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CORTE SUPREMA DE JUSTICIA

SALA DE CASACIÓN CIVIL Y AGRARIA

Magistrado Ponente: SILVIO FERNANDO TREJOS BUENO.


Santafé de Bogotá D.C., siete (7) de marzo de dos mil (2000).
Referencia: Expediente No. 5319.

Se decide el recurso de casación interpuesto por la parte demandante contra la


sentencia de fecha 14 de junio de 1994 proferida por la Sala Civil del Tribunal
Superior del Distrito Judicial de Santafé de Bogotá, en el proceso ordinario
seguido por TEODISELDA SIERRA DE RODRIGUEZ, CAMPO ELÍAS, ALEIDA
y MYRIAM RODRIGUEZ SIERRA contra RICARDO VANEGAS MELENDEZ,
GUSTAVO MARIN MARQUEZ y la sociedad “SECAL LTDA.”.

I. EL LITIGIO

1. En la demanda con que se abrió el referido proceso y en su posterior reforma,


los demandantes pidieron que se declarara resuelto el contrato de promesa de
compraventa suscrito el 4 de septiembre de 1973, de un lado por Campo Elías
Rodríguez Arias, ya fallecido, y TEODISELDA SIERRA DE RODRIGUEZ, y, de
otro, por los demandados, a raíz del cual aquellos se comprometieron a vender a
los últimos el inmueble denominado "El Amarillal", situado en el municipio de
Tabio, en la vereda El Centro y cuyos linderos se señalan en la demanda;
consecuentemente, solicitaron que se condenara a los demandados a restituir la
posesión material del inmueble, junto con los frutos civiles y naturales causados
a partir del momento en que ellos recibieron el bien.

Como fundamentos de hecho de las anteriores pretensiones, los actores señalan


que:

a) En la susodicha promesa de compraventa se pactó que el 28 de febrero de


l974 se firmaría en la Notaría 10° de esta ciudad la escritura pública de
compraventa del inmueble antes mencionado y a su vez se haría entrega del
precio pactado.

b) Con todo, “aunque los prometientes vendedores concurrieron a la Notaría en


la fecha y a la hora pactadas”, la escritura pública no pudo otorgarse por cuanto
los prometientes vendedores resultaron ser poseedores y no dueños del predio,
dado que Campo Elías Rodríguez Arias únicamente había adquirido derechos y
acciones radicados en el inmueble objeto de la promesa, como consta en la
escritura pública de 10 de agosto de l948, en donde se lee que Rosa Amaya
viuda de Espinosa “cede a título de venta real y efectiva en favor del segundo,
los gananciales o porción conyugal y los derechos que como legataria le
corresponden en la sucesión ilíquida de su finado esposo Martín Espinosa,
vinculados unos y otros de los derechos, a un lote de terreno ubicado en el
centro de la población de Tabio, denominado ‘El Amarillal’, junto con sus
anexidades, usos, costumbres y servidumbres (..)”, motivo por el cual dicho título
fue inscrito en la oficina de registro en la columna de falsa tradición; sin embargo,
tras veinticinco (25) años de posesión, el referido adquirente resolvió “vender el
predio sobre el cual de buena fe se sentía dueño”.

c) A pesar de que los prometientes vendedores se obligaron a entregar el


inmueble cuando se recibiera el pago del precio, procedieron a entregar el
inmueble a la sociedad “SECAL LTDA.” en septiembre de 1973.

d) Posteriormente, en el mes de mayo de l975, con la intención de solucionar el


problema surgido a raíz de la imposibilidad sobreviviente para perfeccionar el
contrato de compraventa, Campo Elías Rodríguez Arias entregó a RICARDO
VANEGAS MELENDEZ, los documentos que consideró necesarios para que la
sociedad “SECAL LTDA.” iniciara un proceso de pertenencia que finalmente
dicha sociedad no entabló, fue por ello que el 1° de abril de l977 el mencionado
Campo Elías decidió instaurar proceso reivindicatorio contra dicha sociedad para
que le restituyera el inmueble objeto de la promesa de contrato, petición que fue
denegada mediante sentencia judicial de 16 de enero de l981, en la que se
consideró que la parte actora carecía de legitimación en la causa para actuar en
el proceso por no ser dueña de la totalidad del predio sino únicamente de unos
derechos que recaían sobre él, y, además, porque no había precedido despojo
alguno, sino que, por el contrario, el bien pretendido había sido entregado a los
promitentes compradores en desarrollo de la promesa de contrato en cuestión
Se dijo en ese fallo que “no hay duda de que el demandante podrá impetrar la
resolución de la promesa, o pedir la declaración de nulidad de la misma, o
instaurar la ejecución forzada de cumplimiento de lo pactado entre las partes
contratantes. Mientras ello no suceda, mientras el contrato se halle vigente, no
es jurídico que el prometiente vendedor, por la vía de una acción reivindicatoria
improcedente, le desconozca por sí y ante sí eficacia jurídica a un pacto del cual
surgen para él determinadas obligaciones” (F. 259 vto., Cdo. Ppal.).

