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PAOLA LÓPEZ PEÑAS

2016/2017

IES PEDRO CERRADA


Miguel Hernández (1910-1942), poeta y dramaturgo, nació en Orihuela (Alicante) y murió en
Alicante.
Por amistad y edad, Miguel Hernández podía haber formado parte de la generación del 27,
pero nunca se ha considerado parte de ella, aunque Dámaso Alonso le considera “el genial
epílogo del Grupo”.
El haber muerto en la cárcel por pertenecer al Partido Comunista de España, tras haber sido
condenado a muerte e indultado, lo llevó a ser considerado el “Lorca” de la posguerra
española. Con Lorca tiene en común su directo contacto con los temas de la vida: amor,
muerte, etc.
De familia campesina, apenas tuvo más instrucción que la primaria. Comenzó a estudiar en el
colegio de los jesuitas pero tuvo que abandonar los estudios para ponerse a trabajar
repartiendo leche y cuidando ovejas. Su padre fue un hombre muy autoritario y duro,
entregado a su labor de pastor y tratante en cabras. La madre era más bien de carácter
tímido y seco, se dedicaba a los trabajos de su casa e intentaba suavizar la actitud severa del
padre en las riñas familiares. La familia estaba compuesta por tres hermanos y tres hermanas.
Desde pequeño aprende Miguel a conducir el rebaño de su padre por los campos y sierras
de Orihuela. El contacto directo con la naturaleza y la soledad del campo le inspirarán más
tarde: la hora de salida de la luna y de los luceros, las propiedades de las hierbas, el tiempo
más propicio para ayuntar el rebaño. En medio de este ambiente, en que la vida salta a cada
paso en bandadas de pájaros, avispas, saltamontes, hormigas y lagartijas, un día Miguelillo
contempla maravillado el rito nupcial de las ovejas. En otra ocasión el nacimiento de un
cordero hiere su infantil imaginación, quedando grabado para siempre en mente. En toda su
obra se percibe la huella de esta visión pura e inocente de lo sexual.
Cursa sus estudios en el colegio de los jesuitas con gran éxito. En las vacaciones sigue el
pastoreo. En 1925 abandona la escuela para dedicarse completamente al pastoreo. Toda su
formación literaria posterior se debe a su tesón autodidacta.
La niñez transcurre en un clima suave, bajo un cielo límpido y azul y una luz cegadora. El
paisaje, de fuerte y abigarrado colorido, el perfume embriagador de azahar, jazmines, nardos,
etc. El continuo zumbar de la vida y de los insectos, desarrollan y estimulan sus sentidos.
Mientras su ganado pace, Miguel lee y escribe a la sombra de algún árbol.
A los 16 años comienza sus primeros intentos poéticos: canta a las aves, gorriones, pájaros,
auroras, etc. En su sencillez campesina se siente atraído por la poesía familiar del poeta
costumbrista y bucólico José María Gabriel y Galán (1870-1905). Un canónigo de la catedral
de Orihuela, futuro obispo de León, le ayudó a orientarse en sus lecturas autodidácticas: San
Juan de la Cruz, el poeta bucólico romano Virgilio, Paul Verlaine. Virgilio y San Juan de la
Cruz causan gran sensación en el joven muchacho.
Luego irá descubriendo uno a uno los grandes maestros españoles del Siglo de Oro: Miguel
de Cervantes, Lope de Vega, Luis de Góngora, Gracilazo de la Vega; y los modernos: Rubén
Darío, Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez y Gabriel Miró, de sensibilidad tan afín a la
suya. Miguel Hernández confesó que Miró había sido el autor que más le había influido
durante el periodo anterior a 1932.
El horno de Efrén Fenoll le ofrece una especie de tertulia literaria en su pueblo natal. Los
