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Trabajo

“La Ciudad De Dios” - Obras de San Agustín


San Agustín de Hipona

Constanza Ramart Mesa

Héctor Martinovic

Sección 11
Roma estaba en sus últimos días, donde los romanos y paganos criticaban y culpaban al
cristiano por su deterioro y los godos tomaba posesión de ella. Bajo ese escenario San
Agustín de Hipona postulaba la Ciudad de Dios como un concepto fundamental en la doctrina
moral, política y en su filosofía de la historia, en el cual su pensamiento y su idea de la ciudad
de dios han traspasado su ubicación cronológica en la antigüedad. La ciudad de Dios, por lo
tanto, se trata de una propuesta sobre una nueva forma de sociedad civil, que pretende
impulsar los valores de la humanidad en virtud de vivir conforme a la doctrina cristiana

San Agustín planteaba que hay dos tipos de hombres, los que profesan el amor a dios por
encima de todo y los que experimenten el amor así mismo por encima de todo. La primera
categoría son los ciudadanos de la Ciudad de Dios. Los de la segunda clasificación son
ciudadanos de la Ciudad del Diablo.

Las característica fundamentales de la Ciudad de Dios, son la libertad, lo correcto y lo


incorrecto, la felicidad, la justicia, la paz o algo tan simple y misterioso como es la muerte.

Pero la que a mi parecer es la más importante es el libre albedrío, el poder hacer todo que a
voluntad propia se cree que es lo correcto bajo un estado de libertad total. Obviamente bajo
una visión y un idealismo cristiano, ya que la filosofía de San Agustín es puramente cristiana,
es por ello, que los sucesos son fundamentados de tal manera que son consecuentes con la
cosmovisión cristiana, como se irá viendo a lo largo de este ensayo.

Y como segunda característica representativa e inherente de ella, es que la Ciudad de Dios ni


la Ciudad del Diablo existen temporal o materialmente, además en sus escritos, describe, en
gran medida, la fantasía de una hasta cierto punto la utopía de una sociedad divina que se
debía empezar a vivir ya en la tierra y cuyos fundamentos están en contraposición con los de
la sociedad pagana. Él empieza diciendo que el amor que Dios puso en sus creaciones lo
condujo a prometer una ciudad celestial, que traspasa los limites terrenales para los hombres
que escojan el camino que el dictó y como dice el autor, Dios es justo y por ello cada uno
merece lo que recibe. Esta ciudad prometida se halla en lo inmutable, en lo eterno, donde
nada perece; pero sólo el hombre bueno la encontrará. Este tipo de hombre, es claramente de
la segunda tipo de clasificación anteriormente nombrada, además, debe tener ciertos
“requisitos”, como por ejemplo; estar dotado de la capacidad de libertad, ya en ese estado
puede decidir cómo obrar en su realidad, pero de antemano debemos aclarar que es estado lo
ha “donado” Dios, este libre albedrio que permite actuar a gusto propio. Por ello el individuo
bebe guiar sus acciones a la felicidad verdadera, que es Dios mismo. Pero existen hombres
que se dejan llevar, a su voluntad, por lo vicios del placer profano y abusando de los bienes
terrenales que Dios les ha otorgado en su estado libertad, convirtiéndose en vicioso y
egoístas. Mejor dicho, San Agustín plantea la idea

“Cuando nosotros, mortales, entre lo efímero de las cosas, poseemos esta paz que
puede existir en el mundo, si vivimos rectamente, la virtud usa con rectitud de sus
bienes; mas, cuando no la poseemos, la virtud usa bien aun de los males de nuestra
condición humana” (“Ciudad de Dios”, San Agustín. Libro XIX, Cap. X, pág. 1391)

Para ello, Dios ha provisto al hombre de un sentido interno, el cual es celestial y le da la


posibilidad de darse cuenta de que ama a quién lo creó, por lo que decide a voluntad propia
a regirse por la voluntad de Dios, a diferencia de quienes deciden no normarse por Él y nunca
alcanzar una felicidad eterna. Ya que los paganos tuvieron la equivocación de alabar otras
deidades, que ellos mismos crearon. Lo que los llevo a preferir el vicio de complacerse a sí
mismo e inclinarse hacia el mal. Y como San Agustín dice;

“La (ciudad) terrena se forjo sus dioses falsos a capricho, de hombres o de otros
seres, y a ellos servía y ofrecía sacrificios, y la (ciudad) celestial, peregrina en la
tierra, no se forja de dioses falsos, sino que ella es hechura del Dios verdadero y su
verdadero sacrificio” (“Ciudad de Dios”, San Agustín. Libro XVIII, Cap. II, pág.
1352)

Así, el que quiera ser parte de la Ciudad de Dios cuando muera, debe saber tratar su voluntad,
pero también para disfrutar los placeres banales sin que corrompan su alma basando su
felicidad en cosas efímeras y fugaces, como el poder, los excesos o las cosas materiales que
no son dedicadas a Dios. Debe poner su felicidad puntualizando en los bienes celestiales; y
así deleitarse en la tierra de la paz en el alma y en el cuerpo, a causa de que “la verdadera
virtud consiste, (…), en hacer buen uso de los bienes y de los males y en referirlo todo al fin
último; que nos pondrá en posesión de una paz perfecta e incomparable” (“Ciudad de Dios”,
San Agustín. Libro XIX, Cap. X, pág. 1391).
Efectivamente, internamente la sociedad donde el hombre es garante de su conducta
y concibe un uso adecuado de las cosas transitorias, se dejar ver la política dentro de la ciudad
terrenal, en visión pertinente de alcanzar la ciudad celestial, que se basa en el servicio, la
humildad, la unidad y en el respeto a la dignidad de la persona en sí misma y en los otros, e
incluso dice San Agustín, que la autoridad de los que tienen poder en la sociedad debe estar
en función de los demás, porque “no mandan por deseo de dominio, sino por deber de
caridad; no por orgullo de reinar, sino por la bondad de ayudar” (“Ciudad de Dios”, San
Agustín. Libro XIX, Cap. XIV, pág. 1403) de ello que los que controlan la sociedad busquen
la justicia dando a cada uno los deberes y derechos que le competen, para que así los
ciudadanos se sometan a sus autoridades y a las leyes mortales, mientras están de viajeros en
la vida temporal.

Finalmente, San Agustín confía en el hecho de que si el hombre intenta alcanzar la paz y la
felicidad divina, debe desde ahora perfeccionar su alma a la ofrenda filántropa por el prójimo
y al amor del único Dios que lo ha creado, ya que en la ciudad de Dios se comienza viviendo
sus ideales en lo terrenal, porque allí viven los seres que niegan al creador, los que prefieren
el placer temporal a lo que realmente vale la pena y es eterno, que tanto San Agustín como
Dios mismo profesan como fin, que es la felicidad divina.
Bibliografía

San Agustín de Hipona. “Ciudad de Dios” (tomo XVI-XVII). Obras de San Agustín. Edición
Bilingüe. Editada por el Padre Fr. José Moran, O. S. A. Editorial Católica. Biblioteca de
Autores Cristianos, Madrid. Colección CORE Currículum: Civilización Contemporánea.
Centro de Estudios Públicos y Universidad Adolfo Ibáñez, sin año de publicación.

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