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Uno de los elementos más perturbadores de esta historia es que rompe el arquetipo de
monstruo que comete actos inhumanos. Como señala el texto de Gross, en Jedwabne los
verdugos fueron unos polacos normales y corrientes. Eran hombres y mujeres de todas las
edades, y de las profesiones más diversas. Buenos ciudadanos. Y lo que vieron los judíos, para
mayor espanto y desconcierto, lo último que alcanzaron a ver, fueron solo rostros familiares.
Vieron a sus propios vecinos devenidos en asesinos voluntarios. Un ejemplo en donde la horda,
la furia de una masa resentida que por distintos motivos se contamina con las ideas de
diferencia y superioridad, elimina los límites y las responsabilidades individuales. Distintos
informes detallan que los habitantes de Jedwabne de la posguerra sabían perfectamente que
los judíos del pueblo habían sido asesinados por sus vecinos durante la guerra, y no por los
nazis.
La historia permaneció prácticamente oculta hasta la publicación de Gross (2001) y cobró una
mayor difusión gracias al estreno de la extraordinaria película polaca, “Poklosie”, (o “Secuelas”
2012). Escrita y dirigida por Wladyslaw Pasiloski, narra la historia de la matanza y recibió en
Polonia severas críticas, amenazas, y un verdadero boicot por parte de sectores nacionalistas
polacos que niegan lo ocurrido ahí, y en otros pueblos similares, ya que éste no fue el único
caso. Recomiendo leer el reportaje publicado en Páginai12, realizado por Luis Bruschtein, a la
filósofa y poeta Laura Klein, “Jedwabne, la vergüenza de los polacos”, ya que ella tuvo
familiares asesinados en ese pueblo. Así, también, el artículo de Ana Wajszczuk en el diario La
Nación, “La vecindad del mal”.
El escritor y maestro del terror Alberto Laiseca decía que los monstruos existen. No se refería,
por supuesto, a seres con colmillos, Quasimodos, u hombres-mosca, sino que hablaba más
bien del comportamiento de los seres ordinarios, de aquellos que habitan en tantos pueblos
lejanos y ciudades cercanas de este mundo, y que pareciera que solo están esperando a que
alguien se anime a dar la orden de ataque.