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Tema 17

Las revoluciones hispanoamericana

El Éxito Español

El Imperio español había gozado de una extraordinaria estabilidad por más de tres siglos.
La monarquía hispánica, bajo el mando de Felipe II, III y IV, se había consolidado como el
primer imperio global del mundo, pues se extendía desde las costas del Pacífico americano
-desde el territorio de la actual California hasta el Cabo de Hornos- hasta las Islas Filipinas
pasando por territorios en Europa, África y el sur de Asia.

Entre otros factores, el carácter "agregativo" de esta monarquía y el éxito de la Casa Austria
o Habsburgo en asegurar al mismo tiempo un grado de obediencia y legitimidad con un
cierto tipo de autonomía a nivel local, fueron elementos definitivos que ayudaron a
consolidar la presencia del Imperio español en América. Fue un imperio cuya tarea de
conquista y colonización de nuevos territorios se apoyó en una considerable dosis de
violencia con el ánimo de cristianizar y reducir poblaciones indígenas. Asimismo, fue un
imperio que logró negociar con nobles indígenas e instituciones sociales precedentes la
construcción de su estabilidad política; que logró gobernar territorios lejanos y reproducir la
majestad del rey en distantes audiencias, capitanías y ciudades virreinales.

Este complejo entramado entró en crisis a principios del siglo XIX. Aunque quizá algunas de
nuestras miradas sobre el proceso lo asocien como una "lucha" de liberación nacional, es
preciso recordar que las unidades nacionales de hoy día solo se forjaron al calor de la
confrontación revolucionaria y no la precedieron. Es decir, no podemos hablar de un
sentimiento de liberación del "yugo español" de la nación colombiana, pues ni siquiera el
nombre Colombia existía en aquel momento para nominar algún tipo de unidad política
parecido al del actual país.

Bajo el título "revoluciones hispanoamericanas", entonces, los especialistas se interesan en


describir este proceso de "desestructuración" monárquica y surgimiento de nuevas unidades
políticas en el territorio americano. Un proceso de
hondas repercusiones en la región y de gran
impacto para nuestro presente político, pues traza el
camino para la aparición de los Estados nacionales
tal y como los conocemos hoy en día.

Nación y revolución
En el caso hispanoamericano, aunque las
revoluciones terminaron por crear nuevos países, es
necesario recordar que los territorios contaban con
formas de identificación complejas y variadas, pues
no existía un modelo de identidad nacional, como hoy lo podemos entender. Eran
identidades mucho más diversas y atomizadas, relacionadas, por ejemplo, con el lugar de
nacimiento, con las provincias y, solo en pocas ocasiones, con los virreinatos. Asimismo, las
formaciones de identidad variaban, pues en espacios como el virreinato de Perú y de la
Nueva España las delimitaciones administrativas se habían superpuesto a las civilizaciones
prehispánicas, mientras que en el caso de la Nueva Granada (1739 de manera definitiva) y
Río de la Plata (1776) la fundación se hizo de manera tardía y con propósitos especialmente
comerciales y estratégicos.
1808: una crisis imperial

El surgimiento de Napoleón como emperador vitalicio implicó un proceso de expansión sin


