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jueves, 5 de febrero de 2015 Suscríbete

La Odisea Email address... Submit

La literatura griega Datos personales


La vocación estética del Elpidio
pueblo griego, dotado de
cualidades en todos los La trinidad griega del
poeta (ποιητής), el
sentidos, reunía en un
hombre de estado
acuerdo armonioso la
(πολιτικός) y el sabio
inteligencia, la lógica, la
(σοφός), encarna la más alta
ingeniosidad, la dirección de la nación. En esta
imaginación plástica, los atmósfera de íntima libertad, que se
gustos artísticos, la siente vinculada, por conocimiento
observación precisa y el Personajes de La Odisea esencial y aun por la más alta ley
idealismo, la idea de las divina, al servicio de la totalidad, se
realidades y la fantasía. Los griegos crearon el arte y la filosofía, la literatura y la ciencia desarrolló el genio creador de los
que aún sirven de modelo en tiempos presentes. Investigaciones recientes han dado a griegos hasta llegar a su plenitud
educadora... (Jaëger).
conocer lo que los pueblos helenos debían a la expansión asiática. Aunque en historia
no existen principios absolutos, el milagro griego subsiste, milagro de adaptación, de Ver todo mi perfil
estilo mesurado y de inteligencia clara. La literatura griega, que tuvo el privilegio de ser
perfecta desde su cuna, alió a la plenitud formal de su estilo el carácter imperecedero de Archivo del blog
su temática que tendrá pervivencia a través de todos las épocas.
2015 (10)
La poesía épica septiembre (1)
julio (4)
Introducción
junio (1)
El género épico está constituido por los textos literarios cuyo autor cuenta o narra, en
prosa o en verso, acciones y peripecias realizadas por los personajes de la obra. El mayo (1)
poeta es, así, un intermediario entre los sucesos y el lector. Entre los géneros épicos en febrero (3)
versos, se destacan los siguientes: Edipo Rey
Carmenes
- La epopeya, que narra una acción memorable y decisiva para la humanidad o para un
La Odisea
pueblo, en un principio transmitida de forma oral y, muy posteriormente, recogida en
textos escritos. Son muy pocas las obras que han merecido este nombre: El Ramayana,
atribuido al indio Valmiki; La Ilíada y La Odisea de Homero, en Grecia, y El cantar de los
Nibelungos, anónima, en Alemania.

- El poema épico, de gran extensión, que relata hazañas heroicas con el propósito de
glorificar a la patria, escrito en lengua culta, producto de la imaginación y la erudición del
poeta. Son poemas épicos La Eneida de Virgilio en la antigua Roma, La Araucana de
Alonso de Ercilla, en España, El paraíso perdido, de Milton, en Inglaterra, La divina
comedia, de Dante, en Italia, entre otras.

- Los cantares de gesta, poemas escritos durante la Edad Media para exaltar a un héroe
nacional, como el Cantar de Mio Cid, en España, y el La canción de Rolando, en
Francia.

Rasgos generales de la poesía épica


Objetividad: El autor no toma parte en la narración ni hace comentarios para exponer
sus puntos de vista. Se busca presentar sólo los hechos exteriores, aunque como es
lógico suponerlo, nunca se logra la total objetividad, pues de alguna manera interviene
siempre la posición del narrador o del poeta en la presentación o selección artística de
los hechos.

Relación continua de sucesos: Siguiendo el hilo central del relato, el poeta se ve


precisado a relatar acciones; es éste un género esencialmente narrativo y los
escenarios cuenta poco. No obstante, La Ilíada y La Odisea ofrecen excelentes pasajes
descriptivos o bien de tipo mixto: narrativo descriptivo.

Historicidad: Se recurre como fuente temática a los hechos históricos, aunque


deformados por la tradición oral. En el caso de Homero, el dato histórico es la guerra de
Troya, acaecida varios siglos antes de su época.
Intervención de elementos mitológicos o religiosos: En la historia de los pueblos, la
fusión del mito y la religión es la nota común para explicar los fenómenos naturales y la
grandeza del universo. No podían sustraerse los griegos de esta influencia de lo
religioso y lo mítico, sólo que la presencia de Dios la resuelven mediante una compleja
mitología que incluyen una jerarquía de dioses que personifican los diferentes
elementos naturales y que, por no existir todavía una transparente explicación científica,
sirven para aclarar las manifestaciones de esos mismo fenómenos. Como no habían
heredado el concepto de pecado (el cual provino de la religión judaica), suponían la
existencia inexorable del destino (“heimarmene” o “ananké”) y creían en la fuerza de los
hados venturosos o malignos, regidos por innumerables dioses. No era tanto la valentía
o la suerte lo que decidía las batallas, o el ritmo de la vida, o la muerte de un héroe, sino
la voluntad de los dioses protectores o enemigos, quienes, en la epopeya homérica,
combaten al lado de los mortales. Ese fatalismo cruel, además de una serie de
intervenciones de dioses mayores o menores y la forma de aparición (“epifaneia”) y los
efectos naturales o sobrenaturales que provocan constituyen otras tantas muestras de la
religiosidad representada en los poemas de Homero.

El diálogo: Se emplea como resultado de la necesidad de trasladar al oyente las


palabras textuales de los personajes. La continuidad del diálogo se asegura por el uso
frecuente de la pregunta y la respuesta y por la acertada caracterización de los
personajes casi solo mediante expresiones personales que les son característicos.

El discurso: Una forma derivada del diálogo que llega a constituir su esencia misma. El
discursos es una larga intervención de un personaje, con el evidente afán retórico de
persuadir o impresionar el ánimo del oyente. En Homero, los discursos llegan a
constituir muestras de estilos oratorios excelentes. A menudo cuando un personaje toma
la palabra ante el grupo, lo hace en forma sentenciosa a guisa de discursos dando
siempre la impresión de que se dirige a un auditorio.

Empleo inicial de la invocación: Los poemas homéricos se inician con una invocación a
las Musas inspiradoras del poeta.

La epopeya heroica u homérica


La poesía épica alcanzó su plenitud en el siglo IX antes de Cristo, bajo la influencia de
ciertos cambios históricos, el principal de los cuales fue la migración y establecimiento
de los griegos expulsados del continente por la invasión dórica en Asia Menor. La
epopeya griega nació en un principio en las tribus eolias residentes en Lesbos y
Tróadas, y se desarrolló completamente en los pueblos jónicos. La tradición liga la
epopeya griega al nombre de Homero, poeta ciego y errante cuyo lugar de origen se lo
disputan varias ciudades de Jonia. Con él, puede decirse que se inicia la literatura
griega y termina el proceso de perfección de la épica.

Homero (Siglo IX u VIII a.C.)

