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Gilles Deleuze
* «L'épuisé», Samuel Beckett, Gilles Deleuze, Quad et autres pièces pour théatre, París, Minuit, 1992.
1 Nouvelles et textes pour rien, p. 128.
2 L’innommable , p. 105.
3 Pour finir encore et autres foirades, p. 38.
4 Cfr. Brice Parain, Sur la dialectique, Gallimard : el lenguaje «no dice lo
que es, dice lo que puede ser... Si uno dice “está tronando”, en el campo le
responden: “es posible, puede ser”... Cuando digo que es de día, no lo hago
en modo alguno porque sea de día... [sino] porque tengo una intención que
realizar, que me es propia, y a la cual el día sirve tan sólo de ocasión, de
pretexto o de argumento» (pp. 61, 130).
exclusivas (noche-día, salir-volver...) cansan con el tiempo.
Antes incluso que un arte, es una ciencia que exige prolongados estudios. El
11 Cfr. el poema de Yeats que inspira la pieza para televisión ...sino las
nubes... [el original inglés dice «testy delirium» y conforme al mismo tra-
ducimos (N. del T.)].
12 Malone meurt , p. 129.
13 Cap au pire , p. 15 ; Soubresauts, pp. 7, 13 ; Pour finir encore, pp. 9, 48.
he estado sentado en este mismo lugar...»14. Ahora bien, ¿por qué el sentado
está al acecho de las palabras, de las voces, de los sonidos?
Para agotar lo posible, hay que referir los possibilia (objetos o «chismes») a
14 L’innommable , p. 12.
15 Molloy, p. 83.
16 Mal vu mal dit , p. 69.
17 L’innommable, p. 44. Cfr. Edith Fournier, Samuel Beckett; Revue
d’esthétique, Ed. Privat, p. 24 : «Beckett golpea en los lugares precisos, ni la
frase ni la palabra, sino su oleada: su grandeza consiste en haber sabido
pararla...».
las palabras que los designan mediante disyunciones inclusivas, en el seno
de una combinatoria. Para agotar las palabras, hay que referirlas a los Otros
que las pronuncian, o más bien las emiten, las secretan, conforme a flujos
que unas veces se mezclan y otras se distinguen. Este segundo momento,
muy complejo, no deja de tener relación con el primero: siempre habla un
Otro, puesto que las palabras no me han esperado y no hay más lengua que la
extranjera; siempre es un Otro el «propietario» de los objetos que posee
hablando. Sigue tratándose de lo posible, pero de una manera nueva: los
Otros son mundos posibles, a los que las voces confieren una realidad
siempre variable, con arreglo a la fuerza que tienen, y revocable, con arreglo
a los silencios que expresan. Unas veces son fuertes y otras débiles, hasta
que se callan un momento (con un silencio de cansancio). A veces se separan
e incluso se oponen, y otras se confunden. Los Otros, es decir, los mundos
posibles con sus objetos, con sus voces, que les dan la única realidad a la que
pueden aspirar, constituyen «historias». Los Otros no tienen otra realidad
que la que su voz les da en su mundo posible18. Son Murphy, Watt, Mercier
y todos los demás, «Mahood y consortes», Mahood y compañía: ¿cómo
acabar con ellos, con sus voces y sus historias? Para agotar lo posible en este
nuevo sentido, uno debe confrontarse de nuevo con el problema de las series
exhaustivas, con el peligro de caer en una «aporía». Habría que conseguir
hablar de ellos, pero: ¿cómo conseguirlo sin introducirse a sí mismo en la
serie, sin «prolongar» sus voces, sin volver a pasar por ellos, sin ser por turno
Murphy, Molloy, Malone, Watt... etc., y recaer sobre el inagotable Mahood?
O entonces sería preciso que yo llegara a mí, no como a un término de la
serie, sino como a su límite, yo el agotado, el innombrable, yo completa-
mente solo sentado en la oscuridad, devenido Worm, el «anti-Mahood»,
privado de toda voz, de tal suerte que no podría hablar de mí mismo sino con
la voz de Mahood y no podría ser Worm más que deviniendo de nuevo
Mahood19. La aporía consiste en la serie inagotable de todos los agotados.
«¿Cúantos somos finalmente? ¿Y quién habla en este momento? ¿Y a quién?
