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org/2015/04/anarcocomunismo/
Si hay algo, por ejemplo, que el anarcocomunismo odia y desprecia más que el Estado son los derechos de
propiedad privada; en realidad, la principal razón por la que los anarcocomunistas se oponen al Estado es porque
creen fervientemente que es la fuente y el custodio de la propiedad privada y que, por tanto, la abolición de la
propiedad pasa por la destrucción del aparato estatal. No comprenden que el Estado siempre ha sido el mayor
enemigo e invasor de los derechos de propiedad. Asimismo, menospreciando y repudiando el libre mercado, la
economía de las ganancias y las pérdidas, la propiedad privada y la afluencia material – lo uno siendo corolario de
lo otro – los anarcocomunistas erróneamente identifican el anarquismo con la vida comunal, con el intercambio
tribal y con otros aspectos de nuestra emergente cultura juvenil de drogas y “rock and roll”.
Lo único bueno que puede decirse del anarcocomunismo es que, en contraste con el estalinismo, su forma de
comunismo sería, se supone, voluntaria. Presumiblemente nadie sería obligado a integrarse en las comunas, y
aquellos que quisieran continuar viviendo individualmente y emprender actividades de mercado, podrían hacerlo sin
ser molestados. ¿O sí serían molestados? Los anarcocomunistas siempre han sido extremadamente vagos y
nebulosos acerca de los rasgos característicos de su proyectada sociedad anarquista. Muchos de ellos han
planteado la idea profundamente antiliberal de que la revolución anarcocomunista tendrá que confiscar y abolir toda
la propiedad privada, para alejar a cada uno de su vinculación psicológica a su propiedad particular. Además, es
difícil de olvidar el hecho de que cuando los anarquistas españoles (anarcocomunistas del tipo Bakunin-Kropotkin)
tomaron amplias regiones de España durante la Guerra Civil de la década de los 30, confiscaron y destruyeron todo
el dinero de su territorio y con presteza decretaron la pena de muerte por el uso del dinero. Nada de esto transmite
confianza acerca de la buenas y voluntaristas intenciones del anarcocomunismo.
En todos los otros aspectos el anarcocomunismo va desde lo desafortunado a lo absurdo. Filosóficamente esta
doctrina es un avasallador asalto a la individualidad y a la razón. El deseo individual por la propiedad privada, la
inclinación del hombre por superarse, por especializarse, por acumular ganancias e ingresos, son despreciadas por
todas las ramas del comunismo. En lugar de eso se supone que cada uno debe vivir en comunas, compartiendo
sus escasas pertenencias con sus compañeros y cuidándose de no adelantar en nada a sus hermanos
comunitarios. En la raíz de todas las formas de comunismo, forzado o voluntario, reside un profundo odio por la
excelencia humana, una negación de la superioridad natural o intelectual de unos hombres sobre los demás, y un
afán por rebajar a cada individuo al nivel de una hormiga del montón comunal. En el nombre de un “humanismo”
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vacío, un irracional y profundamente antihumano igualitarismo sustraería a cada individuo su particular y preciosa
humanidad. Además, el anarcocomunismo desdeña la razón y sus corolarios, los propósitos a largo plazo, la
previsión, el esfuerzo y el logro personal; en vez de eso exalta las emociones irracionales, los antojos y caprichos,
todo ello en el nombre de la “libertad”. La “libertad” del anarcocomunismo no tiene nada que ver con la genuina
libertaria ausencia de invasión o abuso interpersonal; es, en cambio, una “libertad” que significa ser esclavo de la
sinrazón, del antojo irreflexivo, del capricho infantil. Social y filosóficamente, el anarcocomunismo es una desgracia.
El mismo comentario puede hacerse en relación con la generalizada creencia, sostenida por muchos Nuevos
Izquierdistas y por todos los anarcocomunistas, de que ya no hay ninguna necesidad de preocuparse por la
economía o la producción porque estamos viviendo en un mundo que supuestamente ha superado la escasez, y
donde por tanto no tienen cabida estos problemas. Pero, aunque nuestro estado de escasez sea claramente menos
precario que el del hombre de las cavernas, todavía vivimos en un mundo de apremiante escasez económica.
¿Cómo sabremos cuándo el mundo ha alcanzado un estadio “postescaso”? Simplemente, cuando todos los bienes
y servicios que podamos desear sean tan superabundantes que sus precios caigan hasta cero; en suma, cuando
podamos adquirir todos los bienes como si estuviéramos en el Jardín del Edén, sin esfuerzo, sin trabajo, sin
emplear ningún recurso escaso.
El espíritu antirracionalista del anarcocomunismo fue expresado por Norman O. Brown, uno de los gurús de la
nueva “contracultura”:
“El gran economista von Mises intentó refutar el socialismo demostrando que, al abolir el
intercambio, el socialismo hacía el cálculo económico… y por tanto la racionalidad económica,
imposible. Pero si von Mises está en lo cierto, entonces lo que descubrió no es una refutación… sino
una justificación psicoanalítica del socialismo… Es una de las tristes ironías de la vida intelectual
contemporánea que la réplica de los economistas socialistas a los argumentos de Mises intentara
mostrar que el socialismo no era incompatible con ‘el cálculo económico racional’, esto es, que sí
incorpora el principio inhumano de la economización” (Life Against Death, Random House, 1959,
pág. 238-39).
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El hecho de que el abandono de la racionalidad y la economía en favor de la “libertad” y el capricho conducirá al
quebranto de la producción moderna y la civilización y nos devolverá al barbarismo no amansa a nuestros
anarcocomunistas y otros exponentes de la contracultura. Pero lo que parece que no aciertan a comprender es que
el resultado de esta vuelta al primitivismo será la inanición y la muerte de la mayoría de la humanidad y una
precaria subsistencia para los restantes.
De llevarse a cabo su propuesta, se darán cuenta de que es difícil vivir felices y “sin represión” mientras se muere
de hambre. Todo lo cual nos remite a la sabiduría del gran filósofo español Ortega y Gasset:
“En los motines que la escasez provoca suelen las masas populares buscar pan, y el medio que
emplean suele ser destruir las panaderías. Esto puede servir como símbolo del comportamiento que
en más vastas y sutiles proporciones usan las masas actuales frente a la civilización que las nutre
(…) La civilización no está ahí, no se sostiene a sí misma.
El artículo original fue publicado el 1 de enero de 1970 en The Libertarian Forum. Traducido del inglés por Albert
Esplugas Boter. Tomado de liberalismo.org
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