión de
opiniones ofende a la conciencia de la humanidad y pone en peligro los
fundamentos de la libertad, de la justicia y de la paz en el mundo”. En 1981, la
Asamblea General de las Naciones Unidas adoptó lo que hasta ahora es la
expresión más completa del derecho a la libertadreligiosa o de convicciones en
el ámbito universal. En la Declaración sobre la Eliminación de Todas las Formas
de Intolerancia y Discriminación Fundadas en la Religión o las Convicciones se
entiende por «intolerancia y discriminación basadas en la religión o las
convicciones » toda distinción, exclusión, restricción o preferencia fundada en la
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religión o en las convicciones y cuyo fin o efecto sea la abolición o el menoscabo
del reconocimiento, el goce o el ejercicio en pie de igualdad de los derechos
humanos y las libertades fundamentales.
Consecuentemente, se establece como regla que nadie será objeto de
discriminación por motivos de religión o convicciones por parte de ningún
Estado, institución, grupo de personas o particulares.
Resulta interesante que la Declaración de 1981 refiera expresamente a las
conductas de particulares, lo que no puede entenderse como imponiendo
obligaciones irectamente a las personas privadas aunque sí poniendo a cargo de
los Estados la diligencia debida para que esta discriminación no tenga lugar o,
de producirse, sea considerada como una violación de derechos humanos. Ello
habla también de la necesidad de formar una cultura de respeto a los derechos
humanos, una cultura de respeto a la diversidad, una cultura no discriminatoria.
Se trata de un producto que no puede imponerse por decreto sino a través de la
educación y la enseñanza.
La posterior Declaración sobre la raza y los prejuicios raciales abreva en el
encuadre teórico-filosófico de la Carta de la UNESCO, la Organización de las
Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura. Así, afirma que toda
teoría que invoque una superioridad o inferioridad intrínseca de grupos raciales
o étnicos que dé a unos el derecho de dominar o eliminar a los demás, presuntos
inferiores, o que haga juicios de valor basados en una diferencia racial, carece
de fundamento científico y es contraria a los principios morales y éticos de la
humanidad.
Formula apreciaciones respecto del racismo que son válidas para otros
fenómenos del mismo tipo: “El racismo engloba las ideologías racistas, las
actitudes fundadas en los prejuicios raciales, los comportamientos
discriminatorios, las disposiciones estructurales y las prácticas
institucionalizadas que provocan la desigualdad racial, así como la idea falaz de
que las relaciones discriminatorias entre grupos son moral y científicamente
justificables; se manifiesta por medio de disposiciones legislativas o
reglamentarias y prácticas discriminatorias, así como por medio de creencias y
actos antisociales; obstaculiza el desenvolvimiento de sus víctimas, pervierte a
quienes lo ponen en práctica, divide a las naciones en su propio seno, constituye
un obstáculo para la cooperación internacional y crea tensiones políticas entre
los pueblos; es contrario a los principios fundamentales del derecho internacional
y, por consiguiente, perturba gravemente la paz y la seguridad internacionales”.
Asimismo, se expresa allí que “[t]oda traba a la libre realización de los seres
humanos y a la libre comunicación entre ellos, fundada en consideraciones
raciales o étnicas es contraria al principio de igualdad en dignidad y derechos, y
es inadmisible”.
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Todas estas consideraciones fueron recreadas en la Declaración y Programa de
Acción de Viena, aprobada el 25 de junio de 199312 . En efecto, la Conferencia
Mundial de Derechos Humanos pidió a todos los gobiernos que, en cumplimiento
de sus obligaciones internacionales y teniendo debidamente en cuenta sus
respectivos sistemas jurídicos, adoptaran las medidas apropiadas para hacer
frente a la intolerancia y otras formas análogas de violencia fundadas en la
religión o las convicciones, en particular las prácticas de discriminación contra la
mujer y la profanación de lugares religiosos, reconociendo que todo individuo
tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia, de expresión y de
religión y los invitó a poner en práctica las disposiciones de la Declaración sobre
la eliminación de todas las normas de intolerancia y discriminación fundadas en
la religión o las convicciones. La incitación a la discriminación no es una
expresión protegida.
