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Cuando contempla su historia familiar, ¿existe un hilo común de

circunstancias que van de generación en generación? Usted puede ser


libre y en lugar de maldiciones, puede tener bendiciones.

Hace algún tiempo, fui a ministrar a una prisión en Texas E.U.A. Aquella tarde,
cuando comencé a ministrar, les hice dos preguntas a los presos: "¿Cuántos de
ustedes tienen a sus padres o abuelos en prisión?", y "¿Cuántos de ustedes
tienen hijos o nietos que se han metido en problemas con la justicia?" Cerca
del cien por ciento de los presos levantaron la mano como respuesta a ambas
preguntas.

Enseñé sobre las maldiciones de familia, y oramos para romper esas


maldiciones. Habían establecido una red con cuatrocientos mil presos más de
todos los Estados Unidos, para que éstos también pudieran oír el mensaje.
Cuando nos íbamos, el director de la cárcel nos dijo: "Nunca podíamos hallar la
razón. Esta enseñanza sobre las maldiciones de familia es la respuesta que
hemos estado buscando". De la noche a la mañana, trescientas prisiones más
se comunicaron con nosotros para pedirnos la enseñanza sobre la forma de
romper las maldiciones de familia, porque habían entendido que la iniquidad de
los padres pasa de una generación a la siguiente.

¿Por qué la necesidad de prisiones es cada vez mayor? Porque el preso saldrá
de la prisión, pero no cambia. La mayoría de ellos vuelven a caer en ella. No
sólo regresan, sino que la misma iniquidad que los lleva a ellos allí, hace que
sus hijos y nietos terminen en prisión. Por eso la necesidad de prisiones sigue
aumentando. No sólo no cambian los presos, sino que su iniquidad pasa a sus
hijos y nietos. De tal palo, tal astilla.

La definición de familia
Cuando hablamos de maldiciones de familia, necesitamos comprender lo que
significa la palabra "familia". Una familia puede ser tan pequeña como el
esposo, la esposa y los hijos, o puede ser la familia de una iglesia. Puede ser
tan grande como su ciudad o su estado (¿recuerda cuando se habla de los
padres de una ciudad?), y puede ser tan grande como la nación, incluyendo al
presidente y a los funcionarios del gobierno. Ciertas familias tienen sus
características; ciertas ciudades las tienen, y también ciertos estados, naciones
y etnias las tienen. Pero necesitamos comprender que no tenemos por qué
aceptar las características negativas. No tienen por qué perseguirnos durante
el resto de nuestra vida. Las podemos romper.

Cuando John F. Kennedy Jr. murió en un accidente de avión, todas las revistas
y los periódicos hablaban de la "maldición de los Kennedy". Esto es algo que
se puede romper con la Palabra de Dios y por el poder de la sangre de Jesús.
Estas tragedias no se produjeron porque los Kennedy fueran malas personas,
sino debido a algo que cayó sobre ellos. La iniquidad, o maldición, fue
transferida de generación en generación. Pero Jesús quiere liberar a esa
familia para siempre.

Aunque esta situación es extrema, nos muestra que la realidad de la


transferencia de espíritus, y la realidad de que la iniquidad pasa de una
generación a la siguiente, no sólo se hallan en la Biblia, sino que se encuentran
por todas partes en la vida misma. Necesitamos mirar nuestra propia vida y
preguntarnos: ¿Qué está haciendo que piense y me conduzca de una manera
que no agrada a Dios? ¿Qué está haciendo que actúe violentamente con mis
hijos sin razón aparente? ¿Por qué da la impresión de que no puedo retener
ningún trabajo por un buen tiempo? Es hora de romper la maldición que haya
en nuestra vida de una vez por todas, y caminar en la libertad que nos
proporcionó Jesús por medio de la cruz.

Matt Crouch, el hijo de Paul y Jan Crouch (dueños de la cadena de televisión


cristiana Trinity Broadcasting Network), compartió conmigo esta historia en una
ocasión. Unos dos meses después de que Calen, su hijo mayor, comenzara en
primer grado, Lori, la esposa de Matt, recibió una llamada telefónica de la
maestra de Calen. Ésta le dijo que Calen estaba muy nervioso y sentía pánico
pensando que su mamá no lo fuera a recoger en la escuela. Lori le explicó a la
maestra que él no tenía razón alguna para temer esto. Pero no había manera
de tranquilizarlo, así que Matt y Lori se fueron ambos enseguida a la escuela
para hablarle a Calen. No había forma de razonar con él. Al parecer, aquel
temor se había apoderado de él sin saber de dónde había salido.

