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TRIPLE ALIANZA, GUERRA

Y REPRESENTACIONES
David Velázquez

Las representaciones más conocidas de los contendientes de la Guerra de la


Triple Alianza comenzaron a construirse en el transcurso del conflicto. El enemigo
fue el «bárbaro», el «tirano», el «asesino», la «mazorca», el «indio», el «cobarde»,
el «esclavo», el «negro», el «macaco»; o sus opuestos: el «civilizador», «regenera-
dor», «cristiano», «valiente», según de dónde proviniera la representación. En el
Paraguay, en este sentido, la llamada prensa de guerra —los periódicos Cabichui, La
Estrella, El Semanario de Avisos y Conocimientos Útiles, El Centinela y Cacique
Lambaré—, ha sido objeto de importantes estudios sobre las representaciones del
enemigo en dichos periódicos. Otro tanto puede decirse de estudios contempo-
ráneos de la prensa regional del Brasil en tiempos de la Guerra.

Sin embargo, y más allá de la Guerra, las lecturas del conflicto en clave de filoso-
fía política sirvieron para representar, en el Paraguay inmediatamente posterior
a su finalización, a bandos políticos opuestos como los patriotas y los legionarios,
conceptos que evolucionaron a lo largo del tiempo como términos antitéticos
sin posibilidades de síntesis conciliadoras. Lecturas teleologistas de la historia
paraguaya también establecieron categorías rígidas de interpretación del pasado
de preguerra: Francia y los López representan un continuum tiránico en el que
se prescinde por completo de las diferencias entre los tres gobiernos: la lógica
inexorable de este continuum es la «regeneración» por la fuerza de la nación para-
guaya a través de la «obra civilizadora» y «liberal» de la Triple Alianza.

Bajo el stronismo, este continuum habría de adquirir un sentido positivo. Francia


y los López, sobre los protagonistas de la construcción nacional. A ellos se suma
Bernardino Caballero, como el «primer reconstructor» de la nación tras la Gue-
rra, y, luego, el propio Alfredo Stroessner, como «segundo reconstructor», tras
los años de «anarquía liberal», continuadora ésta del legionarismo.

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En el Paraguay, en consecuencia, puede decirse que predomina la lógica ami-
go-enemigo, dos términos irreductibles y completamente irreconciliables, que es
una derivación y continuidad de la lógica patriota-legionario, y, por lo tanto, di-
rectamente deudora de las interpretaciones filosófico-políticas del conflicto que
ocultó, y hasta llegó a borrar, con el rojo de la sangre, las innúmeras afinidades
histórico-culturales del Cono Sur.

En el caso de la Argentina, el conflicto también tiñó, de alguna manera, las repre-


sentaciones sobre otras enemistades insuperables como la de unitarios y federales.
La Guerra sirvió, como ya se ha visto, para acelerar la unificación de la Argenti-
na; unificación que además contó, como resultado de la Guerra, con un «relato
histórico» de dicha unificación, relato que es conocido como mitrismo debido a su
gestor, el General Bartolomé Mitre. En el caso del Brasil, está siendo objeto de es-
tudios el fenómeno de la ciudadanía de los esclavos, resultante de la Guerra, y su
impacto en la aparición de la República y el final del Imperio. Cabe preguntarse,
en tal sentido, quién es, en el imaginario de la época, el negro bajo la condición
de esclavo y quién es el negro ciudadano que emerge de la Guerra, por ejemplo.

No son, sin embargo, las representaciones políticas las únicas derivadas del con-
flicto. Existe una gran cantidad de representaciones de sujetos sociales y cultura-
les, derivadas del conflicto. En el Paraguay, por ejemplo, el sujeto femenino se
representa históricamente bajo dos conceptos derivados también de la Guerra:
la residenta y la reconstructora. Ambos conceptos coinciden en asignar al género fe-
menino una serie de valores que les son comunes: abnegación, sentido del com-
pañerismo al esposo y de incondicionalidad con los hijos, disciplina y, no pocas
veces, sometimiento y capacidad de sobreponerse a la adversidad. Sin embargo,
ambos conceptos se enfrentaron cuando, traspasando el umbral de lo social, se
convirtieron en conceptos «políticos», lo que ocurrió a mediados y fines de la
década de los 60 y principios de los 70 del siglo pasado. La residenta se convirtió
en el arquetipo de la mujer paraguaya; mientras que la «reconstructora» gozó
de una ambigua valoración porque entre las reconstructoras había mujeres que
retornaron como familiares de exiliados políticos de los López y, por lo tanto,
familiares de «legionarios».

El término residenta sufrió una evolución muy interesante para analizar: desde
describir un fenómeno específico, cuyos orígenes son localizables en disposicio-
nes tomadas durante la Guerra para que la mano de obra femenina se dedicara
a la agricultura, para lo cual debía desplazarse desde sus lugares de origen a

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residir en las Cordilleras, hasta abarcar, con el devenir histórico, a toda mujer
que hubiera acompañado a los ejércitos de López hasta su final en Cerro Corá,
incluyendo a mujeres protagonistas de hechos anteriores a la residenta, como las
que realizaron la llamada Asamblea Americana de Mujeres cuya expresión más
significativa fue la famosa donación de joyas de 1867.