La libertad de expresión es central en el contexto de los derechos humanos y del
régimen democrático. Todos los seres humanos son titulares de esta libertad
fundamental. Se trata del derecho y la libertad de expresar su propio
pensamiento y también del derecho y la libertad de buscar, recibir y difundir
informaciones e ideas de toda índole. Es por ello que la libertad de expresión
tiene una dimensión individual y una dimensión social, lo que supone que nadie
sea arbitrariamente menoscabado o impedido de manifestar su propio
pensamiento pero implica también, por otro lado, un derecho colectivo a recibir
cualquier información y a conocer la expresión del pensamiento ajeno.
Sobre la dimensión individual del derecho, la libertad de expresión no se agota
en el reconocimiento teórico del derecho a hablar o escribir, sino que comprende
además, inseparablemente, el derecho a utilizar cualquier medio apropiado para
difundir el pensamiento y hacerlo llegar al mayor número de destinatarios. En
este sentido, la expresión y la difusión del pensamiento y de la información son
indivisibles, de modo que una restricción de las posibilidades de divulgación
representa directamente, y en la misma medida, un límite al derecho de
expresarse libremente.
En la segunda dimensión, la social, la libertad de expresión es un medio para el
intercambio de ideas e informaciones entre las personas; comprende su derecho
a tratar de comunicar a otras sus puntos de vista, pero implica también el
derecho de todas a conocer opiniones, relatos y noticias. Para el ciudadano
común tiene tanta importancia el conocimiento de la opinión ajena o de la
información de que disponen otros como el derecho a difundir la propia.
La libertad de expresión, como piedra angular de una sociedad democrática, es
una condición esencial para que ésta esté suficientemente informada. Se trata
de un valor compartido en todos los sistemas de derechos humanos y ello es
válido no sólo para las informaciones o ideas que son favorablemente recibidas
o consideradas como inofensivas o indiferentes, sino también para aquellas que
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chocan, inquietan u ofenden al Estado o a una fracción cualquiera de la
población. Tales son las demandas del pluralismo, la tolerancia y el espíritu de
apertura, sin las cuales no existe una sociedad democrática.
En el mismo contexto democrático tiene idéntica relevancia el derecho a la
libertad de pensamiento, de conciencia y de religión, ella misma una de las
libertades fundamentales que los Estados se han comprometido a respetar en
igualdad de condiciones que la libertad de expresión.
Sin embargo, esa relación tiene peculiaridades. En efecto, cuando estos
derechos entran en conflicto no se aplican los criterios tradicionales que
privilegian el adecuado equilibrio entre ambos.
Ello es así porque la libertad de expresión encuentra un límite en su ejercicio
abusivo para difundir cualquier apología del odio nacional, racial o religioso que
constituya incitación a la discriminación, la hostilidad o la violencia.
Resulta, pues, que no toda expresión resulta protegida por la libertad de
expresión y el derecho a la información. La prohibición abarca toda forma de
propaganda que amenace con un acto de agresión o de quebrantamiento de la
paz contrario a la Carta de las Naciones Unidas o que pueda llevar a tal acto y
toda apología del odio nacional, racial o religioso que constituya incitación a la
discriminación, la hostilidad o la violencia, tanto si tal propaganda o apología
tiene fines internos al Estado de que se trate como si tiene fines externos a ese
Estado.
La apología del odio racial o religioso que constituye una incitación a la
discriminación, la hostilidad o la violencia es una prohibición clara en todas las
normas de derechos humanos que supone obligaciones y derechos. Se ha
señalado que con arreglo al derecho internacional, el racismo no es una opinión
sino un delito.
En efecto, los Estados tienen la obligación de prohibir estas conductas y de
hacerlo por la vía legislativa. Para que esta prohibición sea plenamente eficaz
debe sancionarse una norma interna en cada estado que prohíba la propaganda
o apología de que se trata, y en la que se establezca una sanción adecuada en
caso de incumplimiento.
También debe señalarse que esas conductas son contrarias a la política del
Estado.
