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Editorial Redacción
La Pasión de Cristo según las Escrituras José María Iraburu Larreta
La divinidad de Jesús Padre Jorge Loring, S.J.
La Última Cena de Nuestro Señor Jesucristo Anna Katharina Emmerich
Jesús delante de Caifás Anna Katharina Emmerich
La Pasión de Jesucristo Santo Tomás de Aquino
Murieron por el filo de la espada Meister Eckhart
Editorial
Este ejemplar de la revista, correspondiente al mes de marzo de 2011 se va a centrar, de manera exclusiva, en
un acontecimiento que va a centrar la vida cotidiana de los cristiano-católicos –y de los demás,
inevitablemente-, como es la Pasión de Jesús, en las próximas fechas con motivo de la celebración de la
Semana Santa.
Hay dos textos iniciales de personalidades desconocidas para la mayoría de los lectores, pero prolijos en el
escribir sobre muchos aspectos de la vida cristiana. Con el primero, y de manera muy breve, nos hacemos una
idea de cómo se trata la muerte de Jesús de Nazaret en las escrituras; mientras con el segundo atendemos a la
divinidad de Jesús, muchas veces en entredicho por distintas escuelas y sectas de la periferia del cristianismo.
Tienen ustedes que perdonar si se hieren susceptibilidades hacia miembros de los Testigos de Jehová en estas
palabras, pero ha sido preferible colocar el texto en su integridad.
Dos extractos de Anna Katharina Emmerich sobre la Pasión. Esta beata, nacida a finales del siglo XVIII,
explicó sus visiones a Clemente Brentano –poeta germano- que las reunió en varios volúmenes. Un extracto de
algunas de esas visiones conforma el libro “La amarga Pasión de Nuestro señor Jesucristo”. La Iglesia
considera que la información que describe la beata en sus visiones puede utilizarse para complementar la que
se dispone con las Escrituras. Se comenta que Mel Gibson utilizó parte de este material para la construcción del
guión de su película “La Pasión”.
Un texto de Santo Tomás de Aquino sobre la muerte de Jesús, sobre por qué tuvo lugar y lo que significa.
Referente para bastantes “escolásticos”, sin embargo el misticismo que se aprecia en muchas de sus palabras es
digno de mención, especialmente textos que aparecen, como estos, en su obra “Compendio de Teología”
–“Summa Theologicae”.
Acabamos el ejemplar con un texto sobre el significado de la muerte para otro exponente de las letras
cristianas, místico, alemán y teólogo, Meister Eckhart. No se puede hablar de él sin oponerlo –postura que
adoptan muchos tradicionalistas- con el escolástico Santo Tomás de Aquino, del que fue alumno.
Como sugerimos en los editoriales precedentes queda abierta esta lista de correo, donde aparece esta revista,
para que los lectores hagan sugerencias, críticas y comentarios que puedan complementar las letras que aquí
traemos. Para darse de alta en el boletín y en la lista, escriban un e-mail sin asunto a la dirección:
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Si lo que desean es participar en la lista, y ya forman parte de ella, escriban un e-mail a la dirección:
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Para estar al tanto de novedades y descargas de textos relacionados con lo que aquí tratamos, pueden dirigirse a
la siguiente dirección web: www.tradicionperenne.com.
Obediencia al Padre
Por eso, una vez resucitado, Jesús reprocha a sus discípulos no haber
entendido lo que las Escrituras decían de Él: «esto es lo que yo os decía
estando aún con vosotros, que era preciso que se cumpliera todo lo que
está escrito en la Ley de Moisés y en los Profetas y en los Salmos de mí»
[...] «así estaba escrito, que el Mesías debía padecer y al tercer día
resucitar de entre los muertos» (Lc 24). «Las Escrituras» no son sino
anuncios proféticos de una voluntad de Dios providente.
