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Tradición Perenne

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Editorial Redacción
La Pasión de Cristo según las Escrituras José María Iraburu Larreta
La divinidad de Jesús Padre Jorge Loring, S.J.
La Última Cena de Nuestro Señor Jesucristo Anna Katharina Emmerich
Jesús delante de Caifás Anna Katharina Emmerich
La Pasión de Jesucristo Santo Tomás de Aquino
Murieron por el filo de la espada Meister Eckhart

Editorial
Este ejemplar de la revista, correspondiente al mes de marzo de 2011 se va a centrar, de manera exclusiva, en
un acontecimiento que va a centrar la vida cotidiana de los cristiano-católicos –y de los demás,
inevitablemente-, como es la Pasión de Jesús, en las próximas fechas con motivo de la celebración de la
Semana Santa.
Hay dos textos iniciales de personalidades desconocidas para la mayoría de los lectores, pero prolijos en el
escribir sobre muchos aspectos de la vida cristiana. Con el primero, y de manera muy breve, nos hacemos una
idea de cómo se trata la muerte de Jesús de Nazaret en las escrituras; mientras con el segundo atendemos a la
divinidad de Jesús, muchas veces en entredicho por distintas escuelas y sectas de la periferia del cristianismo.
Tienen ustedes que perdonar si se hieren susceptibilidades hacia miembros de los Testigos de Jehová en estas
palabras, pero ha sido preferible colocar el texto en su integridad.
Dos extractos de Anna Katharina Emmerich sobre la Pasión. Esta beata, nacida a finales del siglo XVIII,
explicó sus visiones a Clemente Brentano –poeta germano- que las reunió en varios volúmenes. Un extracto de
algunas de esas visiones conforma el libro “La amarga Pasión de Nuestro señor Jesucristo”. La Iglesia
considera que la información que describe la beata en sus visiones puede utilizarse para complementar la que
se dispone con las Escrituras. Se comenta que Mel Gibson utilizó parte de este material para la construcción del
guión de su película “La Pasión”.
Un texto de Santo Tomás de Aquino sobre la muerte de Jesús, sobre por qué tuvo lugar y lo que significa.
Referente para bastantes “escolásticos”, sin embargo el misticismo que se aprecia en muchas de sus palabras es
digno de mención, especialmente textos que aparecen, como estos, en su obra “Compendio de Teología”
–“Summa Theologicae”.
Acabamos el ejemplar con un texto sobre el significado de la muerte para otro exponente de las letras
cristianas, místico, alemán y teólogo, Meister Eckhart. No se puede hablar de él sin oponerlo –postura que
adoptan muchos tradicionalistas- con el escolástico Santo Tomás de Aquino, del que fue alumno.

Cuando hayáis levantado al Hijo del


hombre, entonces sabréis que Yo Soy, y que no hago nada por mi propia
cuenta; sino que, lo que el Padre me ha enseñado, eso es lo que hablo.
29 Y el que me ha enviado está conmigo: no me ha dejado solo,
porque yo hago siempre lo que le agrada a él
Evangelio según San Juan, 8, 28-29.

'Cristo os ha amado y se ha ofrecido por vosotros, ofreciéndose a Dios como sacrificio'


'Haceos, pues, imitadores de Dios, caminad en la caridad'
Carta a los Efesios, de San Pablo, 5, 1-2

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la siguiente dirección web: www.tradicionperenne.com.

La Pasión de Cristo según las escrituras


José María Iraburu Larreta (*)
Texto extraído del portal cristiano-católico Encuentra (encuentra.com)

El autor de este artículo escribe en respuesta a un error según el cual


«históricamente Jesús murió porque lo mataron; y lo mataron por su tenor
de vida. No buscó ni quiso el dolor, pero se le vino encima [...] Lo mató el
«... tus «sistema» [...]. No fue enviado por el Padre al mundo para que sufriera,
pensamie sino para predicar e implantar el reino de Dios». En síntesis, se daba una
ntos no visión de la Pasión de Cristo no conforme a las Escrituras y a la Tradición.
son los
de Dios, Ateniéndome aquí solamente a la Biblia, recordaré que la carta a los
sino los Hebreos considera todos los sacrificios instituidos por Yavé en el Antiguo
de los Testamento como anuncios proféticos del Sacrificio único de Cristo en la
hombres» Cruz. La Cruz es, pues, plan de Dios providente, revelado desde antiguo.

Muchos textos, en efecto, del Antiguo Testamento anuncian el sacrificio


«Nadie mortal y vivificante del Mesías salvador. El sacrificio del Cordero pascual
tiene (Ex 12). El sacrificio ofrecido por Moisés en el Sinaí (Ex 24: «ésta es la
amor sangre de la Alianza que hace con vosotros Yavé»). La profecía del Siervo
mayor de Yavé (Is 42; 49; 53: «he aquí a mi Siervo, mi Elegido, en quien se
que el complace mi alma... El castigo salvador pesó sobre él... Ofreciendo su vida
que da la en sacrificio por el pecado... mi Siervo justificará a muchos, cargando con
vida por las iniquidades de ellos... por haberse entregado a la muerte»...) El libro de
sus la Sabiduría (2): «Si el Justo es hijo de Dios, Él lo acogerá y lo librará de las
amigos» manos de sus enemigos... Condenémosle a muerte afrentosa, ya que dice
que Dios le protegerá».

Jesucristo tenía plena conciencia de ser el Cordero de Dios, el Siervo de


Yavé, el Justo rechazado por los pecadores. De ningún modo puede decirse
que «se le vino encima» la muerte de una forma inesperada e irresistible.
Él sabía que en su sangre sacrificial había de establecerse una Alianza
nueva, con fuerza sobrehumana para perdonar los pecados de la
humanidad. Varias veces anuncia a sus discípulos que sus enemigos le van
a matar; «y esto se lo decía claramente» (Mt 8, 31). Y cuando Pedro se
resistió a este plan divino: «¡no quiera Dios que eso suceda»!, Jesús le
increpó con gran dureza: «¡apártate de mí, Satanás!... tus pensamientos no
son los de Dios, sino los de los hombres» (Mt 16, 22-23).

Por otra parte, Cristo, poderoso para resucitar muertos y calmar


tempestades con la sola fuerza de su palabra, podía ciertamente haber
evitado su muerte. Otras veces la eludió, como en Nazaret, con autoridad
irresistible (Lc 4, 30). La entrega, pues, que Cristo hace de su vida es
perfectamente libre: «Yo doy mi vida para tomarla de nuevo. Nadie me la
quita, sino que yo la doy por mí mismo» (Jn 10, 17-18).

La entrega que Jesús hace de sí mismo en la última Cena es también


claramente sacrificial: «éste es mi cuerpo que se entrega por vosotros...
Ésta es mi sangre de la Nueva Alianza, que será derramada por muchos
para remisión de los pecados» (Mt 26; Mc 14; Lc 22; 1Cor 11). Es un
lenguaje patentemente sacrificial-cultual-litúrgico.

Y todavía en el momento en que le apresan, Jesús impide que le defiendan


sus discípulos: «¿cómo entonces se cumplirían las Escrituras, según las
cuales debe suceder así?» (Mt 26, 54).

Obediencia al Padre

Cristo entiende, pues, su aceptación sin resistencia de la Cruz como una


obediencia al Padre: «obediente hasta la muerte y muerte de Cruz» (Flp 2,
8). Cristo recibe la Cruz no por obediencia a Pilatos o a Caifás, sino por
obediencia al Padre. Es, pues, la Cruz voluntad de Dios providente, que
«quiere permitir» la muerte de su Hijo, en manos de los pecadores, para la
redención de la humanidad.

Por eso, una vez resucitado, Jesús reprocha a sus discípulos no haber
entendido lo que las Escrituras decían de Él: «esto es lo que yo os decía
estando aún con vosotros, que era preciso que se cumpliera todo lo que
está escrito en la Ley de Moisés y en los Profetas y en los Salmos de mí»
[...] «así estaba escrito, que el Mesías debía padecer y al tercer día
resucitar de entre los muertos» (Lc 24). «Las Escrituras» no son sino
anuncios proféticos de una voluntad de Dios providente.