e) El 29 de mayo de l982, Campo Elías Rodríguez Arias instauró entonces


proceso judicial de pertenencia, el cual concluyó sin éxito al estimarse que el
demandante no había demostrado la posesión alegada, como se deduce, entre
otras pruebas, de haber reconocido la posesión en cabeza del demandado en el
proceso reivindicatorio, y de haberle entregado los documentos necesarios para
la iniciación de un proceso de pertenencia en su nombre.

f) En virtud de las decisiones judiciales relatadas, los prometientes vendedores


se colocaron “en imposibilidad jurídica absoluta de cumplir con lo estipulado en el
contrato de promesa” y, a su vez, la sociedad demandada evidenció “su intención
de no cumplir lo estipulado en la citada promesa”, por lo cual “no queda otra
solución para no mantener indefinidamente esta situación, que la de solicitar la
resolución de la promesa y las consecuentes restituciones a que haya lugar”.

2. Admitida a trámite la demanda, fue contestada por RICARDO VANEGAS


MELENDEZ, en su doble condición de demandado y de representante legal de la
sociedad “SECAL LTDA.”, quien en relación con los hechos aceptó algunos,
negó otros, y se opuso a las súplicas de la demanda. Propuso como excepciones
de fondo, la de contrato no cumplido debido a la imposibilidad en que se
colocaron los demandantes para permitir la transferencia del dominio del bien
inmueble prometido y la de ineficacia jurídica sustancial del contrato de promesa
de compraventa, relacionada con la errada calidad de propietarios que en ella dio
a los prometientes vendedores.

Por su parte, el curador ad litem de GUSTAVO MARIN MARQUEZ contestó la


demanda y solicitó la terminación del proceso previa declaración de nulidad “de
las prescripciones del contrato de compraventa base principal de este proceso”.

3. Planteada la cuestión litigiosa dentro de los extremos que se dejaron


reseñados, la primera instancia culminó con sentencia en la cual se negaron las
pretensiones de la demanda y se ordenó la cancelación de las medidas
cautelares decretadas dentro del proceso; dicho fallo fue apelado sin éxito por la
parte demandante, pues el Tribunal confirmó íntegramente la providencia
impugnada, aunque por diferentes razones a las del a quo.
II. FUNDAMENTOS DEL FALLO IMPUGNADO

1. En lo de fondo, el sentenciador procedió a examinar la legitimación en la


causa por activa, toda vez que con base en la ausencia de la misma el Juzgado
fue que profirió la sentencia denegatoria; en ese sentido concluyó que los
demandantes obran como continuadores del prometiente vendedor previamente
fallecido, lo que en su parecer permite decidir el litigio.

2. Esclarecido lo anterior, señala que los actores pretenden liberarse del vínculo
surgido en virtud de la promesa de compraventa suscrita con los demandados,
con base en el incumplimiento imputable a éstos, lo que ubica la petición en lo
dispuesto por el artículo 1546 del Código Civil que otorga la acción resolutoria al
contratante cumplido. Indica además que para exigir el cumplimiento de un
determinado contrato se requiere que éste sea válido y que genere obligaciones
recíprocas para los contratantes, es decir, que sea bilateral.

3. Situado en el examen del contrato de promesa de compraventa, según los


presupuestos establecidos en el artículo 89 de la ley 153 de 1887, deduce su
plena validez y su indiscutible condición de contrato bilateral, para anotar a
renglón seguido la posibilidad en que se coloca el contratante cumplido de
solicitar ya la resolución o ya el cumplimiento del contrato, en ambos casos con
indemnización de perjuicios, y que la resolución puede darse por voluntad de las
partes o por incumplimiento de una de ellas, hipótesis ésta que representa para
el contratante cumplido el equilibrio perdido en razón del “sacrificio patrimonial
sin retribución de la otra parte”.

