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Algunas consideraciones acerca del sujeto y el Yo (Guillermina Ritsch)

El tema de la clase de hoy tiene que ver con el sujeto y con el Yo. Hay una disyunción entre aquello que
llamamos sujeto y aquello que conocemos como “Yo”, lo cual quiere decir que dichos términos no son
equivalentes -ya vamos a ver por qué no lo son-. Además, quisiera aclarar, que el término “sujeto” no es un
término que emplee Freud. Está implícito en su obra, pero el que lo formula -ya vamos a ver por qué y qué
uso hace de ese término- es Lacan.
La noción del Yo –en mi opinión- puede ser rastreada a lo largo de toda la obra de Freud incluso ya en
“Proyecto de una Psicología para Neurólogos” comienza a esbozar algo respecto de este Yo. Recuerden que
el Proyecto, tenía que ver con un primer esquema del aparato psíquico y, podríamos decir,
puramente neuronal. Freud estaba muy impregnado todavía, con la terminología y con su oficio de médico.
No obstante eso, ya en ese primer momento, se refería al Yo como un grupo de neuronas permanentemente
investido y de efecto facilitador. Esto nos permite pensar que el Yo tenía a su cargo algo así como la
función de ligadura psíquica que a su vez está en consonancia con lo que habíamos ya visto respecto del
principio o ley de constancia, es decir, que el aparato psíquico se esfuerza por mantener constante la suma
de excitación, la energía psíquica o, para ser más precisos, la libido. Si una representación poseía una carga
demasiado alta, se convertía en displacentera de modo que lo que el yo debía hacer –en aquellos primeros
momentos del Proyecto- era ligar, atemperar, procurar la distribución de la energía psíquica.
Freud ubica en aquel momento al yo del lado de la conciencia, de la realidad, pero el descubrimiento del Yo
o -en todo caso- las formulaciones que Freud va a ir haciendo respecto de éste, no constituyen un fin en sí
mismo, sino que esas teorizaciones fueron produciéndose como consecuencia del descubrimiento del
inconsciente, de eso “otro psíquico”, puesto que todavía no lo había formalizado como “el inconsciente”.
Creo que el psicoanálisis -más allá de los antecedentes laborales de Freud- comienza a gestarse cuando éste
se une a otros - Charcot etc.- a estudiar los fenómenos histéricos.
Es allí que Freud se encuentra con la hipnosis, método muy importante -aunque después lo
abandonara- puesto que le permitió vislumbrar conceptos que iban a ser formalizados a posteriori.
Es a través de la hipnosis que Freud va a encontrar una constante, es decir, algo que se daba en casi todos
los pacientes que podían ser hipnotizados: esto es, la existencia de un recuerdo, de una experiencia
traumática que había sido desalojada de la conciencia.
Al respecto, Freud dirá que el Yo se había defendido, había reprimido. El Yo se defiende.
Esto ya es una versión mejorada respecto del “Proyecto de una psicología para Neurólogos” pero, tanto en
el proyecto como en lo que les acabo de decir -que pertenece a la época en que Freud escribe “Las
neuropsicosis de defensa”-, el Yo es quien tiene a su cargo la regulación del aparato psíquico defendiéndose
de aquellos recuerdos o representaciones displacenteras.
Voy a tomar un texto -les aclaro que voy a tomar cuatro textos de Freud en total- ya que tuve que tratar de
acotar al máximo, porque en realidad, el Yo está presente a cada momento; quizá no explicitado, no
formalizado como instancia, pero ya se lo puede empezar a rastrear desde el comienzo de sus teorizaciones.
Elegí –les decía- cuatro textos que, me parece, van efectuando ciertos quiebres que permiten situar cómo
Freud va formalizando el concepto del Yo -hasta considerarlo una instancia psíquica- y para poder dar
cuenta –finalmente- de la lectura que Lacan hace respecto del Yo, de las formulaciones acerca de éste que
Freud efectuara.
Tomo, primero, “Introducción al Narcisismo”. Este es un texto de 1914. En aquel momento Freud estaba
investigando y le llama la atención un fenómeno que se daba en las esquizofrenias.
