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ENFOQUE DE GÉNERO: UNA FORMA DE ANALIZAR LA REALIDAD DE NIÑOS Y


NIÑAS

Quizás para muchos (y tal vez muchas) la sociedad en la que vivimos, es una sociedad moderna que ha superado
viejas discriminaciones e inequidades. Los hombres participan del nacimiento de sus hijos e hijas, ya no esperan a que
nazcan para irse de juerga con los amigos a celebrar mientras las madres se recuperan del parto, es más, las mujeres
se han incorporado al mercado laboral (y pareciera que la maternidad no es un obstáculo) y los hombres
“colaboran” con las tareas domesticas. Sin embargo, si miramos con un poco más de detenimiento nos
podremos dar cuenta que las cosas no han cambiado mucho, las relaciones entre hombres y mujeres continúan siendo
inequitativas. Angélica López V.
ONG Caleta Sur

Para mirar nuestra realidad de hoy (que para algunos/as podrá parecer muy distinta) es necesario recurrir a matrices
de análisis que nos permitan otras miradas. En este caso el género, entendido como una construcción social, histórica y
cultural de las diferencias anatómicas / físicas entre los sexos en una lectura que va atribuyendo a cada uno: hombre o
mujer características que preceden largamente a su nacimiento y que lo marcan en su modo de moverse en el mundo,
de mirarse a si mismo, de habitar su cuerpo y construir su historia, es una dimensión que nos permite una forma de
entender como es que hombres y mujeres (así como niños y niñas) se ubican en el mundo, de qué manera se
relacionan y son reconocidos en tanto pertenecientes a uno u otro género.

De modo de ampliar este concepto, podemos señalar que “El género es una construcción social que se aprende
desde el nacimiento a través de la familia y en general de la sociedad, este proceso de socialización se diferencia de
acuerdo con la “etiqueta” que se nos ponga al nacer: de hombre o mujer. En casi todas la sociedades se
les da diferente valoración a los hombres y a las mujeres, esto no implica que siempre las mujeres sean devaluadas o
subordinadas…Las sociedades occidentales, de acuerdo a las categorías de prestigio, tienden a privilegiar las
funciones atribuidas a los hombres en desmedro de las realizadas por las mujeres. En este contexto, las relaciones
entre los hombres y las mujeres no son equitativas, se ven envueltas por las relaciones de poder y se presentan
múltiples desigualdades en los ámbitos de la vida, que los afectan indistintamente”(1). En nuestra cultura esta
sobrevaloración de unos en desmedro de la valoración de otras, se expresa, también, en la forma en como los niños y
niñas son criados por sus familias y en los privilegios de los que unos gozan y otras no. En muchos hogares todavía los
niños y los jóvenes pueden ocupar con mayor propiedad el espacio público (la calle) o negarse a participar de las tareas
domésticas, en cambio las niñas siguen siendo extremadamente protegidas por sus padres y madres, en muchos
casos se tiene con ellas una relación aprensiva y son las llamadas a reemplazar a las madres en el espacio privado (la
casa). En las escuelas y con las instituciones en general, aun los niños y las niñas son reforzados en la expresión de
roles tradicionalmente asignados y atributos aprendidos y transmitidos culturalmente.

En nuestra cultura las diferencias asignadas a cada género van conformando un tipo de relación que se expresa en
desigualdad entre hombres y mujeres. Esto ha generado una situación de discriminación y marginación de la mujer en los
aspectos económicos, sociales, políticos y culturales, así como en los ámbitos públicos y privados(2). Pareciera ser que
hoy no hay mucho misterio respecto de cómo la situación de hombres y mujeres (niños y niñas) es diferenciada en
relación a las posibilidades que ambos tienen para desarrollarse, o cómo deben responder a distintos roles, asignados
antes de su nacimiento.