Sobre el particular apunta que constituye presupuesto indispensable para


intentar con éxito la acción resolutoria el cumplimiento del contratante que la
demanda, elemento que en la especie de este litigio no se da por cuanto los
prometientes vendedores “no cumplieron la obligación de suscribir la escritura
pública de compraventa” porque ‘solo eran poseedores y no dueños’, lo que
imposibilitó, correlativamente, el cumplimiento de la promesa por parte de los
demandados; en este caso, “ la obligación de pagar el saldo del precio por parte
de los promitentes compradores carecía de fundamento ante el hecho que la
contraparte no cumplió”, razón por la cual concluye que debe ser confirmada la
sentencia apelada.

III. LA DEMANDA DE CASACION

Dos cargos propone la parte recurrente contra la sentencia del Tribunal, el


primero dentro del ámbito del numeral quinto del artículo 368 del Código de
Procedimiento Civil, y el segundo al amparo de la causal primera, los cuales
examinará la Corte en el orden propuesto.
CARGO PRIMERO
En él se invoca la nulidad insaneable del proceso con apoyo en el numeral 1º del
art. 140 del C. de P. C., “por corresponder dicho proceso a partir del 1° de febrero
de 1990 a distinta jurisdicción”, es decir, a la jurisdicción de familia que fue
creada por medio del Decreto 2272 de 1989 y al hecho de que a partir de
entonces comenzaron a funcionar en debida forma los distintos despachos que
la conforman. En ese sentido, anota el censor que para cuando los
sentenciadores de instancia dictaron sus correspondientes fallos ya estaban en
funcionamiento los juzgados de familia y la respectiva Sala de Familia, lo que
permite inferir que ellos actuaron por fuera de su jurisdicción cuando dirimieron el
presente caso, como quiera que hasta el propio Tribunal calificó la acción
ejercida como hereditaria debido a que los actores obraron en el proceso como
herederos de Campo Elías Rodríguez Arias.

Recuerda el impugnante que el Tribunal sostuvo que “la acción ejercida tiene
carácter de hereditaria” por cuanto los demandantes obran en su condición de
cónyuge sobreviviente una, y los otros como herederos legitimarios del
prometiente vendedor, “fallecido antes de ser entablado el presente proceso”, lo
cual implicaba, como natural consecuencia, según el casacionista, que los
funcionarios encargados de dirimir el asunto eran las autoridades de familia con
base en la atribución que les confiere los artículos 4 y 5 del Decreto 2272 de
1989, pues son ellos los que debían conocer de los procesos contenciosos sobre
el régimen económico del matrimonio y derechos sucesorales; por consiguiente,
solicita que se case el fallo impugnado, para que en su lugar se declare la
nulidad del proceso “a partir de la sentencia de primera instancia inclusive”.

CONSIDERACIONES SOBRE EL CARGO PRIMERO


1. Dos aspectos debe considerar la Corte a efectos de despachar el cargo: uno
tiene que ver con el señalamiento de la causal de nulidad invocada, cuyo
apuntamiento liga al sentenciador de casación sin que pueda éste a su antojo
orientar la acusación hacia otra de las nulidades previstas en el artículo 140 del
C. de P. C. que no hayan sido expresamente alegadas por el recurrente; es decir,
que también en el ámbito de la causal 5ª predomina el principio dispositivo.

En este caso, si bien es cierto que la censura va en pos de que se invalide el


proceso bajo la idea de que existe falta de jurisdicción porque se tramitó en
ambas instancias por sentenciadores del orden civil, en lugar del de familia,
siendo éstos los que, en sentir del casacionista, debieron tramitar y decidir sobre
el mismo, dado que cuando se inició ya se había creado la jurisdicción de familia
–Decreto 2272 de 1989-, no lo es menos que, desde ese punto de vista, la
cuestión, de darse en los términos que plantea la censura, toca con la falta de
competencia y no con la de jurisdicción.

En efecto, ha dicho esta Corporación que en el evento de que una causa


sometida a juicio fuera de conocimiento de la “jurisdicción de familia” y no de la
civil, cual aquí se propone, la irregularidad que debe predicarse es la falta de
competencia del Juez, desde luego que, como es sabido, con raigambre en la
propia Constitución Política, la jurisdicción ordinaria o común es única y se ocupa
de las controversias de distintas especialidades entre las cuales se encuentran
las dos antes mencionadas.

2. El otro aspecto que importa destacar es que las dificultades que en un


principio se presentaron para determinar cuáles son en últimas los asuntos que
están adscritos a la jurisdicción de familia, de acuerdo con lo dispuesto en el
artículo 5º, numeral 12 del Decreto 2272/89, quedaron zanjadas de manera
definitiva con la expedición de la Ley 446 de 1998 que consagró expresamente lo
siguiente:

“Artículo 26.- Competencia especial de los jueces de familia. Para los efectos del
numeral 12 del parágrafo 1º del artículo 5 del decreto 2272 de 1989, se entiende
que la competencia de los jueces de familia señalada en ese precepto solamente
comprende:
A. Los tipos de procesos declarativos sobre derechos sucesorales, cuando
versen exclusivamente sobre los siguientes aspectos: …

B. Los tipos de procesos declarativos sobre el régimen económico del


matrimonio, cuando versen exclusivamente sobre los siguientes aspectos:

Rescisión de la partición por lesión y nulidad de la misma.

