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ELIZABETH BISHOP EN BRASIL, ensayo de WILLIAM BOYD

Apartamento 1011, 5 Rua Antonio Vieira, Leme, Rio de Janeiro —esa fue la primera dirección de
Bishop en Brasil. Hace algunas semanas me detuve sobre el ondulante mosaico negro y blanco de la
playa de Copabana, mirando el edificio de 1940 en la acera contraria. El piso once, el apartamento en la
esquina del ático. Intenté imaginarme a Bishop viendo aquella vista. No ha cambiado mucho las cosas en
Leme (aparte del raro rascacielos): la mayor parte de los bloques de apartamentos frente al océano son
de los años 40 y 50. El edificio de Bishop está al este, al final de la playa. Al oeste, a pocas manzanas de
distancia, está el famoso Copacabana Palace Hotel. Detrás del apartamento podía ver las chabolas
amontonadas verticalmente de la favela Chapéu Mangueira en la colina Babilônia. Desde el apartamento
de Bishop podía verse tanto la playa de Copacabana, con sus niños jugando al futbol y sus tenderetes de
cocos, como, detrás suyo, la favela sin ley con su enjambre de pobres. Escribió una balada titulada “El
ladrón de Babilonia” sobre un joven al que vio cómo la policía perseguida a través de las dolidas callejas
de la favela.
Bishop vino a Brasil en 1951. Tenía 40 años y había publicado un libro de poesía, North and South, que
había establecido su reputación dentro de ese pequeño estanque que era el mundo de la poesía
norteamericana. Había vivido algunos años en Key West, Florida, pero, frustrada artística y
emocionalmente, había regresado a Nueva York. Infeliz, decidió que su salvación era viajar. Su objetivo
era bastante vago —“viajar alrededor del mundo”— así que reservó una cabina en un carguero llamado
SS Bowplate y se dirigió al Sur. El navío ancló primero en Santos, cerca de São Paulo (celebrado en su
poema “Llegada a Santos”). Conocía a algunas personas en Brasil, una antigua bailarina de ballet
llamada Mary Morse y a su amante, Lota Soares. Fue en el apartamento de Lota, en Leme, donde se
quedó inicialmente Bishop. Quédate tanto tiempo como quieras, le dijo Lota.
Carlota Costallat de Macedo Soares era un año mayor que Bishop. Era una pequeña y dinámica
intelectual, con gafas, una arquitecto autodidacta, una lesbiana inocente que hablaba fluidamente el
francés y algo menos fluidamente, aunque con igual locuacidad, el inglés. Aunque se encontraba en
medio de una relación con Morse cuando conoció a Bishop, la atracción entre Lota, como le decían, y
Bishop fue casi inmediata. Bishop era una mujer pequeña, regordeta, de cara redonda y un cabello
aspero, desordenado, canoso. Era tímida. Como Lota, tendía a llevar las mismas ropas siempre, casi una
especie de uniforme que declaraba discretamente su sexualidad: camisa de hombre y pantalones largos.
Drink (Beber). La bebida era el problema secreto de Bishop. Toda su vida fue una alcohólica de la
variedad exagerada. Podía pasar meses sin un trago y después beber hasta perder el sentido. No le
preocupaba lo que bebía mientras le trajera el olvido. En un atracón, habiendo agotado todo el alcohol de
la casa, bebió agua de colonia y otros perfumes. Era también propensa a las alergias y sufría gravemente
de asma. Estuvo varios años en terapia con un psiquiatra de confianza. Fumaba mientras trabajaba —
nunca más de veinte al día, decía.
El Estatus de Elisabeth Bishop como una de las grandes poetas norteamericanas del siglo XX está
basado en la más pequeña de todas las obras. Publicó en vida alrededor de 70 poemas en cuatro
volúmenes muy delgados. Murió en 1979, consciente de que su reputación estaba creciendo con
seguridad, eclipsando la de su amigo cercano y colega poeta Robert Lowell. A partir de su muerte y tras
la publicación de dos soberbios volúmenes de correspondencia, One Art y Words in Air (las cartas entre
ella y Lowell) esa reputación ha crecido con mayor certeza. En el selecto panteón de los poetas
anglosajones del siglo XX, Bishop figura junto a T.S. Eliot, W.B. Yeats, Wallace Stevens y W.H.