En el mismo sentido, la práctica del Comité para la Eliminación de la
Discriminación Racial es consistente en señalar que los Estados deben sancionar
cuatro categorías de comportamiento indebido: I) la difusión de ideas basadas
en la superioridad o el odio racial, II) la incitación al odio racial, III) los actos de
violencia contra cualquier raza o grupo de personas de otro color y origen étnico
y IV) la incitación a cometer tales actos.
En opinión del Comité, la prohibición de la difusión de todas las ideas basadas
en la superioridad o el odio racial es compatible con el derecho a la libertad de
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opinión y de expresión. Esta apreciación es compartida por los órganos
internacionales de derechos humanos en su conjunto.
La prohibición supone también, para los titulares de los derechos humanos, un
derecho: el derecho a ser protegido de tales conductas. Se aplican aquí
analógicamente los criterios de protección que se infieren de las prohibiciones
de la esclavitud y reducción a servidumbre, la tortura y los tratos crueles,
inhumanos o degradantes, la desaparición forzada. El Estado tiene una positiva
obligación de garantía y de adoptar medidas.
Se trata, ni más ni menos, que de los deberes que todo Estado asume al
comprometerse por los derechos humanos y de las condiciones en las cuales un
determinado acto, que lesione derechos humanos protegidos, puede ser
atribuido a un Estado y comprometer, en consecuencia, su responsabilidad
internacional.
Las primeras decisiones internacionales sobre el tema corresponden a la
Comisión Europea de Derechos Humanos que en 1979 decidió el caso
Glimmerveen & Hagenbeek vs Netherlands en el que se alegaba que una
condena impuesta por promocionar la discriminación racial y la repatriación de
la gente de color violaba el derecho a la libertad de expresión.
En el contexto europeo así como en el universal, la prohibición de que se trata
es objeto de una disposición individual; en el ámbito interamericano, por el
contrario, es una de las restricciones a la libertad de expresión.
Así, pues, la Comisión no analizó la libertad de expresión ya que no se trataba
de expresiones protegidas sino que se enfocó en el artículo 17 y sostuvo que su
propósito era evitar que grupos totalitarios explotaran, en su propio interés, los
principios enunciados en la Convención.
Poco después, el Comité de Derechos Humanos del Pacto Internacional de
Derechos Civiles y Políticos se expidió en un caso relativo a Canadá sobre el
mismo tema. Allí, el peticionario –y el partido político al que pertenecía, que
carecía de legitimación para reclamar en esta sede– se agraviaba por la
violación, entre otras, de su libertad de expresión ya que se lo había condenado
porque su partido utilizaba mensajes telefónicos grabados para advertir al
usuario de “los peligros de las finanzas internacionales y del judaísmo
internacional, que conducían al mundo a guerras, desempleo o inflación y al
colapso de valores y principios mundiales”.
El Comité consideró que los mensajes incitaban al odio racial o religioso que en
Canadá era una expresión prohibida y declaró inadmisible la petición por
considerarla “un abuso de derecho”.
Por su parte, el Tribunal europeo consideró un asunto relacionado con la difusión
de propósitos racistas –tratábase de la emisión por la televisión danesa de un
reportaje a integrantes del grupo “Camperas verdes” en el que se expresaban
de modo injuriante y despreciativo respecto de los inmigrantes y de los grupos
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étnicos establecidos en Dinamarca– en el que los tribunales nacionales
sancionaron al editor responsable con el pago de una multa.
El Tribunal tuvo en cuenta que el periodista no había expresado las declaraciones
cuestionadas que, por su parte, no eran expresiones protegidas por la libertad
de expresión en el artículo 10 del Convenio. Señaló que sancionar a un periodista
por haber ayudado a la difusión de declaraciones de un tercero en un reportaje,
obstaculizaría gravemente la contribución de la prensa a la discusión de los
problemas de interés general y no podría concebirse sino por razones
particularmente serias.
La decisión, que realza la importancia de los medios de comunicación y del
periodismo en la sociedad democrática, evita transformar al periodista en el
ejecutor de una política de censura, lo que es importante. Sin embargo, lo que
no se advierte es lo que se exigió al Estado respecto de la prohibición efectiva
de la actuación del grupo cuestionado.
Mónica Pinto, "El antisemitismo y los derechos humanos",
publicado en Índice, Revista de Ciencias Sociales (nº 24- Mayo de
2007).
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