Fenoll son hijos de un poeta popular. Al calor del horno y bajo el aroma del pan se habla y se
discute de poesía. El pastor recita y recibe varias indicaciones de un muchacho de rara
inteligencia y de extraordinaria cultura llama Ramón Sijé.
En 1930 aparece en el periódico de la localidad la proclamación de la aparición del “pastor
poeta”. El nombre de Miguel Hernández comienza a sonar en los círculos literarios de la
provincia alicantina. En el grupo del horno de Fenoll, es Ramón Sijé el más culto y se erige en
guía y maestro del adolescente Miguel. En la prensa regional aparece su primer
poema: Pastoril. Luego siguen versos a imitación de Rubén Darío y de Gustavo Adolfo
Bécquer.
En la década de 1930 se marchó a Madrid donde trabajó como colaborador de José María
Cossio en Los toros y se relacionó con poetas como el chileno Pablo Neruda, y los españoles
Rafael Alberti, Luis Cernuda y otros. Neruda era entonces cónsul de Chile en Madrid. Miguel
Hernández siente gran admiración por el poeta chileno, para él amigo y maestro, y comienza
a escribir como Neruda “poesía impura”, poesía surrealista. Su fe religiosa se va perdiendo
con el contacto con los intelectuales en Madrid. El anticlericalismo de Neruda le termina de
alejar de su fe. Hernández vive el ambiente social y anticlerical de la Segunda República
(1931-1936).
Miembro del Partido Comunista Español, durante la República participó en las Misiones
pedagógicas, creadas para llevar la cultura a las zonas más deprimidas de España. Durante la
Guerra Civil (1936-1939), el poeta apoyará de forma activa y constante la causa republicana
desde el mismo frente. Asistió al Congreso internacional de intelectuales antifascistas de 1937
en Valencia. Se incorpora al ejército republicano. Los milicianos republicanos con los que
lucha Miguel matan de un balazo al padre de Josefina, la novia de Miguel. El padre de
Josefina era guardia civil. Se alista como voluntario al quinto regimiento, de filiación
comunista. Luego se incorpora al batallón del Campesino. Se casa con su novia Josefina en
Orihuela en 1937.
Acabada la guerra intentó escapar pero fue detenido en la frontera portuguesa. Padece
prisión en Huelva, Sevilla y Madrid. Liberado en septiembre, vuelve a ser detenido, juzgado y
condenado a muerte. José María de Cossío, Sánchez Mazas y Dionisio Ridruejo logran que se
le conmute la pena por la de treinta años de cárcel, pero no la llegó a cumplir, pues en la
cárcel coge un paratifus al que se suma luego una tuberculosis pulmonar. La fiebre lo
debilita. Se intenta trasladarlo al sanatorio, pero faltan los medios económicos par ello y no se
pone el empeño suficiente. Muere en 1942 en prisión a los treinta y un años. Sus últimos
versos son un tierno recuerdo para su esposa. Sus últimos versos fueron:
Adiós, hermanos, camaradas, amigos:
despedidme del sol y de los trigos.
La falta de atención médica en la cárcel fue tal que cuando murió nadie se preocupó de
cerrarle los ojos.
Por pertenecer Miguel Hernández a la generación trancada por la Guerra Civil, es su
biografía un símbolo de los poetas que vivieron aquellos trágicos años. Los poetas que
sobrevivieron a la lucha fratricida siguieron publicando después de la guerra; muchos de ellos
como poetas arraigados en una fe cristiana. La trágica muerte de Miguel Hernández le hace
ser el símbolo trágico de la generación de Guerra Civil. Fue uno de los grandes genios
naturales que, de haber vivido más tiempo, hubiera producido obras de gran valor, junto con
la obra que ya dejó al morir.