Así lo entendieron los Apóstoles, una vez recibido el Espíritu Santo. La


primera predicación apostólica testimonia que la Pasión de Cristo,
producida por el pecado del mundo -el Sanedrín, los letrados, Pilatos, el
pueblo, los apóstoles huidos, nosotros-, estaba eternamente diseñada en el
plan redentor de la Providencia: «Dios ha dado así cumplimiento a lo que
había anunciado por boca de todos los profetas, la pasión de Cristo» (Hech
3, 18). De este modo maravilloso, hemos sido rescatados «al precio de la
sangre de Cristo, el cordero sin defecto ni mancha, previsto antes de la
creación del mundo y manifestado al final de los tiempos para nuestro
bien» (1Pe 1, 19-20).

Todos estos textos, y muchos otros de la Escritura, de la Tradición y de la


Liturgia, nos afirman que quiso Dios reconciliar al mundo consigo mediante
el sacrificio mortal de su propio Hijo hecho hombre.

Ante tan gran misterio, claramente revelado, podemos preguntarnos: ¿Por


qué Cristo sufrió tanto? Cur Christus tam doluit? Es una cuestión teológica
clásica. ¿No podía Dios haber dispuesto la redención del mundo de un
modo menos doloroso?... Siempre la Iglesia ha sabido que «una sola gota
de la sangre» de Cristo, y menos que eso, hubiera sido suficiente para
redimir al mundo. Pero quiso Dios tanto dolor -para manifestarnos el horror
del pecado, -para enseñarnos que nadie llega a la salvación si no toma su
cruz cada día; pero sobre todo -para declararnos el inmenso amor que nos
tiene:

«Tanto amó Dios al mundo, que le dio su Unigénito Hijo, para que el mundo
sea salvado por Él» (Jn 3, 16). Primero lo entregó en Belén, en la
encarnación, finalmente en la Cruz, en el sacrificio redentor. Quiso Dios que
la Cruz de Jesús fuera la revelación máxima de su amor: «Dios probó su
amor hacia nosotros en que, siendo pecadores, Cristo murió por nosotros»
(Rm 5, 8). «Nadie tiene amor mayor que el que da la vida por sus amigos»
(Jn 15, 13).

Ésta es, muy en síntesis, la interpretación que la misma Revelación divina,


por medio de la Escritura sagrada, da de la Pasión de Cristo. Otras
interpretaciones de la Pasión, si se hacen al margen, o incluso en contra,
de «la Tradición y la Escritura» (Vaticano II, Dei Verbum 9), no darán la
verdad revelada del Misterio. Tampoco serán propiamente teológicas. No
serán más que una mera ideología personal.

NOTAS
*.- Jose María Iraburu Larreta (Pamplona, 28 de julio de 1935). Presbítero
diocesano de Pamplona y teólogo español. Mantuvo una polémica teológica
con el actual secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Luis
Ladaria Ferrer S.J. sobre la transmisión del pecado original. Actualmente
dirige un programa en Radio María España.

La divinidad de Jesús
Jorge Loring, S.J.
Extracto breve de un capítulo del libro “Para salvarte” (Enciclopedia del
católico (58ª edición), Edibesa, 2008, ISBN 84-85662-96-2).

San Pablo afirma repetidas veces que Cristo es Dios: dice que es «de condición
divina» (Filipenses, 2:6); que «en él reside toda la plenitud de la divinidad»
(Colosenses, 2:9); le llama «Dios bendito» (Romanos, 9:5) y «gran Dios» (Tito,
2:13). San Pablo transmite la creencia de la primera comunidad cristiana. De lo Te
contrario los otros Apóstoles hubieran protestado. Por el contrario, todos decían lo apedrea
mismo.
mos por
blasfem
San Pedro lo llama Dios antes de recibir las llaves del Reino de los Cielos (MATEO, o,
16:16) y al principio de su Segunda Carta llama a Jesús, Dios y Salvador. porque
siendo
San Juan dice que Cristo es «Hijo Único de Dios» (JUAN, 4:9), «verdadero Dios»
hombre
(JUAN, 5:20).
te haces
San Pablo afirmaba: «Tanto ellos como yo, esto es lo que predicamos» (Corintios, Dios
15:1-11).

Si los Apóstoles no hubieran creído que Cristo es Dios no hubieran dado la vida por
él, pues nadie da la vida por lo que sabe que es mentira.

Los Testigos de Jehová niegan la divinidad de Cristo, y para ello han hecho una
traducción de la Biblia que llaman del Nuevo Mundo, donde introducen palabras
que no están en el texto original y que cambian el sentido de las frases en que se
habla de la divinidad de Cristo. Esta introducción de palabras que cambian el
sentido del texto original es un auténtico fraude. Esta Biblia de los Testigos de
Jehová es una Biblia falsaria (ver n 6, 9).

Los judíos entendieron que Jesús se tenía por Dios, por eso querían quitarle la vida,
por hacerse igual a Dios. «Te apedreamos por blasfemo, porque siendo hombre te
haces Dios» (JUAN, 10:33). «Debe morir porque se hace Hijo de Dios» (JUAN, 19:7).

El pueblo judío era monoteísta y no concebía otro Dios que Yahvé.

Cristo afirmaba claramente su divinidad. Por eso le llamaban blasfemo.

También a Caifás le sonó a blasfemia la respuesta de Jesús en el Sanedrín


afirmando que él era Hijo de Dios. Y por blasfemo lo condenaron a muerte. Si Cristo
se hubiera llamado Hijo de Dios del mismo modo que Dios era Padre del resto de
los hombres, aquello no tendría por qué haber sonado a blasfemia. Pero Cristo se
identificaba con el Padre, pues tenía su misma naturaleza de Dios.

Todos los textos que los Testigos de Jehová citan para quitar a los católicos la fe en
Cristo-Dios, se refieren a Cristo-Hombre. Ignorar los textos en que se afirma la
divinidad de Cristo es no conocer la Biblia; o querer engañar, que es peor. Los
Testigos de Jehová no tienen derecho a llamarse cristianos, pues no creen que
Cristo sea Dios. Por eso son excluidos del Consejo Mundial de las Iglesias Cristianas
(1).

Dice San Juan: «Todo el que niega al Hijo tampoco posee al Padre».

«Quien confiesa al Hijo posee también al Padre» (JUAN, 2:22).

Jesús estaba convencido de ser Hijo de Dios en un sentido especial, único.


Jesucristo llama a Dios su Padre de un modo familiar.

NOTAS
1.- Conseil Oecumenique des Eglises. Rapport de la Troisieme Assamblèe, pg.391;
Neuchâtel.

La última cena de nuestro Señor Jesucristo


Anna Katharina Emmerich
Extracto del capítulo ‘La última Cena de Nuestro Señor Jesucristo’, del libro
“La amarga Pasión de Nuestro Señor Jesucristo”, de Anna Katharina Emmerich,
Edt. Sol de Fátima, Madrid, 1985.
.

