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Liborio Justo: Autopsia y funeral de la Reforma Universitaria (junio de 1938)

Un análisis del histórico movimiento, en su XX aniversario, por uno de sus ejecutores de


1919

Por LIBORIO JUSTO

1- LA NUEVA GENERACION Y LA REFORMA UNIVERSITARIA

Terminaba la Primera Guerra Mundial de 1914-1918 que durante varios años había
mantenido en una terrible tensión al mundo con sus acontecimientos trascendentales, sin
precedentes en los anales de la humanidad. De esa lucha, a la que los pueblos
beligerantes habían sido arrastrados al amparo de bombásticas frases de defensa de la
democracia o la civilización, sólo quedaba un montón de ruinas, cadáveres y lisiados y, en
el ánimo de la masa, la más grande sensación de desencanto. Por todas partes el
espectáculo macabro de aquella masacre, que sólo entonces podía apreciarse en todas
sus monstruosas proporciones comenzaba a mostrar su mentira y su aterradora
esterilidad. Por todas partes, también, se iban haciendo evidentes los fines imperialistas
que la hablan provocado y se corría el velo de "patria", "democracia" y otras hermosas
palabras, detrás de las que aquéllos se habían ocultado. Entre los pueblos de los cinco
continentes, corría una ola de trágico desengaño. "El Fuego", de Barbusse, conmovía las
conciencias. Y para completar el cuadro, sobre los escombros del antiguo imperio de los
zares, se levantaba la deslumbrante llamarada roja de la más gigantesca revolución de
todos los tiempos, lanzando destellos que iluminaban al mundo como la aurora de una
nueva era.

La gente sentía que todo aquel pasado, que había conducido a la hecatombe mundial,
estaba muerto con todas sus promesas, que no habían sido más que mentiras, con sus
valores y puntos de vista, que habían resultado falsos y sus ideales que se desvanecían o
aparecían fracasados. Había que enterrar definitivamente todo ese pretérito de ignominia
y levantar la bandera de la reconstrucción; había que escupir en la cara a aquellos
hombres, viejos cómplices o actores en la gigantesca farsa, destruir sus principios, revisar
todos sus conceptos y reconstruir la humanidad sobre una base más justa, más sincera y
más humana.

Los hombres jóvenes que entraban al mundo después de la guerra, sentían sobre si la
carga titánica de toda aquella tremenda tarea. Ella los exaltaba en un lirismo grandioso
que los hacía sentirse profunda mente jóvenes en un nuevo mundo que renegaba de
cualquier complicidad con el pasado, del que, aunque a corta distancia en el tiempo, se
sentían separados por un abismo infranqueable. Todo en la sociedad actual había
mostrado ser engaño, corrupción, podredumbre y cieno. Sólo los jóvenes, sólo los
hombres que recién se incorporaban a ella, se sentían incontaminados y listos para pedir a
sus mayores —a los que velan, en general, como verdaderos objetos arqueológicos—
cuentas exactas de sus actos y convertirse en sus acusadores más implacables. El viejo
mundo se habla desplomado y había que construir uno nuevo. Así nació esa impetuosa
corriente que a medida que fue avanzando y tomando conciencia propia, se denominó a sí
misma Nueva Generación, la Nueva Generación por antonomasia.

En la América Latina, que, como todo el mundo, se había visto sacudida por los sucesos de
Europa, habían llegado al poder nuevos partidos, trayendo hombres que en cierto modo
representaban los intereses de la pequeña burguesía (Irigoyen en la Argentina, Leguía en
el Perú, Alessandri en Chile, etc.), cerrando un largo ciclo de dominio ininterrumpido de
las viejas oligarquías conservadoras, las que se vieron desalojadas de las funciones
gubernativas, yendo a ocultarse, como murciélagos a la luz del día, a los únicos refugios
que aún les quedaban en los puestos directivos de la cultura y en la Universidad. Por otra
parte, la pequeña burguesía, en nuestros países, especialmente en la Argentina, adquiría
cada vez mayor importancia, invadiendo los claustros universitarios que, hasta entonces,
habían aparecido como circuitos cerrados para educación exclusiva de las clases
gobernantes. Con ella penetraron en la Universidad las nuevas inquietudes del mundo y,
de su choque con las viejas orientaciones allí refugiadas, nació esa formidable corriente
estudiantil que conmovió sus claustros adormecidos y obscuros. Así nació la Reforma
Universitaria.