Auden. Escribir y completar sus poemas a menudo le tomaba años, y su perfección formal y la simple,
limpia certeza de su lenguaje siempre han despertado la admiración de otros poetas. John Ashbery la
llamó “la escritora de los grandes escritores.”
Flamengo Park solía ser un descampado en Rio de Janeiro. Se encuentra en el extremo norte de
Botafogo Bay, opuesta al famoso Pan de Azúcar. Durante un periodo —1960-66— fue concebido como
un gran parque público, diseñado, trazado, cultivado y supervisado por Lota como parte de un programa
cívico de reconstrucción financiado por el gobierno regional. Andando hoy a través del maduro parque
actual puedes percibir la clarividente naturaleza del diseño de Lota. Flamengo Park funciona. Todo,
desde el jardincillo infantil a los campos de fútbol, desde las altas lámparas (levantadas a una gran altura
para dar el efecto de la luz lunar) hasta los paseos bordeados por árboles exóticos —todo refleja su
apasionada energía y su capacidad para tomar decisiones. La obsesiva dedicación de Lota al diseño y la
construcción del Flamingo Park acabó con su relación con Bishop. Flamengo Park la consumió y
enfermó —y Bishop llegó a odiar el lugar.
Chirriando esforzadamente colina arriba, la Rua Djanira, con el olor del embrague quemándose, nuestro
coche llegó hasta la puerta de la otra casa de Lota y Bishop, Fazenda Samambaia, en las colinas cercanas
a Petrópolis, hoy a apenas una hora del norte de Rio, pero un viaje peligroso de tres horas en los años
cincuenta. Al salir del coche y tras mirar alrededor, vi inmediatamente qué extraordinario proyecto era
para que Lota lo soñase: diseñar y construir una casa modernista de cristal y acero en lo alto de una
colina distante, aislada, con un prominente acantilado detrás. Debió parecerle una locura a su colega
arquitecto, Sérgio Bernardes, pero Lota no se dejó amedrentar. La casa se acabó en 1952, y ella y Bishop
se mudaron. Encima se alza el acantilado que Bishop describió en “Canción para la temporada de
lluvias”: “Sin agua / la gran roca mira fijamente / sin magnetismo, desnuda”. El camino hasta la casa
ahora está pavimentado, pero era una ruta de tierra cuando Lota escogió el lugar. Bishop se horrorizaría
de lo que ha pasado con la Fazenda Samambaia desde que vino a vivir aquí y se enamoró del lugar.
Ahora es un barrio de residencias veraniegas increíblemente caras, propiedad de la plutocracía de Rio.
Comunidades cerradas y campos de tenis, guardas uniformados y alambre de espino. Pero aún puedes
hacerte una clara idea de su magnífico aislamiento, de lo que pudo haber sido en los cincuenta; las
montañas cubiertas de bosques, rodeadas de niebla, siguen ofreciendo una vista increíble: “Las montañas
parecen los cascos de barcos boca abajo,/ cubiertos de fango y percebes.”
La Felicidad le llegó a Bishop en Brasil —o más bien ella encontró la felicidad en su extraña y nueva
vida con Lota. Samanbaia se convirtió en su auténtico hogar. Nunca le gustó Rio: demasiado ruidoso,
demasiado caliente, demasiada gente. Lota le construyó un pequeño estudio en el jardín, y Bishop
escribió la mayor parte de sus grandes poemas allí, durante los quince años que vivió con Lota. Pronto se
vio absorbida por la pequeña comunidad de sirvientes y sus familias y por los aparceros y granjeros que
estaban alrededor de la casa; se acostumbró felizmente a la increíble fecundidad de la selva tropical y las
necesidades improvisadas de la vida en medio de un país tercermundista, lleno de problemas.
