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“Charles Darwin y Alfred Russel Wallace: ¿iguales pero distintos?” por Peter J.

Bowler

La teoría de la evolución por selección natural se anunció al mundo en unos textos conjuntos de Charles Darwin y
Alfred Russel Wallace, que se leyeron ante la Sociedad Linneana de Londres el 1 de julio de 1858. Wallace había escrito
su artículo en el Extremo Oriente y se lo había enviado a Darwin con la esperanza de que pudiera publicarlo. Darwin
había estado trabajando en una teoría similar durante algún tiempo, pero todavía no había publicado nada sobre dicho
tema. Tras consultarlo con el geólogo Charles Lyell y el botánico Joseph Dalton Hooker, acordó presentar los textos
conjuntos a la Sociedad Linneana, publicando el artículo de Wallace al tiempo que dejaba claro que él era quien tenía
prioridad: hubo testigos independientes de que los textos de Darwin se habían escrito mucho antes.

No hubo mucha reacción pública a dichos textos, pero entonces Darwin se apresuró a escribir El origen de las especies,
un libro mucho más corto que el que había previsto en un principio, que apareció en diciembre de 1859. Esta vez se
originó una gran protesta popular y, una vez que el polvo de la batalla se disipó, Darwin se convirtió en uno de los
científicos más famosos de todos los tiempos. Por tanto, Wallace disfrutó de una menor atención pública y ha quedado
a la sombra de la gran reputación de Darwin. Pero el hecho de que anunciaran juntos la teoría ha provocado
ocasionales acusaciones de historiadores modernos que opinan que Wallace debería recibir el mismo reconocimiento
que Darwin. Se insinuó que se había mantenido deliberadamente en segundo plano, debido a las maquinaciones de
una élite de científicos que decidieron utilizar a Darwin sólo como su testaferro. Un escritor, Arnold Brackman, incluso
afirmó que Darwin plagió parte de su teoría de Wallace, construyendo una teoría conspirativa complicada, en la que
el artículo de Wallace había llegado a Inglaterra mucho antes de lo que Darwin había alegado.

Yo quiero exponer que estas teorías conspirativas están equivocadas y que, de hecho, hacen a Wallace un flaco
servicio. Hay buenos motivos por los que no se le debería dar el mismo estatus que Darwin en el descubrimiento de la
selección natural. Darwin ya había estado trabajando en dicha teoría durante veinte años cuando Wallace tuvo una
idea algo similar en 1858. Fue durante su viaje alrededor del mundo en el H.M.S. Beagle (1831-36), cuando Darwin
descubrió la evidencia de la distribución geográfica de los animales –y en particular, en las islas Galápagos– que le
convencieron de la evolución. A su vuelta a Inglaterra, buscó un mecanismo por el que pudiese adaptar las poblaciones
aisladas a su entorno. Estudió la reproducción animal, y se dio cuenta de que se formaban nuevas variedades cuando
los individuos que habían nacido con ligeras variaciones en la dirección de un carácter deseado eran los que se
seleccionaban para la reproducción. Al leer el trabajo de Thomas Malthus sobre la expansión de la población, Darwin
vio que el crecimiento de la población podría llevar a una lucha por la existencia en la que los individuos más fuertes
(es decir, los mejor adaptados) sobrevivirían y se reproducirían, mejorando así dicho carácter en todas las especies.