Durante los tres meses siguientes, aquella conducta llena de temor se fue
apoderando de la vida de Calen. El niño no dejaba que Lori se le perdiera de
vista. La seguía de un cuarto a otro dentro de la casa. Se echaba a llorar de
pánico si ella no dejaba que la siguiera a todas partes. Todas las noches se
producía una escena traumática cuando ellos trataban de hacer que se
acostara.

Lo intentaron todo para tratar de tranquilizar a Calen. Oraban sobre él y con él


constantemente. Se pusieron de acuerdo con poderosos hombres y mujeres de
Dios para romper la fortaleza de miedo que había sobre él, pero nada
funcionaba. Les estaba destrozando el corazón. Lo más raro de todo era que
normalmente, Calen era increíblemente extrovertido, seguro y sin inhibiciones
en todos los aspectos de su vida. No le tenía miedo a ninguna otra cosa; sólo a
quedar separado de su madre.

Un día, Matt le estaba hablando a Paul Crouch, su padre, acerca de la


situación. De repente, fue como si se encendiera una luz en los ojos de Paul,
quien le dijo: "Yo sé exactamente de qué se trata. Cuando yo tenía la misma
edad de Calen, y estaba comenzando en el primer grado, murió mi padre.
Después de aquello, todos los días mi madre iba conmigo hasta la mitad del
camino a la escuela, y trataba de enviarme, pero yo sollozaba tan fuerte, que a
veces ella también lloraba, y me traía de vuelta a casa. Yo tenía mucho miedo
de que un día regresara de la escuela, y al igual que mi padre, mi madre se
hubiera ido y me hubiera quedado solo".

Paul y Matt se dieron cuenta de que el temor de Calen no se había originado


en nada que hubiera sucedido en su propia vida, sino en algo que sucedió en la
vida de su abuelo. Una vez que se dieron cuenta de cuál era la raíz del temor,
pudieron romper este temor generacional. Quedó libre, porque pusieron la
sangre de Jesús en el dintel de la puerta de su corazón. Ahora, el diablo no lo
puede seguir atormentando.
Romper la maldición
La solución del mundo a las tentaciones y los problemas es "Di que no", pero
los creyentes sabemos que necesitamos comprender el principio espiritual de
la causa y el efecto. Sin comprender el poder de Jesús y de su sangre,
podemos decir que no hasta que nos quedemos morados, y seguir fallando
todo el tiempo. Necesitamos comprender la verdad que nos hace libres.

En Juan 8:32-36, Jesús le estaba hablando a los judíos que creían en Él, y que
ya lo habían reconocido como Salvador. Pero no podían comprender por qué,
siendo hijos de Abraham, necesitaban ser liberados. En Juan 8:33, dijeron que
ellos no eran esclavos de nadie. No comprendían que con cada pecado
cometido -- ya fuera por ellos, por sus ancestros, por su ciudad o por su nación,
había una maldición espiritual uncida a ese pecado. Los cristianos también
necesitamos hacer algo más que nacer de nuevo y recibir el perdón;
necesitamos recibir nuestra libertad.

Jesús les estaba diciendo en el versículo 36: "Cuando yo los libere, van a ser
verdaderamente libres. No sólo los voy a perdonar, sino que también voy a
romper la maldición que llevan encima y que está relacionada con el pecado".
Si el Hijo nos ha hecho libres, vamos a ser verdaderamente libres. La palabra
"verdaderamente" significa que Jesús va a romper la maldición, y nosotros
podremos vivir realmente libres. No sólo nos va a perdonar nuestro pecado,
sino que va a romper la iniquidad que lo acompaña. Es importante comprender
que un judío siempre podía lograr que sus pecados le fueran perdonados, pero
nunca podía lograr que se rompiera la maldición de ese pecado. El rey David y
su familia son un notable ejemplo. David fue perdonado, pero la maldición de
su pecado pasó a su familia.

