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Ricardo CAVALCANTI-SCHIEL
(Laboratoire d’Anthropologie Sociale- Collège de France/EHESS)
riccaval@bol.com.br
La gente indígena que ocupa las pampas y montañas del entorno del pueblo de
Tarabuco, en los Andes meridionales bolivianos, además de corrientemente ser
llamada “tarabuqueña”, muchas veces recibe la designación “yampara”, sobre todo
cuando se quiere subrayar la especificidad de unos cuantos rasgos culturales. El apodo
tiene, por así decir, un acento antropologizante. Se anhela una precisión de
cientificidad cuando se habla de “cultura yampara”, como si esto pudiera designar
mejor una posible especificidad étnica transcrita para el ámbito de las manifestaciones
simbólicas. Así, por ejemplo, la reciente 15ª edición del importante Festival Luz Mila
Patiño, promocionado por la Fundación Simón I. Patiño en el año 2006, enfocaba la
“música, danzas y cantos de los Yampara-Tarabuco”2. La [fi 99] invocación que
[fin p. 99]
La “invención” Yampara
el conocimiento del mundo indígena del primer siglo de la Colonia, como también se
sabe que, aunque escribiera en Lima, La Calancha nació en La Plata en 1584 y viajó por
todo el Perú. La información de un protagonismo prehispánico Yampara en la región
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No más que cuatro años después de la fecha del famoso Memorial dictado en
Potosí por los kurakas de las cuatro grandes “naciones” de Charcas (Charka, Qaraqara,
Chuy y Chicha), Francisco Aymoro, kuraka principal de los Yampara, hace registrar con
los escribanos de La Plata su “ynformacion” de méritos y servicios, en la que uno de
los vecinos de la ciudad, Martín de Lora Bonifacio, atestigua acerca del padre y
homónimo del kuraka en causa, que:
3 Archivo General de Indias- Sevilla (en adelante: AGI), Charcas 45: “Memorial de capitulos de los
Caçiques Prinçipales y los demas yndios de la prouinçia de los çharcas presentan ante Vra. magd Para
que se prouean y en ellos Vra magd les haga merced y Ponga Remedios son los siguientes”, en 53
capítulos, retitulado “Indios de Potossi”. Fue transcrito y publicado en 1969 por Waldemar Espinosa
Soriano en la Revista Cantuta, de la Universidad Nacional de Educación, de Chosica, Perú.
4 AGI, Charcas, 44.
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En este sentido uno podría preguntar: ¿Por qué los Yampara eran tan evidentes
para los vecinos de La Plata (La Calancha incluido) y tan obscuros, virtualmente
invisibles, para los kurakas de las cuatro grandes “naciones” de Charcas? Puede que sea
mero artificio discursivo y circunstancial de protagonismo político (conveniente para
ambas las perspectivas). Puede que sea resultado de subordinaciones /
insubordinaciones cuyo juego siempre estuviera presente en un continuum de
relaciones permanentes6. Puede que sean ambas alternativas y todavía otras más. [fi
[fin p.
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102]
Del mismo modo, definir un “territorio” para los Yampara es algo que no
responde de ningún modo a eventuales expectativas de homogeneidad jurisdiccional.
De una parte tenemos el clásico modelo del archipiélago andino, en que las unidades
sociales buscaban establecer colonias en los varios pisos ecológicos. De otra parte
tenemos el hecho de que la presumible “región yampara” ocuparía una faja altitudinal
de prepuna con cotas bastante variables en toda su extensión (incluyendo valles,
quebradas y vegas), sin una conexión central altiplánica, además de ampliamente
codiciable para los proyectos colonizadores provenientes de las tierras más altas. Si
añadimos a esto su articulación dinámica con el mundo incaico y la presión belicosa
chiriguana proveniente de las tierras bajas, completamos el cuadro de una “frontera”
(desde el punto de vista incaico) de ocupación y mantenimiento muy diversificados.
Son muchos los trabajos que ya exploraron la documentación histórica y las evidencias
arqueológicas a este respecto y no vamos a reiterarlos aquí. Asimismo, los intentos de
delimitar una ocupación territorial que pudiera responder por una caracterización
“yampara” homogénea no lograron éxito y el esquematismo de las proposiciones
preliminares de Dick Ibarra Grasso (1953, 1965) acerca de una área de difusión
cerámica yampara fue muy contundentemente refutado por trabajos arqueológicos
más recientes (cf. Pärssinen, 1997; Portugal & Peñaranda, 1998; Pärssinen, 2003;
Portugal, 2006).
“(...) ay sin éstos [los Yampara] otras reducciones de diversas naciones, como son
Huata, que es de Ingas sangre Real, Harahuate de Yanaguara; Paccha es tanbién de
Ingas, i mézclanse Indios Canchas, Collas i Chichas, Presto, o Pillisto es de
Canchas. Entre todas estas naciones son los Indios Cañares los que más privilegios
tienen de nuestros Reyes” (Calancha, ibidem). [fi
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¿Se les podría tomar a estas denominaciones o a estos grupos como “étnicos”?
¿Cómo, por qué y en qué base hablar de “étnico” en circunstancias sociales que todavía
no aclaramos (y no sabemos si las vamos a aclarar)? Aún más: ¿tendría este “étnico”
alguna traducción en términos de “rasgos culturales” compartidos, como que en
hablar, por ejemplo, de tradiciones cerámicas?
Los documentos coloniales de fines del siglo XVI atinentes a los ricos kurakas
Yampara de la estirpe de los Aymoro7 indican que por esta época el señorío Yampara
tendría dos “cabeceras” representadas por las reducciones de Yotala y Quilaquila. Las
investigaciones arqueológicas hechas por Jimena Portugal y Carlos Peñaranda en la
región de Quilaquila identifican ahí la presencia de un estilo cerámico muy propio (que
los autores denominan Kila Kila) que se extendió incluso por el período de la
expansión inca y los comienzos de la Colonia, a punto de los autores cuestionaren la
hipótesis (sostenida por Rossana Barragán (1994), con inspiración en Dick Ibarra
Grasso), de “una correlación directa entre la cerámica Yamparaez con la unidad
sociopolítica Yampara de principios de la Colonia” (Portugal & Peñaranda, 1998: 53).
¿Cuál sería, por consiguiente, el límite de validez de lo “étnico” en estos contextos
dualistas que resuenan fenómenos similares del Altiplano y del resto de los Andes de
una manera general? Esto es lo mismo que preguntar: ¿cuál el límite de una
heterogeneidad “étnica” y cómo suponer, al revés, una homogeneidad “étnica”
cualquiera? Estas preguntas nos conducen a una otra, más general, que no se ha
dilucidado con las invocaciones automáticas que hasta el momento se hicieron a lo
“étnico” en la antropología y la etnohistoria andinas (bien al revés...): ¿cuál es su
contenido substantivo?