Acciones relativas que resulten de la caducidad, inexistencia o nulidad de las


capitulaciones matrimoniales.

Revocación de la donación por causa de matrimonio.

El litigio sobre la propiedad de bienes, cuando se discuta si estos son propios de


uno de los cónyuges o si pertenecen a la sociedad conyugal.

Controversia sobre la subrogación de bienes o las compensaciones respecto de


los cónyuges y a cargo de la sociedad conyugal o a favor de ésta o a cargo de
aquellos en caso de disolución y liquidación de sociedad conyugal …”.

Claramente se advierte, entonces, que a la luz del último precepto transcrito el


proceso que se provocó con la demanda que dio origen al mismo, relativo a la
resolución de un contrato de promesa de compraventa que promovieron los
herederos de uno de los prometientes vendedores, ya fallecido, no clasifica en
ninguno de los asuntos que trae el mismo por lo que queda despejado, sin duda
alguna, que el asunto del que aquí se trata es de índole civil, ante cuyos jueces
se acudió, entonces, correctamente.

En ese sentido, y como lo había señalado esta Corporación en fallo reciente, en


términos que se aplican exactamente al presente caso, “debe de una vez
indicarse que el legislador fue concluyente al interpretar de forma auténtica el
sentido del numeral 12 del artículo 5º del decreto 2272 de 1989, de modo que
ningún otro alcance cabe hoy darle ante esa directriz del propio legislador, que
ha de aplicarse a todos los asuntos en los que no se haya proferido sentencia
ejecutoriada, pues de conformidad con el artículo 14 del Código Civil “las leyes
que se limitan a declarar el sentido de otras leyes, se entenderán incorporadas
en éstas; pero no afectarán en manera alguna los efectos de las sentencias
ejecutoriadas en el tiempo intermedio”, disposición que obliga a excluir lo que es
materia del presente proceso en el que como aún no se ha dictado sentencia,
debe ser aplicado el artículo 26 de la ley 446 de 1998.

De acuerdo con lo anterior, la última disposición citada que enlista los asuntos
que corresponden a la denominada jurisdicción de familia, “debe entenderse una
sola con la que interpreta (numeral 12 del artículo 5 del decreto 2282 de 1989),
por lo cual es aplicable incluso a los hechos anteriores a su promulgación pero
posteriores a la ley interpretada, excepto aquellos ya sentenciados en los que la
autoridad de la cosa juzgada y la seguridad jurídica que ella implica se verían
comprometidos y así revivirían infinidad de procesos ya concluidos. Pero aparte
de esa excepción, la ley interpretativa debe ser aplicada de manera inmediata
tanto para los hechos posteriores a su promulgación como para los acaecidos en
ese periodo intermedio ya descrito, sin que por esa razón deba tildarse de
retroactiva y atentatoria de situaciones jurídicas consolidadas”. (Lo dicho entre
comillas, corresponde a la Sentencia de 27 de enero de 2.000).

3. Bastan, pues, las razones que anteceden para concluir que el cargo de
nulidad aquí propuesto no puede prosperar.

CARGO SEGUNDO
1. En este cargo se acusa la sentencia del Tribunal por violación indirecta “y a
consecuencia de graves y trascendentes errores de hecho en la apreciación del
material probatorio” de los artículos 740 y 1609 del Código Civil por aplicación
indebida, y por falta de aplicación de los artículos 1602, 1603, 1608, 1613, 1614,
1615, 1620, 1621, 1622, 1624, 1625, 1544, 1546, 1746, 962, 752 y 756 del
Código Civil.

2. Previamente a la sustentación del cargo y a pesar de anotar la innecesaria


indicación del concepto de la violación, el censor agota inicialmente dicho
aspecto transcribiendo doctrina y jurisprudencia en torno al tema del mutuo
disenso, para plantear a renglón seguido dos “posiciones alternativas, ambas
concurrentes al éxito del cargo”, consistentes, la primera, en que los
prometientes vendedores no incumplieron ni estaban en trance de incumplir
cuando los prometientes compradores se negaron a suscribir la escritura pública
de compraventa, y la segunda, en que el incumplimiento, o voluntad de no
otorgar la escritura referida “nació de ambas partes”, alternativas dejadas de
observar por el Tribunal, por lo cual, “incurrió en graves errores de hecho al
apreciar el material probatorio”.