Le voy a explicar a partir de la misma Palabra de Dios la forma en que esto


funciona:

Después tomará los dos machos cabríos y los presentará delante de Jehová, a
la puerta del tabernáculo de reunión. Y echará suertes Aarón sobre los dos
machos cabríos; una suerte por Jehová, y otra suerte por Azazel... Después
degollará el macho cabrío en expiación por el pecado del pueblo, y llevará la
sangre detrás del velo adentro, y hará de la sangre como hizo con la sangre del
becerro, y la esparcirá sobre el propiciatorio y delante del propiciatorio...Y
esparcirá sobre él de la sangre con su dedo siete veces, y lo limpiará, y lo
santificará de las inmundicias de los hijos de Israel. Cuando hubiere acabado
de expiar el santuario y el tabernáculo de reunión y el altar, hará traer el macho
cabrío vivo; y pondrá Aarón sus dos manos sobre la cabeza del macho cabrío
vivo, y confesará sobre él todas las iniquidades de los hijos de Israel, todas sus
rebeliones y todos sus pecados, poniéndolos así sobre la cabeza del macho
cabrío, y lo enviará al desierto por mano de un hombre destinado para esto. Y
aquel macho cabrío llevará sobre sí todas las iniquidades de ellos a tierra
inhabitada; y dejará ir el macho cabrío por el desierto.
--Levítico 16:7-8, 15, 19-22

Dios les ordenó que llevaran dos machos cabríos al Tabernáculo. Uno de ellos
quedaba a la puerta del Tabernáculo, mientras que hacían entrar al otro, lo
ponían sobre el altar y lo sacrificaban. Entonces, el sumo sacerdote llevaba a la
puerta del Tabernáculo la sangre del macho cabrío sacrificado, la ponía en la
cabeza del otro macho cabrío, y confesaba sobre él las iniquidades del pueblo.
Un macho cabrío moría por los pecados o transgresiones, y el otro se llevaba la
iniquidad -- la fuerza espiritual interior que causaba destrucción -- a un desierto
o a un lugar árido. Así era como los judíos hacían expiación por sus pecados.

En nuestro caso, Jesús murió por nuestros pecados en la cruz, pero también
derramó su sangre siete veces, así como Aarón rociaba siete veces la sangre.
Por medio de la sangre derramada por Jesús, no sólo se nos perdonan
nuestros pecados, sino que también podemos caminar en ese perdón y quedar
libres de la maldición del pecado. Ambos machos cabríos representan la obra
redentora de Jesucristo.

Había dos machos cabríos, porque Jesús derramó su sangre para que
nosotros no sólo fuéramos perdonados con respecto a nuestro pecado, sino
también sanados de la iniquidad interior, las magulladuras y las heridas del
pecado generacional que nos lleva a perpetuar los pecados de nuestros
antepasados. Sólo la sangre de Jesús proporciona el perdón y una nueva
forma de vivir. Cuando nacemos de nuevo, recibimos el perdón de nuestros
pecados. Pero entonces, necesitamos clamar por la sangre de Jesús sobre
nuestra vida para desterrar al desierto la iniquidad y caminar en libertad.

Cierre la puerta trasera


Cuando el espíritu inmundo sale del hombre, anda por lugares secos,
buscando reposo, y no lo halla. Entonces dice: Volveré a mi casa de donde salí;
y cuando llega, la halla desocupada, barrida y adornada. Entonces va, y toma
consigo otros siete espíritus peores que él, y entrados, moran allí; y el postrer
estado de aquel hombre viene a ser peor que el primero.
--Mateo 12:43-45

En el mismo momento en que recibimos a Jesús, todas las fuerzas de las


tinieblas que están atacando nuestra vida salen huyendo. Van a ese lugar
desierto, en busca de un sitio donde descansar. Quedamos limpios de nuestro
pecado, y la causa de la maldición espiritual huye a ese lugar desierto, pero
regresa en busca de una puerta abierta. Aunque nuestra vida haya sido barrida
y adornada, lavada con la sangre y purificada, si descubre que no
comprendemos las maldiciones espirituales y hemos dejado una puerta abierta,
regresa y la situación es peor que antes.

Yo veo suceder esto en muchas familias cristianas. Una persona sale de un


estilo de vida lleno de pecado, recibe la salvación, y entra en el ministerio o se
involucra en su iglesia; después, cría a sus hijos en la iglesia. Entonces,
cuando los hijos llegan a la adolescencia, salen a hacer las mismas cosas que
solían hacer los padres, sólo que mucho peores. Nosotros nos quedamos
estupefactos y preguntamos: "¿Qué sucedió? ¿Qué anda mal? Nuestros hijos
fueron criados en la iglesia, pero están haciendo exactamente lo mismo que
hacíamos nosotros antes de ser salvos". Esto se debe a que barrimos la casa,
pero no cerramos la puerta por medio de la sangre de Jesús, al no darnos
cuenta de que teníamos que romper esa maldición de familia.
Moisés y los hijos de Israel son un excelente ejemplo de la forma de apartar de
nuestro hogar las fuerzas de las tinieblas. Cuando iba a caer la maldición sobre
el pueblo de Egipto, Dios le dijo a Moisés que le indicara al pueblo que debían
tomar la sangre de un cordero y ponerla en el umbral de sus puertas. Cuando
llegó el espíritu de muerte aquella noche, vio la sangre sobre las puertas de sus
casas, y no pudo entrar (vea Éx. 12:21-29). Romanos 6:23 dice que la paga del
pecado es muerte. Esto no habla sólo de la muerte después de la cual tenemos
por delante el cielo o el infierno. El divorcio es parte de esa muerte; lo son la
pobreza, el racismo, la ira que destruye los matrimonios y las familias, y
también las depresiones y las enfermedades.