Se conoce con este nombre al poeta


épico tradicional de Grecia, autor de las
dos grandes epopeyas: La Ilíada y La
Odisea. Por tratarse de obra
provenientes de una edad preliteraria,
las fuentes de que se disponen para su
estudio son inciertas, y la crítica ha
llegado a poner en duda la existencia
misma de su autor. Toda la antigüedad,
sin embargo, le atribuyó la paternidad de
ambos poema a Homero. Se han
conservado algunas vidas de Homero,
cuyo material proviene de pasajes de los
mismos poemas homéricos, de
proverbios y poesías populares. La más
documentada parece ser la de Herodoto,
quien piensa que vivió cuatro siglos
antes que él, hacia mediados del siglo IX
a.C.; Teopompo, por su parte, lo sitúa
hacia el 685 a.C., y Aristarco, en el 1044 a.C. En cuanto al lugar de origen, casi todas
las vidas coinciden en considerarlo oriundo de Jonia. Siete ciudades se lo disputan:
Esmirna, Quíos, Colofón, Salamina, Rodas, Atenas y Argos. La tradición relata que,
viejo, ciego y pobre, Homero erraba de ciudad en ciudad cantando sus poemas, hasta el
día en que murió en Ios, donde se mostraba su tumba a los visitantes. Los poemas
homéricos habían sido cantados al principio por los aedas y, posteriormente, en las
grandes fiestas Panateneas, por los rapsodas, algunos de los cuales pretendían
descender del mismo Homero. Fueron ellos quienes, bajo los Pisistrátidas (siglo VI a.C.)
y utilizando probablemente un antiguo manuscrito ático, fijaron el texto y realizaron la
primera edición crítica del mismo que se tiene noticia hoy día. En los siglos siguientes,
los textos sufrieron considerables alteraciones, como puede verse por los papiros
encontrados en el siglo XIX. A partir del año 150 a.C., los papiros muestran gran
uniformidad, como consecuencia de la labor ordenadora de Aristarco (siglo III a.C.) y
Aristófanes de Bizancio (262 – 185 a.C.), si bien no tuvieron un conocimiento de la
lengua de Homero tan profundo como el suyo, eliminaron las numerosas interpolaciones
acumuladas y conservaron algunas formas arcaicas. Aristarco, encargado de la
biblioteca de Alejandría, publicó dos ediciones sucesivas, consideradas por la
antigüedad como las más autorizadas y que, con algunas variantes, son las que han
llegado hasta la actualidad. Por primera vez, dividieron los dos poemas en 24 cantos,
designados con las letras del alfabeto griego. La obra de Homero formó así un conjunto
sobre el cual trabajaron los escoliastas. La paternidad de Homero fue puesta en duda,
ya en la antigüedad, por los corizontes o separadores, que atribuían cada poema a un
autor diferente. Esta opinión fue combatida por Aristarco y, recientemente, reapareció en
el siglo XVII con D’Aubignac y Vico y, en el siglo XVIII y XIX, con Wolff, Lachmann,
Hermann y otros. En 1795, el alemán F. A. Wolff publicó sus Prolegómenos sobre
Homero, en los que niega la existencia de éste y ve, en ambas epopeyas, la obra de los
Diacesvastas de Pisístrato, quienes habrían reunido y combinado a su manera cantos
antiguos, producidos por incontables aedas de la época anterior al clasicismo helénico.
Desarrollada por sus discípulos, la tesis de Wolff fue vivamente combatida en el siglo
XIX. Pero los descubrimientos recientes de arqueología, nuevos papiros hallados y
ciertas investigaciones filológicas, reabrieron la discusión. Se ha comprobado, por
ejemplo, las diferencias de la civilización que hay en La Ilíada a la de La Odisea: la
primera ignora el uso del hierro, conocido en cambio, en la segunda; se ha advertido
que resulta imposible escandir algunos versos si no se hace intervenir la dígama eólica,
que en otros versos no desempeña papel alguno, etc. Fue preciso admitir, pues, que
junto con una parte central original, el texto conocido presentaba fragmentos a veces
bastante largos, que pertenecían a autores, épocas e incluso dialectos diferentes. Los
trabajos de W. Christ, Kirchoff, Lang, Bréal, Grote, Alfred y Maurice Croiset y Víctor
Bérnard, han establecido que, al parecer, en el siglo IX a.C. y alrededor de Mileto, en
Asia Menor, floreció una escuela de poesía épica, cuyo exponente máximo fue Homero,
un genio extraordinario que, alrededor del año 950 a.C., compuso ambos poemas,
utilizando el abundante material de sagas y mitos populares e incluyendo sin duda
muchas reminiscencias de estilo y lenguaje. El dialecto de Homero no tiene paralelo
contemporáneo con el cual pueda ser cotejado. No fue un dialecto hablado, sino creado
expresamente para la epopeya. Es, en esencia, jónico, pero con contaminaciones
áticas, como consecuencia de las recitaciones en las Panateneas, con restos de formas
eólicas y conservando, por debajo de estas corrientes principales, voces arcaicas de los
dialectos griegos anteriores. Tal es el texto en el cual los filólogos contemporáneos
procuran encontrar los elementos y el orden del “epos” primitivo. Por otra parte, para
algunos autores La Ilíada parece presentar una unidad de composición original mucho
más sólida que la que ofrece La Odisea. Otros combaten tal tesis y afirman la unidad de
ésta, que habría existido en la versión original del poema, pero modificada durante la
época de los Pisistrátidas, por razones de conveniencia política, en una edición de
carácter oficial. En 1948, el crítico francés Mireaux emitió la hipótesis de que existieron
dos Homeros, pertenecientes quizá a la misma familia de aedas. El segundo de ellos,
hacia el 650 a.C., habría modificado y abreviado los textos primitivos, que se
remontaban, aproximadamente, al año 700 a.C.; estos poemas primitivos se referían, al
parecer, uno a la ira de Aquiles, y el otro al retorno de Odiseo. Los poemas del segundo
Homero tuvieron por finalidad alentar las expediciones en busca de estaño, necesario
para fabricar armas de bronce. Por otra parte, los poemas homéricos habrían sido de
fondo místico, y la guerra de Troya una ficción poética exclusivamente. De acuerdo con
otra composición, que se funda sobre recientes descubrimientos relativos a los pueblos
antiguos del Asia Menor, las epopeyas homéricas no fueron manifestaciones de una
civilización joven, sino el fruto sintético de concepciones religiosas, morales y patrióticas
de los antiguos pueblos hititas, sumerios, babilonios, semitas e indios, así como de las
tradiciones sacerdotales del Asia Menor relativas a divinidades del antiguo Oriente. Las
epopeyas homéricas, pues, vendrían a ser una suma de la sabiduría acumulada en diez
siglos por una vieja civilización. Si bien la discusión continúa, hoy es generalmente
admitido que ambos poemas fueron compuestos entre los siglos IX y VII a.C.; que a
pesar de las visibles diferencias entre ambos, su estilo, construcción e índole permiten
suponer, con bastante fundamento, la existencia de un autor único; que aun siendo un
creación personal, representa la culminación de una larga tradición helénica,
prehelénica y oriental conservada y transmitida por los bardos y, que, dada las tenaz
preferencia por las formas jónicas cuando el metro lo admite, su autor pudo bien haber
sido oriundo del Asia Menor, como la antigua tradición sostenía. Como corolario: sea
como sea, la importancia de Homero entre los griegos es innegable, pues sus obras son
para éstos la fuente de las cosas divinas y humanas, su código religioso, su maestro de
guerra, su historia antigua y, lo más importante, un tratado de ética y educación
(paideia) que sirvió de modelo durante mucho tiempo, inclusive a los mismos romanos.
El bardo conseguía, de esta forma, instruir deleitando. Las propias leyendas eran sólo el
armazón al que añadían adornos extemporáneos, con la finalidad de encajar con las
necesidades y el temperamento de cada auditorio específico.