Influencias. A Lota le dio el trabajo de supervisar el diseño del Parque do Flamengo su amigo cercano,
el carismático gobernador del Estado de Rio de Janeiro, Carlos Lacerda. Era muy claramente un acto de
nepotismo político. Lota no estaba cualificada, no tenía experiencia —y era una mujer. Y una mujer gay,
como la describiríamos ahora. El hecho de que se le ofreciera el trabajo, lo aceptase y viviese
satisfactoria y abiertamente su vida de lesbiana dice mucho de la relajada actitud social del Rio de los
años sesenta. Es casi imposible imaginar un trabajo tan importante, de un sector público tan prestigioso,
entregado a alguien como Lota en cualquier otra parte del mundo en aquel momento, por no hablar de
cualquier otra parte en Brasil. Dicho eso, resultó ser algo así como un cáliz envenenado. El
nombramiento de Lota fue resentido casi de inmediato; sus maneras patricias irritaron a los empleados
públicos con los que trabajaba; y su negativa al compromiso comenzó a provocar roces con los
empleados de la Superintendencia de Urbanización y Sanidad. A medida que el parque comenzó a
devorar más y más espacio de su vida, Lota se encontró en la línea de fuego. Sólo el apoyo de Lacerda la
mantuvo al frente, incluso cuando el principal diseñador de los jardines la atacó públicamente
calificándola de egomaníaca y una zona de desastre en todos los aspectos. Cuando Lacerda cayó en
desgracia en uno de los frecuentes cambios políticos de Brasil (temió por su vida y se escondió durante
un tempo en Samambaia), el poder de Lota también se desvaneció. Amargada y enferma como resultado
de la tensión y las peleas internas que rodearon la construcción del parque, intento protegerlo
estableciendo una fundación que lo administrase e impidiese que se convirtiera en un juguete político.
Fracasó. Aún así, Parque do Flamengo aún está ahí, y el hecho es que eso lo convierte en su memorial
secreto —ya que en ninguna parte es reconocida como la principal impulsora de su existencia. Ni una
placa, ni el más mínimo recordatorio. La mayor parte de los ciudadanos contemporáneos de Rio piensan
que fue creado por el diseñador que ella contrató, y que reaccionó violentamente contra ella, Roberto
Burle Marx.
Los coches deportivos Jaguar eran los vehículos predilectos de Lota, incluso en las rutas cubiertas de
barro de Samambaia. Durante un tiempo también condujo un MR roadster negro —Bishop pagó por él
con el cheque de 1200 dólares que le mandó el New Yorker por una historia corta. Esas declaraciones
automotoras eran parte del carácter de Lota y de lo exagerado de su personalidad. Ella y Bishop estaban
increíblemente próximas y sin embargo, temperamentalmente eran opuestas. La gregaria y la reclusa; la
dínamo y la que lo dejaba todo para mañana; la comprometida y la políticamente inocente; la voluble y
la lacónica; el conejo y la tortuga. A Bishop le gustaban los coches deportivos pero prefería que los
condujeran a treinta millas por hora.
Klee, Schwitters y Vuillard eran los pintores favoritos de Bishop. Artistas “modestos” los llamaba —y
creo que que en sus obras de pequeña escala pero vibrantemente hermosas puede verse algo de lo que
Bishop trataba de conseguir con su poesía. Esos eran sus valores, así que le escribió a Lowell acerca de
cómo se enfrentaba al mundo: “modestia, cuidado, espacio, una especie de desamparo pero al mismo
tiempo determinación.”
Lesbiana no era una palabra que le gustase particularmente a Bishop pero ella ya era consciente de la
dirección que su sexualidad estaba tomando cuando estuvo en Vassar en los años treinta. Su primera
relación seria con otra mujer tuvo lugar mientras aún estaba en su veintena. Tuvo muchos affaires
(incluyendo uno durante los años que vivió en Key West) antes de conocer a Lota. Lota fue el amor de
su vida pero, incluso durante esos años juntas, los afectos de Bishop podían correr libremente. La poeta
Anne Stevenson conoció a Bishop en los sesentas y escribió: “Siempre tímida y, de una forma digna,
modesta, a Elizabeth le gustó que me tomase tanto interés en su poesía, no en su vida… El arte, para
ella, era cristalino, una posibilidad para la pureza. Por eso no lo mancillaba con excrecencias de su
propia vida.”
El misterio rodea la identidad de la joven que Bishop encontró en Seattle cuando fue a aceptar el cargo
de escritora residente en la Universidad de Washington en 1966. Se le dan varios seudónimos en los
recuentos biográficos de la vida de Bishop: “Suzanne Bowen”, “Adrienne Collins” e incluso “XY”.