3. Respecto del primer planteamiento, que como se vio líneas atrás tiene que ver
con la alegada ausencia de incumplimiento por parte de los prometientes
vendedores, que el Tribunal encontró probada, los errores de hecho en que este
incurrió se hacen consistir en no percatar que en el contrato de promesa de
compraventa se dijo expresamente que el bien objeto del mismo era de
propiedad de los esposos Rodríguez, por adquisición hecha mediante escritura
pública número 614 del diez (10) de agosto de 1948, lo cual no sólo indica que
los prometientes vendedores no ignoraban la existencia de dicha escritura, sino
que en virtud del contrato de promesa de compraventa quedaron obligados “no a
transmitir un derecho de propiedad sino a otorgar una escritura de compraventa
de unos derechos sucesorales vinculados a un inmueble, lo que el Tribunal…
dejó de tener por cierto y verdadero”.

De otro lado, los juzgadores de instancia parten del concepto de que el contrato
de compraventa transfiere el dominio, “con lo cual se llevan de calle las bases de
nuestro sistema contractual consistente en que de los contratos solamente
surgen obligaciones personales, pues el dominio o propiedad no se traspasa por
el simple título sino que requiere el modo adicional de la tradición”, lo cual trae
como principal connotación que a la luz de dicho concepto la venta de cosa
ajena no vale, lo que es sustancialmente equivocado si se considera que en
dicho evento si el vendedor no cumple con su obligación de hacer entrega o
tradición, el comprador puede iniciar, frente a la validez del contrato, la acción de
resolución o de cumplimiento, “de otra manera, el comprador tendría que acudir
a gestiones engorrosas, como la culpa in contraendo, el enriquecimiento sin
causa y otras semejantes de origen ex contractus”, error que condujo al Tribunal
a dejar de ver que los prometientes vendedores podían cumplir plenamente con
la promesa otorgando la escritura para transferir los derechos que previamente
habían adquirido, “sin ser necesario que transmitieran ipso facto la propiedad del
terreno al cual estaban vinculados tales derechos”, errada apreciación que
condujo a la aplicación en contra de los demandantes de la excepción de
contrato no cumplido, con la consiguiente negativa en orden a ejercer la acción
resolutoria.

4. La segunda alternativa no apreciada por el Tribunal excluyó la posibilidad de


que con base en el mutuo disenso cualquiera de las partes incumplidas pudiera
solicitar la resolución del contrato de promesa de compraventa, sin
indemnización de perjuicios, desconocimiento que se debió, principalmente, a la
equivocación consistente en considerar a los prometientes vendedores como los
únicos contratantes incumplidos y en no apreciar la voluntad de ambas partes en
el sentido de deshacer el negocio, la cual, en el caso de los actores, la constituye
la presentación de la demanda, y por parte de los demandados, “tal ánimo se
desprende de no haber procedido a suscribir la respectiva escritura o al menos a
haber dejado constancia notarial en sentido contrario”, de no haber promovido la
ejecución de hacer, de haberse opuesto al proceso de pertenencia y al
reivindicatorio, de lo expuesto en la contestación de la demanda en el sentido de
pretender adquirir la propiedad del predio por posesión “y no en virtud de la
referida promesa de compraventa, la que así deja de lado” y del hecho de no
proceder a demandar cuando el prometiente vendedor entregó la documentación
requerida con dicho fin.

5. En virtud de dichos errores el Tribunal violó las normas de derecho sustancial


arriba citadas y de paso cerró la posibilidad de que hubiese prosperado la acción
resolutoria, bien fuera por el incumplimiento de la parte demandada o por la
existencia del mutuo disenso, toda vez que aplicó la excepción de contrato no
cumplido cuando no era viable; aplicó indebidamente lo relativo a la tradición
“que tampoco venía al caso”; dejó de aplicar lo concerniente a los efectos de los
contratos y a su invalidación, a la buena fe, a la situación de mora del deudor, a
la indemnización; y equivocó la interpretación de los contratos, todo lo cual lleva
a que una vez casada la sentencia impugnada, deba ser revocado el fallo de
primer grado y se concedan las súplicas de la demanda.