¿Y de qué?». ¿Cómo imaginar un todo que haga compañía? ¿Cómo hacer un
todo con la serie, remontando, descendiendo de dos en dos si uno habla al
otro, o de tres en tres si uno habla al otro de otro a su vez? 20 La aporía
encontrará su solución si se considera que el límite de la serie no está en el
infinito de los términos, sino tal vez en cualquier lugar, entre dos términos,
entre dos voces o variaciones de la voz, en el flujo, ya alcanzado mucho
Así, pues, hay una lengua III que ya no refiere el lenguaje a objetos enu-
merables y combinables, ni a voces emisoras, sino a límites inmanentes que
no dejan de desplazarse, hiatos, agujeros o desgarrones de los que uno no se
daría cuenta, atribuyéndolos al mero cansancio, si no crecieran de repente
para acoger algo que viene del afuera o de otro lugar: «Hiato para cuando las
palabras desaparecidas. Cuando ya no hay manera. Entonces todo visto
como sólo entonces. Desoscurecido. Desoscurecido todo lo que las palabras
oscurecen. Y así todo visto no dicho»22. Ese algo visto, u oído, se llama
Imagen, visual o sonora, con la condición de liberarla de las cadenas en las
que las otras dos lenguas la mantenían. Ya no se trata de imaginar un todo de
la serie con la lengua I (imaginación combinatoria, «mancillada de razón»),
ni de inventar historias o inventariar recuerdos con la lengua II (imaginación
mancillada de memoria), aunque la crueldad de las voces no deje de tras-
pasarnos con recuerdos insoportables, historias absurdas o compañías in-
deseables23. Es muy difícil arrancar todas esas adherencias de la imagen
para alcanzar el punto «Imaginación Muerta Imaginad». Es muy difícil hacer
una imagen pura, no mancillada, nada más que una imagen, alcanzando el
punto en el que ésta surge en toda su singularidad sin conservar nada de
personal, tampoco de racional, y accediendo al indefinido como al estado
celeste. Una mujer, una mano, una boca, unos ojos..., blanco y negro..., un
poco de verde con manchas de blanco y de rojo, un pedazo de pradera con
amapolas y borregos...: «Pequeñas escenas sí en la luz sí pero no a menudo
no como si aquello se encendiera sí como si sí... Llama a eso la vida allá
21 L’innommable , p. 169.
22 Cap au pire, p. 53. Y ya una carta de 1937 escrita en alemán (Disjecta...,
Ed. Calder, Londres): «Visto que no podemos eliminar el lenguaje de re-
pente, al menos no debemos desperdiciar nada de cuanto pueda contribuir a
su descrédito. Abrir agujeros en el mismo, uno tras otro, hasta el momento en
que aquello que está agazapado detrás, sea algo o nada en absoluto, empiece
a supurar a su través» (Cap au pire dirá, por el contrario: «sin supuración»).
23 A menudo la imagen no logra desprenderse a duras penas de una ima-
gen-recuerdo, sobre todo en Compagnie. Y a veces la voz está animada por
una voluntad perversa de imponer un recuerdo particularmente cruel: es el
caso de la pieza para televisión Dis Joe (Comédie et actes divers).
arriba sí... no son recuerdos no»24.
Hacer una imagen, de vez en cuando («ya está he hecho una imagen»), el
arte, la pintura, la música, ¿pueden tener otro objetivo, aunque el contenido
de la imagen sea muy pobre, muy mediocre?25 Una escultura de porcelana
de Lichtenstein, de unos sesenta centímetros, levanta un árbol de tronco
marrón, con una bola verde, al lado de una nubecilla y de un pedazo de cielo,
a derecha e izquierda, a diferente altura: ¡qué fuerza! Uno no pide nada más,
ni a Bram van Velde ni a Beethoven. La imagen es un pequeño ritornelo,
visual o sonoro, cuando ha llegado la hora: «la hora exquisita...». En Watt,
las tres ranas entremezclan sus canciones, cada una con su cadencia propia,
Krak, Krek y Krik. Las imágenes-ritornelos corren a través de los libros de
Beckett. En Primer amor, él ve cómo vacila un rincón del cielo estrellado, y
ella canturrea en voz baja. Sucede que la imagen no se define por lo sublime
de su contenido, sino por su forma, es decir, por su «tensión interna», o por la
fuerza que moviliza para hacer el vacío o abrir agujeros, aflojar la opresión
de las palabras, secar la supuración de las palabras, para librarse de la me-
moria y de la razón, pequeña imagen alógica, amnésica, casi afásica, que a
veces se mantiene en el vacío y otras se estremece a la intemperie26. La
imagen no es un objeto, sino un «proceso». No conocemos la potencia de
tales imágenes, por más simples que sean desde el punto de vista del objeto.