precedentes en la historia francesa, que condujo a la invasión de los dominios españoles en
1808, lo cual generó una serie de eventos que llevaron a la desmembración del Imperio
español y el surgimiento de las unidades políticas hispanoamericanas. Ante la invasión y la
ausencia del rey de España, pues fue apresado por Napoleón, las revoluciones hispa-
noamericanas comienzan como un movimiento de fidelidad al rey, como una solución
temporal a su ausencia.
La invasión napoleónica y la ausencia del rey obligaron a retomar una antigua tradición: el
llamado a juntas provinciales. En la tradición real, el monarca era la figura que permitía
articular los diferentes "pueblos" que componían el orden monárquico. Ante la ausencia
temporal del rey, las juntas permitían, en cierta manera, asumir la soberanía del territorio. De
este modo, en la Península y en las colonias americanas se convocaron juntas en cabeceras
urbanas y provinciales del imperio como Quito, Cartagena, Santa Fe, Santiago y Caracas.
A finales de 1808 se instaló en Aranjuez la Junta Central y Gubernativa del reino,
proclamándose depositaría de la soberanía de los pueblos de la monarquía. Huyendo de las
tropas napoleónicas, la Junta se trasladó a Sevilla y, desde allí, exigió el reconocimiento de
su legitimidad a todos los "reinos y provincias de las Indias". En enero de 1809, la Junta
Central expidió un decreto en el que pedía a los virreinatos y capitanías generales enviar
nueve representantes a la Junta, uno por cada virreinato y uno por cada capitanía general
independiente. La junta recordaba algo que las políticas de finales del siglo XVIII habían
tendido a dejar de lado: el reconocimiento de los territorios americanos como "reinos" y no
como colonias, como en el caso británico o el portugués hasta entrado el siglo XIX en Brasil.
Según el decreto de la Junta: "los vastos y preciosos dominios que la España posee en las
Indias no son propiamente colonias o factorías como los de otras naciones, sino una parte
esencial e integrante de la monarquía española".

Criollos, reformas y reclamos

El pronunciamiento de la Junta Central al rechazar los territorios americanos como "colonias


o factorías" era, a la vez, un acto político tradicional y novedoso. Tradicional, pues la fun-
dación misma del Imperio español supuso la construcción de los espacios americanos como
virreinatos, y no como colonias, e implicó una gigantesca empresa de reproducción del orden
político a través de espacios urbanos, rituales y prácticas de poder en los que la legitimidad
del rey se reforzaba diariamente mientras que se actualizaba el lugar de los territorios
americanos como parte central de la monarquía. En este sentido, el pronunciamiento de la
Junta solo recordaba algo que había sido parte fundamental de la dominación imperial.
El pronunciamiento de la Junta era a la vez novedoso, pues se alejaba de una manera de
concebir los territorios americanos que había empezado a tomar fuerza desde finales del
siglo XVIII en pleno auge de las reformas borbónicas, las cuales implicaban una gradual
transformación en la concepción de las posesiones americanas como "colonias". Esta
transición fue vivida como un debate en torno a la igualdad de los criollos, quienes se
asumían como portadores de los mismos derechos que los peninsulares.

Juntas, reyes ausentes y reclamos soberanos

Después de las primeras sesiones de la Junta Central, en 1809, comenzó un proceso de


proclamación de Juntas de autogobierno en los territorios americanos. En esencia, esto
significaba que las Juntas en América desconocían la legitimidad de la Junta de Sevilla,
pues argumentaban que si en la Península se podían convocar Juntas supremas también
era posible hacerlo en los territorios americanos, más aún cuando los representantes
americanos a la Junta habían podido llegar a la Península. Las primeras juntas de
autogobierno aparecen de manera temprana en 1808 en México, Montevideo y Chiquisaca y
para 1809 en ciudades como Quito y la Paz. En 1810 el llamado a juntas locales se
intensifica y el problema de la representación de los americanos en la Península se agudiza,
dando lugar a la proclamación de juntas de gobierno propias en Caracas, Cartagena,
Buenos Aires, Santa Fe, Mompox y Santiago, entre otras ciudades.
Al examinar los sucesos, se encuentra que las juntas no proclamaban la independencia de
las ciudades en mención, de la Corona. Se asumían más bien como salidas temporales a la

crisis de la monarquía. Mucho menos declaraban la independencia de un "país", pues la


