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En 1981 salió publicada en Gai Pied una entrevista a Michel Foucault titulada “De la amistad como

modo de vida”. En unos pocos párrafos el autor se preguntaba por las relaciones que pueden ser
establecidas, inventadas y moduladas a través de la homosexualidad. Esta era entendida no tanto
como deseo, sino como algo deseable, no tanto una práctica sexual, sino un sistema de relaciones.
Desde su óptica la homosexualidad podía ser algo perturbante y creativo si se constituía como modo
de vida. Es la amistad, una relación sin forma, al desnudo, la figura en la que vio esta posibilidad. Si
bien Foucault se centró en la masculinidad, estas ideas fueron productivas para pensar las
existencias por fuera de la cultura patriarcal, usos alternativos del espacio y el tiempo en los que
encontramos vidas imaginativas, anudamientos imprevistos, pero también una ética que involucra a
los afectos, la política y las imágenes.
Señalo esto porque en 6_noevius_10, Agmixmix, VixFam Osías Yanov (1980) se desmarca
de un eje insistente en su trabajo de lo últimos años como lo fue la desprogramación de género y se
proyecta con más fuerza sobre otro, el diseño de piezas escultóricas abstractas que simbolizan
relaciones efímeras, amistades, marcadores de la vida y tecnologías. Antes las estructuras metálicas
funcionaban como parte de un esquema performático, acompañaban cierta obstinación por el
cuerpo, hoy son un lenguaje que sintetiza la experiencia. Por ejemplo, una curvatura sobre una recta
hace alusión a sus dos amigas embarazadas, un rayo ilustra a un amor fugaz fan de Harry Potter, un
objeto similar a las vértebras de un pez es un “cejómetro” que sirve para peinar cejas imposibles,
una muleta baja para descansar el pie le recuerda al curador de un museo, un palito similar a un
alfiler con cabeza es un objeto ritual que utilizó para homenajear a la activista trans Diana Sacayán
y otra, parecida a una hoz, es una gargantilla BDSM imantada; también las piezas generan
composiciones aleatorias que remiten a ordernadores de circuitos electrónicos. Yanov plantea
objetos relacionales, comunicantes, confeccionados artesanalmente en hierro, y los ilumina con las
mismas luces que entibian una discoteca y las situaciones de tiempo más conceptuales de la historia
del arte. Si bien por su impronta morfológica los podemos emparentar a los bichos de Lygia Clark,
vale decir que hay un componente antropológico y terapeútico común, los objetos poseen la utopía
en pequeñas porciones de lo queer. Una utopía que tiene lugar en la proximidad inmediata de
plataformas como la web, la fiesta, las máquinas y por supuesto el amor.
Esta vez no se presentan coreografías sociales y bailes contraculturales, lo que exceptúa a la
muestra de fijar comunidades de autor al servicio del arte. Cada pieza, junto a los aros de gimnasia
apretados por el peso del techo, pareciera integrar las páginas de un diario en el pasaje de lo
individual a lo grupal -y viceversa- en el que se despreden y producen signos estéticos. Aquí la
identidad no es un problema, en realidad jamás lo fue, pero tampoco lo es, como en otras
propuestas, el ingreso de lo real en torno a la política de los cuerpos, este es un desplazamiento
original de la muestra: las esculturas están hermanadas por su afinidad con lo natural y lo artificial,
recuperaron su autonomía y prescinden de lo humano. Quizás la afinidad sea una palabra clave en el
proyecto artístico de Yanov, no por su postura cyborg sino porque los nexos comunales de lo queer
son alojados, una vez más, en la oscuridad del arte.

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