«Tanto amó Dios al mundo, que le dio su Unigénito Hijo, para que el mundo
sea salvado por Él» (Jn 3, 16). Primero lo entregó en Belén, en la
encarnación, finalmente en la Cruz, en el sacrificio redentor. Quiso Dios que
la Cruz de Jesús fuera la revelación máxima de su amor: «Dios probó su
amor hacia nosotros en que, siendo pecadores, Cristo murió por nosotros»
(Rm 5, 8). «Nadie tiene amor mayor que el que da la vida por sus amigos»
(Jn 15, 13).
NOTAS
*.- Jose María Iraburu Larreta (Pamplona, 28 de julio de 1935). Presbítero
diocesano de Pamplona y teólogo español. Mantuvo una polémica teológica
con el actual secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Luis
Ladaria Ferrer S.J. sobre la transmisión del pecado original. Actualmente
dirige un programa en Radio María España.
La divinidad de Jesús
Jorge Loring, S.J.
Extracto breve de un capítulo del libro “Para salvarte” (Enciclopedia del
católico (58ª edición), Edibesa, 2008, ISBN 84-85662-96-2).
San Pablo afirma repetidas veces que Cristo es Dios: dice que es «de condición
divina» (Filipenses, 2:6); que «en él reside toda la plenitud de la divinidad»
(Colosenses, 2:9); le llama «Dios bendito» (Romanos, 9:5) y «gran Dios» (Tito,
2:13). San Pablo transmite la creencia de la primera comunidad cristiana. De lo Te
contrario los otros Apóstoles hubieran protestado. Por el contrario, todos decían lo apedrea
mismo.
mos por
blasfem
San Pedro lo llama Dios antes de recibir las llaves del Reino de los Cielos (MATEO, o,
16:16) y al principio de su Segunda Carta llama a Jesús, Dios y Salvador. porque
siendo
San Juan dice que Cristo es «Hijo Único de Dios» (JUAN, 4:9), «verdadero Dios»
hombre
(JUAN, 5:20).
te haces
San Pablo afirmaba: «Tanto ellos como yo, esto es lo que predicamos» (Corintios, Dios
15:1-11).
Si los Apóstoles no hubieran creído que Cristo es Dios no hubieran dado la vida por
él, pues nadie da la vida por lo que sabe que es mentira.
Los Testigos de Jehová niegan la divinidad de Cristo, y para ello han hecho una
traducción de la Biblia que llaman del Nuevo Mundo, donde introducen palabras
que no están en el texto original y que cambian el sentido de las frases en que se
habla de la divinidad de Cristo. Esta introducción de palabras que cambian el
sentido del texto original es un auténtico fraude. Esta Biblia de los Testigos de
Jehová es una Biblia falsaria (ver n 6, 9).
Los judíos entendieron que Jesús se tenía por Dios, por eso querían quitarle la vida,
por hacerse igual a Dios. «Te apedreamos por blasfemo, porque siendo hombre te
haces Dios» (JUAN, 10:33). «Debe morir porque se hace Hijo de Dios» (JUAN, 19:7).
Todos los textos que los Testigos de Jehová citan para quitar a los católicos la fe en
Cristo-Dios, se refieren a Cristo-Hombre. Ignorar los textos en que se afirma la
divinidad de Cristo es no conocer la Biblia; o querer engañar, que es peor. Los
Testigos de Jehová no tienen derecho a llamarse cristianos, pues no creen que
Cristo sea Dios. Por eso son excluidos del Consejo Mundial de las Iglesias Cristianas
(1).
Dice San Juan: «Todo el que niega al Hijo tampoco posee al Padre».
NOTAS
1.- Conseil Oecumenique des Eglises. Rapport de la Troisieme Assamblèe, pg.391;
Neuchâtel.