soberanía de la junta se extendía a los límites de la ciudad o provincia que representaba. Se
trató, entonces, de una sucesiva cadena de pronunciamientos de juntas locales que, en
grados distintos, rechazaban la Junta de la Península y proclamaban su fidelidad al rey
Fernando VII. Además, los tipos de acuerdos entre autonomía, independencia (de la Junta
Central) y lealtad al rey variaban de acuerdo con las ciudades. En algunas de ellas fueron
más radicales y se proclamaba la independencia de la Península simbolizada en la Junta; en
otras, se enfatizaba más el carácter temporal de la Junta. En uno y otro caso se trató de un
momento muy complejo de explosión de identidades y filiaciones políticas, de formas de
representación y legitimidad en juego y un momento de gran volatilidad en el que los
resultados y las posibilidades estaban en constante cambio.
A partir de 1812 y 1813 se pasó de juntas de autogobierno provisionales a declaraciones de
independencia absoluta de las ciudades y su constitución en Estados soberanos. Durante
este período se presentan numerosas disputas entre ciudades, villas y gobiernos
provinciales. Esta fue una época de ensayos republicanos, negociación y confrontación entre
distintos tipos de soberanías, pues estaba en juego la construcción de la legitimidad, es
decir, de una autoridad percibida como legítima.

De la revolución a la independencia

Después de varios reveses en el campo militar y diplomático, Napoleón libera al rey


Fernando VII quien retorna a la Corona en marzo de 1814. Dos años antes, las cortes
reunidas en Cádiz, solo con algunos representantes americanos, habían expedido una de
las constituciones más liberales de su época, estableciendo los principios de sufragio
universal, soberanía nacional, monarquía constitucional y libertad de prensa. En esta
Constitución, que no se llevó a la práctica en ese momento, pero que sirvió de modelo a
constituciones en Europa y América posteriormente, se reconocía en el primer artículo que
"la nación española es la reunión de los españoles de ambos hemisferios". Aunque la
Constitución reconocía los derechos de los españoles nacidos en América y de las
poblaciones indígenas, su posición sobre las personas de origen africano era ambigua. De
todas formas, se trataba de un proyecto que buscaba balancear la fuerza de un gobierno
monárquico con las ideas liberales.

Con la vuelta al trono de Fernando VII, el proyecto liberal de la corte de Cádiz fue abolido
por el rey que reinstaló la monarquía absoluta y se propuso reconquistar las posesiones
ultramarinas. Se trató de un cambio de tono radical con respecto al interés de la
Constitución de Cádiz en negociar y conciliar la posición de los territorios americanos. Este
momento marcó un rumbo definitivo en el paso de la revolución a la independencia, pues las
tropas del trono español desencadenaron una violencia sin precedentes. Asedios,
fusilamientos, escaramuzas y batallas campales marcaron el rumbo de la confrontación y le
imprimieron, de manera indeleble, el sello de lucha contra el trono español.

