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Esta situación representa un grave conflicto de interés para el presidente Morales.

Su
doble responsabilidad, como jefe del Estado y al mismo tiempo presidente de las seis
Federaciones de Productores de Coca del Trópico de Cochabamba (la zona de El Chapare),
le plantea dilemas difíciles de resolver. Por ejemplo, si acepta que muchos de los afiliados
que él dirige vendan coca para la producción de cocaína, en su calidad de presidente de
Bolivia no se puede limitar a pedirles que por favor no lo sigan haciendo sino que debe
denunciarlos ante la policía, para que sean procesados por la justicia y se les aplique las
sanciones que la ley establece.

Ni el presidente ni el gobierno del Movimiento al Socialismo tienen la fuerza moral para


decirles a los campesinos de otras regiones que no se dediquen al cultivo de coca. En los
hechos, han tratado de hacerlo pero nunca lo van a lograr porque los otros campesinos
ven esta actitud como un favoritismo a los afiliados de los sindicatos del Chapare y no
como una búsqueda sincera de combatir al narcotráfico.

Los recientes bloqueos de los cocaleros de la zona de los Yungas, en La Paz, procuran que
le den el mismo trato que se le da a los cocaleros del Chapare. Igualmente, reclaman
similares condiciones los productores de otras zonas de reciente expansión como Colomi
en Cochabamba y Yapacani en Santa Cruz. Sin embargo, la única coca que la población
utiliza para consumo humano proviene de los Yungas, por lo que la coca del Chapare y
otras zonas no tiene otro destino sino el narcotráfico.

El narcotráfico es un problema creciente en Bolivia. En el corto plazo ha servido para


alimentar la economía del consumo y en buena parte explica la sensación de auge
económico en el país, a pesar de la falta de inversiones, un crecimiento mediocre y una
producción estancada o en declive en los principales rubros de la economía legal. En el
mediano y largo plazo, sufriremos los efectos del cada vez mayor consumo de droga en
nuestra sociedad, especialmente entre los jóvenes, y una espiral de violencia que ya
comienza a manifestarse.

Adicionalmente, la comunidad internacional ya no tratará al gobierno y al país con la


misma tolerancia. Gane quien gane la presidencia de Brasil, la actitud hacia Bolivia será
mucho más rígida en este campo y lo mismo pasará con otros países como Argentina y los
miembros de la Unión Europea.

El presidente y el Movimiento al Socialismo tienen que reconocer que su política contra el


narcotráfico ha fracasado y que el interés y el futuro de todos los bolivianos les exigen
cambiar de política y de actitud.

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