OBRA POÉTICA

No es Miguel Hernández “poeta malogrado”, frase que él detestaba. Bien logrado es lo que
nos dejó. Verdad es que no pudo mostrarnos lo que hubiese aportado en su madurez y en
plena libertad.
Poemas de adolescencia
Los primeros poemas muestran una sorprendente facilidad para la versificación:

En la ermita campesina Cuando en ella da la brisa,


oro en caldo, a la mañana, dice presta: Pasa a prisa.
echa, fina, la campana. Pasa a prisa, que hoy es fiesta.

Perito en lunas (1933)


Es un libro vanguardista. Lleno de neogongorismo, garcilanismo y calderonismo. Pero
está lleno también de sabor popular, cercano a la tierra. El tema central se relaciona con
la luna, no con la luna mitologizada de Lorca, sino la luna real, vista y sentida en el
monte. Ya vemos en estos poemas el uso de la anáfora, tan empleada posteriormente
por Miguel Hernández: Bajaré contra el peso de mi peso... alrededor de sus
alrededores.
Estos poemas se caracterizan por su intenso lirismo y su excelente elaboración. Se nota
la influencia de Luis de Góngora (1561-1627).
La obra está compuesta por cuarenta y dos octavas reales de un hermetismo sólo
equiparable a la maestría formal y retórica que demuestran. Contrasta el refinamiento
de la forma y los temas populares y naturales escogidos: el gallo del corral, la granada,
el cohete, etc.
Poemas sueltos (1933-1936)
Los versos de este libro señalan una liberación de la forma clásica. Se entrega a la
expresión libre y a la “poesía impura”. Imágenes surrealistas, versos libres, aire de
revolución. Bajo influjo de Pablo Neruda y Vicente Aleixandre, Miguel Hernández
escribe una poesía humana. El tema del libro es la sangre como “sino sangriento”, que
desembocará en la Guerra Civil (1936-1939).
El silbo vulnerado (1934)
Es el canto del poeta en su soledad de enamorado. Anticipa ya mucha de la temática
de la obra siguiente.
El rayo que no cesa (1936)
La crítica considera este libro la obra más lograda de Miguel Hernández. Es un conjunto
de poemas, en su mayor parte sonetos amorosos, en los que se nota el influjo de la
lírica renacentista y barroca: Garcilaso, Góngora y Quevedo. También revela los medios
expresivos de la generación del 27.
El libro rezuma recuerdos de su noviazgo y está lleno de ternura; pero también de
rebelión soterrada contra las normas puritanas de la ciudad de provincia.
Estos poemas tratan los temas que Miguel Hernández conoció y experimentó con
intensidad: el amor, la muerte, la guerra y la injusticia. El libro está lleno de un hondo
sentimiento amoroso unido a una conciencia no menos honda del dolor. La soledad y
la pena alternan con la pasión amorosa. Pero en el fondo el libro rebosa una
concepción dionisíaca de la vida y un sentimiento eminentemente sensual del amor. Es
la agonía de una pasión trágica y viril. Es un mundo poblado de ansiedades y sombras
trágicas, un mundo quevedesco.
En estos sonetos se desarrolla la visión que del mundo tiene Miguel Hernández, un
mundo concebido como batalla de amor y muerte, batalla que impide la plenitud de
los deseos y las posibilidades que el poeta siente en sí. El toro de lidia será el símbolo
principal del deseo contenido del hombre, nunca completamente realizado.
Viento del pueblo (1937)
Esta obra, compuesta durante la Guerra Civil, contiene una poesía militante y
propagandística como la que también realizaba Rafael Alberti y que llamaba “poesía de
guerra”. Es el viento de la Guerra Civil. Son versos épicos, arengas, gritos, dentelladas,
cólera, explosiones, ternura y llanto. Llora a los muertos en la guerra, a Lorca, al niño
yuntero, a los campesinos, al sudor del trabajo. Son poesías de guerra y han sido
escritas en las trincheras. Estas poesías han exaltado el ánimo de los combatientes:
El hombre acecha (1938)
Muestra el rostro humano y cruel de la guerra y el sufrimiento de sus compañeros en el
campo de batalla en plena Guerra Civil. El tema es la guerra, pero aun más la
desesperación. Está lleno de un tono severo y grave, lleno de furor, dolor viril y llanto
verdadero. Ni una concesión literaria. La poesía que era canto en el libro anterior
todavía, aquí es grito, verdad desnuda. Ni un ápice de artificio en este libro. Sobrecogen
los poemas Es sangre, no granizo y el tremendo Tren de los heridos. Amargura, sangre
y muerte, destrucción. Al final el poeta grita suplicante: Dejadme la esperanza.
Cancionero y romancero de ausencias (1938-1941)
Esta obra es de un sobrio esteticismo. Los temas de esta obra son los tradicionales de la
lírica popular española como el amor hacia la esposa e hijos, la soledad del prisionero y
las consecuencias de la guerra.
Este libro está escrito en un peregrinar del poeta por las cárceles españolas. Miguel
Hernández lo acabó en la cárcel (1938-1941). Es un verdadero diario íntimo que relata
su calvario de prisionero. Sólo la dulzura del amor de la esposa y del hijo alivia su dolor.
Son poemas breves, escritos en pocas palabras desnudas. Ni un rastro de leve retórica.
Canciones y romances lloran virilmente ausencias irremediables, el lecho, las ropas, una
fotografía. Yo no hay eco de Vicente Aleixandre o de Pablo Neruda, es el Miguel
Hernández más auténtico. Ninguno de estos poemas, que cantan elegíacamente a los
muertos en la guerra, la soledad, el amor de la esposa ahora imposible en la ausencia,
etc., ninguno de estos poemas necesita interpretación alguna. Entran en el corazón y el
entendimiento como un disparo. Es la canción viril, estoica y llena de duelo.
Últimos poemas (1938-1941)
Son últimos poemas patéticos. Contienen las famosas Nanas de la cebolla, para algunos
las más patéticas y tiernísimas canciones de cuna de la poesía española y quizás de la
universal. Están dedicadas a su hijo, al recibir una carta de su mujer en que le decía que
no comía más que pan y cebolla.
OBRAS TEATRALES

