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CUENTOS FUGACES
OBRAS DE LUIS TABLANCA
PUBLICADAS
Cuentos sencillos.
EN PREPARACiÓN
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Cuentosfu-gaces
BARCELONA
LIBRERíA SINTES
RON.'" DE ~ UmVItRSIDAD. 4
• Il11T •
A mis excelentes amigo8 los señores
Jáeome Niz, de Oeeña, en prueba de cordial
8stimación.
E. P.F.
!'r·
La florida ilusión. 1
La ladrona ... 7
Doble quebt'anto . 10
LOI clavos de Cristo. 14
L. resurrección 19
La cajita blanca .. 27
Patal delpedlda .. 31
ICualquiera se piertle! 36
AfInidades ocultas 40
Elcena rursl. .. 44
Un suicida •... 47
El placer de morir 52
El primer verso .. 62
Las hermanas Vida y Muerte 66
Las puertas del Cielo 70
Las hadas ..... 76
Obra de misericordia 79
El poema del verano. 83
El obrero feliz ..... 88
L. endiablada juventud 92
Más allá del misterio 95
LBSsortijas ..... 100
La florida ilusión
, ma2stro Lindarte
., ['Jaro
P ersona¡es I mi51a Ama(}ea
Una Comodr2
- ¿Una carta?
- Sí. Estoy resuelto a eliminarme; el mundo
me repugna; pero yo no daré el paso definitivo
mientras no deje una carta que, como la publica-
rán los periódicos, ha de estar muy bien escrita,
con elegantes palabras, con algo de poesía ... tal
vez un poquito decadente ... Las cosas decaden-
tes no las entiendo bien, pero me gustan mucho.
Ustéd podría decir que abandono la vida con todos
sus halagos, y repite todo lo que acaba de decirme
en este momento: eso de la estrella, la fuente, la
flor ...
Asentf con un movimiento de cabeza y le dije:
- ¿Por qué no se acuesta, general? Es tarde ... -
y como para corroborar mis palabras un gallo cantó
en el corral después de largos aleteos. Pero el ge-
neral repuso:
- ¡No me acostaría yo ahora por todo el oro
del mundo! Esta carta de que le hablo me ha hecho
pensar muchos días, pues no tropieza uno a cada
rato con un caballero de la discreción de usted para
encargarle tan delicado trabajo. ¡Si yo fuera escri-
tor! - Se sohaba las manos y me miraba radiante.
- En este momento soy un hombre absolutamente
feliz. Usted me hará esa carta de modo que cada
cual encuentre en ella un párrafo que le correspon-
da: los soberbios, los humildes, los pobres, los ri-
cos... Especialmente deseo que escriba usted en ella
unos pensamientos bien sentimentales, como para
hacer llorar a las mujeres.
Yo no sabía qué pensar ni qué hacer en aquel
caso. El general se enardecía cada vez más:
- 51-
. ,
como un esparto, áspera, y así me quisiste por
nlUJer." .
- 72-
JUAN. (Sentándose después de corto sile(tciQ !'
colocando sobre Una de las consolas el pa-
quete que trajo de la calle.) Durilla eras antes.
es cierto, pero ahora te has puesto que ya no
me puedo acercar a ti sin salir espinado. A la-
postre acabaremos mal, sin remedio. Tú debías
comprender que en el mundo sólo te tengo a ti y
que en ti tengo reconcentrados todos mis afec-
tos ... Cuando te conocr ya era huérfano y pensé
que el amor de padres que me faltaba tú me lo
ibas a dar doblado. ¡Lo que bregué por conse-
guir Que te hincaras a recibir conmigo la ben-
dición de la Iglesia; lo que bregué por armar
esta casa, 'por hacer este nido para traerte!. ..
MARCELlNA. ¿Me lo echas en cara? Pues si Sacas
a la venta estas cosas no faltará comprador.
Especialmente esas mesas han gustado a todo
el que las mira ...