En las antípodas de la residenta está la destinada, que es la mujer familiar de los


enemigos políticos de López que, sin exiliarse fueron confinadas a sitios lejanos
en los que también debían dedicarse al cultivo para abastecer a las tropas.

Otra representación vinculada a la Guerra es la del niño paraguayo. El día del niño
paraguayo se conmemora, desde 1948, el 16 de agosto, fecha que evoca la llama-
da «batalla de los niños», la Batalla de Acosta Ñu —conocida en la historiografía
brasileña como Batalla de Campo Grande— que tuvo lugar el 16 de agosto de
1869. No es casualidad que tal evocación se sitúe en los años de alta influencia
del revisionismo histórico y del paso, desde el nacionalismo cívico, al naciona-
lismo heroico e identitario. Antes, desde los primeros años del siglo xx, el día
del niño se festejaba el 13 de mayo, con la finalidad de que, en dicha fecha, los
niños escolarizados reciban el estímulo cívico necesario para los días siguientes:
14 y 15 de mayo, aniversario de la Independencia Nacional. Desde 1948, no
es el «respeto a las leyes y las instituciones de la libertad» los fundamentos del
proyecto de Estado nacional, sino la veneración a la tierra y a los héroes que la
defendieron con sus vidas.

Durante el estronismo, estas representaciones se consolidaron también como


«funcionales» al régimen: mujeres obedientes, niños obedientes, en fin: un país
completa y «voluntariamente» sometido a la disciplina que exige la «unidad» de
la patria ante peligros externos, tal como había ocurrido en torno a la figura de
López durante la Guerra de la Triple Alianza. Para el estronismo, los enemigos
externos eran los legionarios liberales desde el exilio y, muy especialmente, los
comunistas, carentes, según la doctrina estronista en boga, de los conceptos más
importantes que el nacionalismo sí proporcionaba: patria, familia y Dios. La
homogeneidad político-social que el estronismo esperaba para la sociedad para-
guaya se encontraba en modelos resignificados desde la guerra.

Es muy interesante también estudiar las representaciones que sobre los para-
guayos, en el exilio forzoso de la postguerra, tenían habitantes de lugares como
Formosa (Argentina) o el Mato Grosso (Brasil). Debe recordarse que un impor-

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tante contingente de paraguayos y paraguayas, especialmente de estas últimas,
se acogió a los beneficios de la política migratoria que el gobierno brasileño
había establecido, aprovechando la desesperación causada por la guerra para
que, desde el Paraguay y casadas con brasileños, las mujeres —y sus maridos
brasileños— pudieran poblar el Mato Grosso, entonces completamente aislado
de cualquier acceso por tierra. Investigaciones recientes revelan el peso demo-
gráfico de la población paraguaya en regiones como Corumbá y Coimbra en
aquellos años, así como el impacto cultural de su presencia. Estos primeros
hallazgos pueden constituir la puerta de entrada a un enorme campo de gran
potencial investigativo sobre las representaciones acerca de los paraguayos mi-
grantes en aquellos años, algunos de los cuales se encuentran, por ejemplo, en
los documentos diplomáticos.

Un manto de silencio se teje, en general, en toda la historiografía, respecto de las


representaciones del indio, en el marco de la Guerra. Es importante advertir que,
como se sabe, las ocupaciones territoriales ancestrales indígenas carecían por
completo de legitimidad para los estados contendientes. En la correspondencia
diplomática entre Paraguay y Brasil se califica como terra nullius a un territorio
efectivamente ocupado, desde tiempos antiguos, por indígenas. La Constitución
argentina de 1853, partes de la cual fueron copiadas en la Constitución paraguaya
de 1870, establece, para el Poder Legislativo, la función de «pacificar», «cristiani-
zar» y «civilizar» a los indios. La prensa de guerra de los países de la Alianza se
esforzaba en representar a los paraguayos como «indios», «atrasados», «bárbaros»
e «incivilizados», mientras que, en el Paraguay, extrañamente, surge una suerte de
protonacionalismo étnico en las páginas del Cacique Lambaré, en el que se exalta
a los antepasados guaraníes en su lucha contra el invasor español; antepasados cu-
yos espíritus reviven en la guerra que se estaba librando en territorio paraguayo.

¿Quién es el Otro, más allá de la Guerra? Una pregunta que requiere una res-
puesta desde el tiempo presente; pregunta hecha por voces que interpelan a las
interpretaciones unilineales y monocausales, y que reclaman el final del silencio
con el que fueron cubiertas por los vencedores. Para responderla, la historia
deberá alejarse del metodismo y el énfasis en el documento, hijo privilegiado
del positivismo, para dar cabida también a la hermenéutica, a la lectura de los
«mitos historiográficos», así como también a los aportes de la etnografía y las
investigaciones de los relatos orales, con el debido rigor, para contribuir a una
mejor comprensión de la Guerra y de sus impactos sobre vidas individuales,
comunitarias y hasta estatales.

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