42. Cuatro alguaciles fueron a sacar a Jesús del sitio en donde le habían encerrado. Le
dieron golpes llenándole de ultrajes en estos últimos pasos que le quedaban por andar,
y arrastráronle sobre le elevación. Cuando las santas mujeres vieron al Salvador dieron
dinero a un hombre para que le procurase el permiso de dar a Jesús el vino aromatizado
de Verónica. Mas los alguaciles las engañaron y se quedaron con el vino, ofreciendo al
Señor una mezcla de vino y mirra. Jesús mojó sus labios, pero no bebió. En seguida los
alguaciles quitaron a Nuestro Señor su capa, y como no podían sacarle la túnica sin
costuras que su Madre le había hecho, a causa de la corona de espinas, arrancaron con
violencia esta corona de la cabeza, abriendo todas sus heridas. No le quedaba más que
un lienzo alrededor de los riñones. El Hijo del hombre estaba temblando, cubierto de
llagas y despedazados sus hombros hasta los huesos. Habiéndole hecho sentar sobre
una piedra le pusieron la corona sobre la cabeza, y le presentaron un vaso con hiel y
vinagre; mas Jesús volvió la cabeza sin decir palabra.
43. Después que los alguaciles extendieron al divino Salvador sobre la cruz, y habiendo
estirado su brazo derecho sobre el brazo derecho de la cruz, lo ataron fuertemente; uno
de ellos puso la rodilla sobre su pecho sagrado, otro le abrió la mano, y el tercero apoyó
sobre la carne un clavo grueso y largo, y lo clavó con un martillo de hierro. Un gemido
dulce y claro salió del pecho de Jesús y su sangre saltó sobre los brazos de sus
verdugos. Los clavos era muy largos, la cabeza chata y del diámetro de una moneda
mediana, tenían tres esquinas y eran del grueso de un dedo pulgar a la cabeza: la punta
salía detrás de la cruz. Habiendo clavado la mano derecha del Salvador, los verdugos
vieron que la mano izquierda no llegaba al agujero que habían abierto; entonces ataron
una cuerda a su brazo izquierdo, y tiraron de él con toda su fuerza, hasta que la mano
llegó al agujero. Esta dislocación violenta de sus brazos lo atormentó horriblemente, su
pecho se levantaba y sus rodillas se estiraban. Se arrodillaron de nuevo sobre su cuerpo,
le ataron el brazo para hundir el segundo clavo en la mano izquierda; otra vez se oían
los quejidos del Señor en medio de los martillazos. Los brazos de Jesús quedaban
extendidos horizontalmente, de modo que no cubrían los brazos de la cruz. La Virgen
Santísima sentía todos los dolores de su Hijo: Estaba cubierta de una palidez mortal y
exhalaba gemidos de su pecho. Los fariseos la llenaban de insultos y de burlas. Habían
clavado a la cruz un pedazo de madera para sostener los pies de Jesús, a fin de que todo
el peso del cuerpo no pendiera de las manos, y para que los huesos de los pies no se
rompieran cuando los clavaran. Ya se había hecho el clavo que debía traspasar los pies y
una excavación para los talones. El cuerpo de Jesús se hallaba contraído a causa de la
violenta extensión de los brazos. Los verdugos extendieron también sus rodillas
atándolas con cuerdas; pero como los pies no llegaban al pedazo de madera, puesto
para sostenerlos, unos querían taladrar nuevos agujeros para los clavos de las manos;
otros vomitando imprecaciones contra el Hijo de Dios, decían: "No quiere estirarse, pero
vamos a ayudarle". En seguida ataron cuerdas a su pierna derecha, y lo tendieron
violentamente, hasta que el pie llegó al pedazo de madera. Fue una dislocación tan
horrible, que se oyó crujir el pecho de Jesús, quien, sumergido en un mar de dolores,
exclamó: "¡Oh Dios mío! ¡Oh Dios mío!". Después ataron el pie izquierdo sobre el
derecho, y habiéndolo abierto con una especie de taladro, tomaron un clavo de mayor
dimensión para atravesar sus sagrados pies. Esta operación fue la más dolorosa de
todas. Conté hasta treinta martillazos. Los gemidos de Jesús eran una continua oración,
que contenía ciertos pasajes de los salmos que se estaban cumpliendo en aquellos
momentos. Durante toda su larga Pasión el divino Redentor no ha cesado de orar. He
oído y repetido con Él estos pasajes, y los recuerdo algunas veces al rezar los salmos;
pero actualmente estoy tan abatida de dolor, que no puedo coordinarlos. El jefe de la
tropa romana había hecho clavar encima de la cruz la inscripción de Pilatos. Como los
romanos se burlaban del título de Rey de los judíos, algunos fariseos volvieron a la
ciudad para pedir a Pilatos otra inscripción. Eran las doce y cuarto cuando Jesús fue
crucificado, y en el mismo momento en que elevaban la cruz, el templo resonaba con el
ruido de las trompetas que celebraban la inmolación del cordero pascual.
