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Esta carta incluye dos tipos de pasajes. Dos partes, que suponen más de dos tercios del
total, contienen reproches que el padre dirige a su hijo, y otras tres partes, situadas al principio, al
medio y al final del texto, están formadas por comentarios sobre la propia carta, sobre cómo hay
que leerla e interpretarla y sobre las enseñanzas que el destinatario debería sacar de ella.
Las dos partes no están separadas por azar, dado que los temas que abordan son también
diferentes. La primera trata de las relaciones entre el hijo y terceras personas, y la segunda entre
el hijo y el padre. Así, la primera, con mucho la más larga (empieza con una frase que ocupa
cuarenta y cinco líneas), empieza con un cumplido que sin embargo quedará refutado punto por
punto en las líneas siguientes. El hijo se cree muy sensato e inteligente, firme respecto de sus
subordinados, generoso con sus amigos y deferente respecto del rey, y por lo tanto se enorgullece
de sus méritos. El padre se propone acto seguido desenmascarar lo que se esconde detrás de la
brillante apariencia. El hijo está dilapidando sus bienes en lugar de cumplir con su deber ante sus
hijos y mantener intacta su herencia. Es exigente con sus subordinados, pero sólo en las formas, y
sus verdaderos motivos son mucho menos gloriosos: «Te complace copiar secretamente grandes
ejemplos por vanidad». En realidad sus subordinados lo manejan a su antojo y hacen lo que les
apetece. Sólo es bueno con sus amigos cuando éstos se doblegan fácilmente a sus deseos. Da
«más por vanidad que por bondad», más por debilidad «que por buen criterio o por el placer de
dar». Y se cansa enseguida de estos amigos sumisos. Por último, gestiona mal los asuntos del rey,
que no tardará en mostrarse descontento.
Así pues, La Rochefoucauld aplica a las actividades de su hijo su habitual lucidez. Lo que
éste cree virtud en realidad no es más que vicio disimulado, incompetencia o pereza, vanidad o
apetito egoísta. El padre, que detenta el reconocimiento último, se lo niega a su hijo. El segundo
bloque de reproches es muy diferente, aunque formalmente similar, con algunos cumplidos al
principio, que acto seguido quedarán desmentidos. Tras haberle negado su aprobación, el padre
reprocha al hijo que no lo quiera, y por lo tanto también que no conceda reconocimiento a su
padre. El hijo es culpable de no querer a su padre ni tanto como lo quería de niño, ni tanto como
su padre lo quiere a él. El padre exige de su hijo lo que él no le ofrece. La relación entre ellos nada
tiene de recíproca.