Fue la irrupción sonora de los jóvenes que traían el espíritu de la Nueva Era, quienes
entraron en ella rompiendo los cristales y abriendo boquetes en sus muros, para hacer
llegar a sus aulas y laboratorios, cubiertos del polvo de los años, la luz del sol de la época.
La Reforma Universitaria fue el espíritu de la Nueva Generación invadiendo los ámbitos de
la Universidad y llevando a cabo en ellos la primera parte de su programa de destrucción
del pasado y de construcción de un nuevo presente.

2. —LA REFORMA VISTA POR UNO DE SUS EJECUTORES

A principios de 1919 —acababa de cumplir 17 años— entraba yo en la Facultad de


Medicina de Buenos Aires, después de haber dado examen de ingreso a la misma en
medio de grandes huelgas y movimientos estudiantiles, que no eran más que colapsos de
la revuelta estallada en Córdoba algunos meses atrás y el preludio de las que estallarían
en Buenos Aires y en La Plata durante ese año. Todos esos movimientos tenían para mí
una significación un poco confusa, pero, participando en ellos, nosotros —ya que
entonces toda la juventud consciente fue reformista, como 12 años más tarde, después de
la crisis, había de ser comunista—, sentíamos que dábamos salida a nuestro espíritu de
rebeldía, a nuestro deseo de lucha contra el pasado, contra todo lo viejo, estático,
académico y fosilizado. Sentíamos vibrar en nosotros, intensamente, las inquietudes de
esa hora del mundo, y tal inquietud nos impulsaba a la acción para preparar el
advenimiento del Nuevo Mundo a que aspirábamos. Queríamos una Universidad abierta a
todos los problemas de la época, que los encarara, estudiara y nos ayudara a
interpretarlos: queríamos luchar contra las camarillas reaccionarlas encaramadas en la
Universidad, y en ese sentido se dirigían nuestros deseos de desalojarlas de su gobierno,
llevando a él a las personas que nos merecieran confianza, al mismo tiempo que
exigíamos la participación estudiantil en el mismo; queríamos democratizar la
Universidad, para que fuera accesible a todos y no sólo el privilegio de la oligarquía
gobernante; queríamos acercarnos al pueblo, llegar hasta él, traerlo también nuestras
aulas, todo lo que se expresó en el plan de extensión universitaria; queríamos acabar con
los profesores anquilosados, "aburridos" e inútiles, y con la disciplina conventual, lo que
dio origen a la docencia libre y a la suspensión de la asistencia obligatoria, etcétera. Pero
no sólo a la Universidad se concretaban nuestras aspiraciones, sino que también
anhelábamos llevar la Reforma a la sociedad; y, a medida que la revolución estudiantil se
extendía como un reguero de pólvora por el continente, se iba exaltando en nosotros un
sentimiento internacional latinoamericanista, el cual en mí ya existía, haciéndonos soñar
con la unidad de nuestros países, al mismo tiempo que adoptar una violenta actitud de
oposición antiimperialista frente a los Estados Unidos, que entonces llevaban una agresiva
política de intervención en México y en la América Central.

En 1924 abandoné la Universidad sin terminar mis estudios, pero fue precisamente por
esos años que llegué a tener conciencia exacta del grandioso significado revolucionario
que, para mí, tenía la Reforma Universitaria, y a sentirme claramente miembro de una
generación histórica que tenía por delante un porvenir inmenso de gigantescas obras a
emprender, para las que debíamos prepararnos. Esa conciencia de nuestro significado y
de nuestra misión, fue siempre la más grande fuerza que condujo mi vida y la que me hizo
andar por el mundo llevando por doquier la sensación de nuestro destino, ya que a mí no
me interesaba la Reforma dentro de la Universidad, sino fuera de ella, y para esa etapa
quería prepararme.

