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Edgar Morín, Pierre Vida-Naquet y Fernando Urribarri. Adiós a Castoriadis.

Zona Erógena. Nº 37. 1998.

ADIOS A CASTORIADIS
EDGAR MORIN, PIERRE VIDA-NAQUET Y FERNANDO URRIBARRI

EDGAR MORIN
Castoriadis, un titán del espíritu*

Después de la guerra greco-turca de 1921, los griegos se habían


instalado en Asia Menor y los turcos que se habían instalado en
Macedonia desde hacía varios siglos tuvieron que dejar su tierra
natal, unos y otros sufriendo las primeras depuraciones étnicas de
este siglo. Así, la familia Castoriadis tuvo que dejar Estambul para ir
a Atenas poco después del nacimiento de Cornelius. La segunda
guerra mundial iba a orientar su destino.
El adolescente Castoriadis se une en Atenas, en 1944, al partido
trotskista, que sufría la represión gubernamental y la decisión del
comité central comunista de llevar a cabo su liquidación física.
Castoriadis se refugia en Francia en 1945 y, con Claude Lefort,
protagoniza una herejía radical en el seno de la herejía trotskista; la
URSS, ya no es considerada como un Estado obrero solamente
degenerado, sino como el Estado de una nueva opresión de clase,
pierde todo privilegio revolucionario. “Unión de Repúblicas Socialistas
Soviéticas”, URSS, cuatro letras, cuatro mentiras, escribe Castoriadis.
En 1948 funda, con Claude Lefort, el grupo Socialismo o Barbarie,
que, sin dejar de criticar al mundo capitalista, denuncia incansable-
mente “el presente de una ilusión”, lo que le vale el rechazo durable
de “la” izquierda oficial.
Nos habíamos encontrado para sostener la revolución húngara,
durante el tumultuoso año de 1956. Luego, cada uno a su modo, nos
encaminamos hacia una superación integradora de lo mejor de Marx
en una concepción más compleja. Como dice Castoriadis, la continua-
ción de Marx exige la destrucción del marxismo, transformado, en su
apogeo, en una ideología reaccionaria.
En este círculo llamado al comienzo Saint-Just, y luego más
modestamente Círculo de investigación y de reflexión social y política
(Cresp), es dónde se efectúa una gran re- elaboración, en Lefort y en

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Castoriadis, y donde uno y otro van a repensar, por vías diferentes, el


problema de la democracia.
La idea político- social de autogestión va a profundizarse en la
idea filosófica de autonomía, la que conducirá a Castoriadis a una
gran mutación filosófica. La autonomía -darse a sí mismo sus propias-
conlleva en sí misma la auto- creación, y nos ubica frente al misterio
de la creación misma, que, para Castoriadis, es más que una
combinación de elementos preexistentes; el surgimiento de una
novedad radical, que constituye una discontinuidad inesperada. Y, en
la fuente de toda creación, está el imaginario, inventor de un mundo
de formas y de significaciones, que en el individuo es la imaginación
radical, y, en la sociedad, imaginario social instituyente. Imaginación
y creación están ligadas, incluso en la fuente del pensamiento.
A diferencia de las concepciones dominantes, para las que el
imaginario no es más que ilusiones o superestructuras, Castoriadis lo
reintroduce en la raíz de nuestra realidad humana, al igual que, a
diferencia de las concepciones no aptas para concebir la noción de
sujeto, Castriadis encuentra nuevamente los constituyentes del sujeto
(el "para sí", el hecho de que cada uno crea su mundo está dotado de
imaginación) y destaca la importancia radical del surgimiento del
sujeto autónomo en la sociedad democrática ateniense hace dos mil
quinientos años.
Su pensamiento que se afirma a partir de L'Institution imaginaire
de la société (Le Seuil, 1975) hasta el último volumen de Les
Carrefours du Labyrinthe, Fait et à faire (Le Seuil 1997), toma forma
epistemológica: nada de lo que está vivo, humano y social es
exhaustiva y sistemáticamente reductible a nuestra lógica clásica,
que él llama conjuntista indentitaria. Castoriadis ve en lo que él llama
magma, sustancia sin forma pero creadora de formas, el sustrato
genésico de toda creación.
Esta reconstrucción filosófica no sólo no borra las críticas
radicales que Castoriadis hace, en forma diferente, al totalitarismo y
al neoliberalismo, sino que entraña la gran aspiración a la cual no
dejó de ser fiel: la de una sociedad autónoma constituida de seres
autónomos. Y ve en forma sorprendentemente profunda que la
consciencia de nuestra mortalidad es la condición de esta autonomía:
"No es sino a partir de esta convicción insuperable -de la mortalidad