Sostenía que en las esquizofrenias, hay una especie de extrañamiento de la libido respecto del mundo
exterior, hay como un ensimismamiento - hablando en términos no freudianos.
Sostiene entonces que el delirio de grandeza que uno puede ver en las esquizofrenias, no es una creación
nueva, sino que es, en realidad, la unificación de un estado anterior, de algo previo, de algo que ya había
existido. Y Freud va a postular en este texto, que no hay desde el comienzo, una unidad comparable al Yo,
es decir, que el Yo no está presente desde el comienzo sino que se va a ir constituyendo a lo largo del
tiempo.
Entonces, si no hay Yo desde el comienzo, ¿qué hay? Freud sostiene que en un primer momento, es dable
pensar en un replegamiento de la libido, es decir que al principio toda la libido está concentrada en un
único lugar.
Ustedes recordarán el tema de Das Ding... “la cosa”... eso les va a servir para situar el esquema del
narcisismo también. Porque uno podría pensar que en un primer momento no hay diferenciación entre Yo y
no Yo. Es decir, para tomar un ejemplo, pensemos en un pequeño que toma la teta, en un bebé; él no sabe si
la teta le corresponde o no le corresponde, si es algo de afuera, si es algo que le causa placer pero está
dentro de él ya que no hay posibilidades todavía, al no haber sido atravesado por el lenguaje, de poder
diferenciar lo de adentro de lo de afuera.
Digamos que el chico está inmerso en un “puro real”. Esto sería algo así como el narcisismo primario en
Freud y este narcisismo primario es un supuesto necesario para que pueda instalarse el narcisismo
propiamente dicho o narcisismo secundario.
¿ En qué consiste? ¿Cuándo se produce el paso de un narcisismo primario a uno secundario? De acuerdo
con el principio de constancia, Freud dirá: demasiada energía, demasiada libido concentrada en el Yo, se
torna insoportable, displacentera, con lo cual el Yo deberá arreglárselas y deberá redistribuirla. ¿Cómo la
redistribuye? Dirigiéndola hacia los objetos.
Uno puede pensar, haciendo una especie de ensamblaje forzado, que es a partir también del lenguaje
-para ir combinando con algunas cuestiones que ya hemos visto- que el niño, al poder “nombrar” va
a comenzar a poder diferenciar “yo” de lo de afuera. Pero me parece que lo importante en este artículo, es
aquello que Freud postula: el Yo no está presente desde el comienzo sino que tendrá que ir conformándose.
“Introducción al Narcisismo” es un texto bastante largo en el que Freud irá trabajando sobre varios
conceptos, por ejemplo, el de libido. Sepan que traté y –trataré con los otros textos también- de extraer
aquello que nos sirva para pensar respecto del yo, de su conformación.
Vamos a pasar a otro texto que es muy importante - posterior a “Introducción al Narcisismo”-,
concretamente, de 1920 y que es “Más allá del principio del Placer”. Es un texto que pone en tensión al
principio o ley de constancia, es decir, a la tendencia de mantener alejada toda aquella representación que
sea displacentera, tarea en la que el yoparticipa.
Es como que Freud se encuentra aquí con una encrucijada y dice: hay algo que no cierra. ¿Con qué se
encuentra Freud?
Se encuentra, en la clínica, con personas que recurrentemente tenían sueños muy angustiantes, traumáticos,
sobre todo gente que venia de la guerra, los mismos soldados. Entonces ¿qué pasaba con el principio de
placer? Algo que era sumamente traumático insistía, volvía, escapando a los intentos de regulación. Freud
se da cuenta entonces, que la repetición de esa vivencia traumática y displacentera va conectada a una
ganancia de placer de otra índole.
En el análisis, esta compulsión a la repetición –así la llamó- estorbaba su decurso - el decurso mismo del
análisis- las asociaciones, los recuerdos y por lo tanto esa compulsión a la repetición, se constituía como
una resistencia.
Aquí Freud “mezcla” un poco las cosas todavía porque dice: “hay que librarse de la idea de que la
resistencia proviene del inconsciente” es decir, de lo reprimido.