3. —TRAYECTORIA DE LA REFORMA

¿Qué fue la Reforma Universitaria? Fue un típico movimiento pequeño-burgués, al que


una serie de circunstancias contribuyeron a dar especial trascendencia. Nosotros no
íbamos contra el actual orden económico y social, cuya estructuración no
comprendíamos, sino que anhelábamos reformarlo para hacerlo más moderno, más justo
y más de acuerdo con nuestras ideas. Lo encontrábamos demasiado estático y carcomido
y, en lugar de destruirlo, queríamos comunicarle nuestro impulso y embellecerlo.
Aspirábamos a una revolución política, pero nos hubiera asustado, como ocurrió
efectivamente, una revolución social, y nos hubiéramos puesto frente a ella.
Admirábamos a la Revolución Rusa, pero sólo en su aspecto revolucionarlo exterior, sin
apreciarla en su verdadero significado ni comprenderla. Éramos antiimperialistas frente a
los Estados Unidos, pero para nosotros, los demás imperialismos no existían. Queríamos
acercarnos al proletariado, pero para uncirlo a nuestros fines, no para seguir los suyos. La
Reforma fue un movimiento declamatorio, romántico, idealista, desde su manifiesto a los
hombres libres de América, hasta su anhelo de construir una Universidad perfecta dentro
de un régimen caduco. Proclamó maestros a personajes como Alfredo L. Palacios, que
nunca fue más que un burgués semiliberal y nacionalista sin talento, y a José Vasconcelos,
que ha terminado haciéndose católico y fascista. Como resultado de toda su acción, sólo
queda el recuerdo de luchas estériles y los mismos murciélagos que se quiso ahuyentar
hace 20 años, encaramados otra vez en la cripta de la Universidad, que hoy guarda,
además, el cadáver de la Reforma. Y queda también un partido político, la Alianza Popular
Revolucionarla Americana (APRA), el que se desarrolló en el Perú, no alcanzando a
hacerlo, sin embargo, en el resto de la América Latina, fuera de algunos núcleos sin
importancia en Cuba y un insignificante grupo en la Argentina, a pesar de que ése parecía
ser su destino histórico, y, hasta 1931, yo mismo mantuve como un ideal la formación de
un partido aprista en todo el continente.

Sin embargo, los nuevos acontecimientos nacionales e internacionales (cuartelazo de


Uriburu, crisis mundial, desocupación, radicación de las masas, derrumbe capitalista,
desarrollo espectacular del plan quinquenal soviético, etc.), me fueron llevando, como a
tantos otros, a la conclusión de que sólo una revolución social, y no una revolución
política, podía realizar los ideales de la Reforma Universitaria. Estos, desde ese momento,
venían a identificarse con la revolución proletaria, y, por lo tanto, desaparecían absorbidos
por la misma. La Reforma sólo sería posible en una nueva sociedad socialista, y, por lo
tonto, nuestra acción actual debía identificarse con el movimiento revolucionario del
proletariado, y nosotros integrar sus filas.

Esto mismo lo reconoció el Segundo Congreso Nacional de Estudiantes Universitarios


reunido en Buenos Aires en agosto de 1932, que, en sus Resoluciones y Declaraciones, al
hablar de la Universidad y los problemas sociales, resume de este modo la consideración
del problema:

"1º — Reconoce la crisis de la sociedad capitalista fundada en la apropiación privada de la


riqueza y en el derecho Individual.

"2º — Afirma que el desorden de los actuales valores y los vicios del despotismo, la
opresión, la guerra, el imperialismo, la desocupación, el pauperismo, sólo desaparecerán
con el advenimiento de una sociedad ordenada por la economía colectiva y el derecho
social.

"3º — Postula la injerencia de la juventud universitaria en los movimientos reivindicadores


del proletariado, colaborando con todo esfuerzo orgánico, en el campo social y en el
campo político, por fundar las nuevas bases solidaristas y colectivistas de la sociedad.