Las diferencias entre los géneros, que tiene su expresión más evidente en la edad adulta, donde nos encontramos con
situaciones como las diferencias en las remuneraciones, en los costos que las mujeres deben pagar en las Isapres por
ser consideradas “más caras”, especialmente en edad fértil, también puede ser observada en todas las
etapas de vida, tanto de los hombres como de las mujeres.

La relación entre hombres y mujeres, es un ámbito de la construcción de nuestra sociedad que debe no sólo preocuparnos
cuando conocemos las estadísticas donde aparecen diferenciados los sueldos de unos y otras por el mismo trabajo o
cuando asistimos a lamentables relatos de mujeres que han muerto en manos de hombres que juraron amarlas. Este es
un tema que debe ser una preocupación de quienes intervenimos en la realidad social y trabajamos vinculados al
desarrollo de distintos grupos de personas, en especial de la infancia.

Cuando hacemos referencia a los niños, niñas y jóvenes como sujetos de nuestro quehacer debemos considerar que
“Al igual que los conceptos de raza, etnia, edad o religión, el género es una herramienta de análisis para
comprender los procesos sociales y propiciar políticas que reconozcan e interpreten la diversidad”(3). De esta
forma, podremos avanzar en la comprensión de procesos de discriminación que no conocen edades. En este sentido,
mirar la realidad de la situación de niños y niñas desde este enfoque nos invita a reflexionar sobre la forma en que
nuestros niños y niñas son construidos como sujetos y sujetas, cómo son impactados por las pautas de crianza, por las
políticas públicas y cómo se establecen espacios de desarrollo para unos y para otras.

Si consideramos que “El género no es algo natural, no nacemos con él. El género es una característica
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socialmente construida; esto quiere decir que la acción de la sociedad es definitiva para el aprendizaje y desarrollo de los
seres humanos”(4), nuestras búsquedas debieran acercarse a la reflexión sobre cómo desde esta categoría de
análisis sumada, por ejemplo, a la clase social podemos obtener lecturas de la realidad que orienten nuestro quehacer
y que nos permitan conocer claramente lo que sucede en la vida de niños y niñas desde su construcción de género. Si
miramos lo que ocurre con la participación de las jóvenes en las tareas domésticas y/o con la infracción de ley (que en su
mayoría compromete la participación de niños y jóvenes), podremos concluir que muchas de estas situaciones se explican
desde la dimensión de género y desde los patrones asociados a esta categoría de análisis.

La forma en que se es hombre y se es mujer y cómo ambos géneros se relacionan, se transmite a partir de la cultura y la
socialización de los individuos. En este sentido, “Las relaciones de género son determinantes en la vida de los
individuos, y es por ello que se plantea que son “un componente esencial en la trama sociocultural de una
sociedad. Desde una edad muy temprana se socializa a los niños y las niñas para que adopten los ideales concretos
de masculinidad y feminidad” (Anderson et al., 2002)”(5) . La tarea de la construirse como hombre o como
mujer; como niño o como niña, es llevada a cabo por las distintas instituciones encargadas de la transmisión del
mensaje cultural respecto de los comportamientos y roles asignados a cada cual. La forma en que son transmitidos los
atributos de género es tanto consciente como inconsciente. La ropa que debe usarse según el género, el lenguaje, las
relaciones familiares, la manera en que se vinculan distintas personas (y en distintos espacios) con un niño o con una
niña, le devolverá a ese niño o niña los elementos necesarios para que ellos/as sepan como comportarse y construir
su autoimagen.

De igual forma, “El género se construye a través de los juegos, los cuentos infantiles y los juguetes, así como de
todo aquello que rodea a los pequeños. El análisis de cuentos infantiles deja ver que en muchas de las historias
clásicas los personajes femeninos que son el estereotipo de la bondad, son pasivos y sin iniciativa evidente, en cambio
los personajes masculinos son activos, agresivos y propositivos; además de que a las mujeres se les plantea el
matrimonio como el objetivo final en la vida”(6). En esta transmisión de códigos de lo que es ser hombre o mujer, no
es algo a lo que estemos ajenos/as aquellos/as que intervenimos en la realidad social, nuestras prácticas (así como las
de los medios de comunicación de masas y la de los estamentos y profesionales ligados al ámbito educativo) muchas
veces refuerzan o potencian pautas culturalmente construidas.