Un hombre de nuestra iglesia me dijo que todos los hombres de su familia


morían a menos de un año de haber cumplido cierta edad. Después de que
murió su padre, acudió a nosotros, clamamos por la sangre de Jesús sobre él y
sobre su familia, y le enseñamos a quebrantar ese espíritu de muerte. La gente
recibe la salvación, pero no ha aprendido a poner la sangre sobre la puerta de
su tabernáculo. Cuando usted se da cuenta, y usa el poder de la sangre de
Jesús, esos espíritus y esas maldiciones no lo pueden tocar. El divorcio tratará
de llegar, pero cuando vea la sangre sobre la puerta de su tabernáculo, no va a
poder entrar. Las enfermedades, la depresión, la ira, la violencia y todas las
cosas malvadas van a tratar de arremeter contra usted y contra su familia, pero
si usted tiene la sangre de Jesucristo en el dintel de su casa, estará viviendo
bajo la protección divina.

Si usted acostumbra a decir, o si oye que alguien dice: "De tal palo, tal astilla",
aplíquele a esto la sangre de Jesús. Nada puede cruzar donde está la sangre.
En el tabernáculo antiguo hecho de piedra y mortero, el sacerdote usaba la
sangre de un cordero para hacer expiación por el pueblo de Dios, pero aquella
respuesta era temporal. Hoy en día, usted es el tabernáculo de Dios, y la
sangre del Cordero ha sido derramada una vez y para siempre a fin de
perdonar su pecado y romper la maldición.

Quitar la carga y destruir el yugo


Cuando Jesús les preguntó a sus discípulos qué decían de Él los hombres,
ellos le respondieron que pensaban que tal vez Él fuera Juan el Bautista, o
Jeremías, o Elías. Entonces Jesús les preguntó: "Y vosotros, ¿quién decís que
soy yo?" (Mateo 16:15). Inmediatamente, Pedro le respondió: "Tú eres el
Cristo, el Hijo del Dios viviente" (Mateo 16:16). Me parece estar viendo a Pedro
mientras se golpeaba la frente con la palma de la mano, como si se hubiera
acabado de dar cuenta de quién era Jesús en realidad.

La palabra "Cristo" no es sólo un título. Tampoco es el segundo nombre de


Jesús. "Cristo" define quién era Jesús, según el Antiguo Testamento. Observe
que Pedro no dijo: "Tú eres el Salvador", o "Tú eres el Rey de reyes", aunque
Jesús sea ambas cosas. Lo que dijo fue: "Tú eres el Cristo", que significa
literalmente: "el Mesías, el Ungido".

Acontecerá en aquel tiempo que su carga será quitada de tu hombro, y su yugo


de tu cerviz, y el yugo se pudrirá a causa de la unción.
--Isaías 10:27
La carga será quitada y el yugo será destruido a causa de la unción. Tiene una
importancia absoluta el que usted comprenda esta parte de la enseñanza.
¿Recuerda cuando Jesús dijo en Juan 8:32: "Conocerán la verdad, y cuando
conozcan y comprendan esta verdad, entonces ella los hará libres"? Los judíos
que habían creído, pensaban que tenían toda la verdad que necesitaban,
porque eran hijos de Abraham; sin embargo, estaban equivocados. Sus cargas
les habían sido quitadas, pero estaban a punto de que fueran destruidos sus
yugos, o sus maldiciones de familia. Ahora bien, ¿qué quiere decir esto de que
el poder de Dios quita las cargas y destruye los yugos?