Se trata de la lengua III, no ya la de los nombres o las voces, sino las de las
imágenes, sonantes, colorantes. Lo fastidioso en el lenguaje de las palabras
es la manera en que está cargado de cálculos, de recuerdos y de historias: no
puede dejar de estarlo. Sin embargo, es preciso que la imagen pura se inserte
en el lenguaje, en los nombres y las voces. Y he ahí que unas veces será en el
silencio, en el momento en que las voces parecen haberse callado. Pero otras
veces será también a la señal de un término inductor, en la corriente de la
voz, Bing, «Bing imagen apenas casi nunca un segundo tiempo sideral azul y
blanco al viento»27. Unas veces es una voz anodina muy particular, como
predeterminada, preexistente, la de un Acomodador o Presentador que des-
cribe todos los elementos de la imagen venidera, pero que carece aún de
cajes de territorio y los desfiles nupciales. Esto también se aplica a los ri-
tornelos humanos. Félix Guattari ha estudiado el papel de los ritornelos en la
obra de Proust («Les ritournelles du temps perdu», L’inconscient machini-
que, ed. Encres, 1979): por ejemplo, la combinación de la frasecilla de
Vinteuil con colores, posturas y movimientos.
33 Watt , p. 32.
34 Nouvelles et textes pour rien, pp. 119-121. Y Comment c’est, pp. 125-129.
35 Le monde et le pantalon , p. 20.
una hora para las imágenes, cuando Winnie siente que puede cantar la «Hora
exquisita», pero es un momento muy próximo al final, una hora vecina a la
última. La mecedora es un ritornelo motriz que tiende hacia su propio final, y
en éste precipita todo lo posible, yendo «cada vez más rápido», «cada vez
más veloz», hasta la pronta y brusca detención36. La energía de la imagen es
disipativa. La imagen acaba rápido y se disipa, porque es de suyo el medio
para acabar. Capta todo lo posible para hacerlo estallar. Cuando se dice «he
hecho la imagen» es que esta vez se ha acabado, ya no hay posible. La única
incertidumbre que hace que continuemos es que incluso los pintores, incluso
los músicos nunca están seguros de haber logrado hacer la imagen. ¿Qué
gran pintor no se ha dicho al morir que no había conseguido hacer una sola
imagen, por más pequeña y sencilla que fuera? En tal caso es más bien el fin,
el final de toda posibilidad lo que nos enseña que la hemos hecho, que
acabamos de hacer la imagen. Y otro tanto sucede con el espacio: si la
imagen tiene por naturaleza una duración muy breve, el espacio tiene tal vez
un lugar muy limitado, tan limitado como aquel que oprime a Winnie, en el
sentido en que Winnie dirá «la tierra es justa», y Godard «justo una imagen».
El espacio apenas hecho se contrae en un «ojo de aguja», como la imagen en
un microtiempo: una misma oscuridad, «en fin, cierta oscuridad que sólo
puede cierta ceniza»; «Bing silencio Hop rematado»37.
36 Murphy , p. 181.
37 Pour finir encore , p. 16 ; y Bing (Têtes mortes, p. 66).
***
38En las novelas como Watt, la serie podía ya introducir movimientos, pero
en relación con objetos o comportamientos.