Jesús y los suyos comieron el cordero pascual en el Cenáculo,


divididos en tres grupos: el Salvador con los doce Apóstoles en
la sala del Cenáculo; Natanael con otros doce discípulos en una
de las salas laterales; otros doce tenían a su cabeza a Eliazim,
hijo de Cleofás y de María, hija de Helí: había sido discípulo de
San Juan Bautista. Se mataron para ellos tres corderos en el
templo. Había allí un cuarto cordero, que fue sacrificado en el
Cenáculo: éste es el que comió Jesús con los Apóstoles. Judas
ignoraba esta circunstancia; continuamente ocupado en su
Como trama, no había vuelto cuando el sacrificio del cordero; vino
sería pocos instantes antes de la comida. El sacrificio del cordero
posible destinado a Jesús y a los Apóstoles fue muy tierno; se hizo en
observar el vestíbulo del Cenáculo. Los Apóstoles y los discípulos
exactame estaban allí cantando el salmo CXVIII. Jesús habló de una nueva
nte todo época que comenzaba. Dijo que los sacrificios de Moisés y la
lo que no figura del Cordero pascual iban a cumplirse; pero que, por esta
es más razón, el cordero debía ser sacrificado como antiguamente en
que Egipto, y que iban a salir verdaderamente de la casa de
exterior, servidumbre. Los vasos y los instrumentos necesarios fueron
se preparados. Trajeron un cordero pequeñito, adornado con una
inflama corona, que fue enviada a la Virgen Santísima al sitio donde
uno de estaba con las santas mujeres. El cordero estaba atado, con la
gratitud y espalda sobre una tabla, por el medio del cuerpo: me recordó a
de amor, Jesús atado a la columna y azotado. El hijo de Simeón tenía la
no se cabeza del cordero. El Señor lo picó con la punta de un cuchillo
puede en el cuello, y el hijo de Simeón acabó de matarlo. Jesús
comprend parecía tener repugnancia de herirlo: lo hizo rápidamente, pero
er la con gravedad; la sangre fue recogida en un baño, y le trajeron
ceguedad un ramo de hisopo que mojó en la sangre. En seguida fue a la
de los puerta de la sala, tiñó de sangre los dos pilares y la cerradura,
hombres, y fijó sobre la puerta el ramo teñido de sangre. Después hizo
la una instrucción, y dijo, entre otras cosas, que el ángel
ingratitud exterminador pasaría más lejos; que debían adorar en ese sitio
del sin temor y sin inquietud cuando Él fuera sacrificado, a Él
mundo mismo, el verdadero Cordero pascual; que un nuevo tiempo y
entero y un nuevo sacrificio iban a comenzar, y que durarían hasta el fin
sus del mundo. Después se fueron a la extremidad de la sala, cerca
pecados. del hogar donde había estado en otro tiempo el Arca de la
La Pascua Alianza. Jesús vertió la sangre sobre el hogar, y lo consagró
de Jesús como un altar; seguido de sus Apóstoles, dio la vuelta al
fue Cenáculo y lo consagró como un nuevo templo. Todas las
pronta, y puertas estaban cerradas mientras tanto. El hijo de Simeón
en todo había ya preparado el cordero. Lo puso en una tabla: las patas
conforme de adelante estaban atadas a un palo puesto al revés; las de
a las atrás estaban extendidas a lo largo de la tabla. Se parecía a
prescripci Jesús sobre la cruz, y fue metido en el horno para ser asado
ones con los otros tres corderos traídos del templo. Los convidados
legales. se pusieron los vestidos de viaje que estaban en el vestíbulo,
Los otros zapatos, un vestido blanco parecido a una camisa, y una
fariseos capa más corta de adelante que de atrás; se arremangaron los
añadían vestidos hasta la cintura; tenían también unas mangas anchas
algunas arremangadas. Cada grupo fue a la mesa que le estaba
observaci reservada: los discípulos en las salas laterales, el Señor con los
ones Apóstoles en la del Cenáculo. Según puedo acordarme, a la
minucios derecha de Jesús estaban Juan, Santiago el Mayor y Santiago el
as Menor; al extremo de la mesa, Bartolomé; y a la vuelta, Tomás
y Judas Iscariote. A la izquierda de Jesús estaban Pedro, Andrés
y Tadeo; al extremo de la izquierda, Simón, y a la vuelta, Mateo
y Felipe. Después de la oración, el mayordomo puso delante de
Jesús, sobre la mesa, el cuchillo para cortar el cordero, una
copa de vino delante del Señor, y llenó seis copas, que estaban
cada una entre dos Apóstoles. Jesús bendijo el vino y lo bebió;
los Apóstoles bebían dos en la misma copa. El Señor partió el
cordero; los Apóstoles presentaron cada uno su pan, y
recibieron su parte. La comieron muy de prisa, con ajos y
yerbas verdes que mojaban en la salsa. Todo esto lo hicieron de
pie, apoyándose sólo un poco sobre el respaldo de su silla.
Jesús rompió uno de los panes ácimos, guardó una parte, y
distribuyó la otra. Trajeron otra copa de vino; y Jesús decía:
"Tomad este vino hasta que venga el reino de Dios". Después
de comer, cantaron; Jesús rezó o enseñó, y habiéndose lavado
otra vez las manos, se sentaron en las sillas. Al principio estuvo
muy afectuoso con sus Apóstoles; después se puso serio y
melancólico, y les dijo: "Uno de vosotros me venderá; uno de
vosotros, cuya mano está conmigo en esta mesa". Había sólo
un plato de lechuga; Jesús la repartía a los que estaban a su
lado, y encargó a Judas, sentado en frente, que la distribuyera
por su lado. Cuando Jesús habló de un traidor, cosa que
espantó a todos los Apóstoles, dijo: "Un hombre cuya mano
está en la misma mesa o en el mismo plato que la mía", lo que
significa: "Uno de los doce que comen y beben conmigo; uno
de los que participan de mi pan". No designó claramente a
Judas a los otros, pues meter la mano en el mismo plato era
una expresión que indicaba la mayor intimidad. Sin embargo,
quería darle un aviso, pues, que metía la mano en el mismo
plato que el Señor para repartir lechuga. Jesús añadió: "El hijo
del hombre se va, según esta escrito de Él; pero desgraciado el
hombre que venderá al Hijo del hombre: más le valdría no
haber nacido". Los Apóstoles, agitados, le preguntaban cada
uno: "Señor, ¿soy yo?", pues todos sabían que no comprendían
del todo estas palabras. Pedro se recostó sobre Juan por detrás
de Jesús, y por señas le dijo que preguntara al Señor quién era,
pues habiendo recibido algunas reconvenciones de Jesús, tenía
miedo que le hubiera querido designar. Juan estaba a la
derecha de Jesús, y, como todos, apoyándose sobre el brazo
izquierdo, comía con la mano derecha: su cabeza estaba cerca
del pecho de Jesús. Se recostó sobre su seno, y le dijo: "Señor,
¿quién es?". Entonces tuvo aviso que quería designar a Judas.
Yo no vi que Jesús se lo dijera con los labios: "Este a quien le
doy el pan que he mojado". Yo no sé si se lo dijo bajo; pero Juan
lo supo cuando el Señor mojó el pedazo de pan con la lechuga,
y lo presentó afectuosamente a Judas, que preguntó también:
"Señor, ¿soy yo?". Jesús lo miró con amor y le dio una
respuesta en términos generales. Era para los judíos una
prueba de amistad y de confianza. Jesús lo hizo con una
afección cordial, para avisar a Judas, sin denunciarlo a los
otros; pero éste estaba interiormente lleno de rabia. Yo vi,
durante la comida, una figura horrenda, sentada a sus pies, y
que subía algunas veces hasta su corazón. Yo no vi que Juan
dijera a Pedro lo que le había dicho Jesús; pero lo tranquilizó
con los ojos.