No sabemos todavía qué sería exactamente para los antiguos andinos del
Qullasuyu esto que los españoles llamaron “naciones” o “señoríos”. Sin embargo, lo
sabemos exhaustivamente bien que eran para los españoles. La “nación” indígena era
algo convertible en corregimiento y, por ende, objeto de un repartimiento que se podía
entregar en encomienda a un potentado, o ser puesto “en la cabeza de Su Majestad” para
que la Real Hacienda gozara de la renta de sus tributos. La “fiscalización” de las
unidades sociales y el usufructo de la mano-de-obra de su contingente humano
obedecían a una lógica dictada por la razón práctica (de los españoles): hacer uso de la
7 Por ejemplo en: AGI, Charcas, 44; AGI, Charcas, 79, nº 22; Archivo Nacional de Bolivia (en adelante
ANB), EP 97a, La Plata, 1597-XI-25 a 1597-XII-20, folios 51 a 67.
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mediación provista por la autoridad de los kurakas, ya sea para el cobro de [fi
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los tributos o bien para el comando de las mitas. Ahora bien, esta razón práctica no
funcionaba sobre un éter sociológico supuesto por el mecanicismo del simple
sometimiento, sino que sobre una legitimidad social (aunque ella no obedeciera a los
términos lógicos del vasallaje feudal ibérico): la autoridad legítima de los kurakas.
Así tenemos del lado español la lógica del vasallaje; del lado indígena la lógica
de la reciprocidad. En el orden colonial, el kuraka es uno de los lugares de empalme
(sino que, en el ámbito político, el lugar de empalme por antonomasia) entre dos
lógicas disímiles; lugar que sólo es posible porque sostenido por una doble legitimidad
―o una legitimidad “intercultural” sostenida por términos distintos, que antes que
producir tan simplemente un ámbito pacífico, produce un espacio potencial de disputa.
Así comprendemos también que la razón práctica de los españoles para el
reconocimiento de las “naciones” de los naturales puede encontrar su contraparte
indígena en el reconocimiento de la mediación reguladora que, al mismo tiempo,
otorgaba sentido a un colectivo humano como un espacio (que también puede ser
percibido como espacio “segmentario”) de redistribución8. [fi
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105]
Así que si buscábamos una substancia para lo “étnico” en los Andes, aquí la
encontramos: la autoridad. Lo que definiría un “grupo étnico” en los Andes no sería ni
un territorio, ni una patrimonialización cualquiera de rasgos “culturales” (vestimenta,
lengua, tradición cerámica, utensilios de trabajo, de guerra, etc., etc.), ni la movilización
agentiva de diacríticos identitarios (según la perspectiva barthiana9), sino que el
reconocimiento de ámbitos de reciprocidad, regidos por la autoridad de los kurakas.
Hasta probablemente el siglo XVIII, ellos siguieron siendo la llave por la cual estos
ámbitos fueran reconocidos. Sin embargo, aquí cabe la pregunta sobre si sigue
cobrando sentido habar de “étnico” en un contexto de relaciones en el que ámbitos
siempre más amplios e inclusivos de reciprocidad pueden ser permanentemente
presumidos, hasta llegar, por ejemplo, al Tawantinsuyu o, incluso, a la Monarquía
Católica (si miramos a los españoles con los ojos de la lógica indígena). Creemos que
no, pero dejamos esta discusión para un poco más adelante.
Por el momento nos interesa confrontar eso que no se sabe muy bien qué era,
los Yampara, con la perspectiva que presentamos sobre el lugar del kuraka en el mundo
colonial temprano. En este contexto, son no más que relativas la importancia y la
especificidad de un grupo Yampara en el espacio social inmediatamente prehispánico
del Surandino. Una vez abarcados en un contexto amplio e inclusivo de intercambios,
los Yampara estaban “abiertos” para la diversidad territorial y la circulación de
contingentes humanos10. Y en la misma medida, las inclusiones (¿dualistas?) y los
mecanismos de reciprocidad podrían alcanzar también “yotaleños” y “kilakilas” (¿cuál
sería, [fi
[fin p. 106]
106] en fin, la “unidad” étnica elemental?...), construyendo
permanentemente nuevas unidades (¿Yampara?). Esta concepción nos permite abrir un
cuadro mucho más dinámico en sus posibilidades de articulación que la simple
De este modo podría ser conceptualmente más consistente que en lugar de segmentariedad hablemos
de una “fractalidad”, donde no hay sentido presupuesto de subordinación lógica (ni de las partes al todo
ni del todo a las partes) sino que la operación lógica (ontológica y genética) de un duplicador (o
“generador de autosimilitud”) hacia un nivel arriba y hacia un nivel abajo. Este operado lógico, en la
teoría de los fractales, se llama algoritmo. Aquí lo podríamos proponer substantivamente, en los
términos de la lógica simbólica andina, como siendo la complementariedad de mitades asimétricas, que
opera desde el par de esposos, base generativa del ayllu, hasta la dialéctica de los pachas. El desarrollo
de estas ideas y los datos etnográficos que las caucionan se encuentran en Cavalcanti-Schiel (2005).
9 Nos reportamos aquí a la teoría de la etnicidad de Fredrik Barth (1969).
10 Ana María Lorandi:
“La Mesoamérica se caracterizaba por una predominancia de la circulación de productos, mientras
que en la región andina central, sobretodo en la sierra, parece que hubo una predominancia de la
circulación de personas” (Lorandi, 1978: 923, traducción nuestra).
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Por todo esto, así como el lugar del kuraka colonial (al menos hasta bien entrado
el siglo XVIII) gozaba de lo que llamamos una legitimidad ‘intercultural’ sostenida por
términos distintos, también el señorío Yampara fue en larga medida una “invención
intercultural” (como igual lo fueron todos los demás señoríos). No hay que tomar la
idea de “invención” como [fi 107] artificialidad, como cosa meramente espuria, sino
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que como una obra nueva para la que aportan elementos de dos lógicas simbólicas
distintas, frente a las cuales esta obra guarda una constitución intrínsecamente
hasta cuando ejerció su kurakazgo, pero en 1552 el puesto ya estaba ocupado por su
13 Tomamos el concepto de “heterogeneidad” de la obra de Antonio Cornejo Polar (cf. Cornejo, 1994) y
con él nos oponemos a la pasividad inmanente de un concepto que hace mucho suceso en las movidas
postmodernas, el de “hibridismo”. Por el concepto de “heterogeneidad” subrayamos el entrechoque de
disposiciones discursivas, en lugar de la mágica performativa (Bourdieu, 1982) supuesta por el
“hibridismo” y su colección de signos reificados.
