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Cuando Pablo se fue de Corinto, dejó detrás de sí una iglesia floreciente. Las dos cartas
a los Corintios nos ofrecen una visión profunda de la exuberante vida de una de las
comunidades cristianas urbanas más antiguas. Los dos escritos nos presentan un cuadro
expresivo y detallado de la vida cristiana en una ciudad pagana hacia la mitad del siglo
primero. Nos revelan también los movimentos espirituales que agitaban a la primitiva
cristiandad. Sin olvidar que los paralelismos entre este Corinto del s. I y las grandes
ciudades del mundo moderno dan a estas cartas de Pablo una actualidad excepcional
para los cristianos de hoy día.
Pablo estableció la iglesia en Corinto y permaneció allí dieciocho meses (Hch 18,11);
pero, aún después de irse, Corinto siguió presente en su corazón. Aquella joven iglesia
tuvo que enfrentarse con graves problemas suscitados por el carácter cosmopolita de la
ciudad y por el eclecticismo filosófico y religioso que allí prevalecía.
Aún no se había llegado a una institución eclesial organizada con presbíteros y obispos.
Por eso los cristianos de Corinto se dirigían hacia Pablo para la solución de sus
problemas. Le escribían explicándole sus dificultades (1 Co 7,1) o, a veces, delegaban a
algunos miembros de la comunidad para recibir sus orientaciones (1 Co 16,1. Algunos
discípulos que estaban vinculados más personalmente con su pastor, le visitaban y le
daban noticias de. primera mano sobre la fraternidad (1 Co 1,11). Pablo respondía a sus
cartas ofreciendo soluciones a sus problemas (1 Co 5,9), a veces ordenándoles en el
nombre del Señor (1 Co 7,10), a veces aconsejándoles en nombre propio (1 Co 7,12). El
mismo Pablo visitó de nuevo la comunidad (2 Co 2,1) y tenía la idea de volver otra vez
a verles (1 Co 16,5). En resumen, para todos los efectos prácticos, Pablo era el pastor de
la iglesia de Corinto.
Las dos cartas manifiestan sus cualidades pastorales. Pablo, hombre incapaz de
esconder sus sentimientos y emociones, los derrama en estas epístolas. Esta
correspondencia con Corinto refleja sus dificultades y pruebas, su debilidad, y también
su pastoral.
Sin entrar en el debate sobre la naturaleza de las divisiones que afligían a la comunidad
de Corinto, podemos observar que (en 1 Co 1,18 - 2,5) Pablo las atribuye al interés
entusiasta que sentían por la sabiduría humana, algo característico de los países
helenistas de aquella época. Pablo respondió a aquella moda con la humildad: " Cristo
ALOYSIUS XAVIER
La palabra sophia (sabiduría) se usa dieciséis veces en los tres primeros capítulos de 1
Co. Como "sabiduría humana", se usa en dos sentidos en dichos capítulos. Primero
significa una especie de elocuencia, una técnica para persuadir a los oyentes; en sí
misma es inocua, pero se vuelve perversa cuando el que la usa se apoya en los inventos
y artificios humanos y no en la fuerza de Dios que reside en Cristo. Por eso Pablo
declara: " iA ver un sabio, a ver un letrado, a ver un estudioso de este mundo! ¿No ha
demostrado Dios que el saber de este mundo es locura?" (1 Co 1,20). Pablo no quiere
usar las técnicas retóricas a costa de olvidar la fuerza divina: " Por eso yo, hermanos,
cuando llegué a vuestra ciudad, no llegué anunciándoos el testimonio de Dios con
ostentación de elocuencia" (1 Co 2,1; c£ 1,17).
En un segundo significado, "sabiduría" era más que una técnica; era algo peor: se
convertía en el contenido de la predicación, al exaltar el conocimiento humano en lugar
de Cristo crucificado. Pablo no convirtió la sabiduría humana en el tema de su
predicación. La que predicaba era otra sabiduría, más sublime: "Exponemos un saber;
pero no es un saber... de los jefes pasajeros de este mundo. No; exponemos un saber
divino y secreto" (1 Co 2, 6-7).