Se levantaron de la mesa, y mientras arreglaban sus vestidos,


según costumbre, para el oficio solemne, el mayordomo entró
con dos criados para quitar la mesa. Jesús le pidió que trajera
agua al vestíbulo, y salió de la sala con sus criados. De pie en
medio de los Apóstoles, les habló algún tiempo con
solemnidad. No puedo decir con exactitud el contenido de su
discurso. Me acuerdo que habló de su reino, de su vuelta hacia
su Padre, de lo que les dejaría al separarse de ellos. Enseñó
también sobre la penitencia, la confesión de las culpas, el
arrepentimiento y la justificación. Yo comprendí que esta
instrucción se refería al lavatorio de los pies; vi también que
todos reconocían sus pecados y se arrepentían, excepto Judas.
Este discurso fue largo y solemne. Al acabar Jesús, envió a Juan
y a Santiago el Menor a buscar agua al vestíbulo, y dijo a los
Apóstoles que arreglaran las sillas en semicírculo. Él se fue al
vestíbulo, y se puso y ciñó una toalla alrededor del cuerpo.
Mientras tanto, los Apóstoles se decían algunas palabras, y se
preguntaban entre sí cuál sería el primero entre ellos; pues el
Señor les había anunciado expresamente que iba a dejarlos y
que su reino estaba próximo; y se fortificaban más en la
opinión de que el Señor tenía un pensamiento secreto, y que
quería hablar de un triunfo terrestre que estallaría en el último
momento. Estando Jesús en el vestíbulo, mandó a Juan que
llevara un baño y a Santiago un cántaro lleno de agua; en
seguida fueron detrás de él a la sala en donde el mayordomo
había puesto otro baño vacío. Entró Jesús de un modo muy Tú no
humilde, reprochando a los Apóstoles con algunas palabras la sabes
disputa que se había suscitado entre ellos: les dijo, entre otras ahora lo
cosas, que Él mismo era su servidor; que debían sentarse para que
que les lavara los pies. Se sentaron en el mismo orden en que hago,
estaban en la mesa. Jesús iba del uno al otro, y les echaba pero lo
sobre los pies agua del baño que llevaba Juan; con la sabrás
extremidad de la toalla que lo ceñía, los limpiaba; estaba lleno más
de afección mientras hacía este acto de humildad. Cuando tarde".
llegó a Pedro, éste quiso detenerlo por humildad, y le dijo: Me
"Señor, ¿Vos lavarme los pies?". El Señor le respondió: "Tú no pareció
sabes ahora lo que hago, pero lo sabrás más tarde". Me pareció que le
que le decía aparte: "Simón, has merecido saber de mi Padre decía
quién soy yo, de dónde vengo y adónde voy; tú solo lo has aparte:
confesado expresamente, y por eso edificaré sobre ti mi Iglesia, "Simón,
y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Mi fuerza has
acompañará a tus sucesores hasta el fin del mundo". Jesús lo merecid
mostró a los Apóstoles, diciendo: "Cuando yo me vaya, él o saber
ocupará mi lugar". Pedro le dijo: "Vos no me lavaréis jamás los de mi
pies". El Señor le respondió: "Si no te lavo los pies, no tendrás Padre
parte conmigo". Entonces Pedro añadió: "Señor, lavadme no quién
sólo los pies, sino también las manos y la cabeza". Jesús soy yo,
respondió: "El que ha sido ya lavado, no necesita lavarse más de
que los pies; está purificado en todo el resto; vosotros, pues, dónde
estáis purificados, pero no todos". Estas palabras se dirigían a vengo y
Judas. Había hablado del lavatorio de los pies como de una adónde
purificación de las culpas diarias, porque los pies, estando sin voy; tú
cesar en contacto con la tierra, se ensucian constantemente si solo lo
no se tiene una grande vigilancia. Este lavatorio de los pies fue has
espiritual, y como una especie de absolución. Pedro, en medio confesa
de su celo, no vio más que una humillación demasiado grande do
de su Maestro: no sabía que Jesús al día siguiente, para expresa
salvarlo, se humillaría hasta la muerte ignominiosa de la cruz. mente, y
Cuando Jesús lavó los pies a Judas, fue del modo más cordial y por eso
más afectuoso: acercó la cara a sus pies; le dijo en voz baja, edificaré
que debía entrar en sí mismo; que hacía un año que era traidor sobre ti
e infiel. Judas hacía como que no le oía, y hablaba con Juan. mi
Pedro se irritó y le dijo: "Judas, el Maestro te habla". Entonces Iglesia,
Judas dio a Jesús una respuesta vaga y evasiva, como: "Señor, y las
¡Dios me libre!". Los otros no habían advertido que Jesús puertas
hablaba con Judas, pues hablaba bastante bajo para que no le del
oyeran, y además, estaban ocupados en ponerse su calzado. infierno
En toda la pasión nada afligió más al Salvador que la traición no
de Judas. Jesús lavó también los pies a Juan y a Santiago. prevalec
Enseñó sobre la humildad: les dijo que el que serví a los otros erán
era el mayor de todos; y que desde entones debían lavarse con contra
humildad los pies los unos a los otros; en seguida se puso sus ella. Mi
vestidos. Los Apóstoles desataron los suyos, que los habían fuerza
levantado para comer el cordero pascual. acompa
ñará a
7 tus
sucesore
Por orden del Señor, el mayordomo puso de nuevo la mesa, s hasta
que había lazado un poco: habiéndola puesto en medio de la el fin del
sala, colocó sobre ella un jarro lleno de agua y otro lleno de mundo
vino. Pedro y Juan fueron a buscar al cáliz que habían traído de
la casa de Serafia. Lo trajeron entre los dos como un
Tabernáculo, y lo pusieron sobre la mesa delante de Jesús.
Había sobre ella una fuente ovalada con tres panes ácimos
blancos y delgados; los panes fueron puestos en un paño con
el medio pan que Jesús había guardado de la Cena pascual:
había también un vaso de agua y de vino, y tres cajas: la una
de aceite espeso, la otra de aceite líquido y la tercera vacía.
Desde tiempo antiguo había la costumbre de repartir el pan y
de beber en el mismo cáliz al fin de la comida; era un signo de
fraternidad y de amor que se usaba para dar la bienvenida o
para despedirse. Jesús elevó hoy este uso a la dignidad del más
santo Sacramento: hasta entonces había sido un rito simbólico
y figurativo. El Señor estaba entre Pedro y Juan; las puertas
estaban cerradas; todo se hacía con misterio y solemnidad.
Cuando el cáliz fue sacado de su bolsa, Jesús oró, y habló muy
solemnemente. Yo le vi explicando la Cena y toda la ceremonia:
me pareció un sacerdote enseñando a los otros a decir misa.
Sacó del azafate, en el cual estaban los vasos, una tablita;
tomó un paño blanco que cubría el cáliz, y lo tendió sobre el
azafate y la tablita. Luego sacó los panes ácimos del paño que
los cubría, y los puso sobre esta tapa; sacó también de dentro
del cáliz un vaso más pequeño, y puso a derecha y a izquierda
las seis copas de que estaba rodeado. Entonces bendijo el pan
y los óleos, según yo creo: elevó con sus dos manos la patena,
con los panes, levantó los ojos, rezó, ofreció, puso de nuevo la
patena sobre la mesa, y la cubrió. Tomó después el cáliz, hizo
que Pedro echara vino en él y que Juan echara el agua que
había bendecido antes; añadió un poco de agua, que echó con
una cucharita: entonces bendijo el cáliz, lo elevó orando, hizo
el ofertorio, y lo puso sobre la mesa. Juan y Pedro le echaron
agua sobre las manos. No me acuerdo si este fue el orden
exacto de las ceremonias: lo que sé es que todo me recordó de
un modo extraordinario el santo sacrificio de la Misa. Jesús se
mostraba cada vez más afectuoso; les dijo que les iba a dar
todo lo que tenía, es decir, a Sí mismo; y fue como si se
hubiera derretido todo en amor. Le volverse transparente; se
parecía a una sombra luminosa. Rompió el pan en muchos
pedazos, y los puso sobre la patena; tomó un poco del primer
pedazo y lo echó en el cáliz. Oró y enseñó todavía: todas sus
palabras salían de su boca como el fuego de la luz, y entraban
en los Apóstoles, excepto en Judas. Tomó la patena con los
pedazos de pan y dijo: Tomad y comed; este es mi Cuerpo, que
será dado por vosotros. Extendió su mano derecha como para
bendecir, y mientras lo hacía, un resplandor salía de Él: sus
palabras eran luminosas, y el pan entraba en la boca de los
Apóstoles como un cuerpo resplandeciente: yo los vi a todos
penetrados de luz; Judas solo estaba tenebroso. Jesús presentó
primero el pan a Pedro, después a Juan; en seguida hizo señas
a Judas que se acercara: éste fue el tercero a quien presentó el
Sacramento, pero fue como si las palabras del Señor se
apartasen de la boca del traidor, y volviesen a Él. Yo estaba tan
agitada, que no puedo expresar lo que sentía. Jesús le dijo:
"Haz pronto lo que quieres hacer". Después dio el Sacramento
a los otros Apóstoles. Elevó el cáliz por sus dos asas hasta la
altura de su cara, y pronunció las palabras de la consagración:
mientras las decía, estaba transfigurado y transparente:
parecía que pasaba todo entero en lo que les iba a dar. Dio de
beber a Pedro y a Juan en el cáliz que tenía en la mano, y lo
puso sobre la mesa. Juan echó la sangre divina del cáliz en las
copas, y Pedro las presentó a los Apóstoles, que bebieron dos a
dos en la misma copa. Yo creo, sin estar bien segura de ello,
que Judas tuvo también su parte en el cáliz. No volvió a su sitio,
sino que salió en seguida del Cenáculo. Los otros creyeron que
Jesús le había encargado algo. El Señor echó en un vasito un
resto de sangre divina que quedó en el fondo del cáliz; después
puso sus dedos en el cáliz, y Pedro y Juan le echaron otra vez
agua y vino. Después les dio a beber de nuevo en el cáliz, y el
resto lo echó en las copas y lo distribuyó a los otros Apóstoles.
En seguida limpió el cáliz, metió dentro el vasito donde estaba
el resto de la sangre divina, puso encima la patena con el resto
del pan consagrado, le puso la tapadera, envolvió el cáliz, y lo
colocó en medio de las seis copas. Después de la Resurrección,
vi a los Apóstoles comulgar con el resto del Santísimo
Sacramento. Había en todo lo que Jesús hizo durante la
institución de la Sagrada Eucaristía, cierta regularidad y cierta
solemnidad: sus movimientos a un lado y a otro estaban llenos
de majestad. Vi a los Apóstoles anotar alguna cosa en unos
pedacitos de pergamino que traían consigo.

