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Mt 13,18-23.

Vosotros, pues, escuchad la parábola del sembrador.


“Sucede a todo el que oye la Palabra del Reino y no la comprende, que viene el Maligno y arrebata
lo sembrado en su corazón: éste es el que fue sembrado a lo largo del camino. El que fue
sembrado en pedregal, es el que oye la Palabra, y al punto la recibe con alegría; pero no tiene raíz
en sí mismo, sino que es inconstante y, cuando se presenta una tribulación o persecución por
causa de la Palabra, sucumba enseguida. El que fue sembrado entre los abrojos, es el que oye la
Palabra, pero los preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas ahogan la Palabra, y
queda sin fruto. Pero el que fue sembrado en tierra buena, es el que oye la Palabra y la
comprende: éste sí que da fruto y produce, uno ciento, otro sesenta, otro treinta.»

“María la tierra buena donde germina el Reino"

La palabra de Dios a lo largo de la historia de la salvación ha llegado a los hombres y ha sido


frecuentemente despreciada, incluso por “la niña de sus ojos”, por Israel su pueblo, que de corazón
duro según lo relatan las escrituras ha dudado de su poder en los momentos más decisivos en los
que Él lo ha tenido en sus manos.

Escogida de entre el pueblo de Dios, y llamada bienaventurada, María es el modelo perfecto de la


tierra buena que nos habla el evangelio, porque permite que la semilla germine y de un fruto
abundante, un fruto superior al de los profetas, al consentir concebir a Jesucristo, fruto de su
vientre e hijo de Dios Padre, para que provenga la salvación para todos aquellos que se
encuentran perdidos y privados del reino de Dios a causa del pecado.

Como modelo de oración, María es el arca de la nueva alianza que conserva los tesoros divinos en
su inmaculado corazón, pues de haber sido pedregal para el sembrador, no hubiese aceptado la
propuesta del Señor al conocer las graves consecuencias que podría traer esta decisión, sino que
confiada en su palabra, no duda ni un instante en dar su “fiat” su sí, su asentimiento para que el
reino de Dios venga a ella y sea manifestado al mundo.

Nuestro llamado es a ser como María, tierra buena donde germina el reino, un reino que da frutos
abundantes al permitir que la palabra de Dios llegue a los otros, no sólo de voz, sino también de
obras, pues la mejor evangelización, más que la que se escucha, es aquella que se ve, es aquella
que se fundamente en una fe sólida, que no se compara con la semilla sembrada a lo largo del
camino porque no permite la tibieza espiritual, sino que expande a los demás el reino para que
muchos otros crean y se conviertan, pues seríamos un pedregal si la palabra viniera a nosotros y
no la diéramos a conocer, por ello María tampoco se contenta con ello y busca llevar a los demás
la buena nueva, mostrando su intercesión como en las Bodas de Caná, enseñándonos a “Hacer lo
que el os diga” (Juan 2,5) y dando claro ejemplo de una permanencia en Dios hasta las últimas
consecuencias, hasta darlo todo, como ella, al acompañar a su propio hijo en el camino de la cruz
y verlo morir en el madero, pues por su fe ella sabía que su esperanza no culminaría ahí, ya que va
mucho más allá, porque para todo el que cree en Dios y tiene su fe puesta en Él, cumplir su
voluntad no es una carga sino la mayor de sus delicias, pues como María se alegra en Dios el
Salvador.

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