En ambos sentidos la sabiduría era una tentación para los corintios. Sin duda todo el
mundo la ensalzaba, tanto judíos como griegos. Para ellos, que aspiraban a la sabiduría
humana, la predicación de Pablo parecía necedad. Pablo acepta esto humildemente: "Me
presenté ante vosotros con una sensación de impotencia y temblando de miedo; mis
discursos y mi mensaje no Osaban argumentos hábiles y persuasivos de sabiduría" (1
Co 2, 3-4).
"En fin de cuentas, ¿qué es Apolo y qué es Pablo? Auxiliares que os llevaron a la fe,
cada uno con lo que le dio el Señor" (1 Co 3,5). Pablo no es más que un servidor que
desempeña el oficio de llevar la fe a la comunidad. No hay nada en ello para
enorgullecerse. " Por tanto, ni el que planta significa nada, ni el que riega tampoco;
cuenta el. que hace crecer, o sea, Dios" (1 Co 3,7).
Como servidor, Pablo se afana y siente la carga de su trabajo. La palabra kopos (trabajo,
fatiga) aparecerá diecinueve veces (1 Co 3,8; cfr. 2 Co 6,5; 11, 23; 11,27, etc.). Tiene un
sentido fuerte. En griego clásico significa golpe, decaimiento como si a uno le hubieran
pegado, cansancio, sufrimiento, tortura, trabajo fatigoso. En el N.T. implica la fatiga de
uno que se ha agotado. Así Pablo aparece como un humilde trabajador que tiene que
afanarse por cumplir la dura tarea de predicación que se le ha confiado.
Pablo trabajó con sus propias manos (1 Co 4,10). En los Hechos de los Apóstoles se
precisa su oficio de "tejedor de lona" (Hch 18,3). Aunque tenía todo el derecho de que
le mantuviera la comunidad, no quiso aprovecharse de este privilegio. "¿Acaso no
tenemos derecho a comer y beber?... Sin embargo, no hicimos uso de ese derecho" (1
Co 9,4.12).
La vida de un tejedor de lona no era en absoluto una vida fácil en tiempos de Pablo en el
mundo grecoromano. Tenían que trabajar duramente, largas horas, y sólo así podían
ganar el mínimo necesario. Pablo supo lo que eran los largos y agotadores esfuerzos de
un astesano (1 Ts 2,9; cfr. 1 Co 4,12; 2 Co 11,27). Además, él no residía
permanentemente en un lugar, lo cual era una notable desventaja para organizarse en su
oficio. No podía establecerse como un artesano reconocido en una ciudad; cuando se
había establecido en una parte, su ministerio apostólico le llamaba a algún otro sitio.
Aparte de la pobreza y las privaciones debidas a sus escasos ingresos, Pablo no debió de
ser muy apreciado a los ojos del mundo. En general, los artesanos eran vistos con
desprecio e incluso con hostilidad por parte de los niveles sociales más elevados. Esta
humillación debería de molestar a Pablo tanto más cuanto que él era, por nacimiento,
miembro de un grupo social privilegiado: "ciudadano de una ciudad no despreciable"
(Hch 21,39) y había sido educado para desenvolverse con facilidad en ambientes que se
consideraban el centro de la vida social. Sin embargo, Pablo pudo decir: "Hasta el
momento presente no hemos parado de pasar hambre, sed, frío y malos tratos; no
tenemos domicilio fijo, nos agotamos trabajando con nuestras propias manos.. se diría
que somos basura del mundo, desecho de la humanidad, y eso hasta el día de hoy." (1
Co 4, 10-13).