En primer lugar, Romanos 6:23 dice que la paga del pecado es muerte.
Sabemos que todos hemos pecado y que no hay uno justo; ni uno solo. La
paga por la carga, o la recompensa por nuestro pecado es la muerte. Alguien
tiene que morir por nuestros pecados. Hace veinticinco años, cuando yo recibí
a Jesucristo como Salvador personal, Él me quitó la carga. Ya yo no tengo que
pagar el precio de mi pecado, porque ese precio fue pagado por completo de
una vez y por todas. Jesús es el Cristo, lo cual significa que es el ungido de
Dios que se llevó nuestra carga.

En segundo lugar, su unción también destruye el yugo. Por eso Jesús dijo:
"Cuando comprendan la verdad, no sólo van a ser libres, sino que van a ser
realmente libres. No sólo les voy a quitar la carga del pecado, que es la muerte,
sino que también voy a romper el yugo de pecado, que es la maldición". Todo lo
que usted tiene que hacer es reclamar esta verdad por medio de Jesucristo y
de su unción. Todo pecado será perdonado y toda maldición quedará rota para
usted y su familia en el nombre de Jesús.

Lea Isaías 53. Aunque es un texto bíblico que muchos cristianos se saben de
memoria, he descubierto que la mayoría no comprenden la poderosa
revelación que Dios nos está profetizando en Jesucristo.

Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el
castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados.
--Isaías 53:5

Si yo tomara algún tipo de arma y lo golpeara en el brazo con suficiente fuerza


como para romperle la piel, usted comenzaría a sangrar. Eso sería una herida.
Jesús fue herido por nuestras rebeliones, por nuestras faltas. Pero después
dice que fue molido por nuestros pecados. Si lo golpeo en el brazo sin romperle
la piel, se le va a llenar el brazo de magulladuras, lo cual significa que estaría
sangrando interiormente. Y la iniquidad es una magulladura espiritual interior
que trata de quebrantarnos o destruirnos la vida.

Isaías 1:18 dice: "Si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve
serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como
blanca lana". La palabra "grana" habla de algo "doblemente sumergido, o
doblemente teñido... doblar, o hacer algo dos veces".

Cuando Dios nos dice que la sangre de Jesús nos limpia, significa que somos
doblemente sumergidos. Somos perdonados, pero también somos liberados de
la iniquidad. Vamos al cielo, pero también somos sanados en nuestro interior,
para que podamos llevar una vida pura, santa y justa sobre la tierra. Tenemos
el poder necesario para resistirnos al pecado y llevar una vida santa. Tenemos
el poder necesario para resistirnos a la ira, la violencia, las drogas y la
depresión.

Cualesquiera que hayan sido nuestros pecados; por profundamente manchada


que esté nuestra vida, la sangre de Jesús no se limita a cubrir todo esto, sino
que lo lava. Y Jesús no sólo lava el pecado, sino que también lava la
consecuencia de nuestro pecado, que es la muerte. Tenemos vida eterna.

Las heridas sangran en el exterior, y las rebeliones son los actos externos. Así
que cuando la Biblia dice que Jesús fue herido por nuestras transgresiones,
esto significa que la sangre que Él derramó en el exterior lava nuestra vida de
todo pecado. Él es el que elimina nuestras cargas. Cuando fue molido, fue
molido en el interior para lavar ese espíritu de maldición. Él es también el
destructor de yugos. Fue herido por nuestras transgresiones, y también fue
molido por nuestras iniquidades. Él es el que quita las cargas y destruye los
yugos. Él lo lava todo en el exterior y nos hace libres en el interior.

Cuando Pedro proclamó que Jesús es el Cristo, Jesús le respondió:


"Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás" (Mateo 16:17). Debido a esta
revelación, Jesús le dijo: "Pedro, ahora tú eres bendecido". Fue bendecido --
ungido o dotado de poder procedente de lo alto -- con prosperidad y con todas
las bondades de Dios. Somos bienaventurados cuando comprendemos que
Jesús es el Cristo que se lleva las cargas y destruye los yugos. Cuando Jesús
bendijo a Pedro con poder y autoridad, respaldó lo hecho entregándole las
llaves del Reino de Dios.

Las llaves del reino


Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos.
--Mateo 16:19

Todos hemos visto personas con un gran aro repleto de llaves. Tal vez sean
gente dedicada al mantenimiento, o dueños de edificios, pero por lo general
tienen la autoridad necesaria para entrar en determinados cuartos o edificios. A
la gente le gustan las llaves, porque son símbolo de autoridad, le dan el poder
de cerrar y de abrir.