Jesús hizo una instrucción particular. Les dijo que debían


conservar el Santísimo Sacramento en memoria suya hasta el
fin del mundo; les enseñó las formas esenciales para hacer uso
de él y comunicarlo, y de qué modo debían, por grados,
enseñar y publicar este misterio. Les enseñó cuándo debían
comer el resto de las especies consagradas, cuándo debían dar
de ellas a la Virgen Santísima, cómo debían consagrar ellos
mismos cuando les hubiese enviado el Consolador. Les habló
después del sacerdocio, de la unción, de la preparación del
crisma, de los santos óleos. Había tres cajas: dos contenían una
mezcla de aceite y de bálsamo. Enseñó cómo se debía hacer
esa mezcla, a qué partes del cuerpo se debía aplicar, y en qué
ocasiones. Me acuerdo que citó un caso en que la Sagrada
Eucaristía no era aplicable: puede ser que fuera la
Extremaunción; mis recuerdos no están fijos sobre ese punto.
Habló de diversas unciones, sobre todo de las de los Reyes, y
dijo que aun los Reyes inicuos que estaban ungidos, recibían de
la unción una fuerza particular. Después vi a Jesús ungir a
Pedro y a Juan: les impuso las manos sorbe la cabeza y sobre
los hombros. Ellos juntaron las manos poniendo el dedo pulgar
en cruz, y se inclinaron profundamente delante de Él, hasta
ponerse casi de rodillas. Les ungió el dedo pulgar y el índice de
cada mano, y les hizo una cruz sobre la cabeza con el crisma.
Les dijo también que aquello permanecería hasta el fin del
mundo. Santiago el Menor, Andrés, Santiago el Mayor y
Bartolomé recibieron asimismo la consagración. Vi que puso en
cruz sobre el pecho de Pedro una especie de estola que llevaba
al cuello, y a los otros se la colocó sobre el hombro derecho. Yo
vi que Jesús les comunicaba por esta unción algo esencial y
sobrenatural que no sé explicar. Les dijo que en recibiendo el
Espíritu Santo consagrarían el pan y el vino y darían la unción a
los Apóstoles. Me fue mostrado aquí que el día de Pentecostés,
antes del gran bautismo, Pedro y Juan impusieron las anos a los
otros Apóstoles, y ocho días después a muchos discípulos. Juan,
después de la Resurrección, presentó por primera vez el
Santísimo Sacramento a la Virgen Santísima. Esta circunstancia
fue celebrada entre los Apóstoles. La Iglesia no celebra ya esta
fiesta; pero la veo celebrar en la Iglesia triunfante. Los
primeros días después de Pentecostés yo vi a Pedro y a Juan
consagrar solos la Sagrada Eucaristía: más tarde, los otros
hicieron lo mismo. El Señor consagró también el fuego en una
copa de hierro, y tuvieron cuidado de no dejarlo apagar jamás:
fue conservado al lado del sitio donde estaba puesto el
Santísimo Sacramento, en una parte del antiguo hornillo
pascual, y de allí iban a sacarlo siempre para los usos
espirituales. Todo lo que hizo entonces Jesús estuvo muy
secreto y fue enseñado sólo en secreto. La Iglesia ha
conservado lo esencial, extendiéndolo bajo la inspiración del
Espíritu Santo para acomodarlo a sus necesidades. Cuando
estas santas ceremonias se acabaron, el cáliz que estaba al
lado del crisma fue cubierto, y Pedro y Juan llevaron el
Santísimo Sacramento a la parte más retirada de la sala, que
estaba separada del resto por una cortina, y desde entonces
fue el santuario. José de Arimatea y Nicodemus cuidaron el
Santuario y el Cenáculo en la ausencia de los Apóstoles. Jesús
hizo todavía una larga instrucción, y rezó algunas veces. Con
frecuencia parecía conversar con su Padre celestial: estaba
lleno de entusiasmo y de amor. Los Apóstoles, llenos de gozo y
de celo, le hacían diversas preguntas, a las cuales respondía.
La mayor parte de todo esto debe estar en la Sagrada
Escritura. El Señor dijo a Pedro y a Juan diferentes cosas que
debían comunicar después a los otros Apóstoles, y estos a los
discípulos y a las santas mujeres, según la capacidad de cada
uno para estos conocimientos. Yo he visto siempre así la
Pascua y la institución de la Sagrada Eucaristía. Pero mi
emoción antes era tan grande, que mis percepciones no podían
ser bien distintas: ahora lo he visto con más claridad. Se ve el
interior de los corazones; se ve el amor y la fidelidad del
Salvador: se sabe todo lo que va a suceder. Como sería posible
observar exactamente todo lo que no es más que exterior, se
inflama uno de gratitud y de amor, no se puede comprender la
ceguedad de los hombres, la ingratitud del mundo entero y sus
pecados. La Pascua de Jesús fue pronta, y en todo conforme a
las prescripciones legales. Los fariseos añadían algunas
observaciones minuciosas.
Jesús delante de Caifás
Anna Katharina Emmerich
Del libro “La amarga Pasión de Nuestro Señor Jesucristo”, de Anna Katharina
Emmerich, Edt. Sol de Fátima, Madrid, 1985.