va a definirse el agotamiento, que no se confunde con el cansancio? Los
personajes realizan y se cansan en los cuatro esquinas del cuadrado, en los
lados y las diagonales. Pero efectúan y agotan en el centro del cuadrado,
donde se cruzan las diagonales. Ahí reside, podríamos decir, la potencialidad
del cuadrado. La potencialidad es un doble posible. Es la posibilidad de que
un acontecimiento a su vez posible se realice en el espacio considerado. La
posibilidad de que algo se realice, y que algún sitio lo realice. La potencia-
lidad del cuadrado es la posibilidad de que los cuatro cuerpos en movimiento
que lo pueblan se encuentren, de dos en dos, de tres en tres o de cuatro en
cuatro, siguiendo el orden y el curso de la serie39. El centro es precisamente
el sitio en el que pueden encontrarse; y su encuentro, su colisión, no es un
acontecimiento entre otros, sino la única posibilidad de acontecimiento, es
decir, la potencialidad del espacio correspondiente. Agotar el espacio con-
siste en extenuar su potencialidad, haciendo imposible todo encuentro. La
solución del problema consiste, entonces, en esa leve desencajadura central,
ese contoneo, esa desviación, ese hiato, esa puntuación, esa síncopa, regate
rápido o saltito que prevé el encuentro y la conjura. La repetición no es óbice
para el carácter decisivo, absoluto, de tal gesto. Los cuerpos se evitan res-
pectivamente, pero evitan el centro absolutamente. Se contonean en el centro
para evitarse, pero cada uno se contonea en solo para evitar el centro. Lo
despotencializado es el espacio, «Pista de anchura justa para que un solo
cuerpo nunca dos lleguen a cruzarse»40.
Se acerca también a una obra musical. Una obra de Beethoven, «Trío del
fantasma», aparece en otra pieza de televisión de Beckett a la que da títuloa.
Ahora bien, el segundo movimiento del Trío que utiliza Beckett hace que
Trío del fantasma comprende voz y música. Atañe aún al espacio, para
agotar sus potencialidades, pero de una manera completamente distinta de
Quad. Se diría que estamos en un principio ante una extensión cualificada
por los elementos que la ocupan: el suelo, las paredes, la puerta, la ventana,
el camastro. Pero esos elementos son desfuncionalizados, y la voz los
nombra sucesivamente mientras que la cámara los muestra en primer plano,
partes grises rectangulares homogéneas homólogas de un mismo espacio,
distinguidas tan sólo por los matices de gris: en el orden de sucesión, una
muestra del suelo, una muestra de la pared, una puerta sin picaporte, una
ventana opaca, un camastro visto desde arriba. Esos objetos en el espacio son
estrictamente idénticos a partes del espacio. Se trata, pues, de un espacio
cualquiera, en el sentido definido anteriormente, completamente determi-
nado, pero está localmente determinado, y no globalmente como en Quad:
una sucesión de franjas grises iguales. Se trata de un espacio cualquiera en
Desde luego, el espacio global viene dado en primer lugar, en un plano ge-
neral. Pero incluso ahí no es como en Quad, donde la cámara está fija y so-
brealzada, exterior al espacio en plano fijo, que opera necesariamente de
modo continuo. Desde luego, un espacio global puede ser agotado tan sólo
con el poder de una cámara fija, inmóvil y continua, operando con un zoom.
Un caso célebre es Wavelenght, de Michael Snow: el zoom de cuarenta y
cinco minutos explora un espacio rectangular cualquiera, y rechaza los
acontecimientos a medida de su progresión dotándoles tan sólo de una
existencia fantasmal, por ejemplo en sobreimpresión negativa, hasta que va a
dar a la pared del fondo adornada con una imagen de mar vacía en la que
todo el espacio se abisma. Se trata, se ha dicho, de «la historia de la dismi-
nución progresiva de una pura potencialidad» 43. Pero, además de que a
Beckett no le gustan los procedimientos especiales, las condiciones del
problema desde el punto de vista de una reconstrucción local exigen que la
cámara sea móvil, con travellings, y discontinua, con cortes sin empalme:
todo es anotado y cuantificado. Sucede que el espacio del Trío sólo está
determinado en tres lados, este, norte y oeste, mientras que el sur está cons-
tituido por la cámara como pared móvil. No se trata del espacio cerrado de
Quad, con una sola potencialidad central, sino de un espacio con tres po-
tencialidades, la puerta en el este, la ventana en el norte, el camastro en el
oeste. Y, como se trata de partes de espacio, los movimientos de cámara y los
cortes constituyen el paso de una a otra, y su sucesión, sus sustituciones,