¿Le gustaría realmente tener las llaves? No las llaves de un edificio o de un


automóvil, sino las verdaderas llaves del Reino de Dios; del poder y la
revelación de Dios. Con frecuencia le digo a mi iglesia que no hay poder en los
ritos, pero sí hay un poder transformador en la revelación. El bautismo no tiene
poder si la persona se limita a pasar por un rito religioso. Pero cuando alguien
aprende por medio de la Palabra de Dios lo que es el bautismo en agua, yo he
visto personas entrar enfermas al agua y salir totalmente sanadas. Lo mismo
sucede con la comunión. No es sólo un rito que se hace con unas cuantas
galletas y
un poco de jugo, sino un memorial para recordar que tenemos un pacto con
Dios, y que Él lo ha sellado con la sangre de Jesucristo, y gracias a esa sangre,
podemos creer sus promesas de sanidad y prosperidad. La comunión es un
momento de milagros.

Cuando Pedro dijo: "Tú eres el Cristo, el ungido de Dios que quita las cargas y
rompe todo yugo", Jesús le dijo: "Te voy a bendecir. Te voy a dar poder, y
también te voy a dar las llaves del Reino de Dios. Ahora, cuanto tú ates
(prohíbas o cierres) en la tierra, yo haré lo mismo en los cielos, y cuanto tú
desates (permitas o abras) en la tierra, yo lo voy a respaldar con todo mi poder
en los cielos".

Cuando Jesús derrotó a Satanás y cumplió la profecía de Génesis 3:15, donde


decía que Él le aplastaría la cabeza, lo que hizo fue pisotearle la cabeza y
recuperar todo lo que él había robado. No sólo tiene las llaves de la vida, sino
también las llaves de la muerte y del hades (vea Ap. 1:18). Así como le dio a
Pedro las llaves del reino, también nos las ha dado a nosotros. Ya las puertas
del infierno no podrán prevalecer contra nosotros. Las drogas, el alcohol, la ira,
la pobreza, el divorcio y tantas otras cosas, ya no tendrán poder sobre nuestra
vida. Jesús, el Cristo, ha quitado la carga y quebrantado el yugo.

En el principio, Dios Padre tenía toda la autoridad. Él era quien tenía todas las
llaves del reino. Cuando creó a Adán, le dio las llaves de la autoridad y el
dominio. Pero Adán y Eva desobedecieron a Dios y siguieron a Satanás. En
ese momento, Satanás obtuvo las llaves y se convirtió en el dios de este
mundo.

Entonces, Jesús murió en la cruz, derramó su sangre por nuestra redención y


descendió a los infiernos para derrotar a Satanás. Así fue como recuperó las
llaves para usted y para mí. Pero si nos quedamos parados con las llaves en la
mano, no vamos a abrir ni cerrar nada. En eso no hay poder alguno. Por eso,
Jesús le está preguntando: "¿Quién dices que soy yo?" Cuando usted le
responda: "Tú eres el que quita las cargas y destruye los yugos. Tú eres el
Cristo. Tú eres el que me va a perdonar el pecado y va a romper esta maldición
que hay en mi vida", entonces estará gritando: "¡Yo tengo las llaves!" ¡Es hora
de atar la maldición y desatar la bendición!

Bendiciones e iniquidades a través de generaciones


Vemos en la Biblia gente cuya vida bendijo a su familia y a su nación. Vemos
también gente cuyas acciones les acarrearon una maldición a su familia, su
ciudad y su nación. Usted y yo no somos diferentes. Estamos cosechando las
consecuencias del pecado de Adán. También estamos cosechando las
consecuencias de la promesa de Dios a Abraham de que todas las familias de
la tierra serían bendecidas por medio de él. A través de Abraham y de sus
descendientes, Isaac y Jacob, aparecieron las doce tribus de Israel que
terminaron convirtiéndose en la nación de Israel. De esta nación vino Jesús, y
por medio de Jesús, la maldición fue rota.

Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y


serás bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren
maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra.
--Génesis 12:2-3
No importa que usted esté sufriendo por una maldición que es consecuencia de
algo que usted mismo haya hecho, o que se debe a algo que hayan hecho sus
antepasados. El Cristo que quita las cargas y destruye los yugos vino para
hacerlo libre. Ya usted no tiene que pagar más las consecuencias de esa
maldición. Puede vivir en las bendiciones, en la libertad de la redención y en la
restauración de Dios.

Larry Huch es el pastor y fundador de la iglesia New Beginnings Center en


Oregon, E.U.A. Este artículo se obtuvo de su libro Libre al fin publicado por
Casa Creación. Huch también fue liberado de las maldiciones de furia e ira que
existían en su familia.

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