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Sabemos, sin embargo, que al final de este periodo, con la muerte de Pablo de
Meneses, la encomienda de los Yampara llegó a ser codiciada en condición de
perpetuidad por Juan Ortiz de Zárate. En la década de 1560 se encendió en el Perú el
debate sobre la renovación de las encomiendas, enfrentada ―en su oposición más
radical― por el ideal lascasiano de ponerlas todas “en la cabeza de Su Majestad” una
vez gozadas sus concesiones. En este cuadro, demandas como la de la perpetuidad
entraban ahora en el contexto de una progresiva complejificación institucional ―es
decir, para más allá del sistema clientelar pizarrista― y de crecimiento de la presencia
regulatoria de la autoridad monárquica (por medio del mecanismo de las mercedes),
que vendría a dar origen a la específica sociedad de corte (Elias, 1969) que se constituyó,
por ejemplo, en Charcas (cf. Bridikhina, 2007). Ortiz de Zárate había obtenido la
encomienda de los Yampara en perpetuidad, con jurisdicción civil y criminal sobre ella,
por una Provisión Real de 155918. Sin embargo, en el seno de aquél debate sobre la
14 ANB, EP 1, Villa de Plata, 1553-V-08 a 1553-VII-27, cuaderno 5, folio 46f; AGI, Charcas, 79, nº 22,
folio 15 recto. De otra parte, uno de los testigos de la Probanza de Francisco Aymoro, el hijo, menciona
que en 1549 ya estaba Francisco Amochuy gobernando (AGI, Charcas, 79, nº 22, folio 32 verso).
15 A Francisco Amochuy sucedería Luis Guarimola, que sería suegro del segundo Francisco Aymoro. En
la Probanza de éste, de 1592 (AGI, Charcas, 79, nº 22), los testigos son unánimes en decir que él estaba
en el kurakazgo hacía 14 o 15 años, o sea, el hijo del primer Francisco Aymoro sólo entraría como
kuraka en 1577 o 1578.
16 AGI, Justicia, 442, nº 1, folio 547. Véase también Presta (1997: 33-35).
17 Ana María Presta:
“(...) la ‘etapa de oro de la encomienda’ se sitúa entre 1550 y 1560, década en que sus
beneficiarios se hacen acreedores al cuantioso excedente campesino, a la par que monopolizan el
mercado interno al ser los generadores de toda actividad productiva y mercantil” (Presta, 2000:
22).
18 La Provisión es de 18 de agosto, en nombre de Juan Ortiz de Zárate y concede
“en perpetuidad para voss y para vuestros herederos y susçesores legitimos y naturales trasversales
e colaterales y esstraños con juridiçion çeuil y criminal y con las demas condiçiones concedidas a
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renovación [fi 109] y perpetuidad de las encomiendas y en choque con los derechos
[fin p. 109]
“cosa que por ninguna via conbiene al seruicio de Vuestra magestad se haga ni se
deua permitir porque esta çiudad esta poblada en medio de todos los pueblos de
yndios deste rrepartimiento y por ninguna parte se podria salir a media legua y a
vna y a dos y a tres y a quatro y a seis y a ocho y mas que no este poblado de los
yndios deste rrepartimiento y asi seria destruyr esta çiudad y causar tantos pleitos
y diferençias entre los vezinos y moradores de ella y su prouinçia que se gastasen y
destruyesen. De mas de otras muchas causas y rrazones que ay para que Vuestra
magestad no la deua permitir que todo ynporta a vuestro rreal seruiçio porque
avnque todos los rrepartimientos que ay en esta prouinçia se perpetuaren no
rreçibia esta çiudad el daño que con solo perpetuarse este rrepartimiento con
jurisdicion se rreçibe”21.
los procuradores de las çiudades destos rreynos el rrepartimiento de los yndios yanparaes charcas
moyos e yngas y gualparocas que tuuo y poseyo el general pablo de meneses diffunto que por
virtud de vn auto proveido por nosotros en este consejo fue dado por vaco y quitado a don
bernardino de meneses que lo tenya y poseya” (AGI, Justicia, 442, nº 1, folio 437).
19 Aunque la tendencia general consagrada por los actos del Gobernador Lope García de Castro (1564-
1569) vino a ser la de la renovación de las encomiendas, su debate, como se sabe, puso en campos
opuestos, por ejemplo, Fray Domingo de Santo Tomás, Obispo de Charcas (1563-1570) y uno de los
principales representantes del movimiento lascasiano, y los licenciados Juan Polo de Ondegardo y Juan
de Matienzo. En el caso de los Yampara, el repartimiento sería posteriormente puesto “en la corona”.
20 AGI, Justicia, 1129, nº 6.
21 AGI, Charcas, 31, Carta del Cabildo de La Plata al Rey, 01 de noviembre de 1562.
22 Cf. Sempat Assadourian (1987) para un análisis del contexto histórico general que está en la base de
esta proposición.
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Potosí respecto a todo el Altiplano y demás grupos indígenas que ocupaban las
“provincias obligadas” (cf. Saignes, 1985). La fijeza territorial fue enseguida reforzada
con la reglamentación toledana universal del tributo, secundada por sus disposiciones
reduccionales. La “invención” Yampara empieza aquí a ejercer su rol histórico, y en
este momento las antiguas, múltiples y posibles conexiones de “los Yampara”, ya sea
con la Confederación de Charcas o con los espacios sociales hacia la frontera chiriguana,
empiezan a dejar de tener sentido y substancia.
Como hemos visto, aun a mediados del siglo XVII, La Calancha nos recordaría
una de estas conexiones: “los Yampara están reducidos a tres pueblos: Yotala,
Quilaquila y... Tarabuco”. El significado de este último puede ser más bien un recuerdo
ya lejano.
Han sido ya bastante evocadas las fuentes históricas que señalan la presencia
prehispánica consorciada de los Yampara con otras designaciones colectivas en la
región inmediatamente a Este del eje Yotala-Quilaquila (Del Río & Presta, 1985;
Barragán, 1994; Julien, 1995; Pärssinen & Siiriäinen, 1998; Pärssinen, 2003; Alconini,
2004). La situación en apariencia inusitada del “amasijo” de gente de diferentes
procedencias, que constituía el espacio ocupado por los “colonizadores” (mitmaqkuna)
de las quebradas y serranías más bajas que el altiplano (genéricamente designadas por
los cronistas coloniales como tierras de valles), llevó a los primeros analistas, hace no
mucho más que veinte años, a proponer el concepto descriptivo de “multietnicidad”.
Reconocemos el esfuerzo pionero de esta herramienta conceptual en subrayar que lo
interesante del fenómeno es la diversidad de orígenes y fidelidades “políticas” que
conformaban una suerte de “mosaico poblacional” en un “territorio discontinuo”, pero
creemos que el caso ya demanda una revisión conceptual.