*
Texto reescrito por Edgar Morin en base a su discurso en el funeral de Cornelius
Castoriadis.

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de cada uno de nosotros y de todo lo que hacemos, que podemos


vivir como seres autónomos, incluso en los otros seres autónomos y
hacer posible una sociedad autónoma".
"Corneille" -como lo llamamos nosotros- se nutría sin descanso
en los textos de Platón y Aristóteles, pero no era un filósofo
intramuros: se esforzaba en pensar los componentes de la cultura y
del saber de su tiempo. No basta con agregar unos a otros los
términos de filósofo, sociólogo, psicoanalista, economista, politólogo
para definir su espíritu enciclopédico. Era enciclopédico no en el
sentido aditivo del término, sino en el sentido originario griego, que
articula los saberes disjuntos en ciclo. Hizo mucho más que mostrar
una competencia profesional como economista en la OCDE y luego
como psicoanalista. Demostró de manera sorprendente que,
contrariamente al dogma establecido, es posible en el siglo XX
constituirse una cultura con la condición de ir a los pensamientos
generadores, a los problemas, a las grandes obras. Era un hombre de
cultura amplia y abierta, enamorado de la música, de la poesía y de
la lectura, lector de revistas científicas.
Pensador de la autonomía, atravesó el siglo ajeno a los
marxismos oficiales, al positivismo científico tanto como al
positivismo lógico, al lacanismo (al que consagró un libelo corrosivo y
divertido, rápidamente cubierto de silencios indignados o
consternados), al estructuralismo, al post- estructuralismo, al post-
modernismo. Con una violencia polémica que yo, a veces, he juzgado
como excesiva, odiaba la feria de las vanidades, las reputaciones
engreídas. Detestaba las futilidad y la parisianidad y, en un libro
reciente, denunciaba el "avance de la insignificancia".
¡Cuántas charlas de café estruendosas no hemos tenido! ¡Cuán-
tos ágapes agradables! ¡Qué fraternidad en las rebeliones y en las
desesperanzas! Y cómo no recordar en las lágrimas de hoy nuestras
risas en su cumpleaños 70 cuando yo recitaba mi "Oda a Corneille ".
Y cuántas afinidades entres sus ideas y las mías; cómo él, creo en la
autonomía, que yo llamo auto- organización; como él, me niego a
dejar disolver la idea de creación; como él, creo en el carácter real y
radical del imaginario; como él, creo en la posibilidad de una cultura
que ponga en marcha al saber; como él, creo en la necesidad y en la
insuficiencia de la lógica clásica; como él, creo en la virtud genésica
de lo que él llama magma, y de lo qué él llama laberinto que yo llamo
complejidad.

