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No quiero salvarme.

Hay un hipermercado lleno de salvaciones


diferidas, fetiches de la abundancia cósmica niu aish y analógica.

No puedo salvarme,
porque no quiero.
Es un poder
por no poder.
Es un no salvarme
porque no quiero.

Hay unas fechas de vencimiento donde lo vencido


se ha convertido en el derrotero del paso del tiempo
en la sala de espera del pasillo y los estantes inmóviles.

¿Salvarme?
¿para qué?
Salvarme…
¿de qué?
¿de quiénes?

¿Salvar la salud?
¿Salvar el espíritu?
¿Salvar la fe?
¿Salvar las buenas formas?
Salvarte, solo salvarte solo.

Amor propio como propiedad.


Yo me amo de más
Yo me amo plusvaliosamente
Yo me amo
Ay!
Como me amo.
Miren como me amo.
¡Díganme como me amo!

Salvación.
Esa publicidad engañosa
madre de todas las publicidades,
prima materia de las redes sociales
virtuoprosiliconas semióticas.
Me gusta
Me encanta
Me divierte
Me entristece
Me enoja.

Me enflorece las pelotas


salvarme
hipotecando la vida.
Hay un estado de cosas natural-izado,
el objeto ciudadane objetivo.
estado de políticas dispositivos del Estado estadística.

Hay un estado de las cosas del existir,


o a menos de la duda que tengamos duda,
donde todes queremos hacer algo
y algunos, pocos,
toman la posta en contra.

Si se acaba la religión del Estado


se acaba lo religioso
creyente en el estado de las cosas del Estado.

Hay que acabar con la descendencia estatal


para darle en el talón del estado de las cosas
al Estado democroto prosta fálico.
Hay que cortar de raíz
el árbol genealógico del creyente Estado.

La democracia es una de las instituciones del Estado


Debemos chuparle la pija hasta que acabe muerta
por su propia inacción
y por la inflación de poesía insurrecta que le decimos
a través del dedito que nos mete en el culito.

El Estado, no sabe hacer eso que dicen que es hacer el amor.


Te somete burocráticamente:
¡arrodíllate putito y chúpame la norma!
Te somete represivamente:
¡NO! ¡Así no putito piquetere!
¡Tomaaaa!

Hay que triturar las evidencias


porque lo evidente es una opinión del Estado
en el sentido común menos común.
El del estado de las cosas del patrón.

El Estado patriarcal de las cosas


la conservación de las palabras convervadoras.
La familia tradicional
sangrante coagulante
que corta la circulación
intravenenosa de
les piqueteres,
les asambleístas,
les militantes,
les inquietantes,
les desbordantes
virus del organismo tanato estatal.

El Estado escuela
reproduciendo la historia oficial
no pretende cambiar,
la historia de las historias.
O bueno, ahora si quiere cambiar.

La salud de les locos corre riesgo,


corre riesgo sostener los amorcitos sin sal
porque la receta médica tiene un error:
se comprende demasiado.
El psico-farmaceútico-saico estatal:
ya no nos engaña más.

En ello manifestamos
como minoría:
Abajo la prensa
Arriba el prensado.
Aguante la entropía del afecto
abajo el Estado.
Reivindicamos el ocio,
los agudos de Ian Gillan
danzar una entropía literus-amatoria
para continuar derrocando el estado natural-izado del Estado
y su tienda patriarcal de antigüedades que vende ambigüedades innacesibles para el almita
popular.
Venimos a amar los amorcitos, con sal.
Al son y plop del rock y el delirio compañero vamos a marchar una vez más, juglando.
Siempre viniendo a juglar.
Siendo, antónimo de la legrand.

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