Los acuerdos que seguramente se establecieron entre los grupos que ocupaban
los contrafuertes sudorientales de los Andes y las autoridades incaicas produjeron a lo
largo de toda esta región una ola de colonización ya no más exclusivamente altiplánica.
Por los registros históricos, parece evidente que en estos acuerdos el reconocimiento
reciprocitario incaico de las autoridades locales implicaba en el ejercicio, por parte de
ellas, de sus prerrogativas de distribución, que en este caso puede ser tomada como la
distribución de terrenos de cultivo. El registro en la información de méritos y servicios
de los Aymoro es elucidativo: [fi
[fin p. 111]
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“Don françisco aymoro difunto como tal gouernador nombrado por el dicho ynga
en el dicho tiempo de su gouierno daua rrepartia y dio y rrepartio todas las tierras
desta prouincia de los charcas a los yndios mytimaes y adbenevizos que el dicho
ynga embiaua a esta prouincia de los charcas como son los yndios que al presente
estan poblados en los rrepartimyentos de tarabuco y presto paccha y arauate y
guata y otros muchos de la comarca y juridiçion desta prouinçia el qual dicho
rrepartimyento de tierras y lo demas que hizo el dicho don françisco aymoro como
tal gouernador del dicho ynga los aprouo y confirmo y se guarda el dia de oy”23.
Ahora bien, una vez que el Kuraka Aymoro, como gobernador del Inka, ejercía
su función y prerrogativa de distribuidor, él especificaba un ámbito reciprocitario en
donde el contingente humano de los recibidores (de tierras) se quedaba englobado bajo
su autoridad y en condición simbólica de deuda frente a él. Esto significaba que los
kurakas de aquellos grupos se ponían igualmente en situación de desnivel frente a una
otra autoridad englobante. He ahí, esto es jerarquía no en el estricto sentido militar del
mando —como a algunos tanto les gusta hablar del incario—, sino que en el preciso
sentido antropológico que le dio Louis Dumont (1966). Lo que los españoles llamaban
jurisdicción en un sentido unidireccional de verticalidad, está aquí puesto en un sistema
bidireccional de obligaciones. Si este sistema se arma potencialmente como parte de un
continuum ¿cómo hablar de cristalizaciones “étnicas” singularizadas en un
determinado punto? Si todos entretejen en algún momento relaciones de pertenencia
¿cómo hablar de un multiétnico que supone cada étnico estanco en si mismo, bajo la
forma (o antes la ideación) de identidades hipostasiadas? En la medida en que la idea
de “multietnicidad” supone una esencialidad irreductible de lo “étnico”
comprendemos que tal concepto es, en realidad, una tautología que intenta encubrir
algo que no tiene cómo definir en términos lógicos ni metodológicos (sino que por una
fenomenología instilada por las fuentes coloniales): la “etnia”.
Así que nos quedamos con dos opciones metodológicas: o de una parte, en
nombre de la dinámica relacional, sacrificamos una suposición previa de sustantividad
a lo “étnico” —lo que equivale, al fin y al cabo, a vaciar sus pretensiones conceptuales
y causales— y tomamos las designaciones coloniales como contingencias
sociohistóricas a ser investigadas (lo que incluye las “invenciones interculturales”), o
de otra parte nos mantenemos bajo la seducción esencialista de este “étnico” y nos
de otros pactos establecidos en el espacio social del Surandino25. De acuerdo con los
24 Respecto a las fortificaciones de múltiple y variable ocupación “étnica” (Julien, 1995; Pärssinen &
Siiriäinen, 1998; Pärssinen, 2003), la autora sostiene que ellas configurarían un tipo de control militar
incaico caracterizado por “centros desarraigados” (o “centros desincrustados”: “disembedded centers”):
“Por centros desarraigados yo quiero decir que el Inka no produjo cambios significativos en las
tendencias socioeconómicas locales existentes, a despecho de la extensa inversión en
infraestructura” (Alconini, 2004: 414, traducción nuestra).
Aunque la autora no lo mencione, esta proposición conceptual de “centro desarraigado” tiene como
precedente la noción de “capital desarraigada”, fraguada para la arqueología mesoamericana por
Richard Blanton (1978). Como ya lo subrayó desde fines de los 70s la extensa crítica a esta noción, su
problema está en cómo explicar sociológicamente el “desarraigo”, es decir: su origen, funcionamiento y
posible persistencia. En el caso en cuestión, esta crítica implica en considerar que la política militar del
Inka para su frontera sudoriental tenía que establecer nexos imprescindibles (que suponemos
reciprocitarios) con los kurakas locales, haciendo con que la “extensa inversión en infraestructura”
pudiera simplemente —como era corriente en los Andes— formar parte de la dinámica de don y
contradon. En suma, no estaría necesariamente en la producción e intercambio de bienes económicos el
significado, con relación a los grupos locales, de los asentamientos militares incaicos de la frontera.
25 Son ellas: Qulla (de Kapawanku y de Puqu), Pakaxa (de Pukarani), Qhichwa (“Ingas”), Kanchi,
Lupaqa (de Ilavi), Karanka, Killaqa, Charka, Qaraqara, Kana, Sura y Churumata. Archivo General de la
Nación, Buenos Aires (en adelante AGN), XIII-18.4.1.
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primeros datos censales disponibles que traen información sobre los ayllus del
Repartimiento de Tarabuco y Presto26, encontramos a fines del siglo XVI seis ayllus
agrupados en la Reducción de Tarabuco y cuatro en la Reducción de Presto. De estos
diez, sólo dos son mencionados como ayllus “de yamparaes” (uno de la Parcialidad
Anansaya, otro de “Yamparaes de Oroncota”, Parcialidad Urinsaya), ambos adscritos a
la Reducción de Tarabuco y representando tan sólo 23% del total de originarios
tributarios del Repartimiento. Sin embargo, resulta difícil considerar este índice como la
“medida” de la incidencia de una “población de origen Yampara” en el Repartimiento
de Tarabuco y Presto. Veinte años antes de estos datos que permiten acceder a
informaciones detalladas respecto a los ayllus, los registros más generales (los únicos
disponibles) del resumen de los padrones de la Visita General del Virrey Francisco de
Toledo informan que:
“(...) parece por la vicita que de ellos hizo el Señor Licenciado Matienzo que son
quinientos y treinta y un Yndios tributarios Mitimaez à los quales se han llegado
sincuenta y dos Llatarunas de hedad para tazar.
Ytten dos mil y tres cientos y quarenta y sinco Personas viexas muchachos y
mugeres de todas hedades y estados de diez y siete años para avaxo.