Esas resistencias –dirá- provienen del mismo estrato que en su momento llevó a cabo la represión, es decir,
del Yo. Pero luego expresará que tenemos que saber que también son inconscientes o, para ser más
precisos, tenemos que suponer que dentro del Yo es mucho lo inconsciente; es más: probablemente el
núcleo del Yo sea inconsciente. Estoes muy importante, porque no nos olvidemos que hasta aquí Freud
posicionaba al Yo más cerca de la conciencia, en contacto con la realidad, y ahora dirá: ¡ojo! hay también
algo en el Yo que se comporta como lo inconsciente. Hay –a partir de aquí- una especie de desdoblamiento
respecto del yo.
Freud dirá entonces: que a la oposición hasta ahora vigente –conciente-inconciente- convendría desplazarla
utilizando en cambio: yo – y lo reprimido (por él).
Vamos a otro texto: “Psicología de las masas y Análisis del yo” que es de 1921.
Es un texto interesante, bastante largo, con diferentes subtemas. Uno de ellos se titula “La identificación”.
Freud venía siguiendo los estudios que Lebon había realizado respecto del comportamiento de las personas
cuando están involucradas en un fenómeno de masa y esto le sirve para trabajar la cuestión de la
identificación.
Freud sostiene entonces, que la resignación de una investidura de objeto tendrá como consecuencia el
advenimiento de una identificación, y expondrá en este texto –aunque algo había anticipado ya en “Más
allá del principio del placer”- que como consecuencia del declinamiento del complejo de
Edipo, sobrevienen las identificaciones más importantes y de mayor envergadura.
Hay una resignación del sujeto respecto del objeto pero a cambio quedará en posesión de un rasgo de ese
objeto.
Dirá entonces que en nuestro Yo se desarrolla una instancia que se separa del resto y que puede entrar en
conflicto con él: el “Ideal del yo” cuyas funciones son la observación de sí, la conciencia moral, la censura
y el ejercicio de su influencia en la represión.
El Ideal del Yo abarca la suma de todas las normas o pautas que el Yo debe obedecer, siendo que hay una
tensión permanente entre el Yo y este ideal. Es decir, el Yo tiende al Ideal. Cuando se acerca, no habría
mayores problemas pero cuando no se acerca, sobreviene la culpa.
Digamos que Freud aquí emplea los términos Ideal del yo y superyó en forma equivalente. Mas adelante
Freud va a decir que este ideal es una función del superyó. ¿Cuándo diferenciará ambos términos? En
el texto “El yo y el ello” (1923).
En dicho texto Freud sostiene que el psicoanálisis no puede situar en el Yo el centro de lo psíquico; la
conciencia es una cualidad que puede estar presente o a veces faltar. Dirá entonces, que en sentido
descriptivo, hay dos clases de inconsciente: lo latente (que es susceptible de conciencia) y lo reprimido,
que no es susceptible de devenir conciente -al menos en forma directa-. Es decir, lo reprimido se exterioriza
a través de sus retoños, pero es imposible que pueda emerger tal cual.
En el sentido dinámico, hay solo un inconsciente y coincide con lo reprimido primordial. Esto
es importante, puesto que él empieza a resumir, acotar, todos los modos en los que fue utilizando el
término y dice, de ahora en más, cuando nos refiramos al inconsciente será para significar lo reprimido; y
continuará diciendo: “en el curso de nuestras investigaciones psicoanalíticas, nos hemos formado la
representación de una organización coherente de los procesos anímicos -es decir, el Yo- del cual depende la
conciencia, aquello que se percibe o se deja de percibir y también del cual dependen las represiones y las
resistencias que opondrá para que eso reprimido, emerja”.
De este modo, Freud propone llamar Yo al sistema que parte del sistema percepción -y que es primero
preconciente- y Ello, a lo otro psíquico en que aquel (el Yo) se continúa y que se comporta como
inconsciente. Lo que Freud está queriendo explicitar en este texto - pero que ya antes había sido de otra
manera formulado- es que en el Yo hay algo que se comporta como reprimido, que no hay una división
tajante entre el Yo y el Ello, porque antes parecía, como que el Yo tenía que ver con todo lo consciente, con
la realidad, con el sistema de las percepciones, y que era completamente antagónico a lo inconsciente.
