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Este trabajo no intenta ser más que un ensayo sobre las posibilidades, debates, y contingencias
que actualmente cruzan a la psicología comunitaria en Chile. Decimos que es un ensayo porque, a
decir verdad, a nuestro conocimiento han llegado contados artículos que se pregunten de forma
sistemática por el hacer de la psicología comunitaria hoy. A lo más se la cifra a nivel de alguna
problemática específica, perdiendo la relación y autonomía que esta pueda tener en sí misma. No
podemos más que intuir las certezas, realidades y contradicciones que aquí intentamos describir,
aunque para muchos caigamos en el riesgo de escribir acerca de lo que no existe, como los
unicornios. Pero al mismo tiempo sería un pésimo ejemplo formativo si nosotros estudiantes, igual
que otros antes que nosotros, olvidamos que es nuestra experiencia la que da mejor cuenta del
proceso que actualmente se está desarrollado en esta área. Es justamente porque somos
estudiantes que queremos mostrar aquí un breve panorama de lo que ha sido la tradición de la
psicología comunitaria para preguntarnos donde está ella hoy. Y lo que queremos mostrar, a la luz
de la historia, es por donde pasan las tensiones y debates que actualmente cruzan la práctica de la
psicología de la comunidad.
Decía Maritza Montero en una autobiografía (1994b), que en su formación inicial había dos cosas
que la marcaron. La primera tenía que ver con la rigurosidad y la capacidad de inquisición en torno
a un método que se aplicara a problemas ligados a la realidad. La segunda tenía que ver con la
capacidad crítica, con la irreverencia ante formas codificadas del hacer, fundamentalmente en
torno al asumir que la ciencia, por que sí o por sí misma, no sienta autoridad alguna. Para ella, en
el desarrollo de la psicología social comunitaria a nivel mundial y en su forma de entender a la
psicología toda, hay tres elementos que son muy propios de los avatares de la psicología
comunitaria misma; (1) La relevancia del método y de la episteme que sustenta y ordena a los
objetos del método, a saber, la teoría; (2) La necesidad de llegar a respuestas sobre preguntas que
suelen estar mas allá de los límites clásicos de la psicología, incluso de la psicología social; y (3) la
intención de sostener una psicología orientada políticamente, a partir de una redefinición del
quehacer y de las posibilidades de pensar las ciencias y al científico. Podemos resumir estos tres
elementos, que serán el foco de nuestra atención, tanto para la vista del psicólogo, como para los
ojos del sujeto común y comunitario.
Para el psicólogo estos tres puntos se llaman, en orden, Método, Integración y complementación
teórica, y énfasis político de las ciencias. Claramente, es sólo el primero el que cabe en el modelo
clásico, porque los otros dos, y quizás con mas fuerza que nunca, suelen corresponder a universos
confusos y abstractos. Hoy en día nadie va a defender que las ciencias sociales son neutrales, pero
difícilmente alguien va a decir para que lado no son neutrales con pretensión de que su decir sea
universal. De que hacemos algo, hacemos algo, pero ese algo es diferente para cada uno. Lo
político de ese algo es, en su esencia, múltiple y abstracto; y, cuando decimos político, decimos
algo que todos entendemos más o menos de similar forma, nos decimos a nosotros mismos, en
una posición específica, con acciones e intereses específicos y tareas posibles específicas. Cuando
decimos ciencia, nos adentramos con esa mochila de intenciones y supuestos, en el campo del
método.
Texto No 2.
Volvemos, entonces, al campo del debate de las ciencias. Lo que se pone en juego, suponemos
aquí, tanto para la psicología comunitaria, como para el psicólogo comunitario, es un debate en
torno a las posibilidades del método y la teoría en contextos y procesos históricos particulares.
Esto es particularmente relevante ya que, como todo escolar sabe, de la psicología comunitaria
como tal, sólo puede decirse que es un área de trabajo más entre las que ya hay: clínica, laboral,
educacional y social si nos ponemos menos exigentes con los sueldos y los contratos -. Y, junto
con lo anterior, todo escolar sabe también que, tratándose de una delimitación de trabajos, la
precarización de los empleos y la demanda por soluciones - reales o falsas - a problemáticas
denominadas concretas, son quizás las mejores variables a la hora de explicar por qué la psicología
comunitaria está de hecho en período de ... auge. Claro, si hiciéramos ese recorrido, quizás no
tendría sentido la tarea que aquí nos convoca, pues bastaría con decir, como lo expresa con fineza
Foladori (2002); que la psicología comunitaria como carece de modelo teórico se desarrolla de
acuerdo a las leyes del mercado, encargándose de encubrir los males reales de las sociedades
modernas, bajo el telón de la buena onda y la ayuda social. O que, por lo mismo, sus técnicas son
más bien haceres, pues el fundamento de su saber no es ni autónomo ni autorreflexivo. El
tallerismo es un buen ejemplo. O, quizás también, podríamos decir que en lo que toca al concepto
de comunidad, ni en la formación, ni en la escasa reflexión, ni en la aplicación hay algo muy
profundo que decir. Para nadie es una sorpresa el encontrarse las mas de las veces con
investigaciones que no estudian el efecto, la historia o las posibilidades de una comunidad,
cualquiera que esta sea, como muchas veces se ha hecho con la educación en la psicología de la
educación. A lo más hay un supuesto, lineal y absoluto, de que la subjetividad, la identidad y lo
psíquico cobra fuerza y sustento cuando alguien, el sujeto- esta con otros.
El estudio de las redes comunitarias se presenta entonces como un modo distinto de ver la
actividad de las comunidades, que supone un tipo de organización compleja tanto en el nivel social
como en el local. Esto implica lo que Saidón (1995: 203) llama “pensar en red”, es decir, asumir
“un pensamiento acerca de la complejidad, que tenga en cuenta la producción de subjetividad
social en los más diversos acontecimientos” (1995: 205). Implica también, continuando con el
mismo autor, una manera diferente de asumir la organización previendo una consistencia distinta
de carácter “inventivo” y “nómade”. Al respecto las autoras comentan que los dos calificativos
introducidos por Saidón parecen muy apropiados para describir la posibilidad creativa de las
redes. Su peculiar estructura de extensión descentralizada permite incorporar en muy diversos
papeles a muchas personas, razón por la cual se multiplica la posibilidad de obtener respuestas no
sólo variadas y originales, sino incluso inesperadas, pudiendo presentarse en diferentes lugares de
la red.
La comprensión de las redes comunitarias hace preciso tener claro que los procesos organizativos
en las comunidades involucran a todos sus miembros. Las comunidades suelen generar diversos
grupos organizados, y cuentan también con personas que asumen la dirección de ciertas
actividades o procesos, imprimiéndoles su estilo personal y a veces también sus sesgos
individuales o sus motivaciones (religiosas, vecinales, académicas, idiosincrásicas, partidistas,
entre otras), así como su estilo de liderazgo para abordar el trabajo comunitario (paternalista,
participativo, autogestor).
Por último, es importante aclarar que las redes comunitarias no son en sí mismas un fin de la
organización, sino un medio o una estrategia para lograr una mejor organización, ya que la
existencia de redes no garantiza el desarrollo comunitario aun cuando siempre aporta
beneficios para la comunidad.