"4º — Infiere que solamente en una sociedad construida de este modo e infundida por
este espíritu, será posible la Universidad que la Reforma ambiciona, puesta al servicio de
la cultura del pueblo, y no patrimonio de una educación privilegiada y aristocrática. Por
consiguiente, no entiende la Universidad como organismo del Estado para la formación de
las clases dirigentes y para la cristalización de las verdades formales de la época, sino
como un órgano de los estudiosos, para trasmitir sus conocimientos a todo el pueblo y el
laboratorio donde se analicen todas las ideas científicas, filosóficas, artísticas y
sociológicas, con el propósito de dar una cultura en función social para una actuación
consciente en las diversas manifestaciones del vivir individual y colectivo."

Así se extendía el certificado de defunción de la Reforma Universitaria, como fuerza social


activa en nuestro medio.

4. —LA NUEVA GENERACION Y LA REFORMA COMO MOVIMIENTO REVOLUCIONARIO DE


LA PEQUEÑA BURGUESIA

Hasta ahora se ha tomado a la Reforma Universitaria como un hecho aislado,


desvinculándolo del movimiento de la Nueva Generación, del que no es más que uno de
sus aspectos. En efecto, en la Argentina, la Nueva Generación tuvo también sus
manifestaciones literarias, representadas, entre otras, por el grupo de la revista "Martín
Fierro”, y filosóficas, expresadas por intermedio de la revista "Inicial". Es dentro de ese
conjunto de la Nueva Generación, verdadera revuelta de estudiantes y literatos, que debe
ser encarada la Reforma, que fue su expresión más importante.

Colocada así, dialécticamente, veamos ahora el carácter pequeño-burgués de la Nueva


Generación, y, por consiguiente, de la Reforma, el que se manifestó con toda claridad
desde sus primeras horas. En efecto: hay un momento interesantísimo en la historia de la
Reforma y es aquel en que se pone en contacto con el movimiento obrero revolucionario,
a los pocos meses del estallido de Córdoba, con motivo de los trascendentales sucesos de
la "Semana de Enero” del año 1919 en Buenos Aires, durante la cual, como se recordará, a
raíz de una huelga general violenta, parte del proletariado de esa ciudad se levantó
subversivamente, armas en la mano, y, por primera vez en su historia, se construyeron
barricadas en sus calles. ¿Qué actitud adoptó el flamante movimiento reformista, en plena
efervescencia entonces, frente a tan importantes acontecimientos? Ella está expresada en
un manifiesto firmado por sus líderes más conocidos, el que apareció en los diarios de
Buenos Aires el 19 de enero de 1919. Lo transcribo íntegramente porque ha sido relegado
completamente al olvido y porque es un documento inapreciable para juzgar el
movimiento de la Reforma Universitaria, en su carácter social.

Dice así:

“La Federación Universitaria Argentina, consecuente con el criterio que observa respecto
a los acontecimientos que interesan la vida del país, se cree en el deber de dirigirse a
todos los estudiantes universitarios, en el anhelo de conseguir la unificación de miras ante
los graves sucesos recientes, que alteraron por un momento el orden social.

“El movimiento que se iniciara en Buenos Aires, revistiendo caracteres subversivos, y que
parece extenderse por otros lugares de la República, revela la existencia, en el seno de la
sociedad argentina, de gérmenes nocivos.

“Acusaríamos ingenuidad o ceguera si sólo fuéramos a ver en los acontecimientos


luctuosos de esta capital, simples reivindicaciones de la clase trabajadora en uso de
legítimos derechos, cuando los propios medios empleados y las declaraciones de los
gremios respectivos, están evidenciando la existencia de tenebrosos designios, que, a la
sombra del obrero, pueden entrañar la anarquía y la revolución social.

"Nos proponemos con este llamamiento, más que la recriminación de los hechos mismos,
provocar una profunda reflexión sobre las consecuencias que de ellos se desprenden y los
problemas que plantean.