16. Para llegar al tribunal de Caifás se atraviesa un primer


patio exterior, después se entra en otro patio, que rodea todo
el edificio. La casa tiene doble de largo que de ancho. Delante
hay una especie de vestíbulo descubierto, rodeado de tres
órdenes de columnas, formando galerías cubiertas. Jesús fue
introducido en el vestíbulo en medio de los clamores, de las
injurias y de los golpes. Apenas estuvo en presencia del
Consejo, cuando Caifás exclamó: "¡Ya estás aquí, enemigo de
dios, que llenas de agitación esta santa noche!". La calabaza
"Yo lo que contenía las acusaciones de Anás fue desatada del cetro
soy, tú lo ridículo puesto entre las manos de Jesús. Después que las
has leyeron, Caifás con más ira que Anás, hacía una porción de
dicho. Y preguntas a Jesús, que estaba tranquilo, paciente, con los ojos
yo os mirando al suelo. Los alguaciles querían obligarle a hablar, lo
digo que empujaban, le pegaban, y un perverso le puso el dedo pulgar
veréis al con fuerza en la boca, diciéndole que mordiera. Pronto
Hijo del comenzó la audiencia de los testigos, y el populacho excitado
hombre daba gritos tumultuosos, y se oía hablar a los mayores
sentado a enemigos de Dios, entre los fariseos y los saduceos reunidos en
la Jerusalén de todos los puntos del país. Repetían las
derecha acusaciones a que Él había respondido mil veces: "Que curaba
de la a los enfermos y echaba a los demonios por arte de éstos, que
Majestad violaba el Sábado, que sublevaba al pueblo, que llamaba a los
Divina, fariseos raza de víboras y adúlteros, que había predicho la
viniendo destrucción de Jerusalén, frecuentaba a los publicanos y los
sobre las pecadores, que se hacía llamar Rey, Profeta, Hijo de Dios; que
nubes del hablaba siempre de su Reino, que desechaba el divorcio, que
cielo" se llamaba Pan de vida". Así sus palabras, sus instrucciones y
sus parábolas eran desfiguradas, mezcladas con injurias, y
presentadas como crímenes. Pero todos se contradecían, se
perdían en sus relatos y no podían establecer ninguna
acusación bien fundada. Los testigos comparecían más bien
para decirle injurias en su presencia que para citar hechos. Se
disputaban entre ellos, y Caifás aseguraba muchas veces que
la confusión que reinaba en las deposiciones de los testigos era
efecto de sus hechizos. Algunos dijeron que había comido la
Pascua la víspera, que era contra la ley y que el año anterior
había ya hecho innovaciones en la ceremonia. Pero los testigos
se contradijeron tanto, que Caifás y los suyos estaban llenos de
vergüenza y de rabia al ver que no podían justificar nada que
tuviera algún fundamento. Nicodemus y José de Arimatea
fueron citados a explicar sobre que había comido la pascua en
una sala perteneciente a uno de ellos, y probaron, con escritos
antiguos, que de tiempo inmemorial los galileos tenían el
permiso de comer la Pascua un día antes. Al fin, se presentaron
los dos diciendo: "Jesús ha dicho: Yo derribaré el templo
edificado por las manos de los hombres y en tres días
reedificaré uno que no estará hecho por mano de los hombres". "Os
No estaban éstos tampoco acordes. Caifás, lleno de cólera, entrego
exasperado por los discursos contradictorios de los testigos, se este
levantó, bajó los escalones, y dijo: "Jesús: ¿No respondes tú Rey;
nada a ese testimonio?". Estaba muy irritado porque Jesús no rendid al
lo miraba. Entonces los alguaciles, asiéndolo por los cabellos, blasfem
le echaron la cabeza atrás y le pegaron puñadas bajo la barba; o los
pero sus ojos no se levantaron. Caifás elevó las manos con honores
viveza, y dijo en tono de enfado: "Yo te conjuro por el Dios vivo que
que nos digas si eres el Cristo, el Mesías, el Hijo de Dios". Había merece".
un profundo silencio, y Jesús, con una voz llena de majestad En
indecible, con la voz del Verbo Eterno, dijo: "Yo lo soy, tú lo has seguida
dicho. Y yo os digo que veréis al Hijo del hombre sentado a la se retiró
derecha de la Majestad Divina, viniendo sobre las nubes del con los
cielo". Mientras Jesús decía estas palabras, yo le vi miembro
resplandeciente: el cielo estaba abierto sobre Él, y en una s del
intuición que no puedo expresar, vi a Dios Padre Todopoderoso; Consejo
vi también a los ángeles, y la oración de los justos que subía a otra
hasta su Trono. Debajo de Caifás vi el infierno como una esfera sala
de fuego, oscura, llena de horribles figuras. Él estaba encima, y donde
parecía separado sólo por una gasa. Vi toda la rabia de los no se le
demonios concentrada en él. Toda la casa me pareció un podía
infierno salido de la tierra. Cuando el Señor declaró ver
solemnemente que era el Cristo, Hijo de Dios, el infierno desde el
tembló delante de Él, y después vomitó todos sus furores en vestíbul
aquella casa. Caifás asió el borde de su capa, lo rasgó con o
ruido, diciendo en alta voz: "¡Has blasfemado! ¿Para qué
necesitamos testigos? ¡Habéis oído? Él blasfema: ¿cuál es
vuestra sentencia?". Entonces todos los asistentes gritaron
cuna voz terrible: "¡Es digno de muerte! ¡Es digno de muerte!".
Durante esta horrible gritería, el furor del infierno llegó a lo
sumo. Parecía que las tinieblas celebraban su triunfo sobre la
luz. Todos los circunstantes que conservaban algo bueno fueron
penetrados de tan horror que muchos se cubrieron la cabeza y
se fueron. Los testigos más ilustres salieron de la sala con la
conciencia agitada. Los otros se colocaron en el vestíbulo
alrededor del fuego, donde les dieron dinero, de comer y de
beber. El Sumo Sacerdote dijo a los alguaciles: "Os entrego
este Rey; rendid al blasfemo los honores que merece". En
seguida se retiró con los miembros del Consejo a otra sala
donde no se le podía ver desde el vestíbulo.

17. Cuando Caifás salió de la sala del tribunal, con los


miembros del Consejo, una multitud de miserables se precipitó
sobre Nuestro Señor, como un enjambre de avispas irritadas. Ya
durante el interrogatorio de los testigos, toda aquella chusma
le había escupido, abofeteado, pegado con palos y pinchado
con agujas. Ahora, entregados sin freno a su rabia insana, le
ponían sobre la cabeza coronas de paja y de corteza de árbol y
decían: "Ved aquí al hijo de David con la corona de su padre. Es
el Rey que da una comida de boda para su hijo". Así se
burlaban de las verdades eternas, que Él presentaba en
parábolas a los hombres que venía a salvar; y no cesaban de
golpearle con los puños o con palos. Le taparon los ojos con un
trapo asqueroso, y le pegaban, diciendo: "Gran Profeta, adivina
quién te ha pegado". Jesús no abría la boca; pedía por ellos
interiormente y suspiraba. Vi que todo estaba lleno de figuras
diabólicas; era todo tenebroso, desordenado y horrendo. Pero
también vi con frecuencia una luz alrededor de Jesús, desde
que había dicho que era el Hijo de Dios. Muchos de los
circunstantes parecían tener un presentimiento de ello, más o
menos confuso; sentían con inquietud que todas las
ignominias, todos los insultos no podían hacerle perder su
indecible majestad. La luz que rodeaba a Jesús parecía redoblar
el furor de sus ciegos enemigos.

Jesús despojado de sus vestiduras y clavado en la


cruz
Anna Katharina Emmerich
Del libro “La amarga Pasión de Nuestro Señor Jesucristo”, de Anna Katharina
Emmerich, Edt. Sol de Fátima, Madrid, 1985.

42. Cuatro alguaciles fueron a sacar a Jesús del sitio en donde le habían encerrado. Le
dieron golpes llenándole de ultrajes en estos últimos pasos que le quedaban por andar,
y arrastráronle sobre le elevación. Cuando las santas mujeres vieron al Salvador dieron
dinero a un hombre para que le procurase el permiso de dar a Jesús el vino aromatizado
de Verónica. Mas los alguaciles las engañaron y se quedaron con el vino, ofreciendo al
Señor una mezcla de vino y mirra. Jesús mojó sus labios, pero no bebió. En seguida los
alguaciles quitaron a Nuestro Señor su capa, y como no podían sacarle la túnica sin
costuras que su Madre le había hecho, a causa de la corona de espinas, arrancaron con
violencia esta corona de la cabeza, abriendo todas sus heridas. No le quedaba más que
un lienzo alrededor de los riñones. El Hijo del hombre estaba temblando, cubierto de
llagas y despedazados sus hombros hasta los huesos. Habiéndole hecho sentar sobre
una piedra le pusieron la corona sobre la cabeza, y le presentaron un vaso con hiel y
vinagre; mas Jesús volvió la cabeza sin decir palabra.

43. Después que los alguaciles extendieron al divino Salvador sobre la cruz, y habiendo
estirado su brazo derecho sobre el brazo derecho de la cruz, lo ataron fuertemente; uno
de ellos puso la rodilla sobre su pecho sagrado, otro le abrió la mano, y el tercero apoyó
sobre la carne un clavo grueso y largo, y lo clavó con un martillo de hierro. Un gemido
dulce y claro salió del pecho de Jesús y su sangre saltó sobre los brazos de sus
verdugos. Los clavos era muy largos, la cabeza chata y del diámetro de una moneda
mediana, tenían tres esquinas y eran del grueso de un dedo pulgar a la cabeza: la punta
salía detrás de la cruz. Habiendo clavado la mano derecha del Salvador, los verdugos
vieron que la mano izquierda no llegaba al agujero que habían abierto; entonces ataron
una cuerda a su brazo izquierdo, y tiraron de él con toda su fuerza, hasta que la mano
llegó al agujero. Esta dislocación violenta de sus brazos lo atormentó horriblemente, su
pecho se levantaba y sus rodillas se estiraban. Se arrodillaron de nuevo sobre su cuerpo,
le ataron el brazo para hundir el segundo clavo en la mano izquierda; otra vez se oían
los quejidos del Señor en medio de los martillazos. Los brazos de Jesús quedaban
extendidos horizontalmente, de modo que no cubrían los brazos de la cruz. La Virgen
Santísima sentía todos los dolores de su Hijo: Estaba cubierta de una palidez mortal y
exhalaba gemidos de su pecho. Los fariseos la llenaban de insultos y de burlas. Habían
clavado a la cruz un pedazo de madera para sostener los pies de Jesús, a fin de que todo
el peso del cuerpo no pendiera de las manos, y para que los huesos de los pies no se
rompieran cuando los clavaran. Ya se había hecho el clavo que debía traspasar los pies y
una excavación para los talones. El cuerpo de Jesús se hallaba contraído a causa de la
violenta extensión de los brazos. Los verdugos extendieron también sus rodillas
atándolas con cuerdas; pero como los pies no llegaban al pedazo de madera, puesto
para sostenerlos, unos querían taladrar nuevos agujeros para los clavos de las manos;
otros vomitando imprecaciones contra el Hijo de Dios, decían: "No quiere estirarse, pero
vamos a ayudarle". En seguida ataron cuerdas a su pierna derecha, y lo tendieron
violentamente, hasta que el pie llegó al pedazo de madera. Fue una dislocación tan
horrible, que se oyó crujir el pecho de Jesús, quien, sumergido en un mar de dolores,
exclamó: "¡Oh Dios mío! ¡Oh Dios mío!". Después ataron el pie izquierdo sobre el
derecho, y habiéndolo abierto con una especie de taladro, tomaron un clavo de mayor
dimensión para atravesar sus sagrados pies. Esta operación fue la más dolorosa de
todas. Conté hasta treinta martillazos. Los gemidos de Jesús eran una continua oración,
que contenía ciertos pasajes de los salmos que se estaban cumpliendo en aquellos
momentos. Durante toda su larga Pasión el divino Redentor no ha cesado de orar. He
oído y repetido con Él estos pasajes, y los recuerdo algunas veces al rezar los salmos;
pero actualmente estoy tan abatida de dolor, que no puedo coordinarlos. El jefe de la
tropa romana había hecho clavar encima de la cruz la inscripción de Pilatos. Como los
romanos se burlaban del título de Rey de los judíos, algunos fariseos volvieron a la
ciudad para pedir a Pilatos otra inscripción. Eran las doce y cuarto cuando Jesús fue
crucificado, y en el mismo momento en que elevaban la cruz, el templo resonaba con el
ruido de las trompetas que celebraban la inmolación del cordero pascual.