Cuando sostengo la posibilidad de que nuestras prácticas refuercen los roles y pautas asignados culturalmente, pienso
en primer lugar en nuestra cultura adultocentrica cuando, por ejemplo, se piensa en los jóvenes como
“…….la generación futura”(7). “Esta versión tiende a instalar preferentemente los aspectos
normativos esperados de las y los jóvenes, en tanto individuos en preparación para el futuro”(8). En este sentido,
esta preparación no sólo se expresa en el acumulado que deben hacer los/as jóvenes en tanto preparación para la inserción
laboral, para la conformación de una familia, sino, también, para responder de manera adecuada a los roles de género
que se espera que ellos y ellas cumplan desde su lugar en el entramado social. Sin duda que esta preparación comenzó
en la más tierna infancia, pero es en la juventud donde se espera que los jóvenes se constituyan en hombres fuertes,
sostenedores, racionales, entre otros atributos de su género. En cambio en el caso de las jóvenes, la expectativa es que
ellas desarrollen la ternura, la virtud, se preparen para ser buenas madres y reproduzcan, a través de la formación de sus
hijos e hijas, el orden cultural de los géneros.

La matriz adultocéntrica, que ubica lo adulto como lugar desde donde mirar el mundo juvenil, se encuentra, en tanto
espacios de asimetrías sociales, con la forma en que hombres y mujeres se relacionan en nuestro mundo actual.
“En lo económico los hombres van asignándose la conducción pública y las mujeres van siendo relegadas a lo
doméstico, a lo sumo como administradoras de dicho espacio. Esto junto a una división de lo real social entre lo público
y lo privado, que relega a las mujeres a este último ámbito y posiciona a los hombres en la esfera pública, con base
en la pretensión de que solamente en ella se definen las cuestiones importantes de nuestra sociedad, mientras que lo
doméstico es mirado con desprecio”(9). De esta forma, se van creando un conjunto de imágenes que muestran
a la mujer como incapaz, débil, dependiente, estúpida, pasiva, servicial entre otros atributos que le han relegado por
mucho tiempo a un plano inferior en las relaciones sociales y que la han invisibilizado en las distintas esferas sociales.
En contraposición, los hombres construyen sus autoimágenes como seres capaces, fuertes, independientes, activos,
líderes, entre otros atributos que les señalan como los que controlan las relaciones sociales, en la intimidad y en el
ámbito externo, y ejercen su poder de acuerdo con un designio definido como divino”(10). En este sentido, la
matriz adultocentrica (lo adulto como lugar legitimado y referencial desde donde construirse) profundiza, potencia y
reproduce la relación de asimetría establecida por la relaciones de género. De esta lógica es difícil desprenderse, parece
que estuviésemos atrapados por una forma de mirar el mundo donde lo + y lo – marcan permanentemente
nuestra cotidianidad.

Aunque estas apreciaciones parecieran ser validas para hombres y mujeres adultos, no podemos desconocer los
efectos que esta forma de entender el mundo tiene para niños, niñas y jóvenes. Permanentemente asistimos a
situaciones que tienen efectos diferenciados en la vida de niños y niñas, ya sea en la explicación de por qué una
problemática se da de tal o cual manera o en el abordaje que hacen distintos profesionales ligados/as a la intervención
con infancia. La necesidad de introducirse en el estudio del enfoque de género cuando nos referimos al trabajo con
infancia, es un esfuerzo necesario, primero para comprender como se construye cada uno/a y para explicarse ciertas
pautas de comportamiento. Si desconocemos la impronta que tiene el espacio público en la conformación de la
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masculinidad, quizás no podamos comprender por qué los jóvenes presentan mayor conflicto con la justicia, si no
hemos indagado en el efecto que tiene sobre las jóvenes el espacio doméstico, quizás no entendamos la razón que lleva
a las niñas a abandonar la escuela para ayudar en sus casas en las tareas de aseo o a cuidar a los hermanos/as. De
igual manera, si no comprendemos el impacto que ha tenido en nuestra vida la formación cultural que hemos recibido en
términos de nuestro género, tampoco conoceremos la forma en que afectan nuestras intervenciones en el momento
que reforzamos una u otra conducta. Somos tan hijos e hijas de ésta, nuestra cultura, que muchas veces sin darnos
cuenta nuestras prácticas serán un aporte a la naturalización de las relaciones de género de las cuales todos y todas
somos partes.