todas esas franjas grises que componen el espacio conforme a las exigencias
del tratamiento local. Pero también (y esto es lo más profundo de Trío) todas
esas partes se sumergen en el vacío, cada una a su manera, de tal suerte que
cada una hace que suba el vacío en el que se sumergen, mientras la puerta se
entreabre sobre un pasillo oscuro, la ventana da a una noche lluviosa, el
El Trío nos conducía del espacio a las puertas de la imagen. Pero ...sino las
nubes... penetra en el «santuario»: el santuario es el lugar en el que el per-
sonaje va a hacer la imagen. O, más bien, dentro de una vuelta a las teorías
post-cartesianas de Murphy, hay ahora dos mundos, uno físico y otro mental,
uno corporal y otro espiritual, uno real y otro posible50. El físico parece
hecho de una extensión cualificada, con una puerta a la izquierda que da a
unos «caminos vecinales» y por la que el personaje sale y vuelve a entrar; a
la derecha un cuchitril en el que se cambia de ropa y arriba un santuario en el
que se adentra y desaparece. Pero todo ello no existe más que en la voz que
es la del personaje mismo. Lo que vemos, por el contrario, es tan sólo un
espacio cualquiera, determinado como un círculo rodeado de negro, cada vez
más oscuro a medida que uno se acerca a la periferia, cada vez más claro
cuando uno se acerca al centro: la puerta, el cuchitril y el santuario no son
más que direcciones en el círculo, oeste, este, norte y lejos en el sur, fuera del
círculo, la cámara inmóvil. Cuando va en una dirección, el personaje tan sólo
se sume en la oscuridad; cuando está en el santuario, aparece tan sólo en
plano medio corto, de espaldas, «sentado en un taburete invisible, encorvado
sobre una mesa invisible». Así, pues, el santuario no tiene más que una
existencia mental; es un «gabinete mental», como decía Murphy, y responde
a la ley de los inversos tal y como la despeja Murphy: «todo movimiento en
ese mundo del espíritu exigía en el mundo del cuerpo un estado de reposo».
La imagen es eso precisamente: no una representación de objeto, sino un
movimiento en el mundo del espíritu. La imagen es la vida espiritual, la
«vida allá arriba» de Cómo es. Uno sólo puede agotar las alegrías, los mo-
vimientos y las acrobacias de la vida del espíritu si el cuerpo permanece
inmóvil, acurrucado, sentado, sombrío, agotado a su vez: es lo que Murphy
llamaba «la connivencia», el acorde perfecto entre la necesidad del cuerpo y
la del espíritu, el doble agotamiento. El tema de ...sino las nubes... es esa
necesidad del espíritu, esa vida allá arriba. Lo que cuenta ya no es el espacio
cualquiera, sino la imagen mental a la que conduce.
Toda la última estrofa del poema de Yeats encaja con ...sino las nubes...: los
dos agotamientos para producir el final que se lleva al Sentado. Pero el en-
cuentro de Beckett con Yeats va más allá de esta pieza; esto no significa que
Beckett reanude el proyecto de reintroducción del No como realización en el
teatro. Pero las convergencias de Beckett con el No, por más que involun-
tarias, suponen tal vez el teatro de Yeats, y se manifiestan por su cuenta en la
51 Oh les beaux jours, p. 80. Se trata de una fórmula tomada de Yeats («Ah,
pozo del gavilán», Empreintes, junio de 1978, p. 2). Encontramos fórmulas
parecidas en Klossowski: «En lugar de llamar al espíritu de Roberte, se ha
producido lo contrario... De resultas de ello Roberte se torna en objeto de un
puro espíritu...» (Roberte ce soir, Ed. de Minuit, p. 31). Por su parte, Klos-
sowski reúne la invocación y la revocación, en referencia a las voces, las
respiraciones.
52 El problema de la disipación de la imagen, o de la Figura, aparece en
términos muy próximos en la pintura de Bacon.
53 Murphy , cit., pp. 84-85.
obra de televisión54. Lo que se ha llamado un «poema visual», un teatro del
espíritu que no se propone desarrollar una historia, sino armar una imagen;
las palabras que sirven de decorado para una red de trayectos en un espacio
cualquiera; la extrema minuciosidad de esos trayectos, medidos y recapitu-
lados en el espacio y en el tiempo, en comparación con lo que debe perma-
necer indefinido en la imagen espiritual; los personajes como «superma-
rionetas», y la cámara como personaje que tiene un movimiento autónomo,
furtivo o fulgurante, antagónico con respecto al movimiento de los otros
personajes; el rechazo de los medios artificiales (ralenti, sobreimpresión,
etc.) considerados inadecuados para los movimientos del espíritu... 55. Sólo
la televisión satisface, a los ojos de Beckett, tales exigencias.