Acercamiento a los poemas homéricos

Cualquiera que sea la opinión


que se tenga sobre el origen,
es evidente que las dos
obras cimeras de Homero se
vinculan por características
comunes, tanto en la
concepción general como en
la realización artística. La
Ilíada es una epopeya
guerrera y La Odisea
describe las aventuras de un
viajero por el mundo, pero
una y otra brindan, en los
numerosos e interesantes
episodios que embellecen el
texto, una pintura exacta de
la sociedad griega nueve
siglos antes de la era
cristiana. Los héroes aun
lindan con la barbarie por su rudeza, pero ya nace en ellos la civilización y, en su
simplicidad, son accesibles a sentimientos delicados, como la generosidad y la piedad.
Se interesan por las cosas de la inteligencia y del arte, pronuncian o escuchan con
interés hermosos discursos, y las descripciones del escudo de Aquiles o del palacio de
Menelao denotan un arte refinado. En sus creencias son ingenuos. Los dioses son
omnipresentes. Difieren poco de los hombres (a menudo son progenitores de uno de los
héroes) y, si bien poseen poder y eternidad a la vez que superior inteligencia, se hallan
sujetos a las pasiones humanas y se dejan arrastrar fácilmente por la ira y el
resentimiento. Les complace mezclarse en las cosas humanas, particularmente en los
festines y combates. La variedad de los personajes permite la minuciosa descripción de
las costumbres de la antigua sociedad griega. Junto a los protagonistas surgen con
nítido relieve numerosos personajes, desde los ancianos, como Príamo, hasta los
guerreros jóvenes en toda la plenitud de su edad: Áyax, Patroclo, Telémaco, Héctor. No
faltan las mujeres, los personajes de madres y esposas se encuentran dibujados con
particular destreza en especial las figuras de Hécuba, Andrómaca y Penélope. Helena
sabe hacer perdonar al haber promovido la guerra de Troya, y Nausícaa constituye el
prototipo de la doncella amable. La Ilíada y La Odisea tuvieron resonancia considerable;
aedas, poetas y escritores buscaron temas en estas epopeyas, imitándolas y
modificándolas. El tiempo no ha lesionado el prestigio de estos dos maravillosos
poemas y en todas las épocas han sido y serán las primeras obras maestras del espíritu
humano. Con ambas epopeyas no sólo se inaugura la literatura europea, sino que en
ellas se encuentran los inicios de la Historia, la Filosofía, el Drama, la Poesía y la
Ciencia. Sus temas han sido inacabables fuentes de inspiración para los artistas y
oradores griegos. E incluso, en la actualidad, son, para nosotros, manantiales de
información sobre el mundo heleno tal y como fue durante la existencia de Homero, y tal
y como él lo creyó en los tiempos micénicos. Dejando de lado las teorías y polémicas
acerca de la existencia o no de Homero, es evidente que ambos poemas, por separado,
muestran señales de un solo genio controlador y unificador. La Odisea da la impresión
de haber sido compuesta como continuación de La Ilíada, pues en ella se encuentran
eventos que ocurrieron en el intervalo transcurrido entre los dos textos épicos. Ejemplo
de ello es el episodio del caballo de madera, el saqueo de la ciudad de Ilión, el retorno
de los héroes griegos (ejemplo: Menelao y Agamenón). También el hecho de que los
personajes importantes de la primera (quienes están presentes, de alguna manera, en la
segunda y mantienen su carácter e individualidad) parecen apuntar hacia la unidad de
ambas composiciones. Por otro parte, no hay que perder de vista que La Ilíada es una
obra de juventud, una recopilación de mitos y un período anterior a Homero (la época
creto micénica), mientras que La Odisea es un texto de su propia creación, de un
hombre que ya había vivido lo suficiente y sabía cómo encarar la realidad circundante.

Proceso de formación y fuentes de inspiración de los poemas homéricos

El autor tuvo acceso a materiales


antiguos, procedentes de todo el acervo
de mitos, leyendas y cuentos populares
llegados a él, recogidos de boca en boca,
desde el remoto pasado. La guerra de
Troya fue un hecho histórico, según nos
revelan los descubrimientos arqueológicos
del alemán Heinrich Schliemann en
Hissarlik. Un lapso de unos cuatro siglos
separa la guerra de la composición de las
epopeyas, tiempo durante el cual se
crearon leyendas, historias, mitos y se
consolidaron. Todo este material, conocido
como el ciclo troyano, fue compuesto y
transmitido en forma oral. Homero
entonces se inspira en esta fuentes y crea
sus propias composiciones, las que él
mismo presenta, acompañado del
instrumento de cuerda llamado cítara, ante
auditorios aristocráticos de su tiempo. La
Odisea, al igual que La Ilíada, se
fundamenta en los mitos que le llegaron a
Homero a través de los siglos. Homero les
añadió mucho de su propia imaginación.
Su forma de tratar el tema principal de
ambos poemas, así como sus respectivos
episodios individuales, es mucho más
sensitivo y perceptivo. Tomó los cuentos
prístinos de monstruos, de caníbales y de
riesgo desesperados, y los animó con una
generosa y tierna visión de la vida. Él les
proporcionó una visión global del mundo,
de los dioses y de las tareas que tenían
asignadas, de los hombres y mujeres
siguiendo sus destinos, de todos los
estados de ánimo, desde la torva
venganza a la más estruendosa farsa, de
palacios y jardines, de remotas islas y
litorales rocosos. Tras de cada narración,
su imaginación trabaja, viendo a los
humanos tales cuales son, asimilando el
misterio por el cual actúan como lo hacen,
retratándolos con compresión, incluso
cuando son malos y, ni por decir tiene, que con calor y suave afecto si esos seres
humanos son buenos.

Conceptos y rasgos culturales griegos necesarios para comprender los poemas


homéricos

Concepto de
cultura: La
cultura es la
que se ofrece
de forma entera
al hombre y
abarca su
conducta y
comportamiento
externo e
interno. En
Grecia, la
formación de la
cultura se
originó en el
mundo
aristocrático
con el ideal del hombre superior que aspira a la selección de la raza. La cultura nace en
la diferenciación del valor espiritual y corporal de los individuos.