Charles Robert Darwin

Darwin trabajó en esta idea mientras se ganaba una reputación a través de publicaciones sobre geología e historia
natural. Allá por el año 1858, Darwin tenía previsto escribir un libro sobre la evolución y muchos naturalistas sabían
que estaba interesado en ese tema (motivo por el cual Wallace le envió su artículo para su publicación). Al igual que
Darwin, el estudio de la distribución geográfica le llevó a Wallace a la evolución. Había hecho una expedición a
Sudamérica en 1848-52 y partió para el archipiélago malayo (la actual Indonesia) en 1854. Todavía se encontraba en
el Extremo Oriente en 1858 cuando también leyó a Malthus y concibió la idea de la selección natural, y escribió en un
breve artículo que envió a Darwin. Darwin temió que le hubiesen «robado su primicia» y puso en marcha los acuerdos
arriba mencionados, que hicieron que se leyeran los textos conjuntos ante la Sociedad Linneana. Aunque Wallace fue
el primero en preparar una publicación sobre dicho tema, lo hizo veinte años después de Darwin, quien por entonces,
había reunido una inmensa cantidad de pruebas que apoyaban su teoría. Wallace no estaba claramente en situación
de escribir un informe con autoridad suficiente equivalente a El origen de las especies. Asimismo, había diferencias
sustanciales entre la teoría que desarrolló Darwin y la que redactó apresuradamente Wallace en 1858. Por aquel
entonces, Wallace prestó poca atención a la lucha por la existencia entre los individuos y se centró, en su lugar, en la
competición entre variedades o lo que llamaríamos «subespecies». No hizo uso de lo que Darwin veía como una
analogía clave: el paralelismo entre la selección natural y la selección artificial practicada por los criadores de animales.
De hecho, fue escéptico con el valor de esta analogía durante toda su vida. Una vez que Wallace volvió a Gran Bretaña
en 1862, los dos naturalistas debatieron la teoría mediante cartas y publicaciones, hasta que Darwin murió en 1882.
Mantuvieron una relación de amistad y –de una manera significativa– a Wallace no le importó utilizar el término
«darwinismo» para referirse a la teoría de la selección natural. Al menos, él no pensó que se le había tratado
injustamente.
De este modo, pretender que Wallace merezca el mismo reconocimiento por el descubrimiento de la teoría de la
selección natural es una equivocación. En vez de intentar utilizar a Wallace para bajar a Darwin de su pedestal,
conseguiríamos que obtuviese un mayor reconocimiento si nos centrásemos, en su lugar, en sus muchos logros
científicos. Entre ellos se encuentran abundantes contribuciones importantes a nuestro entendimiento de cómo
funciona la evolución por la selección natural. Wallace describió muchos ejemplos para mostrar cómo las variedades
locales son virtualmente indistinguibles de las especies estrechamente relacionadas, centrándose en el aislamiento
geográfico como la clave de una ruptura de especies dentro de un grupo de clases distintas pero relacionadas. Pronto
llegó a apreciar la importancia de la competición individual y comenzó a centrarse en ello en su propio trabajo. Discutió
con Darwin sobre el funcionamiento de la «selección sexual»: la teoría de Darwin basada en la idea de que la
competición por la pareja es tan importante como la competición por la supervivencia. No aceptaba la afirmación de
Darwin de que el plumaje elaborado de muchos pájaros machos ha sido producido por las hembras que eligen
activamente aparearse preferentemente con los machos de colores más llamativos.

Alfred Russel Wallace

Al final de su vida, Wallace desarrolló ideas sobre la variación que existe entre las poblaciones superiores a la de
Darwin, anticipándose al concepto moderno de «curva campana» para describir cómo la mayoría de la población se
agrupa alrededor del valor medio de cualquier carácter. Donde Darwin vio las variaciones como desviaciones
individuales de la norma, Wallace apreció que naturalmente existe un rango de variaciones para cada carácter dentro
de una población. Wallace también rechazó todas las alternativas a la selección natural que eran muy populares por
aquella época, incluida la teoría lamarckiana de la herencia de caracteres adquiridos (que incluso Darwin aceptó como
suplemento a la selección natural). El lamarckismo atribuyó la evolución de los caracteres adaptativos al efecto
acumulado del esfuerzo de los animales por mejorarse a sí mismos, no por la mejor oportunidad de supervivencia de
aquellos que nacían, por casualidad, con variaciones útiles. Wallace insistió en que los cambios corporales producidos
por el esfuerzo y el ejercicio no se podían heredar (anticipándose de hecho a la postura de los genetistas modernos).
Se hizo conocido como «neodarwiniano» por estar más comprometido con la teoría de la selección que el propio
Darwin.

