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La Crisis Moral detrás de la Máscara del Imperio de Augusto.

Una
aproximación al ‘amor griego’
Jorge Alfaro Martínez

“Augusto dejaba de mármol la ciudad que encontró de ladrillo”


Suetonio

Es de común conocimiento, el que se haya adjudicado a Virgilio la autoría de un


poema extraño y de carácter profético, el cual anunciaba el nacimiento de un niño
milagroso con el cual advendría al mundo una supuesta y esperada edad de oro,
lo que evidencia, más allá de la analogía con la profecía sagrada, una espera
tensa, la cual inundaba a los mejores espíritus de la época.

Lo anterior, resultaba una necesidad paradójica, pues en frente de esa espera


tensa se ensanchaba de manera progresiva una Roma en que el “mármol parecía
haberlo invadido todo”, permitiéndole a la ciudad llegar a ser “más bella que
ninguna otra […] del mundo antiguo” (Martín, 1989, 30). De esta manera, el
Templo de Júpiter, el Foro, el Campo de Marte, el Panteón y los Pórticos de
Octavia expresaban el esplendor de la ciudad que conformaría uno de los imperios
más significativos de la historia mundial, específicamente, para Occidente, y que
sería el contexto de la expansión de la fe cristiana.

No obstante, tras el esplendor y una aparente paz augusta, que contribuyó a la


expansión de ideas y religiones por toda región pacificada, también promovió la
decadencia de los cultos religiosos locales, muchos conservados como un mero
asunto de costumbre, en efecto, ellos no tenían “absolutamente nada que ver con
la conciencia, con la intención interna”, quedando excluido el corazón de esos ritos
(Lortz, 1982, 16). En virtud de ello, no sorprende que tras el esplendor romano se
haya expresado una humanidad desordenada y carente de cualquier ideal que no
fuera aumentar el número de placeres, ahondando en la permanente
insatisfacción. Lo expuesto, hizo que los bárbaros incontinentes en el Danubio no
fueran considerados la real amenaza para el Imperio, sino que, como diría San
Jerónimo años más tarde, “Lo que hace tan fuertes a los bárbaros son nuestros
vicios” (Martin, 1989, 30).

El mundo amplio donde vivió Jesús fue Roma, que ya se evidenciaba como un
gigante con pies de barro, signada por la crisis socioeconómica, espiritual,
religiosa, y sin duda, la más visible de todas, la moral, pues la corrupción se
exhibía sin el menor recato. Así en el marco de la prostitución explícita y
abundante; de la desordenada vida sexual y amorosa que hombres y mujeres
llevaban al margen del matrimonio, que para la época constituía un juego más; o
de la natalidad sin límites, cuestión que normalizaba el abandono de lactantes o el
simple aborto (Martín, 1989, 31); se expresaba la gran moda de la época, el amor
griego, la homosexualidad.

De esta manera, llama la atención la normalización de la inversión y el que la


gente culta, como Virgilio, Lucrecio, Horacio, Cátulo, Luciano u Ovidio, canten sin
vergüenza alguna a dicha práctica. De esta manera, Donato, el primer biógrafo de
Virgilio, nos cuenta que, “es fama que su deseo amoroso fue inclinado a los
mancebos”. Ahora bien, en cuanto a sus escritos, el mismo Virgilio nos cuenta
sobre un pastor, Corydón que amaba al joven y hermoso Alexis. Éste era la
‘delicias domini’ es decir, la ‘delicia de su señor’. No obstante, Corydón no tenía
posibilidad de ser correspondido y así lanzaba al viento sus amantes quejas: “¡Oh
cruel Alexis!, ¿por qué no oyes mis cantos? ¿No te apiadas de mí? Me obligas así
a morir” (De la Maza, 1985, 102). Horacio canta, “Estoy herido por la dura flecha
del amor, por Licisco, que aventaja en ternura a cualquier mujer” (Martin, 1989,
31). Por su parte, Cátulo, en sus odas, expresa que en la antigüedad los amigos
se besaban sin escrúpulos, así, cuando vuelve su amigo Venario de España, no
duda en decirle en hermosos versos que ya puede abrazarlo y besarlo: “Y
atándome a tu cuello otra vez puedo besar tus ojos y besar tus labios” (De la
Maza, 1985, 110). Este libertinaje, aceptado y visto casi con complacencia en el
hombre, no era tolerado para la mujer soltera. No obstante, ello no quiere decir
que la homosexualidad femenina estuvo ausente. Luciano nos relata que en
Lesbos “hay mujeres […] de aspecto viril, que no quieren hacerlo con hombres y,
en cambio, tienen trato con mujeres como si fueran hombres” (Martos, 6).

En definitiva, la época estaba inundada de corrupción moral, lo que no implicaba


que ciertas conciencias se rebelaran contra los excesos del día. Tito Livio
señalaba que “Hemos llegado a un punto en el que ya no podemos soportar ni
nuestros vicios ni los remedios que de ellos nos curarían”. De ahí, que sea
comprensible el vacío espiritual y moral de Roma, que una religión con altas
normas morales y el poder de alcanzarlas, estaba llamada a ocupar (Latourette,
1979, 53). El niño milagroso de Virgilio fue Jesús, la espera terminó y su acto
redentor llenó el vacío moral y religioso, no solo de los hombres y mujeres de ayer,
sino que lo sigue haciendo y lo hará.

Por último, hay que señalar que conocer el contexto del mundo en que vivió Jesús,
nos permite alcanzar una comprensión de la manifestación del propósito que Dios
le ha dado al devenir, así como relevar cada acto y palabra de Jesús y de su
Iglesia, pues no hay que olvidar que nuestra fe, también es una fe histórica, que
está situada en el tiempo y el espacio, en un determinado tiempo y espacio, de
ahí, que todo el contexto interese y nos permita evitar los anacronismos que
vulneran la verdad de su Palabra.
Bibliografía

De la Maza, Francisco (1985). La Erótica Homosexual en Grecia y Roma. Editorial


Oasis: México

Latourette, K. (1979). Historia del Cristianismo. Casa Bautista de Publicaciones: El


Paso, Tex.

Lortz, Joseph (1982). Historia de la Iglesia en la Perspectiva de la Historia del


Pensamiento. Tomo I Antigüedad y Edad Media. Ediciones Cristiandad: Madrid.

Martin Descalzo, José Luis (1989). Vida y Misterio de Jesús de Nazaret. Ediciones
Sígueme: España.

Martos Montiel, Juan Francisco. Homosexualidad Femenina en Grecia y Roma

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