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Profeta

DJN

SUMARIO: 1. Jesús, el profeta que tenía que venir.-2. Jesús


"profeta" en los cuatro Evangelios. 2.1. Marcos y Mateo. 2.2.
Lucas y Juan.

El uso que hacen los Evangelios del término profeta" (1Cpo4 ul


), no es escaso pero tampoco muy abundante: lo encontramos
exactamente 37 veces en Mt, 29 en Lc (+30 en Hch), 14 en Jn
y 6 en Mc; es decir, un total de 86 usos de los 144 en el
conjunto del NT. La mayoría de las veces se utiliza para hablar
de los profetas del AT, considerados en general o en particular;
a veces se especifica la referencia concreta añadiendo el
nombre de este o de aquel profeta o incluso a sus escritos. En
una ocasión se utiliza el femenino "profetisa", título que aplica
Lucas a Ana; según este último uso, al menos para el tercer
evangelista, profetas no son sólo los que Israel consideraba
como tales, sino también algunas figuras más recientes.

Entre los profetas más recientes se cuenta sobre todo a Juan


Bautista, a quien su propio padre presenta como "profeta del
Altísimo" (cf. Lc 1, 76) y de quien dirá el mismo Jesús que es
"más que un profeta" (Lc 7, 26 = Mt 11, 9). También Jesús es
presentado de un modo u otro como profeta en los Evangelios:
profeta lo consideró la samaritana (Jn 4, 19), el ciego de
nacimiento (Jn 9, 17) o, según recuerdan los jefes de los
sacerdotes y los fariseos (cf. Mt 21, 46), el pueblo en general
(cf. Mc 6, 14-16 =; 8, 27-30; Lc 7, 19; Jn 6, 14; 7, 40, 51s).
Profeta es Jesús incluso para sus discípulos, que unen ese
término al resumen de su vida que hacen para el caminante los
dos de Emaús tras la decepción del viernes santo (Lc 24, 19);
la luz de la Pascua les ayudará a integrar tal decepción en el
plan de Dios y a presentar a su Maestro como el profeta
semejante a Moisés de Dt 18, 15. 18 (cf. Hech 3, 22; 7, 37 y
además Mc 9, 7).

1. Jesús, el profeta que tenía que venir


La identificación de Jesús como profeta y el mismo hecho de
que otros rechazaran que lo fuera (cf. Jn 7, 52; 8, 48; 9, 16. 24)
nos lleva a preguntarnos por el punto de partida, el fundamento
de semejante consideración del Maestro de Nazaret por parte
de la gente. En este sentido se puede afirmar que las
afirmaciones del pueblo sobre la condición profética de Jesús
tienen que ver con la expectación relativamente extendida en
Israel de la llegada de un profeta que, por su relación con los
tiempos finales descritos por los antiguos profetas, justifica el
nombre de "profeta escatológico" que suelen dar a esta figura
los estudiosos de la cristología del NT.

Dicha expectativa tenía como fundamento próximo un texto de


Malaquías, a quien los escribas atribuían el haber sido el último
de los profetas. "Mirad, yo os enviaré al profeta Elías antes de
que llegue el día del Señor" (Mal 3, 1. 23). En este marco debe
situarse sin duda la identificación de Jesús con Elías que,
según el testimonio de los discípulos, hacían algunos de entre
el pueblo (cf. Mc 8, 28 y =). Sin mencionar la figura de Elías, el
primer libro de los Macabeos hablaba del día en que "surja un
profeta fiel"; por su parte, el grupo de judíos que hicieron de
Qumrán su lugar de retiro preferido hablarán en la Regla de la
Comunidad de su esperanza en "la venida del profeta" (1 QS 9,
11; cf. 1QMelch). La expectativa de dicha figura se relaciona de
un modo u otro con el citado texto de Dt 18, 15. 18 sobre el
profeta posterior a Moisés y mayor que él. Animados por esta
esperanza, en tiempos más o menos contemporáneos de
Jesús surgieron algunos personajes que se autoproclamaban o
eran tenidos por profetas. El historiador judío Flavio Josefo se
refiere a algunos de ellos e incluso nos transmite un par de
nombres: Atrongas y Teudas; un personaje del mismo nombre
aparece también en Hech 5, 36. Según todo esto, no resulta
nada extraño que la gente tuviera a Jesús por profeta.