Fernando VII lanza, así, una expedición para recuperar las p 0. sesiones americanas, desde
los territorios del antiguo virreinato de Nueva España hasta los de la capitanía de Santiago,
al sur del continente. Cabe decir que no se trataba simplemente de un ejército y una retoma
extema sin adeptos al interior de las nuevas y múltiples unidades políticas que habían sido
creadas entre 1810 y 1814. Varias disputas entre ciudades y cabeceras municipales
alrededor de la legitimidad del rey, f Ue_ ron la característica del período. Se insistía,
entonces, que s¡ el movimiento de las juntas había surgido como forma temporal de gobierno
debido a la ausencia del rey, con el regreso de Fernando VII la monarquía había sido
restituida. Por otro lado, los líderes de las juntas veían imposible tal regreso a la monarquía.
La soberanía de villas, ciudades y provincias ya se había reconstruido a partir de cuerpos
colegiados y sistemas republicanos y no era posible tal regreso al brazo monárquico
La violencia desencadenada por el interés real de recuperar los territorios inició una fase de
guerra abierta entre las tropas españolas y los ejércitos americanos, ya identificados con la
consigna patriótica como lucha de independencia. Buena parte de nuestras imágenes más
frecuentes sobre las independencias y las gestas heroicas de Bolívar, José de San Martín,
Bernardo O'Higgins y José María Morelos, entre muchos otros, provienen de este período.
Igualmente, nuestras imágenes de las grandes batallas, campañas y confrontaciones, de
acciones como las de Policarpa Salavarrieta, en la actual Colombia, y Juana Azurduy en los
territorios actuales de Perú y Bolivia, hacen parte de este momento de luchas militares,
tomas y resistencia heroica.
Después de una larga cadena de confrontaciones militares de distinta escala, la batalla
de Ayacucho, en 1824, marcó el fin de las acciones militares. Esta batalla, de gran
valor simbólico por la dificultad del terreno y por el
líder del ejército unido, el Mariscal Antonio José de
Sucre, es una de las más recordadas. De igual forma,
la ayuda internacional, en este caso británica, fue
esencial en la consolidación de la independencia de
los territorios americanos. El mismo Simón Bolívar
consideró
fundamental el
apoyo
internacional y en
busca de este
llegó a Kingston
(territorio inglés),
en donde redactó
su famosa Carta
de Jamaica, en
1815. La Corona
inglesa, en su
interés por
debilitar de
manera definitiva
al Imperio español, apoyó también con dinero y armas a los rebeldes americanos. Una vez
consolidada la independencia, el reconocimiento internacional fue primordial en la
legitimación de las nuevas unidades I políticas. Los primeros en hacerlo I fueron Estados
Unidos (1822) e Inglaterra (1824). España empezaría a I reconocer los nuevos Estados con la I
muerte de Fernando VII en 1833.
¿Independencia sin república?
La experiencia brasileña, aunque parte del mismo continente y con una experiencia
común, muchas veces se sale de los cálculos históricos. La misma invasión de la
Península por parte de las tropas napoleónicas que afectó a España también se extendió
hasta Portugal. Sin embargo, con la llegada de Napoleón, el rey Joáo VI de Portugal
decidió viajar con su corte, familia, pertenencias, archivos y buena parte de su cuerpo
burocrático hacia América y se instaló a la cabeza de la monarquía en Río de Janeiro.
Luego del desalojo de las tropas francesas y el empeño en la reconstrucción de la trama
simbólica y política de la Corona, las cortes demandaron la presencia del Rey en la
Península. El rey nombró como regente y gobernador del reino de Brasil a su hijo el
príncipe Dom Pedro.

Con la partida del rey, Dom Pedro quedó en cabeza de todo el reino. Sin embargo, una
serie de medidas de las cortes en la Península buscaron limitar su poder restringiéndolo
exclusivamente al territorio de la provincia de Río. Sumado a esta creciente falta de
autonomía, las cortes también promulgaron una serie de medidas que fueron leídas en el
territorio brasileño como parte de un intento de "recolonización" de Brasil y, en el momento
en el que la corte demandó al príncipe Pedro que volviera a la Península, el regente de la
casa proclamó la independencia de Brasil como monarquía independiente. De esta
manera, en 1822 el príncipe Pedro es proclamado Dom Pedro I, Emperador Constitucional
y Defensor Perpetuo del Brasil.

Este caso significó la proclamación de una monarquía independiente de la portuguesa, de


gran estabilidad a lo largo del siglo XIX, pues solo sería abolida en 1889.

De la revolución a la independencia
Después de varios reveses en el campo militar y diplomático, Napoleón libera al rey
Fernando VII quien retorna a la Corona en marzo de 1814. Dos años antes, las cortes
reunidas en Cádiz, solo con algunos representantes americanos, habían expedido una de
las constituciones más liberales de su época,
estableciendo los principios de sufragio universal,
soberanía nacional, monarquía constitucional y libertad
de prensa. En esta Constitución, que no se llevó a la
práctica en ese momento, pero que sirvió de modelo a
constituciones en
Europa y América
posteriormente, se
reconocía en el primer
artículo que "la nación
española es la reunión
de los españoles de am-
bos hemisferios".
Aunque la Constitución
reconocía los derechos
de los españoles
nacidos en América y de
las poblaciones indígenas, su posición sobre las personas de origen africano era ambigua.
De todas formas, se trataba de un proyecto que buscaba balancear la fuerza de un gobierno
monárquico con las ideas liberales.