El insomne de Nacht und Träume se prepara para lo que tiene que hacer. Está
sentado, las manos apoyadas sobre la mesa, la cabeza apoyada sobre las
manos: un simple movimiento de las manos que se pondrían sobre la cabeza,
o al menos se soltarían, es una posibilidad que no puede aparecer más que en
el sueño, como un taburete volador... Pero ese sueño es preciso hacerlo. El
sueño del agotado, del insomne, del abúlico, no es como el sueño que se
tiene dormido y que se hace por sí solo en la profundidad del cuerpo y del
deseo, es un sueño del espíritu, que debe ser hecho, fabricado. Lo «soñado»,
la imagen, será el mismo personaje en la misma posición sentada, invertida,
perfil izquierdo en lugar de perfil derecho, y por encima del soñador; pero,
para que las manos soñadas se desprendan como imagen será preciso que
otras manos, de una mujer, revoloteen y levanten la cabeza, la abreven en un
cáliz, la enjuguen con un paño, de tal suerte que, la cabeza ahora levantada,
el personaje soñado pueda tender sus manos hacia una de aquellas que
condensan y dispensan la energía en la imagen. Parece que esta imagen al-
canza una intensidad desgarradora, hasta que la cabeza vuelve a caer sobre
tres manos, mientras que la cuarta se posa en el cráneo. Y cuando la imagen
se disipa, juraríamos oír una voz: lo posible se ha efectuado, «ya está he
hecho la imagen». Pero no hay voz que hable, como tampoco la había en
Quad. No hay más que la voz de hombre que tararea y canturrea los últimos
compases del modesto ritornelo arrebatado por la música de Schubert,
«Dulces sueños regresad... », una vez antes de la aparición de la imagen, una
vez después de su desaparición. La imagen sonora, música, releva a la
imagen visual, y abre el vacío o el silencio del final postrero. Esta vez es
Schubert, que tanto amaba Beckett, el que opera un hiato o salto, una especie
de desencajamiento de un modo muy diferente del de Beethoven. La voz
vestido. [...] Porque yo, yo estoy acostado durante ese tiempo en mi cama,
bien cubierto con una manta de color pardo, expuesto al aire que entra por la
puerta entreabierta» [ed. cast.: «Preparativos de boda en el campo», Carta al
padre y otros escritos, Madrid, Alianza, 1999]. Asimismo, en el número de
Obliques, cfr. el texto de Groethuysen: «Han permanecido despiertos du-
rante el sueño; han mantenido los ojos abiertos mientras dormían... Es un
mundo sin sueño. El mundo del durmiente despierto. Todo es claro, de una
claridad espantosa...».
melódica monódica es la que salta fuera del apuntalamiento armónico re-
ducido al mínimo, para emprender una exploración de las intensidades puras
que se experimenta en la manera en que se extingue el sonido. Un vector de
abolición cabalgado por la música.
«locura visto lo –
lo –
cómo decir –
esto –
este esto –
esto de aquí –
todo este esto de aquí –
locura dado todo lo –
visto –
locura visto todo este esto de aquí de –
de –
cómo decir –
ver –
creer entrever –
querer creer entrever –
locura de querer creer entrever en ello qué –
[...]»60.
Y otras veces se trata de saetas que acribillan la frase para reducir sin cesar la
superficie de las palabras como en el poema Rumbo a peor:
«Lo mejor menor. No. Nada lo mejor. Lo mejor peor. No. No lo mejor peor.
Nada no lo mejor peor. Menos mejor peor. No. Lo menos. Lo menos mejor
peor. Lo menor nunca no puede ser nada. Nunca a la nada puede ser de-
vuelto. Nunca por la nada anulado. Inanulable menor. Decir ese mejor peor.
Con palabras que reducen decir el menor mejor peor [...] Hiato para cuando
las palabras desaparecidas»61.