"Los constituyentes del 53 ofrecieron en nuestro suelo los beneficios de la libertad para
todos los hombres del mundo que quisieran habitarlo, refiriéndose expresamente a los
que trajeran por objeto 'labrar la tierra, mejorar las industrias y enseñar las letras y las
artes’. Pero las leyes que reglamentaron tales propósitos, los desvirtuaron, por mal
entendido liberalismo, desnaturalizando la mente originaria. Así, arribaron a nuestras
playas hombres con taras morales, que expulsados de su patria y rechazados en todas
partes, de acudir allí donde las puertas estuvieran abiertas a la manera de una tienda y no
a la manera de un hogar.

“A causa de la ausencia de un régimen asimilativo adecuado y previsor, este orden de


cosas fue paulatinamente afectando los elementos vivos del país y relajando el vínculo de
nuestra nacionalidad. En virtud de esa política más licenciosa que liberal, es que en el seno
del pueblo argentino obran ahora factores negativos encarnados en individuos
desvinculados de sus intereses, con la agravante de que estos hombres, agitadores por
profesión o por extravío, se escudan tras la causa obrera, desacreditándola en todo lo que
ella tiene de respetable.

“No declaramos, pues, una xenofobia indigna de nuestro espíritu universitario, pero si
proclamamos la necesidad de seleccionar al extranjero, de acuerdo con leyes apropiadas
que fijen las condiciones de admisión y que protejan su trabajo, asimilándolo
inteligentemente a nuestro suelo, a nuestras instituciones y a nuestra cultura.

“Amamos al extranjero, y tanto le amamos que es nuestro más sincero anhelo verlo
refundido en el alma colectiva nacional. Pero le queremos honesto, trabajador y
respetuoso de nuestra historia, de nuestras instituciones y de los símbolos nacionales.
Queremos un elemento más que aumente el acervo primitivo, un colaborador más para la
obra del bienestar común.

“Pero es de acuerdo con este criterio, que condenamos indignados las bárbaras
represalias que en los últimos sucesos que motivan esas reflexiones, cometieron jóvenes
argentinos, contra personas y hogares de extranjeros honrados que presentaron como
único delito su nacionalidad y su pobreza. La "caza del ruso" o del judío, ha de quedar
como una vergüenza para nuestra cultura. Queremos, pues, ofrendar este desagravio,
hermanándonos en esta hora con los 150.000 israelitas que habitan nuestro suelo y se
dignifican con su trabajo honesto.

“Es menester, así, hablar también de lo propio. Estos y aquellos hechos responden a un
estado social determinado por circunstancias y antecedentes que es preciso y urgente
estudiar.

“Hemos venido debatiéndonos al azar, abandonando la consideración de nuestros


problemas, olvidando que la patria apenas ha comenzado a constituirse. Creíamos que
nada quedaba por hacer. Cantábamos loas al pie de la bandera, y decíamos de los
"laureles que supimos conseguir''. La política menguada de los comités rebajó los ideales,
para adaptarlos a las mezquindades de las rencillas caseras, no alcanzándonos la vista ni
dándonos la inspiración para prever cuándo estaban en peligro los intereses vitales de la
República.

"Debemos iniciar una campaña de intenso nacionalismo, en el sentido verdadero de la


expresión. Esta campaña ha de dirigirse al corazón del pueblo, vale decir, al pueblo
trabajador. Es él el que, al impulsar la vida económica del país, marca el ritmo de sus
actividades. Es menester prepararlo contra el ataque de las ideas disolventes, pero será
preciso también dignificar su posición social, luchando por el mejoramiento de sus
condiciones de vida y de trabajo.
“No es destruyendo, sino construyendo y fomentando bibliotecas obreras que se
contribuye a la elevación de la masa popular. Nosotros trabajaremos por la comunión del
estudiante y del obrero. Si este anhelo llegara a ser realidad, habríamos logrado una
conquista máxima para la grandeza nacional.

"Reclamamos de los poderes públicos la pronta sanción de leyes obreras que establezcan
los seguros sociales, que reglamenten las condiciones del trabajo y las remuneraciones
mínimas; leyes de conciliación, de hogar obrero, tantas veces prometidas y nunca
convertidas en realidad. Concebimos la democracia en su faz integral. Repudiamos la
anarquía, sea la del dinamitero disolvente o del patriotero irresponsable, como la del
autócrata tirano. No propiciamos el predominio de ninguna clase social. Queremos
precisamente la desaparición de las clases. Este fue el espíritu de los constituyentes.
Nuestro espíritu bebe en esa fuente. Ya la revolución universitaria lo declaró mirando al
porvenir.