Wallace también realizó un trabajo fundamental en otros temas relacionados con la evolución, incluido un estudio
mundial de biogeografía basado en la coordinación de su propio trabajo con el de otros muchos naturalistas. A la línea
divisoria de las faunas asiática y australiana que se encuentra en la actual Indonesia, todavía se le llama «línea de
Wallace», porque no sólo estableció su posición (entre las islas de Bali y Lombok), sino que también explicó porqué
estaba allí (debido a que el estrecho entre aquellas islas es tan profundo que siguió siendo una barrera para la
migración, incluso cuando los océanos estaban más bajos durante las edades de hielo). De manera más general, los
libros de Wallace, La distribución geográfica de los animales, de 1876 e Island Life (Vida insular) de 1880,
proporcionaron un resumen comprensivo de las principales regiones de la fauna, que explicó por medio de los orígenes
evolutivos y las migraciones subsiguientes de los distintos grupos de animales. Pensó que los avances más evolutivos
se habían producido en las regiones del norte, desde donde las especies habían expandido su territorio «invadiendo»
las regiones más al sur, a menudo desplazando a los habitantes que allí se encontraban. El trabajo de Wallace inspiró
a una generación entera de investigadores que trataron de explicar la geografía de la vida en términos evolutivos.

De este modo, Wallace tiene derecho sustancial a ser recordado como un científico, incluso si limitamos la importancia
del primer informe que escribió apresuradamente sobre la selección natural. Pero si nos fijamos en su vida y su carrera
más detenidamente, es fácil ver por qué no obtuvo el mismo grado de prominencia que Darwin en vida. Darwin
procedía de una familia acaudalada e interactuó sin problemas con la élite científica del momento. De hecho, ya había
creado un cuerpo sustancial de publicaciones antes de escribir El origen de las especies. Wallace procedía de una
familia pobre y le consideraron siempre un poco advenedizo. No tuvo ninguna formación científica formal y comenzó
su vida laboral como topógrafo. Financió sus expediciones al extranjero vendiendo los especimenes de animales
exóticos con los que se hacía. Cuando concibió la idea de selección natural todavía era relativamente desconocido, ya
que había estado fuera durante más de una década.

Las creencias y los valores más abiertos de Wallace reflejan sus orígenes humildes y, en muchos aspectos, le hacen
una figura que inspira más simpatía que Darwin al lector moderno. Era un socialista cuando esta ideología aún se
percibía como un radicalismo peligroso, y rechazó la filosofía materialista que rápidamente se asoció al darwinismo
en la opinión pública. Pronto abandonó la suposición, tan común entre sus compatriotas europeos, de que la raza
blanca era intelectual y moralmente superior a las otras. Incluso sus ideas a menudo le llevaron a la excentricidad, si
se definen por estándares contemporáneos o modernos. Llamó a la nacionalización del país (es decir, que todo el país
perteneciera al estado en vez de a individuos privados), se opuso a la vacuna de la viruela y quedó en ridículo al verse
implicado en un juicio con un defensor de la teoría de la tierra plana. En parte por estas actividades, siempre fue
tratado como un advenedizo por la comunidad científica y no fue capaz de obtener un puesto profesional. Tras su
vuelta a Inglaterra, vivió del dinero que ganaba escribiendo y corrigiendo los escritos de investigación de los cursos
que impartían otros científicos. Finalmente, Darwin dirigió una campaña para hacer que Wallace consiguiera una
pequeña pensión del gobierno y esto le permitió vivir cómodamente ya en su vejez.