La Pasión de Jesucristo
Santo Tomás de Aquino
Capítulos 227 y 228 de la Primera Parte de su obra Summa Theologica
(«Compendio de Teología». Trans.: L. Carbonero y Sol; 4. ed.: Planeta -
Agostini, Barcelona, 1996).
CAPÍTULO CCXXVII
Por qué Cristo quiso morir.
Cristo
De lo dicho anteriormente se deduce con la mayor evidencia que Cristo quiso
tomó algunos de nuestros defectos, no por necesidad, sino por algún fin, fin también
que no era otro que nuestra salvación. Toda potencia y hábito o habilidad morir, no
está ordenada para el acto como al fin, y por esto la pasibilidad para sólo
satisfacer o merecer no basta sin la pasión en actos. En efecto: no se llama para que
bueno o malo a un hombre porque pueda hacer el bien o el mal, y sí porque su
hace lo uno y lo otro. La alabanza y el vituperio no son debidos a la muerte
potencia, sino al acto; y esta es la razón por qué Cristo, además de tomar fuese
nuestra pasibilidad para salvarnos, quiso sufrir para satisfacer por nuestros para
pecados. Cristo sufrió por nosotros los sufrimientos que nosotros debíamos nosotros
sufrir por el pecado de nuestro primer padre, y principalmente la muerte, a un
la cual están ordenadas todas las demás pasiones humanas como a su fin. remedio
Por esto, dice el Apóstol a los Romanos, VI: "La muerte es el estipendio del satisfact
pecado". Por consiguiente, Cristo quiso sufrir la muerte por nuestros orio,
pecados para librarnos de la muerte, tomando sobre sí, siendo inocente, la sino un
pena que nosotros merecíamos; a la manera que un culpable se libraría de sacrame
la pena que debía sufrir, si otro se sometiera por él a esta pena. Cristo quiso nto de
también morir, no sólo para que su muerte fuese para nosotros un remedio salud, a
satisfactorio, sino un sacramento de salud, a fin de que, a imitación de su fin de
muerte, muramos en la vida carnal, pasando a una vida espiritual, según que, a
estas palabras de la primera carta de San Pedro III: "Cristo murió una vez imitació
por nuestros pecados, el justo por los culpables, para ofrecernos a Dios n de su
mortificados en la carne y vivificados en el espíritu". Y también quiso morir muerte,
para dejarnos en su muerte un ejemplo de virtud perfecta. muramo
s en la
Con respecto a la caridad, he aquí lo que leemos en San Juan, XV: "Nadie vida
tiene mayor caridad que aquel que da su vida por su amigo". Tanto más se carnal,
manifiesta el gran amor de alguno, cuanto más dispuesto está a sufrir por pasando
un amigo: es así que el mayor de todos los males humanos es la muerte que a una
destruye la vida humana; luego la mayor prueba de amor es que el hombre vida
sufra la muerte por un amigo suyo. La muerte de Cristo es también un espiritua
ejemplo de fortaleza que la adversidad no puede alejar de la justicia, porque l
es propio principalmente de la fortaleza no abandonar la virtud por temor de
la muerte. En consideración a esto, dice el Apóstol, hablando de la Pasión de
Cristo, en su epístola a los Hebreos II: Para destruir por su muerte al que
tenía el imperio de la muerte; es a saber, al diablo; y para librar a aquellos
que por el temor de la muerte estaban en servidumbre toda la vida. En
efecto: aceptando la muerte por la verdad, excluyó el temor de la muerte
que la mayor parte de las veces aprisiona a los hombres con el yugo del
pecado. La paciencia de que nos dejó ejemplo es una virtud que no deja que
el hombre se entristezca en la adversidad, sino que brilla tanto más cuanto
mayor es la adversidad. Siendo la muerte él mayor de los males, es el
mayor ejemplo de paciencia sufrirla sin turbación de espíritu, como lo
predijo el profeta Isaías cuando, hablando de Cristo, dice LIII: "Como cordero
ante el esquilador enmudeció y no abrió su boca". También nos dejó un
ejemplo perfecto de obediencia, virtud tanto más loable, cuanto más
difíciles son las cosas a que se obedece, y no hay en verdad cosa más difícil
que la muerte; así es que para hacer el Apóstol el elogio de la obediencia de
Cristo, dice a los Filipenses: "Fué obediente a su Padre hasta la muerte".