En este sentido, me parece muy necesario que la intervención en lo social, entendida como “una irrupción en una
realidad del otro con el ánimo de modificarla (Ucar, 1992)”(11) pueda incorporar objetivos de transformación de
las relaciones de género. Los niños y niñas con los que trabajamos traen incorporados determinados códigos de
relación, de formas de pensarse en el mundo y de habitar su cuerpo, que en muchos casos se constituyen en un
obstáculo para alcanzar un desarrollo que potencie una vida satisfactoria, es imperioso que instalemos formas más
liberadoras de construirnos que reconozca en los niños y niñas (hombres y mujeres) sujetos capaces y libres de elegir.
Sumado a lo anterior, es de vital importancia estar atentos/as a las pautas que reforzamos en los niños y niñas a partir
de nuestras prácticas, de modo de no aportar a una “naturalización de estas relaciones de género, que por una
parte esconden sus raíces de producción histórica, y por otra pretenden negar cualquier posibilidad de transformación de
ellas”(12). En la medida que reconocemos el componente histórico de las relaciones de género, podremos
comprender que éstas son modificables, que no necesariamente las niñas deben ser dóciles, ni “reinas”
de la casa o los niños fuertes y valientes todo el tiempo.

La búsqueda de relaciones y construcciones de género, menos rígidas, más integrales, se puede ver reforzada por
una mirada desde el enfoque de derecho. Siendo los derechos de los niños, niñas y jóvenes Derechos Humanos, la
Declaración Universal de los Derechos Humanos establece en su artículo uno que “Todos los seres humanos
nacen libres e iguales en dignidad y derechos, y dotados como están de razón y de conciencia deben comportarse
fraternalmente los unos con los otros”(13). Este instrumento internacional, si bien no hace referencia en particular
a las relaciones entre los géneros, es posible desprender de este primer artículo que en la medida que los niños y
niñas nacen iguales en dignidad y derechos, como sociedad no deberíamos construir y reproducir formas de relaciones
que discriminen, subordinen o nieguen las potencialidades o necesidades de desarrollo de unos y otras. Los niños y las
niñas tienen el mismo derecho a ser valorados, escuchados, atendidos, amados y a contar con las oportunidades para
un normal desarrollo. No por el hecho de ser niña debes abandonar la escuela para quedarte al cuidado de tus
hermanos/as o dedicarte a las labores domésticas. No por ser niño, no tienes derecho a ser acogido cuando tienes una
pena.

En este sentido, las políticas han ido incorporando paulatinamente una perspectiva de género (que en algunos casos no
pasa de integrar una distinción en el lenguaje) entendida como una “opción política que consiste en apostar
institucionalmente a la modificación de la condición y posición de las mujeres y trabajar por lograr un sistema sexo/género
equitativo, justo y solidario”(14). En términos de aportes, la sola inclusión de una perspectiva de género en
políticas, programas y proyectos es de por si un avance hacia un cambio en la construcción social de las relaciones de
género, pero sin duda es necesario realizar cambios a nivel cultural. Lo femenino debe dejar de ser subvalorado y lo
masculino sobrevalorado, es necesario encaminarnos hacia una cultura más integral (y complementaria) y esto pasa,
entre otras cosas, por cambiar nuestras pautas de crianza y por tener más conciencia de nuestras propias
construcciones culturales de género.