En sus cartas a los corintios, Pablo enumera los sufrimientos, pruebas y tribulaciones
que tuvo que padecer (1 Co 4,8-12; 2 Co 1,8ss; 4, 7-12; 6, 4-10; 11, 25-28). Son textos
de un gran valor biográfico puesto que muchas de estas dificultades no se narran en los
Hechos. Pero esta enumeración, ¿trata sólo de ofrecernos datos biográficos? ¿O pone
Pablo la lista de sus pruebas de una manera competitiva para dejar atrás a rivales que no
han experimentado tanta tribulación? Se trata de mucho más. Para Pablo, los
sufrimientos y peligros son parte importantísima de su ministerio. Pablo recurre a sus
sufrimientos como signo de autenticidad del servicio apostólico que presta a sus
comunidades. En el mismo comienzo de su ministerio, en el momento de su vocación,
le dijeron a Pablo que tendría que sufrir: "Yo le enseñaré cuánto tiene que sufrir por mí"
(Hch 9,16). Y hacia el final de su ministerio, dice: "El Espíritu Santo, de ciudad en
ciudad, me asegura que me aguardan cárceles y aflicciones" (Hch 20,23).
Así aparece Pablo como un apóstol débil y sufriente, como un hombre sin poder ni
privilegios, sin riqueza s ni influencias, como un pastor pobre de una comunidad de
pobres y humildes.
Todos estos factores humillantes, ¿impidieron el éxito de su ministerio? ¿Se sintió Pablo
infeliz por su suerte en la sociedad? ¿Se sintió agraviado por su baja condición social y
aguantó sus sufrimientos con ánimo estoico?
La respuesta es, ante todo, que su insignificancia intelectual, social y política, no fue
ningún obstáculo para el éxito de su ministerio. Es verdad que no tenemos datos
estadísticos sobre el número de convertidos en Corinto. Y aunque los tuviéramos, serían
sólo un índice muy deficiente del éxito del pastor. Tenemos que medir el éxito por la
calidad de la comunidad. Naturalmente, como cualquier otra comunidad, la iglesia de
Corinto no estaba libre de defectos. Sin embargo, era una comunidad floreciente, rica de
carismas (cfr. 1 Co 12-14). Estaban ansiosos de vivir una vida cristiana ideal y esto es lo
que les movió a escribir a Pablo para preguntar sobre la adecuada actitud cristiana sobre
puntos tan importantes como el matrimonio y la virginidad (1 Co 7).
comunidad... No hay nada pequeño en ella, pero esta misma grandeza dio origen a
muchos pecados (cfr. 1 Co 4,7).
Para Pablo, los sufrimientos no tenían un valor negativo. Al contrario, ellos ponían de
relieve la fuerza y la gloria de Cristo: "Con muchísimo gusto presumiré de mis
debilidades, porque así residirá en mí la fuerza de Cristo. Por eso estoy contento en las
debilidades, ultrajes e infortunios, persecuciones y angustias por Cristo; pues cuando
soy débil, entonces soy fuerte" (2 Co 12, 9-10).
CONCLUSIÓN
Pablo fue un pastor humilde y débil en Cristo. Pero, para él, la flaqueza era, fuerza y
una condición humilde era su motivo para gloriarse en Cristo. "Pablo, que aprendió en
Corinto lo que significa ser débil en Cristo, muestra allí quizá más claramente que en
otras partes toda su estatura de inteligencia, firmeza y magnanimidad cristiana"
(Barrett).
Esta posición de Pablo es un estímulo y una guía para el pastor cuando se siente
golpeado por tentaciones interiores y pruebas exteriores, abrumado por un sentimiento
de insuficiencia e impotencia. Es también un desafío y un aviso para la iglesia de hoy,
siempre tentada -como en todos los tiempos y como el mismo Jesús en el desierto (Mt
4,1-10)- de trabajar desde una posición de poder, riqueza o sabiduría humana, poniendo
con ello su seguridad en la carne y no en Dios. En la angustia y en el éxito, en la
flaqueza y en el poderío, sigue llegando hasta nosotros el reto de Pablo: " El que está
orgulloso, que esté orgulloso en el Señor... Lo que es a mí Dios me libre de gloria rme
mas que de la Cruz de nuestro Señor Jesucristo, en la cual el mundo está crucificado
para mí y yo para el mundo" (1 Co 1,31; 2 Co 10,17; Ga 6,14).