Freud va a decir no, en el Yo también tenemos contenidos que se comportan como reprimidos; al principio
es puro Ello y luego se va desarrollando a través del influjo del mundo exterior. El Yo no está tajantemente
separado del Ello, sino que confluye con él. Aquí en “El Yo y el Ello” Freud hará una diferenciación entre
el Yo y el Ideal del yo, como parte constitutiva de este Yo.
A todo lo que ya dijimos tenemos que agregarle – según Freud- la existencia de un grado en su interior, que
ha de llamarse Ideal del yo o superyó. Remontándonos a lo que habíamos dicho respecto del complejo de
Edipo y de las identificaciones, Freud sostiene que tanto el Yo como el superyó, se van constituyendo a
través de estas identificaciones. Los efectos de las primeras identificaciones, las producidas en la edad más
temprana serán los más duraderos. Esto -dirá- nos conduce a la génesis del Ideal pues tras él se esconde la
identificación primera y la de mayor valencia.
Como les dije hace un rato, la identificación con el padre, en realidad no es con el padre sino con los
progenitores.
“Así, como resultado de la fase sexual gobernada por el complejo de Edipo, se puede suponer una
sedimentación en el Yo, que consiste en el establecimiento de estas dos identificaciones unificadas entre si.
Esta alteración en el Yo recibe el nombre de superyó o ideal del yo”.
El superyó -dirá Freud- no encarna solamente un deber -“así como tu padre debes ser” - sino que también
encarna una prohibición. El Yo quedará sometido a tres servidumbres, es decir, a la del mundo exterior, a la
del ello y a la severidad del superyó.
Vamos a pasar ahora a Lacan para introducirnos en la cuestión del sujeto.
El texto de Freud “El yo y el ello” de 1923 –en realidad, aquello que conocemos como la segunda
tópica- fue muy mal interpretado por algunos post- freudianos. De alguna manera, pensaban que Freud
pretendía erguir al Yo como centro y sede de todo lo psíquico, que había que devolverle al Yo su poderío
respecto de lo inconsciente. Nada más alejado que esto, puesto que toda la importancia de las
investigaciones efectuadas por Freud reside justamente en el descubrimiento de “eso otro psíquico” que
produce sus efectos –aunque no lo sepamos- es decir, el inconsciente. Hay allí un punto de no-coincidencia
–incluso dentro del Yo- que nos indica un desdoblamiento, es decir, que no somos individuos. Tal
desdoblamiento va a ser retomado por Lacan a través del concepto de sujeto.
¿Qué quiere decir Lacan, cuando utiliza la palabra “sujeto”? Esta palabra –en sentido lacaniano- no implica
a aquel que está frente a un objeto, aquel que manipula el objeto, es decir, el agente sino que refiere
justamente lo contrario: aquello que está sujetado, agarrado a algo y en este sentido Lacan va a plantear que
el sujeto es un efecto de lo simbólico, del Otro del lenguaje.
Ese Otro –que Lacan escribe con la letra A mayúscula puesto que viene de la palara otro en francés
(“autre”)- podríamos decir, es impreciso -en el sentido de que no podemos ubicar específicamente qué hizo
las veces de Otro para el sujeto (la madre, el padre, el tío, la cultura etc.) por eso Lacan lo sitúa en lo
simbólico en general, en el lenguaje etc.- pero es consistente, en el sentido que lo determina y esto no será
sin consecuencias para el sujeto.
Es también sujeto –dirá Lacan- de ese saber que lo habita y del cual nada sabe.
Así como Freud fue descubriendo e inventando conceptos para seguir avanzando en sus teorizaciones,
Lacan se va a servir de tres registros en los que se irán condensando, ubicando, determinados conceptos.