Es en su visión de la religión donde vemos la humanidad –y excentricidad– de Wallace con mayor claridad. Aunque
durante muchos años insistió en que la selección natural era el único mecanismo de la evolución animal, no era un
materialista. Siempre creyó que la naturaleza era el producto de una inteligencia sobrenatural que había creado el
universo para alcanzar un fin moral a través de la aparición y la perfección de la humanidad. Por lo visto, fue capaz de
reconciliar su postura con su afirmación de que la selección natural era el único mecanismo de evolución animal. Pero
a finales de la década de los sesenta, ya albergaba dudas acerca de la capacidad del mecanismo de selección para
explicar los orígenes de los poderes mentales y morales superiores de los humanos. Wallace expuso que todos los
humanos tienen los mismos poderes mentales, aunque en algunas sociedades no se utilicen (se creía que muchas
razas «salvajes» apenas podían contar; aunque, según Wallace, tenían las mismas capacidades matemáticas que las
demás razas). Suponiendo que los «salvajes» modernos viviesen un estilo de vida similar al de nuestros primitivos
ancestros, la selección natural sería incapaz de desarrollar esos poderes superiores en nuestros ancestros, porque sólo
puede actuar sobre las facultades que se usan realmente. No se pueden anticipar las necesidades futuras. Por lo tanto,
Wallace defendió que algún poder sobrenatural debía haber intervenido en las últimas etapas de la evolución humana
para producir los poderes mentales y espirituales superiores de los que depende la civilización y la cultura modernas.

No hace falta decir que Darwin –cuyo libro El origen del hombre, de 1871, exponía el caso de la evolución natural de
los humanos modernos– se sentía decepcionado por la deserción de Wallace de la postura naturalista. La mayoría de
los otros darwinianos se sentían enojados de modo parecido, aunque las reservas de Wallace eran compartidas por
una importante minoría de intelectuales de la época. Puede ser significativo que fuera a estas alturas de su carrera
cuando desarrolló sentimientos religiosos que le llevaron a prestar gran interés al espiritualismo. De hecho, se
convenció de que los médium espiritualistas estaban verdaderamente en contacto con las almas de los muertos. Dicha
creencia socavaría claramente su entusiasmo por la teoría naturalista de que los humanos son poco más que animales
altamente desarrollados. Wallace estaba convencido de que nuestras facultades superiores estaban vinculadas a la
posesión de un alma inmortal: una postura que sólo confirmó las sospechas de muchos científicos de que ahora no
llevaba el paso de la postura cada vez más materialista de la ciencia. La mayoría de los científicos pensaba que los
médium espiritualistas eran, sin lugar a dudas, farsantes, y que aquellos que se dejaban engañar por los mismos habían
perdido los poderes críticos necesarios para la observación científica.

Hacia el final de su vida, Wallace entró en el debate sobre la posibilidad de vida extraterrestre. Éste fue el período en
el que las observaciones de los supuestos «canales» en Marte llevaron a mucha especulación sobre la posibilidad de
vida en otros planetas. Wallace insistió en que no existían pruebas de que hubiese extraterrestres y defendió con
fundamentos astronómicos un tanto dudosos que la Tierra era, con toda seguridad, el único planeta en el universo en
el que se podían haber desarrollado formas de vida superiores. En su último libro, El mundo de la vida, de 1911,
abandonó su visión anterior de que la evolución de los animales hasta el nivel de nuestros ancestros prehumanos se
produjo únicamente por selección natural. Ahora parece que creía que había habido intervenciones sobrenaturales
en numerosos puntos del avance de la vida, cada una encaminando el curso de la evolución en la dirección que indica
la humanidad. Para Wallace, la humanidad era verdaderamente un producto exclusivo del plan divino que ha dirigido
toda la historia de la vida en la Tierra. “Es nuestro deber moral hacer todo lo que esté en nuestras manos para avanzar
en el progreso social de la raza con el fin de alcanzar el objetivo que el Creador nos ha marcado”. De este modo,
Wallace anticipó una postura que se ha hecho común y corriente entre los creyentes religiosos modernos que están
preparados para aceptar la idea general de evolución.

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