Concepto de educación: La educación es una formación espiritual que ayuda al hombre


a forjarse ideales. La educación tarda mucho tiempo en llegar a la plena conciencia de
aquéllos que la reciben y la practican. Para los griegos, la educación era una serie de
mandamientos: «honra a los dioses, honra a tu padre y a tu madre, respeta a los
extranjeros». La educación griega era un conjunto de preceptos sobre la moralidad
externa e interna y reglas de prudencia para la vida, transmitidas oralmente a través de
los siglos. La forma en que era transmitida la educación se llamaba (tecnh) “techné”, y
tal educación solamente estaba reservada, de manera exclusiva, a la clase noble.

Concepto de nobleza: Para los griegos, al hablar de nobleza, había que tomar dos
sentidos: en el sentido de una clase privilegiada que pertenecía a una casta; en el
sentido de valor o cualidad.

Concepto de “paideia”: Su significado más antiguo se refiere a la crianza de los niños.


Este término se empieza a utilizar a partir del siglo V a.C., anterior a este siglo, se
empleaba el término (areth) “areté” para referirse a todo lo de la educación.

Concepto de “areté”: En castellano no existe una acepción que ofrezca un equivalente.


“Areté” proviene del adjetivo griego “agathós”, y resume tres adjetivos conceptuales: lo
bello, lo bueno, lo verdadero. “Areté” y “agathós” son los dos términos que designan las
cualidades humanas más altamente estimadas. El “areté” es una cualidad propia de una
casta, una élite, descendiente de dioses y semidioses, y principalmente son los
guerreros aristocráticos, capacitados y valientes que en tiempos de guerra obtienen el
éxito y en sazón de paz gozan de las ventajas sociales inherentes a su condiciones,
quienes lo poseen. En otras palabras, se puede decir que “areté” es el ideal
caballeresco más alto unido a una conducta cortesana y selecta, y el heroísmo guerrero.
El concepto de “areté” es utilizado por Homero para designar las excelencia humana y la
superioridad de los dioses. Los personajes de los poemas homéricos pertenecen a una
clase noble y, por lo tanto, poseen “areté” y la cualidades que reúne la palabra, entre las
que están: a) Descendencia de algún dios, b) La virtud de alcanzar la belleza por la
belleza y la belleza misma; c) El cumplimiento del deber (deber en el sentido social, o
sea, respetar las leyes, ley de hospedaje y ley de suplicante, y deber en el sentido
personal, de acuerdo con el dictado de la conciencia), d) En el hombre la fortaleza y la
destreza guerrea, es decir, heroísmo guerrero que era recompensado con un botín que
comprendía mujeres y riquezas, además del honor (elogio por sus actos que brinda la
sociedad): los hombres aspiraban al honor para asegurar su propio valor, la
confirmación de su “areté”; el elogio o la reprobación eran las fuentes del honor o del
deshonor. e) En la mujer, el “areté” se presenta por medio del cumplimiento con sus
deberes domésticos y lealtad a su marido. f) El reconocimiento de la soberbia y la
magnanimidad que se da en un momento máximo de poder, cuando el sentimiento de
condescendencia conmueve a quien es víctima de ésta.

La Odisea

Es un poema épico de 12.110


hexámetros, distribuidos por los
antiguos en 24 cantos o
rapsodias. El poema está dividido
en tres secciones esenciales, que
tal vez fueran, en su origen,
composiciones aisladas, pero
constituyen parte de sus
estructura interna y la
diversificación de sus planos
narrativos.

En La Odisea se muestran dos


líneas de acción: una que refiere
lo sucedido a Telémaco, y otra
que narra lo que le acontece a
Odiseo; al inicio del poema
aparecen aisladas, pero al final
se unen. El transcurso lineal de la
historia está hábilmente
fragmentado por el autor en
diferentes secciones que son
luego ensambladas de nuevo, sin Odiseo y Calipso
perturbar ese carácter de
continuidad. La Telemaquía, formada por las primeras cuatro rapsodias tiene un papel
primordial, ya que introduce las figuras de Odiseo, Telémaco, Penélope y los
pretendientes y, a la vez, provee las aventuras de Odiseo de un marco de realidad. En
las rapsodias I y V se describen dos asambleas de los dioses que ponen en movimiento
dos tipos de acciones: el despertar del joven Telémaco, para que se convierta en digno
compañero de su padre a la hora de la venganza, y la decisión de que Odiseo,
finalmente, regrese a Ítaca. En la oscilación secuencial entre un campo de acción y otro,
y la inserción de la mirada retrospectiva o analepsis que perturba el orden lineal de la
historia (lo que constituye un comienzo “in medias res”) es donde se halla la clave de la
composición del poema, pues crea los resortes dramáticos (climáticos y anticlimáticos)
que mantienen al lector (oyente en aquellos tiempos) a la expectativa e interesados en
el devenir de los acontecimientos. Con base en esto, ya, desde la antigüedad, se
establecieron diversos planos narrativos o secuencias narrativas en La Odisea. Así, por
ejemplo, los gramáticos alejandrinos agruparon en seis partes, de cuatro partes cada
una, las 24 rapsodias de que se compone esta canto épico. La primera parte (del canto I
al IV) es la Telemaquía o aventura de Telémaco; la segunda (del canto V al VIII) cuenta
las aventuras de Odiseo desde la isla de la ninfa Calipso hasta la isla de los feacios; la
tercera parte (del canto IX al XII) es una visión retrospectiva de las aventuras de Odiseo,
que éste narra al rey de los feacios, Alcínoo. La cuarta parte (del canto XIII al XVI)
refiere el arribo a Ítaca de Odiseo y su estancia en la cabaña de su porquerizo Eumeo;
la quinta parte (del canto XVII al XX) relata ya a Odiseo en su palacio; en la parte sexta
(del canto XXI al XXIV) se asiste a la masacre de los pretendientes de Penélope y a la
reintegración de Odiseo en su reinado. Para efectos de lectura, la estructura interna, o
bien, los diferentes planos narrativos de este epopeya se pueden resumir en la siguiente
sinopsis:

- Telemaquía, Telémaco visita a Néstor y Menelao


- Aventuras de Odiseo
1) Salida de Troya y arribo a la tierra de los cicones
2) Llegada a la tierra de los lotófagos
3) En la tierra de los cíclcopes, enfrentamiento contra Polifemo
4) En la tierra de Eolo, dios de los vientos
5) En la tierra de los lestrigones
6) Arribo a la isla de la hechicera Circe
7) La “nekyia” o visita a la tierra de los muertos y entrevista con Tiresias
8) En la isla de las sirenas
9) Enfrentamiento contra los monstruos Escila y Caribdis
10) Sacrilegio contra las vacas del Sol
11) Llegada a la isla de Ogigia, isla de Calipso
12) Arribo a la isla de los feacios, Esqueria, cuyo rey es Alcínoo y su hija Nausícaa
13) Partida de Odiseo del país de los feacios y su arribo a Ítaca
- Odiseo en su palacio vestido de mendigo
- Masacre de los pretendientes y Odiseo reconocido de nuevo como rey

En La Odisea
se encuentran
dos tipos de
narradores: uno
omnisciente
que abarca
toda la parte de
la Telemaquía y
la narración de
la salida de
Odiseo de la
isla de Calipso
hasta su arribo
a la isla de los
feacios; el
relato de las
aventuras de
Odiseo, por
boca propia,
constituye un narrador protagonista. Los hechos finales del poema son narrador
nuevamente por un narrador omnisciente que explica y describe todas los hechos
acaecidos antes de la reintegración de Odiseo a su reino de Ítaca.