Bishop estaba a mediados de los cincuenta cuando conoció a Suzanne Bowen, que tenía poco más de
veinte y era la esposa embarazada de un pintor de Seattle. Bishop estaba bebiendo, se sentía miserable
por estar lejos de Brazil y de Lota y en consecuencia era más inútil que de costumbre. Suzanne se ocupo
de ello: le encontró un apartamento, le hizo compañía. Se volvieron amantes. Incluso cuando Suzanne
dio a luz a su hijo (un niño), nada cambió en esta curiosa pareja. Cuando Bishop regresó a Brasil, Lota
descubrió pruebas del affair en una carta que abrió por error. Su relación con Bishop nunca se recuperó.
Nadie debe juzgar a partir de las apariencias. Este viejo adagio se aplica adecuadamente a Bishop. Había
algo en ella —las fotos no nos lo prueban— que la hacía intensamente atractiva para la gente. Incluso
Lowell consideró pedirle que se casase con él. Sus diversas relaciones continuaron hasta que pasó de la
edad madura. La gente —las mujeres— quería cuidarla, quería estar con ella, ayudarla, preocuparse por
ella. Se ha dicho que esto era por su genio poético, pero no me trago esa explicación. Bishop tenía un
atractivo que era, yo diría, extra poético. La rápida dedicación de Lota es uno de los mejores ejemplos.
Lota conocía a muchos artistas famosos —una poeta menor americana (lo que era Bishop cuando se
encontró con ella por primera vez) no suponía ningún tipo de éxito sexual, una cabellera que reclamar.
Lota decidió cambiar su vida cuando se encontró con Bishop, y no le fue fácil los problemas de Bishop
con la bebida y sus otros problemas de salud. El atractivo de Bishop era algo que tenía que ver
intrínsecamente con Bishop, no con la poesía.
Ouro Preto es una vieja ciudad colonial barroca en la provincia estado de Minas Gerais, en Brasil. Fue
allí donde se encontraron y explotaron las minas de oro brasileñas en los siglos XVII y XVIII y Ouro
Preto se benefició de la vasta riqueza de la mena —de ahí el nombre. Bishop viajó mucho por Brasil —
incluyendo la Amazonia y otros remotos lugares— y estaba más viajada que Lota. Cuando el affaire con
Lota comenzó a hacer aguas, Bishop vió en Ouro Preto otra Samambaia. Compró allí una casa semi
derruida y se embarcó en un enloquecedor, frustrante intento de restaurarla. Lota la visitó —y no vio el
atractivo de la ciudad, o de la casa desbaratada que Bishop había comprado. Se convirtió en un símbolo
del cisma que crecía entre ambas. Mientras la casa era restaurada, Bishop se quedó en un hotelito del
otro lado de la calle, dirigido por una viuda danesa llamada Lilli Correia de Araújo. Tuvieron un corto
pero intento affair.
Petrópolis es un lugar extraordinario, incluso hoy. Creado por Pedro II, Emperador de Brasil, en el siglo
XIX, era el retiro veraniego de la familia real reinante y en consecuencia del gobierno. Se encuentra en
las montañas boscosas detras de Rio, de forma que incluso en pleno verano la temperatura es soportable.
Merece la pena tener en cuenta este hecho: Samambaia estaba quizás a media hora de camino de
Petrópolis. Bishop no estaba realmente perdida en el bosque. La ciudad era un modelo ruritano de retiro
imperial, lleno de palacetes y villas, canales y boulevares, bonitas tiendas y teatros, cafés y restaurantes.
Todo Rio se escapaba allí en los meses calientes de enero, febrero y marzo. Hoy retiene aún su
desvanecido encanto retro: un anacronismo decimonónico en medio de la economía creciente del Brasil
del siglo XXI. No importa lo lejos que Bishop pensase que estaba en su casa de lo alto de la colina,
nunca estuvo perdida, nunca fue la dura pionera. Todo era bastante chic.