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"Corneille" no entró en marcos que resultan normales a la


mayoría de los intelectuales, universitarios y políticos. Era enorme,
fuera de las normas. Lean las Historias, como se debe, del mundo
intelectual, allí no encontrarán sino marginalmente citado a este gran
pensador.
De la presencia de sus ancestros en el mundo otomano
conservaba un modo de actuar de campesino balcánico pero era un
ateniense del siglo de Pericles, teniendo en cuenta la vivacidad de su
inteligencia; era al mismo tiempo un cálido mediterraneo, un
auténtico europeo en cuanto a su cultura, que llevaba en él Oriente y
Occidente; y este inmigrante transformado en francés contribuyó a la
riqueza y a la universalidad de la cultura francesa. Hasta el final, si-
guió siendo vivaz, ardiente, fogoso, apasionado, joven: le gustaba
repetir las palabras de Wilde: "Lo terrible de envejecer es que
uno sigue siendo joven".
Luego de tres meses de lucha increíble de todo su ser contra la
muerte, este titán se apagó, al lado de su compañera Zoé, su hija,
Cybèle, su hija, Sparta, su nuera, Dominique y Rilka, su madre. Del
fondo de la amistad, del fondo de la fe en la creatividad humana, del
fondo de la esperanza y de la desesperanza, yo saludo a la obra, al
pensamiento, a la persona de Cornelius Castoriadis.

Traducción:
Alejandro Pignato

PIERRE VIDAL-NAAUET
Homenaje a Castoriadis

(*) El hombre que acaba de desaparecer luego de tres meses de


agonía, es decir de combate, ocupaba en la escena intelectual, en
Francia, en Grecia y en el mundo un rol capital y que nada ni nadie
podrá remplazar.
Fui muy amigo de él desde hace treinta años y fui su lector desde
hace cuarenta años como para saber que yo no medía sino
parcialmente, muy parcialmente la inmensidad de este espíritu cuyas
fronteras, como decía Herácilto, son inaccesibles.
Nacido en Constantinopla, a la cual nunca se resignó a llamar
Estambul, en 1922, el año de la "catástrofe" de la Grecia de Thrace y

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de Asia Menor, fue educado en la Atenas que una nueva "catástrofe",


la ocupación hitleriana, sorprendió en 1941. Resistente, comunista,
rápidamente hace un giro crítico de la impostura staliniana. Un barco
que fue célebre, el Mataroa, conducirá a Europa del oeste, y muy
particularmente a Francia, una carga de intelectuales llamados a
fecundar la inteligentsia occidental: Kostas Papaioanou entre los
desaparecidos, y entre los sobrevivientes Kostas Axelos y Mimika
Cranaki. En Francia se afilió al partido trotskista que en ese entonces
se hallaba muy provisoriamente unificado, y que tenía hombres tan
diferentes y tan destacables como David Rousset, a su regreso de la
deportación y como Laurent Schwartz. Allí es donde conoció a un
discípulo de Merleau-Ponty, Claude Lefort. Ambos fundan una
tendencia en el seno del PCI y se separan para expresarse en el
grupo y la revista Socialismo o Barbarie, "órgano de crítica y de
orientación revolucionarias" que será publicada de 1949 a 1965 y que
a través de las escisiones y de las querellas propias de las sectas
llevará a una guerra intratable, a la vez, al capitalismo "salvaje" o
supuestamente "civilizado" y a la sociedad burocrática nacida en
Rusia después de octubre de 1917 y desarrollada de Varsovia a
Pequín entre 1945 y 1949. Ahí se hallaba la originalidad del grupo y
de la revista. No pensaban que la burocracia era un simple estrato
dirigente que deformaba una realidad proletaria, ellos veían en ella
una clase que por medio del partido, ese instrumento de totalitarismo
moderno, había eliminado efectivamente a la burguesía pero para
apoderase para su propio provecho de la dirección y del control de la
sociedad.
En el seno de este grupo en el que fue conocido con el nombre de
P. Cardan o de P. Chaulieu, Castoriadis construyó su propio modelo
utópico de una sociedad socialista "auto- instituida". Nunca renegó de
él, aun cuando rompió con el movimiento de diciembre de 1995
contra muchos ex revolucionarios.
No había injusticia ante la cual fuera indiferente. Fue evidente, en
el otoño de 1997 cuando se asoció a los que reclamaban en Italia la
revisión de los juicios Negri y Sofri. ¿Sus padres no lo habían educado
con una admiración a Voltaire?
Tenía la cultura y la ciencia de un espíritu propiamente universal.
Sus amigos vacilaban cuando querían definirlo entre los grandes
señores del Renacimiento, como Pio de la Mirandola, los
enciclopedistas como Diderot, o los autores de las síntesis del siglo
XIX como Hegel o Marx. Era un espíritu de una ironía feroz, apto

