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Si, como dijo Macedonio Fern�ndez, una novela es "la historia de un destino

completo", pocos libros en la literatura argentina caben tan perfectamente en esa


definici�n como el Ad�n Buenosayres. Injustamente marginado cuando se public�, en
1948, a causa del peronismo militante de Marechal, del c�ustico retrato que hac�a
de los m�s ilustres miembros de la generaci�n martinfierrista y de la aluvional
complejidad del texto, a contrapelo con los c�nones de la �poca, ser�a reivindicado
a partir de la d�cada del 60 como uno de los textos esenciales de nuestra
literatura. Planteado como un viaje de la oscuridad hacia la luz, que se inicia con
el despertar metaf�sico de Ad�n y su af�n por trascender esa tristeza "que nace de
lo m�ltiple", el libro registra cada paso de ese itinerario y, por reflejo, cada
uno de los personajes y vicisitudes del mundo que rodea a Ad�n, como una verdadera
epopeya integral del esp�ritu. En ese mosaico, ambientado en el Buenos Aires de la
d�cada del 20, aparecen puntualmente: la est�tica o el debate de ideas (en la
tertulia literaria en casa de los Amundsen); el elogio al guerrero (encarnado en la
bizarra figura del fil�sofo Samuel Tesler); la idealizaci�n m�stica de la belleza
(corporizada la distante Solveig); el enfrentamiento con los monstruos y la
mitologizaci�n de la historia (en el descenso nocturno de Ad�n y sus amigos por el
Bajo Saavedra); el banquete dionis�aco (en la glorieta de Ciro y el prost�bulo de
Do�a Venus); la catarsis a trav�s de la s�tira m�s desbordante (en el camuflado
retrato de Borges, Xul Solar, Scalabrini Ortiz, Fijman y otros integrantes del
grupo Mart�n Fierro)y la redenci�n desesperada (el grito de Ad�n frente al Cristo
de la Mano Rota, previo a su encuentro con el linyera y a su muerte).

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