Ellos son: simbólico, real e imaginario. Dichos registros, no se van a mantener intactos a lo largo de toda la
enseñanza de Lacan -en este punto, tanto Freud como él coinciden, ya que permanentemente van
reformulando sus teorizaciones. Nosotros vamos a tratar de ubicarnos ahora, en los primeros años de
enseñanza de Lacan, donde hay cierta priorización de lo simbólico, ya que es a través de lo simbólico –pero
sin omitir los dos registros restantes- que Lacan intentará situar el sujeto.
En este sentido, Lacan dirá que el orden simbólico preexiste a la entrada que el sujeto hace en él, es decir,
es previo al sujeto, está antes de su advenimiento. Piensen por ejemplo, en el nombre de un niño que está
por nacer: los padres eligen un nombre y no otro, y esa elección de los padres, ya ha comenzado a
determinar al hijo todavía no nacido. Lo mismo se puede pensar en relación al lugar que viene a ocupar ese
niño en el deseo de los padres o en relación a la familia.Todo eso, que corresponde al orden simbólico, ya
se encuentra antes de la presencia real, efectiva del bebé y comienza a determinarlo.
Lo real para Lacan tiene que ver con esas primeras experiencias, con esas primeras vivencias, que no
pueden ser simbolizadas. El sujeto -como decía Lacan- está sumido en un goce puro, en un real puro, es
decir, no hay palabras para nombrar eso que sucede.
Lo imaginario tiene que ver con todo aquello referido a la imagen y, muy al comienzo de su enseñanza,
utilizará la letra a minúscula – autre- para referirse a este registro.1 (Luego, lo imaginario será resumido
con la i mayúscula: I; lo simbólico con la s mayúscula: S y lo Real con la r matúscula: R)
Resumiendo, lo simbólico tiene que ver con todo aquello referido al lenguaje, al significante (palabras), a la
cultura, costumbres etc, que se expresa y transmite a través de las palabras, lo real implica aquello que no
puede ser simbolizado, que no puede ser expresado, y lo imaginario –diremos por ahora simplemente- que
tiene que ver con la imagen. Ya ampliaremos un poco más el tema.
Para Lacan resulta esencial una distinción entre el Yo y el sujeto. Contrariamente a algunos post-freudianos,
Lacan dirá que el orden instaurado por Freud prueba que la realidad axial del sujeto no está en el Yo, y uno
de los textos que Lacan escribe para argumentar ello es “El Estadio del Espejo como formador de la
función del yo tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica” de 1936, en donde él va a introducir
y a justificar las diferencias entre el Yo (moi) y el sujeto ( Je).
En el idioma castellano es difícil traducir estos términos ya que tenemos una sola palabra para decir “yo”.
No obstante podemos pensar esta diferenciación de términos que efectúa Lacan de la siguiente manera:
el moi, tiene que ver con Yo en el sentido de cómo uno se percibe a sí mismo, ligado a la conciencia, a lo
que uno se percata, mientras que el je se utiliza –Lacan lo utiliza- para dar cuenta de la posición simbólica
del sujeto. En otras palabras, el je tiene que ver con aquellas “partes inconcientes” dentro del yo a las que
Freud hacía referencia en su segunda tópica. Ya veremos cómo el moi quedará más ligado a lo imaginario.
Lacan – en ese texto que les mencioné- nos indica que, si ponemos a un chico -entre los 6 y los 18 meses-
frente a un espejo, veremos que el chico recibe la imagen que proyecta el espejo –su imagen-
jubilosamente. Cito: “...el hecho de que su imagen especular, sea asumida jubilosamente por el niño, en el
período que va entre los 6 y los 18 meses es debido a que esa imagen totalizante con la que se encuentra al
mirarse, le permite captar como unidad aquello que a causa de su prematuración, es vivido por él, en forma
atomizada”.
¿Qué quiere decir esto? Que lo que él ve, afuera, en el espejo, no es lo que el siente ya que, en función del
atraso del desarrollo motor (al chico todavía se le cae la cabeza, no puede estar erguido completamente)
respecto de la maduración de la percepción visual, resulta la marcada prevalencia de la estructura visual en
el reconocimiento de la forma humana. Es decir, que como el niño no controla bien su cuerpo, pero la vista
(percepción) ya está bien desarrollada, tiene la posibilidad de encontrar fuera (a través de su imagen en el
espejo) algo que se presenta como unidad, como completud.
