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Martín de Braga.

De Correctione Rusticorum (574) (1)

Semblanza biográfica de Martín de Braga

Este escrito tiene su origen en el Concilio II de Braga (572). La reunión episcopal,


presidida por el mismo Martín, dictaminó en su primer canon, que los obispos debían
visitar las parroquias, enseñar el símbolo a los catecúmenos antes de la pascua y
examinar a los clérigos en la forma de administrar los sacramentos. Uno de los obispos
firmantes, Polemio de Astorga, es el que le solicita a Martín una guía para realizar la
visita pastoral como la pedía el Concilio. El título «rústico» quiere decir en este
contexto, sencillo, popular, así lo expresa el mismo obispo en su escrito: «necesse me
fuit... cibum rusticis rustico sermone condire». Es innegable la influencia del De
catechizandis rudibus de San Agustín.

EMPIEZA LA CARTA DEL OBISPO SAN MARTÍN AL OBISPO POLEMIO

1. Recibí la carta de tu santa caridad en la que me dices que te escriba algo, aunque sea
a modo de síntesis, sobre el origen de los ídolos y de sus crímenes, para la instrucción
de los rústicos, que retenidos todavía por la antigua superstición de los paganos, dan un
culto de veneración más a los demonios que a Dios. Pero como es conveniente el
ofrecerles ya desde el origen del mundo, para que lo saboreen, algún elemental
conocimiento racional, me fue necesario hacer, de esa selva ingente de los tiempos y
hechos pasados, una breve síntesis para de este modo presentarles a los rústicos un
alimento también con estilo sencillo. Por eso, y con la ayuda de Dios, así ha de ser el
principio de tu predicación.

2. Deseamos, hijos carísimos, instruiros en el nombre del Señor, en algunas cosas, o que
todavía no las oísteis, o que si las habéis oído, las habéis tal vez olvidado. Rogamos, por
consiguiente, a vuestra caridad que escuchéis atentamente lo que se dice para vuestra
salvación. Sobre esta materia se ha escrito mucho en las divinas Escrituras, pero a fin de
que conservéis en la memoria, de entre esas muchas cosas os recomendamos lo poco
que sigue.

3. Habiendo creado el Señor en el principio el cielo y la tierra, hizo para aquella morada
celeste criaturas espirituales, esto es, los ángeles que estando en la presencia del mismo
lo alabasen. Y uno de éstos, que primero había sido hecho como arcángel, viéndose en
el esplendor de tanta gloria, no dio el honor debido a Dios su creador, sino que se
proclamó semejante a Él, y a causa de esta soberbia, con otros muchos ángeles, que lo
imitaron, fue arrojado de aquella celeste morada a este aire que está debajo del cielo. Y
aquel que primeramente había sido arcángel, perdida la luz de la gloria, se convirtió en
el diablo tenebroso y horrible.

Igualmente aquellos otros ángeles que estuvieron de acuerdo con él, juntamente con él
fueron lanzados del cielo, y perdiendo su esplendor, se convirtieron en demonios. Los
otros ángeles restantes que se sometieron a Dios perseveraron en la gloria de su caridad
en la presencia del Señor, y se llamaron ángeles santos. En efecto, aquellos ángeles que
juntamente con Satanás, su príncipe, fueron arrojados a causa de su soberbia, se llaman
ángeles apóstatas y demonios.
4. Después de esta caída de los ángeles fue del agrado de Dios formar al hombre del
barro de la tierra, a quien puso en el paraíso, diciéndole que si observaba el precepto del
Señor, pasaría sin muerte para aquel lugar celestial, de donde cayeron los ángeles
apóstatas; pero que si quebrantaba las órdenes del Señor, moriría. Viendo, pues, el
diablo que el hombre había sido creado para sucederle a él en el reino de Dios, en aquel
lugar precisamente del que él había caído, movido por la envidia persuadió al hombre
que violase los mandatos del Señor. Y por este pecado fue arrojado el hombre del
paraíso al destierro de este mundo, en donde tendría que padecer muchos trabajos y
dolores.