Que son por todas Dos mil y ochocientas y setenta y seis Personas de los Mitimaez
y Dos cientas y treinta y una de los Yatarunas”27.
26 No se han encontrado (al menos todavía) transcripciones de los padrones perdidos de la Visita General
del Virrey Francisco de Toledo, redactados por el Visitador Juan de Matienzo (1573). Los datos que
aquí se presentan se refieren a la revisita ordenada por el Virrey García Hurtado de Mendoza, de 1592-3
(AGN, XIII-18.4.1), hecha un año después de una epidemia de sarampión y/o viruela. En este momento,
sin embargo, no se puede decir si ya se habría consumado un eventual movimiento de regreso de
algunos mitmaqkuna a sus llaqtas originarias (cf. Sánchez-Albornoz, 1978).
27 AGN, IX-17.2.5, “Libro de Retazas Libradas por el Ex.º S. Toledo, 1785”, folio 197 verso.
28 Es decir: se confrontan ahí los 23% que representaban los ayllus “de Yampara” en el total de la
población en 1593 con los 10% de los llaqtaruna (o no-mitmaqkuna) en 1573. Como estamos tratando
de porcentajes, o sea, de números relativos, creemos que es posible tomar de menos el espacio de 20
años entre las dos cifras. En este lapso, uno puede suponer que hubo, por ejemplo, una salida masiva de
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XIX, cuando empieza a consolidarse el avanzo de las haciendas sobre los terrenos de originarios, 18
subunidades ya por entonces mencionadas en los padrones fiscales como “ayllus” (ANB, Rv 225).
Si el mecanismo reciprocitario prehispánico suponía la imbricación inclusiva, el mecanismo
jurisdiccional hispánico parece suponer la fragmentación autonomista, incluso dentro de las unidades
fiscales.
31 AGN, XIII-18.4.1, libro 2, folio 118 recto. Seis años después, una nueva “memoria” da noticia de la
introducción de algunas modificaciones en este cómputo, al parecer buscando atender la creciente
demanda de los vecinos y oficiales artesanos de la ciudad de La Plata por la mano-de-obra indígena,
mientras los Chiriguano atenuaban sus razias. Para esto se eliminaba la guardia de Presto, dejando en su
lugar cuatro indios y un capitán como espías para correr la frontera de la provincia, y se incrementaban
22 indios para los servicios de la ciudad (ANB, EC 1597.6, folio 2 verso). Prontamente, el Corregidor
de Tomina, Capitán Antonio de Urteaga, dio parecer a la Real Audiencia de que no se debería dar en
mita ningún indio de Tarabuco y Presto a La Plata, salvo los ocho que una nueva Provisión determinó
que se entregasen para la obra de la fuente de la ciudad, aun así “por el tiempo que durare la obra (...)
avnque rrecivan alguna bexacion por dicha cosa tan conbiniente y nesçesaria y bien comun con que
acabada la obra no les hagan acudir con esta cantidad a otras cosas” (ibidem, folio 11 recto).
La mita ordinaria de la ciudad La Plata habría sido establecida por el Virrey Francisco de Toledo. Los
incrementos sólo podrían ser provistos por la Real Audiencia, por medio de decretos o provisiones,
quedando los nuevos repartimientos bajo el título de “extraordinarios”.
32 En términos estrictamente formales, esto rebasaba la norma de las Ordenanzas del Virrey Toledo, que
establecía la cesión máxima de un séptimo (14,3%) de la población tributaria.
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33 ANB, EC 1597.6, folios 4 verso y 5 recto (“Petición del Regidor Perpetuo de La Plata Gerónimo de
Porras”).
34 ANB, EC 1586.6, folios 15-18 (Memoria de Francisco Montaño).
35 En una de sus peticiones, Francisco Aymoro se presenta como “Principal del rrepartimiento de los
yanparas en bos y en nombre de Todos los caçiques de Paccha y arauate y otras partes” (ANB, EC
1586.6 folio 22 recto).
36 ANB, EC 1586.6.
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Del mismo modo, la antigua categoría andina llaqta designaba muy bien una
procedencia, pero no es compatible para recortar mecánicamente pertenencias
“étnicas”. A lo sumo, ella nos remite a adscripciones circunstanciales, que necesitan un
contexto histórico y social para que sean precisadas, en lugar de que nos ofrezca alguna
llave para desvelar una imponderable “esencia” de los grupos sociales.
Así que no cuesta enfatizar que los Yampara legados por la historia —es decir,
los Yampara de los mismísimos documentos que hoy se prestarían a sufragar extrañas
continuidades étnicas— son los que se presentaron, bajo un específico marco de
adscripción, como diferentes de la gente de Tarabuco y Presto y de la gente de Pocona
y Mizque (...por ejemplo). De lo contrario, ¿existiría alguna “esencia” Yampara que
pudiera avalar hasta donde se ensancharía esta marca “étnica” para más allá de su
histórica circunstancia? ¿Hasta donde se puede hablar ahí de “vínculos ancestrales”?
Curiosa casualidad: los kurakas de Pocona y Mizque argumentaban en su defensa y en
contra del aumento del contingente de mita que: aparte el hecho de que estaban a más
de treinta leguas de La Plata, estaban también agravados con [fi
[fin p. 118] las mitas de las
este caso un interesante registro documental que nos sugiere una situación de
establecimiento de fronteras de adscripción que responde a la delimitación de la
territorialidad y que nos da muestra también de como el “vector territorial” en la
definición de las unidades locales se habría consagrado ya en el proceso reduccional
del Virrey Toledo38.
“(...) las dichas tierras de chilca e cota tan solamente pertenecen a los dichos yndios
yamparaes la tercia parte e las otras dos tercias partes a los dichos yndios de
Tarabuco por rrazon de que sienpre avian sido de los yndios yanparaes que estauan y
residian en el dicho pueblo de tarabuco del qual tan solamente se auian mudado atun
yampara e yotala los treynta dellos e no mas e que los que residian en tarabuco estarian
muy faltos de tierras e tenia muy Pocas e de Muy Poco prouecho e que las dichas
tierras de chilca e cota estauan a media legua e las que mas lejos aun a del dicho
pueblo de Tarabuco donde hordinario hazian sus sementeras e pagauan sus tasas e
que los dichos yndios de yotala no tenian necesidad dellas por tener muchas tierras
e las susodichas tierras estauan siete leguas de yotala donde no se aprouechauan
dellas los quales si tuuieran algun derecho a ellas las pidieran ante el licençiado matienço
nuestro visitador que fue el qual visito los [fi
[fin p. 119] dichos Pueblos de Tarabuco yotala e
atun yanpara y estuuo en ella muchos dias y si algun derecho tenian lo auian perdido Por
no auello Pedido al tienpo de la uisita”40.