Su obra dramática es paralela a la poética y presenta la misma evolución: desde la inspiración


en modelos clásicos y en el contenido cristiano, hasta el activismo político de sus últimas
piezas.
Quién te ha visto y quien te ve y sombra de lo que eras (1933-34)
Auto sacramental que busca reproducir los del XVII de forma excesivamente fiel y que resulta,
además, irrepresentable por su longitud.
Los hijos de la piedra (1935)
Esta pieza aparece con motivo del levantamiento de los mineros asturianos sofocado
por Francisco Franco.
Teatro de guerra (1937)
El labrador de más aire (1937)
Dramas sociales en los que el influjo de la obra de Lope, sobre todo de Fuenteovejuna,
es evidente. Esta obra, lo mismo que Los hijos de la piedra, plantea el problema de la
injusticia social.
Pastor de la muerte (1937)
Pieza de propaganda dedicada al heroísmo de los defensores de Madrid que está entre
lo mejor de su teatro.

El mundo poético de Miguel Hernández

El rayo que no cesa (1936) se abre con un planteamiento del problema existencial: Un
carnívoro cuchillo de ala dulce y homicida / sostiene un vuelo y un brillo alrededor de mi
vida.
El mundo poético de Miguel Hernández se puede concentrar en este tríptico:

Vida = Amor + Muerte


Muerte = Vida + Amor
Amor = Muerte + Vida
Toda la obra lírica de este poeta gira en torno a los misterios de vida-generación-muerte,
temas centrales de las religiones naturales que y encontramos en García Lorca; sólo que en
Miguel Hernández estos temas tienen una significación menos mitológica. El poeta-pastor,
criado en medio de la naturaleza, llega a intuiciones que reproducen los motivos centrales de
las religiones naturalísticas y arcaicas: la sacralidad de la vida orgánica.
Como para las religiones naturales, para Miguel Hernández los trances principales de la vida
(nacer, vivir, engendrar, morir) se desarrollan bajo el influjo de la luna, el astro de los ritmos
vitales: que crece y decrece, nace y muere. Todo se desarrolla bajo la “potencia lunar”. La
esposa se convierte en madre porque la luna lo quiere; por eso su dolor será lunar y tendrá
lugar bajo una “luz serena”. La luna es el ser misterioso sujeto al cambio que más impresiona
al hombre primitivo.
Perito en lunas (1933) nos muestra la fascinación que el astro nocturno ejercía sobre el poeta.
Los objetos de la vida rural los ve el poeta siempre bajo la luz de la luna. El momento de la
generación está presidido también por fuerzas cósmicas lunares (Hijo de la luz y de la
sombra es uno de sus mejores poemas).

El amor y la vida

Para Antonio Machado la esposa-amada sólo existía en un ilusorio mundo del ensueño. En
Miguel Hernández la esposa es una mujer de carne y hueso, criatura carnal, y el poeta canta
la unión de los cuerpos sin eufemismos. Miguel entiende el amor tal y como lo vio de
pequeño practicar a sus ovejas, de forma natural y sin romanticismos.
El amor, tema central de Miguel Hernández, es ansia de vida, de fecundación y está libre de
toda sensualidad hedonista. Lo canta en su trilogía Hijo de la luz y de la sombra, cumbre de
su poesía amorosa: Un astral sentimiento febril sobrecoge a los esposos. La sombra, fuerza
telúrica arrolladora, los lanza a la gran conmoción del choque de sus cuerpos ante el común
estremecimiento de la tierra y el firmamento. Por eso el hijo, fruto de este choque astral de
esposa y esposo, tierra y cielo, nace sujeto al influjo de los astros “que inclinarás sus huesos al
sueño y a la hembra”. Todo este ritual telúrico de la fecundación tiene su sentido profundo
en las leyes cósmicas de la conservación del mundo.