CAPÍTULO CCXXVIII
De la muerte de Cruz.
De lo dicho parece por qué quiso sufrir muerte de cruz. Quiso sufrir esta
muerte porque así convenía como remedio de satisfacción, en atención a
que convenía que el hombre fuese castigado por aquellas cosas en que
había pecado. En efecto: en el libro de la Sabiduría, XI se lee: Para que
supiesen que por las cosas en que uno peca, por las mismas es también
atormentado. El pecado del primer hombre consistió en que contra la
prohibición de Dios, comió del fruto del árbol de la ciencia del bien y del
mal, y Cristo en lugar suyo quiso ser enclavado en el árbol de la cruz para
pagar una deuda que no había contraído, como dice el Salmista en el cap.
LVIII. La muerte de cruz era también conveniente en cuanto al Sacramento,
porque Cristo quiso demostrar con su muerte que debíamos morir a la vida
carnal, de tal suerte, que nuestro espíritu se elevase a las cosas del cielo, y
por esto dice por San Juan, cap. XII: "Y si yo fuere alzado de la tierra, todo lo
atraeré a mí mismo". La muerte de cruz era también conveniente como
ejemplo de virtud perfecta. Los hombres en muchas ocasiones no rehusan
menos lo vituperable de la muerte que lo acerbo de la muerte, y por lo
mismo parecía conveniente, para la mayor perfección de la virtud, no
rehusar un género de muerte, aunque fuera odiosa, para el bien de la virtud.
El Apóstol, para hacer el elogio de la obediencia perfecta de Cristo, después
de haber dicho que fue obediente hasta la muerte, añade: "Y hasta la
muerte de cruz, la cual parecía la más, vergonzosa, según estas palabras de
la Sabiduría: "Condenémosle a la muerte más vergonzosa".
Leemos de los mártires que «murieron al filo de la espada» (Hebreos 11, 37). Nuestro
Señor dijo a sus discípulos: «Bienaventurados sois vosotros si sufrís algo por mi nombre»
(Cfr. Mateo 5, 11 y 10, 22).
Ahora bien, se dice que «murieron». Esto de que «murieron» significa en primer término
que se acaba cualquier cosa sufrida en este mundo y en esta vida. Dice San Agustín:
Toda pena y cualquier obra trabajosa se acaban, pero es eterna la recompensa que Dios
da por ellas. En segundo lugar, [significa] que debemos tener presente que esta vida
entera es mortal de modo que no hemos de temer todas las penas y trabajos que nos
puedan sobrevenir, pues se acabarán. En tercer lugar, que debemos comportarnos
como si estuviéramos muertos de modo que no nos afecte ni lo agradable ni lo penoso.