"De este modo, tarea nuestra será luchar insistentemente para fortalecer el vínculo
nacional, fijando un sentido determinado a nuestros esfuerzos, acrecentando el legado
espiritual de nuestros estadistas, dando contenido efectivo a la cultura de nuestro país.
Sobre el trabajo y la educación, robustos sillares de las sociedades sanas, en la justicia y en
la verdad, deberá construirse nuestra nacionalidad.

"Nuestra generación entra a la vida con una manera tan especial de ver las cosas y de
afrontar los problemas, que se diría estuviera especialmente capacitada para
considerarlos y sentirlos. Hechos recientes la han visto agitarse generosa y valiente,
cuando la vida espiritual de la nación entera parecía anquilosada y enferma. Este
despertar fue una esperanza. Sigue siéndola. Es necesario no malograrla.

"Firman el manifiesto los señores: Osvaldo Loudet, presidente (Buenos Aires); Hiram
Pobo, secretario general (Córdoba); Julio V. González (La Plata), Gregorio Berman
(Córdoba), Ángel S. Caballero (Santa Fe), Gabriel del Mazo (Tucumán)."

Este documento, que, fuera de los párrafos consagrados a la defensa de la colectividad


israelita, podía haber firmado hoy cualquier entidad nacionalista de extrema derecha, es
la expresión más terminante de la ideología pequeñoburguesa del movimiento reformista,
temeroso frente al proletariado revolucionario y listo para enfrentarlo. La revolución
social asusta a la Reforma Universitaria. Su aspiración revolucionaria se reduce a tratar de
mejorar y embellecer la sociedad capitalista. ¡Fuera, pues, todos esos "agitadores
profesionales" que traen "gérmenes nocivos" y "tenebrosos designios que pueden
entrañar la anarquía y la revolución social”! Las "ideas disolventes" han entrado en el país
al amparo de "un mal entendido liberalismo". El movimiento de la Reforma sólo quiere
obreros "honestos, trabajadores y respetuosos"; con ellos propicia la "comunión del
obrero y del estudiante", es decir, con todos los que sean juiciosos y se avengan a seguir
soportando su explotación y sus cadenas. La Reforma tampoco quiere "el predominio de
ninguna clase social", es decir que, de acuerdo con su mentalidad pequeñoburguesa, se
considera arriba de las clases. Todo esto es dicho en nombre de "la revolución
universitaria" y de "nuestra generación que entra a la vida con una manera especial de ver
las cosas y afrontar los problemas".

Desde las páginas inmortales del Manifiesto de 1848, Marx y Engels, después de afirmar
que de todas las clases que se enfrentan con la burguesía, no hay más que una
verdaderamente revolucionaria, el proletariado, agregaban: "Los elementos de las clases
medias, el pequeño industrial, el pequeño comerciante, el artesano, el campesino, todos
luchan contra la burguesía para salvar de la ruina su existencia como tales clases. No son,
pues, revolucionarios, sino conservadores. Más todavía, reaccionarios, pues pretenden
volver atrás la rueda de la historia".

Esta es la posición del movimiento de la Reforma Universitaria tan pronto como, a través
de la APRA, se definió políticamente. Haya de la Torre, su líder, lo ha declarado repetidas
veces en sus escritos: ellos representan a las clases medias, a la pequeña burguesía, y, de
acuerdo con el espíritu que Marx concedía a esa clase, ha construido la teoría aprista
reaccionaria e infantil de que el imperialismo es la última etapa del capitalismo en los
grandes países industriales, pero la primera en los semicoloniales, como la América Latina,
aspirando, por consiguiente, a que éstos, a su vez, lleguen a ser imperialistas, sin
comprender que al referirse Lenin al imperialismo como etapa superior del capitalismo lo
consideraba, como debe hacerse, en el carácter internacional que le dio la formación de la
economía mundial, y es en ese sentido, tomado en su conjunto y no en determinados
países, que está maduro para el socialismo. Para la teoría del aprismo, no es posible saltar
etapas, lo que es lo mismo que decir que Rusia debía haber pasado primero por la
república parlamentarla y que el salvaje debería hacerlo por todas las armas que van
desde su arco y flecha hasta las de repetición más modernas, antes de poder empuñar
éstas.