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entre todos para desenmascarar la mentira. Como viejo efebo que se


consideraba "nuevo filósofo" debe recordarlo con rabia, pero él no era
en absoluto un espíritu vacío. Era profundamente sensible ante la
poesía antigua y moderna. Fue uno de los que me hizo comprender la
grandeza de Cavafy, cuya lengua, me decía, recorre todas las etapas
de Grecia, desde Homero hasta el lunfardo de los tugurios
homosexuales de Alejandría.
¿Cómo resumir, como sintetizar una aventura intelectual tan
extraordinaria que se expresó en tantos libros y artículos, y en un
primer momento en ese libro mayor que lo dio a conocer, en 1975, al
gran público, La institución imaginaria de la sociedad? Jaurès había
ubicado su Historia socialista bajo el signo de Marx, de Michelet y de
Plutarco, se podría, con el riesgo de ser reduccionista, ubicar a la
obra de Castoriadis bajo el triple signo de Tucidíades, de Marx y de
Freud.
Su conocimiento de la Grecia antigua surgía sin meditación, ya
sea que se tratara de Platón, de Aristóteles o de Sófocles. Entre los
inéditos que dejara, encontramos un comentario de la Política de
Platón. Si elegí simbolizarlo por Tucidíades, no es sólo en nombre de
la razón crítica que animaba este historiador, es también porque la
oración fúnebre que presta a Perícles, representaba para él el ideal de
la "filosofía sin blandura" y de la autonomía constituyente de la
ciudad. ¿La asamblea de los ciudadanos no era capaz de tomar
decisiones tan importantes como las de enviar un hombre a la luna?
El politeísmo helénico era, a su entender, el garante de la libertad.
Los monoteísmos le parecían peligrosos para ella, con la única
excepción del protestantismo.
Marx: se ha presentado a Castoriadis como un "revolucionario
anti- marxista". Equivocadamente: había dejado el marxismo, pero
seguía siendo un gran admirador de Marx y del ideal de una sociedad
administrada por los "productores asociados". No había cedido como
tantos de sus contemporáneos, a la seducción del todo- capitalismo.
El "imaginario- radical" podía generar en el mañana una sociedad
socialista aunque el adjetivo había sido prostituido por los herederos
de Lenin. En economía era un especialista que había colaborado
durante muchos años en la OCDE.
Freud por último: ejercía el psicoanálisis tratando las neurosis a
intentando incluso curar a los psicóticos. Su relectura de Freud había
sido un momento capital, aunque fuera capaz de historizar al que
llamaba "el más grande psicólogo de todos los tiempos", que era

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como todos, prisionero de las costumbres de su tiempo y de su lugar.


La última tesis que dirigió cuestiona en forma radical la concepción
freudiana de la feminidad. Los conceptos que elaboró no van a
desaparecer. Los Griegos de hoy, cuando quieren rendir homenaje a
un desaparecido lo proclaman inmortal, athanatos. Yo recitaría para
él los versos del poeta René Char que, aun en el comienzo de este
invierno, toman toda su resonancia:

Muerte minúscula del verano


Despréndeme, muerte luminosa
Hoy sé vivir

FERNANDO URRIBARRI

Cuando pienso en él las imágenes se agolpan y se arremolinan; el


afecto toma la delantera encadenando los recuerdos. La tristeza de
que la muerte nos lo haya arrebatado. La alegría inmensa de que la
vida me haya dado la ocasión de conocerlo, de devenir su discípulo,
de ser su amigo.
Corneille, era como le llamaban en la intimidad los amigos. Así
me pidió un día que también yo lo llamara. Fue aquí en Buenos Aires,
donde lo había invitado, en septiembre de 1993. Aquella fue una
semana increíblemente intensa, en la que trabajamos y conversamos
y bebimos y paseamos y reímos. Y nos hicimos amigos.
Junto con la amistad, en aquel encuentro, nacieron nuevos pro-
yectos, y finalmente devine su discípulo. Hacia unos años que estu-
diaba su obra. Lo primero que me impactó fue su estilo, ajeno a cual-
quier impostura. Su lucidez implacable se condensaba en una
escritura seca, en la que unos destellos de humor tornasolaban la
lucidez que se apretaba en cada frase. Podía mostrar que "el rey
estaba desnudo", recuperar las verdaderas cuestiones que su farsa
ocultaba y mientras, como al pasar, sonreir.
Leyéndolo, presentía ya esa mirada suya llena de divertida inteli-
gencia. Pues tan serio como podía ser -y definitivamente podía ser
muy serio- nunca faltaba en él algo de esa sensibilidad que podía
virar hacia la indignación o hacia la alegría.
Probablemente, una de las cosas que mejor ilustran esto que digo
es el pasaje de la entrevista que cito en el editorial de este número.

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Otro ejemplo es "La Institución Imaginaria de la Sociedad", su


libro fundamental, denso y potente, donde mientras reconceptualiza
lo historico social y reformula el Proyecto Revolucionario, escribe: “No
cuento con que los hombres se vuelvan ángeles, ni que sus almas
lleguen a ser puras como lagos de montañas -ya que, por lo demás,
esta gente siempre me ha aburrido profundamente”.
O cuando al referirse a la compleja cuestión de la relación psique-
soma, reformula a Aristóteles -"el cadáver de Sócrates no es
Sócrates"- así: "Es imposible concebir el espíritu de Kant en el cuerpo
de Ava Gardner, y viceversa".
O este pasaje ejemplar: "Se puede si se quiere escribir que: "De
la carga de las heces a la del dinero no existe el mayor progreso para
el sujeto, en la medida en que esa carga manifiesta la perpetuación
de la cadena inconsciente. Que en otros puntos, el sujeto no sea el
mismo no interesa para nada al psicoanalista" (M. Tort, psicoanalista
lacaniano). Pero con la condición de no ocultarse los problemas que
los "en la medida en que" y los "en otros puntos" implican. En los
hechos hay entre la carga de las heces y el del dinero algunas ligeras
diferencias: un manipulador de excrementos corre el riesgo de ser in-
ternado, un manipulador de dinero no. Hasta que se pruebe lo
contrario, la psicosis sigue siendo un concepto psicoanalítico ...Otra
ligera diferencia es que una sociedad de manipuladores de dinero
puede existir -y eventualmente dar nacimiento a otra sociedad- y una
sociedad de manipuladores de excrementos es una ficción
incoherente ...El hecho esencial es que el excremento no puede ser
sino objeto del inconsciente, en tanto que el dinero o la herramienta
es también un objeto social y esto constituye toda la diferencia del
mundo, concerniendo tanto al individuo como la sociedad. Que haya
"perpetuación de la cadena inconsciente" es una cosa; que se pueda
con ese pretexto anular la distinción entre alienación mental, aliena-
ción social y un más- allá posible de la alienación, no demuestra mas
que confusión..."
Fue formidable fue descubrir que este sentido del humor, a veces
feroz y a veces tierno, eran no sólo distintivos sino tan esenciales a
su inteligencia como la gramática. Freud señala -al ocuparse del
creador literario y del niño- que lo opuesto al juego no es la seriedad
sino la realidad: el juego y la escritura permiten tomar una distancia
creativa respecto de esta, sin perder por ello la seriedad. Algo de
esto, me parece, se jugaba en su estilo.