Consideraciones de la Corte:
1. En el ámbito de los contratos bilaterales y en cuanto toca con la facultad legal
que, según los términos del artículo 1546 del Código Civil, en ellos va implícita
de obtener la resolución por incumplimiento, hoy en día se tiene por verdad
sabida que es requisito indispensable para su buen suceso en un caso
determinado, la fidelidad a sus compromisos observada por quien ejercita esa
facultad habida cuenta que, como lo ha señalado la Corte, el contenido literal de
aquél precepto basta para poner de manifiesto que el contratante incumplido
utilizando el sistema de la condición resolutoria tácita, no puede pretender
liberarse de las obligaciones que contrajo.

Es preciso entender, entonces, que no hay lugar a resolución de este linaje en


provecho de aquella de las partes que sin motivo también ha incurrido en falta y
por lo tanto se encuentra en situación de incumplimiento jurídicamente
relievante, lo que equivale a afirmar que la parte que reclama por esa vía ha de
estar por completo limpia de toda culpa, habiendo cumplido rigurosamente con
sus obligaciones, al paso que sea la otra quien no haya hecho lo propio, de
donde se sigue que “…el titular de la acción resolutoria indefectiblemente lo es el
contratante cumplido o que se ha allanado a cumplir con las obligaciones que le
corresponden y, por el aspecto pasivo, incuestionablemente debe dirigirse la
mencionada acción contra el contratante negligente, puesto que la legitimación
para solicitar el aniquilamiento de la convención surge del cumplimiento en el
actor y del incumplimiento en el demandado u opositor…” (G. J. Tomo CLIX,
págs. 309 y siguientes).

2. Desde esa perspectiva, en relación con la primera de las alternativas


propuestas por el recurrente, consistente en que los promitientes vendedores no
incumplieron ni estaban en trance de incumplir cuando los promitentes
compradores se negaron a suscribir la escritura pública de compraventa, toda
vez que dentro de su compromiso no se obligaron a traspasar la propiedad del
inmueble, es del caso precisar que si bien es cierto que en la promesa de
compraventa se aludió a la escritura pública número 614 del diez (10) de agosto
de l948, otorgada en la Notaría del Círculo de Zipaquirá, registrada a su vez el
seis (6) de septiembre del mismo año, de la que se deriva la calidad que
ostentaban los prometientes vendedores sobre el lote objeto del litigio, también lo
es que en la citada promesa ellos mismos no sólo manifiestaron que el inmueble
era de su exclusiva propiedad, sino también que se obligaban a vender el lote de
terreno, -no a vender determinados derechos sobre él, como lo intenta demostrar
el casacionista-, lo que explica la razón por la cual la parte vendedora pactó que
el 28 de febrero de 1974 otorgaría la escritura pública de venta,
comprometiéndose además al saneamiento de la venta en los casos señalados
por la ley, así como a entregar a los compradores los títulos de propiedad
debidamente saneados, obligaciones que sólo se pueden entender si provienen
de quien se considera dueño y señor de la cosa prometida en venta, y no de
quienes como titulares de simples derechos sólo se limitan a prometer la
transferencia de aquellos, evento en el cual, sin duda, se habría dejado
previamente explicada dicha situación y se habrían omitido, en cambio, los
restantes compromisos indicativos de la propiedad que se ostenta sobre el bien
objeto de la promesa.

Así, obra en la promesa de compraventa que el inmueble objeto de la misma era


“de propiedad de los primeros nombrados”, e igualmente que “el vendedor
declara que el inmueble que se trata es de su exclusiva propiedad y no lo ha
vendido ni enajenado a persona alguna…”, para determinar en la cláusula
décima que “el vendedor se obliga a entregar al comprador, el día de la venta,
todos los títulos de propiedad del inmueble debidamente saneados”, sin que, en
parte alguna se haya especificado que la propiedad de los prometientes
vendedores se limitaba a los derechos previamente adquiridos; ninguna
manifestación permite esa clase de interpretación.

Comoquiera, pues, que las aseveraciones hechas en el contrato de promesa de


compraventa dan a entender que los prometientes vendedores adquirieron la
obligación de tener consigo los títulos de propiedad del inmueble prometido en
venta al momento de firmarse la escritura, el error que se le endilga al Tribunal
no existe, toda vez que la interpretación que pretende imprimirle el recurrente a
la promesa no dimana, en forma natural, del contrato de promesa del que se
ocupa la Sala, sino que requiere de una forzada apreciación que para el caso se
presenta como meramente subjetiva, extraña, por ende, a la técnica de la causal
invocada.

