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UNIVERSIDAD TECNOLÓGICA DE

HONDURAS

Carrera:

Gerencia De Negocios

Alumno:

Noel Enrique Rivera Oliver

Catedrática:

Mps. Karla Sanabria.

Asignatura:

Estrategias Fiscales

No. De Cuenta:

201510050061

Fecha de entrega:

13 De Febrero de 2018
El impacto de la globalización en la ética mundial

Ética
Antes de hablar de ética y globalización tenemos que definir que es ética y se
define de la siguiente manera:
La ética es una rama de la filosofía que se ocupa del estudio racional de la moral,
la virtud, el deber, la felicidad y el buen vivir.
Requiere la reflexión y la argumentación. El estudio de la ética se remonta a los
orígenes mismos de la filosofía en la Antigua Grecia, y su desarrollo histórico ha
sido amplio y variado.
La ética estudia qué es lo moral, cómo se justifica racionalmente un sistema moral,
y cómo se ha de aplicar posteriormente a nivel individual y a nivel social. En la
vida cotidiana constituye una reflexión sobre el hecho moral, busca las razones
que justifican la adopción de un sistema moral u otro.
Una doctrina ética elabora y verifica afirmaciones o juicios determinados. Una
sentencia ética, juicio moral o declaración normativa es una afirmación que
contendrá términos tales como "bueno", "malo", "correcto", "incorrecto",
"obligatorio", "permitido", etc., referidos a una acción, una decisión o incluso
también las intenciones de quien actúa o decide algo. Cuando se emplean
sentencias éticas se está valorando moralmente a personas, situaciones, cosas o
acciones. Se establecen juicios morales cuando, por ejemplo, se dice: "Ese
hombre es malo", "no se debe matar", etc. En estas declaraciones aparecen los
términos "malo", "no se debe", etc., que implican valoraciones de tipo moral.

Globalización

'Globalización' significa que todos dependemos unos de otros. Las distancias


importan poco ahora. Lo que suceda en un lugar puede tener consecuencias
mundiales. Gracias a los recursos, instrumentos técnicos y conocimientos que
hemos adquirido, nuestras acciones abarcan enormes distancias en el espacio y
en el tiempo.

Por muy limitadas localmente que sean nuestras intenciones, erraríamos si no


tuviéramos en cuenta los factores globales, pues pueden decidir el éxito o el
fracaso de nuestras acciones.
Lo que hacemos (o nos abstenemos de hacer) puede influir en las condiciones de
vida (o de muerte) de gente que vive en lugares que nunca visitaremos y de
generaciones que no conoceremos jamás.

Seamos conscientes o no, éstas son las condiciones bajo las que hacemos hoy
nuestra historia común. Aunque buena parte (y muy posiblemente toda o casi
toda) la historia que se va tejiendo dependa de decisiones humanas, las
condiciones bajo las que se toman estas decisiones escapan a nuestro control.

Una vez derribados la mayoría de los límites que antes confinaban nuestra
potencial acción a un territorio que podíamos inspeccionar, supervisar y controlar,
hemos dejado de poder protegernos, tanto a nosotros como a los que sufren las
consecuencias de nuestras acciones, de esta red mundial de interdependencias.

No se puede hacer nada para dar marcha atrás a la globalización. Uno puede
estar 'a favor' o 'en contra' de esta nueva interdependencia mundial.
Pero sí hay muchas cosas que dependen de nuestro consentimiento o resistencia
a la equívoca forma que hasta la fecha ha adoptado la globalización.
Hace sólo medio siglo, Karl Jaspers podía aún separar limpiamente la 'culpa
moral' (el remordimiento que sentimos cuando hacemos daño a otros seres
humanos, bien por lo que hemos hecho o por lo que hemos dejado de hacer) de la
'culpa metafísica' (la culpa que sentimos cuando se hace daño a un ser humano,
aunque dicho daño no esté en absoluto relacionado con nuestra acción).
Esta distinción ha perdido su sentido con la globalización. La frase de John Done
'no preguntes nunca por quién doblan las campanas; están doblando por ti'
representa como nunca la solidaridad de nuestro destino, aunque todavía esté
lejos de ser equilibrada por la solidaridad de nuestros sentimientos y acciones.