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Sin embargo algo más que el estilo -aun si "el estilo es el


hombre"- resonó en mí: el deseo de ser psicoanalista de un modo
distinto al instituido. Un modo que yo encontraba e intuía tras estas
líneas. Y que me llevó a tratar de conocerlo personalmente.
Quiso la suerte que estando en París, una tarde de enero de
1991, buscara en la guía su teléfono, lo encontrara, lo llamara y él
mismo atendiera. Y que me diera cita para el día siguiente en su
casa.
Me recibió con curiosidad, a la vez simpático a impaciente, vesti-
do, a sus sesenta y pico, con sus típicos jeans negros, camisa y
zapatos. En el entusiasmo de la charla me animé a invitarlo a Buenos
Aires. Y por alguna razón el estuvo dispuesto.
Yo soñaba con ser su discípulo, pero primero me convertí en su
amigo. Y solamente luego, lo segundo hizo posible lo primero. Así era
él. Por eso una vez me dijo algo, que más tarde escribió como cierre
del texto que da título a su último libro, "Hecho y por hacer": "El
precio a pagar por la libertad es la destrucción de lo económico como
valor central y, de hecho, único. ¿Este es un precio demasiado alto?
Para mí no: prefiero infinitamente tener un nuevo amigo que
un nuevo automóvil".
(¿Cuánta gente sería capaz de suscribir con su existencia a esta
idea?, ¿Cuántos de los llamados "intelectuales comprometidos" o
"grandes pensadores" podrían decirlo sin que nos cause risa)
En nuestro último encuentro, en agosto pasado en Barcelona, nos
divertimos a lo grande. E incluso trabajamos en mi tesis de
Doctorado sobre la sublimación, que él dirigía, en la Ecole des Hautes
Etudes de París desde 1996. Lo inesperado fue que al terminar una
de las últimas reuniones de trabajo se puso un poco más serio. Me
dijo que para él era importante, y que creía que también podía serlo
para mí, que yo volviera sobre su obra psicoanalítica, llegara hasta
donde él lo había hecho y avanzará luego más allá. Entonces se
recostó contra el respaldo de su silla, y respondió a mi desconcertado
pedido de aclaraciones con esa tierna y divertida sonrisa suya.
Todavía hoy, lo desmesurado de su propuesta despierta en mi la
sensación de una despedida, de un legado. Sin embargo, en lo que a
su persona se refiere, no hay nada de que asombrarse. Al contrario.
Muchos años antes de que yo lo conociera él ya lo había escrito.
"Llamamos praxis a ese hacer en el cual el otro es considerado como
un ser autonómo y como el agente esencial del desarrollo de su
propia autonomía...La praxis es lo que apunta al desarrollo de la

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autonomía como fin y utiliza con ese fin la autonomía como medio". Y
él era de los que vivía como pensaba y pensaba como vivía. Por eso
su pasión libertaria estaba tanto en sus grandes textos como en esas
piezas para piano que fue componiendo desde la juventud -luego de
estudiar música, inspirado por su madre, para convertirse en com-
positor-, en su humor contagioso, en su amor por el Mediterraneo, o
en una sobremesa en Barcelona.
Queda claro que antes que un gran intelectual francés, o un autor
de renombre, o un profesor prestigioso, un personaje famoso, o
cualquier otra cosa, este era el tipo que había escrito: "la libertad del
otro es la condición de mi libertad". Y que vivió siempre siendo fiel a
esa idea.
Si cuento todo esto es no sólo por gratitud hacia este hombre
extraordinario, sino también por la convicción de que en esta
dimensión privada se juega una verdad esencial de su pensamiento,
que porque era verdadero no era sólo un pensamiento sino un
modo de ser, un modo de estar en el mundo. Y porque ahora que
ha desaparecido, dejándonos su imprescindible obra, su verdad no
cuenta ya con su presencia, y requiere por ello el trabajo de la
memoria. Ya habrá tiempo para volver sobre su obra, me parece que
este es el de acercarle esa presencia, que ahora es entre otras la de
mi memoria, y ojalá después de estas líneas, también la de ustedes.

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