El aprismo, como movimiento social ha sido incapaz de superar su posición


pequeñoburguesa originaria, y como tal, si no rectifica su nimbo, integrándose a las filas
de la clase obrera, tomando sus ideales y comprendiendo que sólo la revolución proletaria
resolverá en nuestros países el problema de la liberación nacional, a pesar de todos sus
sacrificios actuales, seguirá en su lucha estéril para llegar al poder y, en caso de que
lograra conseguirlo, caerá en las garras del imperialismo, transformándose en su
instrumento, como fue el caso del Kuomintang chino, que Haya de la Torre tomó por
modelo en la constitución de la APRA y que en sus primeros tiempos apareció también
como un movimiento liberador antiimperialista.

5. — ¿TIENE VALOR ACTUAL LA REFORMA UNIVERSITARIA?

En su primera época progresiva, el movimiento de la Reforma Universitaria alcanzó un


carácter y una importancia innegable, que hizo de él, de acuerdo con el juicio de un
sociólogo norteamericano de izquierda, “el más hermoso movimiento en la historia de la
educación occidental contemporánea", y, en muchos aspectos, podría compararse por su
carácter expansivo y continental, con algunos de los grandes movimientos juveniles de
China.

No tuvo línea política propia, dado su carácter pequeñoburgués, y, colocado entre las dos
clases fundamentales de la sociedad actual, fluctuó entre ambas, siempre más cerca de la
burguesía, hasta que los acontecimientos del año 1930 y siguientes, obligaron a sus
miembros a tomar partido, donde fue posible hacerlo, por una u otra clase. En efecto, en
la Argentina, por ejemplo, donde la Nueva Generación, en 1928, por intermedio de su
movimiento literario, se habla declarado partidaria de la candidatura de Irigoyen, al llegar
aquella época comenzó a disgregarse, pasando sus miembros a integrar las dos clases
antagónicas: burguesía o proletariado. Algunos de sus representantes más destacados,
como Homero Guglielinini y otros, se unieron al fascismo. Los más, sin embargo, se
acercaron a las agrupaciones de izquierda, aunque nunca pasaron del socialismo
reformista o del stalinismo. Con ello desapareció el movimiento de la Nueva Generación y
la Reforma, como valor actual, la que el mencionado Segundo Congreso Nacional de
Estudiantes Universitarios se encargó de enterrar solemnemente.

De todo lo antedicho se desprende que la Reforma Universitaria no tiene en la actualidad


más que un valor histórico, innegable y magnífico, por cierto, pero, al mismo tiempo,
imposible de resucitar. Algunos de sus líderes, que en nada han evolucionado y para los
que 20 años han transcurrido en vano, aún hablan de la Reforma como si ella todavía
fuera una fuerza activa. También lo hace hoy el stalinismo, que, habiendo renunciado a la
revolución social para arrastrarse junto al reformismo, acaba de declarar que "el
aniversario de la Reforma tiene la virtud de atestiguar su actualidad y su validez".

Dejemos a los muertos políticos luchar por ideales superados. Todo movimiento social
tiene una etapa inicial progresiva y un período de declinación, en que se hace
reaccionario. Marx y Engels, que surgieron del grupo de los jóvenes hegelianos, de
enorme significación filosófica, fueron los primeros en combatirlo, tan pronto como
hubieron traspuesto el límite de sus conceptos. Digamos, pues, con sus propias palabras,
que toda tentativa de reactualizar hoy la Reforma Universitaria, no sería más que
"pretender volver atrás la rueda de la historia".

LIBORIO JUSTO Buenos Aires, junio de 1938.

CLARIDAD Año XVII - Junio-Julio 1938

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