Son rescatables los cambios propuestos en el programa Chile Crece Contigo, respecto de dar un mayor protagonismo a
los padres en los controles y partos de sus hijos e hijas, sin embargo es necesario provocar cambios en la dinámica
social que permita crear condiciones para que los roles culturalmente asignados no se constituyan en una imposición (en
una camisa de fuerza) que no siempre genera personas felices. La posibilidad de que los niños y niñas cuenten con
padres y madres más involucrados en forma conjunta en su crianza, es una oportunidad para ir revirtiendo la rigidez de
algunos roles asignados a cada uno/a y como consecuencia estos hijos e hijas tendrán una formación más integral.

Pensar las políticas públicas desde un enfoque de género, implica una mirada y una constatación de que esta forma
estructuradamente ordenada de cómo se conduce la relación entre los géneros y como los niños y las niñas, los/as
jóvenes y los hombres y las mujeres son concebidos y tratados en función de su género, es sólo un impedimento para
construirnos como seres humanos más integrales.

“La decisión de incorporar la equidad de género como criterio de políticas implica un largo proceso para que los
responsables de la definición de las políticas asuman el compromiso de superar las desigualdades de género y
considerar sistemáticamente los efectos diferenciados en hombres y mujeres de las acciones de cada
sector”(15). No hay que olvidar que las personas que tienen la responsabilidad de decidir la incorporación de
criterios de equidad de género, también son hombres y mujeres que deben desarrollar sus propios procesos y que es
probable que para eso deban vivir cambios culturales importantes. Los cambios culturales son lentos (auque ya estamos
asistiendo a modificaciones en nuestras pautas de relación), si bien ayuda legislar, los verdaderos cambios son más
profundos y tienen que ver con nuestra forma de ser, con los que construyen opinión pública, con nuestros sentidos y
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significados y con la posibilidad de que los niños y niñas tengan la oportunidad de conocer y aportar a la construcción
de un mundo más equitativo y más igualitario.

El análisis de género “Permite que las políticas, los programas, estudios o proyectos se formulen considerando
las diferencias, la naturaleza de las relaciones entre hombres y mujeres, sus diferentes realidades familiares y sociales,
sus expectativas de vida y sus circunstancias económicas y laborales”(16). En mi opinión esta es una premisa que
debe orientar nuestro quehacer, en la medida que nuestras prácticas no pueden llevarse a cabo si estamos
desconociendo las diferencias y el tipo de relación que estamos presenciando entre nuestros participantes niños y
niñas.

Todo lo anteriormente señalado, es quizás una constatación, ya que pareciera ser que para nadie es ya un secreto
como las diferencias asociadas al sexo, y que se traducen en roles y atributos culturalmente transmitidos, instalan una
forma de relación que no favorece una vida plena ni para hombres, ni para mujeres; ni para niños, ni para niñas. Es
probable que hoy haya un mayor cuestionamiento a la forma tradicional de relacionarnos, por tanto es una oportunidad,
especialmente para nuestros niños y niñas, de ser seres humanos más completos. Sin duda, es necesario seguir
trabajando para erradicar prácticas de discriminación en función del género (o de la forma de vivirse el ser niño/a
– mujer u hombre), ya que no podemos olvidar que “Este sistema sexo/género ha determinado una
posición social diferenciada para varones y mujeres, así como relaciones desiguales entre ambos. Esto ha generado una
situación de discriminación y marginación de la mujer en los aspectos económicos, sociales, políticos y culturales, así como en
los ámbitos públicos y privados”(17), por lo que debemos hacer todos los esfuerzos posibles para que los
niños y niñas puedan alcanzar todo su potencial como seres humanos integrales, en un mundo donde se aprecie y
valore tanto lo femenino como lo masculino, como partes de un todo integrado.