La esposa se convertirá en idea obsesionante en Miguel Hernández. En la cárcel será la


esposa y el hijo el único tema y fuente de su inspiración. El hijo es otra de las ideas
obsesionantes. El hijo es la fuente de energía que hará vivir, es garantía de perpetuidad y
eternidad. El niño “rival del sol”, iluminará el mundo y proclamará con su risa el triunfo del
bien sobre el mal, del amor sobre el odio: “Contigo venceré siempre el tiempo que es mi
enemigo”.
Miguel Hernández y el tema de la muerte

El poeta contempla la vida siempre amenazada por el espectro del “carnívoro cuchillo” que
cuelga sobre su cabeza como una espada de Democles. Este sentimiento de amenaza marca
una huella profunda en toda su obra. Esta amenaza de la muerte ensombrece toda la
concepción hernandiana, y le da una visión radicalmente trágica de la vida. “Sus versos
comienzan con pluma de cisne y terminan con estilete de hierro” ( Correo literario). La muerte
como idea obsesionante dominará toda la obra del poeta. El tema ya surge en Perito en
lunas (1933).

El poeta pide, en el lenguaje enigmático neogongorino, al carpintero funerario (“final


modisto de cristal y pino”) que le haga un ataúd de pino (“hazme de aquel un traje”), y pide
al cementerio (“patio de vecindad menos vecino”) que le abra una fosa (“túnel”) bajo sus
flores para enterrar su vida de enamorado.
Vemos ya desde muy temprano en Miguel Hernández este juego con los pensamientos de
ataúd, cementerio, cadáver y fosa. Estos temas están al lado del acento rebelde y la exaltación
de lo fecundo. Aun el amor y la vida albergan un germen de destrucción. Ya Unamuno
había dicho: “el amor es lo más trágico que en el mundo y en la vida hay; hay sin duda algo
de trágicamente destructivo en el fondo del amor”. En Miguel Hernández, el acto sexual
amoroso produce vida, pero mediante la muerte, en este caso simbólica, de ambos amantes.
La sangre de la vida es también “fatal torrente de puñales”. La vida es para el poeta una
dilatada e inmensa herida que se prolonga hasta hundirse en la muerte. En el poema
siguiente, después de una resistencia inútil contra el fatídico torrente de puñales, el poeta se
abandona a las oleadas de su sangre.

Miguel Hernández y la imagen poética

Los motivos metafóricos están sacados del mundo material. Cuanto más hondo es el
sentimiento en Miguel Hernández, tanto más palpable y corpórea es la imagen. El material
metafórico de la vida campestre le imprime un sello de autenticidad: El odio es una “llama”,
las voces son “bayonetas”, el dolor es “cuchillo”. El sentido del tacto es el más está muy
desarrollado. Bocas son “puños”, pechos son “muros roncos”, las pasiones son “clarines”. El
odio es rojo, el amor es pálido, los hombres son piedras. La imagen materializada asciende a
veces a la categoría de símbolo.
A veces un verbo solo basta para la metáfora: un muerto nubla el camino. Una metáfora
adjetivo: horizonte aleteante (el horizonte como un ave con las alas extendidas).
La metáfora de la esposa = noche y la metáfora de la grandiosidad cósmica.
En el poema Hijo de la sombra, la esposa se transfigura en noche. La esposa es noche en el
momento supremo de la “potencia lunar y femenina”, es la culminación de la sombra, del
sueño y del amor. Esta imagen nos sumerge en un ambiente de misterio, donde dominan
fuerzas misteriosas y mágicas. La esposa es la noche, cumbre de lo lunar y femenino, el
esposo es la luz, “cumbre de las mañanas y atardeceres”, “mediodía”. Por encima de los dos
está la sombra, que ejerce un podería sobre los esposos, cauce por el que proyecta el
universo sus fuerzas sobre los esposos: Moviendo está la sombra sus fuerzas siderales.
La esposa-noche y el esposo-mediodía son empujados por la sombra-universo sideral a unirse
nupcialmente; ambos se funden en el estremecimiento de la tierra y el firmamento. El poeta
convierte el acto nupcial en acontecimiento cósmico, con hondas raíces telúricas, casi en un
rito sacro exigido por la deidad estelar.
Para la religión primitiva naturalista, el acto de la fecundación vegetal, animal humana es un
rito que tiene lugar bajo el influjo de la luna y los seres celestes. La luna es el ser numinoso
que preside los ritos vitales, agente y símbolo de la fecundidad. Miguel Hernández usa
motivos astrales y cósmicos para afirmar la grandiosidad del momento: el labio de arriba al
cielo y a la tierra el otro labio.