JUAN. Cállate, Marcelina, me desesperas ... Las
hice con mis manos para ti, son tuyas exclusi-
vamente, y sé que te has mostrado orgullosa
de poseerlas ... Cuando quieras que salgan de
esta casa las venderás tú, .. Dinero no me hace
falta ... Ya propósito, toma. Hoy al pagarme la
semana me reconocieron un aumento de treinta
centavos diarios y me hicieron la liquidación a
uno con veinte ... De paso, para celebrar la
buena suerte, te compré esta pequeñez ... (Abre
el paquete l' despliega un bonito pañolón con
flecos de seda.) Si quisieras estrenarlo mafiana
saliendo a pasear conmigo... Podríamos ir al
Parque ... Como es domingo, habrá gimnastas.
-73-
MARCEUNA. Deja eso ahí y dime si ya quieres
comer.
JUAN; ¿No te gusta?
. MARCBLJNA. Lo que no me gusta es que no me
comprendas. No saldré contigo. Escarmentada
quedé aquella vez en que poco faltó para que
me besaras en público.
JUAN. Eras mi mujer. (DesplIés de un corto si-
lencio.) Se llegará el dla en que tendremos que
separamos y entonces, tenIa presente, le me-
teré el pescuezo a una sierra, en el taller ...
MARCELINA. (Burlona.) Peor para ti.
JUAN. (Le~anlándose, airado.) ¡Pues no lo haré!
Se me viene la idea de que estás enamorada
de otro, y libre entonces del estorbo de un
marido, irías a gozar en sus brazos ... Dímelo
claro, Marcelina: en alguno has fijado los
ojos ...
MARCELINA. (Riendo.) ¿Desde cuándo m~ has co-
nocido enamoradiza?
JUAN. ¡Qué sé yo ... desde que no me quieres!. ••
Me has hecho despertar malas ideas. Yo estaba
ciego, queriéndote con un amor que no tiene
igual, y de lo puro ciego de amor estaba con-
fiando en que todo lo que me pasaba era seque-
dad de tu genio, que yo acabaría por vencer ...
He vivido consagrado al trabajo como un es-
clavo para traerte el jornal completo y lograr
que de casada no te haga falta lo que de sol-
tera disfrutabas ... Y mientras tanto, mientras
yo me maltrataba las manos con las herramien-
tas, tú ... ¡No sé cómo decirlo!
-74 -
*
He pasado anoche las horas más venturosas de
mi vida y no puedo menos de abusar de ti para un
rato de confidencias. Inventó no sé quién un paseo
al rfo, diz que a ver si sorprendíamos a las ninfas a
la luz de la luna. Fuimos en parejas por la carretera
e íbamos despacio, bastante distanciados un.()s de .
otros. La brisa mecía los ramajes y hada canciones
vagas y discretas. Los pomares de la orilla tenían
un inquieto florecimiento de luciérnagas. Celia iba
conmigo ... Su mano se apoyaba en mi brazo y sus
cabellos sueltos me rozaron dos veces la cara por
intervención de la brisa ... iAy, Juan, quién pudiera
rimar unos versos como tú sabes hacerlo!
*
Recurro a ti para pedirte un favor: necesito eso· -
cribir algo en el álbum de este ángel del cielo Que
me tiene en la gloria, y por más Que brego no logro
rimar una estrofa. Házmela tú, afortunado hijo de
Apolo, y ojalá en forma de acr6stico; nada te será
más fácil, porque el nombre de Celia tiene unas
letras privilegiadas: puedes poner con ellas cora-
zón, estrella, locura, incendio y amor ...
'"
~85-
... Habrá homb.r~desgraciados que afirmen que
" la tierra es unvalte de lágrimas. Para mf, Juan, la
tierra es hoy un edén. Soy feliz, absolutamente fe-
l~. Salimos ayer de paseo, mí novia, sus dos her-
·,manos, cuatro de sus amigas y una tfa de respeto .
.·Vyo el único puebleño que las acompañaba. Hubo
que vadear la quebrada y yo fui el designado para
transportar en mis brazos a toda la comitiva. No
cambio por una vida de rey los cortos momentos en
que llevé a Celia levantada sobre mi pecho y con-
servaré hasta la muerte la sensación de su brazo al
rodearme el cuello ... ¡Ay de mí! Pesaba bastante la
.tia y ... guárdame la reserva, parecían de plomo los
·..dos be1itr~ de mis cuñados, mozos mayores de
. veinte, que también me rogaron que los pasase. Yo
estaba un poco corrido cuando ellas me miraban las
piernas, tan negras y velludas ...