Ética Empresarial

La Ética Empresarial, también denominada Ética de los Negocios, es un


interesante tema inherente a la Administración y al sector empresarial que viene
tomando fuerza, especialmente desde los años 80s, para unos en razón a las
numerosas situaciones de fraude y desconfianza generadas por reconocidas
empresas de orden internacional, mientras que para otros expertos, en razón a los
sobresaltos y crisis económicas que se han enfrentado en los últimos años desde
diversos países.
La ética empresarial no es un tema nuevo, y al respecto, se han venido haciendo
aportes desde la Antigüedad hasta nuestros días, influenciados por las
condiciones del momento histórico respectivo, y en especial, bajo momentos
epistémicos sucesivos. La diversidad de enfoques en el tema, han precipitado
partir de una concepción sobre la “ética”, la “empresa” y sobre la “ética
empresarial” para sustentar la postura aquí propuesta. Pero la pertinencia de una
ética empresarial se define en función de su contribución del fin último que
persigue como ética aplicada. Sin embargo, por ser ética aplicada, requiere
concretarse en el “mundo real”, para lo cual se encuentran tres caminos
complementarios a seguir en la gestión de la ética empresarial. En el desarrollo de
la reflexión y de cara a ciertas condiciones críticas que se han profundizado o
agudizado en los últimos años, se realiza una aproximación reflexiva ante algunos
desafíos que se le presentan a la ética empresarial. En el ejercicio reflexivo y a fin
de concretizar la gestión de la ética empresarial, se realiza una aproximación a
algunos componentes básicos de lo que debería ser dicha gestión en las
empresas.

La Ética Empresarial en la globalización.

Durante mucho tiempo, ética y empresa han sido conceptos que se han movido en
planos dela realidad distintos. La ética se ha vinculado con lo que cada uno cree
que está bien o mal. Otros la definían como un modo de ser, de estar y de actuar
ante la realidad circundante. O incluso, como el arte de hacer las cosas bien
desde todos los puntos de vista posibles. La empresa, por el contrario, se ha
concebido como un ente objetivo, siendo una institución ligada al beneficio, y por
tanto, que requiere de criterios económicos y no morales.

Hoy en día la situación ha evolucionado. Congresos, conferencias o medios de


comunicación se ocupan de nuevo de unir las palabras ética y empresa, en
concreto al hablar de la ética empresarial.
Alrededor de los años 50 del siglo XX, debido a la aparición de los modelos
teóricos que desembocaron en las primeras escuelas de dirección de empresas,
se produjo el primer encuentro entre la ciencia ética y las teorías de la dirección.
Es entonces cuando se comienza a concebir a la empresa como una comunidad
de personas. Se desarrollan las teorías de la responsabilidad social; se introducen
los criterios de justicia en el reparto del valor económico añadido.
En los años siguientes en los que la oferta de formación empresarial creció, con el
influjo de los modelos anglosajones de dirección que pasaron a dominar el mundo
occidental —y en consecuencia, España también—, pareció que la ética estaba
ausente, y el positivismo y el pragmatismo dejaban poco espacio a las teorías
humanistas. Se puede afirmar que hay un paréntesis en el desarrollo de la ética
empresarial en España y en el mundo occidental hasta los años setenta y ochenta
del siglo XX.
Es a partir de este momento cuando se comienza a experimentar un proceso
profundo y acelerado de cambios, sin precedentes en la historia de la humanidad.
Este cambio es voraz, complejo, turbulento e imprevisible, que llega de forma
avasalladora y alcanza todos los segmentos de la sociedad. Tales mutaciones
imprimen un dinamismo tecnológico y científico, y las consecuentes revisiones de
valores, de forma jamás vista que alcanzan en pleno nuestra vida cotidiana y el de
las organizaciones empresariales.
La concepción de las empresas ha cambiado mucho en los últimos años, lo que
ha llevado a considerar que tienen una seria responsabilidad moral para con la
sociedad, independientemente de las responsabilidades individuales de sus
miembros:
El papel de las organizaciones como núcleo básico de las sociedades pos-
capitalistas, que hace indispensable una ética de las organizaciones para devolver
la moral de la sociedad.
La toma de conciencia de que la ética constituye una exigencia impuesta por la
propia viabilidad del sistema económico en su conjunto. Si el comportamiento
inmoral se convierte en norma acaba con la confianza y la lealtad, provocando
importantes disfunciones en el mercado.

La existencia de una conciencia de la solidaridad (el mal que se hace siempre


perjudica a alguien) y una conciencia de la alteridad, que no lleva a no hacer a los
demás lo que no deseamos para nosotros.
El miedo a la mala imagen y a las sanciones legales, que pueden derivar para la
organización el descubrimiento de su falta de ética, etc.
No puede por tanto concebirse la actividad de las organizaciones al margen de la
ética o regida por unas reglas del juego diferentes que justifican actuaciones
inaceptables desde la perspectiva de la moral individual.

La economía de la globalización.