Con la vuelta al trono de Fernando VII, el proyecto liberal de la corte de Cádiz fue abolido
por el rey que reinstaló la monarquía absoluta y se propuso reconquistar las posesiones
ultramarinas. Se trató de un cambio de tono radical con respecto al interés de la
Constitución de Cádiz en negociar y conciliar la posición de los territorios americanos. Este
momento marcó un rumbo definitivo en el paso de la revolución a la independencia, pues las
tropas del trono español desencadenaron una violencia sin precedentes. Asedios,
fusilamientos, escaramuzas y batallas campales marcaron el rumbo de la confrontación y le
imprimieron, de manera indeleble, el sello de lucha contra el trono español.

Fernando VII lanza, así, una expedición para recuperar las posesiones americanas, desde
los territorios del antiguo virreinato de Nueva España hasta los de la capitanía de Santiago,
al sur del continente. Cabe decir que no se trataba simplemente de un ejército y una retoma
externa sin adeptos al interior de las nuevas y múltiples unidades políticas que habían sido
creadas entre 1810 y 1814. Varias disputas entre ciudades y cabeceras municipales
alrededor de la legitimidad del rey, fueron la característica del período. Se insistía, entonces,
que si el movimiento de las juntas había surgido como forma temporal de gobierno debido a
la ausencia del rey, con el regreso de Fernando VII la monarquía había sido restituida. Por
otro lado, los líderes de las juntas veían imposible tal regreso a la monarquía. La soberanía
de villas, ciudades y provincias ya se había reconstruido a partir de cuerpos colegiados y
sistemas republicanos y no era posible tal regreso al brazo monárquico.

La violencia desencadenada por el interés real de recuperar los territorios inició una fase de
guerra abierta entre las tropas españolas y los ejércitos americanos, ya identificados con la
consigna patriótica como lucha de independencia. Buena parte de nuestras imágenes más
frecuentes sobre las independencias y las gestas heroicas de Bolívar, José de San Martín,
Bernardo O'Higgins y José María Morelos, entre muchos otros, provienen de este período.
Igualmente, nuestras imágenes de las grandes batallas, campañas y confrontaciones, de
acciones como las de Policarpa Salavarrieta, en la actual Colombia, y Juana Azurduy en los
territorios actuales de Perú y Bolivia, hacen parte de este momento de luchas militares,
tomas y resistencia heroica.

Después de una larga cadena de confrontaciones militares de distinta escala, la batalla de


Ayacucho, en 1824, marcó el fin de las acciones militares. Esta batalla, de gran valor
simbólico por la dificultad del terreno y por el líder del ejército unido, el Mariscal Antonio
José de Sucre, es una de las más recordadas. De igual forma, la ayuda internacional, en
este caso británica, fue esencial en la consolidación de la independencia de los territorios
americanos. El mismo Simón Bolívar consideró fundamental el apoyo internacional y en
busca de este llegó a Kingston (territorio inglés), en donde redactó su famosa Carta de
Jamaica, en 1815. La Corona inglesa, en su interés por debilitar de manera definitiva al
Imperio español, apoyó también con dinero y armas a los rebeldes americanos. Una vez
consolidada la independencia, el reconocimiento internacional fue primordial en la le-
gitimación de las nuevas unidades políticas. Los primeros en hacerlo fueron Estados Unidos
(1822) e Inglaterra (1824). España empezaría a reconocer los nuevos Estados con la muerte
de Fernando Vil en 1833.

Otro punto de vista ¿Independencia sin república?