“Questions of Travel” es uno de los raros poemas de Bishop que pueden interpretarse fácilmente como
autobiográficos. Situado claramente en la casa en Samambaia, analiza la decisión de Bishop de
abandonar Estados Unidos y buscar su destino, cualquiera que pueda ser, en otra parte. “¿Debería
haberme quedado en casa y pensar sobre esto?”, pregunta la poeta. “¿Debemos soñar nuestros sueños / y
también tenerlos?” Y entonces, en las últimas líneas, plantea otra pregunta: “¿Debería haberme quedado
en casa / pasara lo que pasase?” La respuesta que se supone debemos inferir es, creo yo, un “no” lleno de
confianza. Bishop —nacida de Worcester, Massachussetts, una nativa pura de Nueva Inglaterra— fue
creada por su vida en Brasil. Brasil se convirtió en su hogar —por excéntrico, irritante, cautivador,
aterrorizador, exótico y asombroso que pueda parecer, dependiendo de la ocasión. Cuando finalmente lo
abandonó en 1971, por última vez, el periodo más feliz de su vida concluyó.
Robert Lowell, querido amigo, colega poeta, patrocinador, aliado, casi amante, es la piedra de toque
poética en la vida de Bishop. Las gráficas de su cercana amistad son muy reveladoras: al comienzo
Lowell es la estrella indisputada de la poesía norteamericana —joven, guapo, patricio, dinámico,
educado, buscado— y Bishop el ratón del campo. Lenta pero seguramente a lo largo de los largos, a
menudo difíciles años de su amistad, el balance cambió. El talento de Lowell pareció abandonarlo a
medida que Bishop se volvía más segura. Como poeta, Lowell se volvió verboso e indisciplinado;
Bishop creó sus poemas perfectos uno a uno. Lowell vino a Rio a visitarla en 1962 y todo pareció ir
bien, aunque cuando él se mudó a Buenos Aires tuvo un ataque de nervios épico. En su correspondencia
puede verse el cambio cuando Bishop, su tímida discípulo, se convierte en el nuevo maestro, y el joven,
confiado maestro, siente desvanecerse sus poderes. El ejemplo poético de Bishop era algo con lo que
Lowell no podía vivir. Su amistad casi concluyó cuando él recicló cartas personales de su ex esposa
Elizabeth Hardwick en un volumen de poemas (The Dolphin). Lowell alteró las cartas de Hardwick
como le convino. La condena de Bishop fue tajante e indignada: era una violación de todas las leyes no
escritas de la poesía y la dignidad personal. “¿Acaso no estás violando una confianza?” le reprochó. “El
arte no vale tanto,” proseguía. “No es ‘gentil’ emplear así cartas personales, trágicas, angustiadas —es
cruel.” De alguna manera su amistad se recuperó, pero el equilibrio nunca se restableció por completo.
El poder estaba ahora completamente del lado de Bishop. Su poema elegíaco escrito a la muerte de
Lowell, en 1977, es devastadoramente acertado. “No puedes alterar o arreglar, / tus poemas de nuevo… /
Las palabras no volverán a cambiar. Triste amigo, no puedes cambiar.”
Suicidio es el veredicto usual acerca de la muerte de Lota —aunque su familia lo negó, y sigue
haciéndolo. Ella y Bishop se habían separado. Flamengo Park, el affaire con “Suzanne Bowen”, la mala
salud, la progresiva disfunción de su vida compartida habían llevado a una separación temporal. Bishop
abandonó Brasil y se mudó a Nueva York, buscando un puesto de profesora universitaria para
mantenerse por sí misma. Lota, incómoda, infeliz, nerviosa y humillada por el fiasco en curso que era la
administración de Flamingo Park, se instaló con Bishop en el apartamento de un amigo para ver si
podían arreglar las cosas. La primera noche, después de irse a la cama tras una comida amable, amistosa,
cayó en un coma. Bishop la encontró por la mañana y murió en un hospital algunos días después.
Tragedia es una palabra que casi parece demasiado blanda para describir la muerte de Lota y sus
consecuencias para Bishop. Reproches, culpabilidad, incomprensión, completo trauma emocional,
colapso personal, todo llegó junto. Bishop regresó a Brasil pero fue recibida con abierta hostilidad por la
familia y amigos de Lota. De alguna manera era vista como responsable de la muerte de Lota, por
injusto que fuera ese juicio. Incluso Ouro Preto y la querida, problemática, casa había perdido su encanto
familiar. Todo parecía ir mal. Bishop pidió ayuda a Suzanne Bowen y esta voló a Brasil para arreglar los
asuntos (como podemos imaginar, esto no le pareció bien a la familia de Lota). Entonces Suzanne tuvo
una crisis y tuvo que ser a su vez hospitalizada. La partida eventual de Bishop del lugar que había amado
y la había hecho una poeta, fue complicada, vergonzosa y amarga. Después de 1971 nunca volvió a pisar
el país de nuevo.