5. El primer hombre fue llamado Adán, y su mujer, que el Señor creó de la carne del
mismo hombre, se llamó Eva. De estas dos personas descienden todos los hombres; los
cuales, olvidándose de su Dios y Creador, y cometiendo muchos crímenes, provocaron a
Dios a la ira. Por eso envió el Señor un diluvio con el que hizo perecer a todos, a
excepción de un justo por nombre Noé, al que reservó, juntamente con sus hijos, para la
reparación del género humano. Desde el primer hombre Adán hasta el diluvio pasaron
dos mil doscientos cuarenta y dos años.

6. Después del diluvio se propagó otra vez el género humano por medio de los tres hijos
de Noé, que habían sido reservados con sus mujeres. Y cuando empezó la
muchedumbre reproducida a llenar el mundo, olvidándose otra vez los hombres del
Señor que había creado el mundo, empezaron a dar culto a las criaturas, despreciando al
Creador. Unos adoraban al sol, a la luna o a las estrellas; unos al fuego, otros al agua del
profundo, o a las fuentes de las aguas, creyendo que todas estas cosas no habían sido
hechas por Dios para uso de los hombres, sino que habían nacido de sí mismas.

7. Entonces el diablo, o los demonios sus ministros, que fueron arrojados del cielo,
viendo a los hombres que por ignorancia despreciaron a su Creador, empezaron a
servirlo por medio de las criaturas. Y empezaron a manifestarse en diversas figuras, a
hablar con ellos y pedirles que les ofreciesen sacrificios en los montes altos y en los
bosques frondosos, y a honrarlos como a Dios, poniéndoles los nombres de hombres
malhechores, que habían llevado una vida de toda clase de crímenes y de maldades.

Y de este modo a uno le denominaron Júpiter, que era un mago y que estaba tan cargado
con tantos adulterios, que tuvo por esposa a su propia hermana llamada Juno, marchitó a
Minerva y a Venus su propia hija; e igualmente deshonró con incestos a sus nietos y a
toda su parentela. Otro demonio se llamó Marte, diseminador de litigios y de discordias.
Otro demonio, por fin, quiso llamarse Mercurio, que fue el inventor doloso de toda clase
de robos y fraudes. A éste los hombres avaros le ofrecían en sacrificio, como al Dios del
lucro, montones de piedras, que lanzaban al pasar por encrucijadas de los caminos. A
otro demonio le aplicaron también el nombre de Saturno, el cual, viven en una total
crueldad, devoraba a sus propios hijos apenas nacían. Se fingió también otro demonio
con el nombre de Venus, que fue una mujer meretriz, la cual se prostituyó no sólo con
otros innumerables, sino también con Júpiter, su padre, y con su hermano Marte.

8. He aquí cuales fueron en aquel tiempo estos hombres depravados los cuales, a causa
de sus pésimas invenciones, dan culto los rústicos ignorantes Los demonios se
apropiaron sus nombres, como nombres de dioses, a fin honrarles como a tales,
ofrecerles sacrificios, e imitar sus acciones, cuyos nombres invocaban.
Los demonios les persuadieron también a que les edificasen templos, que colocasen en
ellos imágenes o estatuas de hombres facinerosos, y les levantasen altares en los cuales
no sólo derramasen sangre de animales sino también de hombres. Además de todas
estas cosas, muchos de estos demonios, que fueron expulsados del cielo, presiden o en
el mar, o en los ríos, o en las fuentes, o en bosques, a los cuales los hombres igualmente
ignorantes que no conocen a Di los honran como a Dios y les ofrecen sacrificios.