38 Con esta asertiva queremos sugerir que la Composición de Tierras iniciada en 1592 puede haber sido
más bien el proseguimiento de una reglamentación social que, por su turno, tenía en el proceso
reduccional (que acompañó a la Visita General de la década de 1570) el precedente que ancló sus
marcos de legitimidad en el mundo indígena (al menos, aparentemente, en el Surandino).
39 AGI, Charcas, 44, cursivas nuestras.
40 AGI, Charcas, 44 (“El Pleyto ques entre los caciques e yndios del pueblo de tarabuco e joan de baños
su defensor en su nombre de la vna parte e los caciques e yndios yanparaes y el licençiado canpuzano
abogado de los naturales en su nombre de la otra sobre las tierras de chilca e cota”), cursivas nuestras.
P á g i n a | 22
[...] porque las tierras que el dicho don francisco da a los tarabucos en rreconpensa
dellas heran de las que le perthenescian de la herencia de su padre e asi esta
rreconpensa que se le haze queda para el propio e para sus herederos. 43
Cinco años más tarde, Francisco Aymoro entrega el terreno distante, en las
alturas de Jatun Yampara (el “tercio” sobrante), al español Alonso Vázquez en trueque
41 De las designaciones mencionadas en este “Pleyto”, existen todavía hoy las comunidades de Iskisma
(o Esquisma) y Quta, en la quebrada (todavía a media altitud) del río Kotamayu, inmediatamente a Este
del pueblo de Yamparaéz (en el actual municipio de Yamparáez). El designativo Chillka incide hoy
sobre algunos sitios cercanos a la región de Wichu Pampa (en el actual municipio de Tarabuco),
inmediatamente a Oeste del pueblo de Tarabuco. Hasta muy poco tiempo estas comunidades compartían
el patrón vestimentario tradicional de la gente indígena-campesina de la región de Tarabuco y al parecer
siguen compartiendo el mismo calendario ritual.
42 En esta región el designativo Iskana se remite a unos terrenos más bajos, hacia los valles del actual
municipio de Sotomayor. El nombre “Chamiplepoco” parece indescifrable; no se refiere a nada que
existe hoy, tampoco suena como una palabra derivada de la morfología quechua. En términos
geográficos, lo que la división territorial establecida por este acuerdo traduce es que los Tarabuco se
quedan arrinconados en los terrenos más altos de la región, efectivamente hacia la Cordillera de
Mandinga, mientras los Yampara del Kuraka Aymoro se quedan ocupando las tierras más bajas de los
valles de Yotala y Jatun Khasa, hacia el río Pilcomayo.
43 Ibidem.
P á g i n a | 23
de unas tierras que éste tenía en medio de otras de propiedad del mismo Aymoro, más
cercanas de su residencia, en el valle de Yotala44.
condición de miembros de la comunidad, lo que incluía a los mitmaqkuna instalados durante el periodo
anterior a la llegada de los españoles. Los demás conformaban la categoría fiscal de los forasteros o de
los yanakuna. Éstos últimos se constituían como siervos o empleados dependientes de los propietarios
de tierra españoles u oficiales artesanos, o ellos mismos oficiales artesanos (sobre todo en las ciudades y
pueblos). A los yanakuna también se les asignaba un principal para fines de cobro de tributos.
Originarios y yanakuna tributaban acorde las tasas establecidas por el Virrey Toledo, pero las
obligaciones de mita sólo incidían sobre los primeros. Los forasteros serían incluidos en el gravamen
tributario solamente en 1734, por cuenta del Decreto del Virrey José de Armendáriz, Marqués de
Castelfuerte. Todas estas categorías juntas formaban el total de indios adultos. Estas categorías se ciñen
tan solamente a los hombres (es decir, cabezas de familia o solteros) de más de 18 años y menos de 50.
Mujeres, niños y viejos (“reservados por edad”) conformaban otras categorías fiscales.
47 Se supone que, de una parte, la incidencia de las epidemias pudiera hacer más daño en las regiones
más cálidas y, de otra, que muchos antiguos mitmaqkuna de los valles pudieran haber regresado a sus
llaqtas de origen, incluso a causa de las epidemias que dejaban despoblados los terrenos de sus familias
en sus llaqtas de las tierras altas. Es de suponerse que este último vector se haya verificado con mayor
incidencia en el espacio de las provincias que habían recibido una masiva colonización incaica, es decir,
en los valles de Cochabamba y Mizque.
48 Las informaciones sintetizadas a partir de los datos proporcionados por Sánchez-Albornoz para las
provincias de que estamos tratando son las siguientes:
en todas estas provincias, las altiplánicas albergaban un 55,3%, frente a un 44,7% de las
provincias de los valles, es decir, una correlación mucho más cercana (1,24 para 1) de
las participaciones en el cómputo total de la población considerada. En suma, se puede
estimar con un considerable grado de probabilidad que la reposición poblacional de las
provincias de los valles fue proporcionada por los forasteros procedentes de las
provincias altiplánicas49.
Sin embargo, podemos hacer también un otro cruce de datos a partir del cuadro
demográfico compilado por Sánchez-Albornoz, que consiste en identificar, al final del
periodo en causa, la incidencia de forasteros en las provincias del Altiplano obligadas a
la mita de Potosí y en las provincias de los “valles” exentas de ella. Así, tenemos en
Carangas y Paria una presencia de forasteros de 12,7% y 17,7% respectivamente, frente
al total de los indios adultos, mientras en Mizque, Yamparáez y Tomina tenemos esta
presencia en 76,2%, 62,83% y 48,92% respectivamente. Los valores son bastante
discrepantes y agrupables en sus respectivos extremos. Esta discrepancia nos
proporciona un indicio más para la confirmación de la nota reproducida por uno de los
contadores de la retaza de 1688, a propósito de quienes eran los forasteros de la
Provincia de Yamparáez: “originarios de distintas prouincias sujetas ala Mita de
Potosi”50.
49 Hay que considerar, pues ya, que estamos tratando de un lapso de 110 años, respecto al cual no deja de
ser temerario suponer que “todo el resto se ha quedado constante”.
50 AGN, XIII-25.5.4, “Retazas hechas en virtud de la Numeración General que tiene las Prouincias, cõ
las Caxas que comprehenden en la manera siguiente”, folio 15 recto.