Por otra parte, algunas de las actuaciones y de las palabras del


Nazareno justificaban suficientemente tal consideración. Entre
ellas cabe notar, ante todo, su bautismo: que este rito tenía que
ver con la profecía queda demostrado con la figura del
Bautista: según cuenta el Evangelista S. Marcos, la gente creía
que Juan era "realmente un profeta" (Mc 11, 32), consideración
que tenía que ver sin duda con el rito del bautismo
administrado por el Precursor (cf. 11, 30). Por ello, no es
extraño que el profeta Jesús se presente al pueblo
precisamente en el momento de recibir el bautismo de Juan; la
comunidad cristiana nacida del judaísmo captó el hondo
significado de esta circunstancia y, al relatar el hecho, explicitó
su sentido; para ello recurrió al texto de Is 63, que interpretó
midrásicamente en relación con el profeta Jesús, que recibe el
Espíritu (63, 17) tras salir del agua (cf. 63, 11), mientras se
abren los cielos (63, 19).

Sabor profético tuvo también la entrada triunfal de Jesús en la


ciudad Santa montado en un borrico: anunciada en estos
términos por el profeta Zacarías (cf. 9, 9), según S. Mateo, fue
entendida proféticamente por la gente (cf. Mt 21, 11). El gesto
realizado inmediatamente después por Jesús en relación con el
templo recuerda fácilmente los gestos simbólicos de los
profetas (cf. Mc 11, 15-18 y =). En este capítulo hay que situar
además la actitud frente a la ley, expresada en multitud de
pasajes, en los que Jesús se muestra como revestido de una
autoridad especial.

La realización de todos estos gestos y el conjunto de su


predicación sobre la irrupción inmediata y definitiva del Reino
de Dios permiten suponer en Jesús una conciencia sobre su
propia misión que, por el horizonte bíblico en que se sitúan
aquéllos, podemos calificar de "profética". Es más, dos dichos
de Jesús recogidos en nuestros Evangelios parecen confirmar
tal conciencia profética. El primero lo sitúan los evangelistas en
Nazaret y en una época más (Lc 4, 1 ss) o menos (cf. Mc 6,
lss; Mt 13, 57) cercana al comienzo de la actividad pública: "A
un profeta lo desprecian sólo en su patria, entre sus parientes y
en su casa" (Mc 4, 4; cf. Jn 4, 4). El carácter general y
axiomático de la frase contribuye a darle veracidad histórica,
tanto más cuanto que se trata de un dicho corriente incluso
entre filósofos helenistas; pero, junto a la posibilidad real de
que Jesús pronunciara esta frase en estos términos o en otros
parecidos, se puede admitir además que aquel vecino de
Nazaret expresó con ella su convicción más profunda sobre su
propia misión. La referencia del dicho al tema del rechazo, que
Lucas radicaliza y dramatiza hasta el punto de convertirlo en un
intento de homicidio (cf. Lc 4, 28ss), tiene que ver con la
tradición judía acerca de la muerte trágica de los profetas (cf.
Mt 23, 29-36=Lc 11, 47-51).
En este sentido avanza el segundo de los dichos a que nos
hemos referido más arriba y que nos transmite únicamente S.
Lucas: Jerusalén, la meta del camino de Jesús (cf. 11, 5lss), es
la ciudad "que mata a los profetas" (Lc 15, 34; cf. Mt 23, 37).
Aunque Jesús no aparece aquí abiertamente como profeta, se
puede suponer que esta invectiva sobre Jerusalén sólo se
explica desde la propia conciencia de su condición de tal y, en
consecuencia, de su propio destino. Fundada en el
convencimiento sobre la existencia de esta conciencia,
expresada de forma directa e indirecta por Jesús, la comunidad
cristiana respondió en términos decididamente positivos a la
pregunta que se habían hecho algunos cuando la entrada en
Jerusalén: Jesús era realmente "el profeta que tenía que venir
al mundo" (Jn 6, 14). Tal respuesta exigió un esfuerzo ulterior
por distinguir entre el profeta Jesús y otras figuras proféticas
cuya reaparición se esperaba de algún modo; entre estas
figuras cabe contar sobre todo a Elías, el típico profeta de los
últimos tiempos, cuya vuelta marcaría el comienzo del fin de
los tiempos; ya hemos señalado que algunos contemporáneos
de Jesús, que se movían probablemente en la corriente
apocalíptica, vieron en él a Elías. Frente a esta identificación, el
cristianismo naciente reinterpretó las expectativas judías sobre
Elías y lo convirtió en una especie de símbolo del final en
cuanto tal, que vio anunciado por el Bautista: "Elías ya ha
venido", les dice Jesús; pero el destino de este nuevo Elías, a
quienes los hombres han maltratado como han querido, se
convierte en preludio del destino del propio Jesús (cf. Mc 9, 11-
13). Es fácil descubrir en estas palabras de Jesús una fusión
de planos y de concepciones, que van desde la expectativa
judía en la llegada de Elías hasta el convencimiento cristiano
de que Jesús es el verdadero profeta de los últimos tiempos,
pasando por la interpretación, también cristiana, de Juan como
precursor de Jesús y, en cuanto tal, realizador de la misión
que, según el judaísmo contemporáneo, tendría que llevar a
cabo Elías al final de los tiempos. Sobre esta base, distinguidas
las figuras de Jesús y de Elías, se adelanta en la reflexión
sobre Jesús, en quien se descubre al profeta como Moisés de
Dt 18, 15. 18 (cf. Jn 6, 14; Hech 7, 13 y, además, Mt 11, 2 = Lc
7, 19).