Es decir, la imagen en el espejo, su imagen completa, le permite unificar los datos dispersos de su
propioceptividad a causa de la prematuración del desarrollo motor.
La cautividad imaginaria por la que el niño es apresado – el niño se aliena, se identifica a esa imagen
completa que ve en el espejo- no podría constituirse –dirá Lacan- sin la mediación de un Otro (la madre, el
tío, el padre, la persona que quieran) que le refrende al niño que eso que él ve afuera, es él. Es decir, que
tiene que haber un Otro “que lo mira mirarse” –como dice Lacan- como una especie de “terceridad” entre
el chico que se mira y la imagen, tiene que haber un ojo, que lo mire mirarse y que le refrende que eso
que ve, es él.
El cuerpo se hace uno, se unifica en el espejo, dice Lacan, por la presencia del Otro. La unidad a la que el
niño se aliena (el niño se identifica con eso que ve, se apropia de eso que ve, lo hace suyo) es lo que le va a
permitir designarse como Yo, de lo que se deduce que ese Yo es una construcción imaginaria (es decir, que
se construye a través de una imagen) pero sostenida y posibilitada por lo simbólico (es decir, por el Otro
que lo mira mirarse y le indica que eso que el niño ve, es él mismo). De ahí que el Yo –mejor dicho, cuando
uno habla desde el yo- tenga siempre la ilusión de completud, de conocimiento, de ahí que uno dice “yo
soy tal cosa”, “yo soy asi”, “ a mi me gusta”, etc.
Continuando con el texto, Lacan dirá que la unidad que el niño perciba en los objetos, de aquí en más,
estará posibilitada por la imagen unificada del propio cuerpo. Esto también tiene que ver con lo que
veníamos hablando respecto de Freud, aunque él lo formula de otra forma. No podemos hacer encajar a
Lacan y a Freud, como si fuesen clavitos y agujeritos, porque no encajan, pero si podemos establecer o
pensar ciertas conexiones.
Lo que está diciendo aquí Lacan es que, porque el niño se puede ver como unidad, va a poder concebir algo
externo también como unidad.
Cuando este Yo se confronta con otro Yo, es decir, con un semejante -si sacamos el espejo, y se encuentra
un chico con otro- se genera una tensión agresiva ¿Por qué? Porque un Yo quiere apropiarse de la unidad –
que él supone tiene el otro-, de esa imagen de totalidad que le brinda y trata de volcar su propia
atomización sobre el otro.
El deseo -dirá Lacan- es el deseo del otro, de querer aquello que el otro (a’ =semejante) tiene. Ojo con esta
frase, porque a esta frase Lacan la va a utilizar luego y no con la misma connotación.
Nosotros estamos situando aquí al Yo como construcción imaginaria; confrontarse con un semejante
implica –a partir del estadío del espejo- que un Yo quiera tener lo que el otro tiene, quiera apropiarse de esa
unidad y proyectar (vamos a utilizar este término) su propia atomización. Esto es un poco el origen de la
tensión, de la rivalidad y de la agresividad. Ahora, ¿qué es lo que puede amenizar ésto? Por que si no, se
matarían todos... de hecho pasa.
Lacan sostiene que, lo imaginario, esa tensión agresiva que produce y provoca lo imaginario, quedará
atemperada, regulada, por medio de lo simbólico, es decir, por medio de aquellos significantes que nos
habitan y nos comandan. (nos determinan).
Es decir, Freud propone el superyó, su advenimiento en un determinado momento (declinamiento del
complejo de Edipo); Lacan no lo va a situar en un período determinado -porque Lacan propone otros
tiempos del Edipo-. Cuando Lacan habla de lo simbólico ya está incluyendo de alguna manera al superyó –
no es que haya un superyó colectivo- pero lo incluye en el sentido de la regulación que éste promueve, el
lenguaje mismo atempera, lo simbólico mediatiza, permite el pacto.
Pregunta: ¿Por qué es esa tensión agresiva?