P á g i n a | 26
mismos. En este sentido los grupos sociales locales pasan a ser tan simplemente
“receptores” de gente; y los kurakas, fiscales de presentes, huidos y advenedizos. No
obstante, en lo que toca a las provincias exentas de la mita de Potosí, la recepción de
contingentes de forasteros fue considerable, como nos indican los porcentajes luego
antes mencionados. Del mismo modo, creemos que la incorporación de toda esta gente
se dio acorde una lógica cultural que seguía operando: la de los ámbitos de
reciprocidad, del intercambio de trabajo, de redistribución ordenadora y de
reconocimiento de autoridad en este contexto. Precisamente por esto, las migraciones
internas del período colonial, aunque en proporciones considerables y en condiciones
muy distintas del movimiento de personas del mundo prehispánico, no significaron el
sumario desmantelamiento del orden social indígena.
“No han vendido los caciques ni indios en este tiempo, tierra ninguna que se sepa;
pero por órden de S. M. y sus visitadores generales, de las tierras de los indios de
Tarabuco y Presto, se han vendido cantidad de ellas que tenian en el valle de
Sampaya y Pocopoco, y Llave y Sondere, y otras tierras junto al pueblo de Presto, y
otras algunas, que todas ellas es una buena cantidad que ahora no les hace falta
notable, aunque de la vecindad de los españoles tienen las que se siembran algunos
dueños de ganados; pero haríansela, si estos pueblos viniesen en aumento de
indios.” (Anónimo, 1608: 335).
años antes encuentra efectividad y voz en una petición que los kurakas de los
repartimientos hacen al Virrey, como que invocando, también de él, el ejercicio de su
presunta (para la lógica indígena) prerrogativa distribuidora:
La última mención que esta petición hace a las mitas se encuadra en el contexto
de los esfuerzos del Virrey, Duque de La Palata, que ya desde su Visita de
empadronamiento buscaba acarrear hacia la mita de Potosí lo máximo de contingente
disponible de mano-de-obra. Esto incluyó el intento de “afectar” a lo máximo posible
de provincias, lo que incluyó por supuesto la de Tomina, tanto en lo que toca a los ya
separados Repartimientos de Tarabuco y Presto cuanto a los yanakuna y forasteros de las
haciendas y pueblos de españoles en los valles. El Virrey contaba con los esfuerzos de su
nombrado Corregidor, Juan de Saldíaz y Espínola, pero en el curso de sus trabajos el
Corregidor se apercibió de la dificultad en llevar a término los intentos de La Palata52, y
con la asunción en 1690 del Conde de La Monclova como Virrey, el proyecto fue
definitivamente olvidado.
51 AGN IX-10.3.7, folio 118 recto; Carta de los principales de Tarabuco y Presto, Tomina, 11 de
noviembre de 1690; cursivas nuestras.
52 En una carta al Virrey, Saldíaz y Espínola llega a notar:
“Y es cierto Señor, que solo de oir nombrar estos Yndios flojos y haragañes el Cerro de Potosi se
amedrentan, y como no han mitado jamas desta Prouincia, se necessita el darles a entender que
todo lo mandado por V.X.ª es de mucho vtil y aliuio para ellos, como lo van hasiendo los Curas”
(AGN IX-10.3.7, folio 112 recto, Carta del Corregidor de Tomina, Tarabuco, 30 de junio de 1689).
P á g i n a | 28
dejan de ser de una media de 40 años y pasan a ser de tan [fi 25] sólo 25. Con este
[fin p. 125]
tarabuco presto
Una forma gráfica de presentar esta evolución de relaciones para Tarabuco (el
Repartimiento más grande y para el cual tenemos los datos completos) sería: [fi
[fin p. 126]
26]
53 Las fuentes documentales de los datos presentados están mencionadas en el primer párrafo de la nota
30. En el curso de esta evolución demográfica no tenemos noticia de incidencia de cualquier epidemia.
Al revés, la revisita de 1725 fue precisamente motivada por la epidemia de 1718-1723, “la última gran
epidemia que asoló a la Sudamérica española durante el periodo colonial” (Pearce, 2005: 136).
P á g i n a | 29
La información más inmediata que estos cuadros nos sugieren es que las
haciendas de la región constituyeron un centro constante y relativamente creciente de
absorción de mano-de-obra indígena. Esto nos hace deducir que: o bien se mantuvo un
cierto flujo de llegada de advenedizos o los forasteros que ya estaban asentados se
pasaron progresivamente de las tierras de los ayllus ―donde se encontraban en
condición de “agregados”54― a las haciendas, para vivir en condición de colonos. La
segunda alternativa es probable, pero a simple vista, nos suena sociológicamente un
tanto inverosímil. Aunque nos abstraigamos de una persistencia del flujo [fi
[fin p. 127]
27]
54 Ya por ocasión de los padrones de 1770 ―es decir, antes de la “Ynstruccion Methodica” de 1784 para
las revisitas; Instrucción que distinguirá las clases de forasteros― son identificados como clases
separadas los “Yndios agregados al comun y tierras de los orijinarios”, de una parte, y los “forasteros y
vagos”, de otra, agrupados éstos junto con los yanakuna de las haciendas (“que tributan lo mismo que
los forasteros”) (AGN, XIII-18.5.3).
55 Sánchez-Albornoz (1978) sugiere que en el siglo XVIII sí se mantuvo el fenómeno de la migración,
pero no disponemos por el momento de datos extensivos para estimar su magnitud.
P á g i n a | 30
Al empezar este artículo, nos disponemos a contestar la cuestión de por qué los
Tarabuco no son descendientes de los Yampara. El problema, como se percibió en el
curso de la argumentación presentada, no se ciñe a una facticidad fenoménica (es decir:
quienes serían de hecho los Yampara y lo cuanto ellos habrían aportado para lo que
son hoy los Tarabuco). El problema es más bien conceptual, o sea, se trata de poner en
cuestión las categorías que calcamos un tanto irreflexivamente sobre lo que creemos
que sean los objetos. Pues ya, esto también incide sobre nuestras eventuales
suposiciones acerca de lo que sea la “identidad” de “los Tarabuco” actuales. Ellos
mismos no se reconocen como una totalidad “étnica”, como advertimos en la nota nº 2.
Aparte el hecho de compartir un mismo calendario ritual y un mismo patrón
vestimentario59 ―lo que es algo que se reconoce desde afuera y que se [fi 29] toma
[fin p. 129]
59 En el caso del patrón vestimentario, esto era más evidente hace 30 o 40 años. Actualmente el uso de
las ropas tradicionales parece estar decayendo y en muchas comunidades campesinas, sobre todo a
Oeste de Tarabuco, ya no son más utilizadas.
60 Tampoco existe este etnónimo, “Tarabuco”. Utilizamos esta notación en un sentido analítico, por mera
comodidad terminológica. El sentido común llama a esta gente “tarabuqueños”, en términos
estrictamente aproximativos. Ellos mismos no se dicen “tarabuqueños”; se dicen tan simplemente
“campesinos”.