Los grandes rasgos que caracterizan a la economía global y mundializada en la


cual nos desenvolvemos hoy en día son los que se nombran a continuación:
La nueva situación económica se basa en el libre mercado de manera indiscutible.
El marco presente de la economía mundializada se centra en una dimensión
internacional y en la apertura de los mercados (de productos, de factores y
capitales), frente a posturas proteccionistas.
La globalización trae consigo un incremento de competitividad entre las empresas
para conseguir adaptarse a las nuevas situaciones. Esta adaptación consiste en
reducir todo tipo de costes, apostar por la innovación tecnológica, flexibilizar los
contratos de los trabajadores, etc. Un claro ejemplo de este aumento de la
competitividad aparece en la creciente ola de fusiones, adquisiciones y alianzas
estratégicas y, en caso contrario, en el esfuerzo en crecer diversificando o
invirtiendo en abrir nuevos mercados.
La velocidad a la que se da los cambios tecnológicos y organizativos no tiene
comparación a la de etapas pasadas. La microelectrónica, la biotecnología, los
nuevos materiales, las nuevas herramientas de gestión hacen que las empresas
teman el quedar anticuadas dado la rapidez a la que se producen los cambios.
Las economías industriales según entran en la dinámica de una competencia
mundializada cobran mayor importancia el sector servicios.
Son las grandes empresas y globalizadas las que más facilidades tienen para
integrarse en esta economía globalizada porque tales compañías son
organizaciones con una coordinación centralizada de redes alrededor del mundo.
En definitiva, la economía globalizada se va a centrar en el mercado y se
fundamenta en el sector privado, alcanza todo el mundo, más competitiva y
conoce cambios más rápidos, y son las grandes empresas multinacionales las
principales protagonistas ya que cuentan mayores posibilidades de operar en
dicho escenario.

Las dificultades de operar éticamente en un mundo GLOBAL.


La Responsabilidad Social Corporativa podrá ser un verdadero factor de cambio
en la medida que tanto empresas como sociedades la incorporen y exija
recíprocamente. Y ello tiene que ver con el nivel cultural y la conciencia adquirida
por las sociedades, muy distintas según los contextos sociopolíticos.
Hay ahí una clara interacción: no puede pretenderse un comportamiento ético de
la empresa si la sociedad que la rodea tiene bajos niveles éticos y, a su vez, una
cultura empresarial que haya integrado la ética en la gestión de todos sus
procesos será sin duda punto de referencia ético para la sociedad de que se trate.
Por eso la importancia de que en todas las sociedades se vivan procesos
democráticos y, por tanto, valores fundamentales para la ética en general y la
Responsabilidad Social Corporativa en particular.
Si queremos vivir en un mundo más humano es ineludible para la empresa el
trasladar sus códigos y estándares éticos a todos los lugares donde opera. Pero
ahí nos encontramos con el tema de qué hacer cuando en países en donde
desarrolla su actividad empresarial faltan legislaciones sociales o incluso se
vulneran claramente los Derechos Humanos. Evidentemente, lo deseable sería
que las empresas transnacionales ejercieran el papel de transmisoras de los
Derechos Humanos. Y que, por consiguiente, las empresas que aplican criterios
de responsabilidad social en sus países de origen deberían mantenerlos también,
en países con régimen autoritario y falto de libertades. Por otra parte, a pesar de
que las leyes y el sistema de un país puedan ser antidemocráticos e ilegales, las
políticas internas de una empresa deberían ser de respeto hacia los trabajadores y
grupos de interés, ofreciéndoles un buen ambiente de trabajo, buenas condiciones
laborales, salarios justos, formación, seguridad, etc.
Este fue el caso de la multinacional Shell en la España de los años 50, que tenía
incorporadas unas políticas sociales y laborales muy avanzadas en aquel contexto
(salarios más altos que la media en España, jornadas más cortas, semana inglesa,
y otra serie de ventajas como los desayunos a media mañana, café o té por la
tarde, revisiones médicas, ayuda de estudios, excursiones, ayuda en la compra de
vivienda, etc.). En definitiva, la Responsabilidad Social Corporativa tendría que ser
un parámetro de acción de las empresas en mercados globales, donde todas para
poder competir deberían respetar y cumplir ciertos estándares y normas globales.
Ante el problema de una globalización sin o con escasas reglas democráticas, no
cabe duda que se pone de manifiesto la imperiosa necesidad de avanzar hacia un
sistema de gobernabilidad mundial, que gestione la globalización de una forma
más humana y justa, evitando las grandes desigualdades que se producen y
haciendo llegar a todo el planeta la enorme riqueza generada. Y hablar de un
sistema de gobernabilidad mundial es hablar de la creación de organismos
transnacionales, organizados de forma democrática -y ahí se encuentra hoy por
hoy la mayor dificultad que sean capaces de hacer cumplir a todos los gobiernos
del mundo unos mínimos sociales y laborales y que corrijan las disfunciones de los
mercados globales. Este es el gran reto del s. XXI.