En el mar lo llaman Neptuno, en los ríos, Lamias; en las fuentes, Ninfas en los bosques,
Dianas; todas estas cosas no son más que demonios malignos y espíritus malos que
pervierten a los hombres infieles que no saben protegerse con el signo de la cruz. Sin
embargo, no pervierten sin permiso de Dios, porque estos tales tienen a Dios airado
contra ellos, y no creen de todo corazón en la fe de Cristo, al bien, viven con tal
ambigüedad hasta el punto de poner a cada día los mismos nombres de los demonios, y
por eso denominan el día de Marte, y de Mercurio y de Júpiter, y de Venus, y de
Saturno, los cuales no hicieron ningún día, que fueron hombres pésimos y malvados
entre la gente de los griegos.

9. Pero cuando el Dios omnipotente hizo el cielo y la tierra, creó también la luz, la cual
mediante la distinción de las obras de Dios tuvo siete veces su rotación. En efecto, en
primer lugar hizo Dios la luz, a la que llamó día. En segundo lugar hizo el firmamento
del cielo. En tercer lugar la tierra separada del mar. En cuarto lugar fueron formados el
sol, la luna y las estrellas. En quinto lugar los animales cuadrúpedos y los volátiles. En
sexto lugar fue formado de barro el hombre. En el día séptimo terminó todo el universo
y su ornamentación, y lo llamó Dios el descanso. Y a la que fue la primera entre las
obras de Dios, teniendo siete veces su rotación, por la distinción de las buenas obras, se
llamó semana.

10. ¿No es, por tanto, una locura que el hombre bautizado en la fe de Cristo no honre el
día del domingo, en el que Cristo resucitó, y diga que honra el de Júpiter, y de
Mercurio, y de Venus, y de Saturno, los cuales no tienen ningún día, sino que fueron
unos adúlteros, y perversos, e inicuos y desgraciadamente muertos en su Provincia?
Pero, como ya dijimos, debajo de la apariencia de estos nombres, los hombres necios le
prestan veneración y honor a los demonios. Igualmente se introdujo entre los ignorantes
y rústicos aquel otro error por el que piensan que el principio del año son las calendas
de enero, lo cual es falsísimo.

En efecto, como dice la Santa Escritura, en el mismo punto de equinoccio fue el


principio del primer año. Y por eso se lee así: «y dividió Dios entre la luz y las
tinieblas». Ahora bien, en toda división recta hay igualdad, como sucede en los
veinticinco de marzo, en el que tanto espacio de horas tiene el día como la noche. Por
eso es falso que el principio del año sean las calendas de enero.

11. ¿Y con qué pena se debe hablar de aquel estúpido error de guardar los días de las
polillas y de los ratones, y si es lícito hablar de que un hombre cristiano venere en lugar
de Dios a los ratones y a las polillas? Porque a estos animales, si no les aleja o el pan o
la ropa cerrando bien o el armario o el arca, no perdonan cosa alguna de la que
encuentren. Sin motivo alguno se engaña el hombre miserable con estas patrañas, como
si porque al principio del año está alegre y saturado de todo, así le va a suceder durante
todo el año. Todas éstas son observancias paganas, han sido buscadas por imaginación
de los demonios. Pero hay de aquel hombre que no tiene propicio a Dios, y que no tiene
como dada por Él la abundancia del pan y la seguridad de la vida. He aquí que vosotros
realizáis oculta o públicamente estas vanas supersticiones, y nunca os apartáis de estos
sacrificios de los demonios.

¿Y por qué no os conceden el que estéis siempre saturados, seguros y alegres? ¿Por qué
cuando Dios se enfada, vuestros sacrificios vanos no os defienden de la langosta, del
ratón y de muchas otras tribulaciones que Dios enfadado os envía?

12. ¿No veis clarísimamente que os engañan los demonios en estas vuestras
observancias, que vanamente realizáis, y que os lleváis un chasco en los agüeros que tan
frecuentemente atendéis? Porque, como dice el sapientísimo Salomón: «la adivinación y
los agüeros son vanos» (Ecco 34,5). Y cuanto el hombre más las teme, tanto más
engañado está su corazón: «no les des tu corazón, porque a muchos ha servido de
tropiezo» (Ecco 34,6-7).