Comprender a Elizabeth Bishop es algo así como intentar comprender sus poemas. A primera vista
parecen descripciones directas pero lecturas posteriores revelan nuevas profundidades, matices más
potentes. Lo mismo pasa con Bishop —la pequeña institutriz tuvo una vida de complejidades profundas
emocional e intelectualmente. Una vez escribió a Lowell: “Mi pasión por la precisión puede chocarte
como algo propio de una solterona; pero dado que flotamos en un mar desconocido creo que debemos
examinar con mucho cuidado las otras cosas flotantes que vienen en nuestra dirección; ¿quién sabe lo
que dependa de ello?”.
Valium es la medicina que causó la sobredosis de Lota. Aunque estaba en coma cuando la llevaron al
hospital, se creyó que sobreviviría: poca gente muere de una sobredosis de valium. Pero ella nunca se
recuperó. Bishop escribió a sus amigos: “Era una mujer maravillosa, extraordinaria y lamento que no la
conociesen mejor. He tenido con ella los doce o trece mejores años de mi vida, antes de que enfermase
—y supongo que eso es mucho en un mundo inmisericorde.”
William Thomas Bishop, el padre de Elizabeth, murió cuando ella tenía ocho meses. Su madre, Gertrud,
nunca se recuperó de la perdida y permaneció hospitalizada durante el resto de su vida. La última vez
que Bishop vio a su madre fue en 1916, cuando tenía cinco años. Su madre murió en un hospital
psiquiátrico veinte años después. Bishop quedó a todos los efectos huérfana a una edad muy temprana.
Una vez le dijo a Lowell: “Cuando escribas mi epitáfio, deberás decir que fui la persona más solitaria
que ha vivido jamás.”
“X” podría marcar el punto —pintado con espray sobre el asfalto cuarteado y manchado de aceite—
durante la investigación de un equipo de accidentes que intentase comprender por qué un Honda Accord
se metió torpemente por el lado equivocado en una carretera de dos carriles. Mi conductor estaba
intentando buscar el camino de vuelta a Rio desde los serpenteantes callejones que rodean la residencia
Samambaia de Bishop. Inocentemente giró a la derecha en una calle de una sola dirección (después
vimos que la señal de “no entrar” era del tamaño de un posavasos). El primer coche que nos cruzamos se
las arregló para apartarse del camino. Otro coche se detuvo, informándonos que estábamos en una calle
de dirección única. Mientras los conductores conferenciaban, un bus pasó atronador, haciendo sonar el
claxón. Urgí a mi conductor que diera marcha atrás, rápidamente. Lo hicimos y encontramos una parada
de autobuses donde dar la vuelta. La sorpresa llegó con retraso cuando consideré por que poco habíamos
evitado un accidente mortal. Bishop siempre tuvo miedo de aquellos viajes de vuelta a Rio. Lota era una
conductora arriesgada, descuidada —Bishop siempre temió que encontraría la muerte en el camino de
Samambaia a Rio.
Los famosos versos de Yeats [en The Circus Animal’s Desertion”] “Debo yacer donde comienzan todas
las escaleras / En la sucia y andrajosa tienda del corazón” tenían un significado particular para Bishop.
Le gustaba citarlos.
Zona Sul es el nombre oficial del distrito de Rio donde se encontraba el apartamento de Lota en Leme.
Zona Sur. En el testamento de Lola, Bishop recibió el apartamento que tan poco le gustaba. El amado
Samambaia fue legado a Mary Morse. Y así Bishop se encontró a sí misma, en 1967, como la propietaria
del apartamento en que se había quedado inicialmente en 1951, durante lo que se suponía sería tan sólo
una visita de dos semanas a Brasil, antes de ir a Buenos Aires. Vendió el apartamento lo más rápido
posible. Después de sus años brasileños, aceptó un puesto de profesora en Harvard en los años setenta.
Bishop nunca fue realmente feliz enseñando poesía, pero ello le proporcionó unos ingresos mientras
crecía su fama de poeta. Murió en Boston, de un aneurisma cerebral, el 6 de octubre de 1979.

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