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Notas de Jekyll y Hyde

Protagonistas masculinos.

Símbolos silenciosos del rostro (Del UNO).

Algo eminentemente humano irradiaba en sus ojos; algo que, a decir verdad, pero que hablaba no solo de esos
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símbolos silenciosos del rostro después de la cena sino también…
Él estaba perfectamente tranquilo y no opuso resistencia, pero me arrojó una mirada tan fea que me hizo sudar
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como cuando se corre
Ocurrió como a todo el resto de nosotros; el matasanos, según vi, sentía náuseas y empalidecía con el deseo
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de matarlo
El doctor Jekyll no constituía excepción a esa regla – era un hombre ancho de hombros, de buena presencia y
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fino rostro, quizá con un no sé qué de airecillo taimado, pero con todos los signos de la capacidad y la amabilidad
El ancho y hermoso rostro del Dr. Jekyll empalideció hasta en los labios, y algo sombrío apareció en su mirada 34
Pero la luna brilló en su rostro mientras hablaba, y a la muchacha le agradó verlo, porque parecía emanar una
inocente afabilidad a la antigua, pero con un no sé qué de orgullo que parecía proceder de una autosatisfacción 37, 38
bien fundada
Tenía una cara maligna, suavizada por la hipocresía 40
El Dr. Pareció presa de un ataque de desfallecimiento, mantuvo la boca cerrada, y asintió con la cabeza 45
Tenía la sentencia de muerte claramente escrita en el rostro. Aquel hombre de rostro rosado se había vuelto
pálido, había enflaquecido hasta los huesos; era visiblemente más calvo, y estaba viejo; y sin embargo, esos
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signos de una veloz decadencia física no atrajeron la atención del abogado tanto como cierta mirada y cierto
tono de modales que parecían testimoniar un terror profundamente hincado en su mente
Estaba observando con asombro la enormidad de alivio que se pintaba en el rostro del mayordomo 58

La multiplicidad

Y sucedió que la orientación de mis estudios científicos, que conducían enteramente hacia lo místico y lo
trascendental, produjo una reacción y arrojó una fuerte luz sobre esa conciencia de la guerra perenne entre 78
mis miembros.
“…El hombre no es realmente uno, sino realmente dos. Digo dos porque el nivel de mis conocimientos no
me permite ir más allá en este punto. Otros me seguirán, otros me aventajarán en esta misma línea; y
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aventuro la conjetura de que el hombre, en último término, será conocido como una mera comunidad de
entes extraños, diversos, incongruos e independientes”

Roto el aparato de interpretación, roto el sujeto

Tú, que has negado las virtudes de la medicina trascendental, tú, que te has reído de los que te son superiores,
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CONTEMPLA
Tenía la sentencia de muerte claramente escrita en el rostro. Aquel hombre de rostro rosado se había vuelto
pálido, había enflaquecido hasta los huesos; era visiblemente más calvo, y estaba viejo; y sin embargo, esos
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signos de una veloz decadencia física no atrajeron la atención del abogado tanto como cierta mirada y cierto
tono de modales que parecían testimoniar un terror profundamente hincado en su mente

Deformidad inespecífica

Debe ser deforme en algo; da una sensación de deformidad, aunque no podría especificar en qué sentido 20
El señor Hyde era pálido y muy bajo; producía una impresión de deformidad sin ninguna malformación precisa,
tenía una sonrisa desagradable, se había presentado al abogado con una especie de criminal mezcla de timidez
y descaro, y hablaba con una voz ronca, susurrante y un tanto quebrada…Todo eso eran puntos en su contra; 29
pero todos ellos juntos eran incapaces de explicar la repugnancia, el asco y el miedo, hasta entonces
desconocidos con que el señor Utterson lo había contemplado.
Los pocos que podían describirle divergían ampliamente, como suele ocurrir con los observadores comunes.
Sólo en un punto estaban de acuerdo: en la obsesiva sensación de inexpresada deformidad que impresionaba 41
a todos los que le veían
Entonces sabrá usted, como todos nosotros, que había algo extraño en ese caballero…algo que le daba un
aire…No sabría exactamente cómo decirlo, señor, como no sea de este modo; se sentía, hasta el tuétano, una 63
especie de frío e inquietud
Es difícil de creer, pero este ataviaje ridículo estuvo lejos de moverme a risa. Antes bien , por cuanto que había
un no sé qué anormal y bastardo en la esencia misma de la criatura que tenía enfrente –algo opresivo, 73
sorprendente y repulsivo-, …
El placer, la moral y lo mortífero

De ahí vino que ocultara mis placeres; y que, cuando alcancé los años de la reflexión y empecé a mirar a mi
alrededor y a evaluar mis progresos y mi posición en el mundo, estaba ya comprometido con una profunda
duplicidad de vida. Muchos hombres hubieran incluso alardeado de las irregularidades de las que yo era
culpable; pero, debido a lo alto de las vistas que tenía puestas ante mí, yo las contemplaba y las ocultaba con
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una sensación de vergüenza casi enfermiza. Fue, pues, más bien, la exigente naturaleza de mis aspiraciones,
antes que una especial de degradación de mis defectos, lo que me convirtió en lo que fue y que, con un abismo
más profundo que la mayoría de los hombres, separó en mi esos territorios del bien y del mal que dividen y
componen la naturaleza dual del hombre
En aquel tiempo, todavía no había contraído la aversión por la aridez de una vida de estudios. Todavía tenía
una alegre disposición por momentos; y, como mis placeres eran (es lo menos que puede decirse) indignos, 82
mientras que yo no sólo era bien conocido y estimado…
Los placeres que me acostumbre a buscar con mi disfraz fueron, como he dicho, indignos; difícilmente podría
emplear otro término. Pero en manos de Edward Hyde, pronto empezaron a derivar a lo monstruoso. Cuando
volvía de esas expediciones, a menudo me sumía en una especie de asombro ante mi vicarial depravación.
Aquel ser familiar que había formado a partir de mi propia alma y enviado, solo, a que actuara a su placer era 83
un ser inherentemente maligno y depravado; todos sus actos y pensamientos se centraban en sí mismo; bebía
el placer con avidez bestial a costa de cualquier grado de tormento para los demás; era incansable como si
fuera de roca

Lo mortífero

Había algo extraño en mis sensaciones, algo indescriptiblemente nuevo, y por su misma novedad,
increíblemente agradable. Me sentía más joven, más ligero, más feliz corporalmente; por dentro, tenía
conciencia de una impetuosa temeridad; oleadas de desordenadas imágenes sensuales corrían en mi
imaginación como el agua en un saetín en una disolución de las ataduras de la obligación y una libertad del
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alma desconocida. Me di cuenta, al primer aliento de esa nueva vida, de que era más malvado, diez veces más
malvado, vendido como esclavo a mi mal original; y ese pensamiento, en aquel momento, me vigorizó y me
deleitó como el vino. Extendí los brazos, regocijado por el frescor de esas sensaciones; y, al hacerlo, adquirí
súbita conciencia de haber perdido estatura.
El mal, (que, según debo todavía creer, es el lado letal del hombre), además, había dejado en aquel cuerpo un
sello de deformidad y vileza. Y, sin embargo, cuando contemplé en el espejo aquella fea imagen, no tuve
ninguna sensación de repugnancia sino más bien, un impulso de bienvenida. También aquello era yo. Parecía
natural y humano. Aquello me trajo a los ojos una imagen más viva del espíritu, parecía más explícita y simple
que la imagen imperfecta y dividida que hasta entonces había tenido la costumbre de llamar mía. Y, en este 81
sentido, tenía indudablemente razón. He observado que cuando adoptaba la efigie de Edward Hyde, nadie
podía acercárseme sin una visible desconfianza física. Esto, según entiendo, se debía a que todos los seres
humanos, tal como nos encontramos, tienen mezclados entre ellos el bien y el mal; y sólo Edward Hyde, en las
filas de la humanidad, era puro mal.

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