He aquí lo que dice la Santa Escritura, y así es ciertísimamente, porque tanto tiempo
inculcan los demonios a los infelices hombres el canto a las aves, hasta que por estas
cosas frívolas y vanas pierden la fe de Cristo, y encuentran en su muerte el fin de los
réprobos.

Dios no mandó conocer las cosas futuras, sino que viviendo siempre en el temor de
Dios, esperasen en Él el gobierno y el auxilio de su vida. Es propio de solo Dios el
conocer los acontecimientos antes de que sucedan; sin embargo, los demonios engañan
a los hombres vanos con diversos argumentos hasta conducirlos a la ofensa de Dios, y
hasta arrastrar consigo a las almas al infierno, como por envidia hicieron desde su
principio, a fin de que el hombre no entrase en el reino de los cielos, de donde ellos
habían sido arrojados.

13. Por esta causa, viendo Dios a los hombres miserables engañados de este modo por el
diablo y por sus ángeles malos, y que olvidándose de su Creador, adoraban a los
demonios en lugar de Dios, envió a su Hijo, es su Sabiduría y su Verbo, con el fin de
reconducirlos al culto del verdadero y alejarlos del error del diablo. Y precisamente
porque la divinidad del Hijo de Dios no podía ser visto los hombres, tomó carne
humana en el vientre de la Virgen María, carne que fue concebida, no de la unión con
un hombre, sino por el Espíritu Santo.

Nacido, por consiguiente, el Hijo de Dios en carne humana, pero que estaba oculto el
Dios invisible, y en el exterior el hombre visible, predicó hombres: predicó a los
hombres, enseñándoles a que dejados los ídolos malas obras, saliese del poder del
diablo y volviese al culto de su Creador. Después de haber enseñado, quiso morir por el
género humano. Padeció voluntariamente la muerte, no obligado; fue crucificado por los
judíos, su Juez Poncio Pilato, que había nacido en la Provincia de Ponto y que en
tiempo era gobernador de la provincia de Siria. Bajado de la cruz, fue colocado en el
sepulcro.

Al tercer día resucitó vivo de entre los muertos, conversó por espacio cuarenta días con
sus doce discípulos, y para demostrar que resucitó su verdadera carne, comió después de
la resurrección delante de sus discípulos. Pasados los cuarenta días, mandó a sus
discípulos que anunciasen a las gentes la resurrección del Hijo de Dios, y que los
bautizasen en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo para el perdón de los
pecados, les enseñasen, además, que los que hubiesen sido bautizados se apartas las
malas obras, esto es, de los ídolos, de los homicidios, de los robo perjurio, de la
fornicación, y que aquello que no quieren para sí no se lo hagan tampoco a los demás. Y
después de haberles mandado estas cosas, viéndolo los mismos discípulos, subió al
cielo, y allí está sentado a la derecha del Padre, y al fin de este ha de venir con esa
misma carne con la que subió al cielo.

14. Cuando llegue el fin de este mundo, todas las gentes y todo que tiene su origen en
los primeros hombres, es decir, en Adán y en resucitarán sean buenos o sean malos.
Todos han de venir ante el juicio de Cristo, y entonces los que fueron fieles y buenos en
su vida quedarán separados de los malos y entrarán en el reino de Dios con los ángeles
santos. Sus almas juntamente con sus cuerpos permanecerán en el descanso e nunca más
morirán, y allí ya no habrá ni trabajo alguno ni dolor; tampoco tristeza, ni hambre, o
sed, ni calor o frío, ni tinieblas o noche, sino que siempre alegres, saturados, en la luz,
en la gloria, serán semejantes a los ángeles de Dios, porque ya han merecido entrar en
aquel lugar de donde cayó el juntamente con aquellos ángeles que le siguieron.