Respuesta: Acordate lo que Lacan nos muestra y demuestra a través del estadío del espejo: el chico se ve
fuera, es decir en el espejo, como una unidad -imaginate que es como una imagen ideal- porque él no se
siente como una unidad (por su prematuración respecto del aparato motor).Entonces, el Otro al indicarle
que eso que ve es él, que es “suyo”, le posibilita al niño que se aliene a eso, a que se apropie de eso.
Si desaparece el espejo y se ponen dos personas, de yo a yo, es como que uno trata de apropiarse de eso que
ve fuera, de la imagen del otro y deposita toda la atomización en el otro. Yo veo fuera, lo que yo no siento
adentro. El Yo tiende a la completud, ahora, si tiende a completar o a unificar algo, es porque está tratando
de completar algo que se presenta como un vacío, algo que es sumamente molesto, algo que está como
“faltante”. Es lo que pasa un poco con los chicos, cuando juegan dos chicos, uno quiere lo que tiene el otro
y por más que tengan los dos el mismo juguete, uno quiere lo que tiene el otro y se arman unas riñas
fantásticas.
Pregunta: Pero lo que quiere, ¿es la imagen del otro?
Respuesta: Lo que quiere, es adueñarse de la completud que – supone- tiene el otro. Cuando digo supone,
es porque el otro tampoco la tiene. No hay tal completud.
Para decirlo de otra manera, cuando nos referíamos a Freud, veíamos que el yo se defendía. ¿De qué se
defiende el Yo? De aquello que se presentaba como inconciliable, y ¿qué más inconciliable que aquello que
amenaza su incansable intento de completud? Esa incompletud, tal como dijo Liliana, es estructural.
Digamos, ¿cuándo alguien adviene sujeto? Cuando es atravesado por el lenguaje –no olvidemos lo que ya
hemos visto acerca de la afirmación primordial- y por ende, cuando se pudo constituir la represión.
El sujeto, es sujeto del inconsciente, entonces, está dividido de entrada: algo ha sido perdido. El Yo, es
como una especie de prótesis, viene a poner algo donde no hay, donde no hay de entrada.
Este texto “El Estadio del Espejo...” nos sirve para situar al Yo como función imaginaria. Decimos que es
función (pensándolo desde la matemática) porque depende de lo simbólico para su conformación, es decir,
del Otro: su intervención es necesaria.
Aquí ya tenemos ubicados dos registros, lo simbólico y lo imaginario. Respecto de lo real, podemos decir
que también está presente. ¿Cómo se presentifica? En esa prematuración, en esa atomización que el chico
siente, mas allá de que se vea como algo unificado. Lo real está presente ahí, en los datos dispersos -como
dice Lacan- de su propioceptividad. Vemos así cómo se entrecruzan permanentemente los tres registros.
El sujeto busca permanentemente a través del Yo, completarse, busca el sentido, busca tapar lo que no hay.
Nos pasamos la vida buscando cosas, y seguimos buscando, porque nada puede satisfacer esta falta
estructural.
La cuestión es que el Yo se resiste, se defiende y el sujeto, insiste. ¿De qué se defiende el yo? Como ya
hemos dicho, de esa hiancia, de esa no completud. El sujeto insiste, en el sentido de que perfora, se hace
saber, aparece. ¿Cómo aparece? Aparece por donde no aparece el Yo: en las contradicciones, en los lapsus,
en los sueños etc. El Sujeto, está sujeto a aquello que lo determina y que conforma su inconsciente.
Esto es importantísimo, poder ir situando las diferencias entre el yo y el sujeto, porque de esta
diferenciación, depende la clínica misma.
Las psicoterapias -no tienen nada de malo- trabajan desde y con el Yo.
El psicoanálisis –su práctica- apunta a que justamente, algo del sujeto pueda emerger y, si bien el yo está
presente a cada momento, lo que hacemos es producir un corrimiento del yo puesto que no es a él a quien
nos dirigimos.
1 A = autre (francés) que significa otro en castellano. Lacan utiliza la letra A mayúscula para referirse al
Otro de lo simbólico. La a minúscula, es utilizada para designar al otro, al semejante, relacionado no ya con
lo puramente simbólico sino con lo imaginario.

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