2. Jesús "profeta" en los cuatro Evangelios


Apoyados en este dato firme de la tradición preevangélica, los
autores de nuestros Evangelios, que recogieron también la
incertidumbre de las gentes sobre la identidad de Jesús,
afirman claramente su condición de profeta, integrando sin más
o elaborando y adaptando a la teología de sus respectivas
obras los dichos correspondientes.

2.1. Marcos y Mateo

Aunque el Evangelio que se supone más antiguo no concede


mayor espacio a la condición profética de Jesús, la elaboración
de los datos sobre este punto Ilegan en él a su máxima
expresión: S. Marcos recoge pocos datos al respecto: la
opinión de algunos de los contemporáneos del Nazareno sobre
este punto (cf. Mc 6, 15; 8, 28) e incluso el dicho del propio
Jesús sobre el profeta despreciado en su tierra (cf. 6, 4); sin
embargo, desconoce las palabras de la gente en el momento
de la entrada en Jerusalén sobre "el profeta Jesús de Nazaret
en Galilea" (Mt 21, 11) y, sobre todo, reinterpreta
completamente la aplicación del título a Jesús en la escena
que sigue al juicio de Jesús por parte de los judíos: los
soldados le invitan a mostrar su condición profética en medio
de burlas y de golpes (14, 65); sin embargo, lo mismo que poco
antes la pregunta del Sumo Sacerdote en relación con su
condición mesiánica y poco después la del centurión en
relación con su condición divina, el gesto burlón de los
soldados es, de hecho aunque de forma paradójica, auténtica
proclamación de la condición profética de Jesús.

De este modo, tal condición queda insertada perfectamente en


la catequesis de S. Marcos sobre el Mesías-Hijo de Dios
sufriente. Que sea ésta la intención del evangelista se
descubre cuando se compara su versión sobre el referido
pasaje de la burla de los soldados y la que se ofrece en el
Evangelio de S. Mateo: el primer evangelista mantiene el uso
del verbo "profetizar" en las palabras de los soldados, pero
reduce el contenido "profético" de la escena introduciendo el
título "Cristo" (= Mesías) como forma de dirigirse al reo y
precisando el contenido de la "profecía" que querían escuchar
los soldados: se trataba de adivinar quién le había pegado; la
escena deja de ser así lo que era en Marcos, es decir,
proclamación paradójica de la condición profética de Jesús y
se convierte en simple burla del pretendido mesías. Pese a
todo, Mateo acentúa algo más que su fuente aquella condición;
para ello a los datos que Marcos le ofrece sobre este particular
añade otros dos que amplían la opinión de la gente: al narrar la
entrada en Jerusalén, identifica a Jesús como "el profeta de
Nazaret de Galilea" (Mt 21, 11), una opinión recogida por los
principales sacerdotes y fariseos, que tras escuchar de labios
de Jesús la parábola de los viñadores homicidas no se
atrevieron a arrestarlo por miedo a la gente, "que lo tenían por
profeta" (Mt 21, 46). Pese a todo, no parece que ninguna de
estas afirmaciones constituya una confesión de fe propiamente
dicha en Jesús-profeta y que no reflejen tan siquiera la
identificación de Jesús con el profeta esperado de Dt 18, 18.