Allí, por consiguiente, todos los que fueron fieles a Dios permanecerán siempre. En
cambio, aquellos que no creyeron, o que no fueron bautizados, o que ciertamente sí
fueron bautizados y después de este su bautismo volvieron de nuevo a los ídolos y
homicidios, o a los perjurios y a otros males y murieron sin penitencia, todos los que así
fueren hallados se condenarán con el diablo con todos los demonios a los que dieron
culto y cuyas obras hicieron. Estos serán enviados junto con sus cuerpos al fuego eterno
del infierno, en donde aquel fuego inextinguible durará para siempre, y esa carne
recuperada en la resurrección gimiendo en eterno tormento deseará morir otra vez para
no sentir los tormentos. Pero no se le permitirá morir para que sufra los tormentos
eternos.

Esto es lo que dice la ley, esto es lo que dicen los profetas, esto es lo que dice el
evangelio de Cristo, lo que dice el Apóstol y lo que testifica toda la Santa Escritura, de
la que os hemos hecho un sencillo resumen. Es preciso, pues, hijos carísimos, que de
aquí en adelante os recordéis de todo cuanto os he dicho, y que obrando el bien esperéis
el futuro descanso en el reino de Dios, o (lo que esté lejos de vosotros) obrando el mal
esperéis el fuego perpetuo en el infierno. Por consiguiente, la vida eterna y la muerte
eterna está puesta en el arbitrio del hombre. Lo que cada uno escoja para sí, eso es lo
que tendrá.

15. Vosotros, pues, creyendo que llegasteis al bautismo de Cristo en el nombre del
Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, considerad el pacto que habéis hecho con Dios en
el mismo bautismo.

En efecto, cuando cada uno de vosotros disteis en la fuente vuestro nombre, por
ejemplo, o Pedro, o Juan, o cualquier otro nombre, así fuisteis preguntado por el
sacerdote: ¿Cómo te van a llamar? Tú respondiste, si ya podías contestar, o si no
ciertamente el que lo testificaba en tu nombre, el que era tu padrino, y dijo, por ejemplo:
se llamará Juan. El sacerdote preguntó de nuevo: Juan, renuncias al diablo y a sus
ángeles, a sus cultos y a sus ídolos, a sus frutos y fraudes, a sus fornicaciones y a sus
impurezas, y a todas sus obras malas. Y respondiste: renuncio. Después de esta renuncia
al diablo fuiste interrogado de nuevo por el sacerdote: ¿Crees en Dios Padre
Omnipotente? Y respondiste: creo.
¿Y en Jesucristo, su Hijo único, Dios y Señor nuestro, que nació del Espíritu Santo y de
la Virgen María, padeció en tiempo de Poncio Pilato, crucificado y sepultado, bajó a los
infiernos, al tercer día resucitó vivo de los muertos, subió a los cielos, que está sentado a
la derecha del Padre, y que desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos?
¿Crees?, y respondiste: creo.

Y de nuevo fuiste interrogado: ¿Crees en el Espíritu Santo, en la Santa Iglesia Católica,


en el perdón de todos los pecados, en la resurrección de la carne y en la vida eterna? Y
respondiste: creo.

Considerad, por tanto, cuál es el pacto que habéis hecho con Dios en el bautismo.
Prometisteis que vosotros renunciabais al diablo y a sus ángeles, y a todas sus obras
malas, y al mismo tiempo habéis hecho una profesión de fe que vosotros creíais en el
Padre y en el Hijo y en el Espíritu Santo, y que vosotros esperabais también, al terminar
el mundo, en la resurrección de la carne y en la vida eterna.

16. He aquí cuál es vuestra garantía y vuestra confesión con la que os habéis ligado para
con Dios. ¿Y cómo es que algunos de vosotros, que habéis renunciado al diablo y a sus
ángeles, a sus cultos, y a sus malas obras, ahora volváis de nuevo a los cultos del
diablo?