Habiendo sido compuesto oralmente La Odisea al igual que La Ilíada, contiene


elementos peculiares a esa forma de composición, que difiere sustancialmente de la
creación escrita a la que está habituado el lector actual. Estos elementos incluyen:

Fórmulas que se usan reiteradamente, como, por ejemplo, las empleadas para anunciar
un discurso: «… Y dijo estas aladas palabras…», «… el procedimiento del banquete…»,
«echaron mano a las viandas…», así como todo tipo de comportamiento cotidiano.

Repeticiones que describen escenas típicas como alguna ceremonia religiosa, el


recibimiento de un huésped, los sueños, etc.

Formas de anticipación como signos, sueños, predicciones, visiones, presagios. Los


epítetos referidos a personajes, animales u objetos cobran una gran importancia, pues
se reiteran como un “leit-motiv” con cada uno de ellos a lo largo del poema, además de
que resultan automáticamente en verso («… el paciente Odiseo…», «… el astuto
Odiseo…», «… la prudente Penélope…», «… la Aurora de los rosados dedos…», «mar
vinoso oscuro…», «… lanza de alargada sombra…», «… muerte que tumba a la
larga…», «… cielo broncíneo…») y les van dando cuerpo a los personajes y a los
lugares. También se emplean, de manera profusa, las figuras de estilo como la
metáfora, la hipérbole y muy especialmente el símil («… me mató como a un buey en el
establo», «… como habla ese viejo semejante a una vieja fragua…»). Se recurre al
discurso directo para darles mayor verosimilitud a los hechos, además del narrativo o
indirecto, así como de la descripción, propios de la épica homérica.

Presencia de lo sobrenatural, o lo maravilloso, que es una especie de dimensión mágica


que permea toda la obra y a causa de la cual suceden cosas fuera del ámbito del
acontecer cotidiano. Parte importante de esta dimensión son los dioses que, en Homero,
intervienen en los asuntos de los humanos, se mezclan con ellos, se les aparecen
adoptando una figura humana (epifanías) y se complacen en aconsejar, inspirar, alentar
a sus favoritos, como Atenea con Odiseo y Telémaco; pero también pueden ser
vengativos como Poseidón, cuya cólera contra Odiseo funge como motor de la acción
en parte de la obra. Sin embargo, los dioses en La Odisea actúan con una orientación
ética más evidente que en La Ilíada. El mismo Zeus lo aclara: «¡Oh dioses!, ¡de qué
modo culpan los mortales a los númenes! Dicen que las cosas malas les vienen de
nosotros, y son ellos quienes se atraen con sus locuras infortunios no decretados por el
destino.» Tanto los dioses entre sí, como los hombres se muestran respetuosos;
cuando, al morir los pretendientes, Euriclea pretende prorrumpir en júbilo, Odiseo la
reprende: «¡Anciana, regocíjate en tu corazón, pero conténte y no profieras
exclamaciones de alegría, que no es piadoso alborozarse por la muerte de estos
varones! Diéronles muerte la Parca de los dioses y sus obras perversas, pues no
respetaban a ningún hombre de la tierra, malo o bueno, que a ellos se llegase; por esta
causa, con sus iniquidades se han atraído una deplorable muerte.»

