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RUMORES

¿Mamita, estás ahí? Responde por favor, quiero saber si aún respiras.
Elmer está herido. Le duele mucho la pierna derecha. ¡Mamá…! Quizá
estés detrás de esa columna que sigue en pie, lo malo es que hay
mucho polvo y veo muy poco. Déjame sentir tu corazoncito palpitar
una vez más, para sentirte al instante y así poder ayudarte y salir de
esto. Luego iremos a la casa y si está destruida la reconstruiremos
juntos y viviremos felices, de nuevo. Aunque habrá muchas personas
buscando también a sus familiares, tal vez no hayan sobrevivido.
¿Cuántos habrán muerto y desaparecido? ¿Por qué, Diosito, nos
castigas así? Si soy buena niña. Cumplo con mis deberes, saludo a
mis mayores y voy a misa los sábados. No entiendo. De todas
maneras, sé que mi mamá Carlotita todavía está aquí, conmigo, como
Elmer, aunque me habla lentamente, diciendo que aguantará el dolor
como todo un hombre. Ah, mamita, ya te he sentido. Estás entre ese
montón de adobes. Agggg, esta tierra entra en mi garganta y la tos
me dificulta la respiración. Ya te encontré. ¡Qué alegría! Llevas puesto
ese pantalón azul que tanto te gusta. Ahora ven, levántate, tómame
de la mano, estás muy pesada, vamos, dime algo, responde a mi
llamado, ayúdame hermano. Hay mucha gente entre los escombros,
¡cómo socorrer a todos! ¡No, Elmer, te equivocas! ¿Acaso piensas que
te voy a creer? Sí se mueve, percibo su pulso. Lo que pasa, es que
está descansando para ahorrar fuerzas y así poder levantarse.
¿Verdad mamita? Cállate, no me hables más, no, déjame, quiero
decirle que venga con nosotros, eres un bobo, no está muerta,
mamáaaaaaaaaaaaaaa…………

- Shhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh, silencio por favor…la muerte solo


es un descanso…

Habíamos tocado en un compromiso importante: la boda de Braulio y


de Soledad y el bautizo de Joaquín. Y como en la mayoría de fiestas en
las que hemos estado, la gente nos ha tratado con mucha cordialidad
y no faltan los agradecimientos, pues nos dedicamos por completo a
ofrecer un buen espectáculo. Ese sábado 30 empezamos a las 10 de la
noche y culminamos más o menos a las 5:30 de la mañana. A pesar de
la amanecida, no estábamos cansados y entonces bebimos la cerveza
que aún quedaba
de lo que nos habían obsequiado y vimos a muchos de los invitados en
completo estado de ebriedad, saliendo del local, jubilosos, llorosos,
cansados, y soñolientos, a paso lento. Uno de los músicos de la
orquesta, Carlos, me preguntó si es que nos íbamos a quedar todavía.
Claro que sí, contesté e incluso me atreví a invitarlo a seguir con
nosotros. No sé qué extraña sensación recorría mi ser, mas supe que
no saldríamos de aquel recinto, nunca más. Por eso les dije a mis
colegas y amigos: vamos a brindar con este whisky, para celebrar lo
que nos da la vida y quizás los veré solamente ahora, juntos, como
integrantes de “Sonidos del ande”, gracias por cada momento
queridos amigos, salud y sigamos hasta las últimas consecuencias…
Lloré y vi que los demás también se emocionaron y entonces nos
abrazamos fuertemente: por fin lo presintieron, como yo, y también
entendieron que de la muerte nadie se salva…

- Todo ya ha pasado, por fin. Es mejor no decir nada…Los recuerdos


hacen que llore sangre, ¿acaso quieren verme así?...

Estaba conduciendo mi camioneta por las calles de Yungay en


compañía del ingeniero Briand. Íbamos a ver un asunto acerca de la
construcción de una obra y de pronto todo empezó a temblar. El
automóvil parecía brincar de un lado a otro. Fue casi imposible
detenerlo. Vimos con estupor que todo se movía y empezaba a
desmoronarse. Con mucho esfuerzo, ambos logramos salir y la tierra
aún continuaba retorciéndose. Producto de ello, una gran y espantosa
grieta se dibujó entre nuestros pies. ¡Terremotooooo……..! Oímos
gritos de auxilio en la lejanía, quizá en la plaza, tal vez en alguna casa
derruida por el desastre. Parecía una eternidad soportar aquellos
rugidos de la tierra. Había polvo por doquier y mientras avanzábamos,
cautelosos y atemorizados, pudimos distinguir tenuemente dos
cadáveres, al parecer de niños, cubiertos de tierra y de grandes
bloques de adobe. Estaban abrazados, como si la catástrofe los
destinara a morir juntos. Sin embargo, eso no fue lo peor. Algo en
verdad pavoroso iba a suceder. El cielo estaba tan despejado y
sosegado que no contrastaba con la escena que nos circundaba. Pude
percatarme de la hora. Las 3:25 p.m. En ese momento, irrumpió rauda
y violentamente ese sobrecogedor ruido y más aún, esa densa capa de
polvo, que enturbió nuestra visión…

- Ya no volveremos, nunca más, solo nos queda la noche y el silencio


eternos, ¿por qué no me creyeron cuando les avisé? Nadie me hizo
caso, ahora están pagando caro su negligencia…