Porque encender velas junto a las piedras y a los árboles y a las fuentes y en las
encrucijadas, ¿qué otra cosa es sino culto al diablo? Observar la adivinación y los
agüeros, así como los días de los ídolos, ¿qué otra cosa es sino el culto del diablo?

Observar las vulcanales y las calendas, adornar las mesas, poner coronas de laurel,
observar el pie, derramar en el fogón sobre la leña alimentos y vino, echar pan en la
fuente, ¿qué otra cosa es sino culto del diablo? El que las mujeres nombren a Minerva al
urdir sus telas, observar en las nupcias el día de Venus, y atender en qué día se hace el
viaje, ¿qué otra cosa es sino el culto del diablo?

Hechizar hierbas para los maleficios, e invocar los nombres de los demonios con
hechizos, ¿qué otra cosa es sino el culto del diablo? Y otras muchas cosas que es largo
el decirlas.

He aquí que, después de haber renunciado al diablo, hacéis todas estas cosas después del
bautismo, y volviendo al culto de los demonios y a las malas obras de los ídolos,
faltasteis a vuestra palabra, y habéis quebrantado el pacto que hicisteis con Dios.

Alejasteis de vosotros la señal de la cruz, que recibisteis en el bautismo, y estáis atentos


a otras señales del diablo por medio de las avecillas, estornudos y otras muchas cosas.

¿Por qué no me va a hacer mal a mí y a cualquier otro cristiano recto el agüero? Porque
donde ha precedido la señal de la cruz, nada es señal del diablo. ¿Y por qué os hace mal
a vosotros? Porque despreciáis la señal de la cruz, y teméis aquello que vosotros
mismos habéis imaginado como señal.

Del mismo modo rechazáis el santo encantamiento, esto es, el símbolo que recibisteis en
el bautismo, que es: «creo en Dios Padre Omnipotente»; la oración dominical, esto es,
«Padre nuestro que estás en los cielos», y conserváis los encantamientos diabólicos y
los versos.

Por eso todo aquello que despreciando la señal de la cruz de Cristo, y mira a otras
señales, perdió la señal de la cruz que recibió en el bautismo.

Igualmente, el que guarda otros encantamientos inventados por magos y maléficos,


perdió el encantamiento del símbolo santo y de la oración dominical que recibió en la fe
de Cristo, pisoteó la fe de Cristo, porque no puede dar culto juntamente a Dios y al
diablo.

17. Por eso, amadísimos hijos, si habéis conocido todas estas cosas que hemos dicho, y
si alguien reconoce haber cometido estas cosas después del bautismo, y que apostató de
la fe de Cristo, no desespere de sí y no diga en su corazón: «porque yo he cometido
tantos males después del bautismo, tal vez Dios no perdone mis pecados». No quieras
dudar de la misericordia de Dios. Haz de nuevo en tu corazón un pacto con Dios, y en lo
sucesivo ya no quieras entregarte al culto de los demonios; no adores otra cosa que no
sea Dios; no has de cometer el homicidio, ni el adulterio o la fornicación; no cometas el
hurto ni perjures.

Y cuando hayas cometido todo esto a Dios en tu corazón, y no hayas vuelto a cometer
otra vez estos pecados, espera con confianza el perdón de Dios, porque así dice el Señor
en la Escritura profética: «en cualquier día que el malvado se olvide de sus iniquidades
y obre la justicia, yo también me olvidaré de todas sus iniquidades» (Ez 18,21-22).

Dios espera, por consiguiente, el arrepentimiento del pecador. Aquélla es la verdadera


penitencia, cuando el hombre ya no vuelve a cometer los males que hizo, sino que pida
perdón de los pecados pasados, tome precaución de cara al futuro, para no volver de
nuevo a los mismos pecados; sino que por el contrario realice las obras buenas, de tal
manera que dé limosna al pobre que tiene hambre, rehaga al huésped extenuado, y que
todo aquello que quiere que otros le hagan a él, que esto mismo haga él con los otros, y
que lo que él no quiere que le hagan, que tampoco él lo haga a los demás, porque en esta
palabra se resumen los mandatos del Señor.