En este poema, como se ha


visto ya, comienza con un
primer bloque de cuatro
cantos, a modo de
introducción, llamado
Telemaquía porque el
protagonista de la acción
narrada en ellos es
Telémaco, el hijo de Odiseo.
Se hace saber en este
prólogo que, de entre los
héroes aqueos que lucharon
en Troya, unos han muerto,
otros ya regresaron a sus
hogares y tan sólo Odiseo se encuentra retenido, lejos de su patria y su hogar, en poder
y entre los brazos de la ninfa Calipso. Los dioses todos, salvo Poseidón a cuyo el
Cíclope ha dado muerte Ulises, le compadecen, y Atenea, la diosa que especialmente le
protege, obtiene de Zeus que Hermes, el dios mensajero, se ponga en camino hacia la
isla de Ogigia, la isla de Calipso, para dar a ésta la orden de dejar en libertad a su
amante prisionero. Hasta aquí la información sucinta de los precedentes. Seguidamente,
comienza la Telemaquía: Atenea, bajo la apariencia de Méntor o Mentes el tafio, antiguo
huésped de Ulises, se presenta a Telémaco y le aconseja ir junto a Néstor, a Pilos, y
junto a Menelao, a Esparta, en busca de noticias de su padre ausente. Mientras tanto,
los pretendientes de Penélope, la esposa del héroe a la que se supone viuda,
aprovechando la ausencia del esposo, se entregan en el palacio de éste a los placeres
del festín mientras Femio, el aedo canta el “Regreso de los aqueos”. Al día siguiente,
Telémaco, en una asamblea del pueblo de Ítaca, denuncia esos desafueros que tienen
lugar en su propia casa, indefensa al faltar su antiguo dueño, pero no obtiene el barco
que solicita para ir en busca de su padre. Y entonces, al igual que hiciera Aquiles en La
Ilíada, se dirige a la orilla del mar y suplica a Atenea que acuda en su ayuda. Se le
aparece la diosa encubierta bajo la figura de Méntor y la suerte empieza a cambiar para
Telémaco, que emprende los preparativos del proyectado viaje. Y así, llega a Pilos, al
palacio de Néstor, donde el viejo rey, que en ese momento se encuentra haciendo
sacrificios en honor de Poseidón, los acoge hospitalariamente. De Pilos se dirige a
Esparta, donde encuentra a Menelao disponiéndose a celebrar dos bodas, la de su hijo
y la de su hija. Telémaco escucha los elogios de su padre que le hacen la pareja del
Atrida y su esposa, y aquél le refiere lo que ha oído personalmente de boca de Proteo
respecto de Ulises. En Esparta permanecerá un mes entero el joven visitante y, desde
allí, el relato regresa bruscamente a Ítaca, donde los perversos pretendientes,
percatados de la partida de Telémaco, traman tenderle una emboscada a su regreso
para perderle. Medón refiere a Penélope estos siniestros planes que provocan en ella
angustiosa inquietud, pero Atenea, siempre dispuesta a ayudar y a favorecer a Odiseo y
los suyos, le envía en sueños el fantasma de Iftime, hermana de la propia heroína que la
tranquiliza. Comienza a continuación la segunda parte de la epopeya, que comprende
los cantos V, VI, VII y parte del VIII. Hermes, por fin, transmite a Calipso la orden que le
ha dado Zeus de dejar en libertad a Ulises. Éste, a pesar de los peligros que sabe le
esperan y aun siendo consciente de la superioridad de Calipso (una ninfa, por lo tanto
una diosa) respecto a Penélope (una simple mortal), se reafirma en su condición
humana y resuelve partir. Construye una balsa sobre la que se deja arrastrar por las
aguas de Océano durante diecisiete días. Poseidón, rencoroso, desencadena una
tempestad contra la que lucha brava y tenazmente, que al final ve recompensado su
esfuerzo con su arribo a un apacible y precioso escenario compuesto por un hermoso
campo, un caudaloso y fertilizador río, una ciudad rica con su ágora y con su palacio de
puertas de oro y plata provisto de un huerto fantástico en el que crecen altos y
frondosos árboles cargados de perenne fruto y constantemente acariciados por el soplo
del blando Céfiro. En el palacio de esta utópica Isla de los Bienaventurados (h twn
akarwn nhsoj) (“Makáron nésos”), Esqueria, moran un rey que es un padre para sus
súbditos (el rey Alcínoo) y su digna esposa Arete a la que las gentes miran como a una
diosa. Ambos tienen una hija graciosa y joven, Nausícaa que, rodeada de sus sirvientas,
contempló antes que sus padres al extranjero náufrago que, agotado de cansancio y
vencido por el sueño, había ido a parar a un bosquecillo próximo a la costa de Esqueria
y a la ribera del río al cual la gentil princesa y sus camareras habían acudido a lavar
ropa y pasar alegremente el día. Ella le muestra el camino al palacio real, donde los
monarcas lo reciben acogedoramente. Alcínoo promete en dos ocasiones a su sufrido
huésped repatriarle al día siguiente, pero al siguiente día Ulises participa en unos juegos
que en su honor celebran los feacios, y la subsiguiente noche la emplea en narrarles
sus aventuras. De modo que, entre la llegada de Ulises como suplicante y la noche en
que obsequia a sus anfitriones con los relatos de sus andanzas, transcurre un lapso que
tratan de colmar la asamblea, la descripción de los mencionados juegos y las
intervenciones del aedo Demódoco, quien canta las hazañas heroicas y tras la
celebración de los juegos ejecuta la canción de los “Amores de Ares y Afrodita”.
Finalmente, en el banquete que se celebra la noche que siguió a los juegos, Ulises no
puede ocultar la emoción que en él suscita el contenido del canto de tema heroico (nada
menos que la historia del “Caballo de Troya”) que, acompañándose de la lira, entona el
ya nombre aedo, y esta su conmoción despierta curiosidad bienintencionada y afectuosa
de Alcínoo. Así, incitado por ella a dar a conocer sus pasadas penalidades y
sufrimientos, comienza Odiseo a narrar sus aventuras: relata los episodios de los
cicones y los lotófagos, expuestos sucintamente y en compendio, y, a continuación, el
de los cíclopes, que principa con las mismas trazas de concisión y síntesis, pero de
inmediato se ensancha con pormenores y, en un instante, pasa de la sequedad del
epítome a la jugosidad de una hermosa narración, brillante por la riqueza y esmerada
elaboración de sus elementos descriptivos y dramáticos. Luego, cuenta Ulises la
permanencia suya y de sus compañeros en la isla flotante de Eolo, durante un mes
entero y el regalo que el dios le hizo de un odre en que estaban encerrados los vientos
que podrían soplar durante su regreso a casa y, de esta forma, dificultar su viaje y
retardar con ello su llegada. Pero a los nueve días de navegación, cuando ya se avista
tierra de Ítaca, los compañeros de Ulises abren el odre mientras el héroe duerme, y la
nave, empujada fuertemente por los vientos liberados, regresa más allá de la isla
fantástica de la que partieran. A este episodio sigue el de los lestrigones, mera variante
del de los cíclopes, que, funcionalmente al menos, sólo enriquece la narración
presentándonos la destrucción de las naves todas de la flota de Ulises, salvo la
capitana, la suya, aplastadas por las rocas que lanzaban aquellos gigantescos seres
desde los acantilados. Con sólo su nave llega luego a la isla de Eea donde se topa con
Circe y experimenta sus mágicos poderes. Al final de este episodio, la maga le
comunica que deber ir al mundo de los muertos a consultar al otrora famosos adivino
Tiresias, sin apoyar en razón alguna este mandato que, por su parte, Ulises acepta sin
rechistar aunque con el corazón hecho pedazos y los ojos anegados en lágrimas. A
continuación viene el canto titulado nekyia o evocación de los muertos, que contiene la
narración del viaje de Ulises al mundo de los fallecidos, en el cual se encuentra con
Tiresias, con su propia madre y con viejos compañeros de armas, en escenas llenas de
emoción y patetismo, entre las cuales no falta alguna que otra interpolación, como el
catálogo de heroínas comprendido entre los versos 255 y 329 del canto XI. Luego
cuenta el Laértida su regreso en compañía de sus compañeros a la morada de Circe,
las predicciones y advertencias que le hizo la divina maga, que vienen a ser una especie
de programa en que ese esboza el argumento de los episodios que van a seguir, y, por
fin, la partida: seguidamente, su experiencia de las sirenas y de su nocivo y engañoso
canto (esa vieja leyenda marinera), su arriscado paso entre Escila y Caribdis, la llegada
a la isla de Trinacria y el sacrilegio que cometen en ella sus compañeros al sacrificar los
rebaños del Sol, la tempestad que en castigo por tamaño desafuero levantó el enojado
Zeus, la muerte de sus compañeros y sus propios padecimientos; juguete de las olas,
fue arrojado, tras nueve días de duras pruebas y penosas adversidades, a las costas de
la isla Ogigia, donde fue durante siete años huésped de Calipso, la tremenda diosa
provista de voz humana. A partir del canto XIII, La Odisea toma un sesgo nuevo: se
acaban los viajes del protagonista, que abandona el país del rey Alcínoo y en
navegación nocturna y mágica llega a Ítaca, en cuyas costas los marineros feacios le
dejan dormido y a su lado depositan sus tesoros. Cuando despierta, nuestro héroe se
entrevista (como cabría de esperar) con Atenea que se le acerca bajo apariencia de
pastor, y él mismo oculta también su identidad mediante un falso relato sobre su
persona encaminado a hacerle pasar inadvertido, astutamente, a los ojos del fingido
pastor, y de tanto disimulo por un lado y otro resulta una de las escenas más graciosas
y logradas del poema. A continuación, el porquerizo Eumeo le acoge hospitalariamente
sin reconocerlo, pues Ulises no se le presenta como tal, sino que se hace pasar por un
cretense. El siguiente canto traslada al lector a Esparta y de allí, siguiendo a Telémaco,
lo reconduce a Ítaca. A su paso por Pilos, el hijo de Ulises ampara el adivino fugitivo
Teoclímeno y se lo lleva consigo a Ítaca. Mientras tanto, para dar tiempo a la arribada
de Telémaco al puerto de Ítaca, Eumeo en su choza narra a Ulises cómo de niño fue
raptado por piratas fenicios y vendido a la esposa de Laertes. Por fin, desembarca
Telémaco en Ítaca y se encamina al chamizo de Eumeo, donde éste le presenta a su
huésped el supuesto cretense, el cual, poco después, aprovechando la ausencia del
porquero, hace que su hijo le reconozca. Seguidamente, padre e hijo conciertan un plan
de acción contra los pretendientes. Así las cosas, llega el día de la venganza. Ulises,
disfrazado de mendigo, se dirige a la ciudad en compañía de Eumeo, recibe golpes del
insolente cabrero Melanteo, y entra finamente en el que fuera su propio palacio, donde
es víctima de malos tratos por partes de los pretendientes, es insultado por la insolente
criada Melanto (variante femenina de Melanteo), pero donde también, es una escena de
muy delicados y tiernos matices, le reconoce su viejo perro Argo que muere acto
seguido a sus pies. Allí mismo el héroe Odiseo, sin revelar su identidad, vence en
combate de lucha libre al mendigo Iro y contempla luego a su esposa Penélope,
después de tan larga ausencia, sin poder hacer visible su natural emoción. A
continuación, Ulises, Telémaco y Atenea trasladan las armas desde la gran sala en que
habitualmente se reúnen los pretendientes a una habitación interior; y a este episodio
siguen dos escenas de elevado tono emocional: la entrevista de Ulises con Penélope y
el mutuo reconocimiento de Ulises y su vieja nodriza Euriclea. Después se relata una
serie de episodios diversos, como la llegada del boyero Filetio, tan fiel a su antiguo amo
como Eumeo (pues ambos son trasuntos de un único arquetipo: el amigo leal del héroe,
al igual que Calipso y Circe lo son de la diosa o hada que retiene al héroe en sus
brazos), la predicción que hace Teoclímeno de la muerte próxima de los pretendientes,
la prueba del arco, que prenuncia el sangriento suceso que se avecina, y de la que sale
airoso el fingido mendigo, el reconocimiento por Eumeo y Filetio, la revelación que él
mismo hace su identidad, el comienzo y los lances del combate y de la matanza de los
pretendientes, el horror de Euriclea al contemplar a su amo cubierto de sangre, el
castigo de las criadas infieles, la purificación del palacio y el reconocimiento de los
esposos.