Empero, no está de más decir que la cuestión litigiosa no atañe con la promesa
de venta de cosa ajena que, de serlo, haya dado lugar a justificar el
incumplimiento de los demandados, como da a entender el Tribunal, puesto que,
según lo explicado, dicho contrato atañe con un inmueble, y no con derechos
sobre el mismo, y en consideración a que los prometientes vendedores serían
verdaderos dueños del mismo para cuando se perfeccionara el contrato
prometido.
3. Mirada la cuestión desde la otra perspectiva propuesta por el recurrente, se
hace necesario detallar que de configurarse a cabalidad el supuesto de hecho en
que ninguno de los contratantes cumple sin tener al propio tiempo la debida
justificación, en principio debe descartarse el derecho legal de resolución que
cualquiera de ellos pretende invocar con fundamento en el artículo 1546 del
Código Civil, pero es necesario asimismo hacer ver que por obra de aquella
circunstancia no siempre ha de quedar atascada la relación derivada del negocio
y sometida en consecuencia “…a la indefinida expectativa de que -en algún
tiempo- pueda ejecutarse o resolverse el contrato no cumplido por iniciativa
exclusiva de aquella de las dos que considere derivar mayores ventajas del
incumplimiento común, o de que la acción implacable del tiempo le da vigencia
definitiva a través de la prescripción…” (G. J. Tomo CXLVIII, pág. 246).

A la disolución de dicho nexo es posible llegar por el camino del mutuo disenso o
“distracto contractual” que deriva de lo dispuesto en los artículos 1602 y 1625 del
Código Civil, el cual se traduce en la prerrogativa de que son titulares las partes
en un contrato para convenir en prescindir del mismo y dejarlo sin efectos,
resultado éste que puede tener origen en una declaración de voluntad directa y
concordante en tal sentido -caso en el cual se dice que el mutuo disenso es
expreso-, o en la conducta desplegada por los contratantes en orden a desistir
del negocio celebrado y además concluyente en demostrar ese inequívoco
designio común de anonadar su fuerza obligatoria, evento en el que el mutuo
disenso es tácito.

Se trata, pues, de una figura singular cuyos perfiles institucionales, muy precisos
por cierto dentro de la variada gama de circunstancias que pueden dar lugar a la
extinción sobreviniente de relaciones jurídicas de fuente contractual dotadas de
plena validez, no permiten mezclarla en ninguna forma con la resolución del
artículo 1546 del Código Civil, toda vez que en tanto ésta última se produce por
razón del cumplimiento de una condición a la cual el ordenamiento positivo le
atribuye ese alcance, vale decir por una causa legal, en la hipótesis del mutuo
disenso, por definición, esa causa radica exclusivamente en la voluntad
coincidente de las partes interesadas, expresada ella en el abandono recíproco
de las prestaciones debidas, fruto de un acuerdo expreso o tácito, en el sentido
de consentir la disolución del vínculo.
4. En resumen, entre la disolución de un contrato bilateral por efecto del llamado
incumplimiento resolutorio y lo que acontece como consecuencia de la
convención extintiva derivada del mutuo disenso, existen radicales diferencias
que nunca pueden ignorar los jueces de instancia para, a su talante, modificar
pretensiones deducidas en juicio que con la claridad necesaria aparecen
fundadas en uno u otro instituto. A través del primero y dada su naturaleza
estudiada de vieja data por los doctrinantes, se pide de manera unilateral por el
contratante cumplido que el negocio se resuelva con restituciones e
indemnización por daños a su favor, mientras que en el segundo lo solicitado ha
de ser que, sobre la base insustituible de rendir la prueba de aquella convención
extintiva en cualquiera de las dos modalidades en que puede ofrecerse, el acto
jurídico primigenio se tenga por desistido sin que haya lugar, desde luego, a
resarcimiento de ninguna clase ya que, como es bien sabido, este tipo de
prestaciones indemnizatorias requieren de la mora (artículo 1615 del Código
Civil) y en el supuesto de incumplimiento recíproco objeto de análisis, esa
situación antijurídica no puede configurarse para ninguno de los contratantes de
conformidad con el artículo 1609 ibídem.

Y en lo que respecta al mutuo disenso tácito, desprovisto en realidad de


regulación orgánica en la codificación civil pero no por eso menos importante
desde el punto de vista práctico según lo ha puntualizado esta Corporación (G. J.
Tomo CLXXX, pág. 130), es imperioso hacer hincapié en que no siempre que
medie el incumplimiento de ambos contratantes y por consiguiente que el
artículo 1546 del Código Civil no sea el pertinente para regir una hipótesis fáctica
de tal índole, es permitido echar mano de la mencionada figura; “…es menester
que los actos u omisiones en que consiste la inejecución, sean expresivos, tácita
o explícitamente, de voluntad conjunta o separada que apunte a desistir del
contrato…” (G. J. Tomo CLVIII, pág. 217).