2.2. Lucas y Juan

A los puntos de relación que se descubren entre la obra lucana


y el Cuarto Evangelio se cuenta precisamente la mayor
elaboración que hacen ambos evangelistas sobre la tradición
de Jesús-profeta. Por lo que respecta a S. Lucas, el sello del
evangelista en dicha tradición se descubre ante todo en la
interpretación del profetismo de Jesús según el modelo de los
grandes profetas de la historia de la salvación: Jesús es el
profeta como Moisés prometido en Dt 18, 15: de hecho, en la
escena de la transfiguración aparece en diálogo con el gran
profeta del Antiguo Testamento; por otra parte, en esta misma
escena, la voz del Padre, además de identificar a Jesús como
Hijo suyo, invita a los discípulos presentes a escuchar la voz de
dicho Hijo (9, 35), lo mismo que el pueblo de Israel había
escuchado la voz de Moisés (cf. Dt 18, 15). Con este
convencimiento podrían relacionarse los textos lucanos que
vinculan la actividad taumatúrgica de Jesús con su condición
de profeta: los discípulos de Emaús, por ejemplo, dan cuenta al
caminante que se les une por el camino y que resulta ser el
propio Jesús, de su actuación como "profeta poderoso en
obras y palabras ante Dios y ante el pueblo" (24, 19; cf.
además 3, 22-23; 7, 37). Sin embargo, más que con Moisés,
parece más adecuado relacionar este aspecto de la actividad
de Jesús con la figura de Elías, otro de los grandes profetas de
Israel; aunque en relación con esta figura profética se descubre
en Lucas un doble movimiento: por una parte, Jesús se resiste
claramente a que le identifiquen con aquel famoso del Norte
(cf. 3, 16; 7, 19), cuya actividad de mensajero ve cumplida, sin
embargo, en Juan Bautista (7, 27); pero, por otro lado, en la
visita de Jesús a la sinagoga de su pueblo de Nazaret, que
Lucas elabora como escena de presentación de la persona y
de la actividad de aquel ilustre paisano, Jesús evoca
expresamente la actividad de Elías y de Eliseo al hablar de la
no aceptación del profeta en su patria (4, 24-26); en esta
misma línea habría que interpretar la aclamación de la gente
tras la resurrección del hijo de la viuda de Naín (7, 16; cf.
además 7, 19; 9, 8. 19). El recurso a las grandes figuras
proféticas de la historia de Israel sirve también a Lucas para
presentar otra dimensión muy importante del profeta Jesús:
como el de aquéllas, su destino está marcado por la
persecución y la muerte; esta dimensión la atribuye Lucas al
propio Jesús, quien interpreta su camino hacia Jerusalén como
un progresivo acercamiento al destino de los profetas: "Hoy y
mañana y pasado tengo que seguir caminando, porque no
cabe que un profeta muera fuera de Jerusalén" (13, 33 y
además 13, 34 y 11, 49). De este modo, con la muerte de
Jesús, alcanzará su punto culminante el destino de los
profetas; de hecho, cuando se cumpla en su caso el destino
que él mismo había predicho, la condición profética de Jesús
se proclamará de forma paradójica: "Los que le tenían preso se
burlaban de él y lo golpeaban; y cubriéndolo con un velo le
preguntaban: `Haz de profeta: ¿quién es el que te ha pegado-
(22, 64). Sólo que, como ocurriera en el caso de Elías y Eliseo,
de este modo la salvación aportada por el profeta Jesús
alcanzará la meta anunciada desde su presentación inicial (4,
25-26): el mundo de los paganos.