La ética empresarial no es una táctica sino una cultura.


La aparición de legislaciones favorables y habilitadoras ha dado un impulso nuevo
a la ética empresarial, que ha comenzado a practicarse, sobre todo, como modo
óptimo de gestión de riesgos. El gobierno de los EE.UU. ha sido el pionero en la
promulgación de estas leyes, aunque tanto por su fuerza política como por la
fuerza de sus multinacionales, las disposiciones jurídicas se han ido extendiendo a
los otros países del globo. Comoquiera que se interprete el fenómeno de la
globalización -imperialismo norteamericano o cumplimiento del sueño cosmopolita-
, subraya el hecho de que nuestros sistemas socioeconómicos, culturales y
políticos son cada vez más interdependientes. Los programas de ética corporativa,
en especial, los de empresas multinacionales, podrían tener una eficacia
extraordinaria -en ocasiones, incluso superior a las políticas estatales- para
efectuar mejoras en los distintos ámbitos de la vida en este mundo globalizado.
Después de estos últimos desarrollos en la ética empresarial, hasta podría llegar a
pensarse que se ha resuelto por fin el conflicto eterno entre los valores morales y
los beneficios económicos. Resulta que el tener un buen programa de ética
corporativa no sólo puede emplearse como una ventaja competitiva en el
mercado, como un reclamo publicitario convincente ante los consumidores y los
clientes, sino que asegura también -en la medida de lo posible- mejores
rendimientos financieros para la empresa. Entonces es cuando se plantea un
nuevo dilema. No habremos “desvirtuado” la ética, instrumentalizándola para
conseguir mayores beneficios económicos, no habremos trivializado la ética,
convirtiéndola en una vulgar táctica empresarial. Y nos habremos hecho pasar,
encima, como unos profesionales excelentes y unos ciudadanos corporativos
ejemplares.
No cabe una única respuesta, en principio válida para todos los empresarios y
todas las empresas, con respecto a estas dudas. Esta indeterminación se debe a
que las respuestas dependen de la intención con que cada agente de la empresa
realice su trabajo particular, dentro del esfuerzo común y coordinado de la
sociedad. Y dejando al margen la cuestión de sí podemos o no -y si podemos,
cómo- atribuir a una sociedad o empresa una “intención” y una “conciencia”
corporativas, está claro que en estos ámbitos nadie puede emitir un juicio certero
de ningún otro, excepto de sí mismo. Los demás no tenemos otra opción que
esperar que no nos engañen. A falta de un aparato físico que reconozca y mida
objetivamente la intencionalidad, buena o mala, de las acciones, hay que saber
confiar en los demás, aunque sin olvidarse tampoco por completo de la prudencia.

A pesar de este último riesgo que acabamos de apuntar -que las empresas en
realidad “nos engañen” con sus programas de ética corporativa-, seguimos con
buenos motivos para aplaudir el advenimiento de esta ética empresarial de
segunda generación. Las buenas obras, por fin, se incentivan y se premian,
mientras que las malas se castigan y se sancionan, con la misma moneda con que
tanto las primeras como las segundas se realizan: el dinero. Con el cuerpo de
leyes que han entrado en vigor, cuya adopción por los países se ha ido
generalizando, vamos cubriendo las condiciones mínimas de etnicidad legalmente
exigibles en la empresa.
Desde luego siempre se puede -a veces, hasta se debe- hacer más para mejorar
la calidad ética de las personas, las empresas, los distintos sectores de la
economía, los países y la sociedad globalizada.
Una vez hecha esta prevención abogaría, no obstante, en primer lugar, por un
mayor esfuerzo en cultivar la “integridad” o la “unidad armoniosa de virtudes” en el
carácter y en la vida de las personas que trabajan en la empresa. En segundo
lugar, prestaría atención a los distintos aspectos de la “ética profesional”, ligada al
tipo de trabajo -directivo u operativo, en el nivel o área funcional que sea- que
desempeñan las personas implicadas. Por último, trabajaría por alcanzar un alto
grado de coherencia, no sólo entre la “ética personal” y la “ética profesional”, sino
también entre estas dos y la “ética corporativa” de la organización entera. En esto
consistiría, idealmente, el programa de acción para una ética empresarial de
tercera y última generación. Porque para evitar que la ética se reduzca a una
inocua, hay que “institucionalizarla”. Eso significa proveerla tanto de normas e
incentivos como de patrones o modelos de conducta ejemplares; implica traducir
todos estos elementos en “estilos de buen hacer” o una “cultura empresarial”, en
definitiva.

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