Evolución de la metáfora en Miguel Hernández

Miguel Hernández domina el arte de la pincelada breve y acertada: en un verbo, un epíteto o


en un sustantivo ofrece metáforas de gran emoción. Es la expresión de una visión periférica
del mundo sensorial, un mundo sobre todo visual.
En Perito en lunas (1933) notamos la influencia de Luis de Góngora, pero las metáforas son
más reales, sacadas del material campestre.
En Silbo vulnerado (1934) vemos la tensión del poeta entre su levantinismo sensorial
mediterráneo y el barroquismo provocado por la lectura de los clásicos castellanos. De ahí
nace una metáfora de carácter descriptivo, que a veces lucha indecisa entre elementos
abstractos y coloristas.
En El rayo que no cesa (1936) la metáfora se va elaborando como medio de la expresión de
sentimientos interiores, las metáforas siguen siendo las del mundo rural, pero son más
intensas.
A partir de Viento del pueblo (1937) y El hombre acecha (1938) el material metafórico se va
endureciendo y aparece la imagen libre de influencias, la típica imagen hernandiana. La
imagen rehuye la proyección de motivos épicos y se vuelve lírica y más íntima. Abandona el
tono retórico y da una visión del mundo desnuda, amarga y dramática.
Pero es en el Cancionero y romancero de ausencia (1938-1941) donde la imagen metafórica
alcanza su cenit artístico. Allí tenemos la imagen varonil, directa, corpórea, sangrante,
despojada de todo elemento ornamental, surrealista o visionario. Las imágenes son
sustantivos desnudos despojados incluso de epítetos. Dentro de esta concentración encaja la
imagen-frase que reduce el material imaginativo a su mínima expresión: el verbo es el único
portador de la sustancia metafórica. La imagen, medio expresivo más importante en Miguel
Hernández, alcanza en este libro su grado máximo de intensidad.

Amor, vida y muerte en la poesía de Miguel Hernández

Un rasgo de la literatura española es el constante paralelismo de realismo e idealismo, Sancho


Panza y su reverso Don Quijote. La tensión y dialéctica entre los dos: un idealismo que es tal
solamente por contraste con lo real, y un realismo cuya fuerza radica en su constante alianza
dialéctica con el idealismo –un realismo ideal que en el fondo es un idealismo muy real.
“Llegó con tres heridas: la del amor, la de la muerte, la de la vida”. El amor es un “sino
sangriento que causa herida”. El amor hace al hombre despertar a la vida, tan intensamente
que su impulso pasional causa la herida que puede provocar la muerte. La muerte del
amante es la vida del hijo que prolongará la vida de los padres: “porvenir de mis huesos y de
mi amor”. El amor es impulso pasional de la fuerza cósmica que lleva al hombre a “pro-crear
nueva vida”, aunque él mismo se muera consumido por la pasión.
La vida es impulso cósmico del amor. La muerte es la liberación de la tensión pasional,
desenlace que da la tranquilidad dejando tras de sí el fruto de nueva vida. La sangre es
sagrada: da vida y también es símbolo de muerte.
Si en Lorca la metáfora materializada está elevada a símbolo mítico (no idea como en
Unamuno), en Miguel Hernández la metáfora no se traspone a un plano ideal (simbólico en
Lorca y fictivo en Unamuno), sino que por su intensidad material “revienta” cargada de vida
en símbolos que se elevan luego por sí mismos a acontecimiento cósmico. El movimiento
sobredeterminante no va de arriba a abajo (como en Lorca), sino de abajo a arriba.
El conflicto social no es anécdota para el marco mítico-simbólico, sino que es un
impedimento real (material) para el desarrollo y la realización de la vida, del amor pasional. La
vida no es lucha “agónica” por la sobrevivencia tras la muerte (como en Unamuno), sino
lucha por la “vivencia” y la realización material de la pasión amorosa.
El hombre es mediodía: calor pasional, tensión sexual. La mujer es sombra: la noche. No
como la muerte o como el ámbito “vital” de la luna de Lorca. La mujer es sombra, es noche; la
sombra es lo más agradable del día, pues “refresca” y libera del calor agobiante de la pasión
carnal, del calor del mediodía. La sombra “cobija y calma”: la mujer es vientre materno que
libera al hombre de la tensión a que le somete la naturaleza. Para la fructificación de la tierra,
la fertilización de la mujer, nacimiento de hijos como continuación real y material de la vida,
es la herida el elemento necesario para esta proceso.

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