En la misma línea que Lucas, aunque mucho más ampliamente


que en él, la cristología del Cuarto Evangelio otorga un espacio
muy significativo a la dimensión profética de Jesús: él es "el
profeta que tenía que venir al mundo" (6, 14): éste es sin duda
el convencimiento firme del evangelista, para el que había
preparado a sus lectores en la negación tajante del Bautista en
el comienzo de su obra: Yo -dice el Precursor- no soy el profeta
(1, 21); dicha fe se expresa en la confesión ambivalente de
quienes habían contemplado la multiplicación de los panes (y
los peces) (6, 1-13). Ahora bien, el contexto en el que Juan
sitúa semejante declaración ayuda sobre todo a percibir los
acentos propios de la elaboración del tema del profetismo de
Jesús en el Cuarto Evangelio; y ello en dos sentidos: en primer
lugar, porque el profeta Jesús es para Juan portador de la
revelación de Dios y, como consecuencia, la fe en el profeta
Jesús exige aceptar la revelación de que es portador; exige
aceptarle a él como revelador. De hecho, el signo ya indicado
de la multiplicación del pan se convertirá en el punto de partida
para el discurso que seguirá tras la manifestación de Jesús a
los discípulos en medio del lago (6, 16-21); en dicho discurso,
Jesús se presenta como dador del pan de vida, es decir, como
portador de la revelación de Dios; más todavía, se presenta
como siendo él mismo el pan de vida, la revelación de Dios (cf.
6, 48. 51); esta consideración se concreta y amplía en el
conjunto del Evangelio, donde Jesús aparece como el enviado
del Padre, que ha recibido el encargo de decir sus palabras
(12, 48-50) y cuya actividad se limita a hablar lo que el Padre le
ha enseñado (8, 28-29). Dicha enseñanza no consiste
únicamente en un conocimiento extraordinario de la realidad (4,
16-19. 29); el conocimiento que posee Jesús es más hondo,
pues él es la misma revelación de Dios (cf. 4, 26); una
revelación que no toca sólo a Dios, sino que alcanza a la
propia condición del profeta-revelador: devolviendo la vista al
ciego, el profeta Jesús se revela como luz del mundo (9, 5. 39;
cf. 8, 12). Por ello mismo, de lo que se trata en definitiva es de
tomar una opción ante él: éste es el segundo aspecto que une
Juan a la elaboración que hace en su evangelio de la condición
profética de Jesús: el pueblo y las autoridades se dividen ante
él (7, 40-43. 50-52): para unos, Jesús es un embaucador y un
endemoniado (7, 47; 9, 19. 24), en definitiva, un falso profeta
(cf. 8, 48); por ello intentan frenar su actividad (7, 44); para
otros, es realmente el profeta de Dios (4, 19; 7, 40; 9, 17). Un
primer paso, insuficiente, sin duda, pero positivo, para la
aceptación del misterio más profundo de su persona: Jesús es
el Hijo del Hombre (9, 35. 36), el Santo de Dios (6, 68); en
último término, el Hijo eterno del Padre, incomparablemente
superior, por ello, a todos los profetas del pasado (8, 48-58). -
> escrituras; mesías.
BIBL. — R. FABRIS, "Jesucristo", en: P. ROSSANO, G. RAVASSI y
A. GIRLANDA, Nuevo Diccionario de Teología Bíblica, Paulinas, Madrid 1990,
864-893; R. PENNA, "1 titoli cristologici", en: 1 ritrati originali di Gesú il
Cristo. Inizi e sviluppi della cristologia. I. Gli Inizi, S. Paolo, Torino 1996, 119-
122; Ch. PERROT, "Jesús el profeta", en: Jesús y la Historia, Cristiandad,
Madrid 1982, 138-160; R. SCHNACKENBURG, La persona de
Jesucristo reflejada en los cuatro Evangelios, Herder, Barcelona 1998; F.
SCHNIDER, "profhth", en: H. BALz y G. SCHNEIDER (edits.), Diccionario
exegético del Nuevo Testamento II, Sígueme 1998, 1228-1236.

Juan Miguel Díaz Rodelas

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