•
Juan de mi vida, apenas está terminando diciem-
bre y lo que yo no llegué a temer en mi ceguedad
encantada, eso va a suceder: se van. CeHa dice que
no me olvidará nunca; yo le he jurado que iré a Bo-
gotá. Mientras tanto aqul me tienes con un tarugo
en la garganta y una desazón que me parece que
todo se ha puesto negro en torno mlo. Esta mañana
se bañaron la w.ltima vez en el pozo de los arraya-
nes y cuando regresaron no pude resistir la tenta-
. ci6n de ir a llorar en ese lugar que ya no la verá
más en este verano, quizá nunca. El agua, igno-
rante y sin alma, estaba más transparente que un
cristal y a través de las ramas venían a herirla fle-
-86-
chas' de sol que penetraban hasta el fondo e ilumi-
naban las guijas doradas. Sobre una piedra Celia y
sus hermanas habían dejado olvidado un jabón de
rosa que he guardado y conservaré siempre como
una reliquia ... ¡Oh, él se deshizo en olorosa espuma
sobre su tibia piel!. ..
*
Ayer, ID de enero, se abrieron los tribunales y
aquí me tienes otra vez, Juan de mi alma, escri-
biendo notificaciones y emporcando papel sellado,
-ffl-
tan secretario de juez como el afto pasado. El vera-
neo terminó y el pueblo ha quedado como un ce-
menterio. Mi regreso de Bogotá fué muy triste; al
tornar el tren se me salieron las lágrimas ... ¿Qué
dejaba allá? Nada. Pero te juro, Juan, que otro di-
ciembre no lo espero aquí, ¡me iré lejos!
El obr2ro f21iZ...
A 'Jorge maliZu5
E STAs triste?
triste.
- Cuando tú me acompañas nunca estoy
_-
__las ~habillescondido de nuevo. La nube se había
dtsipacto.
- ¿Te has puesto triste, Juana? ...
- Cuando tú me acompañas nunca estoy triste.
- No dices verdad ...
Dobló la cabeza sobre el brazo para no verle
las albas manos, donde las sortijas ponían sus risue-
flas notas brillantes. La cólera de la otra ocasión
ahora se resolvía en una profunda tristeza que lo
atarugaba mortalmente; ahora no sentea el deseo
de cortarle las manos para arrojarlas como cosa
impura, sino que la amargura de los desengaños
finales le rebosaba en el corazón y lo anonadaba.
Era como si de repente hubiera encontrado a su
ovejita hundida para siempre en la sentina inmunda.
Corrían las horas y con inefable complicidad
agravaban el dolor de aquellas dos almas. Juana
permanecía en su silla, exánime, odiándose la mala
idea que tuvo de enjoyarse los dedos, y mantenía
sobre la falda las manoS inertes, como si el peso
del crimen las acobardara.
El sol, que entraba por el balcón, llegaba a la-
merle los pies pequeñines. Iba cayendo la tarde. De
pronto preguntó:
- ¿Me perdonarás por última vez?
Vibraron sus palabras con la sonoridad tembloro-
sa de las gotas que caen en los pozos, y se quedaron
sin respuesta. Entonces se levantó, arrastrando la
bata blanca que vestía, toda vacilante y trágica como
una visión en la penumbra de la alcoba. Afuera flo-
recía el crepúsculo vespertino y la ventana recor-
taba un cuadro de luz naranja en el cielo multicolor.
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Lo tomó de la mano y IQ nevó en si1~ndo basta
el balcón; allí alargó hacia la luz sus manos blancas
y la luz moribunda encendió un instante el rojo rubf,
abrillantó la esmeralda como una ~ota de agua ma·
rina, y en la turquesa y las perlas puso destel10s
fugaces. Era la plegaria muda para el supremo sa-
crificio, pues en seguida se fué despojando de todas
sus sortijas y con un gesto de feliz alucinación las
arrojó a la calle, al antro de donde las había traído.
FIN