18. Os rogamos, por tanto, hermanos e hijos queridísimos, que estos preceptos que Dios
se ha dignado daros por medio de nosotros humildes y pequeños, los retengáis en la
memoria, y penséis cómo salvéis vuestras almas, de tal modo que no sólo os ocupéis de
esta vida presente y de la utilidad pasajera de este mundo, sino que penséis más en el
símbolo que vosotros prometisteis creer, esto es, la resurrección de la carne y la vida
eterna.

Por consiguiente, si creísteis y creéis que existe la resurrección de la carne y la vida


eterna en el reino de los cielos entre los ángeles de Dios, como ya os dije anteriormente,
pensad mucho en estas cosas y no siempre en la miseria de este mundo.

Preparad vuestro camino por medio de las buenas obras. Reuníos con frecuencia en la
iglesia o en el lugar de los santos para orar a Dios. No queráis despreciar el día del
Señor, que por eso se llama del Señor, porque el Hijo de Dios, Nuestro Señor Jesucristo.
resucitó en ese día de entre los muertos, sino que debéis honrarlo con reverencia.
No realizaréis en el día de domingo obras serviles, esto es, en el campo, en el prado, en
la viña y otras cosas pesadas, exceptuadas aquellas cosas que son necesarias para la
refección del cuerpo, como es el cocer el alimento y lo necesario para emprender un
viaje largo.

Es lícito hacer un viaje en domingo a lugares cercanos, pero no para realizar acciones
malas, sino más bien buenas, esto es, ir a un lugar santo, o a visitar a un hermano o a un
amigo, o consolar a un enfermo, o a llevar un consejo al que se encuentra en la
tribulación, o una ayuda en favor de una causa buena. Así es como debe celebrar el
domingo el hombre cristiano.

Es bastante inicuo y vergonzoso que aquellos que son paganos y desconocen la fe


cristiana, dando culto a los ídolos de los demonios, que veneren el día de Júpiter o de
cualquier otro demonio y que se abstengan del trabajo, siendo así que los demonios ni
han creado ni tienen ciertamente ningún día.

Y nosotros, que adoramos al verdadero Dios, y que creemos que el Hijo de Dios
resucitó de entre los muertos, no veneramos el día de su resurrección, es decir, el
domingo. No queráis, pues, hacer una injuria a la resurrección del Señor sino honradla y
veneradla con reverencia por la esperanza que nosotros tenemos en ella. Porque así
como aquel Señor nuestro Jesucristo, Hijo de Dios, que es nuestra cabeza, resucitó al
tercer día de entre los muertos, así también nosotros, que somos sus miembros,
esperamos resucitar al fin del mundo en nuestra carne, a fin de que cada uno reciba o el
descanso eterno o el castigo eterno, de acuerdo con lo que obró con su cuerpo en este
mundo.

19. He aquí que nosotros que hablamos ahora bajo el testimonio de Dios y de los santos
ángeles que nos escuchan, hemos cumplido nuestra deuda con vuestra caridad, y os
hemos prestado el dinero del Señor, cuyo precepto tenemos. Pertenece ahora a vosotros
el pensar y el procurar cómo cada uno de nosotros presente con intereses lo que recibió
cuando venga el Señor el día del juicio.

Rogamos, por tanto, a la clemencia del mismo Señor que os guarde a vosotros de todo
mal, y os haga dignos compañeros de sus santos ángeles en su reino, concediéndonoslo
él mismo que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

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© Fernando Gil - Ricardo Corleto, 1998-2003

© Pontificia Universidad Católica Argentina, 2003


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