La Odisea es una historia de aventuras que no arranca de cantos heroicos, sino de


vetustos cuentos o narraciones folclóricas. Relata las aventuras de mar de uno de los
héroes del sitio de Troya, el astuto Odiseo, al volver a Ítaca. Esto cantos de regreso,
denominados nostoi, están divididos en dos grupos, los que narran los peligros y los que
narran las tentaciones con los que tiene que vérselas Odiseo.

Peligros:
- Aventura de los cíclopes (representan la ignorancia y el salvajismo)
- Aventura de los lestrigones (representan la barbarie y el atraso cultural)
- El paso por los peñascos de Escila y Caribdis

Tentaciones:
- Tierra de los lotófagos (ofrecían el olvido y la despreocupación)
- Isla de la ninfa Calipso (ofrecía la belleza y la inmortalidad)
- Isla de la hechicera Circe (ofrecía el ocio y la vida fácil)
- Reino de Alcínoo (su hija Nausícaa ofrecía su belleza y juventud)
- Encuentro con las sirenas (ofrecían la sabiduría)
- Las vacas del Sol (represtan la abstinencia)

Puede afirmarse con seguridad que la acción de La Odisea parte de tres núcleos
míticos: la adolescencia de Telémaco, hijo de Odiseo; los viajes de Odiseo en busca de
la patria perdida y su regreso y venganza en tierras de Ítaca. Y estos tres núcleos giran
en torno a un nudo central que los une en uno solo: la conciencia mito del regreso y de
la necesidad de la venganza.

Se presenta la astucia, la habilidad, el ingenio de Odiseo, lo que permite salir avante de


los problemas y obstáculos con los cuales se enfrentan, así como la manera de
deshacerse de los pretendientes que acosan a su esposa Penélope. No obstante lo
señalado, conviene advertir que, en esta obra, se desarrollan dos temas fundamentales:
la conciencia mito del regreso y la necesidad de la venganza, los cuales se entrecruzan
y se enriquecen con otros motivos diversos, aunque, a veces, sobresalen por su
carácter temático central, lo cual le infunde a La Odisea su extraordinaria unidad y
coherencia.
Todos los personajes de Homero, incluso aquéllos a los que concede poca atención
(porqueros, soldados rasos, sirvientas, despreciables pretendientes) son tipos reales
que convencen. En cada uno de los episodios abunda una infinita variedad de
conductas humanas. El propio Homero nunca interviene, casi nunca expresa un juicio.
Todo lo que tiene que decir lo manifiesta con las palabras y las acciones de sus
personajes.