NOTAS

(1) Unidad “Temas Emergentes”, Sexualidad y Género; Una herramienta para la comprensión del género
en el ámbito educativo; Diplomado “Niñez y Políticas Públicas”, Universidad de Chile, Santiago 2008.-
(2) Unidad “Temas Emergentes”, clase “Enfoque de Género”, Profesora Lorena Armijo,
Diplomado “Niñez y Políticas Públicas”, Santiago 2008.-
(3)IV Unidad “Temas Emergentes”, clase Políticas Públicas y Equidad de Género, Diplomado
“Niñez y Políticas Públicas”, Universidad de Chile, Santiago 2008.-
(4)IV Unidad “Temas Emergentes”, Sexualidad y Género; Una herramienta para la comprensión del
género en el ámbito educativo; Diplomado “Niñez y Políticas Públicas”, Universidad de Chile, Santiago
2008.-
(5) Ibidem
(6) Ibidem
(7) ¿Juventud o juventudes? Versiones, trampas, pistas y ejes para acercarnos progresivamente a los mundos juveniles;
Claudio Duarte Quapper; Diplomado “Niñez y Políticas Públicas”, Universidad de Chile, Santiago 2008.-
(8) Ibidem
(9) Ibidem
(10) Ibidem
(11) Clase “Intervención Social: Conocimiento, Poder y Acción Transformadora”; Francis Valverde M.
– M. Soledad Latorre L.; Diplomado “Niñez y Políticas Públicas”, Santiago 2008.-
(12) ¿Juventud o juventudes? Versiones, trampas, pistas y ejes para acercarnos progresivamente a los mundos
juveniles; Claudio Duarte Quapper; Diplomado “Niñez y Políticas Públicas”, Universidad de Chile,
Santiago 2008.-
(13) Derechos de niñas, niños y jóvenes, la Convención Internacional y desafíos para la acción; Francis Valverde
Mosquera, Profesora, Experta en Derechos Humanos, ACHNU, 2005.-
(14) Unidad “Temas Emergentes”, clase “Enfoque de Género”, Lorena Armijo, Diplomado
“Niñez y Políticas Públicas”, Santiago 2008.-
(15) IV Unidad “Temas Emergentes”, clase Políticas Públicas y Equidad de Género, Diplomado
“Niñez y Políticas Públicas”, Universidad de Chile, Santiago 2008.-
(16)Ibidem
(17) IV Unidad “Temas Emergentes”, clase “Enfoque de Género”, Lorena Armijo, Diplomado
“Niñez y Políticas Públicas”, Santiago 2008.-
BIBLIOGRAFIA
§ IV Unidad “Temas Emergentes”; Clase Políticas Públicas y Equidad de Género; Diplomado
“Niñez y Políticas Públicas”; Universidad de Chile, Santiago 2008.-
§ Derechos de niñas, niños y jóvenes, la Convención Internacional y desafíos para la acción; Francis Valverde Mosquera;
Experta en Derechos Humanos; año 2005.-
§ Juventud o juventudes? Versiones, trampas, pistas y ejes para acercarnos progresivamente a los mundos juveniles;
Claudio Duarte Quapper; Diplomado “Niñez y Políticas Públicas”, Universidad de Chile, Santiago 2008.-
§ IV Unidad “Temas Emergentes”, clase “Enfoque de Género”, Lorena Armijo, Diplomado
“Niñez y Políticas Públicas”, Santiago 2008.-
§ Clase “Intervención Social: Conocimiento, Poder y Acción Transformadora”; Francis Valverde M. –
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M. Soledad Latorre L.; Diplomado “Niñez y Políticas Públicas”, Santiago 2008.-


§ IV Unidad “Temas Emergentes”, Sexualidad y Género; Una herramienta para la comprensión del género
en el ámbito educativo; Diplomado “Niñez y Políticas Públicas”, Universidad de Chile, Santiago 2008.-
§ Chile Crece Contigo; Sistema de Protección Integral a la Primera Infancia; Secretaría Ejecutiva de Protección Social;
Ministerio de Planificación.-

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