La Pasión de Jesucristo
Santo Tomás de Aquino
Capítulos 227 y 228 de la Primera Parte de su obra Summa Theologica
(«Compendio de Teología». Trans.: L. Carbonero y Sol; 4. ed.: Planeta -
Agostini, Barcelona, 1996).

CAPÍTULO CCXXVII
Por qué Cristo quiso morir.
Cristo
De lo dicho anteriormente se deduce con la mayor evidencia que Cristo quiso
tomó algunos de nuestros defectos, no por necesidad, sino por algún fin, fin también
que no era otro que nuestra salvación. Toda potencia y hábito o habilidad morir, no
está ordenada para el acto como al fin, y por esto la pasibilidad para sólo
satisfacer o merecer no basta sin la pasión en actos. En efecto: no se llama para que
bueno o malo a un hombre porque pueda hacer el bien o el mal, y sí porque su
hace lo uno y lo otro. La alabanza y el vituperio no son debidos a la muerte
potencia, sino al acto; y esta es la razón por qué Cristo, además de tomar fuese
nuestra pasibilidad para salvarnos, quiso sufrir para satisfacer por nuestros para
pecados. Cristo sufrió por nosotros los sufrimientos que nosotros debíamos nosotros
sufrir por el pecado de nuestro primer padre, y principalmente la muerte, a un
la cual están ordenadas todas las demás pasiones humanas como a su fin. remedio
Por esto, dice el Apóstol a los Romanos, VI: "La muerte es el estipendio del satisfact
pecado". Por consiguiente, Cristo quiso sufrir la muerte por nuestros orio,
pecados para librarnos de la muerte, tomando sobre sí, siendo inocente, la sino un
pena que nosotros merecíamos; a la manera que un culpable se libraría de sacrame
la pena que debía sufrir, si otro se sometiera por él a esta pena. Cristo quiso nto de
también morir, no sólo para que su muerte fuese para nosotros un remedio salud, a
satisfactorio, sino un sacramento de salud, a fin de que, a imitación de su fin de
muerte, muramos en la vida carnal, pasando a una vida espiritual, según que, a
estas palabras de la primera carta de San Pedro III: "Cristo murió una vez imitació
por nuestros pecados, el justo por los culpables, para ofrecernos a Dios n de su
mortificados en la carne y vivificados en el espíritu". Y también quiso morir muerte,
para dejarnos en su muerte un ejemplo de virtud perfecta. muramo
s en la
Con respecto a la caridad, he aquí lo que leemos en San Juan, XV: "Nadie vida
tiene mayor caridad que aquel que da su vida por su amigo". Tanto más se carnal,
manifiesta el gran amor de alguno, cuanto más dispuesto está a sufrir por pasando
un amigo: es así que el mayor de todos los males humanos es la muerte que a una
destruye la vida humana; luego la mayor prueba de amor es que el hombre vida
sufra la muerte por un amigo suyo. La muerte de Cristo es también un espiritua
ejemplo de fortaleza que la adversidad no puede alejar de la justicia, porque l
es propio principalmente de la fortaleza no abandonar la virtud por temor de
la muerte. En consideración a esto, dice el Apóstol, hablando de la Pasión de
Cristo, en su epístola a los Hebreos II: Para destruir por su muerte al que
tenía el imperio de la muerte; es a saber, al diablo; y para librar a aquellos
que por el temor de la muerte estaban en servidumbre toda la vida. En
efecto: aceptando la muerte por la verdad, excluyó el temor de la muerte
que la mayor parte de las veces aprisiona a los hombres con el yugo del
pecado. La paciencia de que nos dejó ejemplo es una virtud que no deja que
el hombre se entristezca en la adversidad, sino que brilla tanto más cuanto
mayor es la adversidad. Siendo la muerte él mayor de los males, es el
mayor ejemplo de paciencia sufrirla sin turbación de espíritu, como lo
predijo el profeta Isaías cuando, hablando de Cristo, dice LIII: "Como cordero
ante el esquilador enmudeció y no abrió su boca". También nos dejó un
ejemplo perfecto de obediencia, virtud tanto más loable, cuanto más
difíciles son las cosas a que se obedece, y no hay en verdad cosa más difícil
que la muerte; así es que para hacer el Apóstol el elogio de la obediencia de
Cristo, dice a los Filipenses: "Fué obediente a su Padre hasta la muerte".

CAPÍTULO CCXXVIII
De la muerte de Cruz.
De lo dicho parece por qué quiso sufrir muerte de cruz. Quiso sufrir esta
muerte porque así convenía como remedio de satisfacción, en atención a
que convenía que el hombre fuese castigado por aquellas cosas en que
había pecado. En efecto: en el libro de la Sabiduría, XI se lee: Para que
supiesen que por las cosas en que uno peca, por las mismas es también
atormentado. El pecado del primer hombre consistió en que contra la
prohibición de Dios, comió del fruto del árbol de la ciencia del bien y del
mal, y Cristo en lugar suyo quiso ser enclavado en el árbol de la cruz para
pagar una deuda que no había contraído, como dice el Salmista en el cap.
LVIII. La muerte de cruz era también conveniente en cuanto al Sacramento,
porque Cristo quiso demostrar con su muerte que debíamos morir a la vida
carnal, de tal suerte, que nuestro espíritu se elevase a las cosas del cielo, y
por esto dice por San Juan, cap. XII: "Y si yo fuere alzado de la tierra, todo lo
atraeré a mí mismo". La muerte de cruz era también conveniente como
ejemplo de virtud perfecta. Los hombres en muchas ocasiones no rehusan
menos lo vituperable de la muerte que lo acerbo de la muerte, y por lo
mismo parecía conveniente, para la mayor perfección de la virtud, no
rehusar un género de muerte, aunque fuera odiosa, para el bien de la virtud.
El Apóstol, para hacer el elogio de la obediencia perfecta de Cristo, después
de haber dicho que fue obediente hasta la muerte, añade: "Y hasta la
muerte de cruz, la cual parecía la más, vergonzosa, según estas palabras de
la Sabiduría: "Condenémosle a la muerte más vergonzosa".

Murieron al filo de la espada


Meister Eckhart
Sermón VIII del apartado II –Sermones- del libro “Tratados y sermones”, Edt.
Edhasa, 1983, Barcelona, España.

In occisione gladii mortui sunt

Leemos de los mártires que «murieron al filo de la espada» (Hebreos 11, 37). Nuestro
Señor dijo a sus discípulos: «Bienaventurados sois vosotros si sufrís algo por mi nombre»
(Cfr. Mateo 5, 11 y 10, 22).