P á g i n a | 32
61 Para la descripción etnográfica que subsidia estas observaciones, véase Cavalcanti-Schiel (2005).
P á g i n a | 33
Las primeras fotografías que nos presentan la gente de Tarabuco en sus trajes,
probablemente son las hechas por Julien Guillaume en los trabajos de la misión de la
Sociedad de Antropología de Paris en 1903-1904 y publicadas por Arthur Chervin
(1908: 42-43; fig. 27-28) 62. Diez años después, el antropobiólogo belga Georges Rouma
empieza sus “estudios de grupos regionales” en los Andes bolivianos, desde su base en
Sucre, y en 1933 publicará los resultados de su trabajo antropométrico en un volumen
con muchas fotografías, entre ellas diez tomadas de los colonos de las haciendas de
Cororo y Vila-Vila, entre Presto y Tarabuco (Rouma, 1933: 21-32). Con estos registros
pioneros se observa que los patrones textiles de la gente de Tarabuco ya estaban
consagrados a comienzos del siglo XX como los mismos que los actuales. El único
registro iconográfico anterior que disponemos es una ilustración de tipos sociales
bosquejada por el naturalista francés Alcide d’Orbigny hacia 1832 y terminada por
Jules Boilly para la obra Voyage dans l’Amérique Méridionale (D’Orbigny, 1847: lámina
“Costumes nº 13”). La ilustración está subtitulada “indios y mestizos de la nación
quechua, de Chuquisaca y su entorno”. Sabemos también que d’Orbigny pasó por
Tarabuco. Este registro iconográfico (siquiera finalizado [fi
[fin p. 131] por él), que presenta
a una pareja de indígenas vistiendo un unku, una lliklla y un aqsu a rayas, aunque por
demás esquemático, bien poco preciso y vago en su indicación de lugar, sugiere la
disposición simétrica o progresiva del cromatismo de los textiles tarabuco actuales.
62 La misión ―en Bolivia, Chile y Argentina― fue dirigida por Georges de Créqui-Montfort y Eugène
Sénéchal de La Grange y se extendía también para los ámbitos de la geología, botánica y zoología. La
publicación de sus resultados, en lo que toca a las investigaciones antropológicas, estuvo a cargo de
Arthur Chervin (que no participó de la misión, pero participó su organización logística). Esta
publicación ocupó tres volúmenes de la larga colección dedicada a la misión; el primero consagrado a la
etnología, demografía y fotografía métrica, el segundo a la antropometría y el tercero a la craniología.
En el mismo año (1908) la misma colección publicó también el trabajo de Éric Boman, dedicado a las
“antiquités de la région andine de la République Argentine et du dèsert d’Atacama”. Por ocasión de esta
misión en Sudamérica se formó una extensa colección arqueológica y etnográfica, expuesta en Paris y
donada a las colecciones del Estado francés, con la intención de constituirse un Museo Americano en
Paris, muy alentado por Créqui-Montfort, pero que no llegó a consolidarse. La colección fue
incorporada al acervo del antiguo Musée de l’homme y está hoy absorbida por el Musée du quai Branly.
De las donaciones indicadas a nombre de Créqui-Montfort y Sénéchal de La Grange se registran textiles
etnográficos procedentes de La Paz, Aroma, Ingavi, Copacabana, Calcha, Pulacayo y Yura (Potosí),
Pazna (Oruro) y del lago Poopó (probablemente Uru), pero no de Tarabuco. Los textiles etnográficos de
este centro en las colecciones del Musée du quai Branly (heredadas del Musée de l’homme) fueron
recolectados por Louis Girault 60 años después de la misión de 1903-4.
P á g i n a | 34
un montón de escombros, como nos asegura el propio d’Orbigny (1844: 274)63, será el
curso del siglo XIX y, al parecer, las nuevas disposiciones republicanas, que van
enseguida arruinar la capacidad aglutinante de lo que eran los kurakas del repartimiento
colonial.
Fue este último cuartel del siglo XIX que presenció un fuerte movimiento de
expansión de las haciendas, a costo de la propiedad indígena, y secundado por una
explosiva mercantilización de las tierras (Langer, 1987, 1989: 65-73), a punto de
prácticamente generalizarse el sistema de propiedad por arrendamiento a colonos
indígenas. El nuevo régimen de autoridad de la hacienda reubicó hacia los patrones el
lugar simbólico de distribuidor que antes les tocaba a los kurakas, de modo que al llegar
a vísperas de la Reforma Agraria (aquí iniciada en la década de 60 del siglo XX), la
región se había convertido en una colcha de retazos de propiedades agrarias, en la que
se mezclaban unos pocos “terrenos de originarios”. La creación de las nuevas
comunidades campesinas por el sindicalismo post-52 [fi
[fin p. 132] fue tan simplemente la
63 Por esta época (más precisamente en 1814), también el pueblo de Presto fue saqueado e incendiado por
las tropas realistas (Mallo, 1903: 257).
64 ANB, Rv 219.
65 ANB, Rv 225.
P á g i n a | 35
También muchas veces resulta tentador creer que todas las formas culturales
son ancestrales (sobre todo las exóticas)66 y atribuibles a un origen unívoco,
incontestable, un faro estereotípico de la alteridad, que puede hipostasiarse en un
pasado lejano (“los Yampara”, por ejemplo). Al revés, para muchos también, resulta
tentador suponer las tradiciones como irremediablemente “inventadas” (cf. Hosbawm
& Ranger, 1983), por cuenta de la presunta operación transcultural, universal y
absoluta de una racionalidad práctica del interés (Sahlins, 1976, 1995), eventualmente
considerada, incluso, como una respuesta a la dominación (cf. Stern, 1987).
66 No es raro encontrar guías turísticos en la feria de los domingos en Tarabuco “explicando” a los
turistas extranjeros, maravillados con tanta alteridad, que esto o aquello es... “prehispánico”.
P á g i n a | 36
sería ingresar en el truismo de las generalidades inocuas, de modo que el trabajo sigue
siendo investigar las especificidades.
En términos concretos: lo que el caso de los espacios indígenas “de los bordes”
orientales de los Andes nos ofrecen con su imagen histórica de “máquina de
incorporación de gente” no es tan sólo la pasividad de la expresión del trastorno
producido por el sometimiento colonial de las poblaciones indígenas andinas, es antes
la posibilidad de que reflexionemos sobre la lógica de funcionamiento de esta máquina
social y nos preguntemos acerca de sus razones y, enseguida, acerca de las bases de
legitimación del orden social que estas razones instauran. Esto corresponde a dejar de
hacer discurso sobre la dominación y la resistencia y empezar a hacer sociología
histórica de las poblaciones indígenas. Por lo demás, ya basta de hablar de “grupos
étnicos” de forma tan vacía en los Andes. [fi
[fin p. 134]
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