Dice un maestro: Nada es capaz de tocar al cielo, y esto quiere decir que es un hombre
celestial aquel para quien todas las cosas no valen tanto que puedan afectarlo. Dice un
maestro: Como todas las criaturas son tan ruines, ¿a qué se debe que pueden apartar al
hombre tan fácilmente de Dios; y eso que el alma en su parte menos valiosa es más
preciosa que el cielo y todas las criaturas? Él dice: Se debe a que aprecia poco a Dios. Si
el hombre apreciara a Dios como debería hacerlo, sería casi imposible que cayera
alguna vez. Y es una enseñanza buena [según la cual] el hombre debe comportarse en
este mundo como si estuviera muerto. Dice San Gregorio que nadie puede poseer a
Dios en grado considerable si no está muerto hasta el fondo para este mundo.
La cuarta enseñanza es la mejor de todas. Dice que «murieron». La muerte, [sin em-
bargo], les otorga un ser. Afirma un maestro: La naturaleza nunca destruye nada a no
ser que dé algo mejor. Cuando el aire se convierte en fuego, entonces es algo mejor;
mas, cuando el aire se convierte en agua, es una destrucción y un error. Si [incluso] la
naturaleza actúa así, cuánto más lo hace Dios: nunca destruye sin dar algo mejor. Los
mártires están muertos y perdieron una vida [pero, en cambio] recibieron un ser. Dice
un maestro que lo más noble son [el] ser y [la] vida y [el] conocimiento. [El]
conocimiento es más sublime que [la] vida o [el] ser, pues en el hecho de conocer posee
a la vez [la] vida y [el] ser. Mas luego, [la] vida es más noble que [el] ser o [el] conocer,
como en el caso del árbol que vive, mientras la piedra [sólo] tiene el ser. Pero, si por
otra parte, concebimos al ser como puro y acendrado, tal como es en sí mismo,
entonces el ser es más sublime que [el] conocimiento o [la] vida. Han perdido una vida y
encontrado un ser. Dice un maestro que nada se asemeja tanto a Dios como [el] ser;
[una cosa], en cuanto tiene ser, en tanto se asemeja a Dios. Dice un maestro: [El] ser es
tan puro y tan elevado que todo cuanto es Dios, es ser. Dios no reconoce nada fuera del
ser, no sabe nada fuera de su ser, [el] ser es su anillo. Dios no ama nada fuera de su
ser, no piensa en nada fuera de su ser. Yo digo: Todas las criaturas son un solo ser. Dice
un maestro que ciertas criaturas se hallan tan cerca de Dios y poseen tanta luz divina
impresa en ellas, que dan [el] ser a otras criaturas. Esto no es verdad, porque [el] ser es
tan elevado y tan puro y tan afín a Dios, que nadie puede dar [el] ser sino sólo Dios en sí
mismo. La esencia más propia de Dios es [el] ser. Dice un maestro: Una criatura bien
puede darle vida a otra. Justamente por eso, todo cuanto es de alguna manera, está
fundamentado tan sólo en [el] ser. Ser es un nombre primigenio. Todo cuanto es
defectuoso, es un abandono del ser. Nuestra vida entera debería ser un ser. Nuestra
vida, en cuanto es un ser, en tanto está en Dios. Nuestra vida es afín a Dios en la
medida en que está recogida en [el] ser. Por mezquina que sea nuestra vida, si se la
aprehende en cuanto es ser, es más noble que cualquier cosa que alguna vez haya
logrado vivir. Estoy seguro de que si un alma conociera lo más insignificante que tiene
ser, nunca más le daría la espalda por un solo momento. Lo más pobre que se conociera
dentro de Dios —aunque se conociera sólo una flor tal como tiene su ser en Dios— sería
más noble que todo el mundo. Lo más insignificante que se halla en Dios, en cuanto es
un ser, es mejor que un ángel si alguien lo llegara a conocer.