Ahora bien, se dice que «murieron». Esto de que «murieron» significa en primer término
que se acaba cualquier cosa sufrida en este mundo y en esta vida. Dice San Agustín:
Toda pena y cualquier obra trabajosa se acaban, pero es eterna la recompensa que Dios
da por ellas. En segundo lugar, [significa] que debemos tener presente que esta vida
entera es mortal de modo que no hemos de temer todas las penas y trabajos que nos
puedan sobrevenir, pues se acabarán. En tercer lugar, que debemos comportarnos
como si estuviéramos muertos de modo que no nos afecte ni lo agradable ni lo penoso.
Dice un maestro: Nada es capaz de tocar al cielo, y esto quiere decir que es un hombre
celestial aquel para quien todas las cosas no valen tanto que puedan afectarlo. Dice un
maestro: Como todas las criaturas son tan ruines, ¿a qué se debe que pueden apartar al
hombre tan fácilmente de Dios; y eso que el alma en su parte menos valiosa es más
preciosa que el cielo y todas las criaturas? Él dice: Se debe a que aprecia poco a Dios. Si
el hombre apreciara a Dios como debería hacerlo, sería casi imposible que cayera
alguna vez. Y es una enseñanza buena [según la cual] el hombre debe comportarse en
este mundo como si estuviera muerto. Dice San Gregorio que nadie puede poseer a
Dios en grado considerable si no está muerto hasta el fondo para este mundo.

La cuarta enseñanza es la mejor de todas. Dice que «murieron». La muerte, [sin em-
bargo], les otorga un ser. Afirma un maestro: La naturaleza nunca destruye nada a no
ser que dé algo mejor. Cuando el aire se convierte en fuego, entonces es algo mejor;
mas, cuando el aire se convierte en agua, es una destrucción y un error. Si [incluso] la
naturaleza actúa así, cuánto más lo hace Dios: nunca destruye sin dar algo mejor. Los
mártires están muertos y perdieron una vida [pero, en cambio] recibieron un ser. Dice
un maestro que lo más noble son [el] ser y [la] vida y [el] conocimiento. [El]
conocimiento es más sublime que [la] vida o [el] ser, pues en el hecho de conocer posee
a la vez [la] vida y [el] ser. Mas luego, [la] vida es más noble que [el] ser o [el] conocer,
como en el caso del árbol que vive, mientras la piedra [sólo] tiene el ser. Pero, si por
otra parte, concebimos al ser como puro y acendrado, tal como es en sí mismo,
entonces el ser es más sublime que [el] conocimiento o [la] vida. Han perdido una vida y
encontrado un ser. Dice un maestro que nada se asemeja tanto a Dios como [el] ser;
[una cosa], en cuanto tiene ser, en tanto se asemeja a Dios. Dice un maestro: [El] ser es
tan puro y tan elevado que todo cuanto es Dios, es ser. Dios no reconoce nada fuera del
ser, no sabe nada fuera de su ser, [el] ser es su anillo. Dios no ama nada fuera de su
ser, no piensa en nada fuera de su ser. Yo digo: Todas las criaturas son un solo ser. Dice
un maestro que ciertas criaturas se hallan tan cerca de Dios y poseen tanta luz divina
impresa en ellas, que dan [el] ser a otras criaturas. Esto no es verdad, porque [el] ser es
tan elevado y tan puro y tan afín a Dios, que nadie puede dar [el] ser sino sólo Dios en sí
mismo. La esencia más propia de Dios es [el] ser. Dice un maestro: Una criatura bien
puede darle vida a otra. Justamente por eso, todo cuanto es de alguna manera, está
fundamentado tan sólo en [el] ser. Ser es un nombre primigenio. Todo cuanto es
defectuoso, es un abandono del ser. Nuestra vida entera debería ser un ser. Nuestra
vida, en cuanto es un ser, en tanto está en Dios. Nuestra vida es afín a Dios en la
medida en que está recogida en [el] ser. Por mezquina que sea nuestra vida, si se la
aprehende en cuanto es ser, es más noble que cualquier cosa que alguna vez haya
logrado vivir. Estoy seguro de que si un alma conociera lo más insignificante que tiene
ser, nunca más le daría la espalda por un solo momento. Lo más pobre que se conociera
dentro de Dios —aunque se conociera sólo una flor tal como tiene su ser en Dios— sería
más noble que todo el mundo. Lo más insignificante que se halla en Dios, en cuanto es
un ser, es mejor que un ángel si alguien lo llegara a conocer.

Si el ángel se dirigiera hacia las criaturas para conocerlas, se haría de noche. Dice San
Agustín: Cuando los ángeles llegan a conocer a las criaturas sin Dios, hay un crepúsculo
vespertino, pero cuando llegan a conocer a las criaturas en Dios, hay un crepúsculo
matutinal. Si conocen a Dios como Él es ser, puramente en sí mismo, esto es el
mediodía reluciente. Yo digo: El hombre debería comprender y conocer lo noble que es
el ser. No hay criatura tan insignificante que no apetezca el ser. Las orugas, cuando
caen de los árboles, suben penosamente por una pared para conservar su ser. ¡Tan
noble es el ser! Alabamos la muerte sufrida junto a Dios para que Él nos traslade a un
ser mejor que la vida: un ser en el cual vive nuestra vida, ahí donde nuestra vida se
convierte en ser. El hombre debe entregarse a la muerte de buen grado y morir para
obtener un ser mejor.

A veces digo que un leño es superior al oro; esto es muy sorprendente. Una piedra en
cuanto tiene ser, es más noble que Dios y su divinidad sin ser, puesto el caso de que se
le pueda quitar [el] ser. Ha de ser una vida muy vigorosa aquella en que las cosas
muertas cobran vida [y] en la cual aun la muerte llega a ser vida. Para Dios no muere
nada: todas las cosas viven en Él. «Están muertos» dice la Escritura con respecto a los
mártires y se hallan trasladados a una vida eterna, aquella vida donde la vida es ser.
Debemos estar muertos a fondo, de modo que no nos afecten ni lo agradable ni lo
penoso. Cuanto hay que conocer debe conocerse en su causa. Nunca podemos conocer
una cosa como es verdaderamente en sí misma, si no la conocemos en su causa. Jamás
puede ser [un] conocimiento [verdadero] aquel que no conozca una cosa en su causa
evidente. Así también, la vida nunca puede ser acabada, a no ser que se la refiera a su
causa evidente, ahí donde la vida es un ser que el alma recibirá cuando muera hasta el
fondo para que vivamos en la vida donde [la] vida es ser. Aquello que nos impide
perseverar en esta [disposición], lo señala un maestro diciendo: Se debe al hecho de
que toquemos [el] tiempo. Todo cuanto toca [el] tiempo, es mortal. Dice un maestro: El
curso del cielo es eterno; es bien cierto que el tiempo proviene de él, [pero] esto sucede
por una desviación. [Mas], en su curso es eterno; no sabe nada del tiempo y esto
implica que el alma ha de ser puesta en un ser puro. El segundo [impedimento] se da
cuando algo contiene en sí su contrario. ¿Qué es [un] contrario? Lo agradable y lo
penoso, lo blanco y lo negro, constituyen contrarios y éstos no permanecen en [el] ser.

Dice un maestro: El alma ha sido dada al cuerpo para su purificación. El alma, cuando se
halla separada del cuerpo, no tiene ni entendimiento ni voluntad: es una sola cosa, no
sería capaz de reunir suficiente fuerza para volverse hacia Dios; los posee [el
entendimiento y la voluntad], es cierto,’ en su fondo, por cuanto éste es su raíz, pero no
en su actuación. El alma es purificada en el cuerpo para que reúna lo que está disperso
y llevado afuera. Si aquello que los cinco sentidos llevan afuera, entra de nuevo en el
alma, ésta tiene una fuerza en la cual todo se vuelve uno. Por otra parte, ella [el alma]
es purificada en el ejercicio de las virtudes; esto sucede cuando el alma trepa a una vida
que está unificada. La pureza del alma consiste en que fue purificada de una vida
dividida y entra en una vida unificada. Todo cuanto está dividido en las cosas inferiores,
es unido cuando el alma trepa a una vida en la cual no existe contrario. Cuando el alma
llega a la luz del entendimiento, no sabe nada del contrario. Aquello que se desprende
de esta luz, cae en la mortalidad y muere. En tercer lugar, la pureza del alma reside en
que no está inclinada hacia ninguna cosa. Aquello que se inclina hacia otra cosa,
cualquiera que sea, muere y no puede perdurar.

Rogamos a Dios, Nuestro querido Señor, que nos ayude [a pasar] de una vida dividi-da a
una vida unificada. Que Dios nos ayude a lograrlo. Amén.

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