La experiencia brasileña, aunque parte del mismo continente y con una experiencia común,
muchas veces se sale de los cálculos históricos. La misma invasión de la Península por
parte de las tropas napoleónicas que afectó a España también se extendió hasta Portugal.
Sin embargo, con la llegada de Napoleón, el rey Joáo VI de Portugal decidió viajar con su
corte, familia, pertenencias, archivos y buena parte de su cuerpo burocrático hacia América
y se instaló a la cabeza de la monarquía en Río de Janeiro. Luego del desalojo de las
tropas francesas y el empeño en la reconstrucción de la trama simbólica y política de la
Corona, las cortes demandaron la presencia del Rey en la Península. El rey nombró como
regente y gobernador del reino de Brasil a su hijo el príncipe Dom Pedro.
Con la partida del rey, Dom Pedro quedó en cabeza de todo el reino. Sin embargo, una
serie de medidas de las cortes en la Península buscaron limitar su poder restringiéndolo
exclusivamente al territorio de la provincia de Río. Sumado a esta creciente falta de
autonomía, las cortes también promulgaron una serie de medidas que fueron leídas en el
territorio brasileño como parte de un intento de "recolonización" de Brasil y, en el momento
en el que la corte demandó al príncipe Pedro que volviera a la Península, el regente de la
casa proclamó la independencia de Brasil como monarquía independiente. De | esta
manera, en 1822 el príncipe Pedro es proclamado Dom Pedro I, Emperador Constitucional
y Defensor Perpetuo del Brasil.
Este caso significó la proclamación de una monarquía independiente de la portuguesa, de
gran estabilidad a lo largo del siglo XIX, pues solo sería abolida en 1889.

Representación gráfica

Interpreta y resuelve

Lee el siguiente extracto de la Carta de Jamaica, escrita por Simón Bolívar en 1815, y luego
contesta la pregunta.
Europa haría un bien a España en disuadirla de su obstinada temeridad, porque a lo
menos le ahorrará los gastos que expende, y la sangre que derrama; a fin de que fijando
su atención en sus propios recintos, fundase su prosperidad y poder sobre bases más
sólidas que las de inciertas conquistas I..] Europa misma por miras de sana política
debería haber preparado y ejecutado el proyecto de la independencia americana, no solo
porque el equilibrio del mundo así lo exige, sino porque éste es el medio legítimo y seguro
de adquirirse establecimientos ultramarinos de comercio.
¿Cuál es el argumento de Bolívar para disuadir a España de que facilite la
independencia de las colonias americanas? Evalúa
1. Para algunos, la expresión "colonia" o "historia colonial" es inadecuada, pues supone la
existencia de colonias en el sentido moderno de la palabra y olvida el carácter de virreinatos
que los territorios americanos tenían. Otros especialistas señalan que el uso de "colonial"
permite comprender procesos de dominación y ocupación de territorios por parte de imperios
foráneos y las desiguales relaciones económicas, políticas y culturales entre las metrópolis y
las colonias. ¿Cuál es tu opinión al respecto?
Interpreta

En líneas anteriores se señala que las naciones fueron resultado de los pro cesos
revolucionarios y no su causa. ¿A qué hace referencia? Discute con tus compañeros. En esta
reflexión recuerda lo que aprendiste en la unidad pasada sobre naciones y nacionalismo.

Infiere

1. La Junta Central afirmó que los territorios americanos no son colonias sino reinos. ¿Qué
significa esta afirmación? Para la época, ¿qué implicaciones consideras que tuvo esta
declaración?

Significado de:

Volatilidad: se refiere a la inestabilidad o cambios repentinos y radicales de los acontecimientos que


se vivían al iniciar el siglo XIX.

Luso: de lusitano, relativo a Portugal. Este adjetivo proviene del pueblo de la antigua
Lusitania que habitaba parte de la Península Ibérica desde tiempos anteríores al Imperío
romano.

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