El circo Verolina se ubicaba en el estadio de Yungay y era la primera


vez que íbamos a disfrutar de las acrobacias de Manongo, de las
proezas de Miguelino, el enano domador, de los actos de magia de Mr.
Ilusión, entre otros. Esa tarde fuimos mis dos hermanos y yo, sin
nuestros padres. Aún pudimos saborear los deliciosos helados de Niza
y cuando por fin llegamos, nos dimos con la sorpresa de que el sitio ya
estaba repletísimo con tantos niños y adultos. A las justas alcanzamos
unos asientos y ya me disponía a sentarme cuando el piso empezó a
estremecerse. Sujeté a Micaela y a David con fuerza y vimos cómo la
gente luchaba por salir del lugar. Todo se llenó de gritos, de lamentos,
de la más completa desesperación y al fin nos vimos en las afueras.
Tanto polvo a nuestro alrededor y encima esquivar los empujones.
Vengan, vamos por acá fue lo que pude gritarles y emprendimos la
huida hacia el cerro Aura. En ese momento, debido a la confusión, me
solté de ellos y se perdieron entre la multitud. Aún los vi alejarse
porque voltearon cuando ya llegaban al lugar pero no pude
acompañarlos. ¡Llueve rocas desde el cielo!, ¡Es el fin del mundo!,
¡Aluviónnnnnnnnn!, oí detrás de mí y entonces aceleré. Maldita
botella que se atravesó en ese instante e hizo que me desplomara.
Mientras lograba incorporarme, noté que las personas que iban en
dirección a la ciudad eran tragadas por ese montón de tierra y
piedras, quizá era muestra de su resignación al saber que no podrían
con la naturaleza, con la ira de Dios.
Ya no podía más, estaba extenuado y me resigné. Me incliné y empecé
a rezar. Padre nuestro que estás en los cielos… Danos hoy nuestro
pan…
De pronto, esa noche me cubrió con su negro manto…

- Somos parte de la misma desdicha ¿por qué no comprenden?, nadie


nos salvará, ni con sus oraciones, ni con sus plegarias, ni con sus
flores…

El partido estaba a punto de iniciar. Jugaba México contra Rusia. Era el


mundial del 70. De pronto empezó a temblar todito, fuerte, sonaba
muy fuerte. Después, cuando vi venir a ese gran río de lodo y hielo
para Yungay me dije “este es el fin”. Pero Dios no quería pues y pasó
a escasos metros de mi casa. No la tocó por muy poquito. Corrí para el
cerro donde nos salvamos algunos. Pero perdí a mi madre y a dos de
mis hermanos.
Lo más horrible fue ver cómo eran llevados. Por ratos aparecían y
luego ya no. Sus gritos eran apagados y finalmente se hundieron en
ese mar de fango. ¡Qué desgracia! Una vez en puesto en un lugar más
o menos seguro, vi a los demás que por fortuna habían logrado eludir
al desastre. Estaban bien, pero asustados. La ciudad no se veía nada
por el polvo. Eran las 5 p.m. pero parecía de noche. Y la gente gritaba.
Justo allí habían instalado un campamento de heridos y todos
gritaban. Los niños buscaban a sus padres y los padres a sus hijos. Y
pensé que aún seguía temblando todo. Tal vez en mi cabeza. Los
mayores pedimos chompas para hacer una gran bandera que se
elevara por la nube de tierra y fuera vista por los helicópteros, pero
no sirvieron. Nos recogieron cuatro días después: el jueves 4 de junio.
Y sin comida y a la intemperie, no pude resistir…
- Les advierto, no me provoquen, no traigan al presente ese horrible
pasado que hasta hoy me carcome el alma…Entiendan, por favor, se
lo suplico…

A diez minutos de la ciudad se hallaba el colegio de Shacsha, centro


educativo en el cual era director. Y como es tradicional, ese último
domingo de mayo también fui a rezarle a la virgen, junto con dos
profesoras más, Lucrecia y Heraclia. Estábamos riéndonos cuando
empezó. Las dos se arrodillaron, comenzaron a gritar, a llorar sin
medida. Yo estaba frente al Huascarán y vi que no había una nube en
el cielo. ¿Por qué está así, tan tranquilo?...
Luego, conforme se movía el suelo, vi cómo empezaron a caer
enormes cantidades de hielo, como inmensos trozos de algodón, a una
velocidad impresionante. Comencé a gritar: “¡Aluvión!... ¡Al cerro!...”.
Fue cuando de las faldas del nevado se levantaba una neblina gris
oscura.
Empezamos a correr hacia el cerro Aura mientras notamos que
enormes piedras pasaban volando encima de nosotros. La destrucción
era indecible. Se venía el lodo… Al subir vimos cómo el aluvión se
llevó Ranrahirca, aquel pueblito donde estarían descansando mis
padres y también otros pueblos. Ya en la cima vi a mi tierra Yungay
hecha un lodazal. Solo estaban sus cuatro palmeritas. Como fieles
testigos de la catástrofe. Todo estaba planito. Al intentar afinar mi
visión, resbalé y sufrí esa terrible caída…

- ¡Bastaaaaaaaaaaaaaa…! ¡Cállense, malditos! Si no se van a dar


cuenta…
Vienen, están cada vez más cerca. Déjenlos pasar y luego pueden
seguir hablando. Pero ahora les exijo que se esfumen…
¡Shhhhhhhhhhhhh…!

- Mi amor, ¿qué haces tanto tiempo allí?


- Solo contemplo estas sepulturas, son de mis bisabuelos.
- Ah, cierto, ¿y qué dice ese epitafio?
- “En memoria de las víctimas del terremoto y aluvión del año 1970”.
- Me pareció oír algo, como voces, muchas, que susurraban algo, como
contándome una historia…
- Tonterías, si los muertos no hablan.
- Puede ser, pero lo sabremos cuando dejemos este mundo.
Eso creen…

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