En lo último, resulta preciso, para que pueda consumarse esta forma de


disolución tácita, que la conducta de todas las partes involucradas sea lo
suficientemente indicativa de esa recíproca intención de “desistencia” que
constituye su sustancia y que obviamente no se verifica si una de ellas, a pesar
de su propio incumplimiento de la obligación de concurrir al perfeccionamiento
del contrato de venta prometido, entiende que ese proceder está justificado por
la conducta negligente anterior observada por la otra, enunciados estos de cara
a los cuales es ostensible que ninguna posibilidad existe, sin caer en el grave
defecto de cambiar de oficio los términos petitorios del escrito rector en cuestión,
de atribuirle a la parte actora en este proceso el propósito de desistir del contrato
sin otras secuelas diferentes a las que, con carácter restitutorio, constituyen
materia propia de la relación legal de liquidación que de ordinario surge de la
extinción de los contratos que no pudieron llegar a alcanzar su finalidad normal.

Tampoco la actitud asumida por los demandados dentro del presente proceso
permite concluir que su intención sea dar por terminado el contrato por mutuo
disenso, por el contrario, en comportamiento que indica sin duda alguna una
posición tendiente a controvertir la pretensión resolutoria, con la defensa
consistente en la alegada excepción de contrato no cumplido que sustenta su
alegada ausencia de incumplimiento contractual que imputan, en cambio, en
forma única y exclusiva, a la parte demandante, dieron a entender la intención
encaminada a rechazar la resolución del contrato, razón por la cual no puede
afirmarse que hubiese habido error del Tribunal que lleve a casar el fallo, por no
haber aceptado un mutuo disenso inexistente.

5. Por lo demás, como es bien sabido, la sentencia “debe ser armónica con lo
que constituye el objeto del litigio; es decir, con las pretensiones formuladas en la
demanda, las excepciones propuestas por el demandado y, si fuere el caso, con
las súplicas de la reconvención y de los hechos exceptivos que se aduzcan para
lograr su enervamiento, ya que en esta materia tiene preponderancia el principio
dispositivo que inspira el procedimiento civil. Sólo en casos determinados en que
el juez se encuentra autorizado por el ordenamiento jurídico, puede hacer
pronunciamientos oficiosos, pues, como lo enseña la Corte en sentencia de 28
de noviembre de l977, los jueces civiles tienen condicionado su poder decisorio a
que los asociados demanden expresamente su intervención y les está limitado
por los asuntos que éstos les demarquen en las pretensiones que ejerciten en la
demanda o por el contenido de las excepciones que sean propuestas. El fallador,
pues, no puede, sin desbordar los límites de su potestad, resolver temas que no
le hayan sido propuestos oportunamente por las partes, y tampoco puede, desde
luego que se reclama su intervención para desatar el litigio, dejar sin decisión
materias de las que fueron sometidas a su composición” (Cas. Civ. 27 de marzo
de l990, sin publicar).
En la especie de este proceso se aprecia que una de las partes del contrato de
promesa de compraventa demandó a la otra para que dicho contrato se
declarara resuelto, a causa del incumplimiento no aceptado de esta última que
rechazó las súplicas deprecadas y propuso la excepción de contrato no cumplido
e ineficacia de la promesa celebrada. No se ajusta entonces a la realidad
procesal, como alega el recurrente, que se haya propuesto al juzgador la
disolución del contrato por incumplimiento recíproco de las partes, ni tiene éste la
facultad legal de adoptar de oficio tal decisión, razón por la cual no puede
atribuirse error al Tribunal por no haber resuelto el contrato con base en una
causa diferente a la propuesta en la demanda.

6. Se sigue de lo anterior que éste cargo tampoco puede abrirse paso.

DECISION

En armonía con lo expuesto, la Corte Suprema de Justicia en Sala de Casación


Civil y Agraria, administrando justicia en nombre de la República y por autoridad
de la ley, NO CASA la sentencia de fecha catorce (14) de junio de l994 mediante
la cual se resolvió el proceso de la referencia, proferida por el Tribunal Superior
de Distrito Judicial de Santafé de Bogotá.

Las costas en casación correrán a cargo de la parte recurrente.

Cópiese, notifíquese y devuélvase la actuación al Tribunal de origen.

SILVIO FERNANDO TREJOS BUENO

MANUEL ARDILA VELASQUEZ


NICOLAS BECHARA SIMANCAS

JORGE ANTONIO CASTILLO RUGELES

CARLOS IGNACIO JARAMILLO JARAMILLO


JOSE FERNANDO RAMIREZ GOMEZ

JORGE SANTOS BALLESTEROS

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