- Odiseo: hijo de Anticlea y Laertes, rey de Ítaca, quien lo sucedió en el trono, padre de
Telémaco con Penélope, sagaz y astuto.
- Telémaco: hijo de Odiseo y Penélope, joven, dudoso de su destino; Atenea lo aconseja
y protege.
- Penélope: hija de Icario, prima de Helena; asediada por diversos pretendientes, se
muestra suspicaz y, a veces, pesimista; es la máxima representación de la fidelidad
conyugal.
- Circe: diosa que habita en la isla Eea; algunos le confieren el atributo de maga por sus
filtros y medicamentos provocativos de males; mudó en cerdos a los compañeros de
Ulises; no fue capaz de hacerlo caer bajo el hechizo de sus encantos.
- Ninfa Calipso: hija de Atlas, habita en la isla de Ogigia; prometió a Odiseo la
inmortalidad y eterna juventud, lo ayuda a construir una nave para que regrese a su
patria.
- Nausícaa: hija de Alcínoo y Arete, descubre a Odiseo cuando, junto con otras
muchachas, jugaba a la pelota cerca del río donde acababa de lavar ropa.
Alcínoo: rey de los feacios, recibió a Odiseo, le ofreció hospitalidad y lo envío a Ítaca en
una de sus barcas.
- Cíclope Polifemo: hijo de Poseidón, monstruoso, con un solo ojo en el centro de la
frente, de fuerza descomunal; Odiseo lo ciega y se libra de sus ataques; encarnación de
la barbarie y la ignorancia (antropófago).
- Eumeo: porquerizo fiel a Odiseo quien, junto con Telémaco, ayuda a planear la muerte
de los pretendientes.
- Pretendientes: pertenecen a la nobleza, pero a una nobleza disoluta y decadente,
devoradores de riquezas, en este caso de las de Odiseo; sobresale entre ellos, por su
maldad, Antínoo.
La acción de La Odisea se divide entre diversos lugares geográficos que en ella
parecen: la isla de Ítaca, el Peloponeso, la isla de la ninfa Calipso, Esqueria, y, por
reminiscencia, los lugares en que Odiseo experimentó sus aventuras precedentes. Esto
lo convierte en un poema estructuralmente más sofisticado que La Ilíada. Se evidencian
en ellas los distintos momentos claves del poema: la asamblea de los dioses que decide
liberar a Odiseo, la crisis que se produce en Ítaca, el retorno de Telémaco y su
encuentro con su padre, Odiseo disfrazado en el palacio, plan y realización de la
venganza y el reconocimiento (anagnórisis) por parte de Penélope. Todas estas
acciones se concentran en un lapso de sólo 40 días. El paisaje homérico está inundado
de la más clara luz solar. Ésta es la característica dominante en toda la poesía
homérica, por terrible y triste que sea lo que se relate. Esto no proviene tan sólo de lo
magnífico de la descripción, de la animada vida de los símiles, sino del genio del aedo,
quien se propuso transportar a sus oyentes a un aire libre, bello y puro. La minuciosidad
descriptiva es, pues, el rasgo distintivo de la poesía homérica. Ejemplo de ello es la
imagen que se pinta de la isla de las cabras monteses, situada delante del país de los
cíclopes. Los exuberantes jardines de Alcínoo proceden de un poema anterior, en el
cual pertenecían Arete y estaban situados fuera de la ciudad donde no había espacio
para un jardín tan extenso. Pero quizás la mejor descripción que hace Homero es la del
puerto de Forcis en Ítaca con la gruta de estalactitas, descripción insertada en el lugar
más oportuno, como que constituye un buen punto de reposo en el mismo momento
crítico de la historia, el regreso de Odiseo a su patria.

Esta epopeya
en relación con
La Ilíada es
posterior y, por
ende, no se
podría
considerar
como modelo
de la forma de
vida de la
aristocracia
griega antigua.
Asimismo se aparta del carácter épico y tiende a ser una novela (cantos de regreso a la
patria o “nostoi”). Las epopeyas, como los poemas épicos, generalmente, describen
grandes momentos históricos y fijan su atención en la conducta heroica de los
personajes que actúan en ella. Por esta razón, los poemas homéricos contienen muchos
de los valores de esta sociedad griega de la Edad de Bronce y dan evidencia de una
profunda comprensión de las dimensiones cósmica y trágica del dilema humano. Los
héroes del mundo homérico se rigieron, como ya se ha mencionado, por el concepto de
“areté”, ideal de excelencia que comprende excelencias físicas, intelectuales y
espirituales, a las que siempre debían apegarse, si esperaban tener y conservar el
honor y la gloria de sus antepasados. Debían cultivar y desplegar valor, fuerza, destreza
guerrera, capacidad, elocuencia y cierta sabiduría, entre otras. El héroe Odiseo
demuestra estas cualidades como personaje de La Ilíada y como protagonista de La
Odisea, pues debe poner de manifiesto además de otros atributos, de acuerdo con los
distintos escollos que ha de enfrentar. Como la obra se desarrolla en tiempos de paz,
cualidades como la paciencia, prudencia, sagacidad, inteligencia, ingenio, son las que le
van a permitir el éxito en su difícil empresa. Odiseo se perfila, en esta epopeya, como el
héroe de la inteligencia y la experiencia. Es por esta razón que su carácter no es
estático, sino que evoluciona a lo largo del poema, y se nota cómo aprende de sus
errores y domina sus impulsos (“hybris”). Sólo un héroe que ha logrado conquistar la
serenidad espiritual, la hesicástica medida, la “sofrosyne” (el grado máximo de la
sensatez), con esa combinación de cualidades, es capaz de sobrevivir a todo lo que el
destino le ha de deparar, fasto o nefasto. El “areté” se encuentra, por lo tanto, ilustrado
de una forma diferente a como se presente en La Ilíada. En La Odisea, se narra en
pocas ocasiones la conducta de los héroes en lucha. Se muestra al héroe que regresa a
su patria después de la contienda bélica, sus viajes, aventuras y su vida familiar y
doméstica, con su familia y amigos. Se nota claramente que sus descripciones no
pertenecen a la tradición de los viejos cantos heroicos, sino que descansa en la
observación directa y realista de las cosas contemporáneas. La nobleza de La Odisea
es una clase cerrada, con fuerte conciencia de sus privilegios, de su dominio y de sus
finas costumbres y modos de vivir. Las figuras tienen un formato más humano, todas
tienen algo de amable, generalizado al pueblo y a los mendigos. El “areté” está
máximamente representado por medio del afán de Odiseo por cumplir con su deber
(regresar a Ítaca). En este poema, el aspecto educativo o “paideia” se ve presente
desde el comienzo, cuando Telémaco presta atención a las advertencias de la diosas,
encubierta en la figura de Mentor. En los siguientes cantos la diosa Atenea aparece
presente en la figura de otro amigo de Odiseo que acompaña a Telémaco en sus viajes
a Pilos y Esparta. Así se ve la presencia de la costumbre en la que los jóvenes de la
nobleza iban acompañados en sus viajes de un ayo o mayordomo. Al plasmar estos
ideales, Homero, sin proponérselo, se convirtió en el educador de Grecia Antigua. A
través de su obra, fomentó dos aspectos complementarios: uno técnico y otro ético. En
lo técnico, el niño era entrenado en el uso de las armas, en deportes, en juegos
caballerescos, el arte completo de la música (tocar un instrumentos, cantar y danzar),
oratoria, etiqueta, sabiduría natural; pero es en lo ético donde descansa la real
importancia educativa de Homero y sus poemas: la verdadera enseñanza la aprendían
los niños dentro del mismo clima moral en el que actuaron sus héroes, cuyo soporte
estribaba en el concepto de estética, es decir, todo lo bello es bueno porque es bello
(ética a través de la estética). Esta conceptualización de ética es la que sobrevive a
tiempos posteriores y se constituye en el basamento ideológico de la cultura helena en
general.

Compresión de lectura

http://www.educar.org/enlared/misquiz/leng2004_1_2.htm

Publicado por Elpidio en 18:25

2 comentarios:

Xxx marce 90 xxX 2 de noviembre de 2016, 10:44

la senda locura papu

Responder

Unknown 29 de noviembre de 2017, 14:33

Una información muy buena, vale la pena llegar hasta el final. Tuve que analizar la obra
y este gran escrito me ayudó un montón.

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