Si el ángel se dirigiera hacia las criaturas para conocerlas, se haría de noche. Dice San
Agustín: Cuando los ángeles llegan a conocer a las criaturas sin Dios, hay un crepúsculo
vespertino, pero cuando llegan a conocer a las criaturas en Dios, hay un crepúsculo
matutinal. Si conocen a Dios como Él es ser, puramente en sí mismo, esto es el
mediodía reluciente. Yo digo: El hombre debería comprender y conocer lo noble que es
el ser. No hay criatura tan insignificante que no apetezca el ser. Las orugas, cuando
caen de los árboles, suben penosamente por una pared para conservar su ser. ¡Tan
noble es el ser! Alabamos la muerte sufrida junto a Dios para que Él nos traslade a un
ser mejor que la vida: un ser en el cual vive nuestra vida, ahí donde nuestra vida se
convierte en ser. El hombre debe entregarse a la muerte de buen grado y morir para
obtener un ser mejor.
A veces digo que un leño es superior al oro; esto es muy sorprendente. Una piedra en
cuanto tiene ser, es más noble que Dios y su divinidad sin ser, puesto el caso de que se
le pueda quitar [el] ser. Ha de ser una vida muy vigorosa aquella en que las cosas
muertas cobran vida [y] en la cual aun la muerte llega a ser vida. Para Dios no muere
nada: todas las cosas viven en Él. «Están muertos» dice la Escritura con respecto a los
mártires y se hallan trasladados a una vida eterna, aquella vida donde la vida es ser.
Debemos estar muertos a fondo, de modo que no nos afecten ni lo agradable ni lo
penoso. Cuanto hay que conocer debe conocerse en su causa. Nunca podemos conocer
una cosa como es verdaderamente en sí misma, si no la conocemos en su causa. Jamás
puede ser [un] conocimiento [verdadero] aquel que no conozca una cosa en su causa
evidente. Así también, la vida nunca puede ser acabada, a no ser que se la refiera a su
causa evidente, ahí donde la vida es un ser que el alma recibirá cuando muera hasta el
fondo para que vivamos en la vida donde [la] vida es ser. Aquello que nos impide
perseverar en esta [disposición], lo señala un maestro diciendo: Se debe al hecho de
que toquemos [el] tiempo. Todo cuanto toca [el] tiempo, es mortal. Dice un maestro: El
curso del cielo es eterno; es bien cierto que el tiempo proviene de él, [pero] esto sucede
por una desviación. [Mas], en su curso es eterno; no sabe nada del tiempo y esto
implica que el alma ha de ser puesta en un ser puro. El segundo [impedimento] se da
cuando algo contiene en sí su contrario. ¿Qué es [un] contrario? Lo agradable y lo
penoso, lo blanco y lo negro, constituyen contrarios y éstos no permanecen en [el] ser.
Dice un maestro: El alma ha sido dada al cuerpo para su purificación. El alma, cuando se
halla separada del cuerpo, no tiene ni entendimiento ni voluntad: es una sola cosa, no
sería capaz de reunir suficiente fuerza para volverse hacia Dios; los posee [el
entendimiento y la voluntad], es cierto,’ en su fondo, por cuanto éste es su raíz, pero no
en su actuación. El alma es purificada en el cuerpo para que reúna lo que está disperso
y llevado afuera. Si aquello que los cinco sentidos llevan afuera, entra de nuevo en el
alma, ésta tiene una fuerza en la cual todo se vuelve uno. Por otra parte, ella [el alma]
es purificada en el ejercicio de las virtudes; esto sucede cuando el alma trepa a una vida
que está unificada. La pureza del alma consiste en que fue purificada de una vida
dividida y entra en una vida unificada. Todo cuanto está dividido en las cosas inferiores,
es unido cuando el alma trepa a una vida en la cual no existe contrario. Cuando el alma
llega a la luz del entendimiento, no sabe nada del contrario. Aquello que se desprende
de esta luz, cae en la mortalidad y muere. En tercer lugar, la pureza del alma reside en
que no está inclinada hacia ninguna cosa. Aquello que se inclina hacia otra cosa,
cualquiera que sea, muere y no puede perdurar.
Rogamos a Dios, Nuestro querido Señor, que nos ayude [a pasar] de una vida dividi-da a